Publicado en El Observador 23/08/2022


La venganza de Nisman

 

El alegato del fiscal Luciani se ha convertido en una condena inapelable que Cristina Fernández creía que sólo le correspondía decidir a la historia y a lo que ella llama pueblo



 


















E
l 18 de enero de 2015 el fiscal Alberto Nisman fue hallado asesinado de un tiro en su casa. Al día siguiente debía presentar su alegato final para probar la traición a la patria en la que habría incurrido Cristina Fernández al promover y firmar el llamado tratado de cooperación con Irán, una burda patraña para exonerar a algunas autoridades iraníes de la búsqueda de Interpol y hacerlas desaparecer virtualmente de cualquier ac
usación formal del ataque artero, intolerable y sangriento a la mutual AMIA de argentina.

 

El kirchnerismo se apresuró a alegar el supuesto suicidio del fiscal, motivado aparentemente por la imposibilidad de poder presentar pruebas suficientes contra la expresidente, lo que implicaría el fracaso de su carrera.  Algo de lo que supuestamente se habría percatado recién pocas horas antes de su frustrado alegato. Posteriormente los peritajes de Gendarmería Nacional transformaron el caso en asesinato liso y llano. 

 

Como un tic morboso pero significativo, ayer se conoció un tuit del asesor principal de Cristina, Gregorio Dalbón, en el que se dirige al fiscal Luciani con los mismos términos que se usaran para descalificar la tarea del fiscal asesinado, y con el mismo remate: “esto significará el final de su carrera”. 

 

En sus nueve días de alegato, el fiscal Luciani representó con su detallada y precisa acusación a buena parte de la ciudadanía, que hace rato ha condenado a la otrora primera mandataria, sobre todo a estar por las recientes encuestas, que indican que menos de la mitad de sus votantes piensa que no es culpable de las acusaciones que se le formulan, y eso a pesar del relato, del “roban pero hacen” y a todo el andamiaje del discurso construido en torno al lawfare, que atribuye, con la bendición papal, a la maldad de Mauricio Macri el haberla perseguido y desacreditado con un ataque judicial coordinado, en un sistema de justicia en el que la vasta mayoría de jueces ha sido designada por el peronismo. La señora Fernández no se dignó concurrir sino a la primera sesión de acusación y luego “decidió” – prerrogativa que no suelen tener los acusados – no participar del resto de las jornadas destinadas a la acusación, para terminar ayer con su sorpresivo pedido de ampliación de indagatoria, también “decidido” por ella,  que, además de haber sido rechazado in limine por diversas consideraciones procesales, debería incluir una mandamiento de repaso obligatorio de derecho procesal para la acusada y sus asesores legales. 

 

Eso no parece molestar demasiado a la demandada, que hasta el momento se ha dedicado a descalificar a sus jueces, sus fiscales, sus denunciantes, los testigos y la mismísima Corte Suprema, también de mayoría peronista, pero no ha desvirtuado seriamente la avalancha arrojada sobre ella y sus cómplices en las maniobras imputadas. Al contrario, se está amenazando a las autoridades judiciales, al periodismo y a la ciudadanía toda con terribles acciones y sanciones “si la tocan a Cristina”, seguramente una manifestación de la vocación democrática, no fascista ni totalitaria y dialoguista del peronismo. Que sigue clamando por la unidad en momentos de crisis nacional. 

 

En esto, la defensa de Cristina Fernández no es distinta a la de muchos de sus colegas de la Patria Grande latinoamericana, que desde el lado institucional abogan desesperadamente para que la Justicia desaparezca como tercer poder, y pase a ser solamente un servicio de solución de diferendos, robo de gallinas y riñas, más o menos. Cualquier cosa, menos aceptar que se trata de un control sobre el poder legislativo y el ejecutivo, tanto en sus conductas como en el cumplimiento constitucional, mucho menos en su función de última instancia del Derecho Administrativo, que defiende al ciudadano de los abusos del Estado. Basta analizar el engendro constitucional chileno para entender el punto. Es que en la óptica de los bolivarianos y de los fieles de la iglesia de Puebla, efectivamente la Justicia es un incordio, una molestia, tanto cuando controla los abusos de los políticos (inclusive el robo y saqueo o confiscación), como cuando defiende al ciudadano. Por eso muchos libertadores e igualitarios modernos sostienen como Cristina que sólo la historia o el pueblo puede juzgarlos. El mismo pueblo al que se ocupan de embrutecer al negarle educación, aunque juren lo contrario. Aun Uruguay, que se precia de ultrademocrático, sea lo que eso quiera decir, escabulle los delitos de los gobernantes y políticos del área de la justicia, que son juzgados al estilo edad media “por sus pares”, o sea la historia, o sea el pueblo, con los resultados conocidos, o que se prefiere no conocer. 

 

Ayer Graciela Fernández Meijide, la universalmente respetada dirigente, miembro de la impoluta comisión del Nunca Más, que no puede ser calificada - o descalificada- como macrista, ni como neoliberal, recordó que el Fiscal Strassera, que logró la condena de las Juntas Militares, había creado leyes y prácticas judiciales que hacían imposible la idea de un golpe militar, pese a que algunos sectores expresaron su desacuerdo. “Lo mismo hay que hacer con la corrupción” – dijo al analizar este juicio de hoy que Cristina descalifica alegremente. 

 

En cada uno de los 9 días de alegato, culminados ayer poco antes de las 6 de la tarde, la historia y la mayoría popular han juzgado a la señora Fernández. Ni siquiera tiene importancia el pedido de condena a la imputada Fernández a 12 años de cárcel. Ni la inhabilitación para ocupar cualquier cargo de ella y los otros 173 imputados. Ni el pedido de decomiso de todos los bienes robados. Ni el olvido-indulto a Máximo Kirchner. Tiene más importancia lo dicho por el fiscal Luciani sobre el daño que hace la corrupción generalizada y naturalizada a los sectores más necesitados: “por eso todo funcionario de cualquier poder debe rendir cuenta de sus actos ante la justicia”.

 

Sin embargo, la expresidente no será nunca juzgada por sus peores delitos: haber coimeado a sus seguidores y votantes con el populismo rampante, culminando por una simple emisión de papel para pagar dádivas insostenibles e inmerecidas, destrozando el prestigio del país y la honestidad, la identidad y la idiosincrasia colectivas. Haber destrozado las mentes de los niños al deseducarlos, aleccionarlos, adoctrinarlos deliberada y cruelmente. Haber destrozado todo futuro al ahuyentar el trabajo y naturalizar la dependencia del estado como único recurso, haciendo además imposible escapar de la trampa populista. Haber regalado o forzado el regalo de empresas públicas y privadas a sus testaferros con cualquier formato, apoderándose de ellas y compartiendo tanto en el pasado como en el futuro las ganancias que generosamente les regala el Estado bajo su control. Incluyendo los juicios perdidos deliberadamente. Haber horadado la confianza pública en el sistema al capitanear la mafia política, en cualquiera de sus formas, haber devaluado algo más que la moneda: la confianza de cada uno en sí mismo, la dignidad, la vergüenza, el esfuerzo, la decencia y la ética. Por haber entronizado a la mafia narco y la corrupción absoluta y por haber pactado con ellas, azote de las clases más bajas y desprotegidas a quien vendió al mejor postor. Por haber sacrificado los intereses del país en casos de acuerdos con potencias internacionales, y haber cedido interesadamente la soberanía de una parte de su territorio al terrorismo seudo mapuche y seudo originario. Y, sobre todo, haber devaluado la palabra, el honor, la patria, la esperanza, por lírico que esto parezca a esta altura del cinismo. Como cargo adicional, el haber tajeado una grieta que dividirá a los argentinos muchos años y el haber pauperizado a la ciudadanía mucho más allá de lo que cualquier circunstancia interna o externa lo habría hecho, camino directo a la servidumbre. 

 

Como una treta del destino, la imputación denigrante de traición a la patria que no pudo materializar Nisman, ha renacido con los alegatos de Luciani. Las acusaciones formuladas por este fiscal tienen, además de otras caracterizaciones, la fulminante calificación de traición a la Patria, en la Constitución de 1994 en cuya redacción participó la ahora imputada.  

 

-La regla es el estado de derecho. ¡No la corrupción! – Bramó Luciani. Luego hizo un alegato emocionante y contundente, defendiendo el republicanismo y la transparencia de la división y el equilibrio de los tres poderes y desnudando crudamente la corrupción generalizada. “La corrupción no tiene fronteras ideológicas” “Es un privilegio que afecta a los derechos humanos de los más pobres y al estado de derecho en su totalidad”. “Es corrupción o justicia”. Le hizo coro toda la Argentina decente. Nisman no murió en vano. La historia ha emitido su fallo. 

 

 

Publicada en El Observador 16/08/2022




La mano invisible no se incendia

 

Poniendo más impuestos a cualquiera que tenga un capital o un ahorro no se genera ni riqueza ni empleo. Al contrario, se genera más pobreza, como en Argentina.


 

Mientras aún persistía el humo del desgraciado incendio del Punta del Este Shopping que se unía al humo  de las computadoras de los abogados que preparan juicios con cifras inmanejables para repartir de algún modo las culpas y los costos de la catástrofe, los CEOs de Tienda Inglesa y el centro de compras anunciaron sus planes para encarar primero la construcción provisoria de un edificio para albergar al supermercado y simultáneamente para reconstruir o remodelar el Shopping y volver a ponerlo en plena funcionalidad. Simultáneamente, cientos de comerciantes han comenzado a buscar caminos alternativos para continuar su actividad lo más rápido posible, provisoria o definitivamente.

 

¿Toman todos ellos esta decisión urgente y costosa preocupados por sus empleados, que cuanto más dure la parálisis más sufrirán? ¿O por los pequeños proveedores de hortalizas, o por las Pymes que se quedan sin salida segura para sus productos, o por los puestitos de artesanías o de venta de celulares que perderán todo ingreso? ¿O acaso lo hacen por altruismo, por sensibilidad social, por maldonadismo o por patriotismo? ¿O tal vez por los locatarios de sus locales y sus empleados y proveedores que pueden quedar en la ruina? ¿O en favor de la economía regional? 

 

No. Más allá de que cada uno pueda tener los mejores y más nobles sentimientos y compromisos con la sociedad, lo hacen por interés, por egoísmo, si se quiere. El egoísmo de la mano invisible que los mueve a hacer cosas que van en beneficio de la comunidad. La acción humana, que describía más simplemente von Mises. O si prefiere usar un lenguaje más progresista y de Agenda 2030, por ejercicio del simple, vil y sucio capitalismo.  

 

Es ese capitalismo el que hará que el incendio sea sólo una desagradable historia. Pero historia. No es el Estado, ni el gobierno nacional, ni la intendencia, ni la ley, quienes harán que se ponga de nuevo en funcionamiento una esperanza, una razón, una sociedad de voluntades, una dignidad colectiva. Cada vez está más clara la importancia de la creación de más y más trabajo, y no solamente como el mecanismo práctico capaz de sostener el bienestar y la unidad social. Hasta la teoría de Marx desaparece si desaparece el trabajo. Hasta el sindicalismo se vuelve un sistema de explotación del trabajador si no hay suficiente empleo. Sin que ninguna autoridad se lo ordene, el capitalismo va a volver a reestablecerlo y a acrecentarlo. Sin trabajo no hay economía, ni libertad. 

 

Hay quienes creen que, con la posición opuesta, es decir con anticapitalismo, se puede lograr el mismo efecto. Claro que no tienen un solo caso que pruebe su convicción. Tal es el caso del PIT-CNT, que considera que la ayuda del estatal debe consistir en mayor gasto público, mayores subsidios y mayores impuestos, remedio que aplica a cualquier situación, aún a la extinción de incendios, como aquel artesano que sólo tenía un martillo y lo arreglaba todo a martillazos. (O aquel proveedor de tecnología que representaba a una determinada marca de base de datos y la aplicaba a todas las soluciones que vendía)

 

Si el Estado tiene voluntad de ayudar en este proceso, debería hacer justamente lo opuesto: eliminar todo tipo de cargas sociales y otros impuestos que afecte directa o indirectamente a los trabajadores que se empleen con cualquier función u objeto en esta etapa. La evidencia empírica, (la más reciente fue la lucha contra la inflación del odiado Bolsonaro) muestra que este truco es mucho más efectivo que cualquier reclamo de aumento que se ejerza supuestamente en favor de los trabajadores, lo que sólo ahuyentará las posibilidades de una rápida normalización.

 

Por supuesto que nada de eso hará la central ilegal sindical, porque su objetivo no es mejorar la situación del que labora, sino cumplir quién sabe qué objetivos que de ningún modo ayudarán ni al empleo ni a los empleados. Por ejemplo, crear nuevos componentes inflacionarios y deficitarios. 

 

Cualquier ayuda estatal siempre será con desgravaciones, bajando costos de importación, reduciendo impuestos y medidas similares. No se conocen - en el mundo – casos donde lo opuesto haya sido exitoso. Si se quisiera usar de ejemplo el estado de bienestar europeo, suponiendo que aún existiese, se debería aceptar que la columna se transformase en un espacio jocoso. 

 

Es posible alegar por parte de quienes odian este concepto de bajar gastos, impuestos, deudas y déficit, que es demasiado simplista y que se aplica a toda la economía, que florecería si eso se generalizase: sí. Así sería. Y habrá que preguntarse si no es posible sacar alguna conclusión de esa respuesta. La creencia de que la mano supuestamente infalible y supuestamente justa del Estado entrometiéndose en la acción de la mano invisible es el punto en discusión en buena parte del mundo en este momento, en Argentina en especial, basándose siempre en nunca probadas evidencias y en acumulación de emisión monetaria y de mucho relato. 

 

Pero en esta hora de emergencia, donde urge reconstruir lo perdido, tal vez sea mejor dejárselo a la mano invisible. Hace un par de siglos que viene demostrando su efectividad. Siempre habrá tiempo después para quitárselo al capitalismo y redistribuir. 

 





Publicado en El Observador 09/08/2022



¿Seguridad social o Renta básica universal? 

 

La imposibilidad de consensuar con quienes tienen el impuesto como principal proyecto, con sus consecuencias imparables de pobreza, desempleo y expulsión de la inversión 

 

 
















La columna viene sosteniendo tres “pilares” argumentales sobre la reforma del sistema de retiros. El primero es que lograr tal reforma es una misión imposible.  El segundo es que jamás se logrará el consenso imprescindible para una política nacional de largo plazo como implica cualquier cambio de fondo. El tercero es que el presidente Lacalle Pou ha caído en una trampa al impulsar esta reforma, que, además de crear una grieta en la Coalición gobernante, ofrece al Frente Amplio conducido por el PIT-CNT una bandera de lucha falsa e inviable, pero muy efectiva y ganadora con miras a las elecciones de 2024.

 

El anteproyecto que presenta el presidente, basado en las opiniones del comité de expertos, es de por sí complejo, atendiendo al hecho de que se trata de legislar un proceso de transición entre sistemas a ser aplicado con efectos diferentes y crecientes en sus efectos a lo largo del tiempo, muy similar a lo que hizo la emblemática Suecia en los años 90, tras la quiebra de su sistema socialista estatal, no sólo en la jubilación. Y también, como el proyecto sueco, abarca un derrotero de 20s años, plantea mecanismos de mínima y también sistemas obligatorios y optativos adicionales, estatales y privados, resultante inevitable de dos conceptos que conocen muy bien los especialistas: en la actualidad, los sistemas con un cierto grado de sustentabilidad o factibilidad son los llamados de aportación definida, que ajustan vía la llamada tasa de reemplazo, o sea que el haber de retiro no responde en su parte sustancial a una fórmula predeterminada, sino que es una resultante que mantiene el equilibrio financiero del sistema, en el que cada trabajador tiene una llamada cuenta individual o nocional con el monto del que dispone para afrontar el resto de su vida.  También la edad límite de retiro se extiende periódicamente, en consonancia con las expectativas de vida de la población, y aun se puede prorrogar voluntariamente. 

 

Hasta ahí, en apretado resumen, la parte racional del análisis. Pero el oriental no es un sistema jubilatorio. Es un sistema de seguridad social. O sea que un trabajador y su empresa, (en definitiva, todo lo que aporta la empresa es finalmente salario del empleado) sustentan con su contribución no solamente el haber jubilatorio futuro de cada aportante, sino las pensiones de todo tipo, el seguro de enfermedad y paro, las asignaciones familiares, y aún las jubilaciones de quienes no han aportado nunca, más otros 20 conceptos que nada tienen que ver con el retiro. Semejante generosidad forzada tiene varios efectos. Por un lado, salvo momentos muy especiales de altos intereses reales mundiales, (que han muerto) el sistema tiende al déficit, con lo que el estado tiene que hacer fuertes y crecientes aportes para que el sistema no estalle. Con suerte.  

 

Como ya ha analizado la columna, son esas erogaciones no relacionadas con la jubilación los que ponen en crisis el sistema en todos los casos, en la actualidad también. Por eso el anteproyecto está obligado a usar el concepto de solidaridad intrageneracional, o sea una solidaridad obligatoria y oculta que golpea al trabajador aportante y a la propia generación de empleo. Ese criterio es una concesión que puede ser comprensible o no, pero que nada tiene que ver con el sistema jubilatorio. Al contrario. Esto parece esquivarse, o eludirse, con un pequeño párrafo del anteproyecto cuando explica las garantías y consideraciones básicas: “Solidaridad social, conforme al cual las personas que no hubieren generado niveles mínimos de protección recibirán suplementos con cargo a financiamiento fiscal.” O sea que cambia meramente el criterio contable del mismo gasto para no cargarle al jubilado con ese mochuelo, pero mantiene el costo estatal de esa sensibilidad. 

 

La insatisfacción al mezclar los costos de la solidaridad con la jubilación está así garantizada y será creciente con cualquier método. Si, como cree el socialismo marxista local el bache inexorable debe ser zanjado con nuevos impuestos, cualquiera fuere el formato de esas exacciones, ello redundará sin excepción en la pérdida de empleos y en la miseria generalizada, como lo ha demostrado desde la URSS en adelante todo intento de seguir ese camino, pese a la negación de la evidencia empírica de ese discurso. Aún más grave en la óptica de los odiadores de la empresa privada es la supervivencia de las AFAP dentro del sistema, otro concepto que también garantiza la oposición sistémica. 

 

Cuando el expresidente Mujica hace su lacrimógeno alegato en favor supuestamente de los trabajadores, ignora, obviamente de modo deliberado, que el criterio central que el trotskismo del PIT-CNT ha propugnado durante sus 15 años de gobierno delegado en el FA es un mecanismo de expulsión de empleo. El enfrentamiento y el odio hacia la empresa privada, los juicios sistemáticos laborales que permite una legislación antiinversión, el ajuste automático por inflación de toda la economía, que lleva a una espiral que - entre otras causales -  pulverizan cualquier capitalización jubilatoria, el proteccionismo laboral y comercial que torpedea cualquier tratado, la negación de la libertad y la propiedad empresaria, la constante amenaza de nuevas exacciones, la rigidez de negociación a la que se obliga a la oferta y demanda laboral, no son tomadas en cuenta a la hora del llamado sensible y solidario, ni se acepta que el sistema oriental así concebido necesariamente hace que cada ser humano que nazca sea un futuro desocupado, acreedor de un subsidio. 

 

Cuando Mujica habla de la necesidad de crear un fondo para garantizar las jubilaciones, apela a la deliberada ignorancia dialéctica que utiliza el marxismo desde su negacionismo engeliano fundacional. Esos fondos a los que hace vaga referencia se conformaron por una o varias razones: por un superingreso como el caso del petróleo noruego, por aportes de los propios trabajadores manejados inteligentemente por algún sistema independiente de inversión, imposible de pensar en un mundo de tasas de interés real negativas, o por las confiscaciones de fondos de empresas del estilo AFAP, como el caso del robo de las AFJP argentinas. ¿En qué nuevo impuesto piensa Mujica? ¿Qué confiscación sugiere? ¿Cómo imagina constituir ese fondo imposible? Cualquiera de esas variantes hará que, para evitar el indeseado escenario de un país poblado de “viejos menesterosos” se termine prohijando un país lleno de menesterosos de cualquier edad y condición, que parece ser su camino preferido y su objetivo final.  Igual que el del kirchnerismo argentino gobernante, que ha hecho algo similar con su manoseo jubilatorio, y aún de seguridad social, con resultado mucho más empobrecedor que cualquier otro formato existente o razonable que se pueda imaginar. 

 

No hay consenso posible, porque la oposición frenteamplista, o sindicalista, da lo mismo, no quiere consenso alguno. Ni admite la necesidad de una mejor, continua, moderna y redentora educación que se ha ocupado de negar prolijamente a la sociedad.  Sólo quiere consensuar un mecanismo de más y más impuestos que haga que toda la sociedad subsidie un sistema laboral y de seguridad social que la llevará a la ruina. O para ponerlo de modo más comprensible y actual, quiere transformar el sistema jubilatorio en un mecanismo de Renta Básica Universal, en la línea central de pensamiento de lo que se conoce como Agenda 2030, el plan de socialismo fracasado que ahora intenta lo mismo de siempre con otras excusas y otros métodos. Lo que se “consensuaría”, en consecuencia, es quién se hará cargo de pagar semejante subsidio creciente y eterno. 

 

 


 




Publicado el 02/08/2022 en El Observador


Reforma previsional, tratados y democracia

 

Un consenso imprescindible que no se logrará, pero intentarlo costará caro al gobierno

                                                                                                                                                                                                  




















La visita del presidente Lacalle Pou a la sede del Frente Amplio para entregar el proyecto de reforma a la Seguridad Social se inscribe en una tradición democrática de tolerancia y diálogo que debería ser preservada como un tesoro nacional. En la práctica, es impensable que, más allá de las formas, la alianza regida por el PIT-CNT apoye las reformas, las acompañe y las vote para hacer de ese paquete legislativo una política nacional, como aspira el primer mandatario. 

 

Sin intentar un análisis de la reforma, que no es el objetivo de esta nota, no hay chances de que el Frente acepte semejante propuesta, ni
siquiera parcialmente, como se empezó a ver ayer en las declaraciones de su controladora, la central obrera sin personería. El principio rector de esa fuerza política consiste en mantener y aumentar el gasto del estado y financiarlo vía impuestos a la comunidad productiva, con lo que todo lo que reduzca el déficit fiscal se opone a lo que se podría denominar su ideología, que no excluye el fomento del resentimiento hacia cualquier manifestación de ahorro o riqueza, a la que se culpa de cualquier pobreza o inequidad sin ninguna prueba, pero que sirve de justificativo para el expolio subsiguiente vía gravámenes diversos. (Hasta su remedio a la inflación se basa en exacciones) 

 

Aunque la razón principal es que el FA no se privará de un fantástico instrumento de campaña, una bandera ganadora como es el oponerse a la reforma en nombre de los derechos adquiridos, del no aumento de la edad de retiro, de la necesidad de proteger a los trabajadores del estado o alguna otra causa supuestamente sagrada, como su odio por las AFAP. El aumento de gastos es un instrumento vital para la hoy oposición. Casi su objetivo central, que le permite proponer un nuevo impuesto para solucionar cada problema que plantea. Con las ventajas de atribuirse el derecho y el conocimiento para administrar la redistribución. Basta recorrer sus posiciones y reclamos desde el comienzo de este mandato. 

 

De modo que, ya sea abiertamente o con una catarata de contrapropuestas neutralizantes o ruinosamente deficitarias supuestamente técnicas, (a ser resueltas con nuevas cargas impositivas) la propuesta tiene grandes probabilidades de ser rechazada. Cumplirá igual función – o mejor - que el referéndum por la derogación de la LUC, que con argumentos sumamente débiles fue muy exitoso en resucitar y revitalizar a una alicaída concepción socialista y ponerla en carrera nuevamente. Incluyendo más movilizaciones populares, paros y huelgas, esta vez.  Las motivaciones del gobierno y su oposición no son las mismas, más allá de las declamaciones. El PIT-CNT-FA sólo quiere retomar el poder. Como se ha sostenido en esta tribuna, el gobierno está regalando una bandera de lucha fenomenal, que de todas maneras no será consensuada. 

 

Algo muy parecido ocurrirá con el tratado comercial con China, o con cualquier contraparte importante. Un TLC implica cambios en los sistemas laborales, fiscales, impositivos, aduaneros, que son sencillamente insoportables para el trotskismo y anexos con sus mil apodos que conforman el socialismo. No solamente la libertad comercial (y otras) se chocan con su esgrimida ideología, sino que amenazan el monopolio ilegal y arbitrario que el PIT-CNT ejerce sobre el sistema laboral, los trabajadores y la propia ley de oferta y demanda de trabajo, y a su socio no declarado, el proteccionismo tanto de empleo como de comercio que termina siempre por enriquecer a pocos y por sabotear al mismísimo empleo, como se ha probado hasta el aburrimiento. 

 

Otra bandera de oposición, otra valla en el sistema que se precia de democrático a ultranza, de dialoguista y patriótico, a veces contra toda evidencia, a veces una simple expresión de anhelo. 

 

En todos los casos, las consecuencias de su intransigencia y su insistencia en acumular déficits y desequilibrios fiscales son resueltas por el Frente con propuestas de aumentar los impuestos, en especial su target preferido: los ahorros de uruguayos en el exterior, que cree – o dice creer – que no afectará la inversión ni las decisiones de radicación futuras. Un buen modo, de paso, de conseguir el apoyo o la tolerancia de otros sectores que no se sienten amenazados por el impuestazo, o que satisfacen su resentimiento. Y aquí una sutileza no menor. En un momento de bajos rendimientos mundiales para cualquier ahorro, el FA no piensa en gravar las ganancias, como dice el fatídico FMI, sino directamente en gravar las tenencias, es decir en confiscar lisa y llanamente patrimonios. Por supuesto que las alícuotas varían según lo que se precise, y por supuesto que a medida que se necesite más seguirán aumentando, quién sabe hasta qué límites. Si los hubiera. 

 

Esta idea (retórica, de simple relato) de que ese tipo de impuestos manoteadores no afectan las decisiones de inversión futuras, es la que muchas veces hace comprender mal o no querer comprender lo que ocurre en Argentina. Justamente las cargas impositivas sobre patrimonios dentro y fuera del país son uno de los faros que alertaron sobre el peligro de un sistema de odio y ataque al capital que implicaban y llevaron a la pérdida de crédito e inversiones.  Cuando se atribuye la grieta argentina al temperamento, a la necesidad de impunidad, a la maldad o a la psicopatía de la señora de Kirchner, se elude la verdad odiosa de que la grieta del país vecino es económica. O más precisamente impositiva-inflacionaria, o de exceso de gasto. El mismísimo campo, víctima del vampirismo peronista y enemigo recíproco del movimiento, votó a favor de Cristina cada vez que ésta bajó su impulso confiscatorio sobre su producción. Basta leer las cifras. 

 

La grieta argentina es nada más que la negación de una parte de la población a tener que pagar con su esfuerzo, su trabajo, su riesgo, su ahorro, su vocación de trabajar y producir el subsidio permanente y creciente a otro sector de la población, cada vez más grande, que se cree en el derecho de vivir de la otra parte, a quién apoda “el Estado”. La grieta no es voluntaria. No es inducida.  No es ideológica. Es la oposición al relato tramposo de que la democracia es un sistema de reparto forzado de ingresos entre los que producen riqueza y los que no hacen nada. 

 

Menudo problema para el gobierno. Sabe que tanto la reforma previsional, como los TLC, como la imprescindible reforma educativa, requieren de un mínimo consenso político para poder implementarse con la potencia y la continuidad necesarias. Al mismo tiempo, sabe que lograr ese consenso es imposible sin desvirtuar los objetivos principales de esos cambios. 

 

La democracia es la mayor arma en contra de la democracia. Cada uno puede ponerle a esa afirmación el rótulo que desee. 

 

 




Publicado en El Observador 19/07/2022


Mercosur o Mercochina

 

Cuando se analizan los pro y contras de un tratado con la potencia asiática, se debe tener en cuenta las no-opciones de que dispone el país 




 















La determinación casi personal del presidente Lacalle Pou de avanzar en el tratado de libre comercio con China genera críticas, miedos y reservas, que se advierten en los medios, en las declaraciones públicas y en las charlas privadas con los distintos factores. Es algo difícil, sin duda, complacer a todos los sectores o subsectores en decisiones de este tipo, en cualquier lugar, en cualquier época, en todas las coyunturas. Por eso siempre tienen un alto costo para quienes las impulsan, aun cuando los resultados terminen siendo beneficiosos para toda la sociedad. Esto no es una afirmación caprichosa, sino una observación basada en la evidencia empírica de los últimos 50 años, tan odiosa para los ideólogos de todo tipo. 

 

Habrá que comenzar por preguntarse cuáles son las otras opciones que tiene Uruguay en este momento de la historia y qué es lo que los dirigentes y representantes consideran que le conviene a la sociedad oriental, ya que la idea de hacer una asamblea tribal y proponer votar a mano alzada cuál es el camino a tomar no parece haber conducido a los pueblos a ninguna mejora en su estatus a lo largo de los siglos. Tampoco a ninguna coincidencia. 

 

La primera opción sería no cambiar nada, y esperar que la casualidad o el Mercosur determinasen el futuro de la economía y el bienestar del país, ya de por sí suficientemente dependiente de situaciones y decisiones exógenas. Si se descarta la idea de rifar a la lotería el futuro, queda sólo la opción del acuerdo regional vigente. No hace falta mucho argumento para entender que el Mercosur ha devenido en un ente burocrático, de uso político, proteccionista y secuestrado por la industria automotriz y algunos otros sectores empresarios privilegiados, que impide e impedirá toda competencia, ergo toda independencia, ergo toda libertad. Basta repasar el contenido de los medios de todas las tendencias en los últimos 10 años para encontrar consenso absoluto sobre la fatídica decisión 30/00, opiniones que en muchos casos parecería que fueron simples bravatas. 

 

La conformación poblacional, el tipo de producción-exportación de bienes  primarios, con un escasísimo valor agregado y la imposibilidad de crear trabajo auténtico acorde a la cantidad de habitantes, muestran claramente que los sectores productivos y sus trabajadores, deberán ser sometidos a sacrificios y exacciones para mantener al resto de la población, lo que además de ser injusto es una solución de patas cortas, por lo que tantas veces se ha probado: el desestímulo a la producción se traduce en muy corto plazo en una reducción de sus ingresos hasta que no hay nada para repartir.  Y cuando se acaba el reparto – siempre se acaba – la resultante es el coeficiente Gini cero, o sea la miseria generalizada. 

 

Para ofrecer un solo ejemplo, en momentos en que se analiza el sistema jubilatorio, justamente el problema mayor es la imposibilidad de incorporar más aportantes al sistema, porque si se forzara el crecimiento poblacional, o sea la oferta laboral, se produciría más pobreza frente a un sindicalismo tan proteccionista como las empresas, que garantiza la imposibilidad de crear trabajo adicional con sus rigideces, juicios y supuestas defensas de supuestas conquistas, que no existen en el mundo real, como se ve a diario. 

 

Eso es no hacer nada, o hacer poco. Subsumirse en una telaraña dinámica que conduce al achique. Aquí sería bueno repasar los libros de una indiscutida autoridad en comercio internacional, Douglas Irwin, el profesor de economía del Dartmouth College, que analizan con abundancia de evidencia empírica y datos fríos el proceso de libre comercio mundial y prueban que la apertura comercial es, como dijeron los grandes economistas, la base de la riqueza de las naciones.   

 

Cuando se habla de la actual coyuntura se suele olvidar que siempre hay una permanente coyuntura. Nunca nada es lineal, sobre esa incertidumbre y sobre la institucionalidad y capacidad de cada país es que se construyen las políticas de estado, que son en definitiva el futuro. Estados Unidos, otrora el paradigma indiscutible del capitalismo, la libertad y el progreso, hoy rechaza con asco la posibilidad de competir y de cualquier tratado comercial de cualquier tipo. Lo viene haciendo con claridad desde 2015, o desde 2001, si se prefiere. Las decisiones norteamericanas han ido evolucionando crecientemente en contra de la globalización, que permitió salir de la ignominia de la pobreza a tantos descastados de tantos países de producción primaria. Uruguay perdió la oportunidad de firmar un tratado de fondo cuando el Pit-Cnt impuso su ideología a su controlado Frente Amplio y forzó al presidente Vázquez a dejar pasar la oportunidad. Hoy Estados Unidos avanza a un proteccionismo del estilo rooseveltiano-keynesiano posguerra, que sumió a la humanidad en la década de la terrible depresión. (También sobre esta calamidad se explayó en el análisis Irwin)

De todas maneras, es probable que, si se hubiera firmado, Trump habría repudiado ese acuerdo y obligado a renegociarlo, como ocurrió con el NAFTA y el Tratado Transpacífico.  

 

Europa, desangrada por la incompetencia de su burocracia, es enemiga comercial de Uruguay, no amiga. Soñar con un tratado que es rechazado por la mitad de sus miembros es peor aún que no hacer nada, porque se estará esperando un imposible, tanto en lo institucional, como en lo económico, frente a una comunidad que ha visto desaparecer en un instante su potencial de demanda y su ficticio estado de bienestar. 

 

Tan pronto como se anunció la posibilidad del sinotratado, apareció también el doble temor del enojo de las potencias internacionales y del enojo de los socios del Mercosur. ¿Cuáles potencias internacionales?  ¿Cuál Estados Unidos? ¿El de Clinton o el de Trump-Biden? ¿El que abrió su economía al mundo o el que la cerró? ¿El que condenó a Venezuela o el que ahora descubre que Maduro no es tan dictador porque le conviene que le venda petróleo? ¿El que juró erradicar del mundo al “principito” saudí que asesinó a Khashoggi o el que ahora saluda con sus golpecillos de falanges tiernas al homicida porque le conviene que su país produzca más petróleo? ¿El que forzó a su aliada Europa a transformarse en el arma comercial contra Rusia y ahora la ve languidecer como su Euro? ¿O acaso el EEUU que duplicó inflacionariamente su base monetaria en un año y medio para combatir los efectos de un aislamiento pandémico que el partido demócrata usó ideológicamente también como escudo proteccionista? 

 

¿O el Estados Unidos que dejó colgados del pincel a sus aliados en Afganistán, o el que sigue impulsando sanciones contra Rusia que pagan caro sus aliados como Europa? ¿O el de su cómoda posición bélica de “animémonos y vayan”, sin muertos ni riesgos propios? Difíciles decisiones para un país tan pequeño como Uruguay, con una feroz oposición interna que está en contra de todo, hasta contradictoriamente, si se releen las viejas declaraciones. 

 

¿Qué ofrecen las grandes potencias occidentales como alternativa para impedir lo que se esgrime hoy como un tratado molesto? Nada. Ni siquiera la zanahoria y el garrote del otro Roosevelt. Sólo garrote – temen algunos. Y sostienen que pactar comercialmente con China es someterse indefectiblemente a sus órdenes y pasarse a su bloque. Un desprecio por el propio discurso de soberanía sostenido a lo largo de casi dos siglos. Y por el discurso de honestidad dirigencial. Y aquí vale la pena volver a leer en detalle la nota del Financial Times publicada en El Observador la semana pasada: “No, la economía mundial no se está dividiendo en bloques geopolíticos” donde se explica mejor que aquí el contexto político internacional. 

 

 

Otro miedo que se agita es la posible reacción/sanción de los socios del Mercosur. ¿Qué Mercosur? Y ¿qué socios? ¿Los que echaron a Paraguay y cobijaron a Venezuela? ¿Los que crearon una unión aduanera proteccionista y automotriz que saquea a los consumidores y beneficia a pocas empresas y a algunos sindicatos? ¿Los que apoyaron el inútil y costoso Parlasur o los que apoyaron la UNASUR?  ¿Argentina? ¿Cuál Argentina? ¿La de Macri o la de Cristina? ¿La Argentina abierta al mundo o la del cepo fatal? ¿La que intenta ahogar a Uruguay secando la Hidrovía o la que quiere hacer un gran puerto común en Montevideo? ¿La que vende soberanía a China y Rusia, la de los puentes cortados? ¿Cuál Brasil? ¿El de Bolsonaro o el de Lula? ¿El que ofrece qué alternativas para Uruguay? ¿Y qué seguridades? 

 

En un largo momento de proteccionismo mundial, los países que más sufrirán son los de producción y exportación primaria, como ha sucedido siempre.  Y entre ellos, sufrirán todavía más los que no avancen en un camino de apertura comercial, seriedad fiscal, reducción de impuestos, libertad sindical y flexibilización laboral. 

 

Por supuesto que el camino que luce más seguro es el de no hacer nada. O hacer muy poco. Pero ese camino tendrá el resultado descrito. Nadie, mucho menos esta columna, sabe cuál será el devenir de la economía ni de la política mundial o nacional. Pero sí es posible predecir cuál será el resultado de continuar como hasta hoy.  En esa línea, el gobierno, el presidente en especial, tienen la dura misión de tratar de encontrar un camino. La historia y el destino saben que esa misión es ingrata, dura y siempre solitaria. Algo que han sabido todos los líderes de la historia, o los que intentaron serlo. 

 

China es hoy la única opción de crecimiento y bienestar que tiene Uruguay. La otra opción es falsa. Es la confiscación impositiva y el reparto hasta que alcance. Las otras potencias no están disponibles para ningún acuerdo que no sea inmolar a sus supuestos aliados comercialmente, como se inmola hoy Ucrania bélicamente. Los orientales siempre pueden elegir, claro. Habrá que esperar que no confundan prudencia con mediocridad.