¿Por qué tiene que bajar 

el gasto público?


La respuesta de un ministro argentino sirve para entender el fracaso, aunque también anticipa un problema global inminente




 

La pregunta del título no es un ejercicio de retórica, un remedo de mayéutica socrática. Es lo que, textualmente, respondió Martín Guzmán, el ministro de economía argentino, a una pregunta periodística sobre sus planes en tal sentido, a la luz de la inminente apertura de las negociaciones con el Fondo Monetario o, mejor dicho, del pedido de clemencia. 

 

La idea del vecino es conseguir algo similar a lo que obtuvo con los bonistas: no pagar ni capital ni intereses durante este mandato peronista. Coherente con la filosofía tramposa que rige a su sociedad y a sus políticos en particular. También coherente con el hecho de que sus reservas reales llegaron el viernes a cero. El cepo, un recurso precario de impotentes económicos, ha dado los frutos previstos: no sólo se han rifado las reservas en aras de mantener un tipo de cambio falso que busca su realidad, sino que ha enojado y desestimulado al único sector que puede producir divisas, obviamente el agro.  

 

La frase del jerarca se redondeó con una afirmación: “bajar el gasto no es a lo que apuntamos”. Importante declaración de principios que santifica cualquier barbaridad contenida en el gasto nacional, provincial y municipal, al que certifica como perfecto, justo y eficiente. 

 

Si bien está claro que se trata de un mensaje por elevación a la misión del FMI que llega hoy a Argentina, es en esencia el mismo argumento que se viene usando hace décadas: todo déficit se soluciona con crecimiento. No muy distinto al criterio fatal de Macri y su socialismo de living, que se llamó gradualismo.

 

Tiene sentido intentar responder a la pregunta-respuesta del ministro stiglitziano, ya que el periodista no atinó a hacerlo. Usted, señor ministro, tiene que bajar el gasto porque todos quienes intentaron mantenerlo a estos niveles endeudaron sistemáticamente al país, lo llevaron a hiperinflaciones y defaults y a una corrupción creciente, multipartidaria, desaforada y consolidada. 

 

Tiene que bajar el gasto porque desde el primer gobierno kirchnerista hasta hoy ha subido 20 puntos del PIB y ha hecho retroceder del mismo modo el crecimiento al que supuestamente se apuesta para equilibrar las cargas y reducir la pobreza, que en cambió aumentó. Tiene que bajar el gasto porque no hay cómo financiarlo, y porque ni siquiera es cierto que -al menos en una buena parte- esté contribuyendo al bienestar de nadie, más que el de la casta política y sus barrabravas piqueteros funcionales. 

 

Tiene que bajarlo porque cada medida que toma para bajar el déficit ahuyenta la inversión, la producción, el entusiasmo, el empleo y los dólares que tanto lo preocupan. Tiene que bajarlo porque es mentira que sólo hay que hacerlo más eficiente y justo. La frase en sí denota que no se conoce su composición y resultados. Con lo cual no se puede seriamente convalidar su tamaño. 

 

Tiene que bajarlo para no terminar cobrando impuestos absurdos, como el 8% con que intenta confiscar ahora los patrimonios, que colabora a la desconfianza y que sólo se puede cobrar una vez, (no por decisión estatal sino porque se agotarán los contribuyentes), ni tampoco alcanzará ni ínfimamente. Tiene que bajarlo para dejar de crear desvergonzados billonarios oportunistas y ladrones y empezar a soldar la grieta que hunde el barco argentino. 

 

Tiene que bajar el gasto para dejar de mentirle hipócritamente a la sociedad al recomendarle que ahorre en pesos y al mismo tiempo seguir emitiendo. Porque tampoco el ministro contestó otra pregunta que le hiciera la prensa: ¿cuándo vende los dólares que muestra en su declaración jurada y los convierte en pesos como predica? La nueva clase. La dirigencia política que reemplaza al Rey de otrora en su autocracia, su despotismo y su desprecio.  Otra vez, “que coman brioche”

 

Argentina es una caricatura sobreexagerada, pero esta vez sus problemas son comunes a los del resto del mundo, que los sufre o sufrirá en mayor o menor medida en breve. El próximo problema global es cómo salir del gasto pandémico. Las cuarentenas de distintos formatos que ahora lucen exagerados e ineficientes convalidaron un estatismo alegre, repartidor, redistribuidor y subsidiador. A medida que la pandemia se controle, será urgente eliminar ese sobregasto. 

 

Frente a ello, muchos sectores sociales y políticos, que tienden a considerar cualquier dádiva como una conquista y un derecho irrenunciable, junto a los ideólogos de la redistribución mesiánica de la riqueza ya presionan para que se mantengan y hasta se aumenten los salvavidas pandémicos, con excusas y argumentos diversos, archiconocidos, ahora reciclados y adaptados. 

 

¿Cómo se financiarían? Las ideas son las pocas de siempre, con iguales consecuencias: emisión, endeudamiento, nuevos impuestos, todos saboteadores del declamado crecimiento. Y por supuesto, el discurso de que “es imprescindible reformar el sistema impositivo y mantener el nivel de gasto, pero con más eficiencia”. Nada muy distinto a la locura irresponsable argentina. Con el mismo cortoplacismo, con el mismo relato, con el mismo triste final. 

 

La creencia de que, como se trata de un problema universal, con una solución facilista también universal, hay que reproducirla, es fatal para cualquier país, y para las economías más pequeñas es garantía de fracaso y atraso en poco tiempo. Y por el mismo precio, nada peor que acostumbrar a las burocracias a que cualquier nivel de gasto es siempre financiable de algún modo. Que es como darle una tarjeta de crédito ilimitada a un pariente jugador empedernido. 

 

Los próximos dos años serán de impopularidad y de duro trabajo para los gobiernos que elijan el camino de la responsabilidad. Aunque puede terminar siendo una apuesta política ganadora. Y de paso un servicio a su país. 

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