Obama es liberal,  los republicanos parecen argentinos.


            Barack Obama ha propuesto hacer un cambio de fondo en su legislación impositiva, que afecta directamente a las grandes trasnacionales americanas.  La pelea será feroz y probablemente se pierda, pero tiene razón.

            Las empresas americanas pagan un impuesto a las ganancias bastante complicado, con diversidad de tratamientos, con una tasa del 35%.

            Sin embargo, la ley del siglo pasado, muy anterior a la globalización, establece que las compañías que tengan filiales constituídas legalemente en el exterior, pueden optar por no girar sus ganancias al país, y en ese caso no pagan el impuesto,  que sólo se debe oblar en el momento en que esas ganancias acumuladas retornen  a USA.

            Lo que ha venido ocurriendo en las tres últimas décadas, y acelerándose, es que las trasnacionales fueron radicando sus plantas de producción o armado en los países con mayores ventajas impositivas, laborales y de otra índole, como es claramente perceptible.

            Pero además de ese tipo de ventajas, esas empresas han usado conveniente el tax planning.  Ya no sólo se tiene en cuenta la realidad del proceso fabril o tecnológico, sino que se adecua la operatoria para dejar la mayor cantidad de utilidad en los países de baja tributación. Esto no afecta el pago de dividendos, en los pocos casos de empresas en que todavía se sigue la práctica arcaica de pagarlos, porque se consolidan los resultados en EEUU y se pagan con créditos y otros fondos generados localmente.

            Aún antes de Obama los demócratas vienen sosteniendo que en la actualidad ese tratamiento es injusto, ya que no se adapta a la realidad mundial. Es decir: esas empresas no producen empleo en EEUU, salvo en las áreas comerciales y de logística, por la porción que se vende en ese páis.

            Tampoco se produce un efecto cascada porque los insumos no son americanos, y además, en la comercialización de esos productos en USA se utilizan todas las prerrogativas de tratamiento de industria nacional. El resultado es claramente inequitativo para las empresas locales que sí producen empleos, usan insumos y pagan el 35% de impuesto a las ganancias.

            Con este método, sostienen los amigos de Obama, ahuyentamos las empresas al exterior y luego las premiamos por irse, quedándonos sin puestos de trabajo ni cadena de producción.

            Los republicanos sostienen que la idea es para gravar a los ricos, y que desestimulará a las empresas y a la creación de empleos, lo que es claramente anticapitalista. (Esto lo dicen quienes destrozaron los principios capitalistas de orden financiero y prudencia fiscal con George W. Bush)

            Los demócratas sostienen que todo ese argumento es mentira: ¿de qué empleo hablan, si esos puestos se crean en Asia o Francia o Noruega? ¿De qué insumos hablan si se desarrollan en cada región donde están radicadas las plantas?

            Y ni hablar cuando se llega a los valores de transferencia, a la facturación y a todas las variantes que se usan para dejar la mayor parte de la ganancia en el exterior.

            Si el lector va a Miami e intenta comprar una camisa Polo,  por ejemplo, descubrirá que son más caras las hechas en Estados Unidos que en el exterior. Obvio. Tienen mano de obra más cara, insumos más caros, ¡y pagan 35% mas de impuesto a las Ganancias!

            El argumento de la Administración es: no tenemos nada contra los ricos. Simplemente estas empresas no han pagado ningún impuesto mediante la elusión.

            Obama propone ahora cambiar la ley y aplicar una tasa del 19% a las ganancias de este tipo de trasnacionales, que podrán remitir libremente sus ganancias. Esto aún les deja una buena diferencia contra la tasa interna del 35%.


            El argumento es fuerte en su base y también porque la idea es aplicar esos montos a una reconstrucción de la estructura caminera, de puentes y de transporte americana, en estado desesperante.

            Pero hace rato que en el Congreso americano no se discuten argumentos. Sólo reina la política partidista y el lobby, para ponerlo con el respeto que impone la USAF, Richard Geere y Tom Cruise.

            También se está proponiendo un impuesto de transición. Un 14% sobre el total de ganancias que no se ha repatriado hasta ahora, estimado en 2 billones de dólares (billones de 12 ceros) Eso implicaría un inmediato ingreso de alrededor de 240 mil millones de dólares.

            El atractivo, ahora sí bipartidario, es que estos fondos se aplicarán al gigantesco programa de obra pública de 6 años, capaz de impulsar el empleo en los sectores con más dificultades y de reactivar la industria de la construcción, siempre un objetivo buscado.  

            El contrapeso político es que Obama ha presentado otro proyecto que si avanza contra los ricos, aunque no contra la riqueza, como soñaria el smoke seller Piketty. Según ese texto, se agregarían algunas escalas con mayor alícuota en los niveles más altos del impuesto a las ganancias de capital, (inversiones y acciones) y lo que es peor, se eliminaría la excención sobre el capital reinvertido que existe hoy.

            En el primer punto parecen tener razón los demócratas, por la teoría de equidad, pero en el segundo parecen estar acertados los republicanos,  que sostienen que esa desgravación premia la utilización del capital en nuevas empresas e industrias.

            La discusión no es meramente técnica. Los intereses en juego son grandes, el lobby también.  Para colmo, la presión del tea party y del sector más extremo de los republicanos (en una oposición al borde del racismo contra Obama) si bien atenuada, tiene su peso en el Congreso.

 Ideológicmante, seguramente el partido del elefante jugará su carta para reducir a la nada el Medicare, un engendro demócrata que nadie entiende muy bien, pero que es el political toy del presidente.

La reforma propuesta por Obama parece sensata y hasta inteligente. Pero como decíamos, este tema no se resolverá ni por la lógica ni según los intereses del pueblo americano. Probablemente, termine en otra pobre síntesis como las que ya se han visto en materia presupuestaria.

Una pena que la democracia y el capitalismo parezcan estar anulándose entre sí en el país paladín de ambos sistemas.






Basado parcialmente en un artículo en Financial Times por Megan Murphy, Vanessa Houlder and Sam Fleming, datos de The Economist y Bloomberg.com e información y análisis propios.




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El valor de la palabra



Santiago Kovadloff terminó un reciente reportaje que se le hacía con esta frase: Insistir, insistir, insistir, para que las palabras no se conviertan en basura.


La frase excede el marco del asesinato del fiscal Nisman. Es un ataque no sólo al corazón del kirchnerismo, sino también a cualquier demagogia, a toda clase de deformación del pensamiento via la propaganda en cualquiera de sus formas.


En última instancia, es un ataque a la mentira, la manipulación, la perversidad y la dialéctica enfermiza, sea individual o colectiva.


La palabra es el símbolo mismo de la condición humana. Es lo que diferencia al ser humano de las demás especies. Es la base de la civilización, de la sociedad, de la inteligencia.


El peso de la palabra ha sido por siglos la base de las sociedades, de la justicia, del comercio, del progreso y del derecho de los pueblos.  Las religiones, las leyes, la educación, la cultura se basan en ella.  Y por supuesto, también las revoluciones, las protestas, las críticas, la libertad misma.  


La palabra del filósofo es formadora de esperanza, de comprensión, de respeto por la existencia propia y del otro.


La palabra del periodista es defensora de derechos, de disensos y de libertades.


La palabra de la justicia es la red de contención de toda sociedad.


En términos personales, la palabra es esencial.  Un “te amo” tiene, o debiera tener, la fuerza del más solemne de los contratos.


El populismo, la demagogia, la política entendida como la toma y conservación del poder por el poder mismo, necesitan destruir el peso y el significado de la palabra, porque ella puede contener la verdad y la libertad.


Para esas deformaciones, es imprescindible alterar todos los significados, para poder crear esa irrealidad que se puede denominar el relato, el modelo, o de cualquier otro modo, pero que jamás es la verdad.


El kirchnerismo, muy en especial Cristina Fernández, se burla de la palabra, la deforma, la manipula, la devalúa y la trastroca hasta el autoengaño. La convierte en hipnosis, en apenas un truco, un espejismo, una autoreferencia, un insulto,  un espejo en el que lo que se refleja no se parece en nada a la realidad.


Atacar y despreciar el valor de la palabra, es despreciar la condición humana. Por eso Kovadloff estalla en sollozos. Se siente agraviado y bastardeado como persona.


La palabra es la persona.  Insistamos inclaudicablemente en defender su valor, como el maestro Santiago. Lloremos sin dejar de luchar.





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El poder y la telaraña de la corrupción


Dardo Gasparre


Deslumbrados por convenientes teorías globales en boga, hace mucho que los políticos locales, y no sólo ellos sino también dirigentes de distintos ámbitos y niveles, han adoptado un complaciente paradigma: perseguir la obtención del poder por el poder mismo.

La teoría, como se sabrá, es muy simple: lo importante es conseguir el poder por cualquier medio reputado como legal, no con el afán de imponer algún ideal, alguna ideología o alguna concepción de organización social o económica sino simplemente para detentar – y ostentar – el poder.

Una vez en el poder, se supone, y generalmente ocurre así, que ello da primero más poder, luego riqueza, influencia, boato, privilegios, atractivo sexual y social, ojos celestes, ostentación, relaciones, obsecuencia, acceso a todas las ventajas y, finalmente, de nuevo poder.

Si el político vencedor está muy enfermo, también le da derecho a la venganza, a la destrucción de la sociedad, al insulto, al ninguneo y a la pulverización de todos los valores que lo molestan en algún recóndito lugar de su memoria infantiloide.

Esta teoría, que llamo maquiaveliana recordando la mediocridad espiritual del despreciable italiano, contiene por supuesto un corolario: una vez que se obtiene el poder, debe ser conservado a rajatabla.

Cuando resulten triunfantes, los gabinetes y esquema de colaboradores de esos políticos ya no serán constituidos en función de los planes o proyectos que se quieren implementar, que no existen, ni de acuerdo a ninguna pauta ni requisito de idoneidad, conocimiento o experiencia.  Salvo la lealtad, la obediencia, la obsecuencia y la capacidad de llevar adelante una orden o consigna a cualquier precio, hasta la incineración.

Las reuniones internas son escasas y en grupos muy pequeños, ya que se realizan para dar órdenes o recibir algún informe siempre secreto. No hay un plan ni un proyecto. Hay un modelo. Un modelo de negocios.

Jamás estos políticos tendrán un proyecto integral y orgánico que cubra seriamente una necesidad de la sociedad.  Si se compran vagones de trenes se hace seguramente porque se recibe alguna coima, o por algún  oportunismo político, o por algún favor. Lo mismo si se hacen casas o caminos. No importa que los caminos no vayan a ninguna parte, ni siquiera que se hagan. Importan el cartel, el retorno y la inauguración.

En tal esquema, el técnico, el experto serio, el especialista, el profesional, son obstáculos, ya que  tendrán reticencias para hacer lo que se les manda en cumplimiento de objetivos que no son técnicos y que no comprenden.

Otra característica notoria de esta concepción, es que no se explica, no se dialoga ni se negocia. La idea es: “Yo gané, ahora obedézcanme”. El poder por el poder mismo, impuesto como dogma de fe. La ciudadanía, equivocada por precariedad intelectual y también por miedo a no ser políticamente correcta, tiende a aceptar el razonamiento y hasta a defenderlo, creyendo que está defendiendo la democracia.

En las campañas electorales, suele notarse que ningún partido con posibilidades presenta algo parecido a una plataforma. La gente prefiere creer que “no dicen lo que van a hacer porque si no no los votarían”. Generoso pensamiento que supone que los postulantes tienen un plan preciso y mágico, pero doloroso, que tienen que ocultar a la sociedad como a un niño se lo engaña para que tome el jarabe con gusto a medicina para curarse.

Falso. No dicen lo que van a hacer porque no tienen intención de hacer algo concreto y explicable desde la teoría. Tratarán de conseguir el poder e “irán viendo”.  La gente se apasiona, se pelea, se agrede, se descalifica, y no advierte que está siendo víctima de una trampa montada por todos los actores, que le hacen creer que están en bandos opuestos, pero que luchan para conseguir el poder por el poder mismo.

Después se encargarán de disfrazar con palabras cada obra interminable, cada prebenda, cada rapiña, cada contrato, cada permiso mal dado. Y por eso se advierten tantas contradicciones, que sólo son tales para quien cree linealmente que los gobernantes han trazado un plan y no son coherentes con él.

En este Gobierno que agoniza por plazo y por desprecio a y de la sociedad, hemos asistido a miles de contradicciones. No se trata de errores. Son conveniencias circunstanciales que responden al único plan central: ordeñar y conservar el poder. Sólo son contradicciones para nosotros. No para ellos.

Nótese con cuánta facilidad se pasa del criterio del poder por el poder mismo al desprecio  por los valores republicanos, al desprecio por la eficiencia, al desprecio por la ley, al desprecio por la gente.

Y por supuesto, a un verdadero fraude a la democracia, que no supone en su esencia esta concepción egoísta, inhumana y cínica del poder que en definitiva es delegado temporaria y provisoriamente por el pueblo.

Y nótese lo coherente que es para ese modelo la idea de eternizarse en el poder, ya que el poder pasa a ser un bien propio que ha sido ganado con los votos, lo que incluye el derecho a defenderlo de todos los modos… para siempre.

El kirchnerismo es sólo el heredero natural  de esta concepción, a la que le dio brillo y amplió hasta la indignación.

En este esquema sin ideales, ni ideologías, sin proyecto, sin técnicos ni expertos, sólo con el poder obtenido por la gracia del voto, como antes los reyes lo obtenían por la gracia de Dios, se entronca naturalmente la corrupción.

La corrupción es añeja entre nosotros, pero a nuestros efectos, es importante comprender su funcionamiento.  Una telaraña de favores, órdenes, coimas grandes y chicas, amenazas, delaciones, lealtades, traiciones.

Una mafia que recuerda tanto a la obra de tejido del arácnido, como a su homónima virtual, la Web.  Un juez nombrado por alguien le hace un favor a un tercero a pedido de quien lo designó, y se hace acreedor a un favor.  Un empresario que le paga los estudios al hijo de algún funcionario para obtener contrapartidas futuras.

Favores e ingresos cruzados donde a veces el que se beneficia y el benefactor ni siquiera se conocen. “Dejámelo a mí, yo lo arreglo”, sería la frase clave. Plata negra, lavado, facturas truchas cuyo importe van directo al funcionario,  droga y plata de la droga,  pancheros y plata de los pancheros, colectiveros y plata de los colectiveros, manteros y plata de los manteros, villas y plata del cónsul, el narco repartiendo plata hacia arriba y los costados y protección mafiosa hacia abajo.

A esa telaraña se puede entrar por cualquier lado. Está interconectada como la Web, se paga con bitcoins manchados con sangre, o con desnutrición, o con contaminación, o con descerebrados por el paco.  En el centro de esa telaraña, tal vez hay una araña, pero no hace falta que esté. Ya la red es autónoma.

Necesitado de transformar su esquema de poder por el poder mismo en dinero, el sistema político desaforado necesita tener su propio sistema. Lo encuentra en la telaraña de corrupción. Él le permite transformar lo negro en blanco y viceversa, recibir y dar retornos, comprar apoyos para legitimar ese poder sin alma ni ideas, inclusive comprar votos, del pueblo y de legisladores.  De paso, le permite espiar a todos.

En esa tarea, el poder protege a la web de corrupción, y la telaraña le devuelve agilidad operativa y le monetiza el fruto de su poder al gobierno y a los políticos. El blanqueo delirante y aún viviente es una vergonzosa muestra de esa simbiosis fatídica.

Desde villas a cocina de drogas en los countries, desde monumentales “donaciones” de los importadores de efedrina a las tercerizaciones inexistentes que saquean los presupuestos, desde las fronteras indefensas al contrabando a las tierras arrasadas por la minería salvaje, desde el pacto con Irán a la muerte de un fiscal cuya custodia mira para otro lado cuando tiene que mirar para este lado.

Y agregue cada uno lo que quiera, que seguramente acierta. Esta unión entre el paradigma del poder por el poder mismo y la telaraña de corrupción, es un enemigo del bienestar de la sociedad, de la cohesión de la sociedad, y esencialmente, de la democracia, a la que ha violado impunemente y mantiene secuestrada para violarla cada día de nuevo.

El peronismo nuevamente, y todo el sistema político por detrás, están en el proceso, (que espero fervientemente que no sea sangriento), de elegir a los próximos usufructuarios que vendrán a apoderarse del poder y de la telaraña, a “empoderarse” para hacer lo que se le de la gana omnímodamente.  A decir: “Gané, ahora hagan lo que yo digo”

Con un sistema político cuyos protagonistas se han ocupado de amañar a su conveniencia, difícilmente la ciudadanía podrá votar bien. Tampoco discernir entre los discursos todos iguales, sin plan, sin compromiso, sin liderazgo, sin coraje y sin propuesta, y sospecho que sin gente capacitada para gobernar.

La política debe ser una propuesta unificadora, un proyecto que integre a la nación y a su gente, una idea, una concepción de país. Sobre eso hay que discutir, discrepar y negociar.  Mientras sigamos creyendo que la política es un mecanismo para obtener el poder y luego sacarle el jugo, habrá muchas Cristinas y muchas telarañas en nuestro futuro.

La democracia requiere de un ejercicio de humildad. De propuestas,  convicciones,  persuasión y compromiso. El poder prestado que se otorga a un político debe ser manejado con enorme cuidado, con eficacia, talento y mucha generosidad. Traspasar la nación deshecha, exangüe y ordeñada a un nuevo gobierno no es una viveza. Es una estafa a la sociedad.

Procurar el poder por el poder mismo no es democracia. No es república. No es generosidad. No es decente.

Tal vez algún candidato comprenda que puede ser rentable empezar a hablarle a la ciudadanía como si fuera mayor de edad.



Publicado por el Cronista el 17/2/94 Hace 21 años


Cavallo: no a los fundamentalistas


“Gente como Broda y como éstos a los que yo llamo fundamentalistas del
mercado que escriben en muchos medios, que aparecen en varias radios, no
ayudan para nada, no se engañe. Si usted analiza todo lo que ha venido
diciendo Broda y los fundamentalistas del mercado - digamos un Cachanosky,
Gasparré, Graziano - ellos permanentemente estuvieron desde la convertibilidad
en adelante manifestando su escepticismo, diciendo que esto iba a fracasar,
que teníamos más déficit que declarábamos. Incluso dijeron que estábamos
negociando mal la deuda externa, prácticamente todo lo que hacíamos estaba
mal“

Suponer que el gobierno argentino va a abrir la economía de la forma en que
nosotros la abrimos, bajando los aranceles y eliminando prácticamente toda
restricción a la importación y después se va a cruzar de brazos frente al
dumping o a las políticas de competencia desleal que hagan del exterior es
realmente no tener idea de lo que es gobernar

El que ha estado en la función pública y que sabe lo complejo que es
administrar un proceso de apertura económica no puede hablarle a la gente en
ese tono con que habló Broda esta mañana, como si él fuera el supremo
conocedor de la economía y algo así como un exégeta de toda la sabiduría
económica, ortodoxa acumulada hasta acá y que desde ahí juzga al presidente
Menem, al ministro Cavallo y nos condena diciendo que somos unos meros
copiadores de modelos o implementadores de ideas que vienen de otros

lugares"


N de la R. hoy: Los que hablan con Dios no suelen escuchar a nadie más.



Expropiación de la Confitería del Molino



El Congreso pasa de Escribanía
a Inmobiliaria.




            Unánimemente, (una abstención) como todas las grandes burradas argentinas, por ejemplo la Ley de Educación, Diputados  ha dado sanción a la Ley que expropia la confitería del Molino, de Avenidas Callao y Rivadavia, hace muchos años cerrada.

            No gastaré mucho tiempo en expresar mi opinión sobre este gasto superfluo, en un país con tantas necesidades sin atisbos de solución.

            Para los legisladores es posible que el lugar tenga un valor simbólico, ya que el café era el "Serpentario" donde tuvieron lugar tantas alianzas, cuando no tramoyas.

            Para algún anciano tendrá también un valor afectivo respetable, siempre que la expropiación se pague con su dinero y no con el nuestro, obvio.


            Pero la verdad es que se trata de un gran negocio inmobiliario de los dueños del edificio, que vienen bregando por encontrar un comprador hace muchos años.

            El primero candidato fue la Ciudad de Buenos Aires, luego de una campaña de prensa muy emotiva, un bombardeo que abarcó de 2006 a 2012 y del que CABA zafó, afortunadamente.

            La confitería tambaleó entre 1978, en que resucitó de una quiebra, hasta 1997, en que cerró definitivamente dejando un tendal, como suele ocurrir con todas las confiterías, atrapadas entre la AFIP, las cargas sociales y los juicios laborales.


            Una de las excusas del Presidente de la Cámara de Diputados fue que las quiebras se produjeron en períodos neoliberales de la economía,  que en la percepción del diputado Domínguez es un sistema que genera ese terrible efecto en las empresas.  


            Seguramente no pudo recurrir a la figura de Borges, Tuñón y Bioy concurriendo diariamente, porque a esta altura han sido usados para justificar el salvamento de tantos tugurios fallidos que no habrían tenido tiempo material de agregar un nuevo lugar a sus excursiones cafeteriles.

            La ley determina que el PE adquirirá el edificio y lo cederá gratuitamente al Congreso. Luego deberá ser restaurado y puesto en valor, y se otorgará una concesión para explotar la confitería, la panadería y la venta de comida.

            Para ponerlo con más contundencia, el Congreso acaba de aprobar un gasto gigantesco cuyo monto es desconocido.  Pero hay algo peor: no se puede comprar sólo la planta baja del edificio porque las escrituras y los reglamentos impiden que el edificio pueda ser dividido y vendido por piso.


            Esta cláusula, que no existía originalmente, obliga ahora al Estado a comprar todo el edificio, lo que los dueños de la propiedad vienen tratando de lograr desde 2006.


            El PE se encuentra ahora ante su especialidad: negociará mano a mano, (Con la bendición del Tribunal de Tasaciones) con los felices dueños de la propiedad y flamantes millonarios.

            Por supuesto que todo ha sido disimulado.  Los pisos superiores serán ocupados por dependencias especiales de las Cámaras, que mágicamente, no tenían lugar para hacerlo, como es evidente. Y el Congreso pasará a ser propietario de una confitería, con los futuros costos de juicios, laborales e impositivos que devendrán, ya que el emprendimiento comercial está condenado al fracaso a poco que se piense en el formato.

            Vamos ahora al punto central. La mayoría de los economistas y expertos  está de acuerdo en el enorme condicionamiento que pone el gasto del estado sobre toda la actividad económica y la presión inflacionaria o impositiva que genera su aumento.

            ¿Cuánto se gastará alegremente en este despropósito irresponsable?            


             Supongamos una cifra modesta entre compra, remodelación, equipamiento (sin contar los juicios que aparecerán por el pasado) de 50 millones de pesos. Es decir que en esta pequeña estupidez se gastará el sueldo de 300 empleados en un año. O puede ponerlo en dosis de vacunas, o reactivos, o lo que guste.

            A ello hay que agregarlo los costos mensuales de mantenimiento, impuestos, personal, servicios y demás que implica un edificio de estas características y los gastos contingentes de los negocios operados por terceros, que preveo finalizarán en desastre, con los juicios pertinentes, que por supuesto se perderán.

            ¿Cuántos casos como éste, y peores que éste, tenemos en nuestros presupuestos? Y esto, querido lector, es la constante del gasto del estado en la Argentina. 



            ¿Todavía cree que alguien lo bajará?
           



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