Perdiendo trenes


Argentina y Uruguay se asemejan en muchos aspectos. Entre otros, en una cierta discapacidad para analizar con objetividad la realidad que los rodea y actuar en consecuencia.

En esa línea han perdido varios trenes en la última década. Lo obvio es lo que se pudo hacer con la combinación de la bonanza de las materias primas y la tasa regalada de interés de los años recientes. Tiene sentido detallar algunas de esas omisiones:

- Crear una nueva infraestructura proyectada hacia el futuro, en cada país y bilateralmente.

- Bajar el gasto del Estado sin pagar un costo social y hacer eficiente la burocracia.

- Reformar el sistema jubilatorio ilusorio y explosivo.

- Sacar del Estado actividades que hace mal, sin el correlativo costo social.

- Crear un fondo anticíclico que permitiera suavizar la contrapartida del cambio irremediable de tendencia.

El listado puede extenderse varias hojas y varias notas. Simplemente no se hizo. La soberbia, la ignorancia, la ideología mal entendida usada como excusa, la burocracia, la inutilidad, la fácil demagogia de repartir y luego ganar elecciones, hicieron que ni siquiera se alcanzara a ver el vagón de cola del convoy.

Otra oportunidad perdida fue la de no abrirse al mercado internacional cuando crecían las exportaciones. Eso habría permitido mantener en caja la inflación, crear trabajo y aumentar el bienestar, como es sabido, y absorber cualquier pérdida de empleo con la demanda laboral de ese crecimiento llovido del cielo. Tampoco se hizo. Se prefirió seguir protegiendo a empresarios y gremios privilegiados que se beneficiaron por vía múltiple en detrimento de la sociedad y tolerar una inflación contenida con manoseo monetario. También aquí llegamos a la estación cuando la formación se había ido.

La combinación de esas medidas habría permitido negociar en serio tratados comerciales y más importante que eso, tener precios competitivos a nivel mundial. Esa posibilidad se ha perdido y no volverá. El mundo va hoy en otro sentido, y no por culpa de Trump, que es un mero símbolo de una tendencia.

Se probó acabadamente el fracaso de las economías planificadas de izquierda o de derecha y de la omnipresencia del Estado. Von Mises y Hayek habrían podido evitarse cientos de páginas de teoría en sus libros y reemplazarlas con una simple enumeración de los resultados de esos divagues y en el Río de la Plata y la pérdida de oportunidades invalorables y únicas.

En el caso específico de Uruguay, perdió la ocasión de transformarse en factor de decisión en el Mercosur, preso su gobierno de un sistema que cree que una doctrina muerta hace mucho es más importante que los intereses del país. También desperdició la trascendente oportunidad de convertirse en el centro financiero y fiduciario de la subregión. Al contrario: perdió el negocio de banca internacional y redujo a cero su presencia regional. Y de paso hirió gravemente la inversión inmobiliaria.

Es cierto que en la autodestrucción del negocio bancario influyó la presión insostenible de las naciones desarrolladas, que buscan la internacionalización de sus instituciones financieras, pero había muchos caminos y variantes por explorar, y no la subordinación resentida y complaciente conque se hizo el cambio a toda velocidad. Del mismo modo que ahora se pliega tardía y extemporáneamente al criterio de sancionar a las jurisdicciones con escasa o nula tributación, criterio fatal para los países emergentes.

En ese paquete están las leyes de lavado y antiterrorismo, que se impulsan ciegamente sin adecuarse a la Constitución y que se tratan de explicar con la necesidad de mantener la nota crediticia, que no sólo no tiene demasiado que ver con la sanción de estas normas sino que probablemente será rebajada de todos modos. Aún si se hubiera tratado de una imposición, se debió comunicar así a la sociedad. Por una u otra razón, todos estos son trenes perdidos, empleos que se fueron o que no fueron, que desgraciadamente no volverán.

La pregunta ahora es hacia dónde ir y cómo ir. Está claro que en la concepción del Frente Amplio, no se debe hacer nada, salvo aumentar los impuestos a diario para no perder ninguna de las conquistas llovidas del cielo y mantener el poder adquisitivo del salario que considera un derecho humano. En esa búsqueda desesperada raspa el fondo de la olla y busca eliminar exoneraciones a las radicaciones, una práctica universal. Como en tantos otros temas, se comporta aquí con desconocimiento y tozuda negación de la realidad.

Por eso es preocupante el conformismo que manifiesta el gobierno con la situación económica, dando por superada la recesión y confiando en una leve recuperación técnica de Argentina y Brasil, igualmente paralizados por su proteccionismo, su populismo, su gasto y su deuda. La esperanza de la regasificadora debería atenuarse para no seguir apostando a pérdida. Sobre la otra esperanza, la de la pastera, esta columna prefiere dejar pendiente su opinión para otra nota, trencito incluido.

No es sencillo imaginar un tratado comercial salvador (digno) con China sin otorgar fuertes reciprocidades, por lo que es predecible que cualquier acuerdo será vetado por el PIT-CNT, que paradojalmente se comporta igual que Donald Trump. Además, el marxismo no está preocupado por crecer, sino por repartir lo que queda. En cambio sí lo está el gobierno, que advierte que la manta se seguirá acortando.

Por eso busca exprimir a las pseudoempresas de servicio para que, vía las tarifas-impuestos que extraen del consumidor cautivo, lo ayuden a paliar el déficit (se le exige eficiencia recaudatoria a las mal llamadas empresas, pero no al resto de la burocracia). Busca también inversiones que serán escasas con la combinación de dólar bajo, costos y salarios altos en dólares, impuestos nuevos cada día, rigidez laboral y con un Mercosur exangüe.

Sin embargo, hay mucho que se puede hacer. Por ejemplo, un tratado con la lógica económico-social y con la realidad. Porque por muchos acuerdos que se firmen, no se vende a precios fuera de mercado. En cambio, con precios competitivos se exporta sin tratado alguno. Usar impuestos para financiar gasto o bienestar es la mejor manera de no crecer, no exportar, no tener inversiones. Más bien es el mejor modo de fundirse.

Uruguay debe dejar de creer que su burocracia puede generarle bienestar, crecimiento o empleo y huir del círculo vicioso de compensar los efectos de una desastrosa ideología vetusta con más gasto, más impuestos y más proteccionismo. Se impone encontrar un nuevo rumbo, una nueva meta, una nueva propuesta. Que, claramente, no estará exenta de sacrificios, que serán la multa por el facilismo y el desperdicio del pasado. El conformismo de hoy demora la aceptación de un fracaso y la búsqueda imperiosa de un nuevo destino común.

Porque cuando un país no sabe adónde va, pierde todos los trenes.