Publicado en El Observador 09/05/2022


Sin inversión ni empleo, pero con democracia de masas 

 

No es cierto que las propuestas opositoras no provocarán la deserción de la inversión y el empleo. Al igual que cualquier reforma constitucional con que se sueñe 







Quienes aún creían que un eventual triunfo en las elecciones de 2024 del Pit-Cnt-FA no implicaría un cambio importante para el país, deben haber sufrido una sorpresa con la coordinada acción del sindicalismo trotskista – líder ideológico del frenteamplismo - que reiteró en detalle la semana pasada su plan de ataque impositivo contra las empresas y los ahorros, para financiar con su supuesta recaudación básicamente el aumento salarial de los empleados del estado y otros actos de generosidad burocrática y estatista.

 

Desde hace tiempo que la izquierda fomenta y complace el resentimiento contenido en este tipo de gravámenes que, en los papeles, redistribuirán la riqueza, que para el neomarxismo y los convencidos de su prédica es la culpable de toda pobreza. Ahora agrega el concepto de que el tipo de impuestos que está proponiendo, a las ganancias inesperadas, o altas, y a los ahorros en el exterior, (que ya pagaron impuestos o que pertenecen a residentes que los generaron cuando no tenían vinculación alguna con el país) no influirán en las decisiones de inversión de las personas y empresas. Un invento dialéctico que olvida que sus planteos han sido sistemáticamente demolidos por la evidencia empírica, empezando por Argentina, cuyo fatídico kirchnerismo implementó idéntico tipo de impuestos y medidas, con las consecuencias de la virtual desaparición de la inversión y el empleo, si no de la nación misma. 

 

Como ya se ha dicho en este espacio, localmente se prefiere creer que esa pérdida de inversión y confianza interna y externa en el vecino se debe a la patología de la señora de Kirchner, no a las medidas por ella inducidas. La inversión no huye de la Argentina por la patología de su vice, sino por las medidas que ella inspiró e inspira. Sin su ataque impositivo, laboral y de gastos descarados al sistema, la situación sería opuesta a la de ahora. La patología de la mandataria de la otra orilla de la que huyen los emigrantes y los inversores es ideológica y económica, no médica. El aumento de impuestos a las empresas que propugna la oposición oriental es también otra forma de aplicar retenciones al agro, complemento ideal del que Argentina ha sido pionera para autodestruirse. Ahora en Uruguay, que supone ser distinto, se propone exactamente lo mismo como solución. 

 

La idea es mucho más amplia. Cuando se debate el tema con algunos númenes de la izquierda extrema, (apodo que se aplica a toda la izquierda, que tarde o temprano se vuelve extrema, como una forma de doblar la apuesta a su fracaso) se advierte que con este tipo de impuestos se está tratando de hacer creer al resto de los factores económicos que ellos no sufrirán otra carga impositiva, sino que sólo afectará a los ricos. Doble falacia. Primero porque este argumento se ha aplicado infinidad de veces con el mismo resultado negativo, porque la acción humana termina arrastrando a toda la economía a padecer la presión fiscal que se sueña será sólo sectorial y luego porque la suma algebraica de los desestímulos fiscales y gastos crecientes hace que los impuestos siempre se generalicen y además suban sin límite y sin pausa. 

 

El proyecto de aumentar los sueldos y ventajas adicionales, en especial a los empleados del estado, mediante nuevas y crecientes exacciones, es simplemente suicida, aunque suene popular y justo.  Y es explosivo si se piensa que no hay derecho a presupuestar el presente valor de las commodities como algo permanente. También es probadamente absurdo decidir a puro voluntarismo o reclamo aumentos o rigideces salariales en una economía que requiere crecer, sin haber logrado previamente ese crecimiento ni por asomo.  Eso vale tanto para el Trabajo como para el Capital: Amazon tuvo pérdidas durante 14 años antes de ser el icono actual. El trabajo será mejor pagado si la economía es exitosa, eficiente y productiva. De lo contrario, el efecto será inverso al buscado. No se trata de una opinión – debe aclararse – es una realidad probada hasta el cansancio. Por ese rumbo elegidos, bajarán la inversión y el empleo privado. 

 

Pero este proyecto no es simplemente una cuestión ideológica, ni siquiera es una defensa equivocada de los trabajadores. Muchos sectores del Frente confiesan basar toda su campaña electoral futura sobre estas promesas, que son evidentemente facilitas y populistas, al ser imposible de cumplir, y si se tratase de cumplirlas el efecto sería peor. La combinación de convencer a muchos sectores empresarios y productores de que no se los seguirá apretando con gravámenes que se aplicarán en cambio a alguna víctima propiciatoria y simultáneamente prometer “defender al trabajo y al trabajador y aumentar sus salarios” es un argumento electoral muy fuerte, sobre todo cuando el sistema se cree distinto y no sujeto a los mismos cartabones económicos que el resto de la humanidad. 

 

Algunos especialistas y profesionales con los que la columna ha discutido estos temas sostienen que, en la práctica, debe tenerse en cuenta que en el pasado el FA ha sido prudente con la aplicación de impuestos, cosa que no parece ser compartida por todos los sectores. También advierten que se requieren mayorías especiales para las cuestiones impositivas, y que cualquier nuevo gravamen debe ser propuesto por el Poder Ejecutivo, como si eso constituyese un freno, ahora que la oposición ha perdido a sus líderes tradicionales y prudentes y se concentra en su adhesión al populismo y a su relato empecinado, como si imitasen a la señora de Kirchner y sus amanuenses. 

 

La presencia de una posible tercera fuerza, como imagina Un solo Uruguay, puede alterar para mal las mayorías en el Parlamento, inclusive las mayorías agravadas, al igual que las inevitables grietas que se evidenciaron y se evidenciarán más aún en la Coalición multicolor. Un tercer partido, le guste o no a sus promotores, resultará electoralmente funcional a la oposición, contraproducente para sus fines y un camino a la intrascendencia. Un tema no menor para decidir inversiones y radicaciones, es decir, oferta laboral, si a alguien le importara ese logro. 

 

Más grave todavía es la estrategia que ha surgido desde la intelectualidad del Pit-Cnt-FA, que a la luz de sus charlas internas parece ya confirmada: la línea de proponer un plebiscito que se votaría conjuntamente a la elección presidencial, que gatille el procedimiento de reforma constitucional. Eso sólo requiere el 10% de votos afirmativos, y robustece ideológicamente y también legislativamente la fuerte promesa de bienestar, redistribución de riqueza y felicidad que la oposición prometerá. Además de permitirle empezar la campaña electoral con varios meses de ventaja sobre su rival. Al aprobarse ese proyecto, que implica presentar una propuesta concreta de modificaciones en la Constitución, pasa a ser obligatorio convocar a otro plebiscito que decida la reforma, que sólo requiere para su sanción la mayoría absoluta de los votos, es decir la mitad más uno. 

 

No es demasiado complejo colegir que, de obtener los votos necesarios – algo no demasiado imposible si se observan los resultados del referéndum reciente - se puede cambiar el régimen de mayorías, garantizar nuevos e infinitos derechos, abrir la puerta para eternos e incansables impuestos, limitar la propiedad aún más y la libertad si hiciera falta, solamente con la decisión de la mitad más uno, como decía la columna en su entrega anterior, y hasta anular, por la obligación legal de adecuación, las disposiciones de la LUC que resulten molestas para el sindicalismo. (La Constitución de Uruguay es más fácil de modificar que varias de sus vecinos) No muy diferente de lo que ha ocurrido con Cuba, Chile, Venezuela y otros adherentes destacados del Puebla Club, o están en proceso de ocurrir, como la reiterada propuesta de Cristina en Argentina, o de Perú, o mañana la de Brasil. La mitad más uno imponiéndose sobre la mitad menos uno. Casi una dictadura democrática. 

 

 

Tambiénn la presente Constitución y la legislación vigente hacen que no sea fácil implementar cambios a lo hecho durante sus mandatos por el Frente Amplio, sin considerar aun la resistencia activa del Pit-Cnt y sus socios, que se empieza a ver y sufrir a diario. Es entonces posible imaginar el impacto que estas avalanchas de declaraciones, pedidos, reclamos y propuestas del neomarxismo opositor tendrán sobre la inversión, las radicaciones individuales y empresarias y el empleo. Más allá de que los exégetas del pensamiento del materialismo dialéctico hayan decretado que no tendrán ningún efecto. 

 

Esta columna considera su deber desnudar estos planes y posibilidades, como una manera de advertir a quienes las proponen del daño que ocasiona al país el simple enunciado de estas cartas a Papá Noel de promesas fáciles que nunca podrán ser cumplidas más allá de un breve lapso, antes de que se noten sus efectos deletéreos irreversibles. Lo último que se debe hacer es seguir gravando cualquier manifestación del capital que se encuentre en la pecera y mantener una rigidez laboral, que incluye el aumento salarial sin mejora de la productividad, políticas que conducirán al mismo o similar final de todos los que han intentado aplicarla en el pasado. Miren hacia el Norte si me pasa algo – supo decir Cristina. Miren hacia el Oeste si quieren ver adónde lleva ese voluntarismo – cabría decir ahora. 

 

Las políticas que propugna el Pit-Cnt-FA y que serán la base de su campaña, producirán los mismos resultados empobrecedores que se ven en Argentina y en otros países que quieren o quisieron apoyar su crecimiento y bienestar en esos dos pilares: nuevos o más impuestos y rigidez laboral. No es una opinión. Es la evidencia empírica. Sigue valiendo. Para Uruguay también. 

 


 

 

 




Publicado en El Observador, 03/05/2022



El gasto y el impuesto como droga

 

El gran recurso de la izquierda neomarxista es la negación de la evidencia, de la realidad y del futuro que planea



















Casi todos los gobiernos del mundo culpan a la guerra de su inflación. El de Uruguay también. Casi todos los gobiernos del mundo tratan de compensar la inflación que han provocado con su emisión con aumentos de salarios sin relación alguna con la productividad. El de Uruguay también. Casi todos los movimientos estatistas, populistas y neomarxistas del mundo están propugnando nuevos o mayores impuestos a cualquier cosa que camine, respire o esté disponible para el manotazo recaudatorio. El de Uruguay también. En consecuencia, todos esos países padecerán las consecuencias de ignorar de adrede y conscientemente los preceptos económicos que una y otra vez han demostrado que esos caminos conducen a la pérdida de inversión, al desempleo y la pobreza ruinosa. (Recuérdese que, para esta columna, el empleo siempre es privado. El empleo que da el estado es mayormente un subsidio caro con excusas, nada más) 

 

Difícil es encontrar en el comportamiento universal en este aspecto, el concepto tan amado de que Uruguay es distinto. Sin embargo, debería serlo. Las economías cuyas monedas no son reserva de valor global, (de algún modo hay que definirlas) sufrirán mucho más duramente los efectos inflacionarios y también del proteccionismo, en cualquiera de los formatos, y mucho antes que las otras. Creer que un circunstancial aumento de los precios de las commodities implicará una solución, aunque fuere de mediano plazo, es el más puro voluntarismo, además de una cultivada ignorancia, que, claro, no tendrán que pagar los políticos, pero que acarreará duros efectos. Por eso algunos países están tratando de volver a la seriedad económica lo más rápidamente posible. La propia abogada de la irresponsabilidad fiscal y de la emisión consecuente, Kristalina Georgieva, ahora sostiene que no había tomado en cuenta los efectos de la emisión desaforada, una declaración de ignorancia técnica o de ignorancia deliberada que metería miedo si se analizara con una cuota de equilibrio. 

 

El problema local debe ser abordado bajo una luz adicional y potente. La alternativa al actual gobierno no augura un escenario en el que aparezca viable una línea política que implique una corrección donde fuere necesario, una mejora, la continuidad de políticas de estado con los cambios esperables en concepciones diferentes, pero manteniendo seguridades jurídicas y respeto irrestricto por los derechos de libertad y propiedad. Al contrario. El Pit-Cnt-FA ha manifestado en reiteradas ocasiones su vocación por un gasto que es insostenible por cualquier estándar, muchas veces forzado, como en el caso de la pandemia, otras veces sin reparar en el modo en que serán financiados o sin querer entrar en esos detalles, como acaba de declarar. También ha sostenido inequívocamente varias veces, en la tribuna y en la prédica de sus exégetas, la vocación de crear nuevos o mayores impuestos: direccionando y ampliando las cargas impositivas a los patrimonios locales, a los patrimonios de uruguayos en el exterior (como si no hubieran pagado ya impuestos) a lo que ahora agrega el impuesto a las “ganancias extraordinarias” un intento de exacción igual al que inventa ahora de apuro el kirchnerismo argentino y el kirchnerismo del FMI, que necesariamente lastimarán la confianza, la inversión y el empleo duramente, aunque la precariedad de pensamiento y de relato del neomarxismo crea que no tendrá consecuencias. Un intento de olvido de las reglas económicas que no son más que la acción humana, que tanto desprecia el populismo estatista universal y local. Hace apenas dos días, en su arenga del 1 de mayo, la oposición, oculta tras sus ropajes sindicales a estos efectos, acaba de ratificar su política de gasto e impuestos crecientes, casi como un objetivo en sí mismo. 

 

Como es conocido, ese pensamiento va férreamente unido al criterio de necesidades crecientes, que durante varios períodos de gobierno fueron siendo plasmados legalmente y vendidos como un derecho que deben pagar los pocos que vayan quedando con algún patrimonio, hasta la pobreza igualadora y resentida. Con lo cual esto no termina aquí. El impuesto o los impuestos irán creciendo a medida que aumenten las necesidades, que lo harán por dos razones: por la falta de actividad privada que se provocará, y porque las demandas serán cada vez más diversas y más amplias y absurdas. Hasta que ya no haya de dónde extraer para satisfacer tantos derechos garantizados, lugar y momento preciso donde comienzan los formatos totalitarios. 

 

Quienes de buenísima fe sostienen que ello no ocurrirá, también niegan la realidad, la historia, la evidencia empírica, los hechos irrefutables del pasado y el presente, en aras de defender la democracia que enorgullece a Uruguay, así como su condición de distinto. Sin embargo, no tienen en cuenta que tanto en el sistema electoral, como en las leyes y en la mismísima Constitución y por supuesto en el relato de los teóricos marxistas orientales, no existe casi garantía para las minorías. Aunque esa minoría sea la mitad menos uno, como en el caso de una reforma Constitucional. Ni está protegida por la justicia, especialmente negada por el trotskismo telúrico en la tribuna y en el discurso público de sus pensadores, que también descalifican su accionar, como hace Cristina Kirchner, bajo el concepto de que no es elegida por el pueblo. Clientelismo esencial y vital de la izquierda tarde o temprano siempre extrema. Y esto no vale sólo para la corrupción, con inmunidad y fueros eternos en el esquema político local, sino para cualquier exceso de poder que se cometiera, que puede ser infinito, dada las características del sistema. 

 

Ese peligrosísimo concepto de que Uruguay es distinto y no le pasará lo que a tantos otros que intentaron hacer lo mismo y se estrellaron, también válido para quienes opinan de buena fe, recuerda tantos casos, que cualquiera ha vivido entre sus familiares o amigos: el del adicto que sostiene que a él la droga no le provocará daño alguno porque él es diferente e inteligente, consume sólo socialmente y deja de hacerlo cuando quiere y toma de la buena. Entonces, en su caso especialísimo, la droga obrará maravillas sin consecuencias negativas.

 

El gasto y el impuesto infinitos son la droga. 

 

 




Publicado en El Observador 26/04/2022


El enojo de la Intendente con la democracia

 

Cuando Cosse habla de los palos en la rueda, sólo se refiere a la decisión democrática sobre los fondos del préstamo, no a las obras

 



















Los ediles de Montevideo no otorgaron los votos suficientes para conformar la mayoría especial requerida para aprobar el préstamo del BID a la Intendencia montevideana. Justamente esa misión constitucional de contralor de su gestión suele molestar a cualquier poder ejecutivo, de cualquier tendencia. Ciertamente, el Frente Amplio en la práctica y en la teoría se ha especializado en los últimos años en despreciar, desprestigiar y devaluar ese contralor republicano, incluido el de la mismísima justicia, que la izquierda niega bajo el concepto de que su accionar sólo puede ser juzgado por el pueblo, como sostiene Cristina Kirchner, la insigne abanderada regional de Puebla. Nada más opuesto al espíritu republicano que el neomarxismo multiplumaje. También la oposición parece estar cómoda con ese concepto, ya que la discusión sobre este tema fue una disputa entre dos estatismos, o entre dos socialismos, o entre burócratas, si se prefiere. 

 

Es de esperar que esta inmunidad – o impunidad – con reminiscencias monárquicas que los políticos demandan del sistema y que excluye implícitamente el derecho del individuo a defenderse del estado o del robo, al pretender ser solamente juzgados por sus partidos, sus pares o el voto del pueblo, esa excusa-entelequia, no sea imitada por otros estamentos. De lo contrario un asesinato de un hincha por la barra brava contraria corre el riesgo de ser juzgado por algún tribunal de disciplina de la Conmebol, no por un juez de la República. Criterio común de los movimientos mundiales antidemocráticos prorelato de seudodemocracia directa de masas. 

 

La discusión habría podido ser mucho más rica y profunda. Por ejemplo, la sistemática negación de la Intendencia y el gremio que la tiene de rehén, AEDOM, de la utilización de la actividad privada en la gestión. Por eso se discuten préstamos para ser manejados por los burócratas y los gremialistas, en vez de concesionar ciertos servicios a empresas privadas, con licitaciones, algo vedado por el sindicalismo que se considera dueño de la gestión municipal estatista. Semejante imposición limita la calidad, al impedir también la adjudicación a privados dividiendo por zonas, que ha tenido éxito en otras jurisdicciones y en el mundo, si se perdona la comparación. Sólo esa opción permitiría dejar de depender de préstamos y endeudamientos que pagarán otros, o, mejor dicho, que pagarán algunos con nuevos y mayores impuestos. 

 

La mugre de Montevideo ha sido orgullosamente sostenida por muchos años de gestión frenteamplista y muchos años de gremialismo trotskista, que se opone a la más mínima contratación de un camión privado o de un servicio privado aún en situaciones de emergencia. ¿Hay acaso derecho a pensar que el préstamo iba a ser bien usado? Tanto la Intendencia montevideana como la de las empresas estatales tienen una larga historia de fracasos carísimos, precedidos casi siempre de mecanismos similares de endeudamiento, que en el fondo son argucias para que los burócratas jueguen a ser empresarios con dinero ajeno. Por supuesto, las enormes pérdidas así generadas nunca han sido analizadas en serio por la execrada justicia, como máximo por el tribunal de penas del partido, porque como se sabe, “sólo el pueblo puede juzgar a los políticos”. 

 

Lo que se ha desaprobado es el préstamo y no las obras, por otra parte, pese al esfuerzo de la señora Cosse en sostener lo contrario. Y hay muchas razones, además de las discusiones políticas mezquinas, para hacerlo. ¿Había motivos para creer que esta vez sí se realizarían las obras en tiempo y forma, y se obtendrían los resultados previstos? Habrá que volver a repasar el largo inventario de fracasos, frente a la acusación de que no se quisieron aprobar las obras, dando por seguro un éxito de gestión que no tiene demasiado respaldo en la evidencia empírica, concepto del que huye la izquierda, con su mandato de materialismo dialéctico que le hace negar la realidad que le molesta. 

 

Además, ¿quién iba a manejar los destinos del préstamo? ¿La intendencia? ¿ADEOM? ¿El BID? El palo en la rueda al que se refiere la Intendente tiene que ver con los fondos, no con las supuestas obras. La alegada confidencialidad y el secreto de las cláusulas acordadas con el BID fue “digerida” por la oposición y entonces la discusión terminó siendo por la deuda, simplemente. La burocracia estatal necesita fondos para alimentarse y sobrevivir. Los contratos de préstamos con estos mecenas internacionales burocráticos con dinero de otros muchas veces tienen atado el condicionamiento o direccionamiento de hacer las obras con empresas privadas amigas, algo que se sabe pero que no se dice. La peor manera de hacer participar a los privados. ¿Esa es la razón del secreto? Es una lástima que no se crea en la justicia y se la excluya y descalifique, porque ella debería intervenir y pedir que sean exhibidos públicamente los acuerdos con el BID, para despejar cualquier duda. ¿Se negociaba acaso la compra de un submarino atómico? ¿O de un sistema misilístico? ¿Por qué no discutir a fondo y en detalle el contrato?

 

Si en vez de endeudar a su municipio la señora Cosse hubiera propuesto una licitación pública, no habría necesitado de mayoría especial alguna para lograr su anhelo de finalmente hacer lo que su partido no hizo en 20 años, mejorar el reciclado y gestión de residuos y efluentes de la Ciudad. 

 

Lo más preocupante es que tanto gobierno como oposición terminaran discrepando sobre mínimos detalles estatistas dando por válida como único camino la gestión de la fatal arrogancia de la burocracia, apenas una cuestión política nimia. 

 

No debería sin embargo la Intendente desmayar en su intento. Apenas tiene que esperar dos años. Si triunfa su partido en 2024 tendrá todos los fondos que necesite sin la molesta necesidad de explicar nada a nadie. Cualquier diferencia siempre se cubrirá con impuestos infinitos y cualquier deficiencia o faltante será juzgada por el Tribunal de ética de la AUF, o algún otro cuerpo disciplinario igualmente inocuo. 

 

 



Publicado en El Observador  19/04/2022


El remedio infalible

contra la inflación

 

El secreto es no emitir. Para eso hay que bajar el gasto y las excusas. Claro, si eso no gusta siempre se puede inventar otras soluciones

 

 


















Se suele hablar de la inflación como si fuera un fenómeno exógeno y hasta propio de las fuerzas de la naturaleza. Así, tanto gobierno como oposición usan términos como “combate”, “lucha”, “ataque”, para referirse al modo de enfrentarla. Se habla de acciones, planes o recursos antiinflacionarios, cuando no compensaciones, paliativos o suavizantes o atenuantes de sus efectos, cual si se tratase de un fenómeno exógeno y ajeno completamente a las acciones de los individuos. 

 

Ello ocurre a partir de la negación, meramente dialéctica, que se hace del concepto acuñado por Milton Friedman – que no es de su invención, sino que tiene sólidos antecedentes teóricos y de evidencia empírica que lo preceden y avalan - de que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario. Esa negación es funcional tanto a quienes reclaman una rapidísima solución a todos los problemas de la humanidad por parte del estado, como a los gobiernos, sin rótulos. 

 

Los primeros niegan el efecto del gasto fácil sin equilibrio fiscal con múltiples explicaciones que inventan multicausalidades que tienden a diluir el voluntarismo implícito en pedir que se gaste sin contrapartida, o sea emitiendo moneda sólo para pagar más gastos o subsidios, como si ello fuera sólo cuestión de decidirlo. Los gobiernos, porque evitan con esa negación aceptar que son los verdaderos y únicos responsables de la inflación, al emitir más dinero de la que requiere la economía, con la excusa que fuere, con lo que reducen el valor de la moneda, y con lo que sube el nivel general de precios, siempre. 

 

Y este punto es central para entender tanto los reclamos como las explicaciones. Si disminuye la demanda de dinero, o sea el ahorro, o aumenta la oferta, o sea la impresión, el nivel general de precios subirá sin remedio. A partir de ese concepto, todo el resto es una sucesión de parches, un patchwork, un desesperado intento del equilibrista que se contorsiona desesperadamente en la cuerda floja hasta que cae. 

 

La inflación uruguaya, como todas las inflaciones del mundo, se debe a que se ha emitido más de lo que correspondía, en este gobierno y en muchos otros, siempre con una razón: pagar un gasto siempre urgente e impostergable que se considera imprescindible y que no tiene contrapartida de ingresos. Hablar de combatir la inflación es hablar de tratar de apagar el incendio que uno mismo inició, sea como pueblo, como oposición o como gobierno. En el caso actual, y aún sin llegar al nivel de otras barbaridades monetarias como la de Estados Unidos o de Europa, Uruguay siguió parcialmente, por fortuna, el consejo keynesiano irresponsable de Kristalina Georgieva, la burócrata a cargo de la peor versión del FMI, que, además de convalidar el encierro universal, decidió que lo lógico era que el estado compensara sin límites el cierre, pagando una suerte de Renta Universal a toda la humanidad. Un suicido que ni aún la precaria y minúscula conveniencia personal permite racionalizar. 

 

Simétricamente, la oposición del Pit-Cnt-FA se ocupó de reclamar más encierro y más subsidios, colaborando eficazmente en el aumento de esa emisión sin respaldo, que luego se llama inflación, que finalmente es el otro nombre de la instantaneidad del populismo, que no sólo consiste en repartir, redistribuir y lograr la felicidad, sino que lo intenta hacer de inmediato, sin requisito alguno previo, ni el de trabajar, ni el de aprender, ni mucho menos de pensar. Un choripanismo monetario, como saben los argentinos. 

 

A partir de esa emisión, la inflación es inexorable. Con o sin guerra, con o sin sanciones, con o sin invasión rusa y la correspondiente indignación. Con o sin meteoritos. Los aumentos en los precios de alimentos, combustibles, energía y otros efectos de las conflagraciones, retaliaciones y proteccionismos no son una explicación de la inflación, sino que se agravan con la inflación. En cambio, todo lo que se trate de hacer o proponer para paliar los efectos de los aumentos de esos bienes, sí va a generar más inflación, porque la sociedad, cómodamente, siempre pretenderá que el estado se haga cargo de los mayores costos, cosa que sólo puede hacer recaudando menos o emitiendo más. O sea, reduciendo aún más el poder adquisitivo de la moneda. Cuando se pide que se elimine el IVA de los productos sensibles, sin pedir al mismo tiempo que se baje algún gasto del estado, se está pidiendo más inflación, sin posibilidad de otra interpretación.  

 

En el caso especial oriental, la garantía de indexación del gasto estatal y todos los sueldos públicos por la inflación pasada es una condena que tarde o temprano lleva a una destrucción inevitable del poder adquisitivo y que ha fracasado siempre y en todo lugar en el que intentó aplicarse, cualquiera fuera el régimen, el nombre, el sistema o la ideología que imperase. La oposición espera con ansias retomar el poder para tratar de compensar esos efectos fiscales, que son nuevos subsidios, con impuestos al capital y al ahorro externo, que cree que no tendrá efectos disuasivos en la inversión y en la generación de trabajo, sueño que siempre tuvo el viejo comunismo, el menos viejo socialismo, la social democracia, la democracia cristiana, el neo marxismo y el trotskismo, para mencionar algunos alias en uso, pero que siempre fracasaron y fracasarán. Y siempre recurrirán a nuevos y crecientes impuestos para equilibrar lo imposible de equilibrar. 

 

Cuando se recurre, como parcialmente ha ocurrido, al endeudamiento externo en dólares para pagar gastos corrientes y subsidios generosos, se postergan los efectos casi infantilmente, pero de todos modos se genera inflación al tener que emitir los pesos para comprar esos dólares, pesos que luego se vuelcan al mercado. De paso, por ese camino, también se altera artificialmente la paridad cambiaria, con lo que, además, se crea una inflación en dólares, que, agregada a la acumulada, torpedean sin concesiones la inversión, las radicaciones tanto empresarias como personales (corazón de la estrategia de la Coalición) y finalmente la propia exportación y el empleo privado – único que seriamente puede llamarse empleo – como se notará cada vez más de aquí en adelante. 

 

Cuando el gobierno sube la tasa de interés en pesos, en el medio local y en el mundo, sin ninguna medida seria para cortar la trampa inflacionaria y el déficit, está cayendo en la tradicional imagen del perro mordiéndose la cola, con perdón de la eficaz reminiscencia. O sea, tratando de recoger los pesos que él mismo emitió en demasía, a un alto costo que también es inflacionario. 

 

Para volver a decirlo: a otra velocidad, con otro estilo de socialismo prolijo y benigno temporal, con la alternativa cierta de que el próximo gobierno no sea ni temporal, ni prolijo, ni benigno, ni siquiera dialoguista, sino un socialismo neomarxista sin careta, cualesquiera fueran sus métodos económicos de apoderamiento, el riesgo que corre Uruguay es su peor pesadilla: la de estar siguiendo un camino que ya siguió Argentina, aunque todavía no se note, o se prefiera ignorar. Camino que incluye tapar la inflación con impuestos crecientes a aquellos que se percibe como ricos, creyendo que se puede inventar nuevos gravámenes que no tendrán efecto en las decisiones de inversión. Lo que también ha fracasado siempre y ha creado más inflación y menos bienestar. Pero eso se nota después; y siempre habrá una excusa a mano. La grieta nunca fue un invento de quienes producen. El desempleo y la pobreza tampoco.




Publicado en El Observador 12/04/2022


Hay un solo Uruguay, pero ¿cuál? 

 

La bella frase presidencial es una gran muestra de unidad; habrá que esperar que no sea también una gran muestra de inocencia política

 


 
















Más allá de la necesidad de suavizar los extremos, cobra cuerpo el concepto de que la opinión electoral, al menos, está dividida en dos mitades, que votan casi por acción refleja, ideológica o como se quiera calificar. Eso surge con bastante claridad analizando tanto el debate, si se puede llamar así, como los resultados del referéndum antiLUC. 

 

No resulta sorprendente, aunque resultara molesto aceptarlo. En realidad, se están enfrentando permanentemente dos modelos de país, que en muchos puntos se han tornado casi excluyentes, cualquiera fuera el tema en cuestión. No demasiado distinto de lo que ocurre en otros países. Para ponerlo más claro, si hiciera falta, las dos mitades no son simétricas, no son iguales, no son lo mismo. 

 

Una quiere vivir de su trabajo, de su conocimiento, de su profesión, de su industria, de su riesgo, de su inversión, de su pyme, de su explotación agrícola o ganadera, de su emprendimiento, de su talento, de su éxito. Le teme al estado que percibe como su depredador, su plaga, su mayor enemigo y su opresor.

 

La otra mitad, casi del mismo tamaño, pero no simétrica ni igual, odia al capital, al individuo, al que sólo concibe como un colectivo discapacitado, al éxito, al riesgo, a todo lo privado, a todo lo que percibe como diferencias o desigualdades, ama al estado y al partido y lo que supuestamente ellos le darán. 

 

Una mitad quiere vivir de lo que produce o tiene la otra. La segunda se niega a ser despojada de lo que ha ganado o gana con su esfuerzo y su riesgo como si fuera culpable del orden de la naturaleza.  

 

Una mitad proclama y reclama la libertad, el derecho de propiedad, el derecho a tener una justicia que la defienda aún del ataque del estado o de los excesos del poder político. La otra, cada vez con más desembozo, limita la libertad y la propiedad o las niega, desprecia la justicia, un condicionamiento despreciable e incómodo que delega en el partido. 

 

Una mitad, cree y ejerce la democracia. La otra mitad, la esgrime como derecho a ser obedecida si tiene el poder, o como derecho a reclamar consensos si pierde el poder. Pero no actúa con reciprocidad en las situaciones inversas, al contrario. 

 

Dos mitades casi del mismo tamaño. Pero no iguales, no parecidas, no similares. No equivalentes, No simétricas. No promediables. 

 

Seguramente de buena fe, en una expresión de esperanza o patriotismo, de reivindicaciones de amistosas reminiscencias, a veces se presenta ese hecho como el símbolo de una personalidad nacional, que manifiesta sus discrepancias y contradicciones. Es respetable. Pero no opera así. Ni está operando así.

 

Hecha esta salvedad, que tiene un nombre: Pit-Cnt-FA, la nueva oposición bajo el mandato neomarxista-trotskista, cada uno puede pensar y decidir como le parezca, pero la triste misión de esta columna es recordarle que corre el riesgo posterior de no poder luego pensar ni hacer como le parezca. 

 

 

En la última entrega se planteaba la demora y parálisis que habían creado primero la pandemia y luego la guerra - dos crímenes de lesa humanidad y de lesa economía -  que habían neutralizado no sólo el efecto “romance” de todo comienzo, sino que hacían imposible en términos político-electorales aprovechar los 5 años de mandato del gobierno para tomar medidas antipáticas, pero necesarias, al comienzo pero con efectos positivos percibibles en la segunda parte de la gestión, cerca de las elecciones de 2024.

 

Cualquier medida que se tomase hoy, ya no tiene tiempo para mostrar efectos positivos antes de la próxima campaña electoral. Más aún, corre el riesgo de transformarse en una campaña electoral opositora desde mañana mismo. Cosa que ocurrirá.

 

Imposible no recordar el terrible momento en que el gobierno debió enfrenarse a la muerte de miles de orientales y tuvo que decidir entre el encierro subsidiado con la Renta Universal decretado por la intencionalidad multitasking del marxismo de las orgas internacionales y la apelación a la libertad y la responsabilidad de la ciudadanía. ¿Cuál fue la propuesta opositora? Cerrar todo. Extender el subsidio, la mano protectora y generosa del estado (con dinero ajeno) hasta extremos sociales y económicos ruinosos, con la apelación al miedo. También es imposible no recordar la respuesta que dio en ese momento un gobierno democrático, como es imposible olvidar la respuesta que mereciera la oposición de parte de la ministra de Economía: “pareciera que a ustedes les interesara sólo el gasto”, toda una definición digna de Hayek. O mejor, les interesa sólo el impuesto, más que el gasto. 

 

Sin embargo, semejante error conceptual ha sido convenientemente olvidado al instante no sólo por sus propios autores, sino por los opinadores, relatores y por los votantes, saldando con el formato de “las dos mitades iguales” los síntomas graves de una actitud opositora muy lejana a los intereses del país. 

 

Por eso el gobierno debe postergar para 2025 al menos dos temas centrales, uno que preocupa a las calificadoras y al FMI, y otro que no preocupa a demasiada gente porque no se mira demasiado más allá de las narices y es más fácil para un economista repetir lo que dijeron los grandes pensadores que tratar de pensar hacia el futuro: el sistema jubilatorio y el mortal sistema de indexación por inflación automático de la economía oriental. Dos bombas de tiempo de igual nivel de gravedad y daño.

 

La reforma al sistema jubilatorio no tiene ninguna posibilidad de consenso. Partiendo de que ni siquiera se aceptará el dato objetivo más simple como punto de partida: la mayor parte del déficit en este rubro se debe a que se contabiliza como gasto del sistema todos los pagos graciables de todo tipo que el estado realiza. Con lo que cualquier análisis debe partir de eliminar de la comunicación, la contabilidad y la publicación esos gastos para recién analizar el sistema de reparto, que innegablemente requiere cambios. Tampoco habrá consenso sobre la jubilación vía las AFAP, odiadas por el estatismo, y que permitirá crear una propuesta opositora tan atractiva como la confiscación de esos fondos. De modo que, aunque la reforma se hiciera en un plazo de 20 años contará con la oposición, el pedido de referéndum o la amenaza de un cambio a la ley si la mitad Pit-Cnt-Fa obtuviera la mayoría en las próximas legislativas. ¿Para qué hacer ahora ese cambio? No ya pensando en conveniencias políticas, sino en el beneficio cero para la sociedad o en lo negativo para ella que puede resultar la disputa. Si el tema es dejar conforme a Fitch, (ya suficientemente desarrollado por Ricardo Peirano en su nota de la semana) hay que olvidarse de sus demandas. Lo mismo que las del FMI de pacotilla. Si se aplicase a EEUU el cartabón que se exige a Uruguay el credit rating americano sería C. La reforma al sistema jubilatorio requiere un nuevo gobierno que capitanee un consenso inexorable. Si no, sólo será un caos más. Peor que el de hoy. 

 

El otro punto que requiere reformas serias (pero que tampoco deben intentar hacerse ahora) es la indexación salarial para compensar por la inflación pasada a todo el sector público, en la práctica a toda la economía. Mueve al llanto la desesperación del gobierno ante la pérdida de poder adquisitivo del salario, que piensa compensar con… más inflación. La inflación en pesos se combate de una sola manera, la inflación en dólares, otra bomba de tiempo, se combate también de una sola manera: eliminando aranceles, trabas no arancelarias, acomodos, trampas de los prebendarios lobbystas del Mercosur y aún el IMESI, un gigantesco proteccionismo que dejará sin empleo a los orientales. 

 

Justamente este último punto, el de la apertura comercial en serio, sí debería ser uno de los objetivos del gobierno en el tiempo que resta, mucho más difícil de objetar o borrar de un plumazo y con la posibilidad de obtener rápidos resultados y beneficios para la población. (No para los amigos, claro) Eso y el refuerzo de las leyes y normas sobre responsabilidad fiscal, impositiva y monetaria, incluyendo garantías y seguridades sobre futuros impuestos, para evitar los sueños de rapiña, y también para no correr el riesgo de desbande de inversores, como ocurrió con las PASO de 2019 de Macri. 

 

La reforma jubilatoria y la reforma al régimen de la espiralización de la inflación vía el ajuste salarial, son dos temas-trampa en que el gobierno no debe caer, porque abrirán mañana mismo la campaña electoral del 2024, y porque volverá a unir al neomarxismo tras un argumento barato de justicia social, ventajas de los más ricos, igualdad instantánea y demás mandamientos de su catecismo laico. 

 

Hay que tener presente que una de las banderas que enabolará el Pit-Cnt-FA a partir de ahora y hasta las elecciones será la presión de todo tipo para atacar los patrimonios en el exterior de los uruguayos, bajo el concepto de que tales tenencias no producen ganancia y merecen castigo impositivo, olvidando deliberadamente que esos patrimonios y ahorros han pagado ya impuestos, olvidando el derecho de propiedad, olvidando que con bajas tasas de interés un impuesto relevante es una confiscación alevosa, olvidando que, en muchos casos, ese ahorro no se produjo con actividades en Uruguay, o ni siquiera con residencia en Uruguay, y olvidando que cualquier individuo mueve sus ahorros por el mundo según la conveniencia de cada inversión. Como definiera para siempre Hayek, la fatal arrogancia de la burocracia estatal decide que es capaz de manejar su patrimonio mejor que los propios interesados.

 

Los mentores de este razonamiento olvidan que el neomarxista jefe de La Cámora, Máximo Kirchner, y el marxista billonario Carlos Heller, aplicaron el mismo impuesto confiscatorio en Argentina, con el mismo argumento, lo que colaboró firmemente a transformar al vecino en un paria de la inversión internacional, que huyó espantada de semejante delirio. Claro que a los orientales les encanta creer que eso se debe a la psicopatía de Cristina, no a la estupidez de las medidas de su partido. 

 

Nada más fácil para el sistema gramsciano local que proponer aplicar impuestos de este tipo para financiar el mecanismo jubilatorio, por obsoleto que éste fuera, o para financiar el ajuste por inflación de todos los salarios hasta la explosión de la burbuja. Siempre se puede sumar un par de puntos al “impuesto a la riqueza improductiva”, crear nuevos, o vaya a saber que otro invento recaudatorio, retenciones, etc. 

 

La dialéctica marxista, inherente, no para de resolver problemas que nunca resuelve. En ese contexto, el oficialismo debe medir bien sus pasos, para evitar que cada medida se transforme en una LUC, y corra además el riesgo de no resolver nada. 

 

Hagan lo que deben hacer. No lo que quieren hacer, sería el mejor resumen. O, remedando a una popular columna radial, no toquen nada.