Publicado en El Cronista 16-12-99



El virus Menem 2K



El justicialismo se ha tomado revancha de la Alianza. En cierto modo, al plantarle un virus mortal en el sistema, ya la ha derrotado. El descalabro provincial, mayoritariamente peronista, sumado a la extorsión presupuestaria, totalmente peronista, hace que el aumento de impuestos sea un Frankenstein que si genera algún ingreso adicional por vía de la presión fiscal, lo perderá por la reducción de consumo.


                       La demanda que realmente potencia el crecimiento está ubicada, en una curva de Gauss, a la derecha de la media del ingreso neto. Si esa media se desplaza hacia la izquierda, es decir disminuye, la demanda útil cae bruscamente, y crece la demanda de bienes de poco valor agregado.


El resultado es una espiral viciosa en la que termina considerándose clase media alta a cualquiera que tenga más de un par de zapatos. Es cierto que el nuevo paquete es el único posible. El problema es que es irracional. Tan irracional, que en nombre de la salud colectiva se le suben impuestos internos (sin tax, o impuesto al pecado) a las gaseosas, pero no al vino, clara muestra de la extorsión provincial.


  Esta idea de gravar a la clase media rica (?) hizo pensar en una vuelta nostálgica al socialismo, que se dará por decisión o por consecuencia, no importa. No será raro en un país que firma actas de reconciliación con los villeros, tolera a las patotas de limpiavidrios y paralíticos truchos de las esquinas y da recitales para los pobres del conurbano en las zonas residenciales de la Capital.


La desesperación ha creado otra aberración, que es la sobretasa retroactiva en el Impuesto a las Ganancias, que supone que la clase media rica ahorró justo para ese 20% adicional, y que el Estado tiene derecho a tener un Presupuesto ordenado, mientras que los ciudadanos no. Del lado de los monotributistas –que no son clase media rica, al menos este mes- la angustia mueve a otro aumento injusto, irracional y teórico que rompe el concepto central de ese método, y que marginará a esos contribuyentes.


Lo grave es que el Gobierno está aceptando en silencio y resignadamente esta bomba de tiempo. No habla sobre las heredadas renegociaciones de contratos con las privatizadas, a las que ni siquiera se les puede cobrar, a cambio de ese silencio, el mismo Impuesto a las Ganancias que a la gente, lo que sería legítimo.


Tampoco reacciona frente al festival póstumo de regalos de Menem a sus amigos, que cuesta fortunas y arbitrariedad. (¿No se podría anular el Decreto 1520, que regala a cuatro o cinco medios periodísticos de amigos los monumentales impuestos que supieron evadir? Eso no sería una buena publicidad para demostrar que se perseguirá a los evasores? En vez de eso, se prefieren medievales reformas al Código Tributario, obligar al pago con cheque (se compensarán los gastos bancarios y los "voladores"?).


Además de la muda Alianza, el silencio de los "liberales" frente al final a gran orquesta menemista y este comienzo socializante y lánguido es patético. Sólo atinan a profetizar que la baja de tasas salvará la economía. Sí, varón. También a defender la supuesta seguridad jurídica impositiva (de sus empresas, no de la gente), la convertibilidad (de sus dividendos) y los intereses (sus intereses).


Este criterio tributario reganiano-lafferiano no es fruto del intelecto, sino de las circunstancias, las presiones, los compromisos, el miedo y la impotencia. Como remate aparece el regalo de Corrientes, que obligó a De la Rúa a una medida inevitable, que pone sobre los hombros de la Nación el financiamiento del agujero negro que supieron crear los patriotas que se afanaron por el bienestar de la novia azul del Paraná. (­Y el único preso lo está en un cómodo sanatorio!) Fuera de eso, todo bien, master.


Esclavo de la obligación de hacer buena letra por su baldón inflacionario, el Gobierno cae en la trampa de seguir el libreto marchito que le escribió su antecesor, esperando la palmada de reconocimiento. Se equivoca, como Alfonsín, aunque ahora del lado de la destrucción del consumo, en vez del de la emisión de deuda en pesos. Y el silencio mayor es sobre el peor de los virus: una convertibilidad insostenible con el presente nivel de gasto consolidado.


          Demasiados silencios. Demasiada tolerancia. Y lo peor es que no se ha advertido que la gente no encuentra ya razón moral para pagar tributos, mucho menos la clase media, la única que se pone. La seguridad, la educación, los servicios, los caminos, los pasaportes, las cédulas, hasta la revisión de valijas en la Aduana y la policía aeronáutica que protege taxis truchos es abonada directamente por el usuario o está privatizada.


Cómo vuelven los impuestos? Sólo el miedo a la prisión, el costo del juicio - ahora prepotente-la falta de amigos en el poder, o el ser un millonario que gana $ 5.000 por mes con descuento por planilla puede empujar a la gente a pagar.


 El festival de cierre del menemismo, con el silencio y la tolerancia aliancista, fue el tajo final en el Contrato Social. Preparen las cárceles. Se llenarán de evasores. (De ladrones públicos, no.) El optimismo, ese embaucador, hace que los opinadores prediquen la mágica reactivación vía el endeudamiento adicional. No hay sanción ni remedio contra el optimismo.


Tampoco contra el silencio.                                                  



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