¿Y si proponemos mejorar la democracia en vez de la economía?



            Como muchos saben, ya que lo he estado predicando, mi posición es no seguir describiendo cuánto más se va agravando día a día este enfermo terminal que es el país, ni trasmitir luego su muerte, velorio y entierro.


             Tampoco quiero dedicar tiempo a vanagloriarme de todas las predicciones que acerté, porque me resulta triste haber acertado, y además no era tan difícil.


              Asimismo, me niego a proferir insultos de carreros contra el kirchnerismo, por un lado porque no quiero exacerbar la indignación y por el otro porque no parecería que ese mecanismo fuera útil para resolver ningún problema.


               Por último, seguramente por un prurito de auto conservación que pasa por mi limitada musculatura, no es mi intención desafiar a pelear a ningún oficialista, además, porque sería un agravio gratuito para quienes han tratado,  tal vez vanamente, de darme una educación razonable.


               Con este introito estoy diciéndole al ochenta por ciento de interesados que no continúe leyendo, para ahorrar su tiempo y el ancho de banda de todos. 


               Ahora voy a tratar de no aburrir al veinte por ciento restante. 


               La idea general parece ser aproximadamente que, en vista del desastre que ha hecho este gobierno, lo mejor es que siga hasta el fin de su mandato y se hunda, de modo que su fracaso sea tan contundente que se lleve con él al peronismo, en todas sus formas, variantes y reencarnaciones, aún a costa de muchos años más de decadencia.


                 Lamento no coincidir. El peronismo no morirá, sea porque se reencarna en otro movimiento o por las reinserciones masivas que tanto conocemos.  Antes de discutir este aserto, piense en los Duhaldes, Amadeos, Bárbaros, Prat Gays, Lousteaus, Albertos F, Yomas, Redrados, Ocañas hasta Ferrers, Pichetos, Barrionuevos, Moyanos  y tantos otros que opinan ahora en los canales que supuestamente nos encantan y defienden nuestras ideas, luego de haber militado o trabajado para el peronismo en cualquiera de sus draculianas identidades. Y si me dicen que algunos de los que nombro no son exactamente peronistas, les responderé que nadie es exactamente peronista en la Argentina.

 
                   Como alguna vez definió ese gran cínico que fue el fundador del «movimiento», en la Argentina, peronistas somos todos. No puedo precisar si el peronismo es causa o resultante de una constante en la sociedad, pero es fácil advertir que nos parecemos en nuestras conductas y pensamiento en la vida diaria al peronismo, en todas y cada una de sus vertientes. O de sus franquicias


                    También es fácil notar que los partidos políticos y los políticos en general, supongo que con las excepciones del caso, se parecen al peronismo. Por algo coincidieron en plasmar la Constitución de 1994, que nos condenó al servilismo político en favor de los partidos. Y si no veamos cómo votan hoy las leyes. 


                     Peor aún, pero más oculta, es la maraña de  leyes del sistema electoral, de formación de leyes, de Reglamento de las Cámaras y su funcionamiento, que configuran un escamoteo de  las garantías constitucionales, cuando no una desaparición de esas garantías, y que van cambiando a medida que a los partidos se les canta, como ocurre con las internas, que fueron un escamoteo que por casualidad tuvo algunos puntos interesantes, y por eso ahora se piensa en cambiarlas nuevamente. 


                     Siempre habrá un peronismo. Siempre habrá un partido imponiendo su voluntad. Siempre habrá un sistema que se apodere de la democracia y nos deje entrampados en la dicotomía de ser esclavos de los partidos o romper la democracia, cuando en rigor son los partidos quienes la rompen. 


                      La diferencia es sólo una cuestión de estilos. El fondo es el mismo. Somos siervos de los partidos, que además nos han convencido, o han impuesto la idea, de que sin partidos no hay democracia y que quienes se oponen a los partidos se oponen a la democracia. 


                     Y ahí vamos como carneros detrás de la idea, repitiéndola como un dogma de fe. «No hay otro sistema mejor que la democracia.» «Sin partidos no hay democracia». «No hay que defender utopías que valían para otra época, para los comienzos de la historia, para otro  siglo» «En todos lados es así»


                     ¡La cantidad de estiércol mental que producimos es tan grande, que si algún día decidiéramos ponernos a explotar en serio el campo no necesitaríamos abono!


                     Desde el comienzo de la humanidad hasta hoy, los pueblos ganan su libertad, no les es concedida por la gracia de ningún rey, político ni burócrata. Todas las otras declamaciones, son actos de cobardía intelectual y física, o expresiones fruto de la comodidad del living. 


                      Todo lo que nos viene ocurriendo durante tantos años en materia económica y social, no es nada más que la consecuencia de haber perdido la democracia, que ha pasado a ser el campo de juego donde los políticos juegan al poder y la fortuna. La Constitución, en ese juego, viene a ser no una carta de garantías a la ciudadanía, sino una suerte de reglamento interno para esa timba en la que somos apenas siervos que salen a votar cada dos años y regresan a su indignación y frustración cotidianas. 


                       En esas condiciones, nosotros, los que nos creemos capacitados para opinar, tal vez tengamos un papel mejor que describir la nueva muerte de la Nación, su velorio y su entierro para una anémica y transitoria resurrección posterior. Porque si no arreglamos la democracia no arreglaremos la economía.


                       Me parece entonces que sería bueno concentrarnos en ir pensando un paquete de medidas, decisiones, leyes, reformas o principios que queremos reclamarles a quienes quieran dirigir los destinos de este país, empezando desde las próximas elecciones.  Seguramente no lograremos imponerlas, pero ayudaremos a la sociedad a levantar la puntería, a no comprar el discursito barato y sin compromisos, (y probablemente inducido) que ha venido recibiendo del propio sistema que nos oprime. 


                        Cuando decimos «hay que bajar el gasto» e inmediatamente agregamos «pero nadie lo va a querer bajar» ¿no estamos aceptando nuestra estupidez y servidumbre?


                         O sea, amigos, colegas, gente de bien, pensadores, formadores de opinión, empecemos a levantar la puntería. No nos insultemos. No entremos en pérdida de tiempo, no describamos el cadáver. Empecemos a hablar de cómo arreglamos esto, más que a diagnosticarlo.


                         Como lo hicieron todos los intelectuales de la historia, confiemos en el poder de la pluma. Lenin escribía unos articulitos que hoy se llamarían despectivamente pirulos. Muchas de las ideas que rigieron el mundo no fueron a veces ni siquiera libros, sino artículos, conferencias, charlas, reportajes. Formas de difusión de ideas que creemos fuera de uso porque nos hemos convencido de que si no logramos la difusión masiva de la TV no logramos hacernos oír. Felizmente las redes, aunque precariamente, han vuelto a revitalizar la fuerza de las ideas y de la gente. 


                        Y empecemos con algunos cambios a la Constitución que se pueden exigir.


·         Mandato presidencial de 5 años sin reelección consecutiva.
·         Imposibilidad para familiares de hasta 2º. Grado de postularse en los períodos intermedios.
·         Imprescriptibilidad  de los delitos de corrupción, sin posibilidad de indulto.
·         Inclusión en el delito de corrupción de los cómplices privados, así como obligación de estos de justificar el origen de su patrimonio.
·         Límite de una sola reelección para legisladores.
·         Límite al gasto, la deuda, el déficit y la carga impositiva, pero:
·         Sistema de contralor público del gasto mediante elección de funcionarios a nivel nacional, provincial y municipal, por elección directa popular sin intervención de partidos.  Metodología.
·         Elección de un tercio de diputados sin intermediación de partidos
·         Pese al límite de edad, los jueces de la Corte no podrán durar menos de diez años en su mandato.
·         Sistema de internas precisas, no reglamentables.
·         Reglamento básico de las Cámaras, no modificable.
·         Mecanismo de recuento de votos que reemplace al conteo exclusivo en las mesas.
·         Fortalecimiento del Consejo de la Magistratura, impidiendo mayoría o influencia decisiva del ejecutivo.
·         Mecanismos de acción popular para impulsar leyes, con mayor poder vinculante.
·         Designación de ciertos funcionarios de contralor por votación directa popular, sin intervención de partidos.


Estos son algunos puntos que se pueden difundir entre la ciudadanía para ayudarla a elegir y hasta presionar a sus candidatos para que adhieran a ellos. Utilizando las redes sociales se pueden lograr mejores resultados aún que con el simple enunciado.


Lo importante es que la sociedad advierta que debe salir de los lugares comunes que nos han llevado a delegar todo poder en manos de los políticos, lo que siempre termina en corrupción y descalabro económico.  Y también deberá comprenderse que se están defendiendo derechos, no principios abstractos ni ideologías


Es posible ver estas ideas como un conjunto de expresiones principistas casi idealistas y hasta nostálgicas. Me permito recordarle a quien piense así, que el gran país que añoran era un país de principios éticos, morales y económicos. Y  el mundo también. Si se prefiere por la razón que fuera vivir en un país sin principios, o con principios tan móviles como los de Groucho Marx, el resultado será el que estamos obteniendo. Mediocre o malo. Siempre frustrante. 


Por supuesto que siempre se puede aceptar la mediocridad y hasta el servilismo como consecuencia de la supuesta evolución del «mundo actual».  Prefiero dar la lucha, aún a riesgo del ridículo. Aunque sólo se pueda tener éxito en un diez por ciento de la prédica. Siempre es mejor el diez por ciento de algo, que el cien por ciento de nada, como ocurre hoy.


Por lo menos mientras no se decida descartar también, en nombre de la evolución, los principios inamovibles de la matemática.



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