El posgrado en economía
del Frente Amplio



No es mi plan de vida transformarme en ONG de asesoramiento económico, pero querría hacer algunas reflexiones que le vendrán bien a los especialistas del Frente Amplio. Ya que he fracasado en darle consejos a Cristina, debo probar suerte con otros cabezas duras. 


Ante el auge de las commodities, que fue y será excepcional por un rato largo, el Frente eligió en sus dos períodos, en especial el segundo, aplicar un modelo de comportamiento pro-cíclico.


Aumentar el gasto del estado en los momentos de abundancia parece hasta un concepto de justicia, sobre todo si se elige ignorar el comportamiento cíclico de las variables.


Si bien ese esquema fue muy redituable políticamente, fue también sumamente irresponsable, por la naturaleza férrea del gasto uruguayo, que impide virtualmente su reducción sin rebelarse contra la Constitución.


Esa abundancia agrícola privada coincidió también con un buen momento de la inversión inmobiliaria y de las operaciones de banca off shore, así como para la banca local, que recibía una fuerte afluencia de negocios del exterior. También el turismo pasaba por su mejor momento.


El sector privado, con buenos ingresos, toleró la presión impositiva y laboral que se produjo desde 2004, y también la apreciación del peso, consecuencia lógica del aumento de exportaciones.


La teoría de la distribución de la riqueza quedaba así demostrada. Se podía repartir, crear más puestos públicos, aumentar los costos y los impuestos y tarifas sin que la economía sufriera y sin que el sistema privado de producción (el único que existe, ya que el estado no genera riqueza) protestara o se resintiera.


Casi como para que la ciudadanía se preguntase: “¿Cómo no se nos ocurrió antes? Era cuestión de tomar el poder y repartir bienestar”. 


El Frente amplio creyó, por un momento, que había inventado una nueva teoría económica. Y peor, creyó que sabía de política económica. Como un chiquilín que arroja una piedra al cielo un momento antes de que caiga un rayo y cree que lo ha provocado, creyó que hacía justicia social cuando lo que hacía era dilapidar el momento único de bonanza.


Los precios de las commodities están volviendo a su lugar histórico, la banca off-shore y los depósitos del exterior, junto con sus ejecutivos, fueron fulminados por el GAFI y sus mandatos, la inversión inmobiliaria ha desaparecido para siempre por igual razón y el turismo sufre por el atraso cambiario aún no digerido.


Ante ese panorama, que es serio pero no dramático aún, el Ejecutivo intenta hacer lo que técnica y sensatamente corresponde. Bajar el gasto y consecuentemente el déficit, contener la inflación, dejar que el peso se deprecie ante la baja de las exportaciones, hacer tratados de apertura comercial para mejorar su intercambio.


Pero el Frente Amplio cree que sabe de economía. Y como el chiquilín de mi metáfora, apunta tontamente al cielo esperando que se desprenda otra vez un rayo. O tal vez, no le conviene saber. Prefiere también ser un chiquilín caprichoso que quiere todas las semanas un juguete nuevo.


Entonces, se comporta como dueño de los legisladores y hasta del propio presidente. Y con sus alter ego gremiales decreta que el gasto no debe bajar, sino que al contrario, debe subir. Y eso provoca que las metas de inflación, que también son parte de la plataforma partidaria, no sólo no se cumpla sino que muy probablemente se excedan.


Tampoco deja que se deprecie el peso, ya que eso, si no se baja el nivel de gastos, provocaría más inflación. De paso, presiona con las gremiales para aumentar sueldos y costos laborales, una buena manera de destruir la escasa exportación con valor agregado.


Y en las horas libres, sabotea cualquier intento de apertura comercial tratando de defender, con enorme ignorancia técnica, el empleo y el salario, que terminará paradójicamente afectando gravemente.


Lo que pareció una convivencia posible entre la producción y la repartija en la época de bonanza, terminará en una seria crisis económica y política a corto plazo por este camino. Lamento ser quien diga esto tan abiertamente, cuando se advierte que la sociedad prefiere no reconocer ni la crisis ni su evolución inexorable, como si al no mencionarla se conjurara su presencia y sus efectos.


Como tantas otras veces ha ocurrido con la economía, lo que no es arreglado por los gobiernos es resuelto por la realidad. Del peor modo. Los dos caminos que quedan, que espero no se sigan, son el endeudamiento y el aumento de la presión impositiva. Y los dos desembocan en desastre.


Otra idea es apuntar al cielo con el dedo esperando que eso descerraje un rayo.


En Argentina estamos acostumbrados a que los políticos usen a la sociedad como cobayo para los trabajos prácticos de sus Master fallidos en economía aplicada.


Es una pena que Uruguay no aprenda de su vecino golpeado.



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