Publicado en El Observador 28/12/2021


De nuevo el garrote americano, pero sin zanahoria

 

El país, que tanto valora el diálogo, tiene que dialogar sobre su comercio internacional con el resto de las naciones, no ceder a la conveniencia sin contrapartidas




 

 






















La columna se ha explayado varias veces sobre el cambio de fondo de la política comercial norteamericana. Mientras Trump lanzaba aumentos de tarifas y recargos, amenazas, prohibiciones y executive orders como si fueran flechas, Biden cambió el estilo y está dedicándose a persuadir a sus aliados mundiales, empezando por Europa, de alejarse de China, no solamente de no firmar tratados de libre comercio, sino de no participar ni invertir ni comprar en áreas designadas como supuestamente estratégicas, que en rigor son aquellas en las que EEUU está más atrasado, como en el caso del 5G, la IA, y cualquiera otra actividad que no le convenga o donde no pueda competir en calidad, avances tecnológicos o en precios. 

 

El problema práctico es que Estados Unidos ha decidido no cargar sobre sus espaldas la tarea de tutor del orden mundial, además de haber renunciado varias veces desde 1971 en adelante a que su moneda sea reserva de valor, de lo que recién parece que se están dando cuenta algunos. En esa suerte de lenta decadencia, Biden ha incrementado todavía más que Trump, y más efectiva y permanentemente, el proteccionismo descarado sin cortapisas. En ese nuevo papel, no tiene nada para ofrecer, salvo amenazas latentes. No puede firmar tratados de libre comercio, porque todos los acuerdos que firma son acuerdos para encarecer el comercio, igualando de un manotazo las ventajas comparativas y aún competitivas. O sea, doblando el brazo de sus supuestos aliados, que ahora no son sino obedientes cuasimendigos. Ese estilo se agrava cuando el gobierno americano ha decidido aumentar los sueldos fuera de la lógica económica, por lo que necesitará más prepotencia para forzar a subir el precio de sus competidores. El frustrado PPT, o Tratado transpacífico de cooperación económica, ya obligaba a sus signatarios al mismo nivel de ineficiencia estadounidense, a pesar de lo cual no fue suficiente para Trump, que lo repudió. 

 

Entonces, el verdadero contenido del discurso es: “no comercien con China, pero a cambio no esperen demasiado de EEUU”. O sea, no se está ofreciendo nada como contrapartida. Y mucho menos a los países intermedios, la gran mayoría. Se puede poner el ejemplo local, si hace falta. No se le ofrece a Uruguay ni más compra de productos tradicionales, ni la posibilidad de vender nuevos productos y de comprar otros artículos bajo un sistema de baja de aranceles, que es exactamente lo que generó el extraordinario crecimiento global desde Clinton hasta la primera presidencia de Obama, con los correlatos de empleo, abaratamiento de costos y precios, aumento de opciones de todo tipo para el consumidor, acceso a los mercados de inversión mundial, y la mayor reducción de pobreza de todos los tiempos. 

 

En esas condiciones, Uruguay sólo puede perder si no se acerca a Asia, incluido China, no solamente en el crecimiento futuro sino en una disminución sobre lo que ya tiene logrado, que sería catastrófica. Eso vale para el comercio y también para la inversión, y todavía más para la tecnología. Nadie puede ganar en un contexto proteccionista, lección que ya debería haber aprendido Estados Unidos luego de sus errores históricos keynesianos o neokeynesianos o como se les quiera llamar. El New Deal, el gran fracaso de Roosevelt, sumió al mundo en una depresión de 10 años, de la que se salió por una casualidad de la justicia y de la providencia; eso es lo que de nuevo se ofrece hoy como menú para los mal llamados socios comerciales americanos. 

 

No es una novedad que son justamente Europa a la cabeza, seguido por Estados Unidos, quienes más trabas ponen a la expansión comercial oriental, justamente para satisfacer los reclamos de una actividad agropecuaria interna subsidiada y cómoda, en nombre, como dice Francia, de que “sus agricultores prefieren seguir haciendo lo que hacen”, la negación mismo del comercio internacional. 

 

Es posible que la nueva tendencia proteccionista Europea se cuelgue del pasamanos del ómnibus saturado de pasajeros obsoletos norteamericanos, que además tiene varios proyectos que solamente han sido pensados para aumentar la inflación estadounidense y consecuentemente mundial, con resultados impredecibles, pero seguramente negativos para la humanidad. No habría que copiar la vergonzosa claudicación sistemática de Alemania ni de Úrsula von der Leyen, la burócrata presidente de la Unión Europea, capaz de toda genuflexión para mantenerse en el puesto. 

 

La política económica del presidente Biden es, además, dudosamente efectiva, al menos para los cultores de la economía clásica que recuerdan la teoría de los ciclos nunca rebatida de von Mises, que tantas veces se ha probado empíricamente. Con lo cual cabría el derecho de calificar a quienes se abrazan a ella de estar acompañando un proceso que necesariamente es fatal para sus ciudadanos. Todos los momentos históricos de emisión, inflación y proteccionismo sostenidos han culminado del mismo modo, y no hay ninguna razón sólida que muestre que esta vez el resultado será distinto. 

 

En ese cuadro, no hay muchas opciones para Uruguay, salvo la de continuar su línea actual en el orden de las relaciones comerciales y confiar en su tradicional capacidad de negociación y persuasión para equilibrar la supuesta desobediencia disciplinaria con su política diplomática y de relaciones exteriores. Seguir otro camino sería enfrentarse al riesgo de provocar duros efectos para su población. Hasta Biden lo entendería. 

 

 

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