OPINIÓN | Edición del día Martes 24 de Mayo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

El ensañamiento tributario

Tal como predije en mi nota de la semana pasada, finalmente el ajuste consistirá en cobrarle más impuestos a la población. No es cuestión de sacar pecho por la predicción, ya que es cada vez más evidente que la fiesta del reparto la pagan los que producen, trabajan y crean.

Apretado, el gobierno ha traicionado su promesa electoral de no aumentar la carga impositiva en aras de no enojar a sus aliados del Frente Amplio. Es decir, prefiere ser leal a la poliarquía partidaria antes que a la ciudadanía.

Para explicar tamaña traición a la promesa electoral, se recurre a la trampa retórica de decir que lo que se prometió fue que no habría nuevos impuestos, no que no se aumentarían las alícuotas de los ya existentes. Otra vez se están exhibiendo las mejores credenciales del materialismo dialéctico, que, si bien obsoleto, es esencial para explicar lo inexplicable. El sector inteligente de la sociedad le llama a esto verso, humo, relato, o simplemente estafa política.

En el enfoque económico, pese a su apariencia de simple redistribución de ingresos que ama la izquierda, no hay una neutralidad. Este aumento de impuestos aumenta la ineficiencia global y necesariamente profundizará la recesión.

Como Argentina no tendrá tiempo en lo que resta del año y bien avanzado 2017 de incrementar su demanda, ni tampoco Brasil, los próximos 12 meses también serán de reducción de la actividad en Uruguay. La pregunta es: ¿qué se hará entonces? ¿Se volverán a aumentar los impuestos, las alícuotas o como se le quiera apodar al ensañamiento fiscal? ¿Qué nueva creatividad dialéctica-impositiva del Frente Amplio deparará el destino?

La fraseología vacía de la apertura comercial es otro relato de la dialéctica marxista disfrazada de socialismo progresista que se derrama sobre la sociedad oriental y que la confunde. No habrá apertura mientras gobierne el frenteamplismo y hasta es probable avizorar un enfrentamiento con Argentina que sí está dispuesta a avanzar en tal sentido.

Pero esa apertura imposible hacia el Pacífico un día, hacia Europa otro, nunca hacia Estados Unidos, obviamente, es un recurso apto para entretener y distraer a la población mientras sigue el gasto, la ineficiencia y el manoteo sobre la ganancia de los que producen y sobre la riqueza del país, no de la clase supuestamente privilegiada.

El carrusel de gasto-inflación-impuestos-estancamiento-retracción terminará alterando peligrosamente los términos relativos de la economía –que luego resultan muy dolorosos de restablecer– cuyo equilibrio es esencial para todo crecimiento y toda inversión. Y claramente, aleja de cualquier tratado de apertura comercial y de cualquier exportación con valor agregado en serio.

De modo que es posible predecir una telaraña dinámica hacia adentro, una involución en ese círculo vicioso, que tienda a achicar cada vez más la economía, a reducir el rol de la actividad privada y a incrementar la participación del Estado, incapaz de crear la más mínima riqueza. Todo eso, bajo el lema del socialismo moderno, del que los uruguayos parecen estar orgullosos.

Lamento desilusionarlos, como suelo hacer a menudo con mis compatriotas: este modelo no es socialismo moderno, sino simplemente socialismo vetusto. Moderno es el socialismo de Suecia, que fue capaz, luego de la quiebra salvadora, de replantear todo su modelo económico y de gestión.

Socialismo moderno es el de Nueva Zelanda, tras las reformas de dos socialistas laboristas, su exministro de Hacienda Roger Douglas y la proverbial primera ministra Helen Klark, que tuvieron el coraje y el patriotismo de plantarse contra el gasto, el déficit, el despilfarro y el estatismo y sentaron las bases firmes para un fantástico cambio en un país al que Uruguay debería observar por sus similitudes estructurales.

Pero esa clase de socialismo moderno no resulta de interés para la izquierda uruguaya. La obligaría a competir y, sobre todo, a trabajar. No se trata de lo que le sirve al pueblo. Se trata de lo que le sirve a los políticos y a las gremiales.

Tras la nueva escalada impositiva, que es solo un comienzo, no es difícil prever el manotazo a las reservas y el recurso del aumento de la deuda, que, siguiendo con la dialéctica, serán destinados a la “renovación de la infraestructura”, infraestructura que fue prolijamente ordeñada hasta la decadencia para privilegiar el gasto en sueldos inútiles con la forma de conquistas irrenunciables.

Eso traerá la baja en la calificación internacional, porque el relato sociocomunista es así, usa y consume todo el capital de un país hasta que lo extingue, y luego culpa al capitalismo de los males que ha provocado con su irresponsabilidad. Y no se trata ya de un ataque contra los ricos de Uruguay, se trata de un despojo al rico Uruguay y a la destrucción de sus recursos y riquezas, cuando no de valores.

Esa destrucción fue el delito mayor cometido por Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, no el vulgar apoderamiento de algunos miles de millones de dólares.

La sociedad oriental cree que tiene un sólido sistema político, y que sus problemas son económicos motivados por factores exógenos. ¿Y si fuera al revés? ¿Si sus problemas económicos fueran endógenos y lo necesario fuera cambiar el pensamiento y los esquemas políticos, para luego recrear un país socio-económicamente distinto?

O puesto de otra manera, como dirían los psicólogos, mirar profundamente para adentro y dejar de poner la culpa en el afuera. La culpa está adentro. Afuera están las oportunidades. Lo único que hace falta para aprovecharlas es abandonar la comodidad de la dialéctica, tanto de quienes la usan como de quienes la consienten.

La crisis está a la vuelta de la esquina. El éxito también. Es cuestión de elegir.

OPINIÓN | Edición del día Martes 17 de Mayo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Rendición de Cuentas, ¿de quién?

Dura tarea del presidente Vázquez y su ministro de Economía. Por más de un año, el Frente Amplio se empecinó en negar la existencia de una recesión y mucho menos de una crisis. Algo obvio porque aceptarlo habría implicado resignar las ventajas prebendarias y los sagrados derechos adquiridos.

En esa misma línea, desoyeron todas las advertencias desde el Ejecutivo sobre la necesidad de moderar los reclamos y aun el ritmo de generosidad fiscal. Ahora los mismos que ejercieron esa soberbia miran a Danilo Astori y le reprochan no haber evaluado en su total dimensión los efectos de las recesiones brasileñas y argentinas.

Es un planteo ignorante e hipócrita, por partes iguales. La economía venía mostrando signos de caída de actividad interna y externa desde bastante antes de que el socialismo barato de Dilma le estallara en la cara y de que Macri abriera la carta explosiva que le dejara Cristina de regalo de Navidad.

Lo que le está ocurriendo y lo que le ocurrirá a Uruguay es lo mismo que le pasó a todo el populismo regional, cada uno en su estilo y a su modo: se repartió alegremente el ingreso adicional transitorio fruto de un fenómeno único en un siglo. En ese momento, se desoyeron las advertencias, se despreciaron los conceptos de la economía ortodoxa, se vituperó a quienes sostenían la necesidad de seriedad fiscal, entre ellos al actual ministro.

Ahora se acusa a quienes advirtieron sobre la barbaridad que se estaba cometiendo de no haber anticipado la importancia del choque inexorable que sobrevendría en la próxima curva.

Es el truco de la conveniente ignorancia. Los prudentes principios de la ortodoxia económica aconsejaban otra cosa. Por ejemplo, en vez de repartir aumentos de sueldos y puestos estatales, crear un fondo anticrisis. En vez de dilapidar en ANCAP o Pluna, renovar la infraestructura, el próximo problema que se “descubrirá”, como si no hubiera sido algo evidente.

No es muy distinto a cuando el médico nos dice que no fumemos, no nos inundemos de whisky, no nos reventemos con drogas. La respuesta conveniente es siempre el clásico “yo estoy fenómeno”. El día que la tomografía dice lo contrario, seguramente reprocharemos al profesional el no haber previsto la magnitud del problema.

El punto ahora es más grave, porque la enfermedad propia afecta a toda la sociedad. Nadie acepta que, pasado el auge llovido del cielo y la repartija consecuente, se debe resignar el ingreso adicional, el bonus que nos dio la suerte. Ahora se esgrimen los derechos adquiridos. ¿Adquiridos cómo? ¿Con más esfuerzo, con más talento, con más innovación, con más productividad?

Con nada de eso. Solo se tomó el maná caído del cielo y se lo repartió del modo económico más arbitrario posible, creyendo que el caudal electoral era el mejor modo de distribución de la riqueza.

El fruto de un instante de bonanza temporal se ha transformado mágicamente en un derecho permanente. Entonces se pretende, ahora que la bonanza ha desaparecido, seguir cobrando lo que ya no hay, obviamente que esgrimiendo los sacrosantos derechos constitucionales.

Difícil de digerir para el frenteamplismo, que sacó patente de experto en economía y de mago de la equidad y el redistribucionismo gracias a factores exógenos que ahora se le dan vuelta.

En esa lucha épica, la idea salvadora que se esgrime, es cobrar más impuestos a cada vez menos contribuyentes. Que es la mejor manera de sumir en una recesión más rápida y terminal a la economía.

Por supuesto que este principio básico también es descartado, como antes se descartara la prudencia fiscal, en nombre de la justicia social y las reivindicaciones. Al igual que la apertura comercial, que solo fue admitida dentro del corsé mentiroso y proteccionista del Mercosur, que ahora implosiona ruidosamente en el fracaso, cuando ya se ha perdido buena parte de la posibilidad de inserción global. ¿También acusarán al presidente por esa estupidez conceptual que tanto daño le ha hecho y hará a los uruguayos?

Subyacentemente, se está poniendo en evidencia, como en toda la región, la ineficacia del Estado como productor de riqueza y hasta como prestador de servicios esenciales, que han pasado a ser meros centros de recaudación para repartir y de ineficiencias para sufrir.

El presidente y su ministro de Economía han tomado el camino inteligente: oponerse a cualquier facilismo, reducir el gasto, no aumentar la carga impositiva, buscar una apertura comercial que de todos modos es ahora muy difícil. Hay que destacar esa actitud valiente poco común entre los políticos modernos, y poco común entre los economistas en el mundo, que buscan justificar con ecuaciones, fórmulas y teorías la irresponsabilidad de la emisión, el endeudamiento y el populismo.

Estas medidas no serán fáciles ni exentas de dolor, pero son la consecuencia ineludible del atracón irresponsable de los políticos, las gremiales y buena parte de la sociedad, que en su momento resolvieron desoír al médico y vivir la vida. Y también la contrapartida de ganar votos y elecciones con políticas cortoplacistas y oportunistas.

Por eso no debería tratarse de la Rendición de Cuentas del presidente. Quien debe rendir cuentas es el Frente Amplio.

OPINIÓN | Edición del día Martes 26 de Abril de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

¡Es la población, estúpido!

Pocos profetas socioeconómicos más escarnecidos que Thomas Malthus, el clérigo, economista, sociólogo y demógrafo inglés, que al filo del siglo XIX expuso su teoría sobre el crecimiento de la población mundial.

Sostuvo en ese importante trabajo que el temor a la miseria era un fuerte regulador del crecimiento demográfico y que si no se tomaba conciencia de los riesgos, el número de habitantes crecería hasta que los recursos no fueran suficientes para mantenerlos y se llegase a una pobreza (y miseria) generalizada.

La población crecía geométricamente, y los recursos lo hacían aritméticamente, con lo que, de no detenerse el crecimiento demográfico, el resultado sería inexorable, fue su argumento central.

La teoría económica clásica –y con el tiempo la realidad– demostraron su error. La producción de alimentos creció exponencialmente con la incorporación constante de tecnología y conocimiento, la revolución industrial destruyó empleos pero creó muchos más, y el consenso generalizado pasó a ser que la población retroalimentaba de algún modo la economía, con lo que –por alguna fórmula que nunca nadie explicitó– la ortodoxia del bienestar se proyectaría infinitamente.

Pasada ya una década y media del siglo XXI, los que nos reíamos de Malthus tal vez deberíamos repasar algunas de nuestras críticas. Si bien los alimentos no escasean ni parece que fueran a hacerlo, todos los otros aspectos que hacen a la subsistencia están mostrando signos evidentes de colapso.

Esto se viene evidenciando desde mediados de la década de 1970, donde muchos estudiosos ubican el fin del crecimiento del bienestar americano que nace con el auge de las leyes de patente del siglo XIX y los colosales inventos y desarrollos, como el teléfono, el telégrafo, el automóvil, el ferrocarril, la electricidad, nunca luego igualados en su potencia creadora de empleo y bienestar hasta nuestros días.

Más allá de lo bien o mal con que haya manejado cada país su sistema jubilatorio, por caso, es evidente que no hay mecanismo que resista el crecimiento y la longevidad de la población, ni aún los sistemas privados de retiro. Esto se agrava por la nula rentabilidad de las inversiones o los altos riesgos que se deben asumir para obtener algún retorno. La prolongación de la edad de retiro, recurso fácil, reduce la oferta de empleos para la juventud, ya de por sí estructuralmente renuente a la actividad laboral.

No es diferente el análisis si se habla de los sistemas de salud, aún en los casos de esquemas privados de prestaciones. Basta que cada uno de nosotros compare el tiempo que tarda en conseguir un turno médico con lo que tardaba hace uno, dos o cinco años para comprender el punto.

En un resumen que puede englobar todo el problema, tal como predijo Malthus, la tasa de pobreza e indigencia es elevadísima globalmente. Y es peor cuando se la proyecta en países como India o China, o continentes enteros como África. Aún las tasas reales de desempleo y actividad de Europa son preocupantes ¿Será la mezquindad de los ricos, como aman creer los socialistas nostálgicos, o simplemente se está cumpliendo la profecía maltusiana?

A riesgo de que la posteridad cercana se ría de la profecía, esta columna pronostica que, por similares razones, el empleo será el bien más escaso del siglo XXI.

Es por ello que los gobiernos deben enfocar todo su esfuerzo y el de sus sociedades a la conservación y creación de empleos, más que a paliar los efectos de la falta de esos empleos, como se suele hacer. Justamente, tratar de evitar el desempleo con prohibición de despidos o duplicando indemnizaciones, como amenazó con hacer el peronismo argentino, es la mejor manera de no crear empleo.

Un ejemplo interesante es lo que acaba de ocurrir con el gremio de empleadas domésticas en Uruguay, que obtuvo un aumento mayor a la inflación pasada, cualquiera fuera la excusa técnica para ello, en un momento en que su sector es el que más empleos ha perdido en el último año, lo que indudablemente se acentuará luego de esta graciosa concesión.

Ya que he llegado al Río de la Plata, es interesante analizar algunos datos. Argentina tiene solamente el 16% de su población total trabajando en empleos privados, 6.7 millones. ¿No luce algo desproporcionado que ese modesto número mantenga a los 17 millones que dependen del estado? El presidente Macri tiene razón cuando ha determinado que el objetivo de su gestión será la generación masiva de empleos privados. No tiene otro camino.

El punto es que para ello deberá convencer a sus ciudadanos-votantes de que les conviene sacrificar algunos supuestos logros que no guardan relación con la calidad y cantidad de la producción que están entregando, si quieren ser ciudadanos-empleados. Y de paso explicarles que si no logran ser ciudadanos-empleados no serán ciudadanos-subsidiados.

Estos objetivos sólo se logran con inversión externa importante y con mucha apertura económica. Las dos van de la mano y las dos implican competir, algo a lo que los rioplatenses no estamos demasiado acostumbrados. Incluyo en conspicuo lugar a nuestros grandes empresarios (Grande en el sentido de tamaño).

Uruguay no tiene tanta desproporción en las cifras, ni el dilema poblacional, pero tiene el problema de que, pasados los años de bonanza, su empleo tiende y tenderá a caer, lo que no se soluciona con luchas en las calles ni en las asambleas, ni con huelgas ni emplazamientos. La Administración parece tener claro el problema. El resto del sistema económico no. Prefiere creer que el tema se solucionará por sí solo.

En términos de empleo, el problema de Argentina es mucho más grave, pero parece haber elegido el camino correcto para resolverlo. El problema de Uruguay es menos exagerado y menos urgente, pero no parece existir ni comprensión, ni voluntad, ni ideas para resolverlo.

Los que pierdan esta lucha, que es global, van a sufrir mucho y mucho tiempo. Morir aferrado a las conquistas es una opción, pero no parece muy inteligente. Competir es mejor. Aunque sea siempre duro.

OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Marzo de 2016


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


El plan maestro de Macri


Conmueve, casi, que tantos connacionales – y uruguayos– estén expectantes por el discurso ante el Congreso que cuando usted lea esto ya habrá pronunciado el presidente Macri.

Somos especialistas en ejercitar nuestra esperanza y en inventar supuestos hitos o puntos de inflexión. “Macri en su discurso va a decir todo lo que encontraron”, “después que le aprueben el arreglo con los holdouts Mauricio va a empezar el ajuste”, “ en cuanto entre la inversión externa y se cree trabajo empezamos a echar empleados públicos”, frases comunes en la literatura cotidiana de café, o de Twitter.

Frases de ese tipo venimos diciendo desde hace muchos años, para terminar en grandes desilusiones. El país soñaba que hoy el presidente, cual nuevo Churchill, tras enumerar los desastres heredados y los robos kirchneristas, lanzaría su plan maestro de rescate y ofrecería a todos “sangre, sudor, trabajo duro y lágrimas”.

Comprendamos la personalidad, la situación y la concepción económica del presidente. Políticamente está condenado a dormir con el enemigo hasta 2017. Si bien tiene la billetera, como amamos decir en nuestro doble estándar ético, no parece querer arriesgarse a denunciar penalmente a quienes tiene que convencer de votar sus leyes, aún cuando posea mecanismos para doblarles la mano, o aceitársela.

Un discurso denunciando el robo a mansalva en cada uno de los presupuestos, como efectivamente ha ocurrido, implicaría la obligación de denuncias penales masivas. Es posible que por vías indirectas, la actuación de oficio de los fiscales, o con denuncias de terceros, se logre algún castigo a los ladrones. Pero no será por acción directa del Poder Ejecutivo. Entonces se seguirá agitando el descalabro y exceso en el gasto, los ñoquis y el despilfarro, pero no mucho más.



Una parte de la sociedad ama creer que Macri quiere efectivamente hacer un ajuste, cosa que él mismo ha negado en varias oportunidades, tal vez por conveniencia política, pero también porque está en su ADN. Su formación, su convicción, su fortuna, su modo de vida, su historia, están atadas al proteccionismo, que ahora se apoda desarrollismo. Variantes del mussolinismo de los años 40 que aplicó Perón y que siguen con plena vigencia.

Ese proteccionismo tiene como socios inseparables e irrenunciables al gremialismo, al Estado y al gasto público del cual se nutre de todas las formas. Creer que eso cambiará es un sueño exagerado e imposible.

Por el lado de las empresas del estado, otra pata del proteccionismo y gran fuente de ingresos para el populismo contratista empresario, también socios de las gremiales, la idea de Macri es hacerlas eficientes y bajar al máximo su pérdida, hasta niveles tolerables.

Lo aburro explicando que eso han soñado miles de gobernantes y terminaron devorados por el monstruo de la burocracia. Uruguay lo sabe –si quiere saberlo– mirando lo que pasó y seguirá pasando con ANCAP y lo que pasará con Alas Uruguay en un futuro cercano.

Podría pensarse en el anuncio de un plan contra la inflación, en tren de soñar. Un plan antiinflacionario sin bajar el gasto, con medidas que lo aumentan o que bajan la recaudación, por justificadas que fueren, es apenas un título.

Hasta ahora se ha recurrido a medidas de política monetaria que sólo son útiles como un puente hasta que el déficit baje, no como solución de fondo. Para peor, al cumplir los escandalosos contratos de dólar futuro en nombre de la seguridad jurídica, el Banco Central se obligó a emitir 72.000 millones de pesos en pocos meses. Agregando las tasas que se pagan para esterilizar pasadas y actuales emisiones, la tendencia es al estallido más que a la normalidad.

Transcurrido apenas el 5% de su mandato, la proverbial esperanza nacional prefiere seguir corriendo el arco: “si hace lo que tiene que hacer estalla todo, démosle tiempo”, es la frase mas escuchada. Ya se olvidó la famosa luna de miel de los primeros 100 días. Se patea el momento ideal para más adelante.

Pero la cruda pregunta sigue siendo la misma: ¿quiere Macri hacer lo que tantos creen que va a hacer “en el momento oportuno” ? Creo que no. O ni.

La esperanza del gobierno, y de todos, está en el crecimiento salvador que cree empleo privado, absorba vagos y licue el déficit vía más recaudación. Eso ha dicho el presidente cuantas veces pudo. ¿Crecimiento de qué?

De la obra pública por un lado. Macri ha reflotado un viejo plan de aliados de su padre Franco: endeudar al estado para hacer una gigantesca red de carreteras e infraestructura nacional que mejore la competitividad y la interconexión.

Si bien parece volver a minimizar al ferrocarril, tal idea parece positiva. Lástima que el mecanismo de endeudar al estado para pagar a los contratistas privados, (también en el ADN presidencial) es la historia misma del gasto público y la corrupción, problema central del país. Mucho no cambiamos.

El otro polo de crecimiento es el agro. En efecto, simplemente anulando las medidas insensatas de Cristina el sector crecerá. ¿Lo suficiente? Los precios de los commodities bajan y bajan y el tipo de cambio no parece alcanzar para compensar el aumento de costos generado por el regalo de la emisión irresponsable del gobierno anterior.

Queda el sueño de la inversión. Por inversión muchos entienden la compra de bonos, justamente todo lo opuesto. Entiendo por inversión la radicación de empresas que a su riesgo avanzar en emprendimientos de todo tipo, sin asociación ni participación del estado, salvo el control de sus compromisos o del cumplimiento de la ley.

Esas están lejanas. Los argentinos han decidido oponerse a la privatización de empresas de servicios, como ferrocarriles, subterráneos o generación eléctrica. Salvo que esas gestiones la lleven a cabo empresas sospechadas y prebendarias, como ocurre en el petróleo. En tales condiciones, la inversión externa es una frase. Siempre habrá alguna automotriz que invierta unos dólares en el Mercosur, o algún amigo que haga un nuevo galpón de etiquetado en Tierra del Fuego, pero para inversiones en serio falta mucho camino. Y proyectos.

Los altos costos laborales, con una justicia sesgada contra el empleador, los impuestos que no bajarán, los costos de combustibles y tarifas y muchas restricciones cambiarias que subsisten, ponen la opción de inversión en un plano lejano, al final de un proceso de cambio profundo, que ni siquiera se ha digerido. Esto lo entenderá Uruguay, condenado a la inversión cero por muchos años en nombre de la soberanía y la seudoprotección del empleo, un real disparate.

Queda entonces como opción el endeudamiento externo. El arreglo con los holdouts, una simple obligación que Argentina debió cumplir hace mucho, parece ahora un logro épico. Lo es. El gobierno ha apostado y resignado mucho para lograr la aprobación del Congreso.

Gobierno y gobernadores esperan ansiosamente el arreglo que permitirá un nuevo endeudamiento. Esa deuda servirá para pagar a los felices contratistas del estado las obras de infraestructura como el plan Belgrano, de US$ 20.000 millones, pero también para pagar gastos corrientes y ganar tiempo, supuestamente para bajar la importancia relativa del gasto en el PIB, vía aumento del PIB, no baja del gasto.

Y ese es el secreto. En términos económicos, el plan maestro de Macri es endeudarse en US$ 45.000 millones este año. Aferrado a las encuestas que obedece religiosamente y que jamás osará desafiar, no será Churchill, tal vez sea Keynes, o Roosevelt.

Hoy, nada tiene para ofrecer, solo deuda. El resto es discurso.

OPINIÓN | Edición del día Martes 06 de Septiembre de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Sinomacrismo

El presidente Macri asiste a la Cumbre del G20, de la que Buenos Aires será sede en 2018, un acontecimiento no menor. Luego participará de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

En ambos foros eleva su reclamo por la libertad de comercio en general y por la injusta, arbitraria y por qué no imperialista decisión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) de excluir unilateralmente, desde los orígenes de la globalización, a la producción agrícola de base e industrializada. Esa exclusión es casi una burla a los países con ventajas comparativas en ese rubro y una seria contradicción a los principios económicos de la libre competencia y de la propia OMC.

También está profundizando la calidad e importancia de las relaciones con China, a la que se acerca económicamente y apoya en su aspiración de ser aceptada globalmente como economía de mercado, pero ha renegociado los tratados firmados con el kirchnerismo que daban al país comunista una peligrosa libertad y secreto en el manejo de algunas instalaciones y emprendimientos en la Patagonia.

La negativa de inspiración norteamericana a reconocer a la segunda potencia mundial como economía de mercado también representa una enorme contradicción. Las objeciones van desde quienes la atacan desde los principios de la ortodoxia capitalista, hasta quienes la rechazan desde el proteccionismo gremial.

Se trata de una constante a lo largo de los siglos: países que tratan de vender, y países cuyos productores y fabricantes quieren ser defendidos de la competencia por el Estado y sus recargos o trabas aduaneras. Eso es lo que se suponía desaparecería con la globalización.

Japón usó la misma metodología que China hoy: aprovechar su mano de obra barata y la inexistencia de cargas sociales para competir por precio y penetrar mercados, con productos de bajo precio y calidad y tecnología copiada. Luego, a medida que las exportaciones y la demanda aumentaba, fue mejorando hasta la excelencia su calidad e innovación, y también hasta la exageración sus condiciones laborales.

La calidad, el volumen de demanda y una enorme capacidad de innovación permitieron que sus costos bajaran y que simultáneamente el bienestar aumentara, al igual que los salarios y otras condiciones laborales. Lo mismo fueron haciendo en sucesivas etapas países como Corea del Sur, Taiwán, India o Vietnam. Usaron su miseria como insumo, lo que les permitió exportar, crecer, y terminar ofreciendo una calidad de empleo impensable a sus ciudadanos.

Si a todos esos pueblos se les hubiera negado la calificación de economía de mercado, hubieran sido vedados del comercio internacional y sus trabajadores –a quienes supuestamente el mundo quiere defender de lo que llama trabajo esclavo– se estarían muriendo de hambre. Corea es hoy uno de los países más reconocidos por su educación, progreso social y condiciones de bienestar.

Las mismas consideraciones que se aplican a los aspectos laborales, se pueden aplicar a otras prácticas de China, que se ha ido acercando al sistema mundial de modo notorio, al punto de que nadie imagina una política comercial que no incluya a ese país de modo predominante.

Como antes Japón, el avance chino molesta al proteccionismo empresario y gremial en todo el mundo. El TPP, un tratado que aún no está en vigencia, es en su meollo un sistema de defensa contra la sinocompetencia, o sea proteccionismo americano al mejor estilo Trump, algo menos zafio.

Macri comprende que tanto el reclamo de igualdad para las agroexportaciones a Europa, un cambio fenomenal para la economía argentina, como la aceptación de China como economía de mercado y la apertura al comercio mundial, son parte indivisible de un mismo paquete, ya que no podrá defender dos criterios opuestos simultáneamente.

De paso, romper el proteccionismo argentino –para lo cual tendría que enfrentarse con los amigos de toda la vida de su poderoso padre– representaría para el consumidor un ahorro 15 veces mayor que todo el empleo directo e indirecto que ofrecen las industrias protegidas, y para el contribuyente dejar de subsidiar actividades estrambóticas y corruptas como las de Tierra del Fuego.

Es cierto que en esa línea se opone al criterio y los intereses de un sector económico y de opinión muy amplio. Las mayorías han demostrado que la voluntad popular no es equivalente a sabiduría popular, ni a ninguna otra clase de sabiduría. Pero si se pretende el bienestar de base amplia, no existen muchos caminos: la famosa inversión salvadora no suele radicarse en ámbitos cerrados y temerosos.

En esa concepción, el Mercosur ha pasado a ser solo una frase de compromiso en los discursos del ingeniero. Guarida de corruptos y populistas (una redundancia), es un cadáver en el baúl de cualquier gobernante con pretensiones de estadista. Se quebró definitivamente con la división de posiciones frente a la destitución de Dilma Rousseff.

Lamentablemente, Uruguay prefirió considerar en la coyuntura que el presidente de una república tiene derechos superiores a los del Congreso o la Justicia. Y hasta minimizar el peso de la corrupción del Petrol?o sobre la indignación de la opinión pública. Se entiende en quienes consideran que el “faltante” de ANCAP es solo fruto de un sistema de administración poliárquico.

Si Uruguay se concentrara en los intereses de sus ciudadanos más que en una ideología marchita, su línea estratégica debería ser similar a la de Argentina. No lo será, más allá de la declamación inconsecuente de quererse abrir a los mercados asiáticos. Las puertas se abren en los dos sentidos.

Para evitar problemas y discrepancias, el presidente Vázquez hablará en las Naciones Unidas sobre el tabaquismo
  • OPINIÓN | Edición del día Martes 30 de Agosto de 2016

    -
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Enfriar el juego también es negociar


Es auspicioso que el presidente Vázquez haya anunciado su road show destinado a conseguir las inversiones necesarias para la mejora de la infraestructura. La decisión tiene una doble implicancia: que no se recurrirá a la toma de deuda para la ejecución de esas obras, y que las mismas tenderán a ser operadas por el sector privado.

Uruguay goza de un gran respeto internacional como cumplidor de sus obligaciones. Ese respeto se gana tanto con el esfuerzo en pagar lo adeudado, como sucedió en la crisis de 2001, como con la prudencia al disponer la emisión de nuevo endeudamiento. De modo que la idea de buscar inversiones privadas debe ser celebrada doblemente.

Hay una ventaja adicional en la inversión privada: que existirá un criterio de sustentación y racionalidad económica en las decisiones. Con motivo de la nueva radicación de UPM se han escuchado muchos conceptos inquietantes, que van en línea con los errores que se cometieron cada vez que el Estado intentó incursionar en tareas que no le son propias. Tanto la exploración y prospección petrolera como la aeronavegación y aun el propio ANCAP, su-santo-nombre, han sido fracasos ruidosos y rotundos. Y caros.

El primer error es la reiterada mención oficial a los 8.000 puestos de trabajo que generará la nueva pastera. Si bien es cierto que en el período de construcción se utilizará mucha mano de obra –buena parte de baja calificación– se trata de un período corto, de entre dos o tres años. En el corto plazo se podrán mostrar algunos indicadores auspiciosos, que desaparecerán bruscamente, para retener algunos cientos de trabajadores.

Si fuera nada más que un recurso dialéctico político sería tolerable. Lo grave sería que se tomase esa cifra como base para analizar cualquier inversión. La cifra de US$ 1.000 millones que se baraja para la infraestructura requerida supuestamente por la pastera, equivale al costo durante 200 años de todo el personal permanente, más los empleos periféricos. Cualquier empresa privada o un ente supranacional de crédito, notaría la contradicción y la puntualizaría, una bienvenida cuota de prudencia.

Otro punto que produce ruido es la exigencia de un servicio ferroviario para transportar la producción hasta el puerto. ¿Existe tal requisito? Además del costo del tendido y de las unidades, el riesgo es que, como tantos otros ferrocarriles en el mundo, deba tener una tarifa subsidiada, con lo que se estaría invirtiendo una elevada suma para comprarse la necesidad de erogar un subsidio permanentemente. Parte de la tarea de evaluación será comparar el costo de un tren y su operación, casi seguro a pérdida, contra subsidiar el flete por camiones, si tan poco rentable fuera la pastera que necesitase estas muletas.

Las obras que se realicen para infraestructura requeridas por la nueva inversión serán útiles para la comunidad en general, obviamente, pero no es seguro que sean las adecuadas, tanto en su localización como en su elección y formato económico.

Como ya se ha dicho en esta columna, queda claro que UPM está abusando de su posición de poder en este caso, por la necesidad que tiene Uruguay de su nueva radicación. Eso hace muy difícil la negociación y ciertamente muy fácil las críticas, pero no excluye la habilidad para negociar, hasta el extremo de un no final, si fuera necesario.

No está tampoco claro cómo se llega al cálculo del aumento del PIB de alrededor de 1,5% que se ha publicitado. Difícilmente se llegue a esa cifra con el régimen de zona franca que deja poco derrame sobre las compras importantes, los impuestos y el valor agregado en general. Salvo que, de nuevo, se esté pensando en el período de construcción, lo que no sería un método válido de evaluación. Un aumento del PIB siempre produce bienestar, pero ello se reduce notoriamente en este caso, agregado a la poca utilización de mano de obra permanente al constreñirse a la primera etapa del proceso de elaboración.

Nada más que las obvias preguntas que se recibirán de cualquier potencial inversor en las obras de infraestructura en general y en las relacionadas con la pastera en particular, ayudarán al presidente a encarar y evaluar esta etapa de la negociación, donde está ahora demasiado comprometido por sus propias declaraciones, que dan como hecho consumado algo que debería no darse por sentado.

El fracaso de la prospección petrolera, que estaba casi descontado por los especialistas y por los economistas, es un peligroso consejero en esta instancia, porque puede llevar a tratar de concretar una inversión importante a cualquier precio. Por eso ha llegado el momento de una profunda reflexión y acaso de un profundo silencio, para evitar ser esclavo de las palabras, un clásico en estos casos.

Un ejemplo: las técnicas modernas de negociación dicen que el negociador nunca debe ser la máxima autoridad, para permitir todas las correcciones y cambios de rumbo que hagan falta, en todos los sentidos. También dicen que negociar es conseguir que las dos partes obtengan lo que esperan. Y a veces hay que convencer a la contraparte de que tiene que esperar algo distinto a lo que quería inicialmente. Por ello la necesidad de exhibir algún triunfo conspira contra la paciencia y la estrategia.

En ese estado de cosas, y en términos futboleros que todos entendemos, me permitiré la atribución desubicada de darle un consejo técnico a la máxima jerarquía: pare la pelota, presidente Tabaré.


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


2017: inversión negativa, apenas crecimiento técnico, más impuestos

Finalmente los especialistas y comentaristas parecen haber aceptado que Uruguay no firmará un tratado comercial con nadie, ni siquiera con la FIFA. Esta columna ha venido explicando hasta el aburrimiento propio y ajeno por qué esa idea agitada sistemáticamente por el gobierno y sus cogobiernos se autoanula en el socialismo marxista a la violeta.

Como es conocido, el relato, el materialismo dialéctico o la venta de humo, como se prefiera, es esencial al estatismo distribucionista y planificador central, sobre todo cuando debe explicar o explicarse sus fracasos y al mismo tiempo tratar de seguir sacándole recursos a la sociedad productiva (Friedrich Hayek).

Es, por caso, patético escuchar a los líderes sindicales, que han determinado no obedecer las decisiones de su sacrosanta OIT, que ha limitado con criterio práctico las huelgas que terminaban chocándose con la apertura comercial que propugna la OMC. Y más triste es su argumento de que hay que hacer un acuerdo para evitar la vergüenza de estar en una lista negra. Como si no se tratase de un flagrante incumplimiento del PIT-CNT de las decisiones de su venerada organización. Incumplen y luego llaman a un acuerdo para evitar la vergüenza de la sanción. Relato casi ofensivo a la inteligencia. Faltaría agregarle la declamación de la soberanía.

Al mismo tiempo, la gremial marxista reclama tangencialmente que se considere parte del derecho de huelga la ocupación de fábricas. Se trata de otra sorprendente realidad virtual que pretende además tornar invisible o inexistente la Constitución y el Derecho de Propiedad. Cómo de ese ataque a la producción de riqueza puede generarse algo para repartir y lograr bienestar debe ser, seguramente, tema de otro relato.

En este telón de fondo se inscribe la triste imagen de Diego Lugano y Diego Godín, dos exitosos que intentan incurrir en el delito de invertir su bien ganado capital en su país, y que deben comparecer ante el Senado que los investiga –macarthismo izquierdoso– por el terrible hecho de importar cemento a precio más barato que la producción estatal protegida local. Como si fuera tan difícil mejorar el precio de la ineficiencia. Ni República, ni libertad, ni comercio.

Como si no hubiera bastante venta de humo, en la misma semana se pudo conocer que el ScotiaBank “aceptó quedar fuera del acuerdo por la quiebra de Pluna y seguir cobrando directamente del Estado uruguayo la deuda por los aviones”.

Traducido al español corriente, lo que ocurre es que, gracias a un estúpido aval firmado por el gobierno del Frente Amplio a favor de unos improvisados, (mis compatriotas) cuyos firmantes aún están siendo juzgados, el ScotiaBank no tendrá que entrar en la quiebra y perder una fortuna por haber prestado a unos irresponsables, sino que recibirá su acreencia completa gracias a la inmensa generosidad de la sociedad oriental.

También quiere decir que el Estado no podrá resarcirse ni siquiera de una mínima parte de ese gasto, porque los activos serán absorbidos en su totalidad por los sindicatos. País generoso. Me recuerda a otro, aquí cerca. Pero lo que permanecerá en la memoria popular, es que el ScotiaBank aceptó quedar fuera de la quiebra. Macabro.

Desde el materialismo dialéctico marxista en adelante, pasando por el nazismo, el supuesto socialismo moderno, el peronismo, el chavismo, el kirchnerismo, el populismo y otros “ismos”, la característica distintiva es que terminan creyéndose las farsas que elaboran para las masas. Así, creen, por ejemplo, que efectivamente la educación es adecuada, y que lo que Uruguay necesita no es lo que miden las pruebas PISA, sino vaya a saber qué esoterismo superador.

Creer en la futura inversión cuando se está en debate permanente para descubrir nuevos impuestos con cualquier formato, o cuando se aumentan las tarifas de servicios que ya son elevadas, es otra forma de relato que con el autoconvencimiento se transforma en peligroso. Y cuando pese a ese nivel tarifario se está cerca de la escasez de abastecimiento por falta de obras y se mendiga por más recursos fiscales, el mensaje al inversor es contundente.

En tal contexto, cualquier crecimiento de Argentina, en vez de ser una posibilidad favorable, como evalúa el gobierno, puede jugar en contra. Si el agro de la orilla occidental crece como se espera, igual que la ganadería, habrá una fuga de inversión y tecnología de Uruguay y un retorno al país vecino, sobre todo luego del impresionante blanqueo. Los manotazos impositivos y las amenazas de nuevos ataques al capital y al patrimonio, no son los mejores atractivos para ofrecer.

La reforma constitucional promarxista, ahora apoyada por algún diputado colorado en estado de irreflexión, ahuyenta inversión, riesgo, tecnología y futuro todo en uno, aún cuando se trate solamente de otro relato dialéctico.

La economía uruguaya, con un PIB cuyo crecimiento parece basarse solo en futuras desgravaciones –lo que muestra que la presión tributaria es inviable– debería hacer todo lo opuesto a lo que hace: por ejemplo, salir a atraer a la pyme argentina, una enorme generadora de empleo y de exportaciones, maltratada en mi país. Seguramente no se seguirá ese camino, ante la urgencia de seguir repartiendo felicidad monetaria entre la población, una estafa técnica, intelectual y moral. Por supuesto que se aplica además aquí una pregunta que parece obvia por su simpleza: si las desgravaciones son tan buenas para radicar pasteras, ¿no serán buenas para todo y para todos?

Los dos países del Plata son el prototipo de las sociedades divididas que empiezan a caracterizar al siglo XXI: una masa importante de la población que decide omitir el proceso de sacrificio, trabajo y riesgo como medio para obtener su bienestar y decide saltar todas las etapas y quitarle a la otra parte de la ciudadanía sus ahorros y sus bienes para lograrlo, amparada en la excusa de la inequidad, de la pobreza, de los derechos humanos o de cualquier otro argumento dialéctico. Para ello, apela a su mayoría circunstancial para crear un andamiaje permanente de exacción y expolio, que termina paralizando toda iniciativa y empobreciendo a todo el pueblo.

Entre el gremialismo que prefiere no entender que no hay inversión sin flexibilizar sueldos y cargas sociales y el Estado frenteamplista que no puede existir sin inventar nuevos impuestos a diario, el crecimiento es el mayor relato. Seguramente la tarea política principal en 2017 será buscar a quién culpar.

Que tengan un buen año. La seguimos en febrero. Si gustan