Van menos de seis meses

Dardo Gasparre
Más allá del enfoque que cada uno tenga sobre las políticas que se están llevando a cabo, es
indiscutibleque el Gobierno de Cambiemos está enfrentando todos los problemas que componían
la larga herencia kirchnerista y acaso otras más antiguas.
A diferencia de Cristina de Kirchner, que para mantener la iniciativa sobre la agenda inventaba
conflictos, proponía y aprobaba raras leyes de igualdad, vacías de contenido, o iniciaba cruzadas
contra los medios o contra el mundo externo como una suerte de Quijote desaforado, Mauricio Macri 
controla y dicta la agenda política atacando problemas concretos y de interés generalizado.
Los temas que proponía la ex Presidente solían ser épicos y burocráticos, con ataques permanentes a
los derechos de los ciudadanos o por lo menos molestos y lesivos a esos derechos. Sobre todo,
urticantes para la mitad del país, casi matemáticamente y, en general, inconducentes. Cambiemos está
tacleando los temas importantes, a veces urgentes, a veces profundos, a veces de largo aliento, que
dejó palpitando el Gobierno del Frente para la Victoria y sus socios. El cepo, las retenciones, los
pagos de importaciones, el default eterno, la reinserción en el sistema mundial, fueron las urgencias que
encaró, con bastantesolvencia y acierto, con observaciones varias, por supuesto. La apertura de las
discusiones sobre seguridad y reforma política, que ciertamente requerirán políticas de Estado para ser
eficaces, y temas tan variados como la discusión no terminada de Fútbol para Todos o de los medios
oficiales.
Abruma pensar la cantidad y la diversidad de los problemas que se debe atacar, y también da una cierta
tranquilidad saber que se están atacando, por supuesto que con distintos niveles de competencia y
acierto. La deuda con los jubilados, la coparticipación, el blanqueo, la inserción en el comercio mundial,
la reevaluación del Mercosur, son ahora los nuevos temas que aparecen, todos urgentes, pero también
de una enorme complejidad.
Como enmarcando esas políticas viene la escenografía de la lucha contra la inflación, que ocupa el
centro del escenario, aunque no sea el centro de la escena. Cambiemos impone su agenda, pero, 
paradojalmente, no controla a los otros actores políticos, que son los legisladores, ni a la 
Justicia, que seguramente será más adelante otro cambio de fondo a considerar. Esta situación, como
es notorio, lo obliga a negociar, pero no en términos políticos, en el sentido sano del término, sino en
aspectos y especies muy poco apreciados por la ciudadanía y casi nunca tolerados, sobre todo después
del saqueo kirchnerista.
En ese contexto, hay quienes sostienen que Cambiemos está tratando de ganar las elecciones de 2017
y que a partir de allí realizará los grandes cambios, con un Congreso más favorable. Es evidente que
tratará de ganar las próximas elecciones, pero no es tan obvio que tenga vocación y convencimiento
para hacer los cambios que revolucionen la economía y la sociedad. Y aquí llegamos al meollo del asunto.
Quienes criticamos a “apenas 5 meses de asumir” el enfoque económico del Ejecutivo, no desconocemos
el problema que implica un Congreso dominado por peronismos diversos (siempre el peronismo se
muestra con ropajes y papeleses diversos). Tampoco esperamos una solución instantánea, ni ignoramos
la advertencia de: “El país se incendiaría si hubiera un ajuste”. ¿Qué nos preocupa entonces? Aquí va.
-Que en serio se crea que no hace falta bajar el gasto, o que se crea que el gasto hay que bajarlo cuando
haya crecimiento. Eso sería desconocer demasiado el funcionamiento moderno del mundo económico y
de la inversión, para no hablar de los fundamentos económicos sólidos.
-Que no se conozca un plan de equilibrio fiscal de mediano plazo que sirva de marco a la actividad local,
a los inversores, a las empresas y los capitales que quieran radicarse y a quienes quieran arriesgar su
patrimonio en el país. Peor aún, preocupa de que no se advierta la necesidad de confeccionarlo.
-Que el modelo proteccionista militar-peronista que tanto criticamos y que tanto perjudicó al consumidor y
al país por más de 70 años no tenga visos de cambiar, y que, por el contrario, muchos de los defensores y
los beneficiarios de ese modelo sigan siendo protagonistas de la economía del futuro, con todas las mañas
y los perjuicios implícitos.
-Que el transitorio alivio que puedan brindar un endeudamiento fácil pero costoso, un blanqueo fácil pero
dudoso y una exportación primaria que resurgirá casi por su propio peso, obre como un bálsamo que alivie
y que permita finalmente que todo siga igual en el largo plazo. Es decir, que esta etapa sea una de las
tantas fases cíclicas que terminan como sabemos que terminan.
-Que Cambiemos sea apenas una consigna para salir del desastre peronista, pero que se diluya 
antes de ser una propuesta superadora y ganadora como podría ser si en este momento, no dentro 
de un año, se sentaran las bases sólidas de un sistema nuevo, potente y basado en la libertad.
-Que el conformismo de decir: “Estamos mejor que con el kirchnerismo” nos haga bajar la vara o tolerar las
soluciones a medias, o aceptar las reformas parciales, o perpetuar las viejas prácticas.
-Que se pierda el momento y que se terminen camuflando dentro del supuesto nuevo modelo económico
las viejas estructuras, costumbres, vicios y protagonistas.
-Que triunfe la impunidad política, social y económica.
Podríamos repetir lo que hemos dicho tantas veces en términos técnicos o resumir las puntualizaciones de
los economistas más lúcidos de nuestro medio, pero esencialmente este punteo las incluye.
Por eso creemos que no hay que enervar la discusión ni la crítica frente a cualquier proyecto o medida.
Debe ser nuestro aporte como técnicos, como periodistas y como ciudadanos. No se trata de una discusión
académica ni filosófica. Se trata de cambiar el país para que recupere su grandeza.
Echarle la culpa al kirchnerismo sirve para esta vez, no para todas las otras veces pasadas. No para
el futuro. Cambiar de populismo no va a servir, en ningún plano. Por lo menos quien escribe estas líneas
no quiere sentirse responsable por callar ahora.

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