OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La nueva época argentina

Lo que ocurre en Argentina a pocos días de la elección de Mauricio Macri como presidente es la mejor demostración de lo que puede la confianza en la economía y en la sociedad en un todo. La fides latina, tanto en su significado más simple como en el sentido de fiducia, fideicomiso.

Nada es igual. En parte, porque cualquier alternativa es mejor que Cristina Fernández de Kirchner y sus inimputables. En parte, porque Macri trae un mensaje de esperanza, de gestión, de diálogo, de defensa del interés colectivo, de honestidad, de lucha contra la corrupción y la inseguridad y sobre todo, de no caer en el juego arcaico y melancólico de las ideologías, el verdadero opio de los pueblos modernos.

Sin haber asumido, y sin haber tomado obviamente ninguna medida, Macri ha cambiado por presencia el posicionamiento internacional del país, lo ha vuelto a poner en el mapa y ha reflotado el optimismo de los argentinos con vocación de trabajar y producir.

La democracia, cosa que habíamos olvidado con Fernández de Kirchner, es un fideicomiso que la sociedad hace a favor de un gobierno al que confía su futuro. Espera que tanto sus patrimonios como sus esperanzas y necesidades sean cuidados religiosamente y les sean devueltos intactos al fin del mandato, si es posible en mejor situación.

Macri está recreando ese contrato. Finalmente, fides significa confianza, pero también lealtad.

Sus ministros son respetados, formados y con mucha experiencia de gestión, imprescindibles en un país que debe reorganizarse íntegramente, refundar su sistema rentístico y su federalismo, viejo sueño que nunca se cumplió por el totalitarismo de los gobiernos tanto democráticos como militares.

Tienen por delante una misión casi imposible. Por lo menos si se mide el tiempo con relación a los cuatro años que dura este mandato. El gasto público que hereda es un laberinto digno de Dédalo, equivalente a 10 veces el producto bruto de Uruguay. No es posible pensar en una economía sólida en el mediano plazo sin bajar esa monstruosa carga. Pensar en licuarla vía el crecimiento es no recordar la historia, ni entender cómo funciona la corrupción privada-estatal.

Pero al mismo tiempo, Macri tiene un cepo. O un doble cepo. Uno, el que le forzó a colocarse la campaña del miedo de Scioli, que lo obligó a prometer que nada cambiaría, ni siquiera barbaridades como Aerolíneas o Fútbol para todos, para citar obviedades. Otro, su convencimiento y el de todo su equipo y sus consejeros y amigos del establishment de que las normas que deben aplicarse no son las recetas de prolijidad fiscal del Fondo Monetario. En eso, acaso sólo en eso, se parece a Cristina.

El nivel de gasto existente, más el que le arroja incansablemente en sus últimos minutos la expresidenta, más el que se producirá o aparecerá hasta el 10 de diciembre, que excede todo límite de decencia, se multiplicará cuando se vean las cuentas hasta ahora ocultas y se descubran todas las mentiras. A eso habrá que sumarle los juicios de los contratos ocultos y los que iniciarán las empresas amigas de Kirchner, si no sus propias empresas secretas. La mafia alegará sus derechos adquiridos y la seguridad jurídica.

Argentina apostará una vez más al crecimiento. Como otras veces en su historia. Tiene con qué hacerlo, felizmente. Su agro está intacto. Su nivel de desaprovechamiento ha sido tal que es posible imaginar hasta una duplicación de la exportación con probabilidades de acertar. Tiene un crédito externo que ya empezó a golpear a sus puertas, casi sin llamarlo. Habrá que ver si se usa para crecer y sobre todo para innovar, o se diluye en pagar lo que se siga gastando.

El nuevo gobierno se hace cargo no sólo de gastos, déficit económico y deudas financieras. También recibe otras deudas. La de destapar la corrupción que nunca se le perdonará al kirchnerismo y sancionar a los que saquearon la Nación. La de consolidar las reglas democráticas y sobre todo las reglas republicanas para que no vuelva nunca la sociedad a estar en manos de aventureros que usen la democracia para acceder y luego la bastardeen para perpetuarse.

La deuda de llevar al país a ser algo aunque sea parecido a lo que alguna vez fue, en educación, en solidaridad, en cultura, en pujanza. La deuda de recuperar el orgullo y la dignidad del trabajo y el progreso, un hábito que los abuelos de tantas religiones, nacionalidades y raza nos dejaron. Y una deuda superior: la de volver a identificarnos como compatriotas, sin brechas ni odios, más allá de las convicciones o intereses de cada uno.

Ya la ciudadanía sabe que el último brote de putrefacción fue la amenaza de un baño de sangre si se publicitaban los verdaderos números de la derrota del Frente para la Victoria. Como lo hizo Macri, la gente ha preferido dejar pasar este coletazo ponzoñoso final. Quiere mirar para adelante.

En otras épocas, de un oprobio de tal magnitud como el sufrido, se habría salido con un golpe de estado y un borrón y cuenta nueva para poner la casa en orden.

Esta vez se ha cambiado con votos, democráticamente y en paz. Argentina se ha puesto de pie, débil, golpeada, dividida y dolorida, pero ha recuperado la esencia misma de toda mejora, de toda construcción colectiva, de todo éxito: la confianza.

Macri tiene ahora la fiducia por cuatro años. El camino es largo y no es fácil. La sociedad tiene también una colosal tarea por delante. La de la reconstrucción individual y colectiva.

Vamos

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