OPINIÓN | Edición del día Martes 04 de Octubre de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

En busca de la juventud perdida


En una muy bien fundamentada nota de Miguel Arregui publicada por El Observador la semana pasada, se plantea el problema de la pirámide poblacional uruguaya y la peligrosa reducción en su base, o sea la falta de jóvenes en la sociedad. La nota finaliza planteando el doble desafío de evitar la fuga de la juventud y de fomentar la inmigración de ese grupo etario.

El planteo, que parece específico, es, sin embargo, esencial y de fondo, lo que se advierte al transformarlo en una simple pregunta: ¿cómo puede Uruguay atraer la inmigración joven? Vamo’ arriba.

El marco elemental es ofrecer un mercado laboral flexible. Se ven claramente en Europa los efectos de mecanismos salariales y laborales rígidos y regimentados combinados con sistemas jubilatorios garantizados a una población que insiste en no morirse: se termina aumentando sistemáticamente la edad jubilatoria y provocando desempleo juvenil por encima del 20%.

La teoría clásica –y única probada– dice que todo aumento poblacional implica una mayor oferta de mano de obra, lo que baja los costos laborales y genera una reactivación económica que permite absorber esa oferta, llevando bienestar en ese proceso. Eso solamente es cierto en un mercado laboral flexible, de oferta y demanda. La rigidez de los mercados –el oriental también– excluye la inmigración masiva y también a los jóvenes uruguayos que quieren trabajar.

En tales condiciones no se puede atraer a la juventud con oportunidades laborales importantes; al contrario, se estaría convocando al subsidio o los planes populistas. Puesto en términos más crudos, el gremialismo, en la concepción actual, condena a los jóvenes, tanto residentes como potenciales inmigrantes, a penar por un empleo, casi con prescindencia de su capacidad y formación.

Siguiendo la línea de pensamiento, debería crearse un escenario de gran participación de empresas e inversión privadas que asegure una demanda de trabajo fluida y diversa, lo que equilibraría los términos y condiciones salariales y tornaría atractiva una radicación personal estable. No resulta fácil imaginar a gran cantidad de jóvenes con ambiciones viniendo a trabajar a ALUR, por ejemplo. De lo contrario, se estaría importando marginales o futuros marginales, lo que menos necesita Uruguay.

No parece que un sistema de proteccionismo, con una renuencia absoluta a la apertura como el actual, responda a las necesidades apuntadas, pero tal es el papel que el sindicalismo de hoy se ha reservado en muchos países; por eso el gobierno de Francia, por caso, está enfrentado con sus centrales obreras para lograr una flexibilización imprescindible que transforme a los mendigos de sus calles en oferta laboral.

Otro imán importante para la juventud es la educación. Desde la inmigración temporaria para asistir a una universidad de prestigio internacional, se llega a la investigación y la fuente de trabajo y la residencia permanente. Una variante de inserción global. Una alternativa potente es fomentar la inversión extranjera y local privada en esos ámbitos. Además de una fuente de prestigio para el país (y de divisas), es un polo de atracción notable y de calidad, sobre todo regional, de docentes y alumnos. Argentina lo hizo por muchos años de modo estúpidamente gratuito. Aquí se puede hacer rentadamente. No es casual que Estados Unidos ofrezca tratamientos preferenciales a los estudiantes universitarios extranjeros, tanto en la inmigración como en el tratamiento económico y fiscal.

Se dirá que es un objetivo utópico. Todos los emprendimientos exitosos lo son en algún momento. Y ciertamente tiene más posibilidades y es más factible que tratar de encontrar petróleo en el mar uruguayo. Basta con abrir el juego a privados para que tomen los riesgos correspondientes. Por supuesto que si se pretende hacerlo vía el Estado, el fracaso es seguro.

Como parte de la oferta, un tratamiento impositivo generoso es imprescindible. Esto se aplicó cuando en 2003 se empezó a recibir a los agricultores y silvicultores argentinos con gran éxito, pero el constante ataque tributario y la persecución de la izquierda en búsqueda de nuevas víctimas hace que resulte difícil que se radiquen nuevos emprendimientos tecnológicos que atraigan a la juventud. No se trata de crear un paraíso fiscal, sino de ser fiscalmente inteligente. La tendencia es todo lo opuesto. La persecución contra el éxito económico o empresario no suele fomentar la inmigración.

La salud ofrece similares oportunidades, si se pueden crear centros regionales prestigiosos, privados y con gran tecnología. Tampoco se trata de un imposible. Los famosos tours hospitalarios de ciudadanos limítrofes a Argentina son un fenomenal negocio, aprovechado por las mafias que cobran por ellos, gracias a la gratuidad ciega del Estado idiota de mi país. ¿Por qué no hacerlo bien y rentadamente y con inversión privada? Implicaría una demanda laboral específica sumamente atractiva, además de una actividad formativa que también fomenta la inmigración.

Por supuesto que, como parte de ese marco, es importante resolver el problema de la inseguridad, que fulmina cualquier proyecto de radicación y que existe y se agrava, pese a las estadísticas oficiales. Se puede creer que no es así. Pero sería una comodidad intelectual no aconsejable a efectos específicos.

Puestos a pensar, seguramente se pueden encontrar muchas otras y mejores ideas, además de exportar dulce de leche con trufas. Convertir el ballet del Sodre en una escuela internacional paga, para citar una. (Previo exorcizar al gremialismo paralizador) La cultura es un fuerte incentivo y un buen negocio, como muchos otros rubros que impliquen una propuesta vital. Basta con tener confianza en los propios recursos y capacidades y convocar a los privados a una inversión y riesgo verdaderos, sin que el Estado, en su afán de meterse en todo, termine en trampas aeronáuticas o petroleras como le ha sucedido y le sucede. De paso las embajadas tendrían una fantástica tarea, además de estrechar vínculos con los países perdedores del mundo.

Porque, en definitiva, lo que hace falta para atraer a los jóvenes del mundo es lo mismo que se requiere para que los orientales no se vayan ni sean desempleados: apertura mental y económica; inversión privada; menos impuestos; menos gasto del Estado; menos subsidios; menos proteccionismo; menos monopolio gremial; menos reglas bondadosas y protectoras; menos populismo jurídico.

Y confianza en las propias fuerzas. Bienvenidos al mundo si se marcha por ese camino. Por supuesto, también se pude elegir llegar a ser tres millones y medio de viejos. l