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Sin educación no hay voto


Tener seguidores en Twitter crea el compromiso de interpretarlos y hasta de representarlos. Tomo entonces alguna idea que me han acercado y le doy forma.

Impulsemos una reforma en la ley electoral (La Constitución lo permite) que establezca que para poder votar en cualquier elección para cualquier cargo o por cualquier concepto en cualquier jurisdicción, se requiera tener completado y aprobado el nivel secundario de educación.

Salgo rápidamente al cruce de quienes aducirán que se trata de una idea discriminatoria recordando que la enseñanza secundaria es gratuita y obligatoria, de manera que sólo los incapaces (no los discapacitados) están exentos de completarla. Y los incapaces tampoco votan.

De modo que no habría tal voto calificado, sino el reconocimiento de que para ejercer los derechos ciudadanos hay que cumplir las obligaciones elementales impuestas por la sociedad.

Luego de satisfechos los pruritos de mis hipersensibles lectores, paso a responder las objeciones de tipo cualitativo que se me han hecho.

Una de ellas es que como la educación es muy mala, da lo mismo poner este requisito que no ponerlo. Siempre se puede pensar así de cualquier requisito. Lo cierto es que no es verdad que sea lo mismo. No sólo porque algo se permea siempre, sino por otros elementos valiosos. Por ejemplo: la influencia familiar (sobre todo materna) para que el chico termine su educación obligatoria implica una decisión fuerte de pertenencia a la sociedad. 

No completar el ciclo es un signo de marginalidad y anti-socialidad evidente. No debe olvidarse que el estado otorga ayudas económicas  importantes que están supeditadas a la escolaridad, lo cual avala el concepto de obligación ciudadana que planteo. 

Y todo proceso de formación educativa implica un aprendizaje de integración a la sociedad y un respeto por las normas, que aunque no se logre totalmente ni en todos  los casos, es un paso importante en la formación ética de la juventud. Reconozco que sería mejor si la formación secundaria fuera tan exigente como en el colegio de ¨La sociedad de los poetas muertos¨, pero debemos usar lo que hay y mejorarlo luego. 

Si desestimamos todos los sistemas formales que tenemos, vamos camino a la desaparición.

Otro grupo de sensibles me dirá que hay gente que en el pasado no gozó de ningún apoyo económico, y que ahora no tiene posibilidad de enmendar esa falencia. En tal caso, consideremos que se acepte la ¨experiencia de vida¨ como un sucedáneo de la formación formal y que el requisito se reemplace por única vez para mayores de 30 años al momento de la publicación de la ley.

No voy a usar ejemplos de otras sociedades, porque no deseo avergonzar a mis queridos y pocos lectores. Pero los hay. Y con sistemas educativos más pobres que los nuestros. 

Y por último, si lo que no nos gusta es la calidad de la enseñanza, mejorémosla, no exactamente con barbaridades como la ley educativa de 1994 aprobada por unanimidad por el Congreso.

La propuesta sería también un estímulo a la inclusión escolar, y al mismo tiempo crearía la sana idea de que ejercer la ciudadanía requiere contrapartidas y que la igualdad debe ser para arriba y no hacia la mediocridad. Habrá que  comprender que en alguna parte tenemos que empezar a romper este círculo vicioso de incapacidad, ignorancia y decadencia que nos ahoga y angustia. 


La democracia carece de legalidad y de sentido cuando la población se convierte en una masa ignorante, desinformada o analfabeta. Porque una simple proyección indica que en poco tiempo, esa masa será mayor que el sector de la sociedad que se sacrifica, estudia y trabaja. Con lo cual el sistema perderá toda esperanza de equidad o justicia, distributiva  o de cualquier otro tipo. Y eso lleva a la disgregación.

La democracia impone la obligación al estado de fomentar la educación pública, pero también impone la obligación a quienes quieren ser ciudadanos y votar, de tener una formación mínima para hacerlo.

De lo contrario, la democracia sería innecesaria, porque la fuerza numérica y vandálica se impondría sin necesidad de votar, como ocurrió en todo el oscurantismo de la historia.

Educar al soberano es un signo de respeto importantísimo que ningún gobierno, ningún político, ninguna persona de bien debería ignorar. Si no iluminamos a nuestra sociedad, no sólo bajaremos cada vez a mayor velocidad nuestro nivel humano, sino que terminaremos siempre en manos de algún iluminado en el sentido más negativo del término. Un iluminado con la capacidad de oscurecernos.


Si no se puede siquiera entender la diferencia entre votar y botar, la democracia es esclavitud. 


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