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En defensa de Fernanda Vallejos

 

La diputada peronista (franquicia kirchnerista) no se equivoca. Sólo le falta completar el concepto




 

Toneladas de insultos y descalificaciones caen sobre la diputada-economista tras su afirmación de que exportar alimentos es una maldición. En un esfuerzo para ser imparcial y dejar el fanatismo de lado – que es malo para pensar - esta columna sostiene que la legisladora no está totalmente errada. Sólo que su pensamiento es incompleto. (Pausa para que el lector me insulte, descalifique y diga que soy un burro y que no aprendí nada de economía)

 

Michael Coe, el antropólogo, arqueólogo y lingüista, sostiene en su libro “Breaking the Maya Codex” de 1992, que el maíz fue simultáneamente la bendición y la maldición de los pueblos aborígenes del sur del Río Grande. Porque si bien era fácil de cultivar y los mantenía vivos con poco esfuerzo, (recordar el rudimentario sistema de cultivo de tirar la semilla en agujeros que hacían con una rama) carecían de suficientes proteínas cárneas para ser fuertes e inteligentes como para defender su territorio y su cultura y terminaron diezmados, dispersados y subyugados por varias fuerzas conquistadoras. 

 

La afirmación es toda una metáfora. Los pueblos que tradicionalmente produjeron primordialmente materias primas, (Fernanda las rebautiza alimentos) casi siempre al amparo de un clima y un suelo benignos, no han tenido en general mucha suerte en su desarrollo. En especial aquellos que no supieron ganarse el favor del imperio inglés y su sucesor americano en su momento, como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, favor que Argentina terminó de pulverizar con el default británico y la expropiación peronista de los frigoríficos. Bastaría recordar todos los libros y películas que se han inspirado en las maldades a las que eran sometidos los productores de aceite de copra o coco, símbolo del subdesarrollo. 

 

También el concepto de Coe está presente en la teoría entre antropológica y socioeconómica de que los países bendecidos con climas suaves y suelos favorables no son los que más han progresado, recostados sobre la facilidad para proveerse alimento y abrigo. Lo que parece una bendición termina siendo una maldición, como dice la legisladora. Es como si la comodidad acostumbrase a toda la sociedad a un cierto facilismo que la hace poco laboriosa, poco sacrificada y poco propensa al esfuerzo, al trabajo y mucho menos al sacrificio. 

 

Al mismo tiempo, los productores de materias primas siempre han sido despreciados y abusados por el primer mundo, ya que no son formadores de precios y en consecuencias están sujetos a las leyes del mercado más duras. A estos hechos hay que agregar el aspecto poblacional. Nueva Zelanda, y aún Australia, mantuvieron durante muchos años una población limitada, al amparo de la distancia y de sus propias leyes. En el caso de Argentina, 45 millones de habitantes declarados no pueden ser mantenidos exclusivamente por el agro y la exportación, pese a todos los records que se han batido en materia de producción en los últimos años. También se sufre en muchos casos el efecto del Dutch Desease, la enfermedad holandesa, que consiste en que la moneda local se aprecia frente a las monedas duras debido al ingreso de divisas de exportación, lo que torna siempre poco competitiva a la industria local, en especial en los comienzos de su desarrollo. 

 

Y aquí empieza el problema.  La teoría económica acuña el concepto de las ventajas comparativas y la especialización. O la de producción de mantequilla y cañones que popularizara Samuelson, aunque fuera más antigua. Si un país produce mantequilla y cañones, debe especializarse en lo que más barato y eficientemente produce y exportarlo, y comprar lo que ha dejado de producir. O sea, mantequilla o cañones. No ambas cosas. 


La nefasta CEPAL, con el apoyo teórico del tucumano Prebisch, menos inspirado que Alberdi o Roca, convenció a Perón, (que no necesitaba mucho para convencerse) de las ventajas de producir ambas cosas, usando los producidos de una para subsidiar a la otra. Ahí nace la industria mussoliniana, y los sindicatos argentinos. Un pastiche entre el estado, las fuerzas armadas, unos cuantos empresarios amigos y los sindicalistas millonarios o gordos, de los que el mejor representante es hoy Hugo Moyano, no tanto por lo gordo, sí por lo de millonario. 

 

En el afán, habrá que suponer lógico, de agregar valor y también de agregar productos industriales, se consumían los recursos privados de la exportación de carne y cereales para supuestamente ayudar a una industria naciente, que hace 75 años que viene naciendo y que aún no ha pasado de la categoría de bebé. Para evitar los efectos de la maldición a que hace referencia la diputada colega del FdT se usaron diversos procedimientos, desde el criminal IAPI de Perón, hasta las juntas de granos y carnes que venían desde siempre. Luego las retenciones, los controles de tipo de cambio, paridad administrada y otros subterfugios para evitar el efecto sobre el dólar, la inflación y de paso, se controló con recargos y prohibiciones la importación, para proteger a la eterna “naciente” industria nacional. 

 

El mecanismo fue permanente y tuvo diversos nombres, desde “vivir con lo nuestro” a substitución de importaciones, compre nacional o versiones mas sofisticadas como “desarrollismo” más o menos la misma cosa. 

 

La teoría económica pura, que no ha fallado en general cuando los políticos no impidieron aplicarla con su demagogia en todo el mundo, también dice que lo de mantequilla o cañones funciona aún cuando no exista reciprocidad, porque el consumidor de un país se beneficia con los subsidios de otros países cuando importa sus bienes. Pero eso no conviene cuando el estado y sus socios privados amigos quieren hacer negocios. Por eso se pusieron y ponen trabas de todo tipo al mercado de cambios, a la importación y a la exportación.

 

Obviamente, el mundo está lleno de proteccionistas, con lo que es muy difícil exportar, como lo saben Japón, China, Corea del Sur, Taiwan y cualquiera que intente exportar cualquier cosa. Por eso es importante que, cuando no se trata de “comida” como diría la colega Vallejos, se deba competir por precio. Para que ello sea viable hacen falta algunas condiciones: seguridad jurídica, sistemas salariales flexibles y variables, bajos impuestos, moneda estable, razonable equilibrio fiscal y confianza en el país y sus sistemas económico y de gobierno. En cuando al tamaño de población, también la teoría dice que todo aumento poblacional crea su propia demanda, y eso incluye la demanda laboral, que hace crecer el empleo. Claro que si los sindicatos y el estado imponen un sistema rígido laboral la teoría deja de funcionar.

 

En tales condiciones, a medida que aumenta la población por la razón que fuere, el empleo no alcanza. Si esa falta de empleo se soluciona con gasto del estado, entonces el costo de producción aumenta, con lo que la exportación de cosas que no sean una maldición se hace imposible. A esa altura, no hay otro camino que pedir crédito, emitir y crear déficit. Cuando esos recursos (increíblemente) se agotan, por razones varias, entonces hay que aumentar los impuestos. Con lo que los exportadores de maldiciones pasan a maldecir, y entonces las exportaciones no alcanzan para mantener a todos. Sin contar conque finalmente, todo el país vive de los que exportan maldiciones. 

 

Llegando a la modernidad, actualidad o contemporaneidad, para usar un idioma político en boga, la otra manera de dejar de maldecir el ser exportador de comida es exportar conocimiento o tecnología, o sea, educar a la población y prepararla técnicamente, y de paso cívicamente. Esa opción tampoco está disponible, ahora por la pandemia, o por la acción sindical con la excusa de la pandemia. Y antes, por varios años, tampoco estuvo disponible por la acción de los mismos sindicalistas con el apoyo del estado, que necesita que la población se deseduque. 

 

En tales condiciones, como les pasó a los mayas, a los aztecas y a los diaguitas, es muy difícil dejar de tener sobre nuestras cabezas la maldición de tener que exportar commodities. Y lo que es peor para esos exportadores, que los ingresos por esas exportaciones se les reduzcan a la mitad para mantener a los que no exportan ni producen maldiciones, ni ninguna otra cosa. O sea, tenemos los malditos planeros, jubilados sin aportes, AUH y piqueteros que mantener, a costa de los productores de la maldita comida. 

 

Un gobierno no peronista, o no populista, para mejor decir, habría buscado un equilibrio entre el crecimiento poblacional, la inversión, la competencia, los derechos laborales, el sindicalismo, el asistencialismo, la educación, la seguridad jurídica, la libertad de mercado y la prudencia presupuestaria, equilibrio que han logrado otros países que también padecen la maldición de exportar comida, aunque no padecen la maldición de los gobiernos que – casi unánimemente han pululado en Argentina desde 1929 en adelante. 

 

En este momento singularísimo de la humanidad, muchos países de primera magnitud que han sido capaces de producir y vender mantequilla y cañones están dando los primeros pasos para lograr no poder producir ni lo uno ni lo otro, aunque aún tengan resto. Argentina, sin ningún resto, con el gobierno de la franquicia al que pertenece la diputada en cuestión, se adhiere fervientemente a semejante suicidio económico, al que ya viene adhiriendo desde décadas antes de su misma existencia, con lo que seguirá sufriendo los efectos de la maldición de la exportación de comida. Claro que esa exportación será cada vez menor, como ocurrirá  con sus oportunidades de vender otra cosa, para lo que no tiene ninguna chance mientras el pensamiento socioeconómico sea el del Frente de Todos, la Cámpora, el Instituto Patria y el dúo de los Fernández. Otra oportunidad que se perderá. 

 

Pero la frase de la economista no fue desacertada en su esencia. En lo que se equivoca es en todo lo demás y en el modo en que cree que esa característica se soluciona. Pero hay que aceptar que fue fiel a toda la trayectoria de su movimiento, el peronismo, que viene pensando así desde hace varios defaults y varias hiperinflaciones, sin haber cedido ni un ápice en sus ideas. Con las consecuencias fatídicas correspondientes y empeñado crecientemente en confiscar el esfuerzo de algunos esforzados malditos para mantener a los muchos no malditos que nunca trabajan y nunca trabajarán, incluyendo a sus políticos y socios. 

 

Dentro de su línea doctrinaria genética, ciega e irrenunciable, el planteo de Vallejos tiene una gran dosis de coherente cordura partidaria. En el mismo sentido que le diera al término el inmortal Antonio Machado: 

 

esta alma errante, desgajada y rota

purga un pecado ajeno: la cordura, 

la tremenda cordura del idiota.