La hipocresía sindical de la educación

 

Quienes debieran defender la tarea formativa de los niños y jóvenes son quienes se ocupan de sabotearla


 




No debe haber país en el mundo que no destaque la importancia de la educación como elemento diferencial primordial para que su población tenga oportunidades de inserción económica y de desarrollo personal y espiritual en una sociedad global que está entrando en una espiral rabiosa e impredecible de cambio. Tampoco hay voces que se opongan a tal criterio, en ningún país y con ningún formato de gobierno. Los derechos universales del niño y los jóvenes consagran ese principio in límine y junto al respeto por la vida y la libertad; la formación escolar completa el tridente básico de los derechos humanos reconocidos universalmente. Hasta sería posible sostener que sin una educación integral sólida no hay ni vida digna ni libertad. Y tampoco futuro ni económico ni de cualquier tipo para las naciones. Ni democracia, cabe agregar. La educación es el verdadero cuarto poder. 

 

Hasta que entran en escena los gremios docentes. Algo que ocurre donde y cuando se les permite creer que están en condiciones de determinar los currículums, el modo en que se imparten las asignaturas, o en que no se imparten, alterar o anular los contenidos e inventar las distorsiones que se enseñan en cada aula, y donde imponen desde su posición dominante ante el alumno su ideología, que curiosamente es casi siempre trotskista o de izquierda extrema, no importa si se trata de Estados Unidos, Argentina o Uruguay. Especial mención merecería la idea de no calificar ni encuestar, la negación misma del mérito y el estímulo. 

 

Esos gremios se adueñan de la potestad de diseñar las políticas, los contenidos, los objetivos, los modos y las técnicas. Hasta de la potestad de adoctrinar y aun de deseducar, supuesto básico del gramscismo, evolución corregida del estalinismo que necesitó y necesita de masas torpes y sin pensamiento que cumplan consignas y nunca analicen lo que se les impone en defensa de quién sabe qué soberanía, de quién sabe qué patria, en la lucha contra quién sabe qué enemigo. 

 

En esa línea, hablan de esencialidad cuando se trata de reclamar remuneraciones y aumentos de presupuesto que nunca serán suficientes porque también se encargan de saturar el sistema de ineficiencias y ausencias, pero rechazan esa misma esencialidad cuando se les exige que cumplan su tarea y que no transformen el derecho a defender sus supuestas conquistas en el derecho a tomar de rehenes a los alumnos y su formación. 

 

Pese a todas las declamaciones, y a los esfuerzos reales y actuados que se han hecho, la educación pública oriental – otrora un orgullo nacional - se ha deteriorado notoriamente en los últimos años. La pandemia agudizó no solamente esa deseducación sino también la desigualdad con quienes pueden recibir una educación privada. Los que vocean coeficientes de Gini siempre inútiles para hacer comparaciones cuando se trata de datos económicos, no parecen preocuparse de esa inequidad de fondo que muchas veces ellos mismos colaboran a crear. Al contrario. La única respuesta del sindicalismo a este planteo ha sido tratar de captar de prepo a los docentes privados para meterlos bajo su dominio y así sabotear también la educación privada. Nada nuevo en quienes propugnan manotear el patrimonio de los que tienen más para regalárselo a los que tienen menos, una solución cortoplacista y fracasada. La única igualdad sostenible y solidaria en la educación, primero, pero también en cualquier otro aspecto de la sociedad, es hacia arriba. 

 

El mérito, el esfuerzo previo, la disciplina, la seriedad, el ahorro, el compromiso, la vocación, el trabajo y el estudio son las herramientas de la igualdad. La capacidad de autoportarse, la confianza en las propias fuerzas, la libertad, la solidaridad bien entendida, la grandeza de espíritu, la conducta, la honestidad y la ética son los valores esenciales para trasmitir, no la defensa de supuestas conquistas que pagan los demás con ignorancia y espíritu mendicante y sumiso. 

 

No es posible omitir que estos gremios son los que se oponen sistemáticamente a la formación universitaria de los docentes, un elemento que cumple la doble función de jerarquizar en serio la tarea de los maestros y profesores, y de encarar la dificilísima, casi imposible doble misión de lograr inclusión con excelencia. También a la idea de remunerar mejor a los maestros que se especialicen en ayudar a superar las desigualdades, una condena fatal a los postergados y menos favorecidos. 

 

Cuando se habla del éxito socioeconómico de muchos países emergentes que salieron de la pobreza y la desigualdad, se suele omitir el impulso que esos exitosos han dado a la educación, sin concesión alguna y sin excepción. Como se sabe, las evidencias se niegan siempre que entra la ideología en escena. 

 

Ayer era un día de gran trascendencia para los orientales. Porque se comenzaba formalmente el plan de vacunación, luego de un año durísimo, de miedo, incertidumbre, aislamiento y duras consecuencias de todo tipo. También porque los chicos empezaban a pleno su año escolar, símbolo de esperanza y oportunidades, y se comenzaba a transitar el camino de la recuperación de la desigualdad educativa adicional que volvió a restar oportunidades a los más pobres. 

 

En ese contexto, la decisión del paro nacional de la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria (Fenapes), más allá de los motivos y excusas, es un símbolo, un sabotaje, un escupitajo cruel y mezquino en la cara de la sociedad uruguaya, cualquiera fuera la ideología o la posición política de cada uno. 



 

 

 




Publicado en El Observador  23/02/2021



Pantalla azul para la carne

 

La defensa de la actividad pecuaria oriental frente al ataque de la interesada filantropía de Bill Gates es un tema de estado que no permite simplificaciones

 

 














Es justificada la preocupación que se nota en los medios sobre el ataque mundial orquestado contra el consumo de carne, ahora personificado en la figura de Bill Gates, que parece disfrutar de su nuevo rol de Nostradamus universal prediciendo el fin del mundo en diversas formas. 

 

Frente a la amenaza real para una tarea clave como la ganadería, es obvio que Uruguay debe adoptar una política de estado inteligente y proactiva, que impida que su vital comercio sea crucificado en aras de una hipersensibilidad global fomentada. Eso implica no seguir líneas o planteos de una cierta inocencia, como tratar de explicarle al mundo que las vacas uruguayas son diferenciales, bucólicas y con tecnología impoluta, distinto a los rumiantes extranjeros que engordan quién sabe por qué métodos y en qué condiciones. Cabe aquí recordar el ejemplo de los tapados de piel: los piquetes, rentados o no, que escupían a las damas que usaban esos abrigos, no averiguaban si los animales sacrificados para su confección eran de criadero o habían sido depredados cruelmente en su hábitat natural en algún valle nevado de Vermont. 

 

¿Es muy arriesgado imaginar hordas incentivadas escupiendo las hamburguesas o los T-bone steaks en los restaurantes americanos o europeos? No será fácil explicarles las diferencias en la cría y faena en esos momentos. Por cosas así, sin descartar la defensa de la singularidad local, se deben explorar las alianzas y las relaciones públicas que se requieren para no sufrir los embates de quienes hasta ayer execraban a los orientales de ojos rasgados porque tomaban sopa de murciélago o comían alimañas, gatos o perros, y ahora están dispuestos a comer en público un compost de gusanos procesado en una impresora 3D o a tomar agua extraída de excrementos humanos, como hace Gates. 

 

Nueva Zelanda y Australia y aún EEUU deben ser aliados naturales en esta pugna, que además de mucho dinero requiere una organización profesional y una revisión y planificación medulosas para oponerse a un enemigo de alto poder de fuego y que se arroga la defensa de la vida del planeta y la salvación del ser humano. No muy distinto a las pandemias que también pronostica este moderno Pecos Bill -recuérdese al héroe ficcional texano. No sea que se termine como con el Covid-19, donde el remedio terminó en muchos casos siendo peor que la enfermedad. 

 

Uno de los temas de las relaciones públicas y de la política internacional será impedir que se llame “carne” a una pasta sintética elaborada con proteínas obtenidas con métosdos repugnantes y saborizada con cualquier recurso, mientras los productores uruguayos padecen todo tipo de discriminaciones por no etiquetar hasta la histeria los ingredientes de sus productos, y no pueden llamar champagne o gruyere a sus vinos o sus quesos. 

 

La carne ya fue acusada de todos los males del universo, desde la hipertensión al colesterol y la gordura, teorías que luego fueron refutadas. Muy parecido al COVID, o a tantas otras teorías. Por eso hace falta una alianza internacional y mucha inversión en lobby, investigación y relaciones públicas para encarar la batalla, a la vez que una sólida política exterior que no puede encararse en soledad. 

 

Párrafo aparte merece la filantropía del señor Gates. Como otros billonarios, ha creado su fundación, que le permite eludir un monto colosal de impuestos, y destina algunos recursos a la beneficencia, cosa que es loable, aunque a veces sería más saludable eximirlo de demostrar la verosimilitud de la figura que ha creado. Agrega un gran presupuesto destinado a ensalzar su imagen, como se ve en el documental de Netflix, con exageraciones pagas que mueven un poco a la vergüenza ajena. Faltó que le ganara una partida de ajedrez rápido a Magnus Carlsen. 

 

Sin ánimo de descalificar al exitoso Bill, hay que recordar que es conocido por sus predicciones fallidas - o lo era antes de limpiar los datos en la Web - muchas relacionadas con sus intereses y expectativas empresarias. En los años 80 predijo que el OS/2, que había desarrollado para IBM recientemente, sería el sistema operativo más importante de la historia. Pasó sin pena ni gloria, y el mismo filántropo se ocupó de destrozarlo terminada su alianza con IBM, primero con los fallidos Windows 1 y 2, en el que usó de cobayos a todos sus usuarios, y luego con la exitosa versión 3.0.  Un poco más espectacular fue su bolazo-premonición en su keynote en la exposición COMDEX 1994, en Las Vegas, a la que asistió este columnista, donde aseveró que no veía un gran desarrollo comercial futuro para Internet, cosa que refirmó en su libro The road ahead, para tener que retractarse poco después urgido por sus propios técnicos y ejecutivos. También fracasó cuando predijo que el mundo digital sería acaparado por su Explorer, o cuando juró que el spam desaparecería en dos años, como es evidente que no ocurrió. 

 

Nada de esto le quita importancia a su campaña para salvar a la humanidad del calentamiento global y del consumo de carne verdadera, que debe tomarse muy en serio, sobre todo por su capacidad de producir efectos devastadores en la vital ganadería, con una sociedad global proclive a las profecías y conspiraciones.

Tan amenazante como la proverbial, temida y cancelatorina pantalla azul de su Windows. Algo parecido a la permanente amenaza de nuevas pandemias, que vienen ocurriendo desde siempre y usándose del mismo modo aterrorizante. (Ver Éxodo)

 

Para no encontrarse de golpe con una desagradable pantalla azul como los usuarios de Windows, el gobierno, y también la oposición, deben habilitar su Zoom no para abuenar a Gates, sino para reunirse con sus colegas productores mundiales de carnes y orquestar una acción común, tanto en la mejora de estándares genéticos y de métodos como de relaciones públicas y comerciales.




Publicado en El Observador  16/02/2021


La resurrección de Carlos Menem

 

















La hipocresía del gobierno de Cristina Kirchner otra vez monopoliza un velatorio reivindicativo y épico

 

Rescatado por la necrofilia egipcia esencial del peronismo y la necesidad imperiosa del kirchnerismo de tener alguna bandera para agitar, Carlos Saúl Menem resucitó el domingo como líder político y recuperó la categoría de muerto ilustre del movimiento. Cristina Kirchner, que un día celebró la broma de su tragicómico esposo de estrujarse sus intimidades para conjurar el estigma de jetattore que acarreaba el riojano, ejerció ante el féretro la hipocresía que le aflora con naturalidad y con la que engaña sólo a sus aplaudidores. 

 

Ningún parecido entre los dos líderes. Salvo en haber capitaneado las dos mayores bandas de delincuentes que conoció Argentina. Partiendo de que el ex patilludo mandatario fue el único candidato en la historia del peronismo en haber sido ungido por elección directa de las bases, sistema impensable para la hoy doble dictadora, en su país y en el movimiento multiuso al que pertenece, o que le pertenece. 

 

No se parecen en la empatía personal, como es harto evidente, ni en la tolerancia democrática, la libertad de prensa, el derecho de propiedad, ni en el odio, el revanchismo, ni en la sicopatía, ni aun en el hubris y menos en el respeto por la libertad sin aditamentos. Tampoco en el criterio de inserción internacional, ni en el tratamiento de graves atentados: mientras la DAIA critica duramente al muerto por no haber colaborado con la investigación de los ataques contra la embajada de Israel y la AMIA, la viuda de Kirchner eligió signar un pacto de impunidad con Irán, acusar a una conspiración del judaísmo de la voladura de la embajada, y tiene para siempre pendiente sobre su cabeza la muerte del fiscal Nisman. (Es de suponer que si alguna vez muere será duramente criticada por eso) 

 

También difieren diametralmente en la concepción sobre la producción, en las ideas y en las cifras. En el caso kirchnerista es evidente y final. En el caso menemista, no había otra alternativa que la apertura económica, además. Y toda apertura económica, con cualquier formato, siempre origina la transformación, conversión o desaparición de cadenas productivas, tanto en Argentina como en China o EEUU. Esto es bueno que lo entienda Uruguay, que a veces parece creer en alternativas que no existen. 

 

La venta de armas a Croacia y Ecuador, (además una traición a Perú, único país que puso sus Mirage a disposición en la guerra de Malvinas) culmina con la voladura de la fábrica militar de Río Tercero. No es posible creer que el entonces presidente lo ignorara.  Un baldón en su vida. La actitud de la ciudad cordobesa de no adherir al duelo nacional decretado en homenaje al carismático exmandatario es de toda justicia. Aunque los politizados lo vean como desacato al decreto de Alberto Fernández.

 

La política de privatizaciones del gobierno menemista, tan criticada ideológicamente y con tanta corrupción, fue, sin embargo, imprescindible. El país sufría una crisis energética terminal, a la que no era ajena la transa sindical-política que manejaba el negocio energético. Las comunicaciones eran inexistentes, también destrozadas por el sistema de coimas y no inversión de Entel. Cualquier crítica que se haga hoy es injusta porque se hace después de haberse resuelto el problema insoluble. 

 

La primera privatización impecable de YPF, no la segunda,  que fue un modo de generar fondos, cortó un negocio sindical-estatal-empresario-prebendario y le costó la vida al dirigente sindical Diego Ibáñez, con esos bueyes se araba entonces. El sucio negocio fue reinventado por Néstor Kirchner en complicidad con Repsol, a quien le sacrificó la acción de oro al pactar con los españoles (segundo de Argentina en corrupción) que le regalarían el 25% accionario a Eskenazi, lo que seguramente también será criticado duramente en 2060, cuando el cadáver a juicio sea el de su esposa Cristina, que pagó un disparate por el también cadáver de la petrolera. 

 

El gobierno menemista tenía dos cajeros que repartían con un Excel todos los ingresos de la corrupción. En eso era más ordenados que el kirchnerismo, con mucho mayor cuentapropismo.  Aun así, eso no invalida la tarea privatista, de la que debe recordarse algo que no se quiere mencionar: las privatizaciones se hicieron mediante licitación y preveían que al cabo de 10 años caducaba el monopolio de los adquirentes. En el gobierno de De la Rúa, se renovaron las concesiones sin licitación alguna y se olvidó la cesación del monopolio. Silenciosamente. 

 

La convertibilidad fue útil mientras se pudo mantener la disciplina fiscal, que es lo único que hace perdurar cualquier política monetaria. Cuando Menem comete el error fatal de forzar el Pacto de Olivos (del que su ministro Beliz diría al renunciar que no se podía gobernar con valijas llenas de dinero) y reelegirse, ya no fue posible aguantar la presión del endeudamiento combinado originado en la defensa del tipo de cambio y el déficit acumulado para satisfacer a gobernadores y punteros. Los 4 años adicionales fueron fatales para el extinto y para el país. Luego, De la Rúa hizo un gobierno blando y fofo, signado por el progresismo ineficiente de su alianza y de sus propias ideas. Y cometió el error terminal de volver a llamar a Cavallo, que sólo se preocupó por salvar del default a algunos banqueros que habían confiado en él, como Rockefeller. Para eso inventó el Megacanje y el Blindaje, que recuerdan al préstamo del FMI a Macri y a la reciente “salida del default” pactada con los Fondos. 

 

Carlos Menem representó una oportunidad para la democratización de su partido. También una oportunidad para Argentina de volver a un rumbo de crecimiento, productividad e inserción internacional. Ambas se desperdiciaron. Su mérito y su culpa.  Hoy cabe preguntarse si no fueron las últimas. 



 

 

 




Publicado en El Observador 08/02/2021




Sobre el cadáver del Mercosur

 

Sin el peso y la excusa de la alianza, habrá que inventar los nuevos productos, mercados y opciones





 

















La democracia tiene el defecto de que no suele ganar el que tiene razón. Si hay alguien que tenga razón. La evidencia empírica del éxito o fracaso de las políticas aplicadas en otros países no suele ser aceptada localmente en ningún lado. Cada sociedad se considera diferente al resto del mundo, con particularidades que la separan totalmente del común de la humanidad. Por eso toda sociedad quiere ser protegida del mundo externo, al que siente un peligroso enemigo. O sea, quiere ser protegida de la competencia, o de la necesidad de competir. 

 

Por eso es tan difícil ponerse de acuerdo sobre el comercio exterior. La evidencia empírica demuestra a lo largo de muchos años que existe una correlación directa y sostenida entre el bienestar de los países y su intercambio comercial. Pero ese concepto es siempre minimizado por consideraciones locales de todo tipo, que suponen representar las singularidades de cada comunidad. En el plano local, el Mercosur ha sido siempre la más conveniente excusa para continuar el proteccionismo estilo oriental, que incluye el monopolio estatal y el importador, la rigidez laboral y el IMESI en muchos casos. 

 

Un tratado comercial supone, en apretado resumen, que se acuerdan bajar o eliminar aranceles, trabas no arancelarias y otros criterios de protección de ambas partes. O sea, que los dos países o zonas comerciales aceptan sacrificar su protección en determinados rubros. Y enojar a quienes gozan de esa protección en cada firmante. Es sabido que Uruguay desperdició todas las oportunidades cuando todavía existía alguna posibilidad de hacer ese tipo de acuerdos. Porque es probable que ya no esté disponible tal opción. 

 

El Mercosur está integrado por cuatro miembros fundadores: un país con una gran industria protegida poderosa e intocable, un cadáver, una pequeña economía con raigambre y veleidades socialistas, y un solo miembro dispuesto o necesitado de apertura, aún ilegal. Una armada Brancaleone, con respeto, que no puede negociar nada con nadie. Tampoco Uruguay tiene peso para negociar individualmente ningún tratado, ni plafón social para hacerlo. Lo que no quiere decir que no pueda aumentar su comercio exterior, sin ningún tratado. 

 

En realidad, cuando un tercero arancela lo que un país le exporta no le está confiscando su ingreso, sino que está castigando a su propio consumidor. Lo que obviamente hace es limitar el volumen de venta de quien le exporta, en especial de los productos manufacturados o con valor agregado. Pero eso es demasiado técnico y molesto como para que las masas lo entiendan. 

 

Uruguay, orgulloso de su laicismo, tiene sin embargo tres religiones casi sin ateos: cree que su legislación laboral es de avanzada, cree que el empleo y el nivel de remuneración estatales son conquistas intocables, y cree que el dólar tiene que ser barato. En esas condiciones, no podrá exportar (ni importar) con ningún tratado. Lo que plantea otro intríngulis. Si se quiere mantener el actual nivel de ingreso y empleo sin aumentar notoriamente el comercio exterior, se debe recurrir a uno de tres recursos: más impuestos, más inflación (un impuesto) o más endeudamiento (o sea un impuesto futuro).

 

Esos caminos llevarían a una espiral negativa que achicaría aún más la torta y empeoraría la ecuación productiva, de modo que más allá del resentimiento, la envidia y la ideología barata, serviría apenas para el muy corto plazo, con efectos de largo alcance demasiado nocivos. Lo que vuelve a la única alternativa viable, que es la del mercado externo, ya sea con la exportación de bienes y servicios, o con la actividad local capaz de atraer consumo del exterior, como el turismo, la educación de excelencia, la salud especializada o la sobriedad fiscal. Para todo ello no hace falta ningún tratado. Ni ningún Mercosur, como sostiene la columna desde siempre. Sí, en cambio, hay otros requisitos.

 

Los impuestos de cualquier formato deben tender a bajar, no a subir. El peso del estado es una carga para competir en los difíciles mercados internacionales y los impuestos son una parte importante de los costos. Además del efecto desestímulo. Lo mismo ocurre con el sistema legal-laboral – sindical, con rigideces que no se condicen con la precariedad de una actividad económica semipastoril. Y también se requiere un mayor accionar privado en actividades monopolizadas por el estado a un costo también insostenible y poco competitivo. 

 

La deseducación sistémica debe ser abolida con cualquier gobierno, además de que se debe profundizar la formación en los nuevos oficios, junto con los conocimientos y habilidades tradicionales. Un criterio educativo que no varíe según el gobierno que toque, y hasta que sea independiente del mismo, resulta imprescindible. 

 

Nada de todo lo dicho evita ni reemplaza la tarea creativa del emprendedor, ni aun la gran empresa milagrosa y salvadora. Son esos emprendedores los que se ocuparán de exportar, de conseguir inversores, tecnología y clientes. En ese impulso privado se debe confiar y a él se debe apostar. Y también allanar los caminos para esa gestión. Y, paralelamente, no hay que tener miedo de importar, aunque se pise alguna comodidad. No sólo porque importar y exportar son parte del mismo proceso, y no meramente por los insumos, sino porque ello implica dar prioridad al consumidor, y no a los factores de producción como hoy. 

 

La prolijidad presupuestaria que se procura hoy es imprescindible y encomiable, pero no suficiente. Se corre el riesgo de fomentar la tentación de una alternancia cualquiera a aprovechar ese alivio para insistir con el mismo remedio populista por un tiempo, para volver a caer en la tristeza económica. 

 

El Mercosur ha muerto. Por suerte. Es hora de vacunarse contra el complejo de pequeñez. 

 





Urge un segundo resuello

 

Las reformas que postergó la pandemia, o las que nunca se pensaron


 
















En su última nota de 2020, la columna planteaba el daño que la pandemia había hecho al proyecto de la coalición, no sólo en cuánto obligaba a subsidios y gastos ni remotamente previstos, sino que, al hacerle perder un año (o dos hasta que el virus quiera) se había esfumado el momentum político vital para encarar cambios de fondo. Hoy, mientras el gobierno está apaleado por el egoísmo que sufren los países pequeños para conseguir unas miserables vacunas, el Pit-Cnt, la verdadera oposición, está movilizando a su instrumento, el Frente Amplio, en la consecución de firmas para derogar las tímidas modificaciones de la LUC. 

 

El aislamiento potenció el desempleo global y forzó un socialismo de facto virulento: los estados poniendo plata en directo en el bolsillo de la gente. The Helicopter Money, el absurdo que Friedman usara para explicar la inflación, se tornó política de estado, en Uruguay, por suerte, con mayor prudencia. Ese mecanismo infantil de falso reparto de riqueza vía transferencias del BROU (equivalente moderno al helicóptero) conque la izquierda local y mundial soñaban como una utopía, (apoyado por unos billonarios que sueñan con emular a Marx y su comunismo de living lujoso) será casi imposible de retrotraer. De modo que en el futuro no sólo escaseará el empleo, sino también trabajadores. 

 

Los países centrales tienen aún instancias para demorar y hasta remediar parte de ese efecto paradojal, en especial si encuentran los caminos para volver a tener gobiernos de estadistas en vez de burócratas populistas de dudosas conductas financieras, ellos o sus familiares. (Otra nota) 

 

Igual línea sigue Un Solo Uruguay en un reciente comunicado que muestra una mezcla de desilusión y pesimismo sobre la viabilidad de concretar las reformas de fondo que ya se requerían antes de la pandemia, que las postergó. ¿La pandemia?: la reforma más potente proyectada por el gobierno, que era la liberalización de la importación de combustibles, se dejó de lado sin siquiera esperar los embates del Frente. Bastó con la oposición interna, representada por el pensamiento estatista-cepaliano-mussoliniano de sectores de la coalición, que piensan como en 1950. Implicaba un cambio de fondo, no sólo porque habría traído un atisbo de competencia, sino por abrir la discusión sobre la función de Ancap y su misma existencia, y sobre el concepto amplio de comercio internacional. Uruguay recién está por descubrir que la principal razón por la que se exporta es para poder importar, y que, para poder importar, hay que exportar.  Y viceversa. 

 

Sólo un ejemplo: se empieza a apreciar el peso. Según los politólogos y políticos avezados, “con dólar barato se ganan elecciones”, un pensamiento precario y populista, que termina siempre en caída de empleo (privado, no estatal, que es una farsa) endeudamiento, inflación o más impuestos. La economía está así desestimulando las exportaciones cuando justamente necesita diversificarlas. La solución no es que el estado salga a emitir y comprar dólares y así hacer subir el valor de la divisa. La solución es aumentar las importaciones. El combustible habría sido un buen comienzo. No fue una omisión menor.

 

Durante el gobierno frenteamplista se acumularon paciente, sistemática y eficazmente cientos de disposiciones constitucionales, legales, convencionales, normativas, judiciales y de uso proteccionistas, laborales y estatistas, que castigarán a Uruguay en breve. Porque la contracara de la reacción de los países grandes, condena a los países de producción primaria a la miseria. Si todas esas reglas quedan en pie, no sólo el gobierno carecerá de triunfos económicos para exhibir, sino que a medida que se acerque 2024 las inversiones y radicaciones – ya retrasadas por la pandemia - comenzarán a dudar. 

 

No hay que descartar el ejemplo de Macri en Argentina. Los primeros dos años fueron de “gradualismo en el ajuste porque la situación no permitía otra cosa”. Para terminar con endeudamiento, inflación y un ajuste de apuro, culminando en una estampida cuando las PASO desnudaron que volvía la peor franquicia del peronismo. 

 

Salvando todas las distancias, los potenciales inversores en Uruguay pueden empezar a preguntarse a medida que pase el tiempo sin cambios, si a situación no es parecida y si no enterrarán su capital en un país con una legislación socialista confiscatoria donde sea imposible exportar o competir, y donde un nuevo gobierno del Frente Amplio termine pescando en la pecera, por más que no flote en el aire el equivalente de Cristina. Por eso es vital que el gobierno recapitule y retome la iniciativa de los cambios que deben trascender su propia conveniencia política. Cambios duraderos, que deben hacerse sin esperar la vacunas. Y aunque no hayan sido pensados en el comienzo, ni imaginados, deben idearse y aplicarse ahora.

 

En boxeo se usa una imagen: cambiar el aire. Cuando el púgil está cansado, cuando parece bajar los brazos, hay un momento milagroso en que “cambia el aire” y vuelve a su plan de pelea original, es decir vuelve a pensar, no a pelearse. Y se recupera. La pandemia fue un golpe duro que consumió energías, prestigio y capital político del gobierno. Y en ese proceso también se produjeron fisuras internas, algunas francamente inaceptables. También la oposición está aprovechando el momento para insistir en sus reclamos populistas, aunque eso no le sirva al país. Es el momento de un segundo resuello, como dice el paisano. Es el momento de enfocarse, encontrar las propuestas y tener la fortaleza de hacer lo que se debe hacer. 

 

De lo contrario, la coalición, sus partidos y el presidente corren el riesgo de ser apenas una pausa, un interregno, una esperanza fallida.  Como lo fue Macri. Hay enormes diferencias, por supuesto, pero el efecto y las consecuencias son similares. 



 


En defensa de Fernanda Vallejos

 

La diputada peronista (franquicia kirchnerista) no se equivoca. Sólo le falta completar el concepto




 

Toneladas de insultos y descalificaciones caen sobre la diputada-economista tras su afirmación de que exportar alimentos es una maldición. En un esfuerzo para ser imparcial y dejar el fanatismo de lado – que es malo para pensar - esta columna sostiene que la legisladora no está totalmente errada. Sólo que su pensamiento es incompleto. (Pausa para que el lector me insulte, descalifique y diga que soy un burro y que no aprendí nada de economía)

 

Michael Coe, el antropólogo, arqueólogo y lingüista, sostiene en su libro “Breaking the Maya Codex” de 1992, que el maíz fue simultáneamente la bendición y la maldición de los pueblos aborígenes del sur del Río Grande. Porque si bien era fácil de cultivar y los mantenía vivos con poco esfuerzo, (recordar el rudimentario sistema de cultivo de tirar la semilla en agujeros que hacían con una rama) carecían de suficientes proteínas cárneas para ser fuertes e inteligentes como para defender su territorio y su cultura y terminaron diezmados, dispersados y subyugados por varias fuerzas conquistadoras. 

 

La afirmación es toda una metáfora. Los pueblos que tradicionalmente produjeron primordialmente materias primas, (Fernanda las rebautiza alimentos) casi siempre al amparo de un clima y un suelo benignos, no han tenido en general mucha suerte en su desarrollo. En especial aquellos que no supieron ganarse el favor del imperio inglés y su sucesor americano en su momento, como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, favor que Argentina terminó de pulverizar con el default británico y la expropiación peronista de los frigoríficos. Bastaría recordar todos los libros y películas que se han inspirado en las maldades a las que eran sometidos los productores de aceite de copra o coco, símbolo del subdesarrollo. 

 

También el concepto de Coe está presente en la teoría entre antropológica y socioeconómica de que los países bendecidos con climas suaves y suelos favorables no son los que más han progresado, recostados sobre la facilidad para proveerse alimento y abrigo. Lo que parece una bendición termina siendo una maldición, como dice la legisladora. Es como si la comodidad acostumbrase a toda la sociedad a un cierto facilismo que la hace poco laboriosa, poco sacrificada y poco propensa al esfuerzo, al trabajo y mucho menos al sacrificio. 

 

Al mismo tiempo, los productores de materias primas siempre han sido despreciados y abusados por el primer mundo, ya que no son formadores de precios y en consecuencias están sujetos a las leyes del mercado más duras. A estos hechos hay que agregar el aspecto poblacional. Nueva Zelanda, y aún Australia, mantuvieron durante muchos años una población limitada, al amparo de la distancia y de sus propias leyes. En el caso de Argentina, 45 millones de habitantes declarados no pueden ser mantenidos exclusivamente por el agro y la exportación, pese a todos los records que se han batido en materia de producción en los últimos años. También se sufre en muchos casos el efecto del Dutch Desease, la enfermedad holandesa, que consiste en que la moneda local se aprecia frente a las monedas duras debido al ingreso de divisas de exportación, lo que torna siempre poco competitiva a la industria local, en especial en los comienzos de su desarrollo. 

 

Y aquí empieza el problema.  La teoría económica acuña el concepto de las ventajas comparativas y la especialización. O la de producción de mantequilla y cañones que popularizara Samuelson, aunque fuera más antigua. Si un país produce mantequilla y cañones, debe especializarse en lo que más barato y eficientemente produce y exportarlo, y comprar lo que ha dejado de producir. O sea, mantequilla o cañones. No ambas cosas. 


La nefasta CEPAL, con el apoyo teórico del tucumano Prebisch, menos inspirado que Alberdi o Roca, convenció a Perón, (que no necesitaba mucho para convencerse) de las ventajas de producir ambas cosas, usando los producidos de una para subsidiar a la otra. Ahí nace la industria mussoliniana, y los sindicatos argentinos. Un pastiche entre el estado, las fuerzas armadas, unos cuantos empresarios amigos y los sindicalistas millonarios o gordos, de los que el mejor representante es hoy Hugo Moyano, no tanto por lo gordo, sí por lo de millonario. 

 

En el afán, habrá que suponer lógico, de agregar valor y también de agregar productos industriales, se consumían los recursos privados de la exportación de carne y cereales para supuestamente ayudar a una industria naciente, que hace 75 años que viene naciendo y que aún no ha pasado de la categoría de bebé. Para evitar los efectos de la maldición a que hace referencia la diputada colega del FdT se usaron diversos procedimientos, desde el criminal IAPI de Perón, hasta las juntas de granos y carnes que venían desde siempre. Luego las retenciones, los controles de tipo de cambio, paridad administrada y otros subterfugios para evitar el efecto sobre el dólar, la inflación y de paso, se controló con recargos y prohibiciones la importación, para proteger a la eterna “naciente” industria nacional. 

 

El mecanismo fue permanente y tuvo diversos nombres, desde “vivir con lo nuestro” a substitución de importaciones, compre nacional o versiones mas sofisticadas como “desarrollismo” más o menos la misma cosa. 

 

La teoría económica pura, que no ha fallado en general cuando los políticos no impidieron aplicarla con su demagogia en todo el mundo, también dice que lo de mantequilla o cañones funciona aún cuando no exista reciprocidad, porque el consumidor de un país se beneficia con los subsidios de otros países cuando importa sus bienes. Pero eso no conviene cuando el estado y sus socios privados amigos quieren hacer negocios. Por eso se pusieron y ponen trabas de todo tipo al mercado de cambios, a la importación y a la exportación.

 

Obviamente, el mundo está lleno de proteccionistas, con lo que es muy difícil exportar, como lo saben Japón, China, Corea del Sur, Taiwan y cualquiera que intente exportar cualquier cosa. Por eso es importante que, cuando no se trata de “comida” como diría la colega Vallejos, se deba competir por precio. Para que ello sea viable hacen falta algunas condiciones: seguridad jurídica, sistemas salariales flexibles y variables, bajos impuestos, moneda estable, razonable equilibrio fiscal y confianza en el país y sus sistemas económico y de gobierno. En cuando al tamaño de población, también la teoría dice que todo aumento poblacional crea su propia demanda, y eso incluye la demanda laboral, que hace crecer el empleo. Claro que si los sindicatos y el estado imponen un sistema rígido laboral la teoría deja de funcionar.

 

En tales condiciones, a medida que aumenta la población por la razón que fuere, el empleo no alcanza. Si esa falta de empleo se soluciona con gasto del estado, entonces el costo de producción aumenta, con lo que la exportación de cosas que no sean una maldición se hace imposible. A esa altura, no hay otro camino que pedir crédito, emitir y crear déficit. Cuando esos recursos (increíblemente) se agotan, por razones varias, entonces hay que aumentar los impuestos. Con lo que los exportadores de maldiciones pasan a maldecir, y entonces las exportaciones no alcanzan para mantener a todos. Sin contar conque finalmente, todo el país vive de los que exportan maldiciones. 

 

Llegando a la modernidad, actualidad o contemporaneidad, para usar un idioma político en boga, la otra manera de dejar de maldecir el ser exportador de comida es exportar conocimiento o tecnología, o sea, educar a la población y prepararla técnicamente, y de paso cívicamente. Esa opción tampoco está disponible, ahora por la pandemia, o por la acción sindical con la excusa de la pandemia. Y antes, por varios años, tampoco estuvo disponible por la acción de los mismos sindicalistas con el apoyo del estado, que necesita que la población se deseduque. 

 

En tales condiciones, como les pasó a los mayas, a los aztecas y a los diaguitas, es muy difícil dejar de tener sobre nuestras cabezas la maldición de tener que exportar commodities. Y lo que es peor para esos exportadores, que los ingresos por esas exportaciones se les reduzcan a la mitad para mantener a los que no exportan ni producen maldiciones, ni ninguna otra cosa. O sea, tenemos los malditos planeros, jubilados sin aportes, AUH y piqueteros que mantener, a costa de los productores de la maldita comida. 

 

Un gobierno no peronista, o no populista, para mejor decir, habría buscado un equilibrio entre el crecimiento poblacional, la inversión, la competencia, los derechos laborales, el sindicalismo, el asistencialismo, la educación, la seguridad jurídica, la libertad de mercado y la prudencia presupuestaria, equilibrio que han logrado otros países que también padecen la maldición de exportar comida, aunque no padecen la maldición de los gobiernos que – casi unánimemente han pululado en Argentina desde 1929 en adelante. 

 

En este momento singularísimo de la humanidad, muchos países de primera magnitud que han sido capaces de producir y vender mantequilla y cañones están dando los primeros pasos para lograr no poder producir ni lo uno ni lo otro, aunque aún tengan resto. Argentina, sin ningún resto, con el gobierno de la franquicia al que pertenece la diputada en cuestión, se adhiere fervientemente a semejante suicidio económico, al que ya viene adhiriendo desde décadas antes de su misma existencia, con lo que seguirá sufriendo los efectos de la maldición de la exportación de comida. Claro que esa exportación será cada vez menor, como ocurrirá  con sus oportunidades de vender otra cosa, para lo que no tiene ninguna chance mientras el pensamiento socioeconómico sea el del Frente de Todos, la Cámpora, el Instituto Patria y el dúo de los Fernández. Otra oportunidad que se perderá. 

 

Pero la frase de la economista no fue desacertada en su esencia. En lo que se equivoca es en todo lo demás y en el modo en que cree que esa característica se soluciona. Pero hay que aceptar que fue fiel a toda la trayectoria de su movimiento, el peronismo, que viene pensando así desde hace varios defaults y varias hiperinflaciones, sin haber cedido ni un ápice en sus ideas. Con las consecuencias fatídicas correspondientes y empeñado crecientemente en confiscar el esfuerzo de algunos esforzados malditos para mantener a los muchos no malditos que nunca trabajan y nunca trabajarán, incluyendo a sus políticos y socios. 

 

Dentro de su línea doctrinaria genética, ciega e irrenunciable, el planteo de Vallejos tiene una gran dosis de coherente cordura partidaria. En el mismo sentido que le diera al término el inmortal Antonio Machado: 

 

esta alma errante, desgajada y rota

purga un pecado ajeno: la cordura, 

la tremenda cordura del idiota.