Publicado por El Observador el 19/10/2021



Uruguay no se parece en nada a Argentina… y se parece en todo

 

Cualquier oriental puede explicar que su país no se asemeja en nada al vecino. Y tiene razón, pero al mismo tiempo, está equivocado




 














El uruguayo ama creer que la desesperada situación en la que está Argentina se debe a todo lo que representa Cristina Kirchner y su accionar. Es posible que tenga razón en lo político. Nadie mejor que ella resume las características que tanto odian los orientales del argentino, o mejor, del “porteño”. La prepotencia, la soberbia vacía, el idioma grosero y precario, la “tilinguería”, la ostentación, la vacuidad. También la incapacidad de escuchar al otro, de reconocer su existencia, de rescatar sus virtudes y la capacidad de creerse poseedora de la verdad única. De paso, de representar a quienes son ladrones del primero al último. Y en especial, su autoritarismo y su desprecio por la república. 

 

Comparadas con el modelo, o la idiosincrasia, local las diferencias son abismales en el estilo y en los formatos políticos. Sin embargo, el riesgo de las similitudes no está en ese plano, felizmente. Donde hay que poner el foco es en las coincidencias en los números presupuestarios y en los datos económicos, no importa si ellos son consecuencias de una bipolaridad sociopática o de un diálogo que se asume cordial, sincero y civilizado. Y es en esos datos donde está el problema que se debe mirar. 

 

Si bien es cierto el actual gobierno ha dado pasos de moderación importantes en el manejo presupuestario y en la seriedad económica, aún la comparación de datos es tan preocupante como lo eran al final de los 15 años de mandato del Frente Amplio y su tutor ideológico, el Pit-Cnt. Comenzando por la relación entre empleo público y empleo privado, que es la manera más simple de predecir el bienestar y la solidez de una sociedad. Estas cifras son comparables entre los dos países, tanto antes como después de la pandemia, y se agravan por igual si se suman los subsidios aumentados para paliar los efectos del aislamiento. 

 

Si se observan las disposiciones Constitucionales, Uruguay ofrece menos esperanzas de cambiar esas relaciones, con un sistema que garantiza el crecimiento del costo del empleo estatal y también la ineficiencia sistémica. Entre otras consecuencias gravísimas, eso preanuncia un largo déficit, una tendencia al endeudamiento y al aumento impositivo e inflacionario que funciona como un desestímulo fortísimo a la inversión y el empleo privado, el único que existe seriamente. 

 

Mientras Argentina tiene un sistema de empresariado sindical, escondido tras la también monopólica CGT, socio de los empresaurios prebendarios que esquilman al estado y al país, con gremialistas billonarios (pronto trillonarios en pesos, si sigue la inflación) Uruguay  también tiene un sistema gremial de destrucción de empleo privado y defensa de los monopolios estatales, falsas empresas que han concitado todo tipo de manejos patrimoniales nunca explicados en tres lustros. Ese sindicalismo trotskista, sin personería pero con exclusividad asegurada, tiene el mismo efecto que el argentino, y conduce a la destrucción del sector privado, de la inversión y también a las tarifas y precios manoseados por el estado, prolegómenos de las catástrofes populistas. Porque, aunque sea con modos diferentes, con supuestos diálogos educados y falsas tolerancias, los dos sistemas conducen al mismo final. Con o sin Cristina, que por último no es nada más que la etapa final de todo proceso estatista de reparto cuando se acaba la plata. Y la lucha salvaje contra la LUC muestra que, a la hora de la ideología, el diálogo educado es una mentira barata que sólo los ilusos se tragan. No se advierte aquí diferencia de peso ninguna entre los dos países. 

 

La justicia, el elemento fundamental del concepto republicano, tampoco es diferenciante en ambos lados del Plata. Cristina ha exagerado males que vienen del viejo peronismo, y los juicios contra los funcionarios argentinos mueren por inanición y por inacción. En Uruguay, en cambio, los juicios contra los jerarcas ni siquiera comienzan, mueren en algún comité disciplinario partidista o en alguna comisión parlamentaria o se convierten en una discusión por compra de calzoncillos. Reconoce aquí la columna su limitado conocimiento de la historia nacional, que sólo abarca 17 años. 

 

El déficit, el gasto, la deuda, la inflación, la carga impositiva, tienen la misma tendencia, y a veces la misma proporción en ambos países, parcialmente interrumpida transitoriamente desde comienzos de 2020, como se ha dicho. Transitoriamente. El riesgo es que el gobierno de la Coalición cumpla la misma función del gobierno macrista en Argentina: crear un breve interregno para un regreso peor del populismo amistoso, disimulado y seudo dialoguista del FA. Por supuesto, que en el vecino estos valores se han precipitado, pero eso es lo que ocurre cuando se usa el gasto y el déficit como sistema de bienestar rápido, sin el correlato de la generación de riqueza, para lo que el estado es inútil, con cualquier nacionalidad. 

 

El sistema jubilatorio es peor en Uruguay que en Argentina, si eso fuera posible. Tanto en la proporción entre activos y pasivos como en cualquier otro dato. Incluyendo los pagos que se atribuyen a las pasividades y que no son tales.  Los intentos de corregirlo crearán una discusión tan grave como la de la LUC, con efectos peores. Un tema imprescindible de corregir. También imposible de hacerlo, sin romper más cosas de las que se intenten reparar. 

 

Los dos entornos laborales y legales, como se ha dicho, ahuyentan empleo e inversión privados, que son el único empleo sostenible y la única inversión posible. Si eso no se cambia, los destinos de ambas naciones son los mismos, más allá de que alguno llegue más rápido a esa meta. 

 

Nada de lo que ocurre en el mundo cambia estos conceptos ni estas semejanzas. Los empeora, eso sí. Es mejor no tener a Cristina, es cierto. Pero sin ella y con el mismo esquema económico-ideológico, los resultados serán los mismos. Refugiarse, en el sentido que fuere, detrás de las polleras (o los pantalones de cuero brillosos y caros) de la señora de Kirchner no mejora la comparación. No copiarla es apenas una condición sine qua non. La receta para el bienestar general es no copiar en nada a Argentina. 

 

 

 

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