Publicado en El Observardor, 16/02/2022



Acuerdo con el Fondo, desacuerdo con el futuro

 

El nuevo FMI bondadoso y tolerante, es peor que el FMI cuando era malo




 















No hay que hacer demasiado esfuerzo intelectual para comprender que el arreglo de Argentina con el FMI es un salvarropa mutuo, que al ente internacional le permite patear para dentro de dos o tres años el estallido de la consecuencia de haberse convertido en un mascarón político en vez de cumplir con su mandato, su razón de ser y su Convenio Constitutivo. A Argentina, a su vez, le permite continuar su ajuste suicida sobre los jubilados, las Pymes, los cuentapropistas, los productores, y también, aunque nada de esto se haya explicitado, seguir con su cepo cambiario, con sus retenciones a los exportadores y con el sistema de destrucción del comercio internacional. 

 

Permanecerán intocables, o aumentarán, el fenomenal gasto político del peronismo, el gasto de reparto de subsidios a piqueteros y cuanta causa se inventare, las jubilaciones sin aportes – mayores a las jubilaciones legítimas – las concesiones de todo tipo, confesables y no confesables, a China y otros “retornadores”, la protección a los delincuentes disfrazados de mapuches, de consecuencias económicas y geopolíticas, y todo el conglomerado mafioso de gobernadores e intendentes, el mecanismo de gasto colosal que viene creando los desequilibrios presupuestarios más graves e indefendibles, como recordarán Cavallo y sus funcionarios, que no pudieron, aún con el liderazgo de Menem, domeñar el ataque de los sátrapas provinciales y municipales que están siempre a salvo de cualquier ajuste, en especial dentro del peronismo. 

 

En los próximos dos años, en consecuencia, Argentina no hará ningún cambio sobre la situación actual que lo lleve a aumentar su exportación, razón de ser de la misma existencia del Fondo Monetario Internacional. El país seguirá siendo entonces antiproductor, antiexportador, antiempleo y antiPyme. Quienes recorren la historia argentina aún superficialmente, saben que, sin producción agropecuaria, exportación y Pymes, Argentina es una aldea. Y la primera consecuencia económica de esa negación productiva es el desempleo (privado, por supuesto, el empleo público es un oxímoron) que termina con una gran parte de la población convertida en mendigo y esclavo del estado. Esta es la evidencia, no la opinión, que surge de leer lo que hasta ahora se ha dejado trascender del acuerdo.  Y lo que no se ha dejado trascender. 

 

A partir de 2024, con la actual situación agravada por esta especie de permiso para seguir matando a Argentina, recién se empezará a discutir en serio cómo se paga la deuda al FMI, junto a la otra deuda externa, de un valor equivalente, por juicios que se están sustentando en el CIADI y juzgados internacionales, las LELIQS, la deuda en pesos sobre la que se prefiere no hablar, los intereses y pagos futuros de bonos refinanciados y un presupuesto nacional más o menos en serio. La corrupción, el gasto político de cargos inventados con nombres ridículos para ser ocupados por amigos, amantes y favorecedores, han quedado subsumidos en lo que se llama pomposamente “acuerdo con el Fondo Monetario”. 

 

Por supuesto que lo que quedará del aparato productivo a esa altura serán algunos héroes-rehenes empecinados y suicidas y no mucho más, ni juventud trabajadora y pujante, ni adaptación a las nuevas tecnologías, negocios y hábitos de consumo, sin siquiera la educación residual sarmientina, reemplazada por el adoctrinamiento y el analfabetismo con diploma que se ha impuesto, como un derecho humano al suicidio colectivo. 

 

El movimiento peronista, estratégicamente dividido (como en toda su historia) votará por la aprobación al acuerdo, con su oposición propia, dirigida por el delfín designado de su jefa. La oposición izquierdista es probable que se abstenga, si no es suficientemente incentivada por el gobierno. Juntos por el Cambio comenzó por decir que no pondrá piedras al arreglo, pero a último momento parece digerir que, enredado en su dialéctica radical (pecado original) puede haberse olvidado de lo que le conviene al país, en vez de privilegiar sus conveniencias partidarias. Embelesados de nuevo por centésima vez por la trampa peronista, no quieren aparecer como negándose a un acuerdo que la prensa y los economistas repetidores le han hecho creer que es fundacional, cuando tiene toda la apariencia de ser un acuerdo fundicional.  Y aquí cabe una aclaración necesaria: claro que Argentina debe hacer un colosal ajuste. No solamente del déficit, sino del gasto, desmadrado, politizado, mafioso, partida por partida y meduloso, no tomando tres grandes rubros y bajándolos a cachetazos vía inflación. Y debe también tomarse varios años en corregir la distorsión de precios relativos originada por esa inflación facilista y populista que ha sido la contrapartida de su generosidad subsidiadora y su incapacidad de gobernar. (Y que Macri financió sin comprender que caería sobre su cabeza)

 

Y hay otro ajuste más importante. El de las expectativas. El de las demandas. Por una mezcla de razones, electorales, populistas, de exigencias populares y de promesas, la sociedad argentina hace décadas que vive el ensueño de que, sin un esfuerzo previo, sin trabajo, sin éxito, sin inversión y sin educación ni ahorro, se puede subsistir con la ayuda del estado y los piquetes. Si eso no se cambia, todo lo que se firme no tienen ningún valor. Este seudoacuerdo, en rigor una postergación de la quimio, convalida esa creencia mágica y hace creer que es posible continuar con el sueño de gratuidad inflacionaria, convirtiendo cada necesidad o expectativa en un derecho impostergable y ante el que nada puede oponerse. El derecho soberano de someterse al estado y fundir al país. 

 

En tal sentido, este acuerdo es un “siga, siga”, como diría algún árbitro futbolero. Y este árbitro, el FMI, también parece estar incentivado. El supuesto arreglo plantea el peor formato de ajuste que se pueda concebir y deja sin ninguna oportunidad a Argentina, al borde del desgarro integral.