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Volver al capitalismo (II)

La mano invisible es la solución, pero no debe ser una mano de tahúr


















¿Por qué la columna, en vez de hablar de la pandemia, se empecina en repasar las desviaciones del sistema capitalista? Porque cuando se canse el virus y cese la repartija de subsidios, el mundo deberá levantar de urgencia la hipoteca del miedo. Se sabe que el estado es incapaz de generar riqueza, y es iluso soñar con un capitalismo bondadoso repartiendo alegrías, ya en eso fracasa el populismo. En cambio, es imprescindible contar con un mejor capitalismo que borre los excesos en que incurrió gracias a su propio éxito, que ayudó a taparlos o disculparlos. Más que nunca hace falta un funcionamiento fluido y sano de los mercados, como demostró el fracaso keynesiano de Roosevelt en la depresión de los años 30. 

Las Stock Options de la nota anterior – un altísimo bonus a los ejecutivos basado sólo en el aumento del precio de la acción - luce lógico a primera vista. Como al accionista recibe más por su tenencia, cabe premiar a los CEO’s si la acción sube, un elemental criterio capitalista. Falso de toda falsedad. El capitalismo, que como se dijo aquí es la extensión aplicada del liberalismo bajo una ética protestante, pone énfasis en la empresa. La unión del capital, el trabajo, la innovación y la capacidad de anticipación de las necesidades del mercado. No en el valor de la acción, que es apenas uno de los modos en que puede financiarse.

Benjamin Graham, icono de Wall Street, jefe entonces del hoy billonario Warren Buffet, sostenía en su libro El Inversor inteligente que sólo había que tener acciones de empresas que pagaran sistemáticamente dividendos. Su discípulo agregó el concepto de mantener fuertes posiciones en las empresas que tuvieran buenos managements, ideas innovadoras y gran potencial, sin importar si las acciones no se apreciaban por años. Preguntado sobre el secreto de su rutilante éxito, Warren respondió: “hace 40 años que vivo en la casa que compré cuando me casé”. 

Todo lo opuesto ocurrió con los bonus sobre el valor accionario. Los ejecutivos se dedicaron a hacer subir el precio de la acción por cualquier método, no ya por el éxito de la empresa. Los Mergers & Acquisitons populares en los 80 y que aún hoy ocupan los titulares han servido casi siempre sólo para aumentar el valor de la acción sin correlato con la performance de las empresas. Muchas de esas operaciones jamás se justificaron operativamente, ni en los dividendos. Sólo fueron negocio para un grupo de ejecutivos, sus abogados y sus bancos. 

Esa práctica generó ineficiencias graves en las corporaciones, y traspasó varias veces los límites de la moral. Lejos de la esencia del liberalismo y de la infalibilidad de los mercados, la ley de oferta y demanda o la teoría subjetiva del valor. No es capitalismo. Al contrario. Lo lastima. Transforma a los CEO’s en millonarios sin ningún correlato con el éxito empresario, que sería lo justo. Concentra la riqueza entre pocos, pero no engrandece a la empresa, no colabora con la creación de bienestar, empleo o desarrollo. Una riqueza inmerecida, muchas veces un delito. 

La compra de un competidor, a veces una concentración monopólica, hace la magia de duplicar la ganancia de una compañía de modo instantáneo, creando el espejismo de un éxito de gestión, aunque en realidad se aumenta dramáticamente el nivel de endeudamiento, y/o se licua el poder del accionista. Se podría aducir que en un sistema liberal todo esto está permitido. Tampoco es cierto. O no debería serlo. Pero Wall Street, y la SEC convalidaron esta práctica. Buffet es una excepción. 

Por la misma razón, y con iguales efectos, se recurrió a la recompra de acciones. Como es sabido, las empresas se financian de dos modos: con la colocación de acciones, o con préstamos directos de bancos o emisión de bonos. La combinación de esos modos de financiamiento es lo que se conoce como levarage. La empresa usa el mix de financiamiento que le conviene, según las condiciones del mercado. Hasta que los ejecutivos deciden recomprar las acciones de la compañía. Para eso, consiguen la ayuda de un banco-socio, que presta los fondos y emite los bonos si hace falta. (y los ayudan a comprar previamente acciones de la empresa)

Las acciones se recompran en el mercado, lo que eleva inmediatamente el precio, y el ejecutivo consigue un bonus fenomenal al apreciarse su Stock Option. De paso, al haber menos acciones, el ejecutivo y el banco, con las acciones propias que no rescatan, se aseguran el control de la corporación. Se supone que esto también está permitido dentro del sistema capitalista. No debería estarlo. Se contrapone a los principios económicos y éticos. Para peor, aumenta dramáticamente el nivel de deuda general, que después se traduce en crisis de endeudamiento que siempre son subsanadas con emisión monetaria, intervención directa del estado en la bolsa, baja de tasas de interés, compra de activos basura por la FED, un estatismo que difícilmente tenga algo que ver con el liberalismo o el capitalismo. 

Cuando Donald Trump bajó los impuestos a las empresas con activos en el exterior y permitió el reingreso de capitales, supuso que se aplicarían a la inversión y consecuentemente a generar empleos y mejores sueldos. Salvo algunos gestos simbólicos, la mayor parte de esos fondos se aplicó a la recompra de acciones. 

Estos vicios no son “travesuras” o simples consecuencias no queridas. Están torpedeando la filosofía liberal-capitalista en sus mismas bases e impidiendo el juego libre del mercado, a la vez que recurriendo al salvavidas del estado cuando hacen crisis, aumentando la burbuja de la emisión y la deuda. El capitalismo es el único sistema que puede sacar al mundo de esta crisis. Por eso no hay que cambiarlo, hay que aplicarlo bien. 

La columna, ensañada, promete una nota más para el debate.