Tengo un plan. ¿Tiene? 

Pese a tantos eslóganes y frases de campaña, nadie parece estar listo para gobernar la nave a la deriva

    

 Mi nota en La Prensa 04/08/2023
















Todos los pensadores nacionales parecen estar contestes en que para salir de la trampa en que se ha metido, el país necesita un gobierno que sea capaz de formular y aplicar un plan integral, serio, preciso, riguroso, detallado y orgánico que marque el derrotero de la sociedad en los próximos años y recupere la confianza que se ha perdido en el orden nacional, internacional y acaso en la intimidad de cada uno. Esta afirmación que luce tan sesuda merece algún análisis.

 

Para empezar, eso no parece ser lo que quieren los votantes ni la mayoría de la sociedad, por más que juren lo contrario y repitan el concepto hasta el aburrimiento, al igual que los comunicadores. Es evidente que todos quieren que se abata la inflación, por caso, pero nadie está dispuesto a aceptar que eso se comenzará a lograr solamente si se baja drásticamente el gasto del estado, lo que plantea un problema conocido: todos creen que la parte de ese gasto que los beneficia en algún aspecto es intocable, sagrada y una conquista social. De modo que lo que la sociedad parece esperar es un acto de magia, no un plan. Justamente los subsidios, los planes, las dádivas son responsables de la pobreza de los trabajadores, vía la inflación. 

 

 

Esto se ve muy claro con las subas de tarifas eléctricas, que, pese a ser largamente insuficientes, han creado un enojo que abarca a todos los sectores y que ha alborotado al periodismo que salió rápidamente a explicar el drama social que significaba ese cambio, apenas un modesto comienzo en la reducción del gasto estatal, que se puede aplicar a cualquier decisión en el mismo sentido. Difícil es entender cómo se espera que exista un plan para bajar la inflación sin bajar subsidios y gastos. Por ello la misma ciudadanía pretende que los candidatos la engañen y prometan lo que no pueden cumplir, o eviten decir lo que van a hacer, con lo que se están autocondenando a ser defraudados en todos los casos. En términos técnicos, esto es consecuencia de la maligna distorsión de los precios relativos que crean tanto la inflación como los controles de precios.

 

No es entonces una casualidad que en las encuestas y en todas las elecciones provinciales se advierta una deserción del votante, cansado de que las promesas que se le hacen no se cumplan, pero que al mismo tiempo no está dispuesto a admitir que sólo vota por quien le hace promesas incumplibles. El círculo vicioso de la demagogia que anticipara Tocqueville. 

 

Palpable en la gran cantidad de reportajes – sobre todo a cualquiera que insinúe un freno al dispendio - en los que el entrevistador pregunta al entrevistado “cómo va a hacer para llevar adelante su programa si tiene al Congreso, las provincias y la calle en contra”, lo que constituye en definitiva una invitación a rendirse incondicionalmente al caos. 

 

Tal situación se puede interpretar como que en el ámbito local - y en diversos grados en todo Occidente – la democracia se ha desdibujado y ha perdido su virtuosidad original, porque se han anulado deliberadamente dos de sus principales principios: la educación de las masas y la prédica. (Predicar es persuadir de las propias ideas, no complacer las de los otros) Entonces se llega a esta situación en que la población reclama que se le solucionen todos sus problemas y los políticos tienen miedo de explicarles que tal cosa es imposible, entre otras razones porque su accionar proselitista consiste en todo lo contrario: primero convence a la sociedad de que todos sus problemas pueden ser solucionados por el estado y hasta tiene derecho a reclamarlo, y luego cada uno intenta convencer a esa misma sociedad de que él es el iluminado capaz de realizar semejante milagro. En esas condiciones no solamente no habrá un plan serio, sino que la misma democracia es una pérdida de tiempo. Y de libertad.

 

Algunos ejemplos. El mileísmo de La Libertad Avanza viene proponiendo la reducción del número de ministerios, una medida relativamente modesta pero que podría ser indicadora de una reducción del gasto estatal. De inmediato, frente a la consabida pregunta sobre si pretenden echar gente, su candidato a Jefe de Gobierno afirma que no se echará a nadie, sino que el personal será reubicado en otras áreas del estado donde sea de utilidad. Evidentemente no se ha entendido el problema, no se ha profundizado en la realidad, no se ha dimensionado a fondo el atropello del gasto estatal y el desmadre del empleo público o simplemente no se ha preparado un plan, más allá de lo que se declame. 

 

En los aspectos más complejos también se dan iguales o peores contrasentidos e incongruencias. Varios candidatos sostienen que procederán a dolarizar la economía. Para agregar de inmediato que ello no es posible en el corto plazo porque no hay dólares en la magnitud que hace falta para ese cambio. ¿Eso es un plan o un paper académico? ¿Qué se hará mientras tanto? 

 

En esta propuesta también se está siendo poco serio. No en su formulación, sino en su explicación. La dolarización supone atar las manos del estado para que no gaste lo que no tiene. Atar las manos. Frase dicha por los políticos de un país que hace 30 años que incumple su Constitución y no se da una ley de Coparticipación Federal, dentro de tantas otras cosas que incumple. Al mismo tiempo, tácitamente se está diciendo que se intenta seguir “administrando” el tipo de cambio, que es la concepción culpable de buena parte de todos los problemas recurrentes argentinos. O sea, que la idea que sostienen Bullrich y otros de pedir un gigantesco préstamo para respaldar la dolarización, más allá de si se tiene crédito o no, es la de seguir vendiendo dólares por debajo del valor de mercado para mantener un tipo de cambio controlado. Seguramente se piensa que esta vez funcionará.

 

 

Subyacentemente, ese formato de dolarización intenta fijar un tipo de cambio más o menos arbitrario y convertir a ese precio toda la deuda en pesos del sistema, tanto pública como privada. Como si las Leliq o los plazos fijos fueran un contrato de venta de divisas a futuro. Otro formato de intervención estatal, que difícilmente resuelva el problema de fondo, aunque pueda beneficiar a varios. 

 

Del otro lado están quienes piensan como Rodríguez Larreta, una especie de gradualismo concertado dentro de una suerte de Pacto de la Moncloa de entrecasa , para ir de a poco logrando el crecimiento salvador que haga subir el río para que tape las piedras, o sea para que porcentualmente baje el déficit, el gasto, la deuda y demás. Que es lo que ha fallado desde siempre. Se trata de una promesa que no podrá ser cumplida, y que decepcionará a muchos. 

 

No muy diferente a la idea también anunciada de lograr que Aerolíneas Argentina sea rentable, algo que es lo mismo que decir que no cambiará nada, si se analizan los resultados de iguales objetivos en el pasado. Hay quienes proponen en cambio privatizarla, soslayando que se trata de una empresa que nadie quiere comprar, y que si se vendiese sería para enfrentase en poco tiempo a la obligación de subsidiarla para que sobreviviera, uno de los raros negocios argentinos.

Por supuesto, es mucho más serio – y difícil - de pensar y de decir que se debe hacer un proyecto de cielos abiertos y permitir el establecimiento de cientos de low cost y de quien quiera prestar el servicio. 

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Salir del cepo cambiario, para seguir con el ejemplo, significa unificar el tipo de cambio, como es elemental, pero también significa eliminar el concepto del tipo de cambio administrado, o sea que, además de impedir que el Banco Central emita moneda, como amenazara Milei, habría que impedir que participase del mercado de cambios, del que hoy es la única contraparte legal. Ese es el paso que creará confianza, liberará el comercio internacional, potenciará las exportaciones, sincerará la economía, aumentará la competencia y detendrá la inflación. 

 

¿Se dará tal paso? ¿Se propondrá ese cambio a la ciudadanía? No. Hay un miedo técnico a una disparada del valor del dólar si eso se hace. Miedo o no suficiente análisis. El mercado cambiario libre no es un paralelo oficializado. Es un mercado “blanco”, de fondos blancos, declarados y justificados. “Un mercado libre de cambios tiene el riesgo de que todo el mundo saque sus pesos de los bancos y corra a comprar dólares, con lo que el valor de la divisa puede ser infinito y los precios en pesos seguir igual camino, además de provocar una corrida bancaria”, dicen algunos. Como si eso que se llama anclaje cambiario hubiera dado tan buen resultado hasta ahora. También es terror a predecir -y permitir- la acción humana, cuya imprevisibilidad odian los economistas modernos. Vale una pregunta: cuánto estaría usted dispuesto a

pagar por un dólar? ¿Y cuánto pagaría si la compraventa de divisas fuera libre?

 

¿Y de dónde saldrían los dólares para constituir la oferta de ese mercado y ser cambiados por pesos, si se sostiene que no hay dólares? (Recordar que mercado libre no significa mercado negro). Si se intenta resolver vía cambiaria el problema de los plazos fijos y las Leliqs en pesos, la solución puede tardar indefinidamente. Tratar de resolver la irresponsabilidad bancaria coartando la política cambiaria también puede obrar como un cepo. 

 

Además de la conveniencia de los votantes, que quieren conservar sus planes, sus subsidios, sus tarifas baratas, y que fingen ignorar que todas esas seudo conquistas las paga otro, también luce que está poniéndose demasiado énfasis en la defensa del proteccionismo, y algunos solapados intereses que no deberían ser primordiales en esta discusión, además de que no pareciera que se está extremando el talento en esta instancia.

 

El otro participante de esta historia, el peronismo, no tiene un plan para proponer, y nunca lo tuvo.

 

No se puede discrepar del criterio de que lo importante es tener un equipo respetable y sólido, claro que apoyados en un plan de baja del gasto y el déficit, pese a que ciertamente ese plan no se refleja todavía en las campañas. Los que dicen tenerlos esbozan apenas metas confusas, que a veces no se sustentan con las medidas que se proponen, o suenan a simples expresiones de anhelo.

 

Un plan debe comenzar en varios frentes simultáneamente, aunque el desarrollo de cada acción tome tiempos distintos. Por supuesto requiere el imprescindible apoyo político, un tema no menor. Pero su realización es un tema gerencial, no político. Requiere miles de individuos 

capacitados y conocedores de cada área, que puedan desbrozar la estructura de personal, de gastos, de licitaciones, tercerizaciones, estafas, acomodos, coimas, nepotismos, designaciones de favor, juicios amañados contra el estado, compras de todo tipo, adjudicaciones, creación de reparticiones, observatorios y contrataciones disparatadas de toda clase.

 

Pretender bajar el gasto actuando sobre rubros globales como el monto de jubilaciones o por el estilo puede ser fácil, pero también injusto. El país sufre un gasto estatal desaforado y descontrolado en todas sus jurisdicciones, hasta la más pequeña intendencia o comisaría. Se debe recurrir hasta a convocar el trabajo probono de especialistas y exponer públicamente los delitos y excesos. Hace falta autoridad moral para bajar el gasto. También implementar un sistema nacional de presupuesto base cero en todas las jurisdicciones y aunque no se aplique, comunicar los resultados a la población para que tome conciencia de que se está gastando – en una estimación rápida - 30 o 40 % más de lo necesario. El público debe saber lo que le cuesta el descalabro, y también saber lo que se podría hacer con esos recursos. El presupuesto base cero, conocido en los ámbitos gerenciales pero odiado en las esferas del estado, es un mecanismo central para bajar el gasto estatal.

 

No sería serio afirmar que alguien tiene un plan para la tarea que se avecina. Sólo lineamientos generales en el mejor de los casos. De modo que la ciudadanía corre el riesgo   de volverse a desilusionar, o lo que es peor, de oponerse a la racionalidad de las medidas. Claramente, cualquier proceso de corrección tomará varios años, mucho más que cuatro. Hará falta una combinación de resultados y atributos, suerte, persuasión, liderazgo, tozudez, habilidad, capacidad técnica, grandeza y talento para inspirar a un pueblo. 

 

 

Hay otro riesgo, y es que se termine haciendo lo mismo de siempre, con la esperanza de que, esta vez, se hará bien y dará resultado, esperanza vana. El próximo presidente está condenado prácticamente a refundar la república. Hacen mal en cancelar a Roca. Deberían clonarlo.                                                       

 

 

 

 






Publicado en Contraviento.uy 07/03/2023


La rara democracia sindical oriental


 


 

La izquierda, ahora unificada con el sindicalismo sincerado, suele clamar por democracia y diálogo cuando pierde, aunque en realidad se sabe que nunca es democrática, salvo el nombre que suele dar a sus seudorepúblicas y sistemas políticos que en tantas épocas y en tantas partes del mundo terminaron siempre en dictaduras y miseria. Esto no es una opinión. 

 

Se trata de una evidencia repetida hasta el aburrimiento, que obviamente el materialismo dialéctico, hoy renombrado como relato, niega por sistema o insulto, sin molestarse en rebatirla ni en ofrecer prueba en contrario. 

 

Esta semana el sindicalismo estatal ha vuelto a dar pruebas de la falta de respeto por la ley y la voluntad de la mayoría, en estricta defensa de las posiciones políticas del Frente Amplio, no de los trabajadores que, también supuestamente, dice representar. 

 

La lucha contra el estado explotador


Se deja deliberadamente para otro momento analizar si puede existir un sindicalismo contra el estado-patrón, concepto que encierra una contradicción de base en una ideología que considera que el estado siempre tiene razón, y sabe mucho mejor que los individuos lo que es mejor para cada uno, y le provee de felicidad, seguridad y bienestar. Y de trabajo, o de sueldo. O de subsidio.  

 

O, si se quiere ver de otra manera, forma parte del exceso de materialismo dialéctico que reemplaza la realidad con palabras, o para mejor decir: “si no lo dirijo yo, el estado es mi enemigo”.

 

El sindicato de trabajadores de OSE decidió parar por 48 horas en oposición al proyecto oficial Neptuno, que intenta tomar las aguas del Río de la Plata en Arazatí, para tratar de resolver el racionamiento del líquido que pende de las cabezas uruguayas con cada seca, y que debió encararse hace mucho. 

 

El punto ni siquiera pasa por la discusión sobre el valor del proyecto o sobre el lugar o el modo. Seguramente la izquierda prefiere que se racione el agua, ya que el racionamiento es esencial al comunismo, sus sucesores y sinónimos. Pero la cuestión es que los gremios no tienen autoridad ni derecho de ningún tipo a realizar huelgas, paros o tomas de ninguna clase para influir en una política del estado, una decisión gubernamental o una medida cualquiera.  

 

Doblando el brazo del estado


Su función y su límite es la defensa del salario y las condiciones laborales de los trabajadores, dentro de los andariveles de la ley, además. En ninguna parte les está permitido usar el recurso de la acción directa para forzar la mano de las autoridades. Por supuesto que pueden ejercer su derecho a protestar a criticar o a manifestarse, en su condición de ciudadanos. Nunca usando herramientas de coerción de ningún tipo. 

 

No es muy distinto el caso del paro de 48 horas decidido en una escuálida asamblea a mano alzada, (la cacareada democracia directa es una forma de unicato y voto por miedo, trueque y presión) conque el sindicato de profesores secundarios ha decidido sabotear el comienzo de las clases porque sus directivos se oponen a las modificaciones en el sistema nacional de enseñanza. También, de paso, despreciando necesidades básicas de la población y aún de los futuros trabajadores. 

 

La política educativa, como la política hídrica y energética, son cuerda de las autoridades elegidas democráticamente, y no hay otro sistema previsto para establecerlas, aplicarlas y desarrollarlas. Ni el personal de OSE, ni el personal docente, deben inmiscuirse en esas tareas de gobierno, ni pueden hacerlo, fuera del derecho a manifestar su protesta como ciudadanos. 

 

El gremio como arma política


Utilizar el paro, la huelga, la toma de fábricas, establecimientos o colegios para forzar esas decisiones es anticonstitucional y antidemocrático y se encuadra en muchos casos en el delito de sedición, aunque suene fuerte decirlo en el marco de permisividad y prepotencia con que se han burlado hasta disposiciones de la mismísima OIT. Y aún habría que agregarle la peligrosa cuota de corporativismo que esas actitudes tienen. 

 

Esto es todavía menos democrático cuando esas actitudes se toman sin contar con la anuencia de la mayoría de los trabajadores, y a veces, sin contar siquiera con la mayoría de los afiliados, y otras veces, con parodias de asambleas que no respetan normas elementales de democracia interna, al mejor estilo madurista. 

 

Esta columna, desde 2019, viene advirtiendo sobre el riesgo - más bien sobre la certeza - del uso de la herramienta sindical como ariete político de la izquierda, que repugna a los principios republicanos y de representatividad que conforman lo que se conoce como democracia moderna, por mucho que se trate de bastardear y distorsionar ese concepto. Y por mucho que moleste a quienes, desde los extremos de izquierda y derecha, han tratado y tratan de usar a los trabajadores como peones sacrificables en el ajedrez del poder. 

 

Es sabido y hasta demostrable que los sindicatos proteccionistas terminan por ayudar solamente a sus dirigentes, y perjudicar a quienes pugnan por conseguir trabajo, al sabotear los nuevos emprendimientos e inversiones, y al hacer inviables los términos de contratación de los individuos, empezando por el atraso y la inadecuación de la educación. De modo que tal comportamiento, como el del escorpión de la fábula, está en su naturaleza. 

 


Publicado en Contraviento el 17 de enero de 2023


El fraude es la democracia




La nota debería tener un subtítulo: Las advertencias que Uruguay prefiere no oír. Ni leer, habría que agregar, pero sería muy largo.

El presurosamente llamado “golpe de estado” que motivara el unánime repudio de los alineados en las filas del marxismo redivivo internacional y la genuflexa, urgente y temerosa adhesión de la corporación política internacional a la defensa de la democracia de Brasil (sistema que parece que no hubiera existido nunca en su historia hasta hace dos semanas)  guardan una cierta similitud con el ataque de Pearl Harbor y el de las Torres gemelas, no tanto por su gestación, tolerancia, autoría estimulada o no, consentida o no, usada o no, sino por los efectos que desataron esos hechos, que tuvieron el mérito – ponele, dirían los tuiteros – de cambiar la opinión pública local y mundial de un momento a otro, sin necesidad de retractaciones ni fundamentación.

De ser percibido como un corrupto, condenado por la justicia como coimero, populista irresponsable ganador de la presidencia ajustada y dudosamente, acusado de fraude electoral (esto último no le consta a esta columna) condicionado por una mayoría parlamentaria que teóricamente le impediría cualquier desvarío populista, limitado por relevantes e influyentes gobernadores de la oposición y vigilado atentamente por el sistema financiero internacional (que tampoco quiere decir gran cosa), Lula da Silva ha pasado de un plumazo a ser un paladín fundador del derecho y la institucionalidad, un mártir democrático, una víctima de la turba destituyente dirigida por la derecha, turba que, cuando destruye el orden público, las instituciones y el respeto por los bienes comunes y privados en nombre del planteo estatista-redistribucionista-socialista se autodenomina democracia directa o protesta popular.

El Ejecutivo brasileño ha conseguido súbitamente un amplio y largo crédito de opinión mediática global que le permite y permitirá atacar y paralizar a sus rivales por un largo rato, y también en nombre de la equidad, desparramar impuestos sobre los patrimonios privados, beneficiar a las empresas y sindicatos prebendarios de siempre y mantener incólume y saludable el camino de la droga, una versión carioca devaluada del Camino de la Seda chino. ¿Quién le reprochará a Lula cualquier desaguisado que haga, en cualquier tema? Tampoco será cuestionada la lenidad de varios de los ministros de la Corte, que quedó tantas veces expuesta durante la dura lucha del juez Moro para evitar el prevaricato durante los juicios del Lava Jato al entonces ex y ahora nuevo mandatario, ya que se sabía que si los juicios pasaban al terreno federal la absolución era automática. La similitud con su cuasi homónimo juez de la Corte de Moraes lo es sólo en el nombre. Suficiente explicación.

Luiz Inácio tiene ahora el camino expedito para hacer con Brasil lo que hizo Cristina y su partido en Argentina, lo que hacen Castillo, Boric, Petro, Lagarde, Ghebreyesus, von der Leyen, Georgieva y otros portaestandartes del Gran Reseteo, la Agenda 2030 o como se le quiera llamar, incluyendo al Partido Demócrata norteamericano, ahora copado por las Ocasio, las Warren, las Pelosi, y los Sanders, no muy distintos en su accionar a sus colegas latinoamericanos, que consiste en someter al mundo a la dependencia del estado, por medio de nuevos impuestos, inflación, deuda, y reparto, no en base a ninguna teoría seria económica, sino al voluntarismo, la prepotencia y el abuso de una circunstancial mayoría que trata siempre de eternizarse en el poder. En ese camino, que choca de frente contra la acción humana cuya resultante es finalmente la economía, tras el eterno fracaso del reparto y del providencial estatismo, se recurre al paso siguiente de paralizar o eliminar también la libertad, incómodo obstáculo para la marxburocracia.

Porque esa unanimidad en la defensa de la democracia que abarca desde Biden a Fernández, desde Macron a López Obrador,  no incluye la defensa de la Libertad, que es esencial al ser humano, y la razón de ser de todo sistema de convivencia. Se ha divorciado la democracia de la Libertad, que no son sinónimos, como enseña la historia hasta el cansancio. La democracia sólo lo es cuando implica la división y contralor de poderes, la alternancia, el derecho y el respeto por las minorías, enemigos del Gran Reseteo y de la Agenda 2030.

 No se trata de ignorar o tolerar la gravedad de los hechos en Brasilia, como tampoco se puede ignorar la irresponsabilidad de Bolsonaro, como antes la de Trump, al dejar huérfanos de conducción a sus seguidores, en definitiva, la oposición que supone controlar al gobierno. Alguien debe poner en caja semejante fuerza, igual y equivalente a la mayoría. Y por supuesto, alguien debe ser igual de duro con las represalias y las declaraciones/declamaciones cuando el vandalismo es disfrazado de “legítimo reclamo popular”.

Pero esta nota no trata de Brasil. Trata de Uruguay. De su ilusa creencia de que el futuro será como el pasado. De su esperanza de que un gobierno afín a la Patria Grande, a la reivindicación fácil y a los formatos solidaristas de reparto urgente, no carcoma la Libertad ni las instituciones, respete seriamente a las minorías, se apegue a la división y contralor de poderes y luego esté dispuesto a irse si pierde en las urnas. Pero no funciona así. Hay un modo muy simple de perpetuarse en el poder: saturar de impuestos que nunca se retrotraerán; preñar el presupuesto de subsidios, conquistas sociales, empleos vitalicios, redistribuciones de riqueza, indigenismo exacerbado, rentas universales, y hacérselo pagar a algunos hasta empobrecerlos y hasta que alcance. Así no sólo se obtiene la permanencia in aeternum, sino que se asegura que, si por casualidad se perdiese el poder, quién continuase estará condenado al fracaso, y garantiza el retorno del neomarxismo o del marxismo a secas, aunque se rechace el término insidiosamente.

Hay una constante para anular la división y contralor de poderes, que no se advierte sólo en la condenada Cristina, sino que se repite en todos los discursos llamados progresistas, que va unida a la prédica de una democracia popular de voto casi a mano alzada, al lawfare que excluye y denigra a la Justicia, a la negación del republicanismo, que es la auténtica garantía de libertad y de derechos. Toda censura o cancelación, imposición de costumbres, preferencias, prácticas, lenguaje, garantismo, organismos de orientación del pensamiento, wokismo o como se llamare, es un retorno al viejo materialismo dialéctico, que subyace en lo más profundo de la misma idea de siempre: destruir al capitalismo. Póngale el nombre que quiera, es dictadura de masas, aunque sea por la mayoría de los votos. Si a eso se agrega le deseducación deliberada, la sumisión a la limosna estatal, el miedo inducido a vivir y mejorar, la destrucción del empleo y la educación, la alegre redistribución de imuestos confiscatorios,  la democracia se transforma en una larga fila de zombis que votan a mano alzada. Porque el fraude no está en el voto La democracia, en esas condiciones, es un fraude. La Libertad no existe. 

El mundo de las grandes potencias, que ha digerido las dictaduras de Venezuela e Irán como tolerables por estar empetroladas, o que amenaza con el peor de los socialismos autocráticos en Europa, no es referente ni garantía. Al contrario. Es un riesgo. El proteccionismo global empresario prebendario y gremial, que tantas veces fracasara, ahora se reimplanta con nuevos nombres y nuevas excusas. Las pequeñas economías sólo pueden perder en esas condiciones. También evidencia empírica y teórica que se cancela de prepo, sin ninguna base seria y a puro rigor de relato.

El futuro oriental en manos de un gobierno de ese estilo lulista-cristinista-castillista-castrista-chavista-Patria Grande pasará básicamente por el impuestazo vengativo y empobrecedor que se redistribuirá infaliblemente, creen, por medio de la fatal y arrogante burocracia, seguramente convenciendo a muchos de que “esta vez” se castigará a los privados, a los ahorros y al capital, no a las empresas ni al campo, que serán en el paso siguiente ordeñados como nuevos Elois por los Morlocks distribucionistas. (Googlear). Viejo truco similar al ayer vinieron por ti, hoy vinieron por mí. Una vez que se produzca la dependencia del individuo del gasto del estado y la pobreza sea generalizada, el resto es de fácil consecución.

Como en el viejo cuento de Perrault, el lobo siempre se disfraza de abuelita, Caperucita Roja siempre se deja engañar y cuando descubre los colmillos ya es tarde. Salvo que ahora no habrá leñador que la rescate.