Publicado en El Observador, 01/03//2022


El peor momento del siglo XXI

 

Una suma de decisiones erróneas políticas y económicas en el siglo, culminando con las más recientes, pavimentaron la agresión rusa y universalizarán sus efectos

 

 



















Disclaimer: el autor de esta columna ha voceado por todos los medios su solidaridad y apoyo a Ucrania ante el ataque invasor ruso, que desprecia su soberanía y pretende avasallarla y anexarla a su cacareado imperio con métodos que retroceden a la barbarie. El ucraniano es un pueblo trabajador, productor, campesino, dicho con todo orgullo, y también con una elite de científicos que fueron la envidia del imperio de la URSS y que desarrollaron su energía atómica, tanto bélica como tecnológica. Por la maravillosa inmigración europea que enriqueció al Río de la Plata, los ucranianos también son compatriotas de argentinos y uruguayos. De modo que no hay otro lugar dónde pararse. 

 

Pero la misión de este espacio - o al menos su pretensión – es analizar, desbrozar, expurgar la realidad y ofrecer su óptica fría de los hechos y sus consecuencias, con todo el grado de error que esa tarea supone. Con tal criterio se encara el análisis. 

 

Para medir la gravedad del momento y del futuro, es útil la tapa falsa de la revista Time, que muestra la cara de Putin mimetizada y photoshopeada en parte con los rasgos inconfundibles de Hitler, un meme trágico y ominoso, que mira al futuro con una negra perspectiva. Por supuesto que no hay derecho en esta instancia a pensar que el neozar de la KGB tiene la maldad y perversión del monstruo austríaco, ni su psicosociopatía asesina incorporada y planificada. Pero las características de Lebensraum y Blitzkrieg que muestra este ataque hacen considerar como posible la reiteración de anexiones sucesivas que fueron la estrategia nazi en la previa de la segunda guerra. Eso garantiza que sus agresiones y desprecio por el Orden Mundial no han terminado. 

 

Ese mesianismo de Putin sólo es posible por la renuncia explícita a la tarea de rector de ese Orden Mundial que viene pregonando y practicando Estados Unidos desde 2000 en adelante, tanto en las declaraciones y decisiones políticas como en la práctica, en especial económica. Para comprender que se trata de una política de estado norteamericana, no una posición partidista, habrá que recordar que el presidente Trump fue el mayor crítico de la OTAN, a quien amenazó con dejar sin su aporte de fondos. La misma OTAN que ahora parece ser clave tanto en el origen del ataque como en la resolución del mismo. Doble estándar que los perversos saben leer muy bien para elegir el momento.

 

También importa aceptar y sopesar la debilidad del sistema Capitalista, que hace más de 20 años, con la jefatura y el ejemplo estadounidense y su banco central no independiente, la FED, no sólo viene tolerando las burbujas de exuberancia irracional que denunciara su presidente Greenspan cinco minutos antes de ser amonestado y de callarse para siempre, como bien describe él mismo en su biografía, sino que toleró y aun fomentó el crecimiento exponencial de las deudas de los estados, las empresas y los particulares, hasta destruir virtualmente el paradigma capitalista. También ha descubierto, dicho en tono de desaprobación técnica y escarnio, las ventajas de una conveniente emisión-inflación para resolver cuanto problema se le presentare. Así ocurrió con la masiva estafa del fondo de los premios nobel, el LTCM, que no solamente no terminó con nadie preso, sino que se resolvió con emisión y subsidios, y con todas las crisis sucesivas, desde el pinchazo de la burbuja hasta la pandemia, pasando por la otra gran estafa de las hipotecas subprime. Por supuesto que Europa, en su diarrea socialista, se plegó siempre a estas supuestas soluciones, que, en términos futboleros, patearon sencillamente la pelota hasta un lateral lo más lejano posible. 

 

Esto creó un Occidente muy débil, sostenido 30 años gracias a la globalización de la libertad de comercio y competencia, que agrandó la torta y obligó a la participación pacífica de todos los países, y garantizó un avance nunca visto antes en la reducción de la pobreza universal. Hasta que Estados Unidos decidió volcarse al proteccionismo, como antes lo había hecho Europa. Ese paso fue no solamente un golpe de gracia a Occidente y su cultura capitalista, sino que mostró toda la debilidad de su andamiaje financiero. (De paso, Wall Street es uno de los grandes culpables de todas las barbaridades que convalidó por dos décadas la Reserva Federal, aún hoy más preocupada por los intereses de los grandes bancos y fondos que por la suerte del consumidor americano y mundial)

 

La pandemia, o más propiamente el remedio del aislamiento elegido para teóricamente enfrentarla, fomentó el uso de la emisión inflacionaria, lo que fue bienvenido por Wall Street, porque la tasa cero permitía la creación y permanencia de emprendimientos inviables, pero rentables para la especulación. Todos los entes internacionales, preconizaron el uso de la emisión para salir de la emergencia que ellos mismos habían provocado. Como si de pronto todos los médicos del planeta recomendaran a sus pacientes fumar tres paquetes de cigarrillos por día y tomar dos botellas de vino para vivir mejor.

 

Esas dos debilidades, la renuncia a liderar con su poder bélico latente el Orden Mundial, y la virtual y merecida pérdida de la condición americana de primera economía del mundo, a la vez que el debilitamiento mortal de su moneda como valor de reserva, no pasaron desapercibidas por el maquiavélico autócrata ruso. (Recordar a Fernández de Kirchner, Cristina, que pone en palabras lo que el eslavo calla) De ahí la elección de este momento para desplegar su estrategia. 

 

Pese a que no hay un eje sino-ruso, la mera amenaza de China, aunque pueda esperar mil años, es otra arma que Putin esgrime sin nombrar, ante una potencia, o varias, que han decidido ser socialistas, o sea que han abandonado toda idea de grandeza, sacrificio y éxito. También de seriedad económica. 

 

El grupo de las denominadas sanciones conque el mundo antes llamado libre contraataca, tiene un gran parecido a la lucha contra la pandemia: empieza a obrar como un tiro en el pie de los sancionadores. El caso más claro es la expulsión parcial de Rusia del Swift, que, además de mostrar una debilidad y dependencia casi cómplice para no perder el proveedor de gas vital para Alemania, va a provocar una inmediata quiebra de muchos bancos, lo que ya se usa como excusa para justificar no sólo la postergación de las medidas antiinflacionarias que la FED prometió - y que siempre sonó a puro jarabe de pico- muestra que Europa se ha colgado del pasamanos del ómnibus licuador de capitales, inversiones, ahorros y patrimonios. 

 

El capricho alemán de cerrar de golpe todas sus plantas nucleares y tratar de cambiar el sistema energético universal en 6 meses, en vez de ser postergado será financiado con la pobreza y ruina de los consumidores y ahorristas de todo el mundo. 

 

El régimen interno ruso de sojuzgamiento popular policíaco y de espionaje y castigos individualizados a opositores y disidentes, está mucho mejor preparado, si vale el término, para enfrentar las consecuencias de estas sanciones. Occidente se está sancionando a sí mismo. Y Biden está cayendo en la trampa que cayó Carter, como sostienen varios analistas estadounidenses. 

 

No es demasiado arriesgado suponer que la guerra rusa recién empieza. No es exagerado suponer duras consecuencias económicas y de todo tipo para todos los países. Un simple ejemplo: Uruguay, que ya tiene una grave ssinflación en pesos sistémica, tiene, por la baja de su cotización de la divisa, una mucha mayor inflación en dólares. Esa simple ecuación es fatal para el crecimiento, la exportación y el empleo, aunque circunstancialmente parezca positiva. Del mismo modo, o por caminos similares, cada sociedad tendrá su cruz. 

 

Toda guerra es mundial. 

 

 





Publicado en El Observador, 22/02/2022




La absurda y ruinosa lucha contra los ciclos económicos

 

Cuando la política intenta derogar las leyes económicas, el desastre está a la vuelta de la esquina




 

















Nada odian y temen más las burocracias gobernantes del mundo que una recesión económica. Tienen razón, porque semejante fenómeno se opone por el vértice al principio mesiánico de los políticos para asegurarse su llegada y permanencia en el poder, único objetivo y razón de ser de la Nueva Clase gobernante. Sería incompatible con la demagogia de prometer la felicidad y bienestar infinitos a sus votantes y también con la esperanza y demanda de esos votantes, que esperan ansiosos a quienquiera les prometa esa felicidad que creen merecer, de ahí que vivan en una permanente frustración, que se merecen. 

 

Para recordar el concepto, la teoría de los ciclos sostiene que cuando la economía se recalienta debido a factores endógenos o exógenos, como una tasa de interés muy baja, o un nivel de empleo muy alto, que exceden las tasas naturales, errores en la inversión en proyectos fracasados, excesos en la oferta o la demanda que alteran la normal formación de precios o la asignación incorrecta de capital y situaciones similares, se produce una recesión que a modo de una purga, depura el mercado y corrige los excesos o defectos del sistema. Tal es el caso de cuando algún gobierno decreta a puro voluntarismo que la tasa de interés es cero, o emite en exceso por la razón que fuera y produce siempre, tarde o temprano una inflación que sólo se corrige con una recesión de algún nivel. 

 

Esa teoría tiene a su vez subteorías y subclasificaciones más elaboradas que sólo han servido para distorsionar o eludir el concepto. En el extremo de esas casi contrateorías está el keynesianismo, que por un breve tiempo logra en todos los casos demorar o enmascarar el problema, hasta que inexorablemente estalla la realidad. O el default, como el que sufrió el Reino Unido tras la deplorable gestión del matemático británico no-economista que da origen al término. 

 

Keynes es el no-economista preferido de los gobiernos, justamente porque su receta de emitir de más para aumentar la demanda, o gastar en obra pública como modo de derramar recursos sobre la comunidad, o en el extremo “poner platita” - diría un kirchnerista -  en el bolsillo del público y así crear más empleo, parece, en los primeros minutos, la panacea universal para no caer nunca en una recesión, mucho menos en una depresión, a la que se teme como Superman a la kryptonita, porque pone en evidencia todas las barbaridades en que han incurrido tanto el mercado como los gobernantes, como un río en bajante que exhibes las rocas puntiagudas de su cauce. Lamentablemente esa política obliga a doblar la apuesta y el intervencionismo cada vez con más frecuencia, hasta que se llega a una implosión inexorable. 

 

La teoría de los ciclos se ha corroborado cientos de veces - tantas como fracasó la teoría de evitarlos, en todos sus formatos – durante los últimos 75 años. Pero por conveniente ignorancia todos los participantes prefieren hacer abstracción de esa enseñanza. Basta recordar el fracaso del New Deal de Roosevelt, que condenó a la miseria al mundo por muchos años, o a la ya mencionada pulverización de la economía británica luego de la WWII, perfectos ejemplos del intento de evitar una recesión, que, lejos de cumplir su cometido, condenaron a una destrucción de riqueza y bienestar. Del otro lado, están los ciclos de gran progreso universal luego de la decidida acción de Paul Volcker contra la inflación, o la del Greenspan en su etapa de seriedad económica durante George Bush padre, que le costó la reelección al presidente pero que inició un ciclo de progreso global indiscutible. 

 

Como es de conocimiento público, la economía estadounidense viene postergando esa purga de la recesión desde 2001 al menos, con excusas y explicaciones diversas, teorías matemáticas, la Teoría Monetaria Moderna  - un embuste sin valor académico- las torres gemelas, las guerras salvadoras y la farsa del dólar como reserva de valor sostenida sobre el poderío bélico y económico de una gran nación que ha perdido el liderazgo económico y ha resuelto no ejercer su poderío bélico para mantener el Orden Mundial, fuera de una especie de guerra de zapa verbal digna de alguna película ficcional (o no) de Hollywood. (El sastre de Panamá, o Wag the Dog, para citar algún ejemplo), o con el recurso de mandar a la muerte a otros. 

 

Tal vez no sea casualidad que el presidente de la Reserva Federal, el mayor exponente de la independencia de los bancos centrales predicada como primer mandamiento de Occidente a lo largo de tantos años, no sea ni economista ni independiente. La teoría y la ciencia económica se oponen al concepto del negocio de la política, que ya no tiene estadistas, descalificados como idealistas, estúpidos, soñadores utópicos o anticuados. Tampoco parece tener patriotas, si se perdona la inocencia. 

 

Con la oportuna excusa de la pandemia, que además decretó un aislamiento mundial decidido por los políticos, caso único en la historia, no sólo Estados Unidos emitió adicionalmente el equivalente al 40% de su base monetaria, sino que emprendió una política simultánea de tasa cero, faltante de suministros tras sus sanciones a China y el desestímulo del parate pandémico, fuertes gastos en subsidios, empuje gubernamental al aumento de salarios sin correlato en la producción, y la determinación de combatir el cambio climático con impuestos a la energía y sanciones al mundo, una mezcla que garantiza la inflación universal, con la que se busca licuar la deuda pública y privada global, y por supuesto evitar la recesión. Un deliberado olvido de la evidencia empírica de la teoría de los ciclos. 

 

Tratando de evitar la kryptonita, se cae en la keynesita, de mucho más poder destructivo, si se presta atención a la evidencia empírica, por supuesto. Eso se hace notorio si se advierte que la FED habla y amenaza, pero no hace. Y, tratado de complacer a Wall Street, como si eso fuera la economía, amenaza con modestos aumentos de tasa que no detendrán la inflación y posterior recesión, depresión y estanflación inevitables. La inflación no se combate con amenazas. Mucho menos esgrimiendo un mondadientes, no un garrote. Suponiendo que se la quiera combatir. 

 

Los países no centrales corren un riesgo peor, que es plegarse a esa inflación, un impuesto que cae de lleno sobre el consumidor y el crédito, pero en especial sobre el ahorro y el capital. Ya se ha advertido aquí sobre el peligro de generar una inflación en dólares localmente. No sólo porque ese proceso termina por bajar la exportación y también el empleo, y de modo dramático, sino porque ahuyentará la radicación de los sectores de clase media alta que se busca fomentar, que no están dispuestos a triplicar su costo de vida. Finalmente, la promesa de no crear nuevos impuestos se incumple con una inflación en dólares que destruye los patrimonios, que no es otra cosa que un gravamen direccionado. Así como hay que cuidarse de no ser protagonista de una guerra inventada por otros, hay que cuidarse de no ser víctima de los efectos de una inflación inventada por otros. 

 

Es cierto que siempre es cómodo atribuir los males económicos a efectos mundiales, a causas exógenas y globales y patear los resultados y las malas noticias para más adelante. Pero justamente los países de economías más pequeñas necesitan estadistas, no burócratas. Y solidez conceptual que permita hacer lo que se debe, no lo que circunstancialmente produce votos. 



 

 



Publicado en El Observardor, 16/02/2022



Acuerdo con el Fondo, desacuerdo con el futuro

 

El nuevo FMI bondadoso y tolerante, es peor que el FMI cuando era malo




 















No hay que hacer demasiado esfuerzo intelectual para comprender que el arreglo de Argentina con el FMI es un salvarropa mutuo, que al ente internacional le permite patear para dentro de dos o tres años el estallido de la consecuencia de haberse convertido en un mascarón político en vez de cumplir con su mandato, su razón de ser y su Convenio Constitutivo. A Argentina, a su vez, le permite continuar su ajuste suicida sobre los jubilados, las Pymes, los cuentapropistas, los productores, y también, aunque nada de esto se haya explicitado, seguir con su cepo cambiario, con sus retenciones a los exportadores y con el sistema de destrucción del comercio internacional. 

 

Permanecerán intocables, o aumentarán, el fenomenal gasto político del peronismo, el gasto de reparto de subsidios a piqueteros y cuanta causa se inventare, las jubilaciones sin aportes – mayores a las jubilaciones legítimas – las concesiones de todo tipo, confesables y no confesables, a China y otros “retornadores”, la protección a los delincuentes disfrazados de mapuches, de consecuencias económicas y geopolíticas, y todo el conglomerado mafioso de gobernadores e intendentes, el mecanismo de gasto colosal que viene creando los desequilibrios presupuestarios más graves e indefendibles, como recordarán Cavallo y sus funcionarios, que no pudieron, aún con el liderazgo de Menem, domeñar el ataque de los sátrapas provinciales y municipales que están siempre a salvo de cualquier ajuste, en especial dentro del peronismo. 

 

En los próximos dos años, en consecuencia, Argentina no hará ningún cambio sobre la situación actual que lo lleve a aumentar su exportación, razón de ser de la misma existencia del Fondo Monetario Internacional. El país seguirá siendo entonces antiproductor, antiexportador, antiempleo y antiPyme. Quienes recorren la historia argentina aún superficialmente, saben que, sin producción agropecuaria, exportación y Pymes, Argentina es una aldea. Y la primera consecuencia económica de esa negación productiva es el desempleo (privado, por supuesto, el empleo público es un oxímoron) que termina con una gran parte de la población convertida en mendigo y esclavo del estado. Esta es la evidencia, no la opinión, que surge de leer lo que hasta ahora se ha dejado trascender del acuerdo.  Y lo que no se ha dejado trascender. 

 

A partir de 2024, con la actual situación agravada por esta especie de permiso para seguir matando a Argentina, recién se empezará a discutir en serio cómo se paga la deuda al FMI, junto a la otra deuda externa, de un valor equivalente, por juicios que se están sustentando en el CIADI y juzgados internacionales, las LELIQS, la deuda en pesos sobre la que se prefiere no hablar, los intereses y pagos futuros de bonos refinanciados y un presupuesto nacional más o menos en serio. La corrupción, el gasto político de cargos inventados con nombres ridículos para ser ocupados por amigos, amantes y favorecedores, han quedado subsumidos en lo que se llama pomposamente “acuerdo con el Fondo Monetario”. 

 

Por supuesto que lo que quedará del aparato productivo a esa altura serán algunos héroes-rehenes empecinados y suicidas y no mucho más, ni juventud trabajadora y pujante, ni adaptación a las nuevas tecnologías, negocios y hábitos de consumo, sin siquiera la educación residual sarmientina, reemplazada por el adoctrinamiento y el analfabetismo con diploma que se ha impuesto, como un derecho humano al suicidio colectivo. 

 

El movimiento peronista, estratégicamente dividido (como en toda su historia) votará por la aprobación al acuerdo, con su oposición propia, dirigida por el delfín designado de su jefa. La oposición izquierdista es probable que se abstenga, si no es suficientemente incentivada por el gobierno. Juntos por el Cambio comenzó por decir que no pondrá piedras al arreglo, pero a último momento parece digerir que, enredado en su dialéctica radical (pecado original) puede haberse olvidado de lo que le conviene al país, en vez de privilegiar sus conveniencias partidarias. Embelesados de nuevo por centésima vez por la trampa peronista, no quieren aparecer como negándose a un acuerdo que la prensa y los economistas repetidores le han hecho creer que es fundacional, cuando tiene toda la apariencia de ser un acuerdo fundicional.  Y aquí cabe una aclaración necesaria: claro que Argentina debe hacer un colosal ajuste. No solamente del déficit, sino del gasto, desmadrado, politizado, mafioso, partida por partida y meduloso, no tomando tres grandes rubros y bajándolos a cachetazos vía inflación. Y debe también tomarse varios años en corregir la distorsión de precios relativos originada por esa inflación facilista y populista que ha sido la contrapartida de su generosidad subsidiadora y su incapacidad de gobernar. (Y que Macri financió sin comprender que caería sobre su cabeza)

 

Y hay otro ajuste más importante. El de las expectativas. El de las demandas. Por una mezcla de razones, electorales, populistas, de exigencias populares y de promesas, la sociedad argentina hace décadas que vive el ensueño de que, sin un esfuerzo previo, sin trabajo, sin éxito, sin inversión y sin educación ni ahorro, se puede subsistir con la ayuda del estado y los piquetes. Si eso no se cambia, todo lo que se firme no tienen ningún valor. Este seudoacuerdo, en rigor una postergación de la quimio, convalida esa creencia mágica y hace creer que es posible continuar con el sueño de gratuidad inflacionaria, convirtiendo cada necesidad o expectativa en un derecho impostergable y ante el que nada puede oponerse. El derecho soberano de someterse al estado y fundir al país. 

 

En tal sentido, este acuerdo es un “siga, siga”, como diría algún árbitro futbolero. Y este árbitro, el FMI, también parece estar incentivado. El supuesto arreglo plantea el peor formato de ajuste que se pueda concebir y deja sin ninguna oportunidad a Argentina, al borde del desgarro integral.  

 


 





El peligro del Uruguayan Disease

 

La paradoja de la entrada de muchos dólares y su efecto de destrucción de la exportación


 


















Con dólar caro no se ganan elecciones” es un antiguo adagio que repiten los expertos en política en las charlas informales. Es probable que tengan razón en cuanto a los resultados electorales. En lo que hace a la teoría economía, el concepto tiene la misma solidez que si alguien dijese que repartiendo “platita” se logra ganar elecciones. Inducirlo o provocarlo es populista. Coimear al electorado, diría Fukuyama. 

 

Recuérdese que la columna se opone a los manoseos al tipo de cambio de cualquier tipo, a la figura de un Banco Central como única contraparte en el mercado de divisas y aún al intento aparentemente más manso de administrar el tipo de cambio para evitar fluctuaciones, comprar y vender monedas o futuros y otros recursos, con cualquier fin; lucha que ha perdido en todo lugar y con cualquier gobierno. Aun cuando ese tipo de políticas tiende a quitar transparencia al sistema, en el que, por otra parte, los mayores participantes tienen herramientas que conocen cada vez más, que les permiten cubrirse de los vaivenes habituales de todos los mercados, sin necesidad de que el estado los auxilie. 

 

También se sabe, casi como una leyenda urbana, que Uruguay es un país caro en dólares, lo que no necesariamente debe ser interpretado como un logro, una meta o una bandera, como si se tratase de una consigna o un emblema. Durante 2021 eso parece agravarse, debido al aumento de los precios de las commodities por razones diversas, y del volumen de las mismas, y con las importaciones creciendo menos que las ventas al exterior, si se interpretan adecuadamente las cifras del galimatías estadístico disponible, que obligan a adivinar o estimar las cifras de la demanda del mercado cambiario de ciertos sectores. 

 

Eso se advierte en la baja de la cotización de las divisas, y hasta en la inocente y menos técnica medición del periódico The Economist, el índice Big Mac, que coloca a Uruguay como el país con el costo más alto del mundo en dólares ajustados por productividad. (PPP), lo que quiere decir, con la salvedad de la superficialidad de la medición, que el peso está sobrevaluado. 

 

Eso no es una decisión del gobierno, sino que casi siempre es consecuencia de los flujos de capital que incluyen la importación y exportación, y como se dijo antes, no es la posición de esta columna que haya que regularlo, moderarlo o resolverlo metiendo la mano en el mercado cambiario, ni mucho menos, aún cuando tenga efectos no queridos sobre toda la actividad. En 1977, justamente el 

citado periódico The Economist bautizó este tipo de situación como el Dutch Disease, refiriéndose a lo ocurrido en la entonces Holanda en 1959, cuando para explotar un recientemente descubierto yacimiento de gas, se recibieron grandes inversiones que desbalancearon el mercado cambiario y terminaron por sacar del mercado exportaciones tradicionales, creando una gran fragilidad geoeconómica grave para ese país. 

 

El Dutch Disease, (la enfermedad holandesa) o sea la apreciación de la moneda local por exceso de oferta temporal de divisas, puede ocurrir por diversas razones. Un aumento importante de la inversión externa, un aumento de la deuda en moneda extranjera, que obliga a vender los dólares en el mercado, un paradójico éxito en la exportación que cree un superávit comercial muy elevado, una baja en la tasa de interés que se paga por la deuda, una sustitución de importaciones con buenos o malos métodos, o un simple cambio en los precios internacionales de los bienes que se intercambian. 

 

En Uruguay puede estar impactando una combinación de todos esos factores, en algunos casos por éxito propio, en otros casos como consecuencia de la algo incomprensible, superficial, facilista o al menos peligrosa política monetaria de las potencias occidentales, y por un sistema doméstico de autoindexación de la inflación en pesos, que, independientemente de lo justo de la intención, condena a una espiral sistémica inflacionaria que no tiene solución. 

 

El resultado, si se rutiniza, es la generación de una inflación en dólares, una de las consecuencias del Uruguayan Disease, que no debe ser bienvenida. Si semejante idea es mala para las grandes economías, como se verá en breve en Estado Unidos y Europa, para las pequeñas economías el efecto es devastador. En la práctica, impacta directamente contra la exportación, que recibe menos pesos por su venta, lo que afecta su viabilidad y continuidad. Una especie de retención, tan aplicada y criticada en Argentina, en rubros similares a los locales. 

 

Peor es el efecto en el turismo de una inflación en dólares, ya que puede pulverizar un recurso de gran trascendencia, no sólo para la cuenta corriente sino para un enorme sector de trabajadores que viven de esa forma de exportación de gran agregado de mano de obra y de pymes. Se trata de un sector pobremente manejado en los últimos tiempos. No sólo por la destrucción de la belleza de algunos recursos naturales con un ataque edilicio que recuerda a Marbella, sino porque todo el sistema turístico oriental no parece haber comprendido que, al aumentar exponencialmente la capacidad habitacional, y con ella la cantidad de turistas, también deben adecuarse los precios no sólo de alquiler, sino todos los costos del turista, que ya no es una élite selectiva, sino un consumidor promedio que no puede ser expoliado. Además de la situación ruinosa de Argentina, el principal aportante de turistas, que ahora no tienen la posibilidad no ya de gastar dólares sino de conseguirlos, este tema de los precios no es un tema eludible para el futuro, no sólo para la coyuntura, que se agrava con la inflación en dólares provocada por la apreciación del peso. 

 

Para mostrar un solo ejemplo de cómo se puede hacer caer el valor de la divisa, aún buscando un efecto diferente, cabe analizar la reciente medida del Banco Central de subir la tasa de referencia de sus bonos en pesos. “Para fortalecer el valor de la moneda uruguaya”, dice el Banco. Falsa conclusión. La moneda no se fortalece subiendo la tasa de interés para competir con la inflación. Se fortalece no produciendo inflación con emisión, ni aumentando el gasto o el déficit por indexación o por cualquier otra cosa. En cambio, al fomentar la compra de títulos en pesos, no sólo se aumenta la deuda interna sino que se pone más presión bajista en el mercado cambiario, tanto por venta para obtener pesos, como por no compra de divisas para mantener valor. (Leer Thomas Gresham, siglo XVI). 

 

Es posible que esto se trate de un hecho circunstancial. Las commodities pueden bajar de precio, por ejemplo, como piensa China, pero si ello no ocurriera y si persistiese la inflación en dólares, la solución no pasa por meter la mano en el mercado, comprar dólares para subir el precio (las reservas deben siempre adquirirse con un plan predeterminado, no como un paliativo) o alguna medida similar de esas que siempre estallan. (Una variante es no hacer nada, finalmente, con dólar barato se ganan elecciones o referéndums, ¿Verdad?) En tal caso, el equilibrio de flujos se producirá de todas maneras, con cualquier efecto, probablemente negativo. 

 

Pero para no dejar todo librado a la casualidad, o a la excusa fácil, también se pueden ensayar algunos remedios. El más simple es bajar los recargos de importación, inclusive el IMESI, un impuesto fatal que obra en muchos casos como un recargo de importación, cuando no como una prebenda. Y por supuesto, aliviar los requisitos administrativos proteccionistas y burocráticos, a veces otro formato corporativo. Se recordará que una línea importante de la economía clásica - es decir la que se basa en evidencia empírica - sostiene que los países en realidad exportan para conseguir los recursos para poder importar. Eso, además de aumentar el PIB, ayudaría a bajar la inflación en pesos, ergo en dólares. Y las evidencias muestran un leve aumento del empleo con la apertura. Hay otros caminos más puntuales y relativos, aunque el puntualizado es el más rápido, efectivo y positivo. Por el contrario, todo endeudamiento adicional, en pesos o dólares, empuja el tipo de cambio hacia abajo. 

 

Hay otro riesgo, muy grave. Es el de seguir en su línea de inflación en dólares a los países capitalistas centrales. Para ellos, esa acción deliberada será ruinosa. En los países pequeños, la imitación sería terminal. Con dólares baratos se pueden ganar elecciones, pero se puede perder el rumbo. 

 

 

 



Publicado en El Observador 01/02/22



¡Don’t Luc up!

 

El referéndum puede ser un ensayo general de un embate más a fondo sobre la democracia sin aditamentos

 




 




















Escuchando los argumentos que hasta ahora ha usado la oposición izquierdista para apoyar la derogación de la Ley de urgente consideración, queda claro que no existe en la gran mayoría de los casos ni siquiera un estudio concienzudo no ya de los efectos, sino del mero contenido del articulado de la norma. Desde la crítica a disposiciones que no existen, a algunas extrapolaciones tan ridículas como que la portación numérica ataca a los monopolios estatales y lleva al oligopolio, algo que, además de no tener soporte alguno de evidencias y de mostrar una discapacidad idiomática desconoce los derechos del usuario a tener su número de celular propio, que en el mundo internetizado de hoy es más importante que el documento de identidad. 

 

No debería causar sorpresa. Es una incoherencia coherente con el concepto de abrazarse a una protesta, a una causa, a una bandera para oponerse mucho más que a una medida o a un gobierno, a la decisión de la ciudadanía en las urnas. Transformar la LUC en LUCha. El concepto central sobre el que se legitimiza el reclamo es que, si está dentro de las posibilidades constitucionales, se debe ejercer, no sólo se puede ejercer. “Me opongo porque puedo y debo hacerlo” es el argumento único y válido que se esgrime. No tiene entonces importancia alguna analizar o conocer los temas en profundidad, lo que importa es no aceptar los resultados electorales, o al menos empastarlos, ensuciarlos, complicarlos, impedir que cualquier legislación se aparte un ápice del sendero de hierro trazado por el neomarxismo con sus mil nombres. Eso hace también imposible que cualquier defensa sea técnica o específica. No se trata de una discusión racional. 

 

Por eso es acertado el concepto generalizado de que se ha forzado un proceso que constituye una elección de medio término, que justamente recibe la acertada crítica de que impide gobernar porque la demagogia electoral mueve a evitar tomar toda medida que no sea simpática y dadivosa. Populismo, en otros términos.  Coima a los electores, diría Fukuyama. La Constitución oriental se ha ocupado de eliminar estos efectos. Por supuesto que también determina, con la misma validez y fuerza, el derecho de la población a promover la derogación de una ley que la agravie o la lesione mediante los referéndums. Y por supuesto que políticamente eso se puede interpretar como a cada uno le parezca, y hasta sentirse agraviado por una norma ómnibus con disposiciones bastante intrascendentes en cualquier sentido, salvo las que obligan a cumplir las disposiciones de la OIT, organización internacional que -en este único caso – no parece tener el valor de catecismo que tienen las otras organizaciones supranacionales para la izquierda. 

 

El neomarxismo mundial, (con todas las denominaciones que pretenda adoptar) vive adjetivando y de ese modo descalificando y devaluando la democracia. La democracia popular, por caso, es superior, en esa línea de pensamiento, a la simple democracia, sutilmente así descalificada. La pluridemocracia, la poliarquía, la democracia de masas, la democracia directa, son algunos de los mecanismos dialécticos no sólo para degradar o poner en segundo orden la democracia, sino para pasar por encima de ella y transformar el poder en un trofeo vitalicio que no tiene la posibilidad de referéndum alguno. En nombre de la democracia, se la ignora cuando se pierde enarbolando la bandera del agregado de algún adjetivo épico pro pueblo. También se la burla. En esa tesitura, además del ejemplo vergonzoso y cruel de Venezuela y Nicaragua, hay muchos países como China, Rusia, Chile, Argentina, que están en diversas etapas de democracia popular, como una línea de tiempo que muestra las distintas etapas que llevan a un destino final. Casualmente es este mismo Frente Amplio de hoy el que apoya a esos regímenes, sobre todo regionales, en una ofensa a la inteligencia colectiva nacional, seguramente amparado en su escudo de fondo: “los apoyamos porque podemos hacerlo”, o en la democracia latinoamericana, un nuevo aditamento. 

 

Este proceso se facilita por un viejo criterio oriental: la de que los opositores son amigos, de que el debate es posible, de que se discuten derechos de la sociedad, de que se puede comparar y poner en el mismo plano la libertad con la dictadura, el esfuerzo, el riesgo, el talento y el éxito con el “derecho humano” de haber nacido y de repartirse como despojo el fruto del esfuerzo y hasta el sacrificio de los otros. También el término derecho se ha desvirtuado con el aditamento de humano, una manera de eliminar el criterio de justicia, el derecho de propiedad y de libertad. El sueño de que todo gobierno o toda ideología promediará sus decisiones con las minorías. Eso tal vez fue posible con el marxismo blando del viejo Frente Amplio y sus viejos dirigentes, casi diletantes de la política, como el resto de los políticos. Pese a que en sus quince años de gobierno se fueron “sembrando” dentro de las leyes y las imposiciones sindicales vallas insalvables para cualquiera que intente romper el camino de hierro trazado por los herederos mejoradores de Marx. 

 

Este referéndum muestra que ningún cambio será tolerado. No importa lo que digan los resultados de una elección. Este Frente Amplio no es ni siquiera el de Mujica. Los nuevos líderes, con el soplo comunista, por más que se los quiera vestir de dialoguistas, no quieren dialogar. Quieren luchar. En la oposición o en el poder. Ese cambio debe ser tomado en cuenta, porque de esa lucha no se sale, no se retorna. Basta mirar los ejemplos.  No hay promedio en el marxismo multiapodo. Su lucha es incesante, no importa si es en nombre de los derechos humanos que son en su visión superiores al derecho, del Covid, de la pobreza, de la igualdad, de los impuestos a la energía, del cambio climático, del calentamiento global o del meteorito que causará el fin del mundo, de los monopolios estatales, de los asesinos dictadores latinoamericanos. 

 

¿Para qué es esa lucha? Para tomar el poder primero. Para perpetuarse usando la Constitución vigente para luego cambiarla, de modo de que su ideología se plasme como decisión de la democracia popular, no de la democracia a secas, para usar la posverdad, el relato, el gramscismo y el goebbelsismo como herramienta para enervar el pensamiento claro de la sociedad. No es una opinión. Es lo que está pasando. ¿O alguien cree que la Constitución chilena será otra cosa? ¿O alguien cree que Boric, que ahora aparece como moderado, tendrá alguna opción frente a la Carta Magna comunista que se avecina? 

 

El problema no es el Frente Amplio, cuyos integrantes y sus votantes tienen derecho a pensar como les plazca. El problema es el objetivo final del marxismo que lo posee, del que también la ciudadanía tiene derecho a defenderse, con armas similares. Porque del marxismo no se vuelve. Y porque la pregunta que surge naturalmente es: si el Frente perdiese este referéndum, ¿se quedaría tranquilo? ¿Aceptaría mansamente el resultado, como en toda democracia de amigos, tal como sueñan los uruguayos? ¿O cambiaría el estilo y se lanzaría a las marchas callejeras, a las huelgas masivas, o a algún otro mecanismo con idéntico objetivo de poder final, como ya se ha visto y no es ninguna novedad? 

 

Cuando en otro sueño del pasado se dice que aquí no hay grieta, se están omitiendo algunos análisis y al mismo tiempo se está domesticando el pensamiento social peligrosamente. En ciertos escenarios que se están desarrollando local, regional y mundialmente, que atacan la libertad, la propiedad, los ahorros, el esfuerzo, la educación, el trabajo, la grieta es la defensa inevitable.