El cepo cambiario


Escribe: Dardo Gasparré (Marzo de 1991 - Ámbito Financiero)


El equipo económico ha esbozado que el tipo de cambio que tratará de mantener será el que resulte de dividir la base monetaria por el total de reservas disponibles. Prescindiendo de las posibilidades .de lograr tal propósito, es útil concentrarse en el análisis del concepto. En el camino a ganar el Premio Nobel a la originalidad en los enfoques económicos, en los últimos meses  hemos inventado una nueva manera de fijar la paridad cambiaria. El método consiste en suponer que todos los tenedores de australes quieren cambiarlos por dólares, y que los tenedoras particulares de dólares, no quieren  venderlos. Entonces se supone que el Estado vendería, llegado el caso, todas sus tenencias para satisfacer la demanda al cociente resultante, que sería entonces el tipo de cambio adecuado.

Este sofisma sobre teoría económica, evidencia un desconocimiento del comportamiento humano, una omisión de la dinámica del mundo real, y un avanzado grado de estatismo en sus dos acepciones: la de intervención estatal, y la de parálisis absoluta.

Ni todos los tenedores de australes quieren siemprecomprar dólares, ni todos los tenedores de dólares están siempre dispuestos a venderlos o a conservarlos, ni el Estado vendería todas sus reservas, ni la oferta y demanda financiera es el único factor influyente en la determinación del tipo de cambio. Si el mundo entero, inspirado en nuestro invento, utilizara este método a partir de mañana, se generaría el mayor colapso en la historia de la humanidad.

¿Por qué entonces, profesionales capaces, serios y honestos insisten en esta idea que es una suerte de prima cercana de la tan preconizada dolarización, otro dislate inaplicable?

Para encontrar la respuesta debe recordarse que todas las monedas en el mundo moderno son fiduciarias, es decir, se basan exclusivamente en la confianza que merece cada país y cada sistema, y no en el nivel de reservas, en la deuda externa o interna ni en ninguna otra relación financiera. La cotización de esas monedas, se determina, en el largo plazo, por el equilibrio de precios entre sus mercados interno y externo, el balance comercial y el balance de pagos, y en el corto plazo, por las relaciones entre las tasas de interés de economías equivalentes y otras consideraciones financieras.  Circunstancialmente, se pueden suavizar o moderar levemente ciertas tendencias, como cuando los bancos centrales europeos compran o venden dólares de común acuerdo con la Reserva Federal estadounidense.

Por supuesto que si un país emite enloquecidamente, pierde el control de su presupuesto, paga tasas de interés exageradas, contrae deudas impagables y es devorado por los intereses creados, su moneda caerá, pero no será por una relación matemática, sino por una pérdida de confianza generalizada. Como un banco desprestigiado pierde sus depósitos porque todos retiran al mismo tiempo, un país desprestigiado pierde su moneda porque todos la cambian al mismo tiempo por cualquier otro bien.  Pero colegir que entonces el tipo de cambio es la resultante de esa justificada histeria, es sacarle el cuerpo al problema real y convalidar la situación.

Dicho en otras palabras, lo que ocurre es que la ciudadanía no tiene la más mínima pizca de confianza. Entonces, aún a un nivel de circulante relativamente bajo, cualquier emisión produce una caída en el valor de la moneda porque para el observador avezado, dicha emisión preanuncia nueva inflación y nuevo déficit y obliga al gobierno a influir tasas de interés ridículas para frenar la espiral.

Cuando alguien aboga por la dolarización o por cualquier algoritmo que resulte similar, lo que hace es declararse impotente para eliminar el déficit fiscal, o mejor dicho, para continuar bajando el gasto público, lo que en realidad es el centro del problema. Entonces, trata de atar las manos dispendiosas del Estado con estos cepos cambiarios, que no solo fracasan al poco tiempo, sino que también son un cepo para la economía interna, que termina muriendo apretada entre las tasas de interés, los impuestos que ya no puede pagar, y la recesión y el desempleo crecientes.

. Cepo

Se trata así de ganar tiempo mientras se reduce el déficit, lo que se intenta hacer con impuestos que solo se recaudan en una escala logarítmica decreciente, y al mismo tiempo se espera convencer a los diversos sectores (públicos y privados), de que el gasto debe ser bajado y es  aún bajable, cosa que ninguno de los sectores disputa, salvo cuando la baja del gasto lo afecta directamente,  en cuyo caso alega una emergencia impostergable, o derechos adquiridos, o una cuestión de seguridad jurídica, o las próximas elecciones, o simplemente alguien consigue algún padrino que deja caer en la oreja de algún Ministro de Economía que «Fulano es amigo»  con lo que «Fulano» consigue que se le pague lo que no se le paga a nadie, o que se salve su banco, o su empresa, o una indemnización por algún contrato incumplido por el Estado, incumplimiento que era obvio cuando se firmó. Todo ello es gasto público que teóricamente debiera bajar mientras se gana tiempo con el cepo cambiario, que genera una paridad en la que nadie cree, que frena la exportación, el empleo y la inversión interna y externa, y que a la larga, lo único que no frena es la inflación.

Este sistema, además, perpetúa una relación entre el producto bruto y el circulante que no es la adecuada ni se le parece, y condena a la economía a estar submonetizada y sin crédito por largo tiempo. Por supuesto que este método de valuación, y cualquier otro,  funcionaria si el gasto bajara sustancialmente,  pero justamente eso es lo que no se hace. Se prefiere inventar nuevos impuestos que no se podrán pagar y al poco tiempo el tipo de cambio ya no sirve, y comienza la pulseada entre el ministro bien intencionado y el resto de la humanidad que no quiere creer lo increíble.

. Emisión

Hace apenas unos días, el entonces flamante ministro de Economía decía que el tipo de cambio determinado como describíamos, se incrementaría a medida que lo hiciera la emisión. Hubo emisión y el tipo de cambio comenzó a subir, pero entonces se cambiaron las reglas, porque la realidad se impone cada vez con mayor rapidez. Y para mantener una paridad en la que ya no se cree, el Banco Central tuvo que vender doscientos cincuenta millones de dólares.  Es decir que los funcionarios creen en su propia teoría cuando tienen que explicar un tipo de cambio bajo, pero la abandonan si el tipo de cambio sube, como pudimos comprobar acabadamente en el último año.

Hace apenas unos días, técnicos de esa institución, explicaban a varios periodistas que no era posible elevar más el tipo de cambio dada la famosa relación que contentamos. Sin embargo, cuando la cotización subió, se olvido la ecuación mágica y se recurrió una vez más a la intervención, en oposición a lo prometido. Está claro que el sistema funciona como una suerte de impuesto final a quienes tienen ahorros en dólares, y es sólo una manera de ganar tiempo.

¿Ganar tiempo para qué?  ¿Para esperar el milagro de que el gasto baje, o de que se recauden los impuestos necesarios, de conseguir convencer a algún organismo internacional? Nunca ocurrirá. El único milagro es recuperar la confianza interna y externa. Y ello no se logra en una cinchada para defender una estabilidad cambiaria artificial, inservible y paralizante, ni con una supuesta libertad de mercados que no es tal, ni con tasas siderales para tomar créditos inexistentes.

.Inelasticidad

Bájese el gasto todo lo necesario sin apelar a su supuesta inelasticidad, desóigase a los buscadores de excepciones, prescíndase de consideraciones electoralistas o partidistas, avéntese la generalizada sensación de corrupción, llámese a licitaciones internacionales en serio para temas como los privatizaciones, el peaje o  la obra pública, elimínense los privilegios de protección de industrias como la automotriz de las que se acaban de incorporar con el nuevo esquema arancelario, déjese que el tipo de cambio tome un nivel adecuado cualquiera sea el método que se use, comience el poder público a mostrar en todos sus niveles las señales de austeridad, prudencia, honestidad y equidad que el espíritu republicano implica, evítense las prebendas, los acomodo y los amiguismos, y milagrosamente volverá la confianza  en la moneda y en el país, sin cepos ni formulas matemáticas y sin tener que recurrir a la pueril explicación de una revaluación del austral, que sólo merecen las monedas después de largos esfuerzos de los países, que incluyen bajar al mínimo los costos internos en dólares, por el método que fuera.            

Si ello no se puede hacer, no busquemos artilugios técnicos para explicar lo que todos sabemos: Si continuamos con el presente nivel de gasto público y de regulación estatal, si no mantenemos un tipo de cambio real adecuado a nuestra difícil situación en el mundo, el futuro argentino es cada vez más negro. En tales condiciones, tratar de ganar tiempo es perder irremisiblemente el tiempo. 



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