Tengo un plan. ¿Tiene? 

Pese a tantos eslóganes y frases de campaña, nadie parece estar listo para gobernar la nave a la deriva

    

 Mi nota en La Prensa 04/08/2023
















Todos los pensadores nacionales parecen estar contestes en que para salir de la trampa en que se ha metido, el país necesita un gobierno que sea capaz de formular y aplicar un plan integral, serio, preciso, riguroso, detallado y orgánico que marque el derrotero de la sociedad en los próximos años y recupere la confianza que se ha perdido en el orden nacional, internacional y acaso en la intimidad de cada uno. Esta afirmación que luce tan sesuda merece algún análisis.

 

Para empezar, eso no parece ser lo que quieren los votantes ni la mayoría de la sociedad, por más que juren lo contrario y repitan el concepto hasta el aburrimiento, al igual que los comunicadores. Es evidente que todos quieren que se abata la inflación, por caso, pero nadie está dispuesto a aceptar que eso se comenzará a lograr solamente si se baja drásticamente el gasto del estado, lo que plantea un problema conocido: todos creen que la parte de ese gasto que los beneficia en algún aspecto es intocable, sagrada y una conquista social. De modo que lo que la sociedad parece esperar es un acto de magia, no un plan. Justamente los subsidios, los planes, las dádivas son responsables de la pobreza de los trabajadores, vía la inflación. 

 

 

Esto se ve muy claro con las subas de tarifas eléctricas, que, pese a ser largamente insuficientes, han creado un enojo que abarca a todos los sectores y que ha alborotado al periodismo que salió rápidamente a explicar el drama social que significaba ese cambio, apenas un modesto comienzo en la reducción del gasto estatal, que se puede aplicar a cualquier decisión en el mismo sentido. Difícil es entender cómo se espera que exista un plan para bajar la inflación sin bajar subsidios y gastos. Por ello la misma ciudadanía pretende que los candidatos la engañen y prometan lo que no pueden cumplir, o eviten decir lo que van a hacer, con lo que se están autocondenando a ser defraudados en todos los casos. En términos técnicos, esto es consecuencia de la maligna distorsión de los precios relativos que crean tanto la inflación como los controles de precios.

 

No es entonces una casualidad que en las encuestas y en todas las elecciones provinciales se advierta una deserción del votante, cansado de que las promesas que se le hacen no se cumplan, pero que al mismo tiempo no está dispuesto a admitir que sólo vota por quien le hace promesas incumplibles. El círculo vicioso de la demagogia que anticipara Tocqueville. 

 

Palpable en la gran cantidad de reportajes – sobre todo a cualquiera que insinúe un freno al dispendio - en los que el entrevistador pregunta al entrevistado “cómo va a hacer para llevar adelante su programa si tiene al Congreso, las provincias y la calle en contra”, lo que constituye en definitiva una invitación a rendirse incondicionalmente al caos. 

 

Tal situación se puede interpretar como que en el ámbito local - y en diversos grados en todo Occidente – la democracia se ha desdibujado y ha perdido su virtuosidad original, porque se han anulado deliberadamente dos de sus principales principios: la educación de las masas y la prédica. (Predicar es persuadir de las propias ideas, no complacer las de los otros) Entonces se llega a esta situación en que la población reclama que se le solucionen todos sus problemas y los políticos tienen miedo de explicarles que tal cosa es imposible, entre otras razones porque su accionar proselitista consiste en todo lo contrario: primero convence a la sociedad de que todos sus problemas pueden ser solucionados por el estado y hasta tiene derecho a reclamarlo, y luego cada uno intenta convencer a esa misma sociedad de que él es el iluminado capaz de realizar semejante milagro. En esas condiciones no solamente no habrá un plan serio, sino que la misma democracia es una pérdida de tiempo. Y de libertad.

 

Algunos ejemplos. El mileísmo de La Libertad Avanza viene proponiendo la reducción del número de ministerios, una medida relativamente modesta pero que podría ser indicadora de una reducción del gasto estatal. De inmediato, frente a la consabida pregunta sobre si pretenden echar gente, su candidato a Jefe de Gobierno afirma que no se echará a nadie, sino que el personal será reubicado en otras áreas del estado donde sea de utilidad. Evidentemente no se ha entendido el problema, no se ha profundizado en la realidad, no se ha dimensionado a fondo el atropello del gasto estatal y el desmadre del empleo público o simplemente no se ha preparado un plan, más allá de lo que se declame. 

 

En los aspectos más complejos también se dan iguales o peores contrasentidos e incongruencias. Varios candidatos sostienen que procederán a dolarizar la economía. Para agregar de inmediato que ello no es posible en el corto plazo porque no hay dólares en la magnitud que hace falta para ese cambio. ¿Eso es un plan o un paper académico? ¿Qué se hará mientras tanto? 

 

En esta propuesta también se está siendo poco serio. No en su formulación, sino en su explicación. La dolarización supone atar las manos del estado para que no gaste lo que no tiene. Atar las manos. Frase dicha por los políticos de un país que hace 30 años que incumple su Constitución y no se da una ley de Coparticipación Federal, dentro de tantas otras cosas que incumple. Al mismo tiempo, tácitamente se está diciendo que se intenta seguir “administrando” el tipo de cambio, que es la concepción culpable de buena parte de todos los problemas recurrentes argentinos. O sea, que la idea que sostienen Bullrich y otros de pedir un gigantesco préstamo para respaldar la dolarización, más allá de si se tiene crédito o no, es la de seguir vendiendo dólares por debajo del valor de mercado para mantener un tipo de cambio controlado. Seguramente se piensa que esta vez funcionará.

 

 

Subyacentemente, ese formato de dolarización intenta fijar un tipo de cambio más o menos arbitrario y convertir a ese precio toda la deuda en pesos del sistema, tanto pública como privada. Como si las Leliq o los plazos fijos fueran un contrato de venta de divisas a futuro. Otro formato de intervención estatal, que difícilmente resuelva el problema de fondo, aunque pueda beneficiar a varios. 

 

Del otro lado están quienes piensan como Rodríguez Larreta, una especie de gradualismo concertado dentro de una suerte de Pacto de la Moncloa de entrecasa , para ir de a poco logrando el crecimiento salvador que haga subir el río para que tape las piedras, o sea para que porcentualmente baje el déficit, el gasto, la deuda y demás. Que es lo que ha fallado desde siempre. Se trata de una promesa que no podrá ser cumplida, y que decepcionará a muchos. 

 

No muy diferente a la idea también anunciada de lograr que Aerolíneas Argentina sea rentable, algo que es lo mismo que decir que no cambiará nada, si se analizan los resultados de iguales objetivos en el pasado. Hay quienes proponen en cambio privatizarla, soslayando que se trata de una empresa que nadie quiere comprar, y que si se vendiese sería para enfrentase en poco tiempo a la obligación de subsidiarla para que sobreviviera, uno de los raros negocios argentinos.

Por supuesto, es mucho más serio – y difícil - de pensar y de decir que se debe hacer un proyecto de cielos abiertos y permitir el establecimiento de cientos de low cost y de quien quiera prestar el servicio. 

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Salir del cepo cambiario, para seguir con el ejemplo, significa unificar el tipo de cambio, como es elemental, pero también significa eliminar el concepto del tipo de cambio administrado, o sea que, además de impedir que el Banco Central emita moneda, como amenazara Milei, habría que impedir que participase del mercado de cambios, del que hoy es la única contraparte legal. Ese es el paso que creará confianza, liberará el comercio internacional, potenciará las exportaciones, sincerará la economía, aumentará la competencia y detendrá la inflación. 

 

¿Se dará tal paso? ¿Se propondrá ese cambio a la ciudadanía? No. Hay un miedo técnico a una disparada del valor del dólar si eso se hace. Miedo o no suficiente análisis. El mercado cambiario libre no es un paralelo oficializado. Es un mercado “blanco”, de fondos blancos, declarados y justificados. “Un mercado libre de cambios tiene el riesgo de que todo el mundo saque sus pesos de los bancos y corra a comprar dólares, con lo que el valor de la divisa puede ser infinito y los precios en pesos seguir igual camino, además de provocar una corrida bancaria”, dicen algunos. Como si eso que se llama anclaje cambiario hubiera dado tan buen resultado hasta ahora. También es terror a predecir -y permitir- la acción humana, cuya imprevisibilidad odian los economistas modernos. Vale una pregunta: cuánto estaría usted dispuesto a

pagar por un dólar? ¿Y cuánto pagaría si la compraventa de divisas fuera libre?

 

¿Y de dónde saldrían los dólares para constituir la oferta de ese mercado y ser cambiados por pesos, si se sostiene que no hay dólares? (Recordar que mercado libre no significa mercado negro). Si se intenta resolver vía cambiaria el problema de los plazos fijos y las Leliqs en pesos, la solución puede tardar indefinidamente. Tratar de resolver la irresponsabilidad bancaria coartando la política cambiaria también puede obrar como un cepo. 

 

Además de la conveniencia de los votantes, que quieren conservar sus planes, sus subsidios, sus tarifas baratas, y que fingen ignorar que todas esas seudo conquistas las paga otro, también luce que está poniéndose demasiado énfasis en la defensa del proteccionismo, y algunos solapados intereses que no deberían ser primordiales en esta discusión, además de que no pareciera que se está extremando el talento en esta instancia.

 

El otro participante de esta historia, el peronismo, no tiene un plan para proponer, y nunca lo tuvo.

 

No se puede discrepar del criterio de que lo importante es tener un equipo respetable y sólido, claro que apoyados en un plan de baja del gasto y el déficit, pese a que ciertamente ese plan no se refleja todavía en las campañas. Los que dicen tenerlos esbozan apenas metas confusas, que a veces no se sustentan con las medidas que se proponen, o suenan a simples expresiones de anhelo.

 

Un plan debe comenzar en varios frentes simultáneamente, aunque el desarrollo de cada acción tome tiempos distintos. Por supuesto requiere el imprescindible apoyo político, un tema no menor. Pero su realización es un tema gerencial, no político. Requiere miles de individuos 

capacitados y conocedores de cada área, que puedan desbrozar la estructura de personal, de gastos, de licitaciones, tercerizaciones, estafas, acomodos, coimas, nepotismos, designaciones de favor, juicios amañados contra el estado, compras de todo tipo, adjudicaciones, creación de reparticiones, observatorios y contrataciones disparatadas de toda clase.

 

Pretender bajar el gasto actuando sobre rubros globales como el monto de jubilaciones o por el estilo puede ser fácil, pero también injusto. El país sufre un gasto estatal desaforado y descontrolado en todas sus jurisdicciones, hasta la más pequeña intendencia o comisaría. Se debe recurrir hasta a convocar el trabajo probono de especialistas y exponer públicamente los delitos y excesos. Hace falta autoridad moral para bajar el gasto. También implementar un sistema nacional de presupuesto base cero en todas las jurisdicciones y aunque no se aplique, comunicar los resultados a la población para que tome conciencia de que se está gastando – en una estimación rápida - 30 o 40 % más de lo necesario. El público debe saber lo que le cuesta el descalabro, y también saber lo que se podría hacer con esos recursos. El presupuesto base cero, conocido en los ámbitos gerenciales pero odiado en las esferas del estado, es un mecanismo central para bajar el gasto estatal.

 

No sería serio afirmar que alguien tiene un plan para la tarea que se avecina. Sólo lineamientos generales en el mejor de los casos. De modo que la ciudadanía corre el riesgo   de volverse a desilusionar, o lo que es peor, de oponerse a la racionalidad de las medidas. Claramente, cualquier proceso de corrección tomará varios años, mucho más que cuatro. Hará falta una combinación de resultados y atributos, suerte, persuasión, liderazgo, tozudez, habilidad, capacidad técnica, grandeza y talento para inspirar a un pueblo. 

 

 

Hay otro riesgo, y es que se termine haciendo lo mismo de siempre, con la esperanza de que, esta vez, se hará bien y dará resultado, esperanza vana. El próximo presidente está condenado prácticamente a refundar la república. Hacen mal en cancelar a Roca. Deberían clonarlo.