Publicado en El Observardor, 16/02/2022



Acuerdo con el Fondo, desacuerdo con el futuro

 

El nuevo FMI bondadoso y tolerante, es peor que el FMI cuando era malo




 















No hay que hacer demasiado esfuerzo intelectual para comprender que el arreglo de Argentina con el FMI es un salvarropa mutuo, que al ente internacional le permite patear para dentro de dos o tres años el estallido de la consecuencia de haberse convertido en un mascarón político en vez de cumplir con su mandato, su razón de ser y su Convenio Constitutivo. A Argentina, a su vez, le permite continuar su ajuste suicida sobre los jubilados, las Pymes, los cuentapropistas, los productores, y también, aunque nada de esto se haya explicitado, seguir con su cepo cambiario, con sus retenciones a los exportadores y con el sistema de destrucción del comercio internacional. 

 

Permanecerán intocables, o aumentarán, el fenomenal gasto político del peronismo, el gasto de reparto de subsidios a piqueteros y cuanta causa se inventare, las jubilaciones sin aportes – mayores a las jubilaciones legítimas – las concesiones de todo tipo, confesables y no confesables, a China y otros “retornadores”, la protección a los delincuentes disfrazados de mapuches, de consecuencias económicas y geopolíticas, y todo el conglomerado mafioso de gobernadores e intendentes, el mecanismo de gasto colosal que viene creando los desequilibrios presupuestarios más graves e indefendibles, como recordarán Cavallo y sus funcionarios, que no pudieron, aún con el liderazgo de Menem, domeñar el ataque de los sátrapas provinciales y municipales que están siempre a salvo de cualquier ajuste, en especial dentro del peronismo. 

 

En los próximos dos años, en consecuencia, Argentina no hará ningún cambio sobre la situación actual que lo lleve a aumentar su exportación, razón de ser de la misma existencia del Fondo Monetario Internacional. El país seguirá siendo entonces antiproductor, antiexportador, antiempleo y antiPyme. Quienes recorren la historia argentina aún superficialmente, saben que, sin producción agropecuaria, exportación y Pymes, Argentina es una aldea. Y la primera consecuencia económica de esa negación productiva es el desempleo (privado, por supuesto, el empleo público es un oxímoron) que termina con una gran parte de la población convertida en mendigo y esclavo del estado. Esta es la evidencia, no la opinión, que surge de leer lo que hasta ahora se ha dejado trascender del acuerdo.  Y lo que no se ha dejado trascender. 

 

A partir de 2024, con la actual situación agravada por esta especie de permiso para seguir matando a Argentina, recién se empezará a discutir en serio cómo se paga la deuda al FMI, junto a la otra deuda externa, de un valor equivalente, por juicios que se están sustentando en el CIADI y juzgados internacionales, las LELIQS, la deuda en pesos sobre la que se prefiere no hablar, los intereses y pagos futuros de bonos refinanciados y un presupuesto nacional más o menos en serio. La corrupción, el gasto político de cargos inventados con nombres ridículos para ser ocupados por amigos, amantes y favorecedores, han quedado subsumidos en lo que se llama pomposamente “acuerdo con el Fondo Monetario”. 

 

Por supuesto que lo que quedará del aparato productivo a esa altura serán algunos héroes-rehenes empecinados y suicidas y no mucho más, ni juventud trabajadora y pujante, ni adaptación a las nuevas tecnologías, negocios y hábitos de consumo, sin siquiera la educación residual sarmientina, reemplazada por el adoctrinamiento y el analfabetismo con diploma que se ha impuesto, como un derecho humano al suicidio colectivo. 

 

El movimiento peronista, estratégicamente dividido (como en toda su historia) votará por la aprobación al acuerdo, con su oposición propia, dirigida por el delfín designado de su jefa. La oposición izquierdista es probable que se abstenga, si no es suficientemente incentivada por el gobierno. Juntos por el Cambio comenzó por decir que no pondrá piedras al arreglo, pero a último momento parece digerir que, enredado en su dialéctica radical (pecado original) puede haberse olvidado de lo que le conviene al país, en vez de privilegiar sus conveniencias partidarias. Embelesados de nuevo por centésima vez por la trampa peronista, no quieren aparecer como negándose a un acuerdo que la prensa y los economistas repetidores le han hecho creer que es fundacional, cuando tiene toda la apariencia de ser un acuerdo fundicional.  Y aquí cabe una aclaración necesaria: claro que Argentina debe hacer un colosal ajuste. No solamente del déficit, sino del gasto, desmadrado, politizado, mafioso, partida por partida y meduloso, no tomando tres grandes rubros y bajándolos a cachetazos vía inflación. Y debe también tomarse varios años en corregir la distorsión de precios relativos originada por esa inflación facilista y populista que ha sido la contrapartida de su generosidad subsidiadora y su incapacidad de gobernar. (Y que Macri financió sin comprender que caería sobre su cabeza)

 

Y hay otro ajuste más importante. El de las expectativas. El de las demandas. Por una mezcla de razones, electorales, populistas, de exigencias populares y de promesas, la sociedad argentina hace décadas que vive el ensueño de que, sin un esfuerzo previo, sin trabajo, sin éxito, sin inversión y sin educación ni ahorro, se puede subsistir con la ayuda del estado y los piquetes. Si eso no se cambia, todo lo que se firme no tienen ningún valor. Este seudoacuerdo, en rigor una postergación de la quimio, convalida esa creencia mágica y hace creer que es posible continuar con el sueño de gratuidad inflacionaria, convirtiendo cada necesidad o expectativa en un derecho impostergable y ante el que nada puede oponerse. El derecho soberano de someterse al estado y fundir al país. 

 

En tal sentido, este acuerdo es un “siga, siga”, como diría algún árbitro futbolero. Y este árbitro, el FMI, también parece estar incentivado. El supuesto arreglo plantea el peor formato de ajuste que se pueda concebir y deja sin ninguna oportunidad a Argentina, al borde del desgarro integral.  

 


 





El peligro del Uruguayan Disease

 

La paradoja de la entrada de muchos dólares y su efecto de destrucción de la exportación


 


















Con dólar caro no se ganan elecciones” es un antiguo adagio que repiten los expertos en política en las charlas informales. Es probable que tengan razón en cuanto a los resultados electorales. En lo que hace a la teoría economía, el concepto tiene la misma solidez que si alguien dijese que repartiendo “platita” se logra ganar elecciones. Inducirlo o provocarlo es populista. Coimear al electorado, diría Fukuyama. 

 

Recuérdese que la columna se opone a los manoseos al tipo de cambio de cualquier tipo, a la figura de un Banco Central como única contraparte en el mercado de divisas y aún al intento aparentemente más manso de administrar el tipo de cambio para evitar fluctuaciones, comprar y vender monedas o futuros y otros recursos, con cualquier fin; lucha que ha perdido en todo lugar y con cualquier gobierno. Aun cuando ese tipo de políticas tiende a quitar transparencia al sistema, en el que, por otra parte, los mayores participantes tienen herramientas que conocen cada vez más, que les permiten cubrirse de los vaivenes habituales de todos los mercados, sin necesidad de que el estado los auxilie. 

 

También se sabe, casi como una leyenda urbana, que Uruguay es un país caro en dólares, lo que no necesariamente debe ser interpretado como un logro, una meta o una bandera, como si se tratase de una consigna o un emblema. Durante 2021 eso parece agravarse, debido al aumento de los precios de las commodities por razones diversas, y del volumen de las mismas, y con las importaciones creciendo menos que las ventas al exterior, si se interpretan adecuadamente las cifras del galimatías estadístico disponible, que obligan a adivinar o estimar las cifras de la demanda del mercado cambiario de ciertos sectores. 

 

Eso se advierte en la baja de la cotización de las divisas, y hasta en la inocente y menos técnica medición del periódico The Economist, el índice Big Mac, que coloca a Uruguay como el país con el costo más alto del mundo en dólares ajustados por productividad. (PPP), lo que quiere decir, con la salvedad de la superficialidad de la medición, que el peso está sobrevaluado. 

 

Eso no es una decisión del gobierno, sino que casi siempre es consecuencia de los flujos de capital que incluyen la importación y exportación, y como se dijo antes, no es la posición de esta columna que haya que regularlo, moderarlo o resolverlo metiendo la mano en el mercado cambiario, ni mucho menos, aún cuando tenga efectos no queridos sobre toda la actividad. En 1977, justamente el 

citado periódico The Economist bautizó este tipo de situación como el Dutch Disease, refiriéndose a lo ocurrido en la entonces Holanda en 1959, cuando para explotar un recientemente descubierto yacimiento de gas, se recibieron grandes inversiones que desbalancearon el mercado cambiario y terminaron por sacar del mercado exportaciones tradicionales, creando una gran fragilidad geoeconómica grave para ese país. 

 

El Dutch Disease, (la enfermedad holandesa) o sea la apreciación de la moneda local por exceso de oferta temporal de divisas, puede ocurrir por diversas razones. Un aumento importante de la inversión externa, un aumento de la deuda en moneda extranjera, que obliga a vender los dólares en el mercado, un paradójico éxito en la exportación que cree un superávit comercial muy elevado, una baja en la tasa de interés que se paga por la deuda, una sustitución de importaciones con buenos o malos métodos, o un simple cambio en los precios internacionales de los bienes que se intercambian. 

 

En Uruguay puede estar impactando una combinación de todos esos factores, en algunos casos por éxito propio, en otros casos como consecuencia de la algo incomprensible, superficial, facilista o al menos peligrosa política monetaria de las potencias occidentales, y por un sistema doméstico de autoindexación de la inflación en pesos, que, independientemente de lo justo de la intención, condena a una espiral sistémica inflacionaria que no tiene solución. 

 

El resultado, si se rutiniza, es la generación de una inflación en dólares, una de las consecuencias del Uruguayan Disease, que no debe ser bienvenida. Si semejante idea es mala para las grandes economías, como se verá en breve en Estado Unidos y Europa, para las pequeñas economías el efecto es devastador. En la práctica, impacta directamente contra la exportación, que recibe menos pesos por su venta, lo que afecta su viabilidad y continuidad. Una especie de retención, tan aplicada y criticada en Argentina, en rubros similares a los locales. 

 

Peor es el efecto en el turismo de una inflación en dólares, ya que puede pulverizar un recurso de gran trascendencia, no sólo para la cuenta corriente sino para un enorme sector de trabajadores que viven de esa forma de exportación de gran agregado de mano de obra y de pymes. Se trata de un sector pobremente manejado en los últimos tiempos. No sólo por la destrucción de la belleza de algunos recursos naturales con un ataque edilicio que recuerda a Marbella, sino porque todo el sistema turístico oriental no parece haber comprendido que, al aumentar exponencialmente la capacidad habitacional, y con ella la cantidad de turistas, también deben adecuarse los precios no sólo de alquiler, sino todos los costos del turista, que ya no es una élite selectiva, sino un consumidor promedio que no puede ser expoliado. Además de la situación ruinosa de Argentina, el principal aportante de turistas, que ahora no tienen la posibilidad no ya de gastar dólares sino de conseguirlos, este tema de los precios no es un tema eludible para el futuro, no sólo para la coyuntura, que se agrava con la inflación en dólares provocada por la apreciación del peso. 

 

Para mostrar un solo ejemplo de cómo se puede hacer caer el valor de la divisa, aún buscando un efecto diferente, cabe analizar la reciente medida del Banco Central de subir la tasa de referencia de sus bonos en pesos. “Para fortalecer el valor de la moneda uruguaya”, dice el Banco. Falsa conclusión. La moneda no se fortalece subiendo la tasa de interés para competir con la inflación. Se fortalece no produciendo inflación con emisión, ni aumentando el gasto o el déficit por indexación o por cualquier otra cosa. En cambio, al fomentar la compra de títulos en pesos, no sólo se aumenta la deuda interna sino que se pone más presión bajista en el mercado cambiario, tanto por venta para obtener pesos, como por no compra de divisas para mantener valor. (Leer Thomas Gresham, siglo XVI). 

 

Es posible que esto se trate de un hecho circunstancial. Las commodities pueden bajar de precio, por ejemplo, como piensa China, pero si ello no ocurriera y si persistiese la inflación en dólares, la solución no pasa por meter la mano en el mercado, comprar dólares para subir el precio (las reservas deben siempre adquirirse con un plan predeterminado, no como un paliativo) o alguna medida similar de esas que siempre estallan. (Una variante es no hacer nada, finalmente, con dólar barato se ganan elecciones o referéndums, ¿Verdad?) En tal caso, el equilibrio de flujos se producirá de todas maneras, con cualquier efecto, probablemente negativo. 

 

Pero para no dejar todo librado a la casualidad, o a la excusa fácil, también se pueden ensayar algunos remedios. El más simple es bajar los recargos de importación, inclusive el IMESI, un impuesto fatal que obra en muchos casos como un recargo de importación, cuando no como una prebenda. Y por supuesto, aliviar los requisitos administrativos proteccionistas y burocráticos, a veces otro formato corporativo. Se recordará que una línea importante de la economía clásica - es decir la que se basa en evidencia empírica - sostiene que los países en realidad exportan para conseguir los recursos para poder importar. Eso, además de aumentar el PIB, ayudaría a bajar la inflación en pesos, ergo en dólares. Y las evidencias muestran un leve aumento del empleo con la apertura. Hay otros caminos más puntuales y relativos, aunque el puntualizado es el más rápido, efectivo y positivo. Por el contrario, todo endeudamiento adicional, en pesos o dólares, empuja el tipo de cambio hacia abajo. 

 

Hay otro riesgo, muy grave. Es el de seguir en su línea de inflación en dólares a los países capitalistas centrales. Para ellos, esa acción deliberada será ruinosa. En los países pequeños, la imitación sería terminal. Con dólares baratos se pueden ganar elecciones, pero se puede perder el rumbo. 

 

 

 



Publicado en El Observador 01/02/22



¡Don’t Luc up!

 

El referéndum puede ser un ensayo general de un embate más a fondo sobre la democracia sin aditamentos

 




 




















Escuchando los argumentos que hasta ahora ha usado la oposición izquierdista para apoyar la derogación de la Ley de urgente consideración, queda claro que no existe en la gran mayoría de los casos ni siquiera un estudio concienzudo no ya de los efectos, sino del mero contenido del articulado de la norma. Desde la crítica a disposiciones que no existen, a algunas extrapolaciones tan ridículas como que la portación numérica ataca a los monopolios estatales y lleva al oligopolio, algo que, además de no tener soporte alguno de evidencias y de mostrar una discapacidad idiomática desconoce los derechos del usuario a tener su número de celular propio, que en el mundo internetizado de hoy es más importante que el documento de identidad. 

 

No debería causar sorpresa. Es una incoherencia coherente con el concepto de abrazarse a una protesta, a una causa, a una bandera para oponerse mucho más que a una medida o a un gobierno, a la decisión de la ciudadanía en las urnas. Transformar la LUC en LUCha. El concepto central sobre el que se legitimiza el reclamo es que, si está dentro de las posibilidades constitucionales, se debe ejercer, no sólo se puede ejercer. “Me opongo porque puedo y debo hacerlo” es el argumento único y válido que se esgrime. No tiene entonces importancia alguna analizar o conocer los temas en profundidad, lo que importa es no aceptar los resultados electorales, o al menos empastarlos, ensuciarlos, complicarlos, impedir que cualquier legislación se aparte un ápice del sendero de hierro trazado por el neomarxismo con sus mil nombres. Eso hace también imposible que cualquier defensa sea técnica o específica. No se trata de una discusión racional. 

 

Por eso es acertado el concepto generalizado de que se ha forzado un proceso que constituye una elección de medio término, que justamente recibe la acertada crítica de que impide gobernar porque la demagogia electoral mueve a evitar tomar toda medida que no sea simpática y dadivosa. Populismo, en otros términos.  Coima a los electores, diría Fukuyama. La Constitución oriental se ha ocupado de eliminar estos efectos. Por supuesto que también determina, con la misma validez y fuerza, el derecho de la población a promover la derogación de una ley que la agravie o la lesione mediante los referéndums. Y por supuesto que políticamente eso se puede interpretar como a cada uno le parezca, y hasta sentirse agraviado por una norma ómnibus con disposiciones bastante intrascendentes en cualquier sentido, salvo las que obligan a cumplir las disposiciones de la OIT, organización internacional que -en este único caso – no parece tener el valor de catecismo que tienen las otras organizaciones supranacionales para la izquierda. 

 

El neomarxismo mundial, (con todas las denominaciones que pretenda adoptar) vive adjetivando y de ese modo descalificando y devaluando la democracia. La democracia popular, por caso, es superior, en esa línea de pensamiento, a la simple democracia, sutilmente así descalificada. La pluridemocracia, la poliarquía, la democracia de masas, la democracia directa, son algunos de los mecanismos dialécticos no sólo para degradar o poner en segundo orden la democracia, sino para pasar por encima de ella y transformar el poder en un trofeo vitalicio que no tiene la posibilidad de referéndum alguno. En nombre de la democracia, se la ignora cuando se pierde enarbolando la bandera del agregado de algún adjetivo épico pro pueblo. También se la burla. En esa tesitura, además del ejemplo vergonzoso y cruel de Venezuela y Nicaragua, hay muchos países como China, Rusia, Chile, Argentina, que están en diversas etapas de democracia popular, como una línea de tiempo que muestra las distintas etapas que llevan a un destino final. Casualmente es este mismo Frente Amplio de hoy el que apoya a esos regímenes, sobre todo regionales, en una ofensa a la inteligencia colectiva nacional, seguramente amparado en su escudo de fondo: “los apoyamos porque podemos hacerlo”, o en la democracia latinoamericana, un nuevo aditamento. 

 

Este proceso se facilita por un viejo criterio oriental: la de que los opositores son amigos, de que el debate es posible, de que se discuten derechos de la sociedad, de que se puede comparar y poner en el mismo plano la libertad con la dictadura, el esfuerzo, el riesgo, el talento y el éxito con el “derecho humano” de haber nacido y de repartirse como despojo el fruto del esfuerzo y hasta el sacrificio de los otros. También el término derecho se ha desvirtuado con el aditamento de humano, una manera de eliminar el criterio de justicia, el derecho de propiedad y de libertad. El sueño de que todo gobierno o toda ideología promediará sus decisiones con las minorías. Eso tal vez fue posible con el marxismo blando del viejo Frente Amplio y sus viejos dirigentes, casi diletantes de la política, como el resto de los políticos. Pese a que en sus quince años de gobierno se fueron “sembrando” dentro de las leyes y las imposiciones sindicales vallas insalvables para cualquiera que intente romper el camino de hierro trazado por los herederos mejoradores de Marx. 

 

Este referéndum muestra que ningún cambio será tolerado. No importa lo que digan los resultados de una elección. Este Frente Amplio no es ni siquiera el de Mujica. Los nuevos líderes, con el soplo comunista, por más que se los quiera vestir de dialoguistas, no quieren dialogar. Quieren luchar. En la oposición o en el poder. Ese cambio debe ser tomado en cuenta, porque de esa lucha no se sale, no se retorna. Basta mirar los ejemplos.  No hay promedio en el marxismo multiapodo. Su lucha es incesante, no importa si es en nombre de los derechos humanos que son en su visión superiores al derecho, del Covid, de la pobreza, de la igualdad, de los impuestos a la energía, del cambio climático, del calentamiento global o del meteorito que causará el fin del mundo, de los monopolios estatales, de los asesinos dictadores latinoamericanos. 

 

¿Para qué es esa lucha? Para tomar el poder primero. Para perpetuarse usando la Constitución vigente para luego cambiarla, de modo de que su ideología se plasme como decisión de la democracia popular, no de la democracia a secas, para usar la posverdad, el relato, el gramscismo y el goebbelsismo como herramienta para enervar el pensamiento claro de la sociedad. No es una opinión. Es lo que está pasando. ¿O alguien cree que la Constitución chilena será otra cosa? ¿O alguien cree que Boric, que ahora aparece como moderado, tendrá alguna opción frente a la Carta Magna comunista que se avecina? 

 

El problema no es el Frente Amplio, cuyos integrantes y sus votantes tienen derecho a pensar como les plazca. El problema es el objetivo final del marxismo que lo posee, del que también la ciudadanía tiene derecho a defenderse, con armas similares. Porque del marxismo no se vuelve. Y porque la pregunta que surge naturalmente es: si el Frente perdiese este referéndum, ¿se quedaría tranquilo? ¿Aceptaría mansamente el resultado, como en toda democracia de amigos, tal como sueñan los uruguayos? ¿O cambiaría el estilo y se lanzaría a las marchas callejeras, a las huelgas masivas, o a algún otro mecanismo con idéntico objetivo de poder final, como ya se ha visto y no es ninguna novedad? 

 

Cuando en otro sueño del pasado se dice que aquí no hay grieta, se están omitiendo algunos análisis y al mismo tiempo se está domesticando el pensamiento social peligrosamente. En ciertos escenarios que se están desarrollando local, regional y mundialmente, que atacan la libertad, la propiedad, los ahorros, el esfuerzo, la educación, el trabajo, la grieta es la defensa inevitable.  

 

 







Publicado en El Observador 28/12/2021


De nuevo el garrote americano, pero sin zanahoria

 

El país, que tanto valora el diálogo, tiene que dialogar sobre su comercio internacional con el resto de las naciones, no ceder a la conveniencia sin contrapartidas




 

 






















La columna se ha explayado varias veces sobre el cambio de fondo de la política comercial norteamericana. Mientras Trump lanzaba aumentos de tarifas y recargos, amenazas, prohibiciones y executive orders como si fueran flechas, Biden cambió el estilo y está dedicándose a persuadir a sus aliados mundiales, empezando por Europa, de alejarse de China, no solamente de no firmar tratados de libre comercio, sino de no participar ni invertir ni comprar en áreas designadas como supuestamente estratégicas, que en rigor son aquellas en las que EEUU está más atrasado, como en el caso del 5G, la IA, y cualquiera otra actividad que no le convenga o donde no pueda competir en calidad, avances tecnológicos o en precios. 

 

El problema práctico es que Estados Unidos ha decidido no cargar sobre sus espaldas la tarea de tutor del orden mundial, además de haber renunciado varias veces desde 1971 en adelante a que su moneda sea reserva de valor, de lo que recién parece que se están dando cuenta algunos. En esa suerte de lenta decadencia, Biden ha incrementado todavía más que Trump, y más efectiva y permanentemente, el proteccionismo descarado sin cortapisas. En ese nuevo papel, no tiene nada para ofrecer, salvo amenazas latentes. No puede firmar tratados de libre comercio, porque todos los acuerdos que firma son acuerdos para encarecer el comercio, igualando de un manotazo las ventajas comparativas y aún competitivas. O sea, doblando el brazo de sus supuestos aliados, que ahora no son sino obedientes cuasimendigos. Ese estilo se agrava cuando el gobierno americano ha decidido aumentar los sueldos fuera de la lógica económica, por lo que necesitará más prepotencia para forzar a subir el precio de sus competidores. El frustrado PPT, o Tratado transpacífico de cooperación económica, ya obligaba a sus signatarios al mismo nivel de ineficiencia estadounidense, a pesar de lo cual no fue suficiente para Trump, que lo repudió. 

 

Entonces, el verdadero contenido del discurso es: “no comercien con China, pero a cambio no esperen demasiado de EEUU”. O sea, no se está ofreciendo nada como contrapartida. Y mucho menos a los países intermedios, la gran mayoría. Se puede poner el ejemplo local, si hace falta. No se le ofrece a Uruguay ni más compra de productos tradicionales, ni la posibilidad de vender nuevos productos y de comprar otros artículos bajo un sistema de baja de aranceles, que es exactamente lo que generó el extraordinario crecimiento global desde Clinton hasta la primera presidencia de Obama, con los correlatos de empleo, abaratamiento de costos y precios, aumento de opciones de todo tipo para el consumidor, acceso a los mercados de inversión mundial, y la mayor reducción de pobreza de todos los tiempos. 

 

En esas condiciones, Uruguay sólo puede perder si no se acerca a Asia, incluido China, no solamente en el crecimiento futuro sino en una disminución sobre lo que ya tiene logrado, que sería catastrófica. Eso vale para el comercio y también para la inversión, y todavía más para la tecnología. Nadie puede ganar en un contexto proteccionista, lección que ya debería haber aprendido Estados Unidos luego de sus errores históricos keynesianos o neokeynesianos o como se les quiera llamar. El New Deal, el gran fracaso de Roosevelt, sumió al mundo en una depresión de 10 años, de la que se salió por una casualidad de la justicia y de la providencia; eso es lo que de nuevo se ofrece hoy como menú para los mal llamados socios comerciales americanos. 

 

No es una novedad que son justamente Europa a la cabeza, seguido por Estados Unidos, quienes más trabas ponen a la expansión comercial oriental, justamente para satisfacer los reclamos de una actividad agropecuaria interna subsidiada y cómoda, en nombre, como dice Francia, de que “sus agricultores prefieren seguir haciendo lo que hacen”, la negación mismo del comercio internacional. 

 

Es posible que la nueva tendencia proteccionista Europea se cuelgue del pasamanos del ómnibus saturado de pasajeros obsoletos norteamericanos, que además tiene varios proyectos que solamente han sido pensados para aumentar la inflación estadounidense y consecuentemente mundial, con resultados impredecibles, pero seguramente negativos para la humanidad. No habría que copiar la vergonzosa claudicación sistemática de Alemania ni de Úrsula von der Leyen, la burócrata presidente de la Unión Europea, capaz de toda genuflexión para mantenerse en el puesto. 

 

La política económica del presidente Biden es, además, dudosamente efectiva, al menos para los cultores de la economía clásica que recuerdan la teoría de los ciclos nunca rebatida de von Mises, que tantas veces se ha probado empíricamente. Con lo cual cabría el derecho de calificar a quienes se abrazan a ella de estar acompañando un proceso que necesariamente es fatal para sus ciudadanos. Todos los momentos históricos de emisión, inflación y proteccionismo sostenidos han culminado del mismo modo, y no hay ninguna razón sólida que muestre que esta vez el resultado será distinto. 

 

En ese cuadro, no hay muchas opciones para Uruguay, salvo la de continuar su línea actual en el orden de las relaciones comerciales y confiar en su tradicional capacidad de negociación y persuasión para equilibrar la supuesta desobediencia disciplinaria con su política diplomática y de relaciones exteriores. Seguir otro camino sería enfrentarse al riesgo de provocar duros efectos para su población. Hasta Biden lo entendería. 

 

 






Publicado en El Observador 21/12/2021



Lo peor del desempleo son sus remedios

 

La fatal arrogancia de creer que creando inflación se puede aumentar el empleo sustentablemente 




 

La pandemia es una de las tantas tragedias, inventadas o no, que se han usado como excusa durante la historia de la humanidad para soltar la mano del soberano y repartir dádivas a la población, siempre con el mismo propósito de conseguir la anuencia, la tolerancia o el apoyo de los súbditos con objetivos diversos. 

 

La lucha contra el desempleo es, en tiempos modernos, una de las mejores excusas globales para justificar el olvido de lo que se aprendió a fuerza de fracasos y aún de lo que se aprendió a fuerza de estudiar, excusa enriquecida por la decisión de encerrar a la población mundial durante 18 meses en sus casas, y pagarle sin trabajar, una confesión además de que los fondos destinados a la salud en el mundo fueron dilapidados durante largo tiempo. 

 

Se pare, como base, del error de fondo de creer que el estado tiene la tarea de generar empleo, o pleno empleo, como dice el primer mandato de la Reserva Federal, y como repiten a coro todos los gobiernos del mundo. En realidad, lo mejor que puede hacer el estado es no hacer, en vez de intentar hacer, como se ha demostrado en todos los casos y en todo lugar. La teoría del estado presente conduce a altos gastos, altos impuestos y finalmente muchas regulaciones, que ahuyentan la inversión y el empleo. Como el estado no es capaz de generar riqueza, ni inversión ni empleo que no termine siendo un vulgar subsidio, su fracaso está siempre garantizado. 

 

El tema empeora aun cuando los gobiernos, o sea la clase burocrática que conduce el estado, decide producir empleo privado. La fatal arrogancia que citaba Hayek, en acción. Así, se inventa una barrabasada como la tasa cero o negativa, como ocurrió en el ex mundo capitalista, que es la negación misma de los preceptos capitalistas. No tanto porque el capital pasa a remunerarse a valor cero, sino por la distorsión que genera al privar al sistema del mayor mecanismo de decisión de inversiones, que es la tasa de interés, en sentido amplio. A partir de esa tasa cero deja de tener sentido la asignación de recursos productivos, esencia misma de la economía como ciencia social y del capitalismo. Al eliminarse la herramienta con la que se toman las decisiones, todas las decisiones pasan a ser erráticas, los proyectos fracasan, el aumento del empleo es circunstancial y poco duradero, y en el mediano plazo desaparece, como desaparecen las empresas e industrias desarrolladas en base a un crédito barato o regalado. 

 

De ahí que cuando la FED, el banco central para nada independiente de EEUU dice que no subirá la tasa hasta que el desempleo no llegue a ciertos mínimos, está diciendo una frase fruto de la ignorancia y el voluntarismo, y siguiendo un camino de fracaso en el mediano plazo. Como se puede ver en Wall Street y aún en la vida real, una vez lanzada la carrera del regalo todo intento de subir unas décimas de punto la tasa de interés es inmediatamente percibido como un retroceso de la actividad económica, con todas las acciones que eso conlleva, que terminan creando desempleo. (Además de que, casualmente, cada vez que se habla de aumentar las tasas aparece una nueva variante del virus que amenaza terminar con la humanidad, al menos en el relato).

 

El problema se agrava cuando, además, se emite moneda para subsidiar los efectos de haber encerrado al consumidor y las prohibiciones correlativas de viajar, gastar, etc. Esta emisión, que se vuelve inflación al primer amago de retornar a la normalidad, hace bajar por un corto plazo la tasa de desempleo, pero no sólo ese guarismo tiende a bajar, por los falsos cálculos empresarios que se explican en el párrafo anterior, sino que necesitan una nueva inflación para no caer. Con lo que la espiral es inevitable. La falsa expansión del crédito con la tasa cero y los falsos emprendimientos así fomentados, confluyen en falsos empleos, pero en quiebras reales. Cuando además eso se hace por medio de o junto a un proceso inflacionario, el colapso es mucho peor porque detenerlo significa detener la inercia y hacer caer todos los indicadores al mismo tiempo, lo que lleva al conocido “patear la pelota hacia para adelante”. 

 

En el caso de EEUU y de la exangüe y fenecida Europa, este proceso se viene dando desde hace tiempo, atenuado por el exitoso período de Clinton que permitió atemperar estos efectos con el volumen, que no estuvo dado por las tasas forzadas, el crédito barato o la emisión alegre, sino por las ventajas de la libertad de comercio mundial de ese momento, hoy sepultada. La verdadera pandemia de este siglo son los bancos centrales no independientes, que han terminado tomando todas las medidas que conducen a la falta de empleo futuro simultáneamente. Tasas cero o negativas, crédito barato y casi sin consecuencias para los malos proyectos o malos préstamos - léase moral hazard - y ahora, casi desesperadamente, con la compra de bonos basura emitidos por empresas que deberían quebrar junto con todos los que apostaron a ellas, emisión, y por el mismo precio, proteccionismo universal generalizado y encarecimiento de los costos esperando que un milagro produzca energía barata y limpia, en pocos meses. 

 

Esta suma de procederes, siempre en nombre de producir más empleo, en todos los casos ha conducido, cuando se aplicaron estas variables individualmente, a períodos hasta de hambruna de la humanidad. Queda para el lector imaginar los resultados cuando ocurren todas juntas. En esta tarea han ayudado el FMI, el BCU, el Banco Mundial y otras siglas, que están siguiendo un camino político y no económico en sus lineamientos, pero acompañando al sistema al desastre. 

 

No es muy distinto a lo que ocurrió en la gran depresión del 30, donde Roosevelt condujo al mundo a la miseria con ideas similares, o a lo ocurrido luego de la segunda guerra mundial, con la inflación y el default casi generalizado. El mundo está haciendo, como entonces, lo opuesto a lo que debe hacerse. Se puede alegar que las sociedades no quieren que se siga el camino ortodoxo. Ninguna sociedad quiere que le recuerden que no hay almuerzo gratis. Lo que no quiere decir que esas sociedades no vayan a sufrir los efectos de semejante error. Tal vez un estadista sea el que logre comprender el mecanismo descrito y pueda explicar a su pueblo que no lo está maltratando sino que lo está salvando. 

 

Lo que vuelve a llevar a echar una mirada a las economías más pequeñas, a los países no centrales, en definitiva, la mayoría. Entre ellos a Uruguay. Valen las mismas consideraciones. Resistir la fácil tentación de mantener o aumentar la inflación, bajar la tasa artificialmente o usar la divisa como ancla inflacionaria, o sea los denominados mecanismos keynesianos, puede no ser popular en el cortísimo plazo, pero necesariamente tendrá efectos positivos en un no tan distante futuro. No es fácil en una economía indexada erróneamente por inflación, pero es imprescindible. 

 

Frente a las prédicas de los populismos de todo signo internos y externos que imperan en la actualidad, no es fácil políticamente resistir la tentación de la irresponsabilidad de aparecer como un Papá Noel repartidor de empleo instantáneo, junto con algún formato de renta universal, pero ese falso aumento de empleo estallará y el desempleo empeorará cuánto más haga el estado por intentar solucionarlo con facilismos bidenianos. 

 

La creencia de Biden y sus seguidores de que se puede permitir un aumento de la inflación hasta que la tasa de desempleo llegue a estar por debajo del mínimo histórico y entonces ahí se puede cambiar el rumbo, no funciona. No sirve. Es falsa. Es errónea. La inflación condena a más inflación para mantener el mismo nivel de empleo obtenido mediante ella. Esa verdad sólo puede ser disputada con la ignorancia. 



 

 




Publicado en El Observador, 14/12/2021



La inflación global, el reseteo hacia la pobreza igualadora

 

El método de redistribuir la riqueza por medio de la pérdida del valor de la moneda es un fracaso y una mentira 




 




















I appointed him, he disappointed me” – El intraducible juego de palabras conque George Bush padre culpara a Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, de su fracaso electoral para reelegirse, es un compendio del conocimiento económico de miles de años, y hace sentido recordar la frase en momentos en que nuevamente los curanderos internacionales desempolvan sus soluciones mágicas que fracasaron siempre. 

 

Al comienzo de la década del 90, todavía regía, al menos en los países centrales, el criterio de la imprescindible independencia de los Bancos Centrales - condición irrenunciable luego de la salida de EEUU en 1973 de los acuerdos de Breton Woods - para evitar que el Ejecutivo de cualquier país imprimiera dinero alegremente y destruyera el valor interno y externo de su moneda en aras de un bienestar precario electoral. Esto era coherente con el conocimiento teórico y con la evidencia empírica de varios siglos, muy en especial de los últimos 100 años, donde los indicadores permitían un mejor análisis del resultado de las medidas económicas. 

 

En la mitad de la primera presidencia de Bush padre, la inflación comenzó a elevarse a niveles peligrosos. La FED de Greenspan no vaciló y elevó las tasas de interés para detener los efectos de la emisión de dinero previa. Como se sabe, o se sabía, toda inflación se combate con una recesión. Después habrá que ver si esa recesión recae con más fuerza sobre el sector público o privado, según hasta dónde decida el estado meter la mano en la realidad. Tomada en su nacimiento, la suba de tasas es un modo rápido de transformar gasto y consumo en ahorro y entonces frenar el calentamiento económico y domar la inflación. 

 

Eso fue lo que ocurrió, poco antes del final de la presidencia de Bush padre, la inflación cedía y la economía se estaba recuperando de la recesión inducida. No lo suficiente para que llegase a ser advertida por el público, lo que le costó la reelección a Bush, pero inició una era de estabilidad que fue la base de la gran presidencia de Bill Clinton, en la que el boom económico “amenazó” con eliminar la deuda externa americana, algo que preocupó al propio Greenspan: “no sabemos cómo controlar la tasa si no tenemos deuda”. Y eso explicó la tremenda frase del presidente derrotado. La decisión de Greenspan, que tanto lo había molestado, significó, en el mediano plazo, un gran progreso para la sociedad norteamericana y hasta mundial. De eso se trataba la independencia del Banco Central, en este caso la FED. 

 

Está claro que esa independencia de los bancos centrales no existe más. El propio Greenspan, tal vez disciplinado por la acusación de Bush padre, ayudó 8 años después al hijo, George W. Bush, a fomentar la burbuja de la exuberancia irracional, (como la definió el propio gurú de las finanzas estadounidenses) que estalló varias veces y seguirá estallando hasta la destrucción total. En su larga e indigerible biografía, Greenspan explica sin explicar, con vergüenza y en un solo párrafo balbuceante, la razón por la que no subió las tasas frente a semejante barbaridad)

 

Dando un salto hasta el presente, el presidente Trump bajó las tasas drásticamente sin razón económica alguna, en procura de tres objetivos: fomentar la demanda interna, bajar el costo de financiamiento del estado y aliviar el peso de la deuda de las empresas y los particulares. De paso, abogó por un dólar “más barato”, otro gesto de voluntarismo también condenado por la ortodoxia, con razón. Fue seguido en esa línea por la UE y el desesperado Japón, por supuesto que por decisión de sus gobiernos, no de sus Bancos Centrales, ahora meros burócratas dependientes. 

 

La tasa cero en EEUU no fue ni es consecuencia de una decisión de ningún mercado, sino fruto de una arbitraria disposición del Ejecutivo, antes y peor ahora, con el gobierno amazónico de Biden. Además de ser aberrante y contraria a todos los principios del capitalismo y la inversión que siempre proviene del ahorro. En el camino quedan varios salvamentos de Bancos y empresas fallidas, que pagó el público estadounidense y mundial, sin CEO’s merecidamente presos. 

 

La baja inflación impide esconder las ineficiencias y los gastos del estado en sus mil maneras y disfraces, y como tal es un testigo de todas las ineficiencias, al igual que el tipo de cambio definido por el mercado. Molestos testigos. 

 

Todos estos conceptos no han sido jamás refutados seriamente, ni estaban en duda, salvo por algunos propulsores de la Moderna teoría monetaria, una suerte de keynesianismo renovado sin demasiada seriedad ni en sus planteos ni en las ecuaciones en que se basaron. 

 

El cierre mundial decretado manu militari (sic) por el miedo a un virus, hizo que instituciones que parecían grandes centros del pensamiento económico recto abrazaran ese keynesianismo. Al grito de “no es momento para preocuparse por el déficit o la emisión”, se anularon de un plumazo las reglas indisputables hasta ese momento. La FED, el FMI, el BCU, y cuanta otra sigla burocrática existiese, se unieron en esa prédica, por supuesto que sin ningún fundamento técnico y meramente pateando para adelante sus efectos. Faltó que esos entes dijeran “en el largo plazo todos estaremos muertos” para que la resurrección de Keynes fuera casi religiosa, dogmática. 

 

El parate mundial, con efectos en la cadena de suministros que un principiante conoce, se agravó por el deliberado intento saboteador y soberbio de querer evitar el cambio climático, lo que, aun suponiendo un atributo del ser humano, se agravó por intentar hacerlo casi de golpe, ante la urgencia del alarido thurnbergiano, simplista e irracional.

 

De ahí a la inflación global hay un paso. Y se dio, empezando por EEUU. A las ya insostenibles declaraciones prepandemia del Departamento del Tesoro y de la FED sobre las bondades de tener una sana inflación y hasta de pautarla – insensatez sostenida antes miles de veces – se unen los efectos de inundar el mercado de subsidios, una forma todavía peor que la renta universal, y consecuentemente de desaforada emisión. Que además aumenta los salarios por encima de toda lógica y viabilidad al competir contra subsidios por no trabajar. 

 

La FED sostuvo al comienzo, grosera y ofensivamente, que la inflación era temporaria. No se trata sólo de un deliberado mal pronóstico. Este 7 y 8% conque finalizará 2021 es un impuesto sobre los ahorros y los patrimonios de todos, que no se revertirá. Porque por ninguna razón se permitirá la deflación, una forma de kryptonita para los mercados de deuda de los grandes fondos. Y sigue. Ahora Paul Krugman, premio Nobel de economía en 2008 y autor de un inmortal Peddling Prosperity que como otros académicos ha olvidado convenientemente, dice que la inflación es buena porque les saca plata a los acreedores y baja el peso de su deuda a los deudores, un argumento digno de viejas tías, suponiendo que no hubieran leído nada de economía. Krugman también ha decidido profundizar en el voluntarismo como teoría central económica. Otro Piketty.

 

El mercado, una mezcla de intereses de todo género donde convergen todos los perfiles y donde algunas voluntades tienen más peso que otras, optan por el momento por la política de “no hagan olas”, y convalidan por ahora estas decisiones que terminan mal, siempre.  Si se observan las tasas implícitas las conclusiones son alarmantes, mientras los grandes fondos y especuladores apuestan para salvarse o para demorar la exhibición de sus pérdidas. Nadie puede predecir el futuro. Pero el camino parece prefijado para empujar a una destrucción de valor muy importante, empezando por la moneda. Eso se llama pobreza. Coeficiente Gini tendiendo a cero, de la peor manera. Igualando hacia abajo. 

 

Lo que lleva a preguntarse cuál es el camino para las economías pequeñas o altamente dependientes. Fácil: no copiar a los gigantes. Aunque como en el caso oriental el sistema de indexación inflacionaria legal-fáctica no augura un buen final, la lucha contra la inflación debe seguir siendo prioritaria. Al menos si se intenta aumentar el bienestar general promedio. Porque como en toda inflación, los que menos tienen sufrirán más. Aunque Krugman crea que eso no ocurre. Probablemente las primeras tres semanas.