Publicado en El Observador  15/03/2022



La inflación, la herramienta del populismo, y del neomarxismo

 

Gobernantes cada vez más incapaces y cada vez menos honestos, manosean este fenómeno monetario como único recurso

 





















Es sabido que los reyes y déspotas de todos los tiempos financiaban sus guerras, sus cortes disolutas y sus caprichos, con impuestos e inflación. Con el paso del tiempo los políticos, finalmente herederos del estado monárquico, comprendieron que la inflación era una herramienta mucho más efectiva y fácil que los impuestos, evitaba tomarse la molestia de recaudarlos, rendir cuentas, hacer complicados cálculos presupuestarios y - a medida que se fue imponiendo la odiosa figura de los parlamentos que limitaban el poder real - de conseguir la aprobación de leyes que crearan nuevos impuestos o aumentos de los existentes. La inflación es un impuesto que no requiere ninguna aprobación de las cámaras. 

 

También es sabido que toda inflación es siempre fruto de la falsificación. Desde el tiempo en que los reyes alteraban la ley de sus monedas, o sea el valor intrínseco, reemplazando sus metales por otros de menor valor, haciéndola más pequeñas, agujereándolas u otros recursos creativos. 

 

Pese a que se han intentado e inventado varias explicaciones sobre el origen de los procesos inflacionarios, como si fueran eventos meteorológicos, multicausales o exógenos, no existe un solo ejemplo en toda la historia en que se haya registrado una inflación, o sea un aumento generalizado de precios, o sea una desvalorización de la moneda, que no haya sido precedida por un aumento en la cantidad de moneda circulante en un país o en la velocidad de circulación de esa moneda, en ambos casos, creadas por el estado, vía emisión o regulación de la tasa de interés en algún sentido. Cuando por ejemplo se acusa a los supermercados o a los productores de crear inflación, además de no entender técnicamente el proceso, se omite preguntarse por qué semejante fenómeno no ocurre sino en los países en que previamente se han creado esas condiciones, es decir emisión o regulación gubernamental de la tasa de interés. 

 

La inflación es también funcional a los burócratas gobernantes modernos:  coincide con el relato con el que han convencido a tantos de que son capaces de crear bienestar, felicidad, igualdad y sobre todo, lograrlo sin estudiar, trabajar, tener éxito en algo ni esforzarse. Emitir crea una sensación de solución instantánea, sin requisitos previos, de inmediatez de redistribución y equidad, de bienestar exprés sin ninguna espera ni esfuerzo ni ahorro ni trabajo ni éxito ni tiempo. La inflación es siempre y en todo lugar, además de un fenómeno monetario, un fenómeno populista. Y aquí vuelve a ser importante recordar la embestida de Frederik Hayek en su prédica contra la fatal arrogancia de toda burocracia gobernante, con cualquier ideología, que creían que con una planificación central organizada se podía reemplazar las decisiones de la sociedad, o sea de la acción humana. Su libro “Camino de servidumbre” inaugura brillantemente esa crítica. 

 

Casi todos los gobiernos, con cualquier signo, padecen de algún grado de populismo, siguiendo la definición de Fukuyama: “cuando el gobierno coimea a la ciudadanía”. La esencia de ese populismo es la instantaneidad, el aparente logro inmediato y urgente, ningún mérito ni éxito previo, ningún esfuerzo, la inmediatez de satisfacer aparentemente todas las necesidades y demandas. Como la avalancha de impuestos que eso significaría, y su efecto paralizante y mortal sobre cualquier economía, termina implosionando hasta la miseria, el camino que suele elegirse es el mismo que el de los reyes: falsificar la propia moneda, o sea gastar y complacer gentiles pedidos y financiarlos con emisión, o sea con inflación. Que sigue el mimo camino, pero que es más difícil de notar. 

 

Fue el marxismo y sus entenados quienes hicieron creer esa premisa del bienestar automático, aunque nunca probó su promesa cuando gobernó y terminó conduciendo a sus pueblos a la miseria y a la dictadura. Pero su prédica posterior, la del neomarxismo, resultó exitosa, y convenció a los pueblos de que la utopía es posible. Eso condicionó el accionar de los burócratas de todas las ideologías cuando fueron gobierno. Los pocos que no lo hicieron, en su momento, fueron llamados estadistas, pero hoy serían despreciados por los votantes. La inflación es el otro nombre de esa utopía. 

 

Cuando la economía es pequeña, el efecto se suele notar muy pronto, con lo cual la sociedad reclama compensación por la inflación que le quita poder adquisitivo (nunca reclama bajar el gasto que generó la emisión sin respaldo) y los burócratas complacen ese reclamo aumentando los sueldos, subsidios y otros ingresos, y con ese segundo acto de populismo no sólo convalidan el proceso inflacionario, sino que inician una espiral imparable. 

 

En el caso de las grandes economías, como ocurre con la norteamericana, ocurre lo mismo, pero el resultado se retarda porque su moneda es usada como reserva de valor y ese efecto de emisión se reparte, con lo que tarda hasta que alguien o algo pone en evidencia que el rey está desnudo, en cuyo caso se producen las famosas burbujas, que se suelen corregir creando nuevas burbujas, hasta que todo el mundo se da cuenta de que estuvo jugando con cartas marcadas, o ahorrando dinero falso. 

 

A esto se suma el enriquecimiento de las clases gobernantes, la Nueva clase universal a la que tantos aspiran acceder. Y acceden. La debilidad que implican las ambiciones personales de todo tipo, también los obliga a complacer a los votantes, a cualquier precio. El resultado que satisface todos los requerimientos es la inflación. Por un rato. Hasta que estalla. Eso obliga a encontrar excusas y explicaciones para justificarla. Que, por supuesto, siempre se adjudica a terceros malos y especuladores, y se amenaza con perseguirlos o exterminarlos, a sabiendas de que nada de eso será efectivo, pero sirve para sacarse la responsabilidad. Un cómodo desconocimiento del funcionamiento de la economía, pero bastante efectivo políticamente. Por supuesto es intolerable la idea de combatir la inflación con una recesión moderada, el único método posible conocido hasta ahora. 

 

 

Otro mecanismo para explicar la inflación siempre autogenerada por gobierno y pueblo, (pueblo de todos los niveles y en todos sus formatos, claro) es la apelación a las calamidades: pandemias, catástrofes climáticas pasadas y futuras, guerras, invasiones, indignaciones, dictadores, Big Brothers, miedos, luchas en pro de la democracia, en defensa de la soberanía y otras causas sagradas. Casi no importa si esos motivos son reales o no, o si efectivamente se logran o no. Importa la verbalización, el relato, crear la sensación de exogamia, como si la inflación fuera una granizada, o una inundación, siempre atribuible a un cambio climático que también sirve de excusa multiuso. 

 

Al ser un mecanismo facilista y que no requiere ninguna habilidad, sacrificio ni honestidad de nadie, en especial de los gobernantes, la inflación es entonces el disfraz preferido de la mayoría de los políticos modernos, que la usan como herramienta. Basta leer las declaraciones prepandémicas de Janet Yellen, la secretaria del Tesoro estadounidense, cuando anticipó que usaría la inflación para crear más empleo, marcando la línea que luego siguió y sigue el presidente de la FED, el obediente Powell. La admonición de Friedman ha sido cuidadosamente transformada en una teoría. En una de dos bibliotecas, aunque nadie sabe cuál es la otra. 

 

Para el neomarxismo, además de servirle porque da la sensación a primera vista de que se puede cumplir el paradigma paradisíaco (perdón por la contradicción) de la ensoñación de su creador, y con ello jugar una baza que condiciona cualquier planteo serio, cumple dos funciones centrales. La primera es obedecer el mandato póstumo de Marx, de aniquilar al capitalismo con su misma herramienta y sus reglas, justamente licuando su moneda hasta la nada. La segunda, generar, vía la destrucción de la moneda, es decir de la riqueza y el ahorro, el estado de pobreza generalizada sin esperanzas, el ansiado coeficiente Gini cero, la ausencia de toda expectativa, que lleva a la mansedumbre de las masas, el verdadero comunismo. La dependencia absoluta del estado. 

 

Si se analizan todas las declaraciones de todos los gobernantes del mundo, con cada vez menos excepciones, no puede caber ninguna duda de que ello está ocurriendo y culminará en breve. 

 


 

 

 

 

 



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Publicado en El Observador 08/03/2022



¿Vamos ganando?

 

La guerra estúpida y cruel desatada por Putin ya ha provocado daños colaterales irreversibles en Occidente con las sanciones económicas a Rusia, además de la resurrección de Biden




 

 













Para comenzar con una conclusión, es imprescindible comprender que toda invasión armada a un país pacífico es, conceptualmente, un crimen de guerra. Todas las atrocidades que se puedan cometer a continuación de semejante paso son agravantes, indignantes o repugnantes, pero están incluidas en la terrible calificación desde el vamos. 

 

Ya se ha dicho en este espacio que la dependencia europea y en especial alemana de Rusia y sus combustibles fue un error estratégico de inaceptable inocencia, agravado por la urgencia conque se pactó el acuerdo climático, sin tener ninguna alternativa viable en lo inmediato.  Recuérdese que Alemania acaba de desmantelar la última de sus usinas nucleares. Eso fragilizó la economía europea y occidental, como se está viendo, y le dio armas y coraje a la locura putiniana.

 

Las sanciones económicas y financieras contra Rusia parecen uno de los pocos caminos existentes, descartada la opción nuclear, por razones obvias. En algún momento, luego de esta tragedia, se deberá analizar la compleja red de acontecimientos y acuerdos que posibilitó el acceso y desarrollo del armamento nuclear después de la guerra fría a países que eran percibidos como enemigos potenciales o al menos como rivales impredecibles e inestables, con regímenes opresivos o nada democráticos, proclives a reacciones bárbaras sin el contrapeso del control democrático de sus pueblos. Recuérdese a Irán, con quien EEUU está a un paso de prorrogar su acuerdo-capitulación.  

 

La suma de debilidades previas tanto en el sistema financiero de occidente como en la dependencia energética y alimentaria de Rusia y la laberíntica relación que la globalización comercial de las últimas tres décadas generó, hacen que esas sanciones - que indudablemente complicarán gravemente la economía rusa - también explotarán en Occidente, como todo daño colateral de cualquier decisión bélica. Si Rusia dejara de suministrar gas y petróleo al resto del mundo, como parece, fuere por un acto de retaliación o por bloqueo a las compras de esos fluidos por parte de Estados Unidos y sus aliados, ya sea por el boicot del Congreso o de sindicatos u otros espontáneos que se niegan a operar barcos del ahora enemigo, causará fuertes daños a la economía del llamado mundo libre. 

 

La primera consecuencia es la alta y continua inflación en dólares, que seguirá creciendo y que amenaza con provocar la temida estanflación y empobrecer al resto del mundo. Para que se entienda mejor, la largamente anunciada devaluación del dólar y del euro. Un objetivo que Estados Unidos y Europa vienen persiguiendo desde hace un cuarto de siglo, desde que decidieron resolver cualquier clase de problema, emergencia, desfalco o pandemia con pura emisión. Basta leer las series de la emisión monetaria para comprender que en realidad esa devaluación se produjo hace muchos años, en el momento mismo de emitir. (Ver von Mises) Esto se agravó con los mecanismos erróneos conque se trató de paliar el también erróneo aislamiento universal conque se intentó combatir la pandemia. Sólo desde marzo de 2020 la base monetaria estadounidense se aumentó en 40%, y las compras de bonos del estado y de bonos privados siguen aún en pleno funcionamiento, (más emisión) mientras la tasa de interés sigue siendo ridícula y gravemente nula. Por rara paradoja, los efectos financieros y económicos de este ataque ruso van en línea con la política de estado norteamericana, de proteccionismo, devaluación, tasa cero y “compre americano”, que permiten casi sin margen de error pronosticar un resultado muy parecido al del New Deal de Roosevelt, que sembró la miseria y el hambre en el mundo por tantos años. 

 

Para contextualizar, algunos analistas de renombre de los principales bancos del mundo están recordando a sus inversores que en 2030 EEUU no tendrá suficiente recaudación más que para pagar sus intereses de deuda y sus gastos de defensa. El resto será todo déficit. 

 

Frente a este panorama, la FED promete, apretándose la nariz, un aumento irrelevante y tardío de 0.25% de las tasas, lo que anticipa una inflación sostenida, firme y creciente, como establece la teoría económica. Aún no se ha derogado el axioma de Milton Friedman: “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”. También curiosamente, esa inflación y licuación de deuda, capital e inversión coinciden con la prédica-profecía del Gran Reseteo socialista, que no es más que la pobreza universal, como modo de evitar la comparación y eliminar las inequidades al estilo Procusto. 

 

Resulta en este sentido aleccionador analizar lo que está ocurriendo con la imagen del presidente Biden. Hasta un minuto antes de la invasión, aun sus partidarios lo acusaban y culpaban por la inflación, el gasto, la emisión, la demora en subir las tasas, el plan elefanteásico de obra pública, que harían perder la elección de medio término a muchos demócratas. Los gritos contra la emisión y los efectos en Wall Street repercutían en todo el mundo. De pronto, la inflación pasa a ser un efecto colateral tolerable y comprensible, naturalizado, imprescindible para luchar contra el enemigo asesino y salvar al mundo. Biden se convierte en un líder heroico (pese a que los muertos y mártires son ucranianos) que se alza contra el zar despiadado, ladrón y nazi y sus políticas, además de aplaudidas, son la única arma posible contra el mal. Hasta los republicanos lo aplauden. Y por supuesto, ningún estadounidense muere. 

 

Imposible no recordar la aproximación hollywoodense de los norteamericanos a quienes percibe como enemigos. Una lucha entre el cowboy bueno y el cowboy malo, entre Superman y Luthor, Batman y el Pingüino, los Jedi y los Sith. Harry Potter y Voldemort en su versión británica. Imposible no recordar la reclusión en campos de concentración benignos de los residentes japoneses en la segunda guerra, o el macartismo convenientemente olvidado. La indignación por el ataque de Putin, si bien absolutamente justificada, también funciona como el miedo o el odio, y sirve para manipular a los pueblos, como enseñara Orwell en su novela-alegato 1984

 

En un enfoque más técnico, para contextualizar, algunos analistas de renombre de los principales bancos del mundo están recordando a sus inversores que en 2030 EEUU no tendrá suficiente recaudación más que para pagar sus intereses de deuda y sus gastos de defensa. El resto será todo déficit. 

 

Por eso en las entregas anteriores se dijo aquí que toda guerra es mundial, porque las consecuencias de la agresión o de la respuesta a esa agresión son siempre universales, hoy más que nunca. Cualquiera fuere el resultado de esta guerra iniciada por un delirante suicida, Estados Unidos, y con él Occidente, al apretar el botón de estas sanciones acaso también han apretado el botón de la decadencia final del capitalismo. Un misil parabólico bumerang. 

 



Publicado en El Observador, 01/03//2022


El peor momento del siglo XXI

 

Una suma de decisiones erróneas políticas y económicas en el siglo, culminando con las más recientes, pavimentaron la agresión rusa y universalizarán sus efectos

 

 



















Disclaimer: el autor de esta columna ha voceado por todos los medios su solidaridad y apoyo a Ucrania ante el ataque invasor ruso, que desprecia su soberanía y pretende avasallarla y anexarla a su cacareado imperio con métodos que retroceden a la barbarie. El ucraniano es un pueblo trabajador, productor, campesino, dicho con todo orgullo, y también con una elite de científicos que fueron la envidia del imperio de la URSS y que desarrollaron su energía atómica, tanto bélica como tecnológica. Por la maravillosa inmigración europea que enriqueció al Río de la Plata, los ucranianos también son compatriotas de argentinos y uruguayos. De modo que no hay otro lugar dónde pararse. 

 

Pero la misión de este espacio - o al menos su pretensión – es analizar, desbrozar, expurgar la realidad y ofrecer su óptica fría de los hechos y sus consecuencias, con todo el grado de error que esa tarea supone. Con tal criterio se encara el análisis. 

 

Para medir la gravedad del momento y del futuro, es útil la tapa falsa de la revista Time, que muestra la cara de Putin mimetizada y photoshopeada en parte con los rasgos inconfundibles de Hitler, un meme trágico y ominoso, que mira al futuro con una negra perspectiva. Por supuesto que no hay derecho en esta instancia a pensar que el neozar de la KGB tiene la maldad y perversión del monstruo austríaco, ni su psicosociopatía asesina incorporada y planificada. Pero las características de Lebensraum y Blitzkrieg que muestra este ataque hacen considerar como posible la reiteración de anexiones sucesivas que fueron la estrategia nazi en la previa de la segunda guerra. Eso garantiza que sus agresiones y desprecio por el Orden Mundial no han terminado. 

 

Ese mesianismo de Putin sólo es posible por la renuncia explícita a la tarea de rector de ese Orden Mundial que viene pregonando y practicando Estados Unidos desde 2000 en adelante, tanto en las declaraciones y decisiones políticas como en la práctica, en especial económica. Para comprender que se trata de una política de estado norteamericana, no una posición partidista, habrá que recordar que el presidente Trump fue el mayor crítico de la OTAN, a quien amenazó con dejar sin su aporte de fondos. La misma OTAN que ahora parece ser clave tanto en el origen del ataque como en la resolución del mismo. Doble estándar que los perversos saben leer muy bien para elegir el momento.

 

También importa aceptar y sopesar la debilidad del sistema Capitalista, que hace más de 20 años, con la jefatura y el ejemplo estadounidense y su banco central no independiente, la FED, no sólo viene tolerando las burbujas de exuberancia irracional que denunciara su presidente Greenspan cinco minutos antes de ser amonestado y de callarse para siempre, como bien describe él mismo en su biografía, sino que toleró y aun fomentó el crecimiento exponencial de las deudas de los estados, las empresas y los particulares, hasta destruir virtualmente el paradigma capitalista. También ha descubierto, dicho en tono de desaprobación técnica y escarnio, las ventajas de una conveniente emisión-inflación para resolver cuanto problema se le presentare. Así ocurrió con la masiva estafa del fondo de los premios nobel, el LTCM, que no solamente no terminó con nadie preso, sino que se resolvió con emisión y subsidios, y con todas las crisis sucesivas, desde el pinchazo de la burbuja hasta la pandemia, pasando por la otra gran estafa de las hipotecas subprime. Por supuesto que Europa, en su diarrea socialista, se plegó siempre a estas supuestas soluciones, que, en términos futboleros, patearon sencillamente la pelota hasta un lateral lo más lejano posible. 

 

Esto creó un Occidente muy débil, sostenido 30 años gracias a la globalización de la libertad de comercio y competencia, que agrandó la torta y obligó a la participación pacífica de todos los países, y garantizó un avance nunca visto antes en la reducción de la pobreza universal. Hasta que Estados Unidos decidió volcarse al proteccionismo, como antes lo había hecho Europa. Ese paso fue no solamente un golpe de gracia a Occidente y su cultura capitalista, sino que mostró toda la debilidad de su andamiaje financiero. (De paso, Wall Street es uno de los grandes culpables de todas las barbaridades que convalidó por dos décadas la Reserva Federal, aún hoy más preocupada por los intereses de los grandes bancos y fondos que por la suerte del consumidor americano y mundial)

 

La pandemia, o más propiamente el remedio del aislamiento elegido para teóricamente enfrentarla, fomentó el uso de la emisión inflacionaria, lo que fue bienvenido por Wall Street, porque la tasa cero permitía la creación y permanencia de emprendimientos inviables, pero rentables para la especulación. Todos los entes internacionales, preconizaron el uso de la emisión para salir de la emergencia que ellos mismos habían provocado. Como si de pronto todos los médicos del planeta recomendaran a sus pacientes fumar tres paquetes de cigarrillos por día y tomar dos botellas de vino para vivir mejor.

 

Esas dos debilidades, la renuncia a liderar con su poder bélico latente el Orden Mundial, y la virtual y merecida pérdida de la condición americana de primera economía del mundo, a la vez que el debilitamiento mortal de su moneda como valor de reserva, no pasaron desapercibidas por el maquiavélico autócrata ruso. (Recordar a Fernández de Kirchner, Cristina, que pone en palabras lo que el eslavo calla) De ahí la elección de este momento para desplegar su estrategia. 

 

Pese a que no hay un eje sino-ruso, la mera amenaza de China, aunque pueda esperar mil años, es otra arma que Putin esgrime sin nombrar, ante una potencia, o varias, que han decidido ser socialistas, o sea que han abandonado toda idea de grandeza, sacrificio y éxito. También de seriedad económica. 

 

El grupo de las denominadas sanciones conque el mundo antes llamado libre contraataca, tiene un gran parecido a la lucha contra la pandemia: empieza a obrar como un tiro en el pie de los sancionadores. El caso más claro es la expulsión parcial de Rusia del Swift, que, además de mostrar una debilidad y dependencia casi cómplice para no perder el proveedor de gas vital para Alemania, va a provocar una inmediata quiebra de muchos bancos, lo que ya se usa como excusa para justificar no sólo la postergación de las medidas antiinflacionarias que la FED prometió - y que siempre sonó a puro jarabe de pico- muestra que Europa se ha colgado del pasamanos del ómnibus licuador de capitales, inversiones, ahorros y patrimonios. 

 

El capricho alemán de cerrar de golpe todas sus plantas nucleares y tratar de cambiar el sistema energético universal en 6 meses, en vez de ser postergado será financiado con la pobreza y ruina de los consumidores y ahorristas de todo el mundo. 

 

El régimen interno ruso de sojuzgamiento popular policíaco y de espionaje y castigos individualizados a opositores y disidentes, está mucho mejor preparado, si vale el término, para enfrentar las consecuencias de estas sanciones. Occidente se está sancionando a sí mismo. Y Biden está cayendo en la trampa que cayó Carter, como sostienen varios analistas estadounidenses. 

 

No es demasiado arriesgado suponer que la guerra rusa recién empieza. No es exagerado suponer duras consecuencias económicas y de todo tipo para todos los países. Un simple ejemplo: Uruguay, que ya tiene una grave ssinflación en pesos sistémica, tiene, por la baja de su cotización de la divisa, una mucha mayor inflación en dólares. Esa simple ecuación es fatal para el crecimiento, la exportación y el empleo, aunque circunstancialmente parezca positiva. Del mismo modo, o por caminos similares, cada sociedad tendrá su cruz. 

 

Toda guerra es mundial. 

 

 





Publicado en El Observador, 22/02/2022




La absurda y ruinosa lucha contra los ciclos económicos

 

Cuando la política intenta derogar las leyes económicas, el desastre está a la vuelta de la esquina




 

















Nada odian y temen más las burocracias gobernantes del mundo que una recesión económica. Tienen razón, porque semejante fenómeno se opone por el vértice al principio mesiánico de los políticos para asegurarse su llegada y permanencia en el poder, único objetivo y razón de ser de la Nueva Clase gobernante. Sería incompatible con la demagogia de prometer la felicidad y bienestar infinitos a sus votantes y también con la esperanza y demanda de esos votantes, que esperan ansiosos a quienquiera les prometa esa felicidad que creen merecer, de ahí que vivan en una permanente frustración, que se merecen. 

 

Para recordar el concepto, la teoría de los ciclos sostiene que cuando la economía se recalienta debido a factores endógenos o exógenos, como una tasa de interés muy baja, o un nivel de empleo muy alto, que exceden las tasas naturales, errores en la inversión en proyectos fracasados, excesos en la oferta o la demanda que alteran la normal formación de precios o la asignación incorrecta de capital y situaciones similares, se produce una recesión que a modo de una purga, depura el mercado y corrige los excesos o defectos del sistema. Tal es el caso de cuando algún gobierno decreta a puro voluntarismo que la tasa de interés es cero, o emite en exceso por la razón que fuera y produce siempre, tarde o temprano una inflación que sólo se corrige con una recesión de algún nivel. 

 

Esa teoría tiene a su vez subteorías y subclasificaciones más elaboradas que sólo han servido para distorsionar o eludir el concepto. En el extremo de esas casi contrateorías está el keynesianismo, que por un breve tiempo logra en todos los casos demorar o enmascarar el problema, hasta que inexorablemente estalla la realidad. O el default, como el que sufrió el Reino Unido tras la deplorable gestión del matemático británico no-economista que da origen al término. 

 

Keynes es el no-economista preferido de los gobiernos, justamente porque su receta de emitir de más para aumentar la demanda, o gastar en obra pública como modo de derramar recursos sobre la comunidad, o en el extremo “poner platita” - diría un kirchnerista -  en el bolsillo del público y así crear más empleo, parece, en los primeros minutos, la panacea universal para no caer nunca en una recesión, mucho menos en una depresión, a la que se teme como Superman a la kryptonita, porque pone en evidencia todas las barbaridades en que han incurrido tanto el mercado como los gobernantes, como un río en bajante que exhibes las rocas puntiagudas de su cauce. Lamentablemente esa política obliga a doblar la apuesta y el intervencionismo cada vez con más frecuencia, hasta que se llega a una implosión inexorable. 

 

La teoría de los ciclos se ha corroborado cientos de veces - tantas como fracasó la teoría de evitarlos, en todos sus formatos – durante los últimos 75 años. Pero por conveniente ignorancia todos los participantes prefieren hacer abstracción de esa enseñanza. Basta recordar el fracaso del New Deal de Roosevelt, que condenó a la miseria al mundo por muchos años, o a la ya mencionada pulverización de la economía británica luego de la WWII, perfectos ejemplos del intento de evitar una recesión, que, lejos de cumplir su cometido, condenaron a una destrucción de riqueza y bienestar. Del otro lado, están los ciclos de gran progreso universal luego de la decidida acción de Paul Volcker contra la inflación, o la del Greenspan en su etapa de seriedad económica durante George Bush padre, que le costó la reelección al presidente pero que inició un ciclo de progreso global indiscutible. 

 

Como es de conocimiento público, la economía estadounidense viene postergando esa purga de la recesión desde 2001 al menos, con excusas y explicaciones diversas, teorías matemáticas, la Teoría Monetaria Moderna  - un embuste sin valor académico- las torres gemelas, las guerras salvadoras y la farsa del dólar como reserva de valor sostenida sobre el poderío bélico y económico de una gran nación que ha perdido el liderazgo económico y ha resuelto no ejercer su poderío bélico para mantener el Orden Mundial, fuera de una especie de guerra de zapa verbal digna de alguna película ficcional (o no) de Hollywood. (El sastre de Panamá, o Wag the Dog, para citar algún ejemplo), o con el recurso de mandar a la muerte a otros. 

 

Tal vez no sea casualidad que el presidente de la Reserva Federal, el mayor exponente de la independencia de los bancos centrales predicada como primer mandamiento de Occidente a lo largo de tantos años, no sea ni economista ni independiente. La teoría y la ciencia económica se oponen al concepto del negocio de la política, que ya no tiene estadistas, descalificados como idealistas, estúpidos, soñadores utópicos o anticuados. Tampoco parece tener patriotas, si se perdona la inocencia. 

 

Con la oportuna excusa de la pandemia, que además decretó un aislamiento mundial decidido por los políticos, caso único en la historia, no sólo Estados Unidos emitió adicionalmente el equivalente al 40% de su base monetaria, sino que emprendió una política simultánea de tasa cero, faltante de suministros tras sus sanciones a China y el desestímulo del parate pandémico, fuertes gastos en subsidios, empuje gubernamental al aumento de salarios sin correlato en la producción, y la determinación de combatir el cambio climático con impuestos a la energía y sanciones al mundo, una mezcla que garantiza la inflación universal, con la que se busca licuar la deuda pública y privada global, y por supuesto evitar la recesión. Un deliberado olvido de la evidencia empírica de la teoría de los ciclos. 

 

Tratando de evitar la kryptonita, se cae en la keynesita, de mucho más poder destructivo, si se presta atención a la evidencia empírica, por supuesto. Eso se hace notorio si se advierte que la FED habla y amenaza, pero no hace. Y, tratado de complacer a Wall Street, como si eso fuera la economía, amenaza con modestos aumentos de tasa que no detendrán la inflación y posterior recesión, depresión y estanflación inevitables. La inflación no se combate con amenazas. Mucho menos esgrimiendo un mondadientes, no un garrote. Suponiendo que se la quiera combatir. 

 

Los países no centrales corren un riesgo peor, que es plegarse a esa inflación, un impuesto que cae de lleno sobre el consumidor y el crédito, pero en especial sobre el ahorro y el capital. Ya se ha advertido aquí sobre el peligro de generar una inflación en dólares localmente. No sólo porque ese proceso termina por bajar la exportación y también el empleo, y de modo dramático, sino porque ahuyentará la radicación de los sectores de clase media alta que se busca fomentar, que no están dispuestos a triplicar su costo de vida. Finalmente, la promesa de no crear nuevos impuestos se incumple con una inflación en dólares que destruye los patrimonios, que no es otra cosa que un gravamen direccionado. Así como hay que cuidarse de no ser protagonista de una guerra inventada por otros, hay que cuidarse de no ser víctima de los efectos de una inflación inventada por otros. 

 

Es cierto que siempre es cómodo atribuir los males económicos a efectos mundiales, a causas exógenas y globales y patear los resultados y las malas noticias para más adelante. Pero justamente los países de economías más pequeñas necesitan estadistas, no burócratas. Y solidez conceptual que permita hacer lo que se debe, no lo que circunstancialmente produce votos. 



 

 



Publicado en El Observardor, 16/02/2022



Acuerdo con el Fondo, desacuerdo con el futuro

 

El nuevo FMI bondadoso y tolerante, es peor que el FMI cuando era malo




 















No hay que hacer demasiado esfuerzo intelectual para comprender que el arreglo de Argentina con el FMI es un salvarropa mutuo, que al ente internacional le permite patear para dentro de dos o tres años el estallido de la consecuencia de haberse convertido en un mascarón político en vez de cumplir con su mandato, su razón de ser y su Convenio Constitutivo. A Argentina, a su vez, le permite continuar su ajuste suicida sobre los jubilados, las Pymes, los cuentapropistas, los productores, y también, aunque nada de esto se haya explicitado, seguir con su cepo cambiario, con sus retenciones a los exportadores y con el sistema de destrucción del comercio internacional. 

 

Permanecerán intocables, o aumentarán, el fenomenal gasto político del peronismo, el gasto de reparto de subsidios a piqueteros y cuanta causa se inventare, las jubilaciones sin aportes – mayores a las jubilaciones legítimas – las concesiones de todo tipo, confesables y no confesables, a China y otros “retornadores”, la protección a los delincuentes disfrazados de mapuches, de consecuencias económicas y geopolíticas, y todo el conglomerado mafioso de gobernadores e intendentes, el mecanismo de gasto colosal que viene creando los desequilibrios presupuestarios más graves e indefendibles, como recordarán Cavallo y sus funcionarios, que no pudieron, aún con el liderazgo de Menem, domeñar el ataque de los sátrapas provinciales y municipales que están siempre a salvo de cualquier ajuste, en especial dentro del peronismo. 

 

En los próximos dos años, en consecuencia, Argentina no hará ningún cambio sobre la situación actual que lo lleve a aumentar su exportación, razón de ser de la misma existencia del Fondo Monetario Internacional. El país seguirá siendo entonces antiproductor, antiexportador, antiempleo y antiPyme. Quienes recorren la historia argentina aún superficialmente, saben que, sin producción agropecuaria, exportación y Pymes, Argentina es una aldea. Y la primera consecuencia económica de esa negación productiva es el desempleo (privado, por supuesto, el empleo público es un oxímoron) que termina con una gran parte de la población convertida en mendigo y esclavo del estado. Esta es la evidencia, no la opinión, que surge de leer lo que hasta ahora se ha dejado trascender del acuerdo.  Y lo que no se ha dejado trascender. 

 

A partir de 2024, con la actual situación agravada por esta especie de permiso para seguir matando a Argentina, recién se empezará a discutir en serio cómo se paga la deuda al FMI, junto a la otra deuda externa, de un valor equivalente, por juicios que se están sustentando en el CIADI y juzgados internacionales, las LELIQS, la deuda en pesos sobre la que se prefiere no hablar, los intereses y pagos futuros de bonos refinanciados y un presupuesto nacional más o menos en serio. La corrupción, el gasto político de cargos inventados con nombres ridículos para ser ocupados por amigos, amantes y favorecedores, han quedado subsumidos en lo que se llama pomposamente “acuerdo con el Fondo Monetario”. 

 

Por supuesto que lo que quedará del aparato productivo a esa altura serán algunos héroes-rehenes empecinados y suicidas y no mucho más, ni juventud trabajadora y pujante, ni adaptación a las nuevas tecnologías, negocios y hábitos de consumo, sin siquiera la educación residual sarmientina, reemplazada por el adoctrinamiento y el analfabetismo con diploma que se ha impuesto, como un derecho humano al suicidio colectivo. 

 

El movimiento peronista, estratégicamente dividido (como en toda su historia) votará por la aprobación al acuerdo, con su oposición propia, dirigida por el delfín designado de su jefa. La oposición izquierdista es probable que se abstenga, si no es suficientemente incentivada por el gobierno. Juntos por el Cambio comenzó por decir que no pondrá piedras al arreglo, pero a último momento parece digerir que, enredado en su dialéctica radical (pecado original) puede haberse olvidado de lo que le conviene al país, en vez de privilegiar sus conveniencias partidarias. Embelesados de nuevo por centésima vez por la trampa peronista, no quieren aparecer como negándose a un acuerdo que la prensa y los economistas repetidores le han hecho creer que es fundacional, cuando tiene toda la apariencia de ser un acuerdo fundicional.  Y aquí cabe una aclaración necesaria: claro que Argentina debe hacer un colosal ajuste. No solamente del déficit, sino del gasto, desmadrado, politizado, mafioso, partida por partida y meduloso, no tomando tres grandes rubros y bajándolos a cachetazos vía inflación. Y debe también tomarse varios años en corregir la distorsión de precios relativos originada por esa inflación facilista y populista que ha sido la contrapartida de su generosidad subsidiadora y su incapacidad de gobernar. (Y que Macri financió sin comprender que caería sobre su cabeza)

 

Y hay otro ajuste más importante. El de las expectativas. El de las demandas. Por una mezcla de razones, electorales, populistas, de exigencias populares y de promesas, la sociedad argentina hace décadas que vive el ensueño de que, sin un esfuerzo previo, sin trabajo, sin éxito, sin inversión y sin educación ni ahorro, se puede subsistir con la ayuda del estado y los piquetes. Si eso no se cambia, todo lo que se firme no tienen ningún valor. Este seudoacuerdo, en rigor una postergación de la quimio, convalida esa creencia mágica y hace creer que es posible continuar con el sueño de gratuidad inflacionaria, convirtiendo cada necesidad o expectativa en un derecho impostergable y ante el que nada puede oponerse. El derecho soberano de someterse al estado y fundir al país. 

 

En tal sentido, este acuerdo es un “siga, siga”, como diría algún árbitro futbolero. Y este árbitro, el FMI, también parece estar incentivado. El supuesto arreglo plantea el peor formato de ajuste que se pueda concebir y deja sin ninguna oportunidad a Argentina, al borde del desgarro integral.