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Publicado en El Observador  24/08/2021



La Coalición empieza la pelea

 

La pandemia paralizó al gobierno y revivió al Frente. Es hora de diferenciarse, no de parecerse





 














La columna viene advirtiendo - sin ningún éxito – del parecido entre la relación de individuos que dependen del estado y los que dependen del sector privado, entre Uruguay y Argentina. Ese cálculo incluye todos los conceptos, sueldos, subsidios, jubilación legítima y jubilación demagógica, dádivas y demás, dato difícil de conseguir entre la maraña estadística deliberada. 

 

Ambos países llegaron a esa situación aplicando ideologías aparentemente diferentes, pero la realidad es que se parecen en el resultado: miran al mismo precipicio, no importa el camino andado y por andar. Pero esa situación no suele quedarse allí. Tiende a empeorar. El estado, discapacitado para producir riqueza alguna, sólo va tomando cada día un poco más del sector privado, lo exprime hasta la muerte y entonces recurre a impuestos sobre cualquier cosa, el patrimonio, el intercambio de bienes, los débitos y créditos bancarios y cuanto otro manotazo pueda dar. 

 

Eso termina por ahogar más a los privados, que, como se ve con claridad en Argentina, huyen no sólo para sobrevivir, sino porque no encuentran razón para quedarse en un medio que le es hostil y lo será más. Está claro que eso no está pasando aún en Uruguay, entre otras cosas porque al sector privado local se le ha asignado o permitido una baja participación, casi la de modestos mercaderes o importadores todo terreno, apañados por mecanismos que también son proteccionistas, con la existencia de monopolios estatales que los alejan de todo emprendimiento importante, fuera de construir un galpón. 

 

El concepto de que Uruguay es diferente es peligrosísimo y lleva de cabeza a sufrir el mismo proceso de Argentina. Cuando asume el gobierno de la Coalición, la inflación, el nivel de deuda, el grado inversor y el empleo estaban ya mostrando un deterioro que se notaba y que, con el esquema de empleo eterno que existe para el personal estatal, el círculo vicioso de la inflación reciclada en espiral fatal a los sueldo y costos en general, mas una falta de ideas y entusiasmo para competir en el mercado externo, presagiaba la carrera impositiva con la que se venía amenazando, y que siempre tiene el mismo resultado: achicar y anular al sector privado, y depender solamente de los recursos naturales, garantía de miseria. 

 

La llegada del nuevo gobierno renovó la esperanza y detuvo esa carrera irracional hacia el abismo. Por un rato. Y aquí cabe otra comparación. Ambos países, uno desde el populismo peronista que el macrismo no supo frenar, y otro desde el socialismo declamado generoso y falaz, estan presos de una enorme burocracia. Y por burocracia no se entiende aquí la maraña de reglas, normas, escritos, sellos de goma y trámites que alguna vez describieron con tanto éxito Parkinson y Peter, aunque la contenga. Se entiende la maquinaria que mueve o paraliza al país con leyes, huelgas, paros, reglas, obstáculos, resistencia pasiva y que es un arma política que usa el peronismo en Argentina, el Frente Amplio y su jefe el Pit-Cnt local. En Argentina se agrega el sistema piquetero, que con un formato algo más encubierto se verá pronto aquí, y que ya ha empezado con paros y huelgas estratégicas y de prueba, que llevan siempre a estatizar la limosna, o sea a sacarles algo más a los privados para dárselo a la burocracia en su formato de arma política de quien la alimentó y forjó por quince años, o muchos más, según.

 

Lo que pareció brevemente una retirada se convirtió, con la excusa universal de la pandemia, en la oportunidad de volver al ataque esgrimiendo causas supuestamente nobles, cuando son irresponsables. Y aquí, una consideración sobre el gasto. Ya no se trata de un instrumento de justicia. Gastar es un modo de derribar gobiernos, de crear déficits, deudas, inflación y nuevos impuestos. La mejor manera de asegurar el fracaso del capitalismo y la racionalidad, como enseñara Marx. Por eso Cristina Kirchner encerró con miedo a un pueblo y le repartió dádivas infinanciables que no podrá pagar y que terminará en un estallido bancario imposible ya de parar. Por eso el Frente y el Pit-Cnt lucharon por provocar un aislamiento total, no como mecanismo sanitario, sino como modo de desatar, tras del supuesto salario universal gratuito a los que se impedía trabajar, el caos presupuestario que arrasaría con todo intento privado y con toda seriedad fiscal. El sueño del reseteo que tanta hambre provocará. 

 

La burocracia del populismo peronista, o del socialismo frenteamplista, solo está interesada en gastar más. Trate usted de proponer un sistema de enseñanza costeado por el estado, pero manejado por comités de padres, como en los nórdicos, y comprobará que lo que se procura no es el socialismo, sino la burocracia inherente. 

 

Uruguay ha decidido creer firmemente que tal mecanismo no oculta negocios que involucran a miembros de una clase política que la columna denomina La Nueva Clase. Y esa convicción debe respetarse. Pero para seguir con el parangón argentino, la situación actual, más que a la perfidia y malignidad de Cristina Kirchner, se debe a una burocracia que se ha apoderado del estado, sus monopolios, sus negociados, su proteccionismo, y encuentra siempre el argumento de la Patria o similar para seguir gastando y lucrando, como Aerolíneas. 

 

Pero también se debe a un sistémico robo del sector privado en complicidad con los jerarcas cada vez que fueron convocados a una tarea o una obra. Y vale la pena repetir: Menem, tan criticado por sus privatizaciones, las hizo todas por licitación pública, único camino conocido en el mundo civilizado. (Menos la de Aerolíneas que el sindicato de contrabandistas interno defendió hasta la muerte (sic). Curiosamente, al filo del fin de su mandato y durante la gestión de De la Rúa, se renovaron todas las concesiones, sin licitación, por negociación directa, por muchos años y sin las cláusulas antimonopolio. 

 

La concesión del Puerto era una buena oportunidad para marcar diferencias. Para que continuasen e invirtiesen los privados, pero al mismo tiempo para mostrar y aprender cómo se negocia con privados. Las licitaciones estilo Argentina son tan malas como el sociopopulismo estilo argentino. El debate parlamentario reciente entre enojados y ofendidos sobre el tema, no es muy sencillo de entender. No parecerse en nada al vecino debería ser un estandarte que levantasen todos, cualquiera fuera el lado del que estuvieren. 

 

Un dato técnico para analizar: la cifra a invertir en 4 o 5 años no es acorde a semejante tiempo de concesión. Sobre todo, teniendo en cuenta que el estado tendrá que aportar a su vez y de entrada, una millonada que no tiene. Y un punto jurídico: salvados ya de la amenaza esbozada de un juicio, ¿no habrá ninguno más? ¿Cristina va a dejar dragar 14 metros o se incumplirá y se empezará de nuevo con las compensaciones? 

 

Para dar un último argumento, a fin de reemplazar lo que debería contener el pliego licitatorio, se propone ahora crear un órgano de control. Importa analizar lo que pasó en el ejemplar país vecino: todos los órganos de control que se inventaron terminaron teniendo mucho más gasto burocrático y mucho más personal del estado que el privado controlado. Y algo peor, que la gente de campo entenderá: se terminaron amichando los hurones con los ratones. No importa a quién le toque cada papel. Está absolutamente claro que la gestión del Frente Amplio estuvo llena de estas estupideces, o enriquecimientos, como quiera. También está claro que no hay que copiar nada de lo que hizo en su gestión. Tampoco a Argentina. Porque si se copia, volverá el populismo. Y el populismo nunca vuelve mejor. Siempre vuelve peor.