Publicado en El Observador  23/02/2021



Pantalla azul para la carne

 

La defensa de la actividad pecuaria oriental frente al ataque de la interesada filantropía de Bill Gates es un tema de estado que no permite simplificaciones

 

 














Es justificada la preocupación que se nota en los medios sobre el ataque mundial orquestado contra el consumo de carne, ahora personificado en la figura de Bill Gates, que parece disfrutar de su nuevo rol de Nostradamus universal prediciendo el fin del mundo en diversas formas. 

 

Frente a la amenaza real para una tarea clave como la ganadería, es obvio que Uruguay debe adoptar una política de estado inteligente y proactiva, que impida que su vital comercio sea crucificado en aras de una hipersensibilidad global fomentada. Eso implica no seguir líneas o planteos de una cierta inocencia, como tratar de explicarle al mundo que las vacas uruguayas son diferenciales, bucólicas y con tecnología impoluta, distinto a los rumiantes extranjeros que engordan quién sabe por qué métodos y en qué condiciones. Cabe aquí recordar el ejemplo de los tapados de piel: los piquetes, rentados o no, que escupían a las damas que usaban esos abrigos, no averiguaban si los animales sacrificados para su confección eran de criadero o habían sido depredados cruelmente en su hábitat natural en algún valle nevado de Vermont. 

 

¿Es muy arriesgado imaginar hordas incentivadas escupiendo las hamburguesas o los T-bone steaks en los restaurantes americanos o europeos? No será fácil explicarles las diferencias en la cría y faena en esos momentos. Por cosas así, sin descartar la defensa de la singularidad local, se deben explorar las alianzas y las relaciones públicas que se requieren para no sufrir los embates de quienes hasta ayer execraban a los orientales de ojos rasgados porque tomaban sopa de murciélago o comían alimañas, gatos o perros, y ahora están dispuestos a comer en público un compost de gusanos procesado en una impresora 3D o a tomar agua extraída de excrementos humanos, como hace Gates. 

 

Nueva Zelanda y Australia y aún EEUU deben ser aliados naturales en esta pugna, que además de mucho dinero requiere una organización profesional y una revisión y planificación medulosas para oponerse a un enemigo de alto poder de fuego y que se arroga la defensa de la vida del planeta y la salvación del ser humano. No muy distinto a las pandemias que también pronostica este moderno Pecos Bill -recuérdese al héroe ficcional texano. No sea que se termine como con el Covid-19, donde el remedio terminó en muchos casos siendo peor que la enfermedad. 

 

Uno de los temas de las relaciones públicas y de la política internacional será impedir que se llame “carne” a una pasta sintética elaborada con proteínas obtenidas con métosdos repugnantes y saborizada con cualquier recurso, mientras los productores uruguayos padecen todo tipo de discriminaciones por no etiquetar hasta la histeria los ingredientes de sus productos, y no pueden llamar champagne o gruyere a sus vinos o sus quesos. 

 

La carne ya fue acusada de todos los males del universo, desde la hipertensión al colesterol y la gordura, teorías que luego fueron refutadas. Muy parecido al COVID, o a tantas otras teorías. Por eso hace falta una alianza internacional y mucha inversión en lobby, investigación y relaciones públicas para encarar la batalla, a la vez que una sólida política exterior que no puede encararse en soledad. 

 

Párrafo aparte merece la filantropía del señor Gates. Como otros billonarios, ha creado su fundación, que le permite eludir un monto colosal de impuestos, y destina algunos recursos a la beneficencia, cosa que es loable, aunque a veces sería más saludable eximirlo de demostrar la verosimilitud de la figura que ha creado. Agrega un gran presupuesto destinado a ensalzar su imagen, como se ve en el documental de Netflix, con exageraciones pagas que mueven un poco a la vergüenza ajena. Faltó que le ganara una partida de ajedrez rápido a Magnus Carlsen. 

 

Sin ánimo de descalificar al exitoso Bill, hay que recordar que es conocido por sus predicciones fallidas - o lo era antes de limpiar los datos en la Web - muchas relacionadas con sus intereses y expectativas empresarias. En los años 80 predijo que el OS/2, que había desarrollado para IBM recientemente, sería el sistema operativo más importante de la historia. Pasó sin pena ni gloria, y el mismo filántropo se ocupó de destrozarlo terminada su alianza con IBM, primero con los fallidos Windows 1 y 2, en el que usó de cobayos a todos sus usuarios, y luego con la exitosa versión 3.0.  Un poco más espectacular fue su bolazo-premonición en su keynote en la exposición COMDEX 1994, en Las Vegas, a la que asistió este columnista, donde aseveró que no veía un gran desarrollo comercial futuro para Internet, cosa que refirmó en su libro The road ahead, para tener que retractarse poco después urgido por sus propios técnicos y ejecutivos. También fracasó cuando predijo que el mundo digital sería acaparado por su Explorer, o cuando juró que el spam desaparecería en dos años, como es evidente que no ocurrió. 

 

Nada de esto le quita importancia a su campaña para salvar a la humanidad del calentamiento global y del consumo de carne verdadera, que debe tomarse muy en serio, sobre todo por su capacidad de producir efectos devastadores en la vital ganadería, con una sociedad global proclive a las profecías y conspiraciones.

Tan amenazante como la proverbial, temida y cancelatorina pantalla azul de su Windows. Algo parecido a la permanente amenaza de nuevas pandemias, que vienen ocurriendo desde siempre y usándose del mismo modo aterrorizante. (Ver Éxodo)

 

Para no encontrarse de golpe con una desagradable pantalla azul como los usuarios de Windows, el gobierno, y también la oposición, deben habilitar su Zoom no para abuenar a Gates, sino para reunirse con sus colegas productores mundiales de carnes y orquestar una acción común, tanto en la mejora de estándares genéticos y de métodos como de relaciones públicas y comerciales.

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