Quienes tienen la paciencia y tolerancia de seguir esta columna no se habrán sorprendido por el resultado de las PASO del domingo en Argentina. En la entrega de hace cuatro martes se advertía sobre la casi seguridad de una derrota del gobierno. Merecida, cabe agregar.
La sorpresa fue la amplitud. Los Fernández aseguraron el triunfo en primera vuelta de las elecciones presidenciales y el Congreso tendrá una cómoda mayoría de peronistas y afines. Esta afirmación surge de un cálculo matemático. Con 47% de los votos a favor del Frente, aún suponiendo una mayor afluencia de ciudadanos y una absorción importante e improbable de votos de otros partidos por parte de Todos por el Cambio, la elección está definida. Landslide, dirían los americanos. Políticamente, creer que algo que haga Macri puede hacer que los votantes kirchneristas cambien su voto es una ensoñación.
Aquí se ha comentado largamente los errores económicos de Cambiemos, que lo llevaron por un camino de hierro al fracaso, que el domingo simplemente se plasmó en votos. Esos errores, que terminaron en un ajuste tardío que golpeó a la clase media, al sector privado, a las pequeñas y medianas empresas y a la producción, hicieron que un sector siempre indeciso apoyara la criatura inventada por la culpable del mayor desastre ético, institucional y económico argentino. Eso mide la incompetencia del gobierno que ha sido derrotado antes de la largada.
El país entra ahora en una etapa de desesperación. Hasta se habla de un cuasi cogobierno de Macri con Fernández, como modo de enfrentar la justificada desconfianza que provoca el peronismo. No pasará. Tanto por las incompatibilidades políticas, como por el hecho de que los todavía opositores no han ganado nada aún, solo las primarias. Sería conceder la victoria sin pelear la primera vuelta, algo parecido a tener que abandonar la presidencia antes de término. Además de las implicancias legales. Pichetto,Vidal y Macri aventaron la idea de una transición anticipada. “Hay un problema de credibilidad entre el kirchnerismo y el mundo”.
Mezclarse con el peronismo, cuyos planes futuros, si los tiene, son ignotos y sus antecedentes siniestros, sería convalidar las críticas que estigmatizaron al macrismo como un kirchnerismo blando y ceder para siempre la condición de partido de alternativa. Máxime ante el riesgo latente de una reforma Constitucional peligrosísima. Sin contar conque lograr coincidencias económicas entre los dos colosos de la grieta es imposible, como lo es para sus seguidores. La grieta no es partidaria. Es de la sociedad. Un pacto aún en nombre de la patria entre el gobierno y su adversario hoy ganador sería intolerable para grandes sectores. E inútil. El peronismo no puede ser garante de nada.
La crisis parece estar asegurada. La sabiduría popular adivina que el kirchnerismo prefiere que la convulsión ocurra ahora, para heredar la solución. Al contrario de lo que sucedió con Cambiemos, que recibió la herencia sin beneficio de inventario y la hizo estallar en su seno.
Axel Kiciloff, el inepto economista que ganó el gobierno de la provincia de Buenos Aires que desconoce, ha pedido que el gobierno actúe responsablemente y se haga cargo de la crisis que la elección del peronismo ha provocado. Una pirueta tautológica. Aunque Macri sólo hará lo necesario para llegar a la noche del 9 de diciembre en el poder. De lo contrario sufriría el ácido reproche de su 32% de fieles. Y el peronismo ya no necesita una crisis para ganar la elección. Ahora se preocupa porque no le caiga sobre su cabeza.
Ya sin necesidad de mantener un dólar barato para ganar las elecciones, Macri tenderá a dejar que la divisa suba hasta un punto, para evitar demasiado drenaje de divisas y cumplir los compromisos con el Fondo. Curiosamente, al peronismo también le conviene que el peso se deprecie ahora para no tener que capitanear la inevitable devaluación en su mandato. El riesgo país y la baja de las ADR’s no son un problema económico, por ahora. Se verá cuando haya que tomar crédito o recibir inversiones, cosas cada vez más lejanas. La clave es la tasa de las Leliqs. Subirlas paraliza más la economía. Bajarlas hace trepar el tipo de cambio y la inflación hasta la licuación. El Central eligió el lunes subirlas sin éxito a 74%, un ataúd para las empresas y una bomba para Fernández.
Uruguay tiene la oportunidad fugaz de captar a inversores, productores y tecnólogos argentinos. Ciertamente no lo logrará con los escuálidos beneficios otorgados al software recientemente, casi ridículos, sino con un plan de desgravación de todo impuesto por varios años, como si cada uno fuera una UPM2 en miniatura. Ningún emprendedor ni empresario argentino tiene ganas de soportar el ataque del neokirchnerismo. Tal vez un nuevo gobierno oriental no impregnado de estatismo esté interesado. El país tiene la contrapartida del odio ancestral que le profesa el justicialismo, siempre de manifiesto y siempre dañino. Otra vez, acaso un nuevo gobierno que no se embarque en patriagrandismos absurdos sepa enfrentarse mejor a esos desatinos y ataques.
Por supuesto que también existirá localmente en algún sector, la alegría de volver a tener vecino un gobierno populista, antiempresa, seudosocialista, proteccionista y chavista. Y la vocación de imitarlo. Como se ha visto en el pasado, y se volverá a ver ahora, esos experimentos no le sirven a ningún país. Hace falta un pensamiento superior al que Uruguay debe aspirar, no a abrazarse con el delirio, aunque hoy sea un delirio triunfante.
Los que no volvían más, tal cual decía la nota de hace un mes, volvieron y son millones, como dicen que dijo Eva Perón. En una burbuja de volatilidad, Argentina marcha otra vez por un camino de disolución y pequeñez.



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