Por Dardo Gasparré - Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

¿Relaciones carnales rioplatenses?

Siempre grata la presencia en Argentina de Tabaré Vázquez. También la sencillez y claridad de sus declaraciones, con motivo de la asunción de Mauricio Macri. Se abre seguramente una oportunidad para los dos países. El aprovechamiento de esa oportunidad dependerá de lo que cada país considere una oportunidad, como desarrollaremos.

Hay tres aspectos básicos que preocupan a Uruguay de su relación con Argentina.

El primero es la oposición sistemática a la pastera y a cualquier ampliación o nuevos emprendimientos en el rubro. El nuevo gobierno argentino no es proclive a rencores o revanchas, ni tiene afán de desquite por las decisiones de radicación que en su momento enconaron al interesado gobernador de Entre Ríos. Al contrario, Macri tiene un enorme afecto por Uruguay y seguramente está predispuesto a reencauzar estas discusiones hasta llevarlas a un exitoso final.

Lo que no ocurrirá es una solución automática: el gobierno oriental no confiaba en Cristina, el actual gobierno argentino tampoco. Parece inevitable que los dos países deban volver a acordar un mecanismo de medición y monitoreo. A la luz de lo que está ocurriendo mundialmente en términos de protección del medio ambiente, parecería que toda la cuenca debería estar sujeta a esos controles y monitoreos para beneficio de todos.

Macri se manejará con tres parámetros: los cánones de la diplomacia clásica, la frialdad tecnológica y la calidez de su afecto por Uruguay. Vázquez deberá decidir su impronta, que como se está percibiendo, no siempre es su impronta, sino la de la poliarquía inasible a la que parece subordinado.

Si los dos hombres pudieran hablar mano a mano, como siempre ocurrió, este problema tendría fácil solución. Fernández de Kirchner rompió esa tradición casi gauchesca de relación. Macri la reabrirá. Habrá que ver si puede hablar con Tabaré presidente y no con Vázquez apoderado del politburó. No es menor la diferencia.

El segundo tema es la reiniciación de las importaciones argentinas, cuya caída se hace notar en la economía oriental. Aquí vale la pena reiterar que, pese a lo que creen los uruguayos, esa merma no fue una acción deliberada para dañarlos. El cepo, la inflación, las prohibiciones de comerciar, las nefastas DJAI, fueron una barbaridad urbi et orbi, no direccionadas expresamente, que dañaron esencialmente a Argentina más que a ningún otro país.

El gobierno de Cambiemos ha empezado a desactivar las minas de Cristina. Ayer eliminó las retenciones a todos los productos, salvo la soja que tuvo una rebaja de 5 puntos. También ha empezado a tejer una alianza productiva con los gobernadores propios y ajenos, que aumentará la demanda de insumos y bienes uruguayos.

Ha avanzado ya en acuerdos con el sistema internacional para resolver la cuestión de los holdouts y conseguir créditos puente de bancos internacionales, incluido el tesoro americano. Al envío de la presente nota, estaba en una batalla dialéctica - política - jurídica - penal por los contratos de venta de futuro del Banco Central kirchnerista, una especie de billete premiado a costo cero que regaló a los más avispados la administración desalojada (sic).

Este tema debe resolverse antes de la salida del cepo, para no generar una emisión inflacionaria grosera que aumentaría la gravedad de la disyuntiva monetaria a la que obliga a enfrentarse el nudo gordiano que deja como herencia máxima Cristina Fernández. Se supone que el tema se resolverá en poco tiempo, en algún punto intermedio que no dañe el equilibrio monetario y fogonee la inflación.

Tan pronto ello ocurra, se estructurará la salida del cepo y la normalización de importaciones. De modo que en pocos meses se retomará el ritmo importador de productos uruguayos, del resto del Mercosur y de todo el mundo.

El tercer punto es estratégico y probablemente el más nebuloso. Es el que tiene que ver con la apertura comercial al resto del mundo. Macri intentará lograr que el Mercosur deje de ser una ratonera proteccionista y salga a negociar tratados de libre comercio o acuerdos específicos con países o áreas.

No será fácil porque el mundo ha suspendido su generosidad comercial ante los efectos de la apertura sobre el empleo, que parece no ser tan infinito como se creía, al igual que la torta económica.

Para eso, piensa convencer a Brasil de la importancia de asociarse a semejante cambio, que por supuesto implica alguna clase de reciprocidad con los demás mercados. Uruguay sería un socio ideal en esta tarea. Brasil, a un paso de desembarazarse de su cleptopresidente populista, puede comprender el riesgo que significa el TPP, que tenderá a beneficiar a su socios con compras que antes eran cautivas del Mercosur.

Pero así como hasta el 10 de diciembre Argentina no era un socio confiable, cabe ahora la pregunta de si Uruguay es ahora un socio confiable para tal empeño. Con Tabaré en manos del Frente Amplio, ¿pueden Paraguay, Argentina o Brasil ir a negociar al mundo con una auditoría de la poliarquía oriental que tenga la última palabra, que de paso será siempre un no?

Un presidente con semejante debilidad, no puede salir a negociar nada. Al contrario, haría un gran daño a su país. ¿Por qué se comprarían los otros países democráticos del Mercosur semejante debilidad? ¿No se ha metido Uruguay en un sendero sin salida de soledad?

¿Por qué los otros miembros sensatos de nuestro mercado común saldrían al mundo a negociar al lado de un socio que rechaza la esencia misma del comercio, sabotea negociaciones y mira todas las oportunidades desde una óptica ideológica para colmo obsoleta?

Acaso resulte más fácil salir del cepo económico que enfrenta Mauricio Macri, que salir del cepo político que sufre Tabaré Vázquez.



¿Y?


Han pasado más de 24 horas y el gobierno de Mauricio Macri no ha tomado ninguna medida de importancia.

Salvo los decretos y actos protocolares, el nuevo Ejecutivo parece británico más que argentino, sin analizar si eso es bueno o malo. Una colección de gestos es todo lo que se puede encontrar y sobre lo que elaboramos conclusiones, acaso desesperados para empezar a funcionar nuevamente como un país más o menos serio. Los funcionarios por ahora están ocupados en ver qué es lo que han dejado en pie.

Hay algunos puntos litúrgicos y simbólicos en los actos y reuniones del jueves y viernes que marcan un estilo.

Macri no llega tarde nunca. Pecó de poco diplomático por la inversa. También deja que hablen sus ministros aun delante de él. Eso es bueno. Acaso sus ministros deban aprender pronto a prescindir del “Mauricio piensa...” o “como Mauricio dijo...”, ya pasará.

Se aprobó el examen de la jura, los símbolos, la plaza, la ausencia de legisladores del FPV, la amenaza de patoterismo por parte de La Cámpora. Pese al atentado contra el buen gusto y el protocolo que fue el baile con bastón y banda en el balcón sagrado de Perón, con canto de Michetti, todos los actos rituales resultaron impecables.

La discusión de sainete inventada por Cristina, ocultaba la trampa de mostrar a un Mauricio miedoso y con poca firmeza para ejercer su poder. La mentira burda de los gritos del ingeniero es la digestión psicológica de Kirchner ante otro líder que le marcó la cancha.

Tampoco perdió el flamante presidente en la pelea por la convocatoria. Su multitud fue por lo menos igual a la de la expresidenta, (repito por placer: expresidenta), pero sin micros, choripanes ni estandartes volumétricos en primer plano. Y en un día laborable, felizmente: buen síntoma.

Otra conclusión es la necesidad auténtica de Macri de trabajar en equipo. Su plantel de trabajo es como un grupo de profesionales acostumbrados a trabajar juntos, con sus bromas, sus afectos, seguramente sus broncas. Un equipo pleno de diversidades en varios sentidos. Nadie puede dejar de sentirse representado en él.

Tal vez quien mejor definió este aspecto fue el expresidente De la Rúa, que abandonó su sopor habitual para dejar una gran frase: “No es un simple cambio de partido o de gobierno. Es un cambio generacional”. Toda una esperanza de futuro. Justamente la crítica camporista que sufre Cambiemos es que su gabinete está lleno de gente de empresa. Quienes odiamos la burocracia y la ideología como modo de crear trabajo, curiosamente creemos que ese punto es el más elogiable.

El kirchnerismo ensayó otra pobre crítica: “Salir al balcón de Perón es toda una provocación”. Además del obvio e inmediato retruécano de la exhibición del título de propiedad, cabe recordar que desde ese balcón el líder peronista produjo dos de sus frases más inspiradas.

Una, en 1954: “Vamos a repartir alambre de fardo para colgar a nuestros enemigos. Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El general siempre fue un filósofo. La otra enoja mucho a la gente de La Cámpora: “ Esos imberbes que ahora gritan”, proferida en 1973 cuando echó a la guerrilla de la Plaza de Mayo.

Las reuniones individuales del presidente con los otros candidatos en las recientes elecciones han resultado muy constructivas. Seguramente surgirá algún paquete modesto de políticas de Estado, pero es un buen comienzo para los acuerdos legislativos que se requieren. Sergio Massa explicó una idea: aportar sus equipos para trabajar en los DNU fundamentales. De ese modo, podrán contar con sus observaciones ahora y su posterior aprobación en el Congreso.

Un avance increíble luego del gobierno autoritario, despótico y hormonal (por carencia o exceso) del que fue víctima el país. Hoy tiene Macri su almuerzo con los 24 gobernadores. No solo es importante por la necesidad de su apoyo para obtener la aprobación de leyes claves en el Senado. También es vital rearmar, o acaso crear desde cero, un nuevo sistema rentístico nacional. Un país federal empieza por no depender de la caja del gobierno central.

El único candidato que se negó a una reunión fue el mendocino Del Caño, comunista, con un caudal electoral mínimo. Aquí Mauricio tiene suerte. Los extremos como Cristina y del Caño se le borran solos, lo que permite ejercer mejor el “arte del acuerdo” que preconiza.

La izquierda, como sabemos, tiene la verdad absoluta, por lo que no necesita negociar con nadie.

El único hecho fuerte fue la comunicación del Banco Central que rechaza el precio por los contratos (seguros) sobre futuros del dólar pagado por los inversores arriesgados sobre el final de la gestión kirchnerista. Tiene algo de razón. El precio implícito, legal y oficial en todos los mercados del mundo, incluyendo la Bolsa de Valores de Buenos Aires, era 30% mayor al valor asegurado en esos contratos, una especie de compra de billete premiado.

Se trata de un valor de 70 millones de pesos: compárelo con el PIB de Uruguay. Los argentinos hacemos las cosas en grande. Ya están los interesados oponiendo la seguridad jurídica que no supieron defender en 12 años de gobierno K. Este columnista ya ha perdido en esta discusión a casi todos sus amigos.

También el gobierno ha decidido no apelar la inconstitucionalidad del tratado con Irán. Eso pone a Cristina Kirchner en una incómoda situación judicial, la más inmediata que deberá afrontar.

Un último dato de color es la unanimidad sobre Juliana Awada, la nueva primera dama. Parece que los argentinos hemos llegado rápidamente a un consenso en este punto.

Con su mezquina decisión de no participar de la jura y transmisión, Fernández, apelando a una precaria memorización de Cenicienta, dijo “a las 12 me vuelvo calabaza”; se equivocó. Se volvió invisible. 


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OPINIÓN | Edición del día Martes 08 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


El triste Mate Party de Cristina

      La pantomima tuitera de anteayer no fue la última que soportará Argentina por parte de su descontrolada presidenta saliente. La soledad del domingo por la tarde, como saben los sacerdotes, suele ser fatal. Fatal para los argentinos, también.
      Pero no debe caerse en el error de creer que estamos solo ante una mala dosificación de los medicamentos. El plan de Cristina Fernández es aglutinar al peronismo, o aunque fuere una parte de él, para transformarlo en una suerte de Tea Party norteamericano, la nociva construcción de la que fue símbolo Sarah Palin, tras la derrota del partido republicano en 2008.
      Palin tenía algunos atributos parecidos a los de Cristina, no exactamente en la parte de los concursos de belleza, sino en su capacidad de embestir resuelta y ciegamente, a veces con éxito notable. También la de los bloopers en las apariciones públicas, donde exhibía su ignorancia en tantos temas, lo que para muchos expertos le costó la presidencia a John McCain, el belicista-armamentista a quien acompañó en la fórmula. 
      Ambos degradaron y ningunearon a Barack Obama hasta el agravio en la campaña, y luego fueron fundadores de ese nuevo modelo de KuKluxKlan que se dedicó a torpedear no solo al gobierno demócrata, sino a cualquier intento del Partido Republicano de encontrar caminos de coincidencia con sus rivales en el poder. 
      Puede decirse sin temor que el Tea Party logró durante siete años que Estados Unidos padeciera una parálisis legislativa que le costó liderazgo mundial y grandes costos internos generados por el no gobierno que esa facción forzó. 
      El Tea Party fue en estos años un feroz opositor a Obama, un feroz opositor al amplio sector moderado de su partido y un opositor a la democracia estadounidense. Hasta hizo renunciar al respetado jefe de la bancada republicana del Senado por no ser suficientemente extremo en sus posturas. 
      Ese pensamiento es el que guía a quien el jueves será la expresidenta argentina, y pasará a la historia del olvido por una pálida e incomprensible gestión. En esa idea pretende usar a la Cámpora y Quebracho como fuerzas de choque violento en las calles, a los sindicatos como obstructores de cualquier reducción de gastos o política antiinflacionaria, a sus legisladores como barricada contra la regularización financiera y económica de la nación, a los funcionarios que deja imbricados en la administración y eventualmente a la masa peronista que sueña con lanzar a la calle en un nuevo 17 de octubre a clamar por su retorno. 
      En su febril elucubración, cuenta con el apoyo de sectores violentos corruptos, como los que responden a las madres de Plaza de Mayo, línea Bonafini, o la Tupac Amaru, una cuadrilla de soldaditos mafiosos de Milagro Sala, una especie de sátrapa paralela que reina en la marginalidad de la provincia de Jujuy, donde el kirchnerismo recibió un cachetazo electoral tan sonoro como el de la provincia de Buenos Aires. 
      Pero como tantas otras veces, esto pasa dentro de la cabeza de Cristina, no fuera de ella. Pasa en su imaginación frondosa y frontalizada, no en la realidad. 
      El peronismo está esperando con las mismas ansias que Macri que llegue y pase el 10 de diciembre. Necesita urgentemente recomponerse políticamente y rearmar sus mecanismos internos de poder. Y necesita encontrar un líder que definitivamente no quiere que sea Fernández de Kirchner, gran culpable del triunfo de Cambiemos por esa misma lectura imaginaria de la realidad que describimos. 
      Por eso los gobernadores justicialistas ya están conversando con Macri, y la provincia de Buenos Aires ya tiene un acuerdo de gobernabilidad entre Massa y Cambiemos, al que se agregarán todos los intendentes peronistas en cuanto Fernández desaparezca de la escena y se pierda en el cielo porteño a bordo de un vuelo de línea que la lleve a Río Gallegos. 
      El sueño de un Mate Party criollo de Cristina no es el sueño de su partido, no por patriotismo ni por altruismo, sino por elemental conveniencia política. Las leyes que hacen falta para sacar a Argentina de este marasmo estúpido de ocho años se lograrán en Diputados y Senadores vía negociaciones democráticas, que nos podrán gustar más o menos, pero que son parte de la realidad política. 
      Habrá duras asperezas con los sindicatos, porque los precios relativos del país deben ser recompuestos si se quiere conseguir crecimiento, inversión y aun crédito a largo plazo. También será durísima e imperfecta la discusión sobre el sistema tributario y la coparticipación, ambos una parodia, que Argentina debe recomponer si quiere en serio desarrollar el interior, que es la mitad de su población y la mitad de su riqueza. 
      Y da escalofríos pensar la lucha casi física que implicará bajar el gasto público y la inflación, donde además del peronismo y del sindicalismo se suma el sector industrial más poderoso y prebendario que pretende asustar al nuevo presidente con los terribles males que la libertad y la seriedad fiscal pueden acarrear a la sociedad. 
      Habrá muchas trabas, muchas huelgas, muchas oposiciones, muchos obstáculos y muchas chicanas sucias y baratas. Pero no un Mate Party. También tiene eso claro Mauricio Macri –cuya actitud zen parece exceder, felizmente, la pose y el marketing– que tendrá que conducir a la sociedad por un camino lleno de minas, bombas cazabobos y otras metáforas bélicas. 
      Tampoco habrá debate ideológico. Los argentinos nos hemos ido convirtiendo en estos últimos 70 años, en gran proporción, en prebendarios, vividores del Estado y trepadores. No ideologizados, felizmente. Por eso el mayor enemigo del gobierno de Macri no será Cristina Fernández de Kirchner; seremos los argentinos. Ella solo es una demora en comenzar la tarea. 
      Al votar a Cambiemos, hemos decidido también nosotros cambiar. El gran desafío y la gran tarea del presidente que asume el jueves no será lidiar con el Mate Party de Cristina: será la de cambiarnos. Menuda tarea. Suerte. 


Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América.

OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La nueva época argentina

Lo que ocurre en Argentina a pocos días de la elección de Mauricio Macri como presidente es la mejor demostración de lo que puede la confianza en la economía y en la sociedad en un todo. La fides latina, tanto en su significado más simple como en el sentido de fiducia, fideicomiso.

Nada es igual. En parte, porque cualquier alternativa es mejor que Cristina Fernández de Kirchner y sus inimputables. En parte, porque Macri trae un mensaje de esperanza, de gestión, de diálogo, de defensa del interés colectivo, de honestidad, de lucha contra la corrupción y la inseguridad y sobre todo, de no caer en el juego arcaico y melancólico de las ideologías, el verdadero opio de los pueblos modernos.

Sin haber asumido, y sin haber tomado obviamente ninguna medida, Macri ha cambiado por presencia el posicionamiento internacional del país, lo ha vuelto a poner en el mapa y ha reflotado el optimismo de los argentinos con vocación de trabajar y producir.

La democracia, cosa que habíamos olvidado con Fernández de Kirchner, es un fideicomiso que la sociedad hace a favor de un gobierno al que confía su futuro. Espera que tanto sus patrimonios como sus esperanzas y necesidades sean cuidados religiosamente y les sean devueltos intactos al fin del mandato, si es posible en mejor situación.

Macri está recreando ese contrato. Finalmente, fides significa confianza, pero también lealtad.

Sus ministros son respetados, formados y con mucha experiencia de gestión, imprescindibles en un país que debe reorganizarse íntegramente, refundar su sistema rentístico y su federalismo, viejo sueño que nunca se cumplió por el totalitarismo de los gobiernos tanto democráticos como militares.

Tienen por delante una misión casi imposible. Por lo menos si se mide el tiempo con relación a los cuatro años que dura este mandato. El gasto público que hereda es un laberinto digno de Dédalo, equivalente a 10 veces el producto bruto de Uruguay. No es posible pensar en una economía sólida en el mediano plazo sin bajar esa monstruosa carga. Pensar en licuarla vía el crecimiento es no recordar la historia, ni entender cómo funciona la corrupción privada-estatal.

Pero al mismo tiempo, Macri tiene un cepo. O un doble cepo. Uno, el que le forzó a colocarse la campaña del miedo de Scioli, que lo obligó a prometer que nada cambiaría, ni siquiera barbaridades como Aerolíneas o Fútbol para todos, para citar obviedades. Otro, su convencimiento y el de todo su equipo y sus consejeros y amigos del establishment de que las normas que deben aplicarse no son las recetas de prolijidad fiscal del Fondo Monetario. En eso, acaso sólo en eso, se parece a Cristina.

El nivel de gasto existente, más el que le arroja incansablemente en sus últimos minutos la expresidenta, más el que se producirá o aparecerá hasta el 10 de diciembre, que excede todo límite de decencia, se multiplicará cuando se vean las cuentas hasta ahora ocultas y se descubran todas las mentiras. A eso habrá que sumarle los juicios de los contratos ocultos y los que iniciarán las empresas amigas de Kirchner, si no sus propias empresas secretas. La mafia alegará sus derechos adquiridos y la seguridad jurídica.

Argentina apostará una vez más al crecimiento. Como otras veces en su historia. Tiene con qué hacerlo, felizmente. Su agro está intacto. Su nivel de desaprovechamiento ha sido tal que es posible imaginar hasta una duplicación de la exportación con probabilidades de acertar. Tiene un crédito externo que ya empezó a golpear a sus puertas, casi sin llamarlo. Habrá que ver si se usa para crecer y sobre todo para innovar, o se diluye en pagar lo que se siga gastando.

El nuevo gobierno se hace cargo no sólo de gastos, déficit económico y deudas financieras. También recibe otras deudas. La de destapar la corrupción que nunca se le perdonará al kirchnerismo y sancionar a los que saquearon la Nación. La de consolidar las reglas democráticas y sobre todo las reglas republicanas para que no vuelva nunca la sociedad a estar en manos de aventureros que usen la democracia para acceder y luego la bastardeen para perpetuarse.

La deuda de llevar al país a ser algo aunque sea parecido a lo que alguna vez fue, en educación, en solidaridad, en cultura, en pujanza. La deuda de recuperar el orgullo y la dignidad del trabajo y el progreso, un hábito que los abuelos de tantas religiones, nacionalidades y raza nos dejaron. Y una deuda superior: la de volver a identificarnos como compatriotas, sin brechas ni odios, más allá de las convicciones o intereses de cada uno.

Ya la ciudadanía sabe que el último brote de putrefacción fue la amenaza de un baño de sangre si se publicitaban los verdaderos números de la derrota del Frente para la Victoria. Como lo hizo Macri, la gente ha preferido dejar pasar este coletazo ponzoñoso final. Quiere mirar para adelante.

En otras épocas, de un oprobio de tal magnitud como el sufrido, se habría salido con un golpe de estado y un borrón y cuenta nueva para poner la casa en orden.

Esta vez se ha cambiado con votos, democráticamente y en paz. Argentina se ha puesto de pie, débil, golpeada, dividida y dolorida, pero ha recuperado la esencia misma de toda mejora, de toda construcción colectiva, de todo éxito: la confianza.

Macri tiene ahora la fiducia por cuatro años. El camino es largo y no es fácil. La sociedad tiene también una colosal tarea por delante. La de la reconstrucción individual y colectiva.

Vamos

OPINIÓN | Edición del día Martes 24 de Noviembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Macri apuesta al Mercosur; ¿a qué apostará Vázquez? 

En su primera conferencia de prensa como presidente electo, Mauricio Macri confirmó dos datos fundamentales para la subregión, que descontábamos: pedirá la aplicación a Venezuela de la cláusula democrática del Mercosur y hará su primera visita como mandatario a Brasil, al que calificó de futuro socio principal.

Esos datos son trascendentes para Argentina, para Brasil y para Uruguay. Está claro que el Mercosur no puede continuar siendo la nada misma, ni un aguantadero político para gobiernos totalitarios en búsqueda de protección regional para eternizarse.

La reunión con Dilma Rousseff no será protocolar. No solo porque el Mercosur es la única alternativa posible de posicionamiento en el comercio internacional a la luz del retroceso de la libertad de comercio, que ahora se ha replegado al formato de tratados regionales, en definitiva uniones aduaneras, peligrosas para nuestros países.

La particular concepción de ama de casa de Cristina Fernández de Kirchner permitió esos abusos, pagados por Brasil con apoyos políticos inaceptables, como la entrada de Venezuela. Dilma también usó esta unión como una complicidad a su expolio. Ambas mujeres no entendieron el Mercosur como una herramienta de crecimiento sino como una extensión de su relato y de su impunidad.

También ha sido usado por los empresarios de Brasil para potenciar su proteccionismo a expensas de sus socios, para cerrarse en sus cómodos monopolios regionales, para ordeñar por ejemplo las enormes ventajas de la industria automotriz, que cuesta a los consumidores 10 veces más por año que los sueldos de los empleos que crea.

Uruguay miró de lejos el partido. Paraguay vivió bastante tiempo en una situación gratuitamente culposa.

Macri procurará cambiar las prioridades, porque debe buscar una locomotora de crecimiento y alejar el riesgo que crea el TPP, que amenaza con desplazarnos del mercado de carnes, oleaginosas y cereales. También discutirá sobre las reciprocidades entre los dos países, que han perdido equilibrio por el accionar brasileño y por la falta de acción argentina. Habrá muchas asperezas y presiones para sacar al mercado común de su apatía prebendaria.

Uruguay y Paraguay no pueden darse el lujo de mirar el partido desde el palco. Deben tomar un papel activo en esta refundación. El acercamiento a Colombia es otro movimiento posible interesante, ya que ese país quedó afuera del TPP, con vulnerabilidades importantes. La idea será consolidar un bloque sólido y con volúmenes de comercio relevantes que aumenten su peso de negociación. El riesgo de no hacerlo sería alto y grave.

Y aquí caemos de nuevo en el lastre que significa el Frente Amplio en la presente situación. Si continúa con su infantil concepción proteccionista creyendo que así mantendrá el empleo que ya se está perdiendo, Uruguay se quedará solo en la lucha, ya que sus socios regionales no tienen otra opción. Esa lucha solitaria será quijotesca, porque sin otorgar contrapartidas y sin un volumen tentador de negocios, no hay nada sobre qué conversar.

Para tener una oportunidad de éxito en insertarse mundialmente, los socios del Mercosur deberán negociar primero entre ellos y luego con el mundo, con una vocación tan amplia como la que tuvieron los firmantes del TPP.

El presidente Vázquez (Tabaré, para Macri) puede tener una gran ayuda en este muevo impulso que representa el presidente electo argentino, suponiendo que quiera convencer a su frente-censor de la necesidad de apertura.

También él puede ser una gran ayuda para el ingeniero, que necesita crear una corriente regional de cambio que ponga en movimiento las capacidades, no las discapacidades, y que se eleve por encima de las difíciles situaciones políticas que deberá sortear.

Mauricio Macri tiene como tema de fondo de su gestión la creación de dos millones de empleos. El Frente Amplio debería sumarse a ese proyecto. El desempleo oriental es por ahora controlable y ocultable. Pero es. Si se llegase a volver crónico sería muy difícil de remontar. Y no está lejos de ello.

Como alguna vez dijera Perón – cuyos dichos eran más inteligentes que sus actos–, “la oportunidad suele pasar muy queda. Guay de aquellos que no tengan el coraje o el talento para aprovecharla”. l
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Lo mejor para Argentina es lo mejor para Uruguay

Disipado el humo del debate supuestamente histórico, pero en la práctica solo retórico, como quedó claro, hay varios indicadores que llevan a pensar que el domingo Mauricio Macri será consagrado presidente de Argentina.

Esa es posiblemente, la mejor opción que tiene mi país en este momento, tanto si se analiza la situación interna como el actual orden económico mundial. Es evidente que el kirchnerismo, en cualquiera de sus formatos, pieles, máscaras y disfraces, ha agotado su tiempo. También ha agotado a los argentinos.

Macri es, al menos, una esperanza. No es eso lo que inspira Scioli.

En el orden internacional, un aspecto clave para estos países nuestros, Cambiemos está mejor preparado tanto para reinsertarse en el mundo como para ofrecer una plataforma de seriedad y respeto por las normas que son de rigor para pertenecer.

Esa reinserción no es optativa. No solo para la obtención de crédito, al que todavía puede accederse en términos razonables. El punto central es el comercio internacional.

Y aquí es donde los intereses rioplatenses convergen.

Por vocación y por los límites que le creará la conformación del Congreso, Macri no podrá bajar el gasto, suponiendo que quisiera hacerlo, fuera de algunos retoques que corrijan evidentes barbaridades.

Debe permitir que el peso se devalúe para resucitar la única generación de divisas de que dispone, que es el agro, pero debe evitar que ello incida sobre la inflación, lo que comenzaría una carrera que no desea. Entonces tendrá que neutralizar el monumental exceso de pesos que hereda, vía la tasa de interés y cortando de inmediato la emisión.

Esas medidas frenarán la inflación pero enfriarán la actividad. Para contrarrestar esos efectos tiene un solo camino: aumentar la exportación y el comercio internacional y generar un inmediato auge de crecimiento que aumente el empleo y neutralice la inflación con incremento de producción.

Seguramente una liberación del mercado cambiario y la vuelta a prácticas sanas de libertad financiera, seguridad jurídica, cumplimiento y seriedad de información crearán un fuerte regreso de inversiones. Eso resolverá las crisis de energía, transporte y caminos. Y aumentará la producción.

Esa combinación de un presidente sin resentimientos y una apuesta al crecimiento representa una oportunidad para Uruguay. Argentina pasará a ser automáticamente un socio interesante y confiable. Al mismo tiempo, recuperará su valor como importante comprador natural de bienes orientales.

Pero el punto más importante es la necesidad de aumentar el comercio internacional de ambos países. En un escenario global que se ha tornado menos generoso con la apertura de mercados, el subsistema rioplatense tiene que conformar una alianza de fondo.

Para empujar a Brasil a un rediseño del Mercosur, hasta ahora un cómodo acuario donde pescaban los vecinos del norte, o para diseñar una estrategia que les permita contrarrestar este nuevo mundo de los TLC, que pueden transformarse –y lo harán– en uniones aduaneras que no solo no nos compren productos no tradicionales, sino que dejen de comprarnos los tradicionales.

Esa tarea requiere mucha cohesión entre los miembros del Mercosur y, como ya he sostenido, la exclusión de Venezuela mientras insista en ser un país de pacotilla. No será fácil de todos modos. Harán falta acercamientos diplomáticos estratégicos con Estados Unidos y Europa y un enfoque conjunto de la aproximación a China y Rusia, no al voleo.

La idea de incorporarse al TPP, como se ha leído en estos días, se opone al concepto geopolítico de ese tratado. A menos que se extienda el Pacífico hasta Punta del Este, algo complejo.

No se puede entrar al TPP, pero se puede negociar con él. O con Estados Unidos, si se prefiere. Aunque el acercamiento excede los aspectos comerciales.

Uruguay no tiene muchas opciones. No puede ser un quijote solitario tratando de negociar con un mundo que no tiene ganas de negociar con él, de paso sin ofrecer reciprocidad. Eso es cierto para los demás socios del Mercosur, aunque en menor medida.

El domingo, Argentina puede comenzar a transitar un camino nuevo en su inserción mundial. Lo ideal es que lo haga en bloque con Uruguay, una alianza natural. Hay un problema, sin embargo. La ignorancia del Frente Amplio de las reglas del comercio internacional, y aún de la diplomacia, puede paralizar a todos sus socios.

Cuando Argentina comience su impostergable recuperación, ello se hará más evidente, y tal vez ayude a un cambio en la sistemática negación de la realidad a que nos ha acostumbrado y se ha acostumbrado el populismo regional.

El gobierno del Frente está aún en su etapa de negación y rechaza cualquier síntoma de recesión y desempleo, que le están gritando que ha llegado al límite. Sus ideas se parecen al pensamiento autocomplaciente y vetusto de Daniel Scioli.

Sin embargo, tal vez se vea obligado en algún momento cercano a abrir los ojos ante la evidencia. El cambio de paradigma argentino lo puede motivar. Es hora de inspirarse en lo bueno, no en lo malo que tenemos.

Es de esperar que cuando se decida no sea demasiado tarde para decir “Cambiemos”. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La resistencia anémica del populismo

Todo indica que de no mediar un brote antidemocrático agudo de Cristina Fernández, Argentina retomará un rumbo de sensatez económica y política y de respeto republicano.

Ese momento coincide con un escenario global mucho menos favorable que el de los últimos ocho años para los países emergentes y con la consecuente necesidad de replantearse el modo en que cada nación se posiciona frente a esa realidad.

En Sudamérica (si se me permite el uso de esa denominación precisa en vez de la macondiana de América Latina) existen varios modelos de populismo que fueron posibles en la bonanza, pero que se quedarán sin sangre para chupar con este nuevo panorama, que no será de corto plazo.

Brasil, con un sistema corrupto y proteccionismo industrial insostenible, usando el Mercosur como un cepo para impedir cualquier apertura de sus socios.

Ecuador y Bolivia, autocracias vitalicias, están sufriendo con sus economías dependientes de industrias extractivas con precios en caída y recurriendo al endeudamiento.

Venezuela ya en vías de su total sinceramiento como comunismo criminal latino, aislada del mundo, con el precio de su único bien de cambio por el suelo y sin crédito, los derechos y garantías despreciados y burlados, su pueblo esclavizado.

Chile, cuya presidenta Bachelet prometió el reparto generoso de riqueza y bienestar, ha debido retroceder en su demagogia y colgarse del tren del TPP con todas las implicancias antipopulistas que ello implica.

El de Argentina, un cleptopopulismo, que soborna a la población con algunas dádivas para poder seguir robando a mansalva y masivamente, y de paso destruye con su ignorancia deliberada su cultura, su historia, su justicia y su educación, y entrega el país al narco.

Y el de Uruguay. Un populismo con estilo oriental. Respetuoso y lento en las apariencias. Pero profundo, penetrante, persistente y trágico. Una democracia casi perfecta, de la que se han apoderado los partidos, sin base constitucional alguna, expropiación de la que ahora hace uso y abuso el Frente Amplio.

Salvo Chile, que ha renunciado hace rato a su condición regional y ahora se aferra al TPP, con las claudicaciones al credo populista que eso implica, los otros países nombrados tienen un problema común: la mentira del reparto continuo se queda sin financiamiento. Los vampiros mueren si no hay sangre para chupar.

En esa instancia, las relaciones internacionales se vuelven fundamentales. La capacidad de los gobernantes para posicionar y guiar a sus países es primordial. De la imagen personal, la visión y la capacidad de convicción de cada presidente depende el destino de sus conciudadanos. Nunca tanto como en momentos como el actual hacen falta los auténticos líderes y estadistas.

En ese preciso momento mundial, Argentina está a un paso de hacer un cambio de paradigma de importancia estratégica, que aun cuando le tomará varios años y un enorme esfuerzo en todo sentido, será fundamental para el bienestar y el futuro de su población. Una importante oportunidad.

¿Y Uruguay?

En esta inflexión global de perspectivas, parece tener dos problemas de fondo. El primero es la negación. “No hay recesión, no hay que provocar una profecía autocumplible”, parece ser la idea de fondo. Es muy difícil luchar contra la ceguera deliberada selectiva. Mucho más si es colectiva.

Un sistema económico que reindexa la inflación en dólares cada año, como un derecho universalizado y divino, es, en sí mismo, una mentira. Nada más que ese concepto es catastrófico.

Muchos de los bancos y servicios internacionales que están repatriando a su personal o llevándose el personal local al exterior, cuentan que los sueldos en dólares en Uruguay han aumentado en 12 años 70% en dólares versus los valores internacionales, por ejemplo.

Lo que se percibe como una conquista irrenunciable es una insensatez económica y lógica que termina de un solo modo: desempleo. Eso está ocurriendo en este mismo momento. Basta hacer un recorrido por las pequeñas empresas. Las consecuencias no serán menores.

El segundo problema, más grave, es la falta de una estrategia geopolítica y sobre todo de un líder en la generación y desarrollo de esa estrategia.

Atado por sus propias convicciones y por el politburó de su Frente, el presidente Vázquez no tiene poder, credibilidad, autonomía ni ideas para negociar internacionalmente. Tampoco para persuadir a su propia alianza.

El coautor junto al nefasto Néstor Kirchner del sabotaje al ALCA, ahora ni siquiera puede arrepentirse y acercarse al TPP, al TISA o a cualquier tratadito de libre comercio más o menos relevante, sin tener el veto o el condicionamiento inmediato de su “auditoría interna”.

Sabe que la salida está en comerciar con el mundo. Sabe que eso implica concesiones. Pero no puede negociar porque pertenece a un Frente para el que la negociación es claudicación. Es casi una patética figura sin poder.

Tampoco puede acercarse más a Estados Unidos, que podría unilateralmente ayudar al país con un par de decisiones que le abrirían muchos caminos de crecimiento, como suele hacer con sus amigos. No habrá tal acercamiento, porque no puede traicionar sus convicciones ni enojar a su Frente. En tal estado, Uruguay prefiere elegir los peores socios. Dilma cuestionada por corrupta. Cristina, elegida por Mujica cuando era una ganadora. Ahora, Vázquez redobla la apuesta con Scioli, un perdedor.

Las relaciones exteriores, finalmente en ellas se entroncan los TLC, no son una cuestión de preferencias de los gobernantes, ni de ideologías. Son una cuestión de intereses. La colusión política del Mercosur y alrededores no es una estrategia geopolítica. Es solo un mecanismo de encubrimiento despreciable y delictivo.

Si el Frente Amplio no es capaz de poner al país por encima de su ideología y hacer el esfuerzo intelectual mínimo para entender cómo funciona el mundo, el presidente Vázquez debe hacerlo. No fue elegido como delegado general del politburó.

El cambio en Argentina, el cambio que, aun contra Dilma Rousseff viene en Brasil, no son movimientos circunstanciales ni tampoco ideológicos. Uruguay debe estar en condiciones de participar de las decisiones en el Mercosur y de forzarlas, decisiones que no serán menores y que requerirán compromisos hacia afuera y hacia adentro. Esos cambios se extenderán al resto de Sudamérica, les guste o no a los populistas.

Por supuesto, es posible seguir mirándose el ombligo, como el premonitorio Greetingman, y esperar conseguir algo más para redistribuir. Desgraciadamente ello tendría altos costos para la sociedad oriental en el futuro. Irremontables.

Tabaré Vázquez, en la disyuntiva entre su partido y su país, se debate también entre la intrascendencia y la historia. l