Publicada en El Observador de Montevideo 28/07/2015





Las barbas del vecino



Desde Macchiavello para acá la política trata cada vez menos de los derechos de la gente. Las discusiones y debates políticos tampoco contienen ideas de fondo, ni siquiera ideologías. Este es un fenómeno global.


Como corolario, los programas que se exhiben en las campañas electorales se componen meramente de una serie de eslóganes destinados a una masa anónima y sin cerebro, con la que nadie se identifica pero que al final parece imponerse sobre la voluntad de los individuos inteligentes.


El resultado es la pauperización del intelecto colectivo, y muchas veces, la adopción de políticas y caminos alejados de la racionalidad, de la buena praxis y hasta del bienestar que supuestamente se pretende.


Tengo la sensación, como un observador curioso, que este fenómeno se da mucho menos en Uruguay, donde la discusión política, independientemente de la posición y opinión de cada uno, respeta ciertos principios, ciertas reglas y ciertas lógicas.


Es innegable que en Argentina pasa todo lo contrario. Lo digo con tristeza.


Los dos candidatos con posibilidades despiertan expectativas sorprendentes y estrambóticas,  para no ser exagerado. Al menos en los sectores que calificamos de productivos. Es decir los que viven de su trabajo, de su empresa y de su esfuerzo en el sector privado.


Estos sectores han venido aguantando casi heroicamente los últimos años, que culminan en una sinusoide de desgracias y malas noticias internacionales, como si faltara algún condimento. Muchos no han cerrado sus empresas, o reducido su personal al mínimo, o dejado de ocuparse de sus campos, con la esperanza de que un nuevo gobierno con alguna cuota de sensatez y decencia, - únicos ingredientes que necesita Argentina para funcionar – volviera a poner la producción y la inversión en marcha.


Ese sector privado, pongámosle casi el cuarenta por ciento de la población, se encuentra ahora frente a dos candidatos que representan las dos opciones disponibles: el kirchnerismo o la racionalidad. Civilización  o barbarie, vida o muerte, cara o ceca. Como se quiera.


No es difícil suponer que en su gran mayoría ese conglomerado de voluntades - que es el que mantiene la economía funcionando – ya ha elegido a Mauricio Macri como su candidato.


Y también es fácil colegir que el otro sector – 7 millones de pensionados y jubilados más otro tanto en planes de desempleo y empleos públicos semi inútiles - mas prebendarios y afines, tenderá a preferir a Daniel Scioli.


Una pequeña porción del electorado, que tal vez defina la presidencia, elegirá por ideología, preferencias, cansancio del maltrato o resentimiento.


Mientras tanto, aquella masa productiva que favorece a Macri, también necesita creer que habrá un futuro aunque su preferido no gane las elecciones. Esto es inherente a la vocación de trabajo y de industriosidad que la caracteriza, y que caracteriza en cualquier parte del globo a estos sectores. Ese grupo necesita creer que con Scioli también habrá país.


En un mundo ahora mucho menos condescendiente que hasta ayer, Argentina necesita recrear un posicionamiento geopolítico y económico que se ha perdido casi criminalmente.


Pero los dos candidatos, fruto al fin del maquiavelismo y el concepto de lograr el poder por el poder mismo, han eludido explicar sus ideas, sus programas o sus políticas. 


Scioli lucha por parecerse a Cristina frente a los sectores duros del kirchnerismo y al mismo tiempo por diferenciarse de ella frente al resto.


Macri, para consumo de los progresistas, promete mantener los planes y subsidios, jura que hará eficiente a la indefendible Aerolíneas Argentinas y trasparente a la inescrutable YPF de contratos secretos con Chevron y PAE, y hasta se embandera con el emblemático Fútbol para Todos, - un escupitajo a la cara de los anti estatistas. De paso, reza que admira las banderas peronistas, para muchos el germen de la decadencia argentina.


Quienes esperan la cárcel para Cristina Fernández y un cambio drástico en el cepo, el gasto irresponsable y la emisión fatal, con un gran impulso al comercio exterior, temen que Scioli sea sólo el brazo largo – perdón- de la presidente, que continuará por lo menos un par de años reinando con la ayuda de su infiltrado maoísta Zannini y sus gremlins de La Cámpora sembrados en los tres poderes.  


Macri ciertamente no hará un gobierno liberal. Como máximo, hará un gobierno de centro, sin demasiado ajuste y con endeudamiento para generar crecimiento. Su idea de hacer eficiente las empresas del estado es un sueño que terminará en más gasto del estado.


Scioli pretende ser gradual, lo que quiere decir que tampoco cambiará mucho de la estructura del déficit. También endeudamiento y gasto. E incertidumbre.


Los dos cederán a las presiones de un grupo de empresas y empresarios proteccionistas y prebendarios. No les costará ello demasiado esfuerzo ideológico.


Entretanto, ese 40 por ciento o menos que constituye el país productivo, discurre entre dos sueños, uno de máxima y otro de mínima.


Que Macri esté mintiendo y que si gana, liberará la economía, bajará el gasto, limpiará el estado, hará un nuevo sistema impositivo y de coparticipación federal.


O que si en cambio gana Scioli, traicionará a Cristina y se volverá una especie de Menem liberal y privatista, y tal vez dejará actuar a la justicia contra su forzada mentora.


Lo bueno de la democracia es que detrás de sus males siempre queda la esperanza. Cualquier parecido con la caja de Pandora es pura coincidencia.




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Publicada en El Observador de Montevideo 21/07/2015


Los tratados más cortos del mundo



Para simplificar la conversación, querría reducir la economía a sólo dos aspectos. La cantidad de empleo y la calidad del salario. ¿Le parece lógico?


Hace algunos años, en un discurso de campaña, el actual Presidente Vázquez dijo, refiriéndose a la necesidad de crear empleos, que los países emergentes estaban a veces obligados a sacrificar la ecología en aras de crear nuevos puestos, y que eso debería ser una preocupación de todo el sistema, no de los países en desarrollo solamente.


Me pareció una reflexión trascendente y también una definición de la importancia que las sociedades deben darle a la creación de puestos de trabajo, no sólo por su valor económico inmediato y obvio, sino por todo el bagaje de inserción psicosocial que conlleva.


Entonces pongamos en el primer renglón de lo que los americanos llamarían Vision, a la generación de empleo.


Ahora viene el condicionamiento. Sin entrar aún a analizar la conveniencia o no de que el estado se ocupe de una serie de actividades, funciones y prestaciones, el empleo público debe hoy descartarse como generador de nuevos puestos de trabajo. Y eso es un cambio que debe empezar en las agrupaciones políticas, si son serias.


Esto es porque si se aumenta la cantidad de personal para hacer las mismas cosas, por un lado se generará más burocracia, ya bastante crecidita, y por el otro se necesitará aplicar más impuestos para pagar esos salarios, por definición improductivos.


Si además se pretende que esos empleos tengan una remuneración de calidad, la única alternativa es crear empleo privado, que era exactamente a lo que se refería el Presidente Vázquez en su discurso citado más arriba.


Porque el empleo público, o el subsidio permanente, tienen límites muy precisos, como ser la tolerancia del sistema económico a la carga fiscal. Esto no se ve tan claramente en los ciclos de abundancia, pero estalla en estabilidad o en recesión. Y es más evidente cuanto más se exagera la carga.


En el segundo renglón de nuestra carta a Papá Noel, pongamos la calidad de la remuneración. Entendemos por calidad la capacidad adquisitiva del salario, no su valor en pesos en dólares o en euros. Lo que puede comprar un salario.


Y ahí de nuevo, mirar para el lado del estado en este rubro también es iluso. El sistema de tributación creativa está agotado. Cada nuevo impuesto achica más al sector privado, que mal puede hacerse cargo ni siquiera de los mismos costos que antes.


A menos que se quiera llegar a un cien por ciento de economía estatal. O sea el viejo comunismo. Va a ser difícil ahí vivir de impuestos, claro. Es mejor seguir con el socialismo moderno, que mantiene una clase productiva y trabajadora privada, sojuzgada bajo la figura de la democracia y la va ordeñando hasta la escualidez, como los Massai a las vacas africanas.


De modo que el único empleo genuino con buenas remuneraciones  es el privado. Y el único modo actual de aumentar ese empleo es aumentando el intercambio comercial. Y ahí volvemos a la discusión de siempre.


Uruguay necesita imperiosamente establecer tratados de libre comercio que lo saquen del cepo del Mercosur, una ratonera en todo sentido.  Pero nadie entiende bien esto. Se escudriña renglón por renglón las posiciones arancelarias para que ni por error se vaya a bajar un recargo o permitir una actividad que no le convenga a alguien.


En esto están unidos los sindicatos, los políticos y las actividades empresarias protegidas. Y muchos funcionarios. Al paso que van, los tratados que se firmen serán solamente formales, para un grupo minúsculo de casos, sin relevancia alguna y sin capacidad de generar nuevos empleos.

El concepto teórico es muy simple. Un aumento de las importaciones de cualquier índole, genera un aumento de exportaciones por igual monto. De esa ecuación se beneficia doblemente el trabajador. Por un lado, porque hay mayor demanda laboral con mejores ingresos. Por el otro, por la baja en los precios que el mecanismo produce al aumentar la competencia.


Una conveniente y malévola conjunción entre los sindicatos y las empresas prebendarias protegidas con altos aranceles y otro tipo de restricciones a la importación, hace creer que abrir la importación reduce las fuentes de trabajo. Del mismo modo que logran que el estado aplique aranceles o restricciones cuando se instalan, con la promesa de crear puestos de trabajo.
        

Todos los estudios en todo el mundo muestran que es mucho más lo que se pierde en puestos de trabajo, calidad salarial y costo de vida que lo que se gana con el cierre de importaciones.


Los sectores más humildes, por otra parte, deberían pensar siempre como consumidores, antes que como trabajadores. No hay manera de que le convenga un sistema que les encarezca los productos que compran y restrinja la competencia.


Pero si no me cree, venga, lo invito a comer un asado en Argentina. Usted cree que Cristina es mala porque puso el cepo, no quiere importar, corta el turismo y correlativas, ¿no? ¿Sabe quién hizo eso? El proteccionismo industrial. Las empresas que con la excusa de crear trabajo suben los precios, impiden exportar, y terminan chupándose las reservas. Pero si le conviene, échele la culpa a Cristina y siga defendiendo su supuesta fuente de trabajo.


En términos más técnicos, la clásica simetría de Lerner, que dice que se termina exportando lo mismo que se importa, se cumple más rápidamente en economías relativamente pequeñas y con tipo de cambio libre. Uruguay debería bucear en ese modelo. Aunque la experiencia dice que cuando se entra en el modelo proteccionista, de contubernio sindical-empresario-prebendario-estado, la salida es casi imposible o es por caos.


Imagino con una sonrisa, pero también con dolor, a miles de burócratas, lobbystas y socialistas, revisando con lupa las partidas arancelarias, y tachando todo lo que puede significar un mínimo peligro para sus intereses.


Los tratados de libre comercio que se firmen pueden llegar a tener media carilla.




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Publicada en El Observador de Montevideo 14/07/2015


Teorema del ajuste


En estos días venimos discutiendo el funeral de Grecia, las reducciones de presupuesto de Brasil, las estupideces delirantes argentinas con su gasto, su cepo y su emisionismo y el endurecimiento de la Unión Europea con algunos de sus países miembros.


En Uruguay el gobierno muestra una encomiable prudencia presupuestaria y la intención de contener el gasto del estado, lo que evidentemente no le ganará amigos.


Todos estos procesos pasan por esa idea central de bajar el gasto, evitar los despilfarros en las empresas y emprendimientos del estado, ajustar los planes de jubilación a las posibilidades de cada país para mantener un equilibrio entre los activos y los pasivos. Y por supuesto, conseguir inversión del exterior para las grandes obras  y  además, aumentar la exportación.


Es evidente que se abre esta discusión porque la facilidad del endeudamiento, el déficit y las commodities a buen precio se han esfumado. El escenario futuro está mucho más cerca de una recesión casi generalizada que de una estabilidad o crecimiento.


Lo interesante es que muchas publicaciones especializadas  supuestamente ortodoxas, premios Nobel, economistas ilustrados, socialistas de partido y de barrio, opinadores y demás deudos, esgrimen el argumento de que cuando hay una recesión, una contracción, una desaceleración o como tengan ganas de apodar al parate, es incongruente cortar el gasto, bajar la inflación, limitar la emisión y tener prudencia fiscal.


Justo cuando hace falta estimular la actividad, - dicen -  los fanáticos del ajuste quieren enfriarla, provocando así más recesión y tal vez depresión, y creando una espiral negativa de graves consecuencias.


Algunos acostumbrados a meter la mano en cualquier bolsillo hasta inventan impuestos para seguir financiando el bienestar, como si ello no fuera a tener ninguna consecuencia.  


Discutamos algunos principios. En las épocas de auge, lo ortodoxo es proceder de modo anticíclico, es decir bajar el gasto estatal, contener la emisión, recaudar más impuestos por el aumento de actividad, bajar el déficit. Esto porque el auge produce un crecimiento  y bienestar natural que permite ser prudente y conservador, y ahorrar para los momentos duros.


Entonces, cuando lleguen los momentos difíciles, se podrá otra vez ser anticíclico, usar algunos de los ahorros producidos en la bonanza, aflojar la mano y minimizar los efectos del mal momento sobre la sociedad.


¿Pero qué pasa cuando se es procíclico en la buena, o sea cuando se aumenta el gasto, la generosidad estatal y el reparto en el momento de las vacas gordas?
Fácil. Pasa que cuando llegan las vacas flacas eso obliga a ser procíclicos también, o sea, hay que bajar los gastos y sus colaterales negativos.  Eso ha pasado en varios de nuestros pequeños países. Se habrán ganado elecciones y aplausos con ese método, pero las consecuencias son las actuales y las que vienen.


Eso que llaman despectiva y atemorizadoramente ajuste, es lo que hacen los gobiernos prudentes, inteligentes y patrióticos, de cualquier tendencia o ideología. No Syriza, claro. Pero la onda, dicen los teóricos de café, es patear todo para adelante, emitir, endeudarse, conseguir pedal, y no parar la economía ni el empleo.  Y no crear desempleo por ningún motivo.


Lamento poner en vuestro conocimiento (como decían las viejas cartas de rechazo) que ese camino conduce a ser Grecia. En cualquier curva, en cualquier barquinazo, en cualquier traspié, aunque sea perder una final de fútbol, la cosa se da vuelta.  


No controlar el gasto lleva en estos escenarios a dos caminos: el de aumentar impuestos, que conduciría a un desempleo y a un círculo vicioso de la peor clase de recesión. O el de endeudarse para sostener un ritmo de gasto insostenible. 


Y de pronto, un día cualquiera, los acreedores no quieren prestar más, al contrario, pretenden cobrar, los intereses suben, la emisión produce inflación, la exportación se frena por altos costos internos, y todo eso que le pasa a los demás pero nunca nos va a pasar a nosotros.


Las grandes economías, con grandes fuerzas aéreas y misiles, se pueden dar el lujo de ser así de livianas, o irresponsables. Probablemente no les pase nada de modo instantáneo, y  si les pasa redistribuirán el daño o encontrarán alguna guerra u otro salvataje. Como los dioses griegos ahora en boga, que se peleaban ferozmente pero nunca morían, sino que morían los héroes y los humanos.


Pero nosotros, las economías pequeñas, no podemos jugar a ese juego.  Entonces, luego del festival procíclico en las buenas, viene la purga procíclica en las malas.  Y aunque sea molesta, funciona. España, Portugal, Irlanda, son ejemplos que muestran que cuando se baja el gasto del estado, se liberan las fuerzas del sector privado, se aumenta la inversión y la exportación, y si bien la economía toda sufre en un primer momento, se recupera con mucha más vitalidad y sanidad.


Por supuesto que cada uno puede tener su ideología y defender sus intereses y pedir que el estado no baje el gasto, ni corte el empleo, ni baje subsidios, ni deje de emitir, y aun sentirse traicionado por su partido si no lo satisface. Ese derecho no está en discusión. Hasta se puede convocar un referéndum inútil con esas ideas y ganarlo.


Lo que sí hay que incorporar en el razonamiento son los efectos de esas ideologías, de esos intereses, de la irresponsabilidad fiscal, de gastar antes de crecer, de matar a la gallina de los huevos de oro, que, guste o no, es el sector privado, el sector externo, la inversión externa.


El estado no produce riqueza. La toma y la gasta. Eso se nota mucho más en instancias mundiales como la de estos tiempos.



Por eso no hay que olvidar lo que le pasa a Grecia. Y estar felices de no tener gobernantes como Alexis Tsipras.