Roscando por un sueño
                                 cargo





Entre nosotros, y en el mundo, hace rato que la política se trata sólo del poder. Los preceptos de Macchiavello fueron un compendio básico de hipocresía, cinismo y maldad que fue perfeccionado por las generaciones sucesivas. Y que culminó en los gurúes de hoy, descendientes deformes de Niccolò. Igualmente cínicos y vacíos. Y ventrílocuos. 


El poder es la llave del dinero, el placer, el sexo, es el goce supremo del boato, la impunidad, la inmunidad, la alfombra roja, la sensación indescriptible de ser capaz de infundir miedo, obsecuencia, humillación. De disfrutar de las obediencias debidas e indebidas de los subordinados – perfecto sustantivo calificativo – la sensación del rey ejerciendo o pudiendo ejercer el derecho de pernada, o del burócrata que demora el sello de goma en el aire para aumentar el suspenso de quien espera que lo estampe en el documento salvador. 






Las caricatura vivientes de Néstor y Cristina Kirchner - como antes otros tiranos - fueron exageraciones que facilitan el ejemplo, pero también hacen creer equivocadamente que son exclusivas, que se limitan a un grupo de forajidos que tomaron el control y se impusieron sobre sociedades precarias o adecuadamente divididas o coimeadas con populismo. 


Reduccionismo generoso para no aceptar nuestra esclavitud. Los vicios de la política, que siempre fue dolosa, se toleraron porque se suponía que esos personajes eran como los dioses griegos, llenos de defectos  y crueldades pero pletóricos de capacidades mágicas, de poderes fabulosos, de milagros imposibles. 

El “nos el pueblo”de la constitución americana, pasó a ser con toda naturalidad “nos los representantes del pueblo”y en un paso posterior inevitable se transformó en “nos los dueños de los partidos políticos”. (Ver la Constitución de 1994, el regalo del padre putativo de la democracia a los futuros vasallos) 



El sueño de que la política era el mecanismo para plasmar, con el intercambio de concesiones saludables, las aspiraciones y los ideales de los estadistas y sus votantes, se transformó en resignación. El fanatismo natural e inducido con las grietas volvió invisible la corrupción propia y carpetazo notorio la corrupción ajena, cuando en realidad la corrupción nunca es nuestra o de los otros, sino que siempre es multipartidaria y multipoder. 

Al mejor estilo futbolero, los fanáticos de cada divisa eligen a los ladrones más destacados del opositor para lincharlos en las redes o los programas vocingleros de la TV. No importa, porque finalmente se perdonarán o licuarán todos a todos, entre ellos. 


Las campañas electorales se nutren de frases, promesas repetidas que se sabe que nadie cumplirá, por culpa de la oposición, del mundo externo, del clima o de los dioses. Y un reparto descarado de fondos y de cargos. Porque la política ya sólo trata del poder. Es irrelevante para qué se lo quiere. Ni lo saben. 


Por eso los ganadores, como en un cuento de Borges, olvidan en el instante mismo en que son elegidos la razón por la que querían ser electos. Quedan las trampas, las tramoyas, la corrupción, la tranza, las complicidades, los acomodos, los espionajes, las traiciones, los carpetazos, la justicia usada como condón y descartada cuando ya no es útil. Y luego culpada. 



Y justamente por eso, sólo por eso, el gasto es inflexible y si lo bajás, te incendian el país”.

Todos los males que serían redimidos por el logro de un objetivo generoso para la sociedad, quedan en pie. Pero la contrapartida se ha olvidado. No se trata ya de conseguir el poder para cumplir objetivos superiores o llevar adelante un plan o una idea. Eso es apenas un argumento de campaña que muere el mismo día del triunfo.

El poder por el poder mismo. Como una monarquía. 

En momentos dramáticos para la sociedad, que ya son rutina, la elección de candidatos en cada corriente política no se basa en capacidad, ni en calidad de ideas, ni en eficacia de gestión, ni en especializaciones, ni en antecedentes y logros exhibibles. Ni siquiera se eligen candidatos por su lealtad, logros y trayectoria dentro de cada partido. Ni hay por qué elegirlos dentro de cada partido. Si total son intercambiables, como piezas de Lego.  


Massa se puede asociar con Pichetto, o con Urtubey, o con Cristina o con Lavagna. Solá y Alberto Fernández con cualquiera. Los Peaky Brothers Rodríguez Saá hasta pueden terminar yendo juntos en una boleta. O todos con Cristina.  Lavagna con el socialismo, o con R. Larreta; Macri con Cano o Sánz o Cornejo o Carrió, según cómo le venga a la interna o las PASO. Puede elegir un vicepresidente radical, (o a un Lousteau radicalizado, o peronista, o de UNEN, o de Evolución) para que no moleste a R.Larreta. Santilli, cuya capacidad política y de gestión le permite ostentar dos cargos, como alguna vez lo hizo Perón, podría integrar una fórmula con él mismo. Y lástima que Bergoglio no puede candidatearse. Vidal tiene un campo abierto de oportunidades para seleccionar compañero de fórmula. Se aceptan apuestas. Y ni mencionar los diputados y senadores. La provincia será un corso. ¿Tiene todo esto algo que ver con algún proyecto serio de país? 













Se buscan figuras de la farándula o del deporte, en una clara muestra de que se trata de anestesiar al votante, o de complacer al votante previamente dormido por la televisión hipnótica de la estupidez con rating. La situación se repite en muchas jurisdicciones, con alianzas y transversalidades dictadas por la conveniencia, las dádivas previas, los aparatos y los intereses de los candidatos. Las ideas y los proyectos no importan. La eficacia en la gestión previa o futura tampoco. Si total no se gestionará nada, sino que se tranzará, se trenzará, se harán negocios,
se intercambiarán acusaciones y juicios eternos y se oirán discursos más o menos encendidos y enojados. E inútiles. 

El poder por el poder mismo.



La frase: “hay que hacer un gran pacto político de todos los sectores, un acuerdo de gobernabilidad y un gran acuerdo multisectorial de precios y salarios”, la utopía pueril del Pacto de la Moncloa propio, es una vergüenza, o desvergüenza, que ofende. Si hubiera tal predisposición, ya se habría plasmado en este momento en que el problema más grande es si el próximo gobierno va a ser solamente tan malo como los dos últimos o si - guiado por la conducción delirante de la santacruceña de La Plata (o de la plata) – precipitará al país a su desaparición.


Si eso cupiera en las cabezas confundidas de nuestros prohombres y promujeres, se habría buscado un acuerdo básico a respetar por quienquiera resultara vencedor en las próximas elecciones; porque lo que se rifa no es la suerte de Macri, o de Cambiemos. Pero tal acuerdo jamás se propondrá ni se aceptará en serio. Basta el ejemplo de las leyes imprescindibles que nunca se trataron siquiera, o de la absurda avalancha de leyes destructivas y saboteadoras que el peronismo propone ahora con el sólo afán de lastimar al gobierno y provocar el default, cuando en verdad dañan severamente al país sólo con proponerlas y lo muestran en el frente externo como un manicomio dirigido por sus pacientes.  Si se baja a los autopostulados o autoimaginados como posibles ministros la comparsa es todavía más heterogénea e incomprensible. 

No importa el país. Importa gobernar el país, tener un cargo en el gobierno del país, ser diputado, gobernador, director, intendente, jefe de espías todoterreno, arrepentido, todos colgados de los presupuestos y ejerciendo aunque sea un trocito minúsculo de poder. El hybris y el negocio. El hybris y los futuros,el hybris y los sopreprecios, el hybris y los subsidios a desaparecidos, indios y piqueteros, el hybris y el carry trade, el hybris y las comisiones de endeudamiento, el hybris y la fama. 

En ese minuto a minuto de la política, nada es serio, nada se cumplirá, nada pasará como se espera, nada es cierto, nada sirve, nada será mejor. Lo que importa es decir lo que se espera que se diga, aliarse con el que aporte más votos o dinero, o que mida bien, aunque fuera Drácula, roscar, tener la piel y la cara dura, esconder la propia corrupción y agitar la ajena, prometer o criticar, o no decir nada, que total es lo mismo. Al final prescribe. 


Así se llega a parafrasear al  Gran teatro del mundo, que teatralizara Calderón, con los mismos actores haciendo de fiscales buenos o de espías malos, con abigeos jugando de payasos televisivos y denunciando persecución, con candidatos desaforados que desaforados, se postulan desde la cárcel, con procesadas con hijas procesadas curándose de una hinchazón de tobillos en Cuba, donde no pueden ya curar un empacho con un pañuelo, con jueces y fiscales simultáneamente perseguidos y perseguidores, todos actores que cambian de personalidad como en el legendario Titanes en el ring, donde el luchador que hacía de malísimo a veces se ponía los vendajes y hacía creer que era La momia que protegía a los débiles. 

La sociedad es sólo una audiencia cautiva, una masa que se mide colectivamente, donde las minorías son descartadas e ignoradas, como en el rating, donde todo es ficción, donde se es seguidor o se bloquea, donde el ciudadano es uno mas del fandom, afiliación que no requiere razones ni explicación, pero sí fanatismo. En un entorno en el que a la larga, todos los actores ganan algo. Los que hacen el papel del bueno y los que hacen el papel de malos. Los que actúan bien y los que actúan mal. Y la audiencia pierde siempre, y ni siquiera advierte la trampa. 

Un estudio enorme donde desfilan personajes que se insultan, se enamoran, se desprecian, se agreden, se odian, se enojan, se emocionan o lloran y  todos sabemos que es mentira pero jugamos a que lo creemos. 


El país se ha vuelto un Bailando, donde los más malos siguen participando y hasta ganan porque los vota el público tirando su plata en el voto telefónico. Donde se mezclan los ídolos con los patéticos, los ridículos con los que saben, los horribles con los lindos, los improvisados con los profesionales, los demonios con los santos, Chano y San Martín.  Lo importante es competir, ni siquiera ganar, pero no en el sentido de Coubertain. Lo importante es promocionarse. Lo trascendente es que te vean. Lo que importa es pertenecer y que se sepa. Algo se muerde, algo se rapiña, algo se gana. El poder por el poder mismo. En el show y en la política. 


No lo duden más. ¡Traigan a Tinelli! Y todos unidos triunfaremos.   







Por qué el plan del Fondo no sirvió







Hace muchos años que este blog lucha contra dos conceptos que considera errores centrales en la concepción económica nacional. Uno es la sensibilidad exprés popular ante los ajustes del gasto, que paraliza fatalmente cualquier intento de eliminar las barbaridades, excesos y robos incluidos en los presupuestos, y que perpetúa y espiraliza exponencialmente el deterioro del crecimiento y del bienestar. 

Esta sensiblería no es prerrogativa de las amas de casa supuestamente desinformadas, sino que abarca a muchos comunicadores, con grados diversos de conocimiento, que prefieren creer que los males que se repiten como en una pesadilla kruegeriana, tienen que ver conque “así es este país” y en consecuencia, sólo puede aspirarse a administrar la decadencia con cuidados paliativos hasta la muerte del enfermo.

El otro concepto enfermizo es la creencia de que todo ajuste del déficit es nocivo, afecta al crecimiento y al bienestar, achica el empleo y el país y hace perder elecciones. Tras de esta idea no se encolumnan solamente los ideologizados, el progresismo y dos zurditos con alguna lectura de Marx y Keynes. También políticos sesudos, empresarios billonarios y economistas que ahora aparecen como abanderados liberales, tan pronto como ganó Macri en 2015 corrieron a explicarle y a explicar que, si no se podía evitar un ajuste, por lo menos se lo debía parcializar, diferir y diluir en el tiempo. 

Por un lado, ignorancia de la resiliencia del estatismo y la perseverancia del empresariado industrial-sindical argentino, por otro lado, una falta de confianza en las leyes económicas que se vanaglorian de haber aprendido y por lo que exhiben tantas cucardas. 

Como una concesión suprema a la realidad del fracaso, los políticos gestálticos, los ciudadanos sensibles y los economistas inseguros y complacientes, mas los gremios incalificables, aceptan que se haga un ajuste por vía de aumentos de impuestos, retenciones e inflación, porque finalmente -creen- se llega al mismo resultado: bajar el déficit.  






Las opiniones de quienes sostienen que no es lo mismo llegar al equilibrio bajando gasto que subiendo impuestos se suelen descalificar motejándolas como teorías obsoletas, insensibles y siempre ruinosas. Se usan para ello como ejemplo los efectos supuestamente negativos de diversos planes de ajuste en otros países, como si los descalificadores tuvieran una alternativa superadora y con consecuencias mejores, salvo el relato ideológico o la ironía barata. Y como si no se hubiera llegado a las crisis desencadenantes como consecuencia de las mismas ideas que proponen vagamente como solución. 

Por esa combinación de factores, es que el peronismo bueno-racional-federal acompañó a Cambiemos solamente en las leyes que implicaban más gasto, más deuda y más impuestos, y en ninguna otra. El kirchperonismo no lo acompañó en nada, un viejo truco, un tic del partido de Perón, que siempre se comportó con esa dualidad traidora de sainete de Vacarezza. 

El plan, o lo que fuera, del FMI o de quien fuera, no es seriamente un plan, como se sabe. Tampoco tiene tiempo ni espacio para serlo. Aplica un remedio que es elemental, y que conoce todo bombero: combatir la fuente del fuego. Y la fuente de la inflación es el déficit, que a su vez es la causa de la emisión, fuente primaria. Como no tiene consenso político ni social para bajar el gasto, el único camino que resta es subir impuestos y retenciones, más la propia inflación enemiga-amiga, que, por un corto tiempo, crea el espejismo de que la importancia del gasto en dólares se reduce. Por un corto tiempo. 

Pero al usar la suba de impuestos como herramienta principal del ajuste, condena a la sociedad y se condena a una recesión de alcances y duración difíciles de prever, aunque la esperanza y los deseos crean algo diferente. Por supuesto que paralelamente a la recesión inducidas por los impuestos, está el crawding out que producen las altas tasas, para frenar los efectos de varios años consecutivos de emisión desesperada y descontrolada. El efecto sobre el crédito a las pyme las destroza junto con el empleo.


Es de suponer que - en algún lugar del corazón y de la vergüenza – muchos se están arrepintiendo de haber recomendando y abogado por no bajar el gasto al comienzo del mandato de Macri, lo que habría ahorrado este pésimo ajuste inevitable en el peor momento. 








Para terminar con las divagaciones dialécticas, es muy oportuna la aparición de un trabajo publicado hace unos días por la Princeton University Press: Austeridad, cuando funciona y cuando no. De tres prestigiosos investigadores, Alberto Alesina, Carlo Favero y Francesco Giavazzi. Se trata de un estudio comparativo de 200 planes de ajuste, aplicados durante los últimos 30 años en EEUU, Australia, Canadá y una variedad de países de Europa, con perfiles diversos. 

En el trabajo, de gran factura técnica, se utilizan modernas herramientas para excluir las cuestiones exógenas y ponderar las endógenas a cada plan, y para poder medir los resultados de las medidas sobre cada variable afectada, tanto los buscados como cualquier otra resultante. La cantidad, calidad y el ordenamiento de los datos, así como la explicación metodológica, son, per se, un tratado sobre el tema, al aportar resultados empíricos por cada tipo de acción, y medir las consecuencias a lo largo de varios años. Algo invalorable para la economía clásica, que necesita de este tipo de corroboraciones como lo necesita cualquier otra ciencia. Y para disipar el humo de la charlatanería. 


Lo más interesante son las conclusiones, que están debidamente respaldada por los resultados de las mediciones procesadas como se acaba de describir. La primera, fundamental, es que resulta imprescindible que se confeccione un plan integral, de aplicación durante varios años, con un conjunto de medidas conexas. Ese plan, su metodología y los retoques que se le vayan haciendo, debe ser convenientemente verbalizado, explicado y difundido. El trabajo concluye que, son las expectativas y decisiones que se toman aún antes de que el plan entre en vigencia o tenga resultados, las que producen el mayor efecto.  

Una conclusión fuerte es que no importa que los resultados sean demasiado rápidos, sino que se cree la confianza de que la tendencia es positiva y a veces, basta con anunciar el ajuste futuro, pero con precisión de detalles, como en el caso de las jubilaciones. Y por eso es tan relevante formular un plan, adecuarlo y sostenerlo en el tiempo, a la vez que convertirlo en una misión, un credo. Debe ser detallado, verificable, mantenido, respetado y cumplido. 

Los datos muestran que todo ajuste usando primordialmente aumento de impuestos produce mucha mayor y larga recesión que los planes con preminencia de baja de gastos. Estos últimos, producen reactivación antes del año y medio de aplicados. En cambio, los que se basan en aumento de tributos, tardan varios años hasta producir una reactivación.



En lo que hace a baja del déficit y de la deuda, también los planes con baja de gasto son más efectivos que los de suba de impuestos, y con menor pérdida de puestos privados de trabajo. También la inversión comienza a retornar casi de inmediato con los planes de reducción de gasto, mientras no vuelve nunca al mismo ritmo en los casos de suba de carga impositiva. 

Los autores infieren que esto se debe a que los planes con baja de gastos hacen suponer – con razón – que el paso siguiente será una baja de impuestos, lo que moviliza de inmediato la inversión y aumenta la propensión al consumo. 


Otra conclusión que no le gustará a los solidarios, pero que muestra una vez más lo acertado de algunos planteos: las bajas de gasto que producen más rápida reactivación de consumo e inversión son las que se aplican sobre subsidios y salarios estatales. Algo que por teoría e intuición era sostenido por una parte de la profesión. Ahora surge con claridad en este estudio.




Y una resultante política que puede tranquilizar a los pusilánimes: el número de gobiernos que fueron reelectos luego de la aplicación de planes basados en ajuste de gastos es mucho mayor que los que perdieron las elecciones luego de un ajuste. Por supuesto, el paper habla de planes serios y sostenidos en el tiempo, con un formato técnico preciso. Y ciertamente, con medidas adicionales como flexibilización de condiciones laborales y apertura comercial. 

Nada de lo que en esta obra se muestra es algo nuevo, ni era desconocido, ni una originalidad en ningún sentido. Pero tiene la virtud de estar demostrado y publicado científicamente, ofreciendo todos los datos, su tratamiento y metodología para análisis y discusión. Eso, supuestamente, obligará a quienquiera dispute los principios, si se trata de una opinión seria, a refutar los conceptos del mismo modo, algo que parece fundamental en un medio donde el relato se impone hasta cuando se toma la fiebre a un engripado. 

En lo técnico, el libro merece leerse por lo aleccionador de sus resultados, y por la técnica del tratamiento de los datos, al igual que por la investigación bibliográfica, así como por el esfuerzo en ponerlos disponibles online para consulta pública. 

También puede obrar como un empuje al coraje político y técnico de quienes parecen no tener suficiente fe en lo que han aprendido en su formación, que subordinan a conceptos tales como “te incendian el país”, “aquí no se puede”, “resignémonos a lo que hay”, “somos nosotros” y similares. 


Esa resignación por default, (con perdón del término) no solamente ridiculiza, descalifica y desmoraliza a quienes intentan con paciencia, buena fe y mucho de heroísmo cívico recuperar la seriedad republicana del país. Y de paso, es la aceptación de una esclavitud fiscal y de decadencia política, económica, espiritual, ética y moral que por lo menos una parte de los argentinos no cree merecer. 



Dardo Gasparré - @dardogasparre

La jubilación de la jubilación


El modelo de reparto también reparte déficit y desempleo. Debe cambiarse, al igual que el modelo laboral


El maestro Borges imaginó un punto en el que confluían todos los puntos del universo, todos los actos y sus consecuencias, todo el bien y el mal. Llamó a ese punto El Aleph.

Semeja la complejidad de los sistemas jubilatorios que sufren y producen tanto daño económico, son víctimas y victimarios de la sociedad, carcomen presupuestos, reparten frustraciones y aspiran recursos hasta la quiebra, ad infinitum.

Bolsonaro se apresuró a debatir la reforma porque la bomba de tiempo está a segundos de estallarle y con ella la economía. Argentina ha ensayado tibios cambios que postergan (minutos) la discusión de fondo que Macri no osa proponer, especulativamente, y el peronismo no aprobaría, irresponsablemente. Uruguay, en un estilo propio, piensa que se requieren retoques, pero no es grave ni urgente. Falso.

Hace apenas seis años, en su estudio de sensibilidad, el BPS, influido aún por los efluvios de la soja cara, prometía autofinanciarse en 2018, sin ayuda alguna de rentas generales. Algo distinto que la realidad de 2017, donde el subsidio del estado rozó el 7%, incluyendo prestaciones periféricas, y de 2018, que podría ser peor. La lógica sensibilidad que despierta la vejez implica un complejo abordaje, pero surge ya la certeza de un gasto estatal no menor al 10% o 12% del PIB en pocos años, insostenible para los contribuyentes y contrapeso fatal para el crecimiento.

La solución fácil, como hizo Argentina en 1993, y hará Brasil, es aumentar la edad de retiro y con ello los años de aportes. Pero de inmediato surge la pregunta: ¿y qué pasará en el extremo inferior de la pirámide? Los jóvenes o no tan jóvenes –de por sí renuentes a trabajar, como saben tantos padres– se encontrarán con que los puestos están aún ocupados por los ancianos útiles.

En una economía abierta, libre, con costos laborales bajos y salarios flexibles, sin sindicatos que se adueñen de los trabajadores, la afluencia de nuevos participantes reactiva la demanda de bienes y de empleo, con lo que el punto se resuelve solo. No es el caso de la economía oriental, destructora sistémica de empleo verdadero o sea privado, e indexadora de salarios por inflación, garantía de achique.

Entonces se piensa puerilmente que hacen falta más aportantes, o sea, futuros trabajadores estafados, que se cotizarán hoy para ayudar a pagar a los jubilados y se someterán a la caridad pública en el futuro. Y así, se sueña con una potente inmigración para que el modelo de retiro se sustente. Falso. Mientras el salario y las condiciones laborales sean considerados conquistas sociales y no el resultado de un mercado de trabajo de oferta y demanda, el aumento de la población laboral no tendrá correlato en el aumento del empleo, trátese de jóvenes orientales que se incorporan, o de inmigrantes, salvo que los inmigrantes vengan con una inversión bajo el brazo, algo que, hasta ahora, no ocurrió.

La tasa de participación, que se hunde peligrosamente, es la mejor prueba de tal aserto. Corregida la tasa de desempleo por la de participación, el resultado es, además de contundente, desesperanzador. En ese proscenio cualquier reforma debe ser más potente. No alcanza ni aumentar años, por la razón apuntada, ni bajar la tasa de remplazo, o sea el porciento del salario activo que se garantiza a cada jubilado. El monto jubilatorio no debe ser una cifra basada en los últimos años de trabajo, sino en los aportes del trabajador. Un sistema de aportaciones definidas.

Como describió la columna, el esquema de Suecia –ejemplo favorito de “socialismo”– es un complejo mix entre el modelo de reparto y el privado, basado en cuentas nocionales o virtuales, cuyo saldo recibe el interesado cada mes. El sistema reparte según el rendimiento de las inversiones, el monto de los aportes realizados y la esperanza de vida (se reduce el ingreso mensual si la esperanza de vida aumenta), y el trabajador elige cuándo se retira y por cuánto tiempo cobrará su jubilación. Y puede optar por una jubilación privada adicional.

El método de aportar cierto número de años, jubilarse con el promedio salarial de los últimos años y mantener esa relación indexada de por vida, simplemente explota. Fue una de las causas que llevó a Suecia a la quiebra en 1993. Y que lleva a la quiebra a cualquiera. Al ser imposible de sustentar, el Estado termina incumpliendo su parte del acuerdo con manoseos de índices y otros recursos, con lo que tampoco se garantiza satisfacción ni seguridad, menos en contextos inflacionarios.

Paralelamente, en un mundo en busca de eficiencia, la suma de las altas tasas de aportes del trabajador y la patronal, lleva a una pérdida de competitividad, que a su vez influye en la demanda laboral, el crecimiento y el bienestar, que termina en un aumento del subsidio y consecuentemente de los impuestos y/o la inflación, un círculo vicioso.

El sistema jubilatorio debe ser cambiado de raíz, no solo remendado. También el vicio de usar sus fondos para otros fines, solidarios o no. Lo que implica una monumental tarea de persuasión, negociación, coraje e inteligencia. Por eso es de lamentar que los tres países del Mercosur no hayan encarado simultáneamente el plan de reformas, como modo de transmitir a la sociedad la universalidad del problema y la urgencia de salir del ruinoso formato actual.

Nadie ganará una elección propugnando esta modificación. Pero todos saben que cualquiera que gobierne deberá hacerlo. Es claro que el Frente jamás propondrá semejante reforma, encerrado, junto al PIT-CNT, en una ideología suicida. (Para los trabajadores) La pregunta es si en caso de ganar la oposición tendrá el coraje, el talento y la claridad conceptual como para promover el cambio impostergable. l


El fin del liberalismo



Liberales, abstenerse





"Armen un partido y preséntense a elecciones", solía ser el argumento de la viuda de Kirchner cuando se le reclamaba respeto por las minorías y la república. Además de tratarse de una barbaridad conceptual, porque la democracia es antes que nada el respeto por los derechos minoritarios, la frase mostraba la seguridad de la exfaraona en la eficacia de las vallas que ponía el sistema a la formación de nuevos partidos. 

La ambición reelectoral de Menem le obligó a pagarle (sic) de varias maneras a Raúl Alfonsín, el padre del progresismo democrático moderno, la redacción de una nueva Constitución. La primera cuota del pago fue la inclusión explícita de los partidos como gestores obligatorios de cualquier postulación política. La carta magna de 1853 los había omitido inteligentemente. Ese cambio fue la convalidación de la tendencia para escabullirle al ciudadano el ejercicio de su voluntad, y someterlo al colectivismo de un movimiento o facción, de un comando superior, un congreso partidario, una boleta digitada, una despersonalización de las candidaturas. 

Esa tendencia sigue evolucionando para transformar todos los cargos electorales en propiedad de los partidos, con lo que no solamente se concentra el poder en algún misterioso aparato central de control, sino que se escurren las responsabilidades y los méritos. Los políticos de todas las tendencias aman ese sistema, porque los transforma en monopólicos, en sátrapas, en punteros, en vitalicios. Trate de explicarle a uno de ellos las ventajas de la elección distrital de diputados y prepárese no sólo para una refutación más o menos técnica, sino para el insulto descalificador. Y el insulto peor a su inteligencia, lector, de sostener que ese método favorece a los partidos mayoritarios. 





Otro cambio alfonsinista fue la invención del tercer senador, que infringe la lógica democrática y la lógica sin aditamento, y que aumenta el poder de los partidos en detrimento de los individuos al acuñar el concepto de minoría ganadora. La inclusión del Consejo de la Magistratura, si bien fue un avance republicano, puso en manos de los partidos la mayoría decisoria, con lo que rompió lo que teóricamente quería lograr, y una vez más transfirió el poder de los ciudadanos a las estructuras partidarias. 

De igual gravedad fue la cesión de soberanía que implica la inclusión de cualquier tratado que cree jurisdicciones supranacionales para juzgar casos locales de delitos y reclamos diversos, lo que licua las decisiones de los ciudadanos argentinos, que pasan a subordinarse a entes burocráticos siempre  politizados, siempre de izquierda extrema, siempre disgregantes y disociantes, nunca en favor del orden social interno, con lo que se delega una herramienta imprescindible de las naciones modernas. Basta notar que los países más avanzados no se adhieren a ellos para validar este argumento.

De paso, esa valoración prioritaria del estado como garante del Orden Social, al que considera presupuesto excluyente del bienestar de la sociedad, diferencia al liberalismo de todas las demás corrientes, incluyendo a lo que se llama libertarismo, que se le asemeja sólo en el nombre. La renuncia a la soberanía en manos de entes anónimos trasnacionales es para la concepción liberal una claudicación y una traición a los intereses de la sociedad, de la nación y hasta de la Patria. 

Todos los puntos descriptos son antiliberales. ¿Por qué? Porque el peronismo, el radicalismo, el socialismo, el progresismo, son tendencias e ideologías basadas en el partido, en el colectivismo, en la decisión verticalista y unánime, como otrora lo fueron el fascismo y el comunismo, como lo es el gremialismo o el cooperativismo. Organizaciones en las que el individuo es un accesorio, las decisiones se toman en montón, o en cónclaves donde las responsabilidades y méritos se esfuman. El mismo Cambiemos se apoyó y apoya en una estructura radical - democristiana y en un concepto de verticalismo que privilegia la lealtad y la obediencia como valores máximos. 


















Las leyes de las PASO ahondaron el sesgo antiliberal por las mismas razones, al mantener y profundizar la obligatoriedad del voto, un resabio de la ley Sáenz Peña, que necesitaba del civismo forzoso para movilizar a las masas brutas hacia las urnas. El solo concepto de elecciones internas obligatorias para el ciudadano repugna a cualquier idea de libertad, no ya de democracia. Pero las PASO son funcionales a la intención de no permitir la creación de partidos que otorguen importancia a los ciudadanos individualmente. Su sistema de mínimos, obligatoriedades y exclusiones garantizan el monopolio de los partidos hegemónicos y colectivistas, y por supuesto, convalida las listas sábana en la elección de legisladores. Y además, son modificadas cada vez que convenga a quien tiene el poder. 

Lo mismo ocurre con las leyes electorales y de partidos políticos, que establecen condiciones para la creación de nuevos partidos que parecen a simple vista alcanzables hasta que alguien decide postularse para diputado, por ejemplo. Un liberal, condenado a afiliarse a movimientos que no lo representan, se enfrenta a todas las artimañas imaginables. La primera es que tiene que optar entre armar desde cero un partido distrital o postularse por medio de un partido "de papel", que tenga una aprobación provisoria, un partido remanente o residual de nombre más o menos neutro. 




Si opta por esta última alternativa, se encontrará conque el "dueño" del sello de goma, le exige ir primero en la boleta, y dependiendo del cupo femenino él deberá ir tercero en la sacrosanta boleta, con lo que no tendrá chance alguna. U optar por pagar o alquilar el partido, procedimiento despreciable per se. Pero aún en este caso, chocará con un sistema burocrático deliberado, controlado por las facciones tradicionales, que expurgarán histéricamente sus afiliados, para demostrar que no llega al mínimo legal, verificarán mes a mes las firmas, la permanencia, que no se hayan afiliado hace 10 años a otro partido o que hayan renunciado al mismo, y otras vallas. Tarde o temprano se encontrará conque su partido alquilado no sirve. Salvo que sea Cristina, que arma partidos cuando se le da la gana, en pocas semanas y sin que nadie lo objete, o se da el lujo de ser del bloque peronista para elegir el miembro de la primera minoría del Consejo de la Magistratura y de no ser peronista para las PASO. 

Por el mismo precio, el partido de un solo diputado así constituido deberá obligatoriamente dirimir su PASO si quiere participar en las generales, pero debe obtener un porcentaje mínimo de votos del total del padrón electoral, caso contrario no puede participar en las elecciones generales. Un conveniente trabalenguas para excluirlo. 

Pero hay obstáculos peores. Y ni siquiera pensando en elecciones presidenciales. En provincias de gran población, como Córdoba, Provincia de Buenos Aires, Capital, Tucumán, Santa Fé, el candidato liberal tendrá que contar con un número inalcanzable de fiscales probos, ya que de lo contrario el fraude en el conteo arrasará con sus votos, que morirán en la urna sin posibilidad de recuento, condenados, por quienes sostienen que la urna electrónica es mala solución, a ser abortados por la verdadera elección, que es la trampa sistemática luego de las 6 de la tarde en cada comicio. Una pena que la cacareada tecnología no sirva para poder votar por su vecino al que conoce desde chico, o que sólo sirva para comprar una divisa abstracta que usted nunca verá. 



Se dirá que esto no le pasa solamente a los liberales, sino a cualquiera que pretenda ir por fuera de los aparatos partidarios a una elección. El punto es que el liberalismo es la única concepción no compatible con el pensamiento de ninguna de las agrupaciones del establishment monopólico partidista. Ni en los métodos ni el las ideas. Justamente, parte del objetivo liberal es huir de los mecanismos colectivistas y verticalistas de los patrones del sistema, lo que no pasa en ningún otro caso. El sistema, las leyes y la práctica están hechos para evitar la posibilidad de cualquier candidatura individual liberal y la formación de cualquier fuerza liberal. Quien haya intentado postularse o esté intentando hacerlo sabe que esto es así y es una grave dificultad casi imposible de sortear. 















Al no permitir la postulación distrital, también se condena a quien se pretenda candidatear a requerir sumas millonarias que solamente los mecanismos casi siempre corruptos o tramposos de los grandes partidos permiten disponer. Nada más en contra de los principios liberales. Ningún obstáculo más formidable. El formato corporativo se advierte con prístina claridad en el sistema. Desde la obligatoriedad de financiar un infinito número de boletas que serán robadas, hasta el hecho de que el estado sólo contempla el financiamiento y la publicidad a los partidos ya existentes, escasamente a los nuevos. 

El lector encontrará muchos otros ejemplos del proteccionismo del corporativismo político, que hará todos los esfuerzos para evitar el ingreso de cualquiera que no adhiera a la tiranía con alternancia del sistema actual, apuntando muy especialmente a quienes desprecian la demagogia, el estatismo, la ineficacia, la corrupción y el populismo: los liberales. La osadía es castigada con el escarmiento de la frustración y el escarnio en las redes y los medios. Y aún en el supuesto optimista de que pudiesen superarse todas las vallas políticas, si alguien con ideas serias fuese electo se encontraría con el Capitulo Segundo de la Primera parte de la Constitución de 1994, con su amplio surtido de nuevos derechos y garantías para todos los gustos, que lo único que aseguran y garantizan es la ruina económica y moral en caso de aplicarse y el reclamo disolvente y paralizante en caso de no hacerlo. Un sistema jurídico a prueba de liberales.