OPINIÓN | Edición del día Martes 23 de Febrero de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador 

Amigos para siempre, ¿y?

En cuanto el hada maléfica se fue, Argentina y Uruguay han vuelto a ser amigos. ¿Y ahora? Como dice el proverbio chino, “ten cuidado, Dios puede concederte aquello que pides”.

Ahora se desnuda la falta de proyectos e ideas. Con un Brasil decaído y sin conducción, los dos países del Plata deberían ser capaces de generar algunas ideas fuerza, algún emprendimiento potente. Sobre todo Uruguay, que necesita urgentemente de alguna concepción superadora tras quedarse sin el negocio financiero internacional y con la actividad inmobiliaria de origen extranjero herida de muerte por el GAFI y el Sunca.

La planta de gas licuado no es un emprendimiento conjunto, ni siquiera es por ahora más que un cash flow. (Aunque sirvió para que el precio de la planta aumentara sustancialmente en los papeles.) Es un proyecto marginal que dependerá eternamente de los precios internacionales y de Bolivia, con todos los vaivenes que ello implica.

Tampoco parece ser una idea de fondo la organización de un mundial de fútbol conjunto, una chiquillada de los dos presidentes, probablemente un emprendimiento ruinoso, como sabe Brasil.

Muchos años de estatismo han paralizado la creatividad y el empuje de los rioplatenses. Tantos años de kirchnerismo y frenteamplismo no pueden dar como resultado ninguna creatividad que no sea la de tratar de sacarle algo al Estado, con o sin honestidad.

¿A alguien se le ocurre algún emprendimiento conjunto privado? ¿A alguien se le ocurre una idea donde los Estados sean solo facilitadores y no socios, empresarios, prestadores ni operadores, garantías todas de fracaso?

Un ejemplo fácil y obvio sería el viejo tema pendiente del puente entre Punta Lara y Colonia, con la utilización de puertos uruguayos, existentes y a construirse. Esa idea tiene que explorarse vehementemente. Pero no me refiero a un proyecto entre prebendarios privados argentinos y estatistas uruguayos, sino a un proyecto con inversión internacional en serio, no con argentinos como Spadone, Campiani y Molinari, que suelen ser el tipo de socios elegidos por los orientales para perder plata.

No con China, que hasta ahora ha servido como pantalla regional para cuanto negocio turbio apareciese, sino con empresas prestigiosas y serias internacionales que se ocupen del financiamiento y desarrollo. No con la trampa del consorcio mixto entre extranjeros y locales, ni entre el estado y los particulares. Un emprendimiento privado, con perdón de la palabra. No una ANCAP ni una YPF. Ni una Pluna ni una Aerolíneas.

Suponiendo que eso entre en nuestras cabezas, lo que ya sería un logro importante, empecemos a pensar. Un cambio revolucionario en el sistema logístico del Mercosur, y aun de Chile. Que por supuesto requiere acuerdos, audacias y concesiones importantes entre los dos países, que justamente es lo que se puede conversar cuando no hay enojos ni rencores.

Una fuente de trabajo para ambas naciones, tanto en la construcción como en el proyecto futuro. Una plataforma de crecimiento impensada. Pero mucho más. La posibilidad de creación de zonas francas verdaderas compartidas y con un paquete de leyes y aranceles más atractivos que las de hoy. Con legislación laboral diferenciada. Claramente las actuales no sirven para nada, mucho menos para generar trabajo.

Y si se continúa el sueño, se puede pensar en transformar a Colonia, hoy una explaza financiera en proceso de desguace, en una plataforma de trading regional muy poderosa, y hasta global. Y esto puede hacerse pese a las histéricas reglas internacionales que en definitiva son monopólicas. Basta ver lo que hacen hoy plazas como Singapur y Hong Kong, que continúan trabajando para crecer inventando proyectos nuevos cada día.

O la creación del mejor centro universitario de la región (privado, por supuesto), con títulos válidos en todo el Mercosur. O del mejor centro de estudios científicos o tecnológicos. O la mejor medicina. O lo que se nos ocurra. O se le ocurra a los creadores. Pero a riesgo privado, no estatal.

Es obvio que si se deja ese proceso en manos estatales o de la poliarquía, las ideas y los logros serán muy pobres. Imaginemos al Frente Amplio debatiendo internamente durante diez años estas ideas, para descartarlas por atentar contra la soberanía.

La función de los estadistas modernos, si alguien se preciara de serlo, es llevar a sus pueblos del lugar en que están a un lugar en el que nunca estuvieron. Para eso hay que ser capaz de soñar y no ser un mero esclavo de la burocracia.

Entramos en un mundo donde seremos liberales aunque no tengamos ganas de serlo. Todos los países deberán competir por su supervivencia y su bienestar. La costumbre de mirar hacia adentro para ver a quién sacarle algo para repartir tiene su límite y lleva a la mediocridad eterna.

Por supuesto, a usted le pueden parecer absurdas estas ideas, como suena absurda cualquier idea hasta que tiene éxito. ¿Tiene otras? ¿No habrá otras si se abre el juego? ¿No hay nada más que podamos hacer juntos con una cuenca como la del plata, un idioma común, un Mercosur, dos voluntades unidas y sobre todo con nuestra mentada inteligencia y viveza? ¿ Nos limitaremos a un proyecto conjunto para reflotar una fábrica de pollos?

Y aquí se plantea crudamente la diferencia entre los sistemas estatistas y los sistemas basados en la libertad. El estatismo, más allá de las ideologías, es el sistema preferido de los que tienen miedo a emprender, de los que no se atreven a soñar.

Si los presidentes Vázquez y Macri quieren dar un puntapié inicial, preferiría que fuera en esta epopeya conjunta. No en un mundial de fútbol.

Podemos refugiarnos en nuestras pequeñas desconfianzas y mezquindades de cada día. Pero si no somos capaces de hacer esto, dejemos de hablar de que nos insertaremos en el mundo. Simplemente no es cierto.

En el mundo se insertan los ganadores.