La curva de Laffer o la huelga de Atlas



La publicación por la prensa de los Panama Papers se transformó en un linchamiento mediático de amplio espectro. Era el efecto esperado por los países centrales, como parte del plan que desembocará en un sistema de impuestos globales gravados en la fuente, inexorables y confiscatorios.

Esperemos la nueva temporada de esta serie que empezó hace un año en Alemania, con la obtención por el fisco de una base de correos hackeada y documentos internos robados que luego se filtraran a la prensa, que la viralizó con algún formato de seriedad.

Los autodenominados periodistas de investigación bucean ahora con un Excel sublimado para encontrar los nombres de los famosos locales y publicar sus datos privados en las demonizadas sociedades off shore.

Mientras sigue el culebrón y llegan los juicios contra esa liviandad informativa, analizaré el trasfondo del tema, que es el derecho sagrado que se atribuyen los gobiernos a cobrar impuestos. Redundaré explicando que el liberalismo nace de la disputa de ese supuesto derecho del Rey-Estado, que es, en definitiva, la lucha contra el populismo.

La democracia, o mejor, la democracia moderna populista imperante en casi todo el mundo, con formas diversas, no tiene otra respuesta a las necesidades populares que el aumento del gasto, que ya sobrepasa el 50% del PIB universal. No sorprende. Tocqueville en 1835 había advertido de esta característica ponzoñosa en La democracia en América, un certificado de defunción diferida que se cumple con precisión quirúrgica

Esa gastomanía de los estados lleva a la expoliación de un sector de la población, justamente el que genera riqueza. Ello no solo ocurre con los impuestos, casi siempre crecientes y confiscatorios, sino con cuasi impuestos: tarifas, aportes jubilatorios compulsivos, inflación y otros manoseos, incluido el mortal endeudamiento.

En países como Venezuela, el ataque sobre la llamada riqueza –denominación que es el paso previo al expolio– es evidente y dramático. Pero sin llegar a esa barbaridad sospechosamente consentida por el mundo civilizado, podemos usar como ejemplo a Argentina, mi querido país, siempre un venero inextinguible de ejemplos de burradas y alevosías.

Los estúpidos –perdón, los incautos patriotas– que dejaron sus dólares depositados en los bancos argentinos en la década de 1990, vieron cómo esos dólares pasaban a valer un tercio en 2001. Quienes tenían dólares en el sistema en la década siguiente, vieron cómo el estado decidía arbitrariamente el valor de sus divisas, o cuánto podían disponer por día de los fondos de su propiedad.

Si bien no con la exageración argentina, en casi todo el mundo el estado se arroga el derecho de tomar la propiedad privada y confiscarla más o menos a su gusto en nombre del bienestar general.

La pregunta es: ¿Quién es el ladrón? ¿El que trata de salvar su patrimonio del ataque de un estado insaciable o el estado que mete su mano en la bolsa del privado para ganar elecciones, mantener conforme al pueblo y profundizar su populismo?

Seamos objetivos: Todos somos ladrones en un sistema de populismo democrático. Es la perversión de la demagogia global.

Atrapados en ese populismo que han fomentado, el gasto insaciable y consecuentemente el apoderamiento de la propiedad privada, los estados centrales sueñan con un mecanismo de impuestos iguales en todos los países, donde no exista ni la eficiencia fiscal ni la baja tributación.

O mejor, un sistema de percepción en la fuente, en el corazón del sistema financiero mundial, donde los países periféricos como nosotros cobrarán lo que les toque en el reparto y pequeñas gabelas municipales. El imperialismo por otros modos. El aceite de copra. Y un Big Brother fiscal contra la curva de Laffer.

Se recordará aquella curva de Arthur Laffer, que mostró en la famosa servilleta de 1974 algo evidente: si el impuesto o el expolio es exagerado, la evasión o la elusión harán que la recaudación disminuya hasta la nada.

Esa pérdida que muestra la curva es la riqueza que huyó a los paraísos fiscales. Afortunadamente. Porque de no haber existido esa posibilidad, hace rato que los generadores de riqueza habrían dejado de producirla, como también predijera la genial Ayn Rand en su inmortal La rebelión de Atlas.

Todas estas etapas de sucesivos aprietes legales y mediáticos, de delación bancaria, de reglas incesantes, kafkianas, cambiantes y anticonstitucionales, de pérdida de soberanía de los países en aras de un orden supranacional, no tienden a la salud fiscal de los sistemas. Tienden a impedir que los privados se defiendan contra el ataque del rey, igual que en la Edad Media.

Porque lo justo sería que los estados, o el gran estado supranacional, se comprometiera como contrapartida a limitar su gasto, para así también limitar la carga impositiva en cualquiera de sus formas.

Pero no es así. El supraestado quiere hacer el gasto infinito, repartir el fruto del esfuerzo o el talento individual hasta que se extinga. Manejar la emisión mundial, el tipo de cambio de las divisas, licuar las deudas que se le antojen o pagar la tasa de interés que más le convenga, no importa cuán negativa fuere. Determinar cuánto debe quedarse cada uno de lo que produce, y a quién darle el remanente. Personas y países.

La nueva clase, la clase política, y los CEO de empresa son el equivalente al rey en el siglo XXI. El resto es la plebe. Un sóviet, pero con otros argumentos políticamente correctos. Que implosionará por la misma razón: la huelga de Atlas. La falta de estímulo a la creación, al ahorro, al trabajo y a la alegría, que ya viene ocurriendo. Resumido en términos populares con la inmortal frase anónima: “Ellos hacen como que nos pagan. Nosotros hacemos como que trabajamos”.

Por ahora parece un juego de policías y ladrones. Tarde o temprano volverá a tratarse del rey, o el estado, contra los vasallos. Como vaticinara sin querer Orwell en su Rebelión en la granja: los cerditos capitalistas se paran en dos patas, como los comisarios soviéticos.

La lucha del liberalismo renacerá y florecerá. Porque no es solo una lucha por la carga impositiva. Es la lucha por la libertad.