Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


2017: inversión negativa, apenas crecimiento técnico, más impuestos

Finalmente los especialistas y comentaristas parecen haber aceptado que Uruguay no firmará un tratado comercial con nadie, ni siquiera con la FIFA. Esta columna ha venido explicando hasta el aburrimiento propio y ajeno por qué esa idea agitada sistemáticamente por el gobierno y sus cogobiernos se autoanula en el socialismo marxista a la violeta.

Como es conocido, el relato, el materialismo dialéctico o la venta de humo, como se prefiera, es esencial al estatismo distribucionista y planificador central, sobre todo cuando debe explicar o explicarse sus fracasos y al mismo tiempo tratar de seguir sacándole recursos a la sociedad productiva (Friedrich Hayek).

Es, por caso, patético escuchar a los líderes sindicales, que han determinado no obedecer las decisiones de su sacrosanta OIT, que ha limitado con criterio práctico las huelgas que terminaban chocándose con la apertura comercial que propugna la OMC. Y más triste es su argumento de que hay que hacer un acuerdo para evitar la vergüenza de estar en una lista negra. Como si no se tratase de un flagrante incumplimiento del PIT-CNT de las decisiones de su venerada organización. Incumplen y luego llaman a un acuerdo para evitar la vergüenza de la sanción. Relato casi ofensivo a la inteligencia. Faltaría agregarle la declamación de la soberanía.

Al mismo tiempo, la gremial marxista reclama tangencialmente que se considere parte del derecho de huelga la ocupación de fábricas. Se trata de otra sorprendente realidad virtual que pretende además tornar invisible o inexistente la Constitución y el Derecho de Propiedad. Cómo de ese ataque a la producción de riqueza puede generarse algo para repartir y lograr bienestar debe ser, seguramente, tema de otro relato.

En este telón de fondo se inscribe la triste imagen de Diego Lugano y Diego Godín, dos exitosos que intentan incurrir en el delito de invertir su bien ganado capital en su país, y que deben comparecer ante el Senado que los investiga –macarthismo izquierdoso– por el terrible hecho de importar cemento a precio más barato que la producción estatal protegida local. Como si fuera tan difícil mejorar el precio de la ineficiencia. Ni República, ni libertad, ni comercio.

Como si no hubiera bastante venta de humo, en la misma semana se pudo conocer que el ScotiaBank “aceptó quedar fuera del acuerdo por la quiebra de Pluna y seguir cobrando directamente del Estado uruguayo la deuda por los aviones”.

Traducido al español corriente, lo que ocurre es que, gracias a un estúpido aval firmado por el gobierno del Frente Amplio a favor de unos improvisados, (mis compatriotas) cuyos firmantes aún están siendo juzgados, el ScotiaBank no tendrá que entrar en la quiebra y perder una fortuna por haber prestado a unos irresponsables, sino que recibirá su acreencia completa gracias a la inmensa generosidad de la sociedad oriental.

También quiere decir que el Estado no podrá resarcirse ni siquiera de una mínima parte de ese gasto, porque los activos serán absorbidos en su totalidad por los sindicatos. País generoso. Me recuerda a otro, aquí cerca. Pero lo que permanecerá en la memoria popular, es que el ScotiaBank aceptó quedar fuera de la quiebra. Macabro.

Desde el materialismo dialéctico marxista en adelante, pasando por el nazismo, el supuesto socialismo moderno, el peronismo, el chavismo, el kirchnerismo, el populismo y otros “ismos”, la característica distintiva es que terminan creyéndose las farsas que elaboran para las masas. Así, creen, por ejemplo, que efectivamente la educación es adecuada, y que lo que Uruguay necesita no es lo que miden las pruebas PISA, sino vaya a saber qué esoterismo superador.

Creer en la futura inversión cuando se está en debate permanente para descubrir nuevos impuestos con cualquier formato, o cuando se aumentan las tarifas de servicios que ya son elevadas, es otra forma de relato que con el autoconvencimiento se transforma en peligroso. Y cuando pese a ese nivel tarifario se está cerca de la escasez de abastecimiento por falta de obras y se mendiga por más recursos fiscales, el mensaje al inversor es contundente.

En tal contexto, cualquier crecimiento de Argentina, en vez de ser una posibilidad favorable, como evalúa el gobierno, puede jugar en contra. Si el agro de la orilla occidental crece como se espera, igual que la ganadería, habrá una fuga de inversión y tecnología de Uruguay y un retorno al país vecino, sobre todo luego del impresionante blanqueo. Los manotazos impositivos y las amenazas de nuevos ataques al capital y al patrimonio, no son los mejores atractivos para ofrecer.

La reforma constitucional promarxista, ahora apoyada por algún diputado colorado en estado de irreflexión, ahuyenta inversión, riesgo, tecnología y futuro todo en uno, aún cuando se trate solamente de otro relato dialéctico.

La economía uruguaya, con un PIB cuyo crecimiento parece basarse solo en futuras desgravaciones –lo que muestra que la presión tributaria es inviable– debería hacer todo lo opuesto a lo que hace: por ejemplo, salir a atraer a la pyme argentina, una enorme generadora de empleo y de exportaciones, maltratada en mi país. Seguramente no se seguirá ese camino, ante la urgencia de seguir repartiendo felicidad monetaria entre la población, una estafa técnica, intelectual y moral. Por supuesto que se aplica además aquí una pregunta que parece obvia por su simpleza: si las desgravaciones son tan buenas para radicar pasteras, ¿no serán buenas para todo y para todos?

Los dos países del Plata son el prototipo de las sociedades divididas que empiezan a caracterizar al siglo XXI: una masa importante de la población que decide omitir el proceso de sacrificio, trabajo y riesgo como medio para obtener su bienestar y decide saltar todas las etapas y quitarle a la otra parte de la ciudadanía sus ahorros y sus bienes para lograrlo, amparada en la excusa de la inequidad, de la pobreza, de los derechos humanos o de cualquier otro argumento dialéctico. Para ello, apela a su mayoría circunstancial para crear un andamiaje permanente de exacción y expolio, que termina paralizando toda iniciativa y empobreciendo a todo el pueblo.

Entre el gremialismo que prefiere no entender que no hay inversión sin flexibilizar sueldos y cargas sociales y el Estado frenteamplista que no puede existir sin inventar nuevos impuestos a diario, el crecimiento es el mayor relato. Seguramente la tarea política principal en 2017 será buscar a quién culpar.

Que tengan un buen año. La seguimos en febrero. Si gustan

Perdiendo trenes


Argentina y Uruguay se asemejan en muchos aspectos. Entre otros, en una cierta discapacidad para analizar con objetividad la realidad que los rodea y actuar en consecuencia.

En esa línea han perdido varios trenes en la última década. Lo obvio es lo que se pudo hacer con la combinación de la bonanza de las materias primas y la tasa regalada de interés de los años recientes. Tiene sentido detallar algunas de esas omisiones:

- Crear una nueva infraestructura proyectada hacia el futuro, en cada país y bilateralmente.

- Bajar el gasto del Estado sin pagar un costo social y hacer eficiente la burocracia.

- Reformar el sistema jubilatorio ilusorio y explosivo.

- Sacar del Estado actividades que hace mal, sin el correlativo costo social.

- Crear un fondo anticíclico que permitiera suavizar la contrapartida del cambio irremediable de tendencia.

El listado puede extenderse varias hojas y varias notas. Simplemente no se hizo. La soberbia, la ignorancia, la ideología mal entendida usada como excusa, la burocracia, la inutilidad, la fácil demagogia de repartir y luego ganar elecciones, hicieron que ni siquiera se alcanzara a ver el vagón de cola del convoy.

Otra oportunidad perdida fue la de no abrirse al mercado internacional cuando crecían las exportaciones. Eso habría permitido mantener en caja la inflación, crear trabajo y aumentar el bienestar, como es sabido, y absorber cualquier pérdida de empleo con la demanda laboral de ese crecimiento llovido del cielo. Tampoco se hizo. Se prefirió seguir protegiendo a empresarios y gremios privilegiados que se beneficiaron por vía múltiple en detrimento de la sociedad y tolerar una inflación contenida con manoseo monetario. También aquí llegamos a la estación cuando la formación se había ido.

La combinación de esas medidas habría permitido negociar en serio tratados comerciales y más importante que eso, tener precios competitivos a nivel mundial. Esa posibilidad se ha perdido y no volverá. El mundo va hoy en otro sentido, y no por culpa de Trump, que es un mero símbolo de una tendencia.

Se probó acabadamente el fracaso de las economías planificadas de izquierda o de derecha y de la omnipresencia del Estado. Von Mises y Hayek habrían podido evitarse cientos de páginas de teoría en sus libros y reemplazarlas con una simple enumeración de los resultados de esos divagues y en el Río de la Plata y la pérdida de oportunidades invalorables y únicas.

En el caso específico de Uruguay, perdió la ocasión de transformarse en factor de decisión en el Mercosur, preso su gobierno de un sistema que cree que una doctrina muerta hace mucho es más importante que los intereses del país. También desperdició la trascendente oportunidad de convertirse en el centro financiero y fiduciario de la subregión. Al contrario: perdió el negocio de banca internacional y redujo a cero su presencia regional. Y de paso hirió gravemente la inversión inmobiliaria.

Es cierto que en la autodestrucción del negocio bancario influyó la presión insostenible de las naciones desarrolladas, que buscan la internacionalización de sus instituciones financieras, pero había muchos caminos y variantes por explorar, y no la subordinación resentida y complaciente conque se hizo el cambio a toda velocidad. Del mismo modo que ahora se pliega tardía y extemporáneamente al criterio de sancionar a las jurisdicciones con escasa o nula tributación, criterio fatal para los países emergentes.

En ese paquete están las leyes de lavado y antiterrorismo, que se impulsan ciegamente sin adecuarse a la Constitución y que se tratan de explicar con la necesidad de mantener la nota crediticia, que no sólo no tiene demasiado que ver con la sanción de estas normas sino que probablemente será rebajada de todos modos. Aún si se hubiera tratado de una imposición, se debió comunicar así a la sociedad. Por una u otra razón, todos estos son trenes perdidos, empleos que se fueron o que no fueron, que desgraciadamente no volverán.

La pregunta ahora es hacia dónde ir y cómo ir. Está claro que en la concepción del Frente Amplio, no se debe hacer nada, salvo aumentar los impuestos a diario para no perder ninguna de las conquistas llovidas del cielo y mantener el poder adquisitivo del salario que considera un derecho humano. En esa búsqueda desesperada raspa el fondo de la olla y busca eliminar exoneraciones a las radicaciones, una práctica universal. Como en tantos otros temas, se comporta aquí con desconocimiento y tozuda negación de la realidad.

Por eso es preocupante el conformismo que manifiesta el gobierno con la situación económica, dando por superada la recesión y confiando en una leve recuperación técnica de Argentina y Brasil, igualmente paralizados por su proteccionismo, su populismo, su gasto y su deuda. La esperanza de la regasificadora debería atenuarse para no seguir apostando a pérdida. Sobre la otra esperanza, la de la pastera, esta columna prefiere dejar pendiente su opinión para otra nota, trencito incluido.

No es sencillo imaginar un tratado comercial salvador (digno) con China sin otorgar fuertes reciprocidades, por lo que es predecible que cualquier acuerdo será vetado por el PIT-CNT, que paradojalmente se comporta igual que Donald Trump. Además, el marxismo no está preocupado por crecer, sino por repartir lo que queda. En cambio sí lo está el gobierno, que advierte que la manta se seguirá acortando.

Por eso busca exprimir a las pseudoempresas de servicio para que, vía las tarifas-impuestos que extraen del consumidor cautivo, lo ayuden a paliar el déficit (se le exige eficiencia recaudatoria a las mal llamadas empresas, pero no al resto de la burocracia). Busca también inversiones que serán escasas con la combinación de dólar bajo, costos y salarios altos en dólares, impuestos nuevos cada día, rigidez laboral y con un Mercosur exangüe.

Sin embargo, hay mucho que se puede hacer. Por ejemplo, un tratado con la lógica económico-social y con la realidad. Porque por muchos acuerdos que se firmen, no se vende a precios fuera de mercado. En cambio, con precios competitivos se exporta sin tratado alguno. Usar impuestos para financiar gasto o bienestar es la mejor manera de no crecer, no exportar, no tener inversiones. Más bien es el mejor modo de fundirse.

Uruguay debe dejar de creer que su burocracia puede generarle bienestar, crecimiento o empleo y huir del círculo vicioso de compensar los efectos de una desastrosa ideología vetusta con más gasto, más impuestos y más proteccionismo. Se impone encontrar un nuevo rumbo, una nueva meta, una nueva propuesta. Que, claramente, no estará exenta de sacrificios, que serán la multa por el facilismo y el desperdicio del pasado. El conformismo de hoy demora la aceptación de un fracaso y la búsqueda imperiosa de un nuevo destino común.

Porque cuando un país no sabe adónde va, pierde todos los trenes.