Publicado por El Observador el 19/10/2021



Uruguay no se parece en nada a Argentina… y se parece en todo

 

Cualquier oriental puede explicar que su país no se asemeja en nada al vecino. Y tiene razón, pero al mismo tiempo, está equivocado




 














El uruguayo ama creer que la desesperada situación en la que está Argentina se debe a todo lo que representa Cristina Kirchner y su accionar. Es posible que tenga razón en lo político. Nadie mejor que ella resume las características que tanto odian los orientales del argentino, o mejor, del “porteño”. La prepotencia, la soberbia vacía, el idioma grosero y precario, la “tilinguería”, la ostentación, la vacuidad. También la incapacidad de escuchar al otro, de reconocer su existencia, de rescatar sus virtudes y la capacidad de creerse poseedora de la verdad única. De paso, de representar a quienes son ladrones del primero al último. Y en especial, su autoritarismo y su desprecio por la república. 

 

Comparadas con el modelo, o la idiosincrasia, local las diferencias son abismales en el estilo y en los formatos políticos. Sin embargo, el riesgo de las similitudes no está en ese plano, felizmente. Donde hay que poner el foco es en las coincidencias en los números presupuestarios y en los datos económicos, no importa si ellos son consecuencias de una bipolaridad sociopática o de un diálogo que se asume cordial, sincero y civilizado. Y es en esos datos donde está el problema que se debe mirar. 

 

Si bien es cierto el actual gobierno ha dado pasos de moderación importantes en el manejo presupuestario y en la seriedad económica, aún la comparación de datos es tan preocupante como lo eran al final de los 15 años de mandato del Frente Amplio y su tutor ideológico, el Pit-Cnt. Comenzando por la relación entre empleo público y empleo privado, que es la manera más simple de predecir el bienestar y la solidez de una sociedad. Estas cifras son comparables entre los dos países, tanto antes como después de la pandemia, y se agravan por igual si se suman los subsidios aumentados para paliar los efectos del aislamiento. 

 

Si se observan las disposiciones Constitucionales, Uruguay ofrece menos esperanzas de cambiar esas relaciones, con un sistema que garantiza el crecimiento del costo del empleo estatal y también la ineficiencia sistémica. Entre otras consecuencias gravísimas, eso preanuncia un largo déficit, una tendencia al endeudamiento y al aumento impositivo e inflacionario que funciona como un desestímulo fortísimo a la inversión y el empleo privado, el único que existe seriamente. 

 

Mientras Argentina tiene un sistema de empresariado sindical, escondido tras la también monopólica CGT, socio de los empresaurios prebendarios que esquilman al estado y al país, con gremialistas billonarios (pronto trillonarios en pesos, si sigue la inflación) Uruguay  también tiene un sistema gremial de destrucción de empleo privado y defensa de los monopolios estatales, falsas empresas que han concitado todo tipo de manejos patrimoniales nunca explicados en tres lustros. Ese sindicalismo trotskista, sin personería pero con exclusividad asegurada, tiene el mismo efecto que el argentino, y conduce a la destrucción del sector privado, de la inversión y también a las tarifas y precios manoseados por el estado, prolegómenos de las catástrofes populistas. Porque, aunque sea con modos diferentes, con supuestos diálogos educados y falsas tolerancias, los dos sistemas conducen al mismo final. Con o sin Cristina, que por último no es nada más que la etapa final de todo proceso estatista de reparto cuando se acaba la plata. Y la lucha salvaje contra la LUC muestra que, a la hora de la ideología, el diálogo educado es una mentira barata que sólo los ilusos se tragan. No se advierte aquí diferencia de peso ninguna entre los dos países. 

 

La justicia, el elemento fundamental del concepto republicano, tampoco es diferenciante en ambos lados del Plata. Cristina ha exagerado males que vienen del viejo peronismo, y los juicios contra los funcionarios argentinos mueren por inanición y por inacción. En Uruguay, en cambio, los juicios contra los jerarcas ni siquiera comienzan, mueren en algún comité disciplinario partidista o en alguna comisión parlamentaria o se convierten en una discusión por compra de calzoncillos. Reconoce aquí la columna su limitado conocimiento de la historia nacional, que sólo abarca 17 años. 

 

El déficit, el gasto, la deuda, la inflación, la carga impositiva, tienen la misma tendencia, y a veces la misma proporción en ambos países, parcialmente interrumpida transitoriamente desde comienzos de 2020, como se ha dicho. Transitoriamente. El riesgo es que el gobierno de la Coalición cumpla la misma función del gobierno macrista en Argentina: crear un breve interregno para un regreso peor del populismo amistoso, disimulado y seudo dialoguista del FA. Por supuesto, que en el vecino estos valores se han precipitado, pero eso es lo que ocurre cuando se usa el gasto y el déficit como sistema de bienestar rápido, sin el correlato de la generación de riqueza, para lo que el estado es inútil, con cualquier nacionalidad. 

 

El sistema jubilatorio es peor en Uruguay que en Argentina, si eso fuera posible. Tanto en la proporción entre activos y pasivos como en cualquier otro dato. Incluyendo los pagos que se atribuyen a las pasividades y que no son tales.  Los intentos de corregirlo crearán una discusión tan grave como la de la LUC, con efectos peores. Un tema imprescindible de corregir. También imposible de hacerlo, sin romper más cosas de las que se intenten reparar. 

 

Los dos entornos laborales y legales, como se ha dicho, ahuyentan empleo e inversión privados, que son el único empleo sostenible y la única inversión posible. Si eso no se cambia, los destinos de ambas naciones son los mismos, más allá de que alguno llegue más rápido a esa meta. 

 

Nada de lo que ocurre en el mundo cambia estos conceptos ni estas semejanzas. Los empeora, eso sí. Es mejor no tener a Cristina, es cierto. Pero sin ella y con el mismo esquema económico-ideológico, los resultados serán los mismos. Refugiarse, en el sentido que fuere, detrás de las polleras (o los pantalones de cuero brillosos y caros) de la señora de Kirchner no mejora la comparación. No copiarla es apenas una condición sine qua non. La receta para el bienestar general es no copiar en nada a Argentina. 

 

 

 

 


 



Publicado en El Observador 12/10/2021



El Descubrimiento que ahora nadie se atreve a celebrar

 

La demonización de Colón es parte de un proceso para destruir todos los valores de occidente, sus instituciones y el concepto mismo de nación

 



















La cancelación es la nueva herramienta que el posmarxismo de mil nombres y mil cabezas utiliza para apoderarse de la democracia y destruir la idea de soberanías nacionales. El concepto socialista siempre ha funcionado mejor, para sus teóricos, en una sociedad mundial única, donde se puede redistribuir la riqueza universal y, sobre todo, donde no hay exitosos con los que compararse. Tal es el concepto encerrado en las ideas de la Renta mínima universal y del impuesto mundial, que tienen defensores impensables, como la UE, que aspira a decidir hasta si los países deben aplicar la teoría de la fuente o de la residencia. Porque, en definitiva, el neoestalinismo quiere hacer desaparecer el concepto de Nación, de soberanía, hasta de Patria.

 

Coherentemente con ese masterplan, un día se decidió demonizar el descubrimiento de América, transformando la figura de Cristóbal Colón en una especie de Hitler de la naciente Edad Moderna, en un Stalin purgador de indígenas, en un despiadado asesino de aborígenes. 

 

Nadie puede defender a Cortés o Pizarro, seguramente. Tampoco a la iglesia en su campaña de evangelización esclavizante, ni a tantos otros protagonistas de lo que se llamó la Conquista. No demasiado distinta en sus procedimientos a la desordenada y despiadada Europa, fruto de las invasiones salvajes de los hunos, los francos, los visigodos, los ostrogodos, los otomanos, los anglos, los sajones, de los reyes que se mataban entre ellos los para sucederse, de las cruzadas, de las guerras de conquista mutua, de poblaciones sojuzgadas por el vencedor de turno, sin derechos, sin respeto, sin dignidad. Y sin tener plumas ni pinturas. Solamente porque algunos eran vencedores y otros derrotados. 

 

Pero hojeando la historia, se observa que Colón, y la reina Isabel, su sponsor, emprendieron la aventura del Descubrimiento sin intenciones de conquistar nada, ni de subyugar nativos, ni de matarlos. Simplemente querían encontrar una nueva ruta comercial al Asia, porque las flotas salvajes de sus civilizados enemigos europeos le impedían usar el Mediterráneo como vía de paso. La epopeya colonizadora fue fruto de la ambición de comerciar. Unida a la aplicación práctica de la teoría no probada de que la tierra no era plana, sino redonda. 

 

Claro que la idea había que sostenerla con coraje y riesgo. Por eso los tripulantes del genovés eran presos liberados, y luego todos los conquistadores eran aventureros con permiso, mecanismo no diferente al de los corsarios ingleses. Por eso en la conquista se usaron los mismos métodos que usaban las grandes potencias marítimas de la época: la guerra, la violencia, la superioridad armada, el avasallamiento del enemigo, o del competidor. Por eso España crea el monopolio, otra muestra de prepotencia. Prontamente imitada por Portugal, Gran Bretaña, Francia y Holanda, que en resumen hacen en el nuevo continente lo que acostumbraban a hacer en el viejo. 

 

América es el fruto de esos atropellos, de esas muertes, de las reacciones contra las crueldades y contra los derechos. Que duraron varios siglos, donde las hienas se peleaban por los despojos de la carroña. Aún luego de liberarse de sus conquistadores, las luchas continuaron entre los americanos. No hace falta recordar la tremenda guerra civil estadounidense, las luchas entre caudillos en las Provincias Unidas, matizadas por la traición y el fusilamiento cobarde a mansalva, o las luchas entre héroes, como San Martín y Bolívar, o Artigas y Rivera. La historia no se escribe con líneas prolijas ni bondadosas. Ni como el observador de hoy querría. 

 

Pero en América de 1492 no había naciones, ni soberanía, ni derechos, ni nacionalidades, ni instituciones. Salvo el odio y el instinto tribal, que también conducía en muchos casos a la guerra, a la conquista, al vasallaje. Las tribus fuertes y belicosas se imponían a las tribus débiles. En todo el continente. No había derechos con los Incas explotadores, ni con los Mayas o los Apaches o los Sioux. Sólo las ancestrales reglas animales de cada tribu. Eso no justifica nada, pero muestra cómo era ese mundo. 

 

De ese casi imposible cuadro, el continente americano evoluciona y emerge como puede como un conjunto de naciones, con leyes, derechos, reglas, soberanías, igual que Europa, muchas veces mejorando las ideas del Viejo Continente, y hasta liderando muchos cambios, como en el concepto mismo de la democracia. 

 

Por supuesto que todo podría haber ocurrido de otra forma. Pero la historia sucede como quiere, no como se desea. Lo que sí es absurdo, es esperar compensaciones, resarcimientos, reivindicaciones por ese pasado universal. Sería como reclamar a los hunos, y éstos a los visigodos, como si los españoles de hoy, que son en parte descendientes de los otomanos, reclamaran por los 7 siglos de la invasión sufrida o desconocieran el aporte jurídico de los godos. 

 

En aspectos más individuales y locales, todos esos reclamos fueron zanjados en las guerras y constituciones de cada país, cuyas poblaciones son la resultante de esas guerras, esos abusos, esos pactos y esas mezclas de razas y nacionalidades que caracterizan a la humanidad.  Cada uno de esos países americanos tiene su identidad, su nacionalidad, su idiosincrasia, su soberanía en el sentido más amplio. 

 

Esa soberanía, esa independencia, esa capacidad de decidir de cada país, molesta al plan de pobreza generalizada llamado el Nuevo Orden Mundial o el Gran Reseteo. Un país que no se someta a esas reglas podría ser una peligrosa evidencia empírica a las que tanto temía Stalin. Por eso es imprescindible crear entes, impuestos, redistribuciones, derechos y justicias supranacionales, en manos de tribunales también supranacionales, que anulen la independencia de las naciones. Y por si eso no alcanzara, el sistema de las cancelaciones y sanciones de la corrección política obliga a los gobiernos de políticos inútiles y corruptos a complacer el reclamo inducido por esos métodos. Demonizar a Colón y el Descubrimiento es parte de la negación de esa identidad y de esa individualidad de cada nación, de cada sociedad. Es tribalizar de nuevo al continente para poder dominarlo. 

 

Obviamente que cabe la pregunta, también contrafáctica, sobre si esa evolución, de la tribu dispersa, salvaje y cruenta a la Patria, a la Nación, habría sido posible sin el Descubrimiento, sin la audacia y el coraje de Colón, sin ese momento liminar de Isabel de Castilla. Imposible responderla. Pero todos los conquistadores de otrora han dejado su idioma, su cultura, su literatura, sus canciones, su modo de ser, deliberadamente o sin quererlo, a pesar de todo. 

 

Cristina Kirchner, en la cima de su poder, su soberbia y su ignorancia, hizo bajar a puro capricho la estatua del gran navegante, que estaba en la plaza frente a su despacho, con la complaciente anuencia de varios gobiernos de la Ciudad de Buenos Aires, incluyendo el de Mauricio Macri. Ahora se alza frente al Río de la Plata, luego de la reacción de muchos sectores ciudadanos que repudiaron el hecho. 

 

Cada estatua de Colón es un homenaje a los emprendedores de todo el mundo. Y en cada emprendedor hay un Colón. ¡Bufen las Cristinas!

 

 

 





Publicado en El Observador  04/10/2021


El sueño de la apertura con consenso

 

Intentar una coincidencia entre quienes paran el país y proponen derogar la LUC y los que promueven la apertura comercial es perder tiempo

 



 


















La insistencia en ciertas afirmaciones y propuestas que tienen escasa o nula probabilidad de materializarse obliga a repetirse en el análisis y la argumentación, pero se debe correr el riesgo de aburrir al lector con reiteraciones en aras de lograr hacer foco en las reales chances que el país tiene disponibles en el marco global de hoy. 

 

Las opciones económicas actuales de Uruguay son las más limitadas de ese siglo, tanto por su conformación endógena como por los efectos exógenos de un mundo súbitamente proteccionista, inflacionario, de poca generación de empleo y sobreendeudado. Lo que se ha dado en llamar con propiedad el Nuevo Desorden Mundial. Con algunas diferencias importantes, como el grado de avance tecnológico, la riqueza acumulada, el consumo interno, la participación en mercados internacionales y la capacidad productiva de las grandes potencias y aún las secundarias, que les permiten afrontar mejor este momento y esperar una paulatina recuperación, que será de todos modos más lenta y trabajosa de lo esperado cuanto más proteccionismo y déficit se genere.

 

El caso local es todavía más complicado. De seguir en el camino transitado por el Frente Amplio en su gestión y las exigencias del Pit-Cnt, la actividad económica se limitará a la producción agropecuaria y forestal y colaterales, con reducción sistémica del empleo privado, que deberá reemplazarse por subsidios estatales o empleo público inventado, o sea un mayor gasto del estado. Eso supone inexorablemente una carga impositiva mayor y creciente sobre los sectores productivos, lo que tiene un límite muy cercano: la inviabilidad paralizante de esos sectores, límite que se alcanzará muy rápidamente. 

 

Se puede también recurrir a gravar el ahorro o capital acumulado, tanto en el ámbito interno como en el exterior. Como esos capitales ya han pagado su impuesto, o no han sido generados en la actividad local, según cual fuera la base gravada, eso tiene un múltiple efecto. El de confiscación, el de inseguridad jurídica, el desestímulo a cualquier inversión interna o externa, una baja del consumo y una pronta extinción de esa fuente, para llegar a un estado grandísimo y sin financiamiento. Eso es exactamente lo que ha ocurrido en situaciones similares en el mundo y en la historia. Y lo que es peor, termina también siempre en contextos de autocracia, o peores.

 

Si la intención es no caer en ese final de miseria compartida y mantener al menos el nivel de bienestar actual, no queda otro camino que tratar de proyectarse al mundo en cualquiera o todos los formatos posibles. Tanto en las producciones tradicionales como en las nuevas actividades y emprendimientos, unido al fomento de la educación y la creatividad, concepto que suena abstracto hasta que se advierte quiénes son los exitosos de la economía mundial, tanto en la riqueza de las naciones como en los ingresos individuales, el empleo y el crecimiento. 

 

En la necesidad de esa apuesta está de acuerdo un sector importante de la sociedad. El otro sector, también importante, declama estar de acuerdo, pero solamente hasta que comprende que para poder desarrollar esa idea hace falta ceder posiciones de comodidad, cumplir ciertas condiciones y hasta sacrificar temporariamente ciertos beneficios, ventajas o privilegios. O sea, competir. Rechazo que, sobre todo al principio del cambio, ocurre en todo el mundo y siempre, aunque se crea que sólo es un fenómeno doméstico. 

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Uno de los caminos tradicionales y probados para aumentar el tamaño y la riqueza es aumentar el comercio exterior. Idea que llegaría en un mal momento porque casi ningún país quiere abrir sus mercados, al contrario. De modo que, en ese plano, las opciones uruguayas son poquísimas. China y el resto de Asia, apenas. Casi un último recurso. De modo que cualquier exhortación a priorizar o ponderar la ideología, las características del sistema de gobierno u otros factores inherentes a cada país, se están volviendo irrelevantes porque las opciones no existen. Hay que comerciar con quién tenga predisposición ha hacerlo y negociar con esa nación. Resulta innecesario decir que se debe vender sólo bienes, no adhesiones ni subordinaciones. Procurar tratados tiene una contrapartida. Se trata de una negociación, en la que hay que dar algo a cambio, como ocurre en el mundo civilizado. Otro concepto inaceptable para los monopólicos, que consideran que un buen tratado es aquél en que la contraparte acepta otorgar todas las ventajas, pero no reclamar nada a cambio. La lógica de una toma y ocupación de fábrica, para dar una explicación fácil de comprender. Consensuar semejante grieta es imposible. Simplemente porque el trotskismo sindical no quiere.  

 

Brasil ha dicho que está de acuerdo en bajar el arancel proteccionista del Mercosur, y ese es un buen punto de partida. Pero cualquier acuerdo de cualquier tipo implica enfrentar duras oposiciones, porque los privilegios empresariales y laborales, más la terrible fuerza de los monopolios estatales, hace que la lucha sea más profunda y drástica: los que quieren crecer o los que quieren empobrecerse en comunidad. Todo otro argumento, esconde ese enunciado final. Como lo esconde el tratar de imitar el proteccionismo y el despilfarro que crecen en China o EEUU, y que hace rato debilitan a Europa. 

 

Si en cambio se quiere crecer en base a desarrollar los nuevos mercados tecnológicos, de apps, de emprendimientos online, de creatividad y de servicios, la inversión, la seguridad jurídica y la flexibilidad de contratación son vitales. Y aquí se da igual dicotomía: una parte trascendente de la sociedad quiere todo lo opuesto a ese marco. Con lo que, en el fondo, propugna un empobrecimiento colectivo y comunitario. A menos que tuviera un formato secreto que sería interesante conocer.  Y patentar. 

 

Es común escuchar que una apertura o un cambio de modelo requiere un consenso de la sociedad. También se escucha algo similar en Argentina, en Gran Bretaña y en muchos otros países con similares desafíos. Ese consenso es imposible. En un ataque de crueldad, es posible sostener que nunca puede haber consenso cuando los objetivos entre los sectores son tan opuestos y hasta supranacionales y dogmáticos en muchos casos. 

 

La dura tarea de un gobierno es marcar el camino y desbrozarlo. Avanzar con leyes, con prédica, con alianzas donde sea posible y con hechos. El consenso es bienvenido. Pero no el detenerse a esperarlo. Buscar hoy consenso es una utopía. Y puede ser una trampa.  El consenso tal vez llegue a medida que llegan los resultados, después. Por eso, cuando se intenta derogar los modestos avances legislados en ella, la batalla por la LUC encierra también la suerte oriental. Perder esa batalla se parece mucho a dejar de lado toda esperanza. 




 Publicado en El Observador  28/09/2021

Y yo, ¿dónde me paro? 

 

El estrecho y tortuoso camino que tienen los países pequeños para evitar la pobreza generalizada y la muerte del empleo privado y la producción

 




















La disputa comercial -estratégica entre EEUU y China, ya de por sí complicada para las economías pequeñas, se agrava por las cambiantes políticas internas de ambas potencias, que se reflejan necesariamente en su accionar global. Como es fácil de observar, ambos gigantes avanzan hacia formatos proteccionistas duros, con lenguaje y razones diferentes, aunque iguales efectos nocivos, pero en supuesto beneficio de sus pueblos. En matemáticas, al límite se llega por derecha o por izquierda, como es sabido. 

 

El proteccionismo mundial ha tenido siempre consecuencias fatales sobre el crecimiento de las economías, el empleo y el bienestar, sobre todo de los países periféricos, subordinados a depender del progreso de las grandes naciones para beneficiarse de su derrame secundario. Ese panorama se agrava porque Estados Unidos amenaza con transformar esa pelea en una instancia de formato bélico, en respuesta al sistemático avance chino sobre Hong Kong, Taiwán y todo el mar que considera como de propiedad exclusiva. 

 

Semejante circunstancia, dentro de la política de persuasión proactiva que ha emprendido Biden, pone en difícil trance a quienquiera pretendiera comerciar preferentemente con China, que ahora corre el riesgo de ser rotulado como enemigo algo más que comercial y sancionado en consecuencia. Al mismo tiempo, y, dentro de esa concepción proteccionista, EE.UU no está dispuesto a firmar ningún tratado de libre comercio, que ahora pretende reemplazar con acuerdos bautizados de cualquier modo, pero que le garanticen una gran comodidad, o sea que impidan competirle. Por eso en el naciente acercamiento a Colombia, Ecuador y Panamá, está prometiendo solamente inversiones que lo ayuden en su lucha para emular u obstruir el llamado Camino de la Seda, no mayor intercambio comercial.

 

Suponiendo que nada de esto es ignorado por el gobierno, en su entrega de la semana pasada la columna prefirió leer la posición contra las dictaduras de la región del presidente Lacalle Pou en la innecesaria CELAC – un invento de dictadores para proteger a dictadores – más que como una expresión valiente de sus principios personales en la cara de los tiranos, como una intención de posicionarse claramente del lado de los derechos y las libertades de las que Norteamérica ha sido y es el paladín y predicador indiscutible. Un modo de dejar claro de qué lado está el país en su alineamiento de fondo, al mismo tiempo que toma en el comercio internacional el único camino que se le ha dejado. Una posición basada en los intereses de Uruguay, no en el ensueño ideológico casi de estudiantina que siguió el Frente Amplio durante sus 15 años de gobierno. 

 

Algo no demasiado difícil de concluir, ya que Uruguay no tiene ningún otro camino disponible, pues en el actual marco global, la única opción de crecimiento son los mercados asiáticos, de cualquier signo político o ideológico. Camino que se vería sumamente dificultado si la por ahora primera potencia mundial pusiera obstáculos extracomerciales o vetara como inamistosas las decisiones uruguayas en ese sentido. Como nunca es fundamental jugar hábilmente esa suerte de ajedrez político internacional, para los que lamentablemente no hay un soft tipo Stockfish o AlphaZero, ni del lado de los gobernantes, ni de los modestos columnistas, por supuesto.  Disyuntiva no tan distinta, en su esencia, a la que se enfrentó en su momento de decisión el presidente Jorge Batlle. 

 

Para aclarar dudas sobre la estrategia que intenta seguir el gobierno y evitar especulaciones en este punto crucial, vale la pena repasar la nota de la semana pasada publicada en este diario, bajo el título Gobierno saca a relucir sus coincidencias con EEUU tras anuncio de TLC con China”. Allí se elabora sobre la cuestión vital del posicionamiento internacional, y se cita un reportaje de hace tres meses al presidente donde sostuvo “Nosotros tenemos interés superlativo en tener buenos vínculos con EE.UU. Pero esos vínculos están basados en el interés nacional. (…) No tenemos intereses supranacionales, por lo menos en lo que hace a la ideología”.

Esta lectura puede ayudar a descartar la idea de que el presidente se dejó llevar por una especie de pulsión juvenil principista en toda la reciente gira y muestra una política de fondo pergeñada para salir de una parálisis a la que conducen tantos años de freno ideológico, que se agrava con la lucha de titanes que lo puede condenar a una pobreza y un desempleo estructurales, mochuelo que habitualmente se ha colgado de la cláusula 30/2000 del Mercosur, pero que ha sido la prédica y el accionar del engendro bifronte integrado por el Pit-Cnt y el Frente Amplio, y lo sigue siendo, lamentablemente. Con la anuencia cómplice de los mezquinos intereses de quienes defienden sus prebendas, ventajas y monopolios estatales o privados, chicos o grandes, empresariales, políticos o sindicales. 

Estados Unidos, China y hasta la agonizante Europa socialista de bienestar gratis pueden darse el lujo, por un tiempo dado, de ser proteccionistas, gastadores, emisores, deudores compulsivos, redistribuidores de riqueza y hasta confiscadores impositivos o de otro tipo. Uruguay no. 



25/09/2021

Tres gobiernos, ningún gobierno

 

El país pende de una elección que en el mejor de los casos le dará respiro y una leve esperanza, gobernado por una maraña incomprensible de peronismos

 



 









Los privilegiados que tuvieron la suerte de gozar de la educación laica, gratuita, obligatoria y también eficaz e integradora de otrora, recordarán el trágico 20 de junio de 1820, cuando Argentina aún no había nacido, un día negro en el historial de las Provincias Unidas, tal vez el primer puntazo del tajo enorme que aún duele y que precedió a la creación de la República 33 años más tarde. Ese día Buenos Aires, entonces la verdadera reina del Plata (o del ex virreinato del Río de la Plata) tuvo tres gobernadores, en pocas horas, no tres gobiernos exactamente, ya que la Legislatura provincial los ignoró. O sea, que no tuvo ninguno, y se sumergió en el caos. 

 

La secuela, larga y también confusa, siembra de tristeza a la prehistoria nacional y no es el objetivo de esta columna profundizar sobre ello, algo que deja a los que saben. Sin embargo, como en una obsesión casi asnal por la recurrencia, un volver mitológico eterno e inexorable al pasado, Argentina parece estar hoy en ese mismo lugar. El país se debate, acezando penosamente entre tres gobiernos a los que no parece interesarle demasiado esas entelequias como la Patria, el pueblo, la Nación y otros valores por los que murieron tantos héroes en los campos de América, como dijera Borges. 

 

El gobierno electo en las urnas, el del presidente Alberto Fernández, ya había sido emasculado de toda autoridad por el gobierno virtual de la vicepresidente, que juega a la ficción con la sociedad argentina y parece disfrutar en ser la bruja perversa de una película de Disney - no de Pixar donde las Maléficas son buenas a veces - con la ayuda de La Cámpora, Zannini, Máximo Kirchner, Sergio Massa y un amplio elenco de ‘leales y lealas” que repiten consignas disolventes y vacías y construcciones dialécticas evidentes, superficiales y precarias.

 

Con el miedo que le ha inoculado las PASO, una elección que no sirve para nada hasta que desnuda debilidades que se habría preferido no notar, ese gobierno paralelo forzó a Fernández a cambiar su gabinete y reemplazarlo por algún otro, no importaba cuál, y así se llegó al actual engendro que parece más una fuerza de ocupación que una ayuda amiga. El gabinete de Juan Manzur, para denominarlo de algún modo, funciona como un tercer gobierno, informal, no elegido, pero ungido y tolerado por los otros dos. El tucumano, de múltiples y súbitos méritos y amistades, según la prensa amiga, es una mezcla de Cardenal Richelieu y Yeltsin, protegiendo y simultáneamente reemplazando, e invisibilizando al presidente. Patronizing, dicen con exactitud intraducible los angloparlantes. (Lo de Cardenal también simboliza algunos de los numerosos, superpoderes, superinfluencias y superrelaciones que se atribuyen al aún mandatario tucumano, que obviamente ha conservado su irrenunciable y rentable satrapía. Como se ha hecho saber prolijamente, Manzur tiene al mismo tiempo excelentes relaciones con el Opus Dei, el judaísmo, el mundo islámico, los laboratorios, los bancos, la OEA, la ONU y el FMI, más otras que se le atribuyen en Tucumán y en el mundo secreto de los fármacos, menos publicables)

 

Los tres gobiernos funcionan simultáneamente como controlantes del Congreso, y también como subordinados a él. Esto se verá más claramente a medida que pasen las semanas, cuando cada uno de los sectores que conforman este triple Poder Ejecutivo, para nada homogéneos en su interna, ya que son fruto de una típica marabunta  peronista, (lo que en términos futboleros se llamaría un rejuntado) comiencen a presentar o frenar proyectos que se choquen con los intereses de algunos de los capitostes del peronismo en algunas de sus metástasis y aumenten los malentendidos, desmentidas, operaciones, aclaraciones, obstrucciones, fuego cruzado, avivadas, desobediencias, negociaciones, negocios, contramarchas y torcidas de mano. Sabido es que el Congreso reporta a padrinos diversos, no a los votantes, y esa característica lo transforma en un cuarto poder ejecutivo, por la capacidad de mandar mensajes con el sólo amague de presentar un proyecto de ley, además del poder de daño del Senado, hasta el 10 de diciembre al menos. Los legisladores peronistas y sus subordinados de otras fuerzas actúan unidos o divididos según les convenga, como es sabido. Y esas divisiones son diferentes cada vez. Con los votos populares usados como misiles aún entre ellos. 

 

Todos estos gobiernos simultáneos y concurrentes, que hasta ahora no han gobernado sino que han usufructuado del poder, que no es lo mismo, se unen y se esfuerzan temporariamente en un solo plan, una sola idea, un solo objetivo, que es recuperarse de la derrota de las PASO y lograr revertir lo que anticipan como un rechazo de las urnas. Ya se sabe, y así lo ha anticipado esta columna, que para ello recurrirá a la coima al votante, la prepotencia y la persuasión de respiración en la nuca para imponerse a los díscolos intendentes, punteros, gobernadores y descarriados varios, y la recaptación de la bondad comunicacional mediante técnicas de convencimiento efectivas y contundentes. El poder por el poder mismo, reza la política fácil, moderna y banal. 

 

Mientras tanto, como planeando por sobre este trabalenguas de poder e intereses, el ministro negociador de la deuda se ocupa de encontrar palabras que expliquen lo inexplicable para mantener la ficción de que finalmente se llegará a un acuerdo con el sistema financiero internacional, empezando por el FMI. Algo que ahora luce lejano, lejano, luego de que a la tolerante Kristalina le hayan lanzado los perros de la acusación de ser proChina, algo que es imperdonable en el mundo de Biden, por lo menos por un tiempo.  Guzmán es, en ese aspecto, una especie de quinto gobierno intocable, que aún la temible viuda de Kirchner respeta y con el que elude confrontar mientras la complazca en silencio. Por dos meses exactos.  

 

Cuando el plan de aluvión de reparto, jubilaciones graciables suicidas, emisión, fin milagroso de la pandemia y de restricciones a viajeros, abuenamiento de la AFIP, maternidad conmovedora pompadouriana, regalos tarifarios, diarreas educativas, se complete, es posible que con la acción de tantos poderes ejecutivos practicando al unísono persuasiones populistas diversas se descuenten algunos puntos electorales. Tal vez. Si así fuera, en ese momento recién se notará más duramente el problema de los múltiples gobiernos peronistas. O del desgobierno. Con el ministro de negociación de deuda volando por el aire, el FMI ignorado y desterrado y ninguna esperanza ni la posibilidad de un plan medianamente coherente, sino un campeonato de insensateces para conformar a los distintos machos (y machas, con perdón) alfa de las manadas, y el otro desgobierno, el de la inflación desmadrada, agujereando las esperanzas de la ciudadanía. 

 

A este panorama, que difícilmente pueda ser rebatido con algún dato serio, se une ahora la división deliberada de la Corte, que se apalanca en el egoísmo del ministro Lorenzetti, que ayer mismo era descaradamente funcional a Cristina con un planteo absurdo en una institución de 5 miembros, dos de los cuales son beneficiarios/víctimas del trigobierno, con lo que el proceso de designación del presidente de la Corte puede ser eterno por este quorum que acaba de inventar, abriendo así la puerta para la excusa de la intervención de los otros poderes y rompiendo el orden sucesorio del poder ejecutivo,  una maniobra vil, antirepublicana e indigna. Esta rebelión es entonces a pedido de la viuda de Kirchner y será usada por el kirchnerismo que busca la impunidad aún a costa de arrodillar a la república. 

 

No habría que hacerse demasiadas ilusiones con un cambio salvador después del 14 de noviembre, porque es muy factible que tras la coima generalizada y alevosa la elección no arroje contundencias mayoritarias que puedan torcer diametralmente el cuadro aquí descripto, aunque sí se pueda impedir barbaridades del tipo Maduro que lesionen todavía más a la Constitución y la Justicia, ya suficientemente manoseadas, y agregar una cuota mínima de seriedad y sensatez al Congreso, siempre bienvenida. 

 

Con varios gobiernos simultáneos, o sea sin gobierno, en la ruina, sin justicia, sin república y sin plan, sin crédito, sin inversión, sin moneda, sin empleo privado, con el estado generoso más allá del límite del agotamiento, con una buena parte de la sociedad indignada y desesperada buscando un mecanismo para irse, con una estampida de emisores y gastadores seriales repitiendo consignas irresponsables, fracasadas y gravemente peligrosas, con un segmento trascendente de la población que ya no quiere trabajar, con una mayoría de jóvenes sin formación ni educación alguna, ni oficio ni chances, con las instituciones de rodillas, vendidas o bastardeadas, la Argentina resiliente pone todas sus expectativas en una elección que le de alguna esperanza de seguir con vida y de continuar luchando una epopeya titánica. 

 

Como si por dos meses se estuviera paralizado en un trágico día de los tres gobernadores de 1820, al borde de la disolución. Como si Manuel Belgrano muriera empecinadamente una y otra vez ese mismo día sollozando infinitamente aquel “¡ay, patria mía!” postrero que la historia le ha atribuido y que podrían repetir todos los argentinos.





Publicado en El Observador, 21/09/2021



Ahora, contra el cerdo capitalismo chino

 

No hay ningún tratado de libre comercio que no obligue a competir; eso fuerza a reducir el monopolio del estado y a fortalecer al empleo privado, despreciado y olvidado por el Pit-Cnt 

 

El discurso del presidente Lacalle Pou en la CELAC recogió múltiples apoyos y seguramente aumentó un par de puntos su popularidad, por su coraje y su defensa de la democracia. Aunque la espectacularidad del retruécano presidencial esconde otro mérito superior de mayor envergadura: la decisión de posicionar geopolíticamente a Uruguay en el complicado marco global. (Otro paso contundente sería irse de la CELAC, ente de la burocracia latinosocialista que intenta crear un gobierno virtual supranacional en manos de unos ganapanes inútiles, factor común de las orgas que pululan bajo siglas diversas)

 

La clara alineación con los principios democráticos occidentales también permite al país negociar sin temores con cualquier nación o región del mundo, sin comprarse el rótulo barato de estar asociándose por ello con totalitarismos o ideologías de cualquier índole. Una independencia histórica que no tuvo en cuenta el Frente Amplio en su gestión, subordinada a su alineación ideológica regional – o mundial - independencia hoy vital como nunca, o como siempre.  Lo que lleva directamente a la discusión por el posible TLC con China, que ha entrado en la etapa nebulósica de la discusión eterna en busca de consensos imposibles. 

 

Para la columna, la preferencia sería negociar un TLC con Estados Unidos, tanto por afinidades como por oportunidades. Pero ello tiene algunas imposibilidades. Comenzando por que la aún primera potencia mundial no quiere negociar ningún tratado de libre comercio. Y menos con Uruguay. Ya el TPP, el Tratado de Participación Transpacífica, contenía decenas de cláusulas que conformaban una maraña de trabas no aduaneras que hacían virtualmente imposible colocar las producciones locales. No conforme con esas restricciones, Trump decidió retirarse del acuerdo y hasta forzó a México a renegociar un Nafta con cláusulas similares, que además de ser inflacionarias para el consumidor americano, son lesivas para México. 

 

Biden, más allá de su formato de sociolatinismo ruinoso, sigue la misma política proteccionista e ineficiente que preserva empleos falsos, actividades ineficientes y empresas zombies que debieron desaparecer hace rato. Con lo que debe aceptarse que Uruguay perdió su única oportunidad de entrar en ese mercado al comienzo del gobierno de Tabaré Vázquez, cuya ponencia en favor del acuerdo fue sepultada por la izquierda desembozada y la vergonzante, capitaneadas por su propia alianza, bajo la suela ideológica del Pit-Cnt, basada en un empecinado desconocimiento de las reglas económicas y de la realidad y la evidencia empírica. 

 

La Unión Europea, que sería la segunda opción políticamente correcta, funciona como un enemigo comercial, no como interesado en cualquier acuerdo. El germen de un tratado conque se soñó recientemente, fue abortado drásticamente por Francia con iguales argumentos a los de Trump y nunca más se volverá a hablar de él, por el proteccionismo sindical y empresario que es el alma de la eurozona y que la llevará a la quiebra, si no ha alcanzado esa meta ya. 

 

La única opción que resta son los mercados asiáticos, y es inviable pensar en ellos sin incluir preferentemente a China, que, como dato adicional, acaba de solicitar su ingreso al Tratado Transpacífico reformado, el CP-TPP, que reemplaza al anterior con EEUU, que incluye a Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam y México. Aquí debe tenerse en cuenta que EEUU, que pretende que sus aliados lo ayuden a luchar contra China aislándola comercialmente – un nuevo sueño americano, pero mal sueño – les pide que se inmolen, pero no parece estar dispuesto a ayudarlos, como bien sabe Francia, a la que acaba de dejar colgada del pincel, como dirían los expertos, tras hacerle perder un negocio importantísimo sin avisarle siquiera, con su acuerdo bélico con Australia y Gran Bretaña. 

 

Pese al episodio que ayer hizo crisis en el negocio inmobiliario, y aún otros que se agregarán, (Xi Jingpi se ha vuelto comunista) China, y luego Asia, en ese orden, son la única opción, que ya se está mostrando en la realidad de los números del mercado externo. Ahora bien, contra lo que imagina el pensamiento único del Pit-Cnt, auditor ideológico del Frente Amplio y para nada moderado, como se empeña ahora en hacer creer a los ilusos, cuando se firma un TLC la contraparte también quiere competir y vender. Salvo en la URSS, donde el Comecom se ocupaba de esos detalles, que terminó en un mar de ineficiencia en el que felizmente se ahogaron todos los creyentes. 

 

Es decir, que un tratado de ese tipo implica siempre que haya ganadores y perdedores locales. Si los últimos son inteligentes, son perdedores temporarios, si no, arrastran en su fracaso al país al que pertenecieran.  Más que perdedores, prebendarios sin chupete. Eso lo sabe muy bien Bill Clinton, padre de la apertura comercial mundial conocida como globalización, que tuvo que luchar aún con sus partidarios para lograr aprobar el Nafta y que empujó las reformas que cambiaron el comercio mundial y crearon 3 décadas deslumbrantes para el bienestar global. 

 

Por eso, se trata de un tema en el que el consenso es imposible. Tanto en lo que hace a la firma del acuerdo en sí, como en las reformas que hacen falta para poder participar y competir con la contraparte, quienquiera que fuere. Nunca habrá consenso. En esto están aliados el sindicalismo neomarxista uruguayo con los sectores empresarios beneficiados por el proteccionismo y el aislacionismo. Ya se ha dicho aquí que a muchos sectores les conviene creer que lo que le pasa a Argentina se debe a Cristina Kirchner, que está desequilibrada. Lo que pasa en Argentina es el fruto de ese corporativismo, tema para otra nota. 

 

De modo que, más allá de las declamaciones, la oposición será feroz, llena de relatos, eslóganes, comparaciones y miedos inducidos. Se suele criticar al estado cuando otorga eximiciones o tratamiento especial a las empresas que se radican. Con razón. Pero no se aclara, ni se explica, que ello se debe a que todo el sistema laboral, de privilegio al empleo estatal, de prepotencia sindical trotskista, de negación a la propiedad y aún a la libertad, obliga a que, para posibilitar una inversión, deban soslayarse todos esos obstáculos, lo que además de engorroso tiende a cualquier exceso, negociado o sospecha. Por eso lo único que debe hacer el gobierno, es tratar de salir de la trampa que conduce al estado como único empleador, sin trabajo privado. 

 

Con lo que, un TLC con quien fuera, implica la caída del monopolio sindical y empresario (el empresario monopólico mayoritario es el estado) y una reforma al sistema laboral y al de recargos, incluido el IMESI, que funciona igual que un recargo en varios casos. Optar por no hacer un tratado es profundizar ese final fatal y avizorable del empleo privado, el mayor de todos los males.

 

Y como el Pit-Cnt, deliberadamente o no, es enemigo del empleo privado, empieza a ser imprescindible que los trabajadores que quieran mantenerlo o ampliarlo se agremien en otra central sindical que los represente y los defienda, no que los diezme. Eso es también parte de lo que es ineludible hacer para poder firmar un tratado. Intentar un consenso con quienes ni creen ni quieren una apertura, es perder el tiempo o, mejor dicho, fracasar. De lo que no se está exento. Aunque siempre el Pit-Cnt puede proponer un tratado con África. O con Cuba o Venezuela. O con Ganímedes.