Publicado en El Observador, 03/05/2022



El gasto y el impuesto como droga

 

El gran recurso de la izquierda neomarxista es la negación de la evidencia, de la realidad y del futuro que planea



















Casi todos los gobiernos del mundo culpan a la guerra de su inflación. El de Uruguay también. Casi todos los gobiernos del mundo tratan de compensar la inflación que han provocado con su emisión con aumentos de salarios sin relación alguna con la productividad. El de Uruguay también. Casi todos los movimientos estatistas, populistas y neomarxistas del mundo están propugnando nuevos o mayores impuestos a cualquier cosa que camine, respire o esté disponible para el manotazo recaudatorio. El de Uruguay también. En consecuencia, todos esos países padecerán las consecuencias de ignorar de adrede y conscientemente los preceptos económicos que una y otra vez han demostrado que esos caminos conducen a la pérdida de inversión, al desempleo y la pobreza ruinosa. (Recuérdese que, para esta columna, el empleo siempre es privado. El empleo que da el estado es mayormente un subsidio caro con excusas, nada más) 

 

Difícil es encontrar en el comportamiento universal en este aspecto, el concepto tan amado de que Uruguay es distinto. Sin embargo, debería serlo. Las economías cuyas monedas no son reserva de valor global, (de algún modo hay que definirlas) sufrirán mucho más duramente los efectos inflacionarios y también del proteccionismo, en cualquiera de los formatos, y mucho antes que las otras. Creer que un circunstancial aumento de los precios de las commodities implicará una solución, aunque fuere de mediano plazo, es el más puro voluntarismo, además de una cultivada ignorancia, que, claro, no tendrán que pagar los políticos, pero que acarreará duros efectos. Por eso algunos países están tratando de volver a la seriedad económica lo más rápidamente posible. La propia abogada de la irresponsabilidad fiscal y de la emisión consecuente, Kristalina Georgieva, ahora sostiene que no había tomado en cuenta los efectos de la emisión desaforada, una declaración de ignorancia técnica o de ignorancia deliberada que metería miedo si se analizara con una cuota de equilibrio. 

 

El problema local debe ser abordado bajo una luz adicional y potente. La alternativa al actual gobierno no augura un escenario en el que aparezca viable una línea política que implique una corrección donde fuere necesario, una mejora, la continuidad de políticas de estado con los cambios esperables en concepciones diferentes, pero manteniendo seguridades jurídicas y respeto irrestricto por los derechos de libertad y propiedad. Al contrario. El Pit-Cnt-FA ha manifestado en reiteradas ocasiones su vocación por un gasto que es insostenible por cualquier estándar, muchas veces forzado, como en el caso de la pandemia, otras veces sin reparar en el modo en que serán financiados o sin querer entrar en esos detalles, como acaba de declarar. También ha sostenido inequívocamente varias veces, en la tribuna y en la prédica de sus exégetas, la vocación de crear nuevos o mayores impuestos: direccionando y ampliando las cargas impositivas a los patrimonios locales, a los patrimonios de uruguayos en el exterior (como si no hubieran pagado ya impuestos) a lo que ahora agrega el impuesto a las “ganancias extraordinarias” un intento de exacción igual al que inventa ahora de apuro el kirchnerismo argentino y el kirchnerismo del FMI, que necesariamente lastimarán la confianza, la inversión y el empleo duramente, aunque la precariedad de pensamiento y de relato del neomarxismo crea que no tendrá consecuencias. Un intento de olvido de las reglas económicas que no son más que la acción humana, que tanto desprecia el populismo estatista universal y local. Hace apenas dos días, en su arenga del 1 de mayo, la oposición, oculta tras sus ropajes sindicales a estos efectos, acaba de ratificar su política de gasto e impuestos crecientes, casi como un objetivo en sí mismo. 

 

Como es conocido, ese pensamiento va férreamente unido al criterio de necesidades crecientes, que durante varios períodos de gobierno fueron siendo plasmados legalmente y vendidos como un derecho que deben pagar los pocos que vayan quedando con algún patrimonio, hasta la pobreza igualadora y resentida. Con lo cual esto no termina aquí. El impuesto o los impuestos irán creciendo a medida que aumenten las necesidades, que lo harán por dos razones: por la falta de actividad privada que se provocará, y porque las demandas serán cada vez más diversas y más amplias y absurdas. Hasta que ya no haya de dónde extraer para satisfacer tantos derechos garantizados, lugar y momento preciso donde comienzan los formatos totalitarios. 

 

Quienes de buenísima fe sostienen que ello no ocurrirá, también niegan la realidad, la historia, la evidencia empírica, los hechos irrefutables del pasado y el presente, en aras de defender la democracia que enorgullece a Uruguay, así como su condición de distinto. Sin embargo, no tienen en cuenta que tanto en el sistema electoral, como en las leyes y en la mismísima Constitución y por supuesto en el relato de los teóricos marxistas orientales, no existe casi garantía para las minorías. Aunque esa minoría sea la mitad menos uno, como en el caso de una reforma Constitucional. Ni está protegida por la justicia, especialmente negada por el trotskismo telúrico en la tribuna y en el discurso público de sus pensadores, que también descalifican su accionar, como hace Cristina Kirchner, bajo el concepto de que no es elegida por el pueblo. Clientelismo esencial y vital de la izquierda tarde o temprano siempre extrema. Y esto no vale sólo para la corrupción, con inmunidad y fueros eternos en el esquema político local, sino para cualquier exceso de poder que se cometiera, que puede ser infinito, dada las características del sistema. 

 

Ese peligrosísimo concepto de que Uruguay es distinto y no le pasará lo que a tantos otros que intentaron hacer lo mismo y se estrellaron, también válido para quienes opinan de buena fe, recuerda tantos casos, que cualquiera ha vivido entre sus familiares o amigos: el del adicto que sostiene que a él la droga no le provocará daño alguno porque él es diferente e inteligente, consume sólo socialmente y deja de hacerlo cuando quiere y toma de la buena. Entonces, en su caso especialísimo, la droga obrará maravillas sin consecuencias negativas.

 

El gasto y el impuesto infinitos son la droga. 

 

 

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