Expropiación de la Confitería del Molino



El Congreso pasa de Escribanía
a Inmobiliaria.




            Unánimemente, (una abstención) como todas las grandes burradas argentinas, por ejemplo la Ley de Educación, Diputados  ha dado sanción a la Ley que expropia la confitería del Molino, de Avenidas Callao y Rivadavia, hace muchos años cerrada.

            No gastaré mucho tiempo en expresar mi opinión sobre este gasto superfluo, en un país con tantas necesidades sin atisbos de solución.

            Para los legisladores es posible que el lugar tenga un valor simbólico, ya que el café era el "Serpentario" donde tuvieron lugar tantas alianzas, cuando no tramoyas.

            Para algún anciano tendrá también un valor afectivo respetable, siempre que la expropiación se pague con su dinero y no con el nuestro, obvio.


            Pero la verdad es que se trata de un gran negocio inmobiliario de los dueños del edificio, que vienen bregando por encontrar un comprador hace muchos años.

            El primero candidato fue la Ciudad de Buenos Aires, luego de una campaña de prensa muy emotiva, un bombardeo que abarcó de 2006 a 2012 y del que CABA zafó, afortunadamente.

            La confitería tambaleó entre 1978, en que resucitó de una quiebra, hasta 1997, en que cerró definitivamente dejando un tendal, como suele ocurrir con todas las confiterías, atrapadas entre la AFIP, las cargas sociales y los juicios laborales.


            Una de las excusas del Presidente de la Cámara de Diputados fue que las quiebras se produjeron en períodos neoliberales de la economía,  que en la percepción del diputado Domínguez es un sistema que genera ese terrible efecto en las empresas.  


            Seguramente no pudo recurrir a la figura de Borges, Tuñón y Bioy concurriendo diariamente, porque a esta altura han sido usados para justificar el salvamento de tantos tugurios fallidos que no habrían tenido tiempo material de agregar un nuevo lugar a sus excursiones cafeteriles.

            La ley determina que el PE adquirirá el edificio y lo cederá gratuitamente al Congreso. Luego deberá ser restaurado y puesto en valor, y se otorgará una concesión para explotar la confitería, la panadería y la venta de comida.

            Para ponerlo con más contundencia, el Congreso acaba de aprobar un gasto gigantesco cuyo monto es desconocido.  Pero hay algo peor: no se puede comprar sólo la planta baja del edificio porque las escrituras y los reglamentos impiden que el edificio pueda ser dividido y vendido por piso.


            Esta cláusula, que no existía originalmente, obliga ahora al Estado a comprar todo el edificio, lo que los dueños de la propiedad vienen tratando de lograr desde 2006.


            El PE se encuentra ahora ante su especialidad: negociará mano a mano, (Con la bendición del Tribunal de Tasaciones) con los felices dueños de la propiedad y flamantes millonarios.

            Por supuesto que todo ha sido disimulado.  Los pisos superiores serán ocupados por dependencias especiales de las Cámaras, que mágicamente, no tenían lugar para hacerlo, como es evidente. Y el Congreso pasará a ser propietario de una confitería, con los futuros costos de juicios, laborales e impositivos que devendrán, ya que el emprendimiento comercial está condenado al fracaso a poco que se piense en el formato.

            Vamos ahora al punto central. La mayoría de los economistas y expertos  está de acuerdo en el enorme condicionamiento que pone el gasto del estado sobre toda la actividad económica y la presión inflacionaria o impositiva que genera su aumento.

            ¿Cuánto se gastará alegremente en este despropósito irresponsable?            


             Supongamos una cifra modesta entre compra, remodelación, equipamiento (sin contar los juicios que aparecerán por el pasado) de 50 millones de pesos. Es decir que en esta pequeña estupidez se gastará el sueldo de 300 empleados en un año. O puede ponerlo en dosis de vacunas, o reactivos, o lo que guste.

            A ello hay que agregarlo los costos mensuales de mantenimiento, impuestos, personal, servicios y demás que implica un edificio de estas características y los gastos contingentes de los negocios operados por terceros, que preveo finalizarán en desastre, con los juicios pertinentes, que por supuesto se perderán.

            ¿Cuántos casos como éste, y peores que éste, tenemos en nuestros presupuestos? Y esto, querido lector, es la constante del gasto del estado en la Argentina. 



            ¿Todavía cree que alguien lo bajará?
           



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¿De qué hablamos cuando

 hablamos de Educación?




Esta nota no intenta ser abarcativa, porque sería demasiado pretencioso y porque el autor no es experto en temas de educación.

Sí pondrá la mira en algunos lugares comunes, contrasentidos, contradicciones y preconceptos que impiden comprender el objetivo central de la educación, situaciones que se acepta que no son de exclusividad nacional.

Se habla de la educación como la solución a los problemas de la democracia, hasta de la violencia, y también como una manera de prepararse para conseguir trabajo, o posiciones laborales más retributivas. 

Tenemos una enorme vocación por los lugares comunes, lo políticamente correcto y lo que corresponde. Pero esa especie de inseguridad a veces nos equivoca y nos condena a la crítica o al insulto, sin saber exactamente lo que queremos.

 

Cuando se habla de la educación como base de la riqueza de las naciones, ¿de qué se habla?  Se habla de formar jóvenes que sean capaces de innovar, de inventar, de crear algo que se pueda vender o exportar con gran valor agregado. De modo que ya se presupone en el concepto que habrá ciertas carreras, ciertas disciplinas, cierto tipo de profesiones, que serán más necesarias que otras. Y que sus graduados lo serán luego de duras exigencias. 

 

Nuestra sociedad ha hecho un culto de pensar que cualquiera tiene derecho a estudiar lo que quiera, a costa del estado. FALSO. No le sirve a la sociedad ni al propio interesado. Nadie conseguirá trabajo abrazando carreras sin demanda laboral, o recibiéndose sin incorporar conocimientos que lo hagan valioso laboralmente.

La necesidad de reflejar éxitos numéricos y la costumbre de usar erróneamente las estadísticas, nos ha hecho creer que lo importante es graduarse, no importa cómo. FALSO. No le sirve a la sociedad ni al interesado.

 

 Las viejas constituciones garantizaban la oportunidad a la educación de todos los ciudadanos. El facilismo y el populismo, mundialmente, transformaron esas garantías de igualdad de oportunidades en derechos. En un paso posterior de autoritarismo, ejercer ese derecho, en vez de ser voluntario pasó a ser obligatorio. 

 

 Las constituciones no garantizan ya la igualdad de oportunidades. Obligan a los ciudadanos a usar sus derechos. Deben estudiar y recibirse Con eso conseguirán trabajo y mejorarán la sociedad. El paso siguiente en ese voluntarismo es reducir la exigencia para asegurar la obtención de esas ventajas. EQUIVOCADO, no le sirve ni a la sociedad ni a la gente.  

 

 Cuando se habla de educación, para estar seguros de que cumplirá los objetivos sociales e individuales que queremos, se debe hablar de educación de excelencia. Cualquier otra variante tendrá efectos frustrantes, costosos, y desintegrantes para la sociedad y el individuo. Repitencia, deserción, incompetencia, pobre formación. 

 

Este problema no es exclusivamente argentino, sino universal. Los países han tenido que elegir esencialmente entre dos paradigmas, con distintas características según el nivel educativo, pero entre dos paradigmas:

 

 La educación de excelencia o la educación igualadora - igualitaria. 

 

  En esa sencilla disyuntiva radica una buena parte del problema. Es obvio que si se nos pregunta lo que queremos, la respuesta esperada, correcta y fácil es elegir un sistema de educación igualitaria, sin duda. A nadie se le ocurriría negarle oportunidades a una enorme masa de gente, marginal o pobre, que por cualquier razón haya quedado fuera del sistema o atrasada. 

Aquí empieza el problema. Los países que han elegido el camino de la educación igualitaria, por ejemplo Estados Unidos, que intentó integrar a la población negra, han visto deteriorada la calidad de sus resultados, en términos del conocimiento impartido y de la formación de los alumnos. Los alumnos más adelantados se aburren y no progresan, y los atrasados, desertan, repiten o se vuelven salvajes y antisociales. 

 

Con su criterio empresario, EEUU decidió entre otros experimentos usar las pruebas tipo PISA como modo de evaluar (y remunerar) a los maestros y las escuelas. Sin embargo, las propias escuelas reaccionaron e inventaron varias trampas para eludir la evaluación. Entre otras, la de ahuyentar, con recursos a veces patéticos,  a los alumnos más atrasados, para obtener en la práctica mejores evaluaciones. 

   

Muchos expertos americanos están recomendando colocar a los dos grupos de alumnos en aulas y hasta en escuelas distintas, con maestros y profesores diferentes. En el caso de los alumnos con menor educación, sus profesores serían mejor remunerados y sus metas serían las de lograr ciertos coeficientes anuales de integración de sus grupos a los más avanzados. 

 

De ese modo, no se produce el efecto de desestimular a los más adelantados ni el de alejar a los atrasados, y no se evalúa negativamente a la ligera a maestros o profesores.

Pero esa idea choca con el preconcepto social de que dividir a los alumnos implica tratarlos como discapacitados, con lo que el sistema deja a los dos grupos juntos, empujando la igualación hacia abajo y aumentando la repitencia y la deserción. 

   

Eso es muy parecido a lo que pasa entre nosotros, que opinamos libremente para luego sorprendernos de las consecuencias de lo mismo que exigimos. 

 

Por ejemplo, cuando se habla de excelencia se debe comprender que  inexorablemente habrá restricciones al ingreso, y posteriormente deserciones, repitencias y fracasos. Sin embargo, parece sorprendernos cuando esto ocurre. Con lo que deberíamos preguntarnos qué queremos, qué objetivos deseamos que tenga nuestro sistema de educación y como lo lograremos.

 

 No son sólo los gobiernos lo tienen poco claro, sino que la sociedad parece no tener precisiones sobre lo que desea. Educación de excelencia es una buena frase, que parece ceder cuando nos conmovemos porque hay mucha repitencia o deserción.

   

La realidad, es que éste es el principio de ganadores y perdedores que tiene el liberalismo que solemos declamar, para luego asombrarnos cuando algunos ganan y otros pierden, en cuyo caso le echamos la culpa al estado, es decir volvemos a poner la decisión y la responsabilidad en manos del estado, que es lo menos liberal que existe. 

 

Volviendo a Estados Unidos, cuando se llega a la enseñanza universitaria el sistema es todo lo opuesto y allí se vuelve casi despiadado, produciendo en consecuencia la excelencia que se ve en ese nivel educativo. Como parte de ese sistema, las universidades tienden a concentrarse, como auténticos polos de conocimiento.

   

En nuestro caso, la política es diametralmente distinta, la universidad intenta también ser igualadora, tratando de compensar en poco tiempo los errores de toda una vida del alumno. El efecto es conocido. También la práctica de descentralizar y crear universidades como supermercados, para ponerlas en la esquina de la casa de cada uno, con lo que la calidad y el conocimiento también se dispersan.

Para resumir, el intento de este trabajo es empezar a cuestionarnos si la culpa de los problemas de la educación la tienen los gobiernos o la sociedad, que tampoco atina a tomar una línea y seguirla, aceptando sus ventajas y desventajas. 

 

Educación de excelencia para muchos, no es factible. Sí es posible una educación de calidad por niveles de capacidad, con límites dados por los atributos, por la selección y por el esfuerzo.

Si exigimos y esperamos educación para todos, de excelencia, igualitaria, con baja repitencia y poca deserción, eso requeriría casi un experimento masivo de biogenética, no una política educacional. 

 

 Las charlas de living tienen ese problema.

 

 

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Internet, ¿el fin de los diarios en papel,
o en cualquier formato?


Por Dardo Gasparré

        Ya sé,  usted leyó el título y ya me está contestando, ¿verdad? No se preocupe, es un mal de twitter, lo entiendo. Si me permite ahora desarrollo el contenido. 

            En una primera mirada, Internet, que es un fenómeno de comunicación sin precedentes, es en consecuencia y per se EL medio de comunicación universal, con lo que el artículo se muere aquí mismo. 

            Usted, muy probablemente, ya no lee diarios en papel, y hasta es probable que no los lea sistemáticamente ni en su versión online.  Usted lee tuits o posts en los que le ponen un link a alguna noticia o le comentan otras. Y luego lee miles de opiniones, de 140 caracteres o en algún blog. ¿Verdad?

            Lo que usted hace para asegurarse de que esa noticia es cierta, es hacer clic en el link al diario, o directamente ir a alguna versión online de un diario a ver si se confirma. ¿Verdad?

            Bien. El diario papel está agonizando. Morirá en breve. Está entonces claro que debe renacer en su versión online. ¿Verdad?

            Eso es menos simple y fácil de lo que parece. Salvo unos pocos casos importantes en el mundo desarrollado, el lector no quiere pagar por los diarios online porque considera que tiene derecho a la gratuidad. 

            El argumento es, entonces, que los diarios online deben vivir de la publicidad que vendan.  Por principio, y por algunas experiencias, discrepo de la idea de que las noticias dependan de la publicidad. 

            Pero aún dejando de lado los pruritos, la idea no es factible. Desde el punto de vista comercial y gráfico, no hay manera en que un sitio pueda tener ni una fracción monetaria razonable de la publicidad de un medio gráfico. Y si un sitio aumentara la cantidad de avisos para compensar la diferencia económica el resultado sería insoportable. 

            Y un hecho adicional. Como armar un sitio es aparentemente mucho más simple y barato que armar un diario impreso, todo aquél que tiene vocación periodística hace su sitio y sale a pedir avisos.  Como el número de sitios tiende a infinito y el número de anunciantes no, el resultado económico es previsible. El periodístico también.

            El costo más importante de un diario es el costo de su redacción y de generación y búsqueda de noticias. El proceso de verificación y conocimiento que aporta la redacción es invaluable e imprescindible.  Ese costo no se puede trasladar a un sitio de Internet sin fundirlo de inmediato, por todo lo expuesto.  

            La desaparición de un diario impreso en papel, implica que dejará de subsidiar a su sitio web, con lo que la calidad de noticias se reducirá drásticamente, mientras el sitio dure, hasta su quiebra. 

            De modo que se puede pensar en un futuro no lejano en el que usted recibirá noticias de todas partes y de todo tipo, pero no tendrá modo de confirmarlas, ni lo tendrá quien se la envíe. Con lo que la frase de que « En Internet sobran noticias y son todas gratis» debería tener un agregado: «y esas noticias pueden ser ciertas o falsas»

            Con lo que podemos imaginar un sistema en que cualquiera distribuya noticias, ciertas o falsas, intencionadas o no, manipuladas o no, y todas tengan igual valor de verdad. 

            Por supuesto que habría un sistema de confianza. Como en la época de los primeros cronistas griegos. Algunos tuiteros o bloggeros merecerían su confianza. Habrá que esperar que usted tenga el tiempo de seleccionarlos y ellos el tiempo, las ganas y los fondos para buscar noticias suficientes, chequearlas y hacérselas llegar. 

            Y tendrá usted que agregar que al no contar con un soporte económico legítimo y validado, como la suscripción o la publicidad comercial, se corre más fácilmente el riesgo de que la noticia que usted cree gratuita sea pagada por alguien, para que usted se la trague. 

            Ahora hablemos de la opinión. Todo internauta es un periodista de opinión en potencia. Basta recorrer Twitter. De modo que también lo que sobran son opiniones. Pero las opiniones que se vierten en un diario, también tienen un proceso previo. 

            Ese proceso previo es una selección, por el prestigio del autor, por la línea editorial del diario, o por su calidad o fundamentos. Cuando usted encuentra una mención o un link a una nota de algún experto, en la gran mayoría de los casos es un link a un diario o a una radio que ha entrevistado a alguien que publica en diarios. 

            Tendrá usted que dedicar mucho tiempo a determinar en quién confía en cada tema. Imaginemos que todos los columnistas de hoy mueren, (Dios nos libre) y que usted tiene que empezar de cero: ¿en quién confiaría?

            Obvio, usted se está ahorrando 30 centavos de dólar por día, entiendo, pero tiene un montón de información y opinión gratuita, ¿verdad?

            Se me ha dicho que, al igual que Wikipedia, se podría producir un sistema de autoverificación que impida distorsiones. Tengo dudas. O mejor, estoy seguro de que eso no será así. 

            La autoverificación se produce con el tiempo, no en la instantaneidad de la noticia día a día. Usted puede subir un artículo a Wikipedia diciendo que acaba de noquear a Mayweather y es el campeón mundial Superwelter,  y puede que tarden semanas en corregirlo, si lo corrigen.

            Por todo lo dicho, defiendo la idea de que el lector pague una modesta suscripción mensual a su periódico online. Como en los orígenes del periodismo, como en la época de Il Paschino, como siempre. 

            Ya se, sus principos le impiden pagar en Internet, ¿Verdad? Le van a dar pescado gratis. Pero podrido. 

            Me queda la esperanza de que los mismos que defendían el derecho al afano y a la piratería del cine y los libros en la red, ahora han hecho de Amazon y Netflix los grandes sitios de contenidos pagos del mundo. 

            La noticia gratis, como está claro, no vale nada. La mejor manera de que nadie compre la noticia que le dan, es que la compre usted. ¿Verdad?


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