OPINIÓN | Edición del día Martes 24 de Mayo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

El ensañamiento tributario

Tal como predije en mi nota de la semana pasada, finalmente el ajuste consistirá en cobrarle más impuestos a la población. No es cuestión de sacar pecho por la predicción, ya que es cada vez más evidente que la fiesta del reparto la pagan los que producen, trabajan y crean.

Apretado, el gobierno ha traicionado su promesa electoral de no aumentar la carga impositiva en aras de no enojar a sus aliados del Frente Amplio. Es decir, prefiere ser leal a la poliarquía partidaria antes que a la ciudadanía.

Para explicar tamaña traición a la promesa electoral, se recurre a la trampa retórica de decir que lo que se prometió fue que no habría nuevos impuestos, no que no se aumentarían las alícuotas de los ya existentes. Otra vez se están exhibiendo las mejores credenciales del materialismo dialéctico, que, si bien obsoleto, es esencial para explicar lo inexplicable. El sector inteligente de la sociedad le llama a esto verso, humo, relato, o simplemente estafa política.

En el enfoque económico, pese a su apariencia de simple redistribución de ingresos que ama la izquierda, no hay una neutralidad. Este aumento de impuestos aumenta la ineficiencia global y necesariamente profundizará la recesión.

Como Argentina no tendrá tiempo en lo que resta del año y bien avanzado 2017 de incrementar su demanda, ni tampoco Brasil, los próximos 12 meses también serán de reducción de la actividad en Uruguay. La pregunta es: ¿qué se hará entonces? ¿Se volverán a aumentar los impuestos, las alícuotas o como se le quiera apodar al ensañamiento fiscal? ¿Qué nueva creatividad dialéctica-impositiva del Frente Amplio deparará el destino?

La fraseología vacía de la apertura comercial es otro relato de la dialéctica marxista disfrazada de socialismo progresista que se derrama sobre la sociedad oriental y que la confunde. No habrá apertura mientras gobierne el frenteamplismo y hasta es probable avizorar un enfrentamiento con Argentina que sí está dispuesta a avanzar en tal sentido.

Pero esa apertura imposible hacia el Pacífico un día, hacia Europa otro, nunca hacia Estados Unidos, obviamente, es un recurso apto para entretener y distraer a la población mientras sigue el gasto, la ineficiencia y el manoteo sobre la ganancia de los que producen y sobre la riqueza del país, no de la clase supuestamente privilegiada.

El carrusel de gasto-inflación-impuestos-estancamiento-retracción terminará alterando peligrosamente los términos relativos de la economía –que luego resultan muy dolorosos de restablecer– cuyo equilibrio es esencial para todo crecimiento y toda inversión. Y claramente, aleja de cualquier tratado de apertura comercial y de cualquier exportación con valor agregado en serio.

De modo que es posible predecir una telaraña dinámica hacia adentro, una involución en ese círculo vicioso, que tienda a achicar cada vez más la economía, a reducir el rol de la actividad privada y a incrementar la participación del Estado, incapaz de crear la más mínima riqueza. Todo eso, bajo el lema del socialismo moderno, del que los uruguayos parecen estar orgullosos.

Lamento desilusionarlos, como suelo hacer a menudo con mis compatriotas: este modelo no es socialismo moderno, sino simplemente socialismo vetusto. Moderno es el socialismo de Suecia, que fue capaz, luego de la quiebra salvadora, de replantear todo su modelo económico y de gestión.

Socialismo moderno es el de Nueva Zelanda, tras las reformas de dos socialistas laboristas, su exministro de Hacienda Roger Douglas y la proverbial primera ministra Helen Klark, que tuvieron el coraje y el patriotismo de plantarse contra el gasto, el déficit, el despilfarro y el estatismo y sentaron las bases firmes para un fantástico cambio en un país al que Uruguay debería observar por sus similitudes estructurales.

Pero esa clase de socialismo moderno no resulta de interés para la izquierda uruguaya. La obligaría a competir y, sobre todo, a trabajar. No se trata de lo que le sirve al pueblo. Se trata de lo que le sirve a los políticos y a las gremiales.

Tras la nueva escalada impositiva, que es solo un comienzo, no es difícil prever el manotazo a las reservas y el recurso del aumento de la deuda, que, siguiendo con la dialéctica, serán destinados a la “renovación de la infraestructura”, infraestructura que fue prolijamente ordeñada hasta la decadencia para privilegiar el gasto en sueldos inútiles con la forma de conquistas irrenunciables.

Eso traerá la baja en la calificación internacional, porque el relato sociocomunista es así, usa y consume todo el capital de un país hasta que lo extingue, y luego culpa al capitalismo de los males que ha provocado con su irresponsabilidad. Y no se trata ya de un ataque contra los ricos de Uruguay, se trata de un despojo al rico Uruguay y a la destrucción de sus recursos y riquezas, cuando no de valores.

Esa destrucción fue el delito mayor cometido por Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, no el vulgar apoderamiento de algunos miles de millones de dólares.

La sociedad oriental cree que tiene un sólido sistema político, y que sus problemas son económicos motivados por factores exógenos. ¿Y si fuera al revés? ¿Si sus problemas económicos fueran endógenos y lo necesario fuera cambiar el pensamiento y los esquemas políticos, para luego recrear un país socio-económicamente distinto?

O puesto de otra manera, como dirían los psicólogos, mirar profundamente para adentro y dejar de poner la culpa en el afuera. La culpa está adentro. Afuera están las oportunidades. Lo único que hace falta para aprovecharlas es abandonar la comodidad de la dialéctica, tanto de quienes la usan como de quienes la consienten.

La crisis está a la vuelta de la esquina. El éxito también. Es cuestión de elegir.

OPINIÓN | Edición del día Martes 17 de Mayo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Rendición de Cuentas, ¿de quién?

Dura tarea del presidente Vázquez y su ministro de Economía. Por más de un año, el Frente Amplio se empecinó en negar la existencia de una recesión y mucho menos de una crisis. Algo obvio porque aceptarlo habría implicado resignar las ventajas prebendarias y los sagrados derechos adquiridos.

En esa misma línea, desoyeron todas las advertencias desde el Ejecutivo sobre la necesidad de moderar los reclamos y aun el ritmo de generosidad fiscal. Ahora los mismos que ejercieron esa soberbia miran a Danilo Astori y le reprochan no haber evaluado en su total dimensión los efectos de las recesiones brasileñas y argentinas.

Es un planteo ignorante e hipócrita, por partes iguales. La economía venía mostrando signos de caída de actividad interna y externa desde bastante antes de que el socialismo barato de Dilma le estallara en la cara y de que Macri abriera la carta explosiva que le dejara Cristina de regalo de Navidad.

Lo que le está ocurriendo y lo que le ocurrirá a Uruguay es lo mismo que le pasó a todo el populismo regional, cada uno en su estilo y a su modo: se repartió alegremente el ingreso adicional transitorio fruto de un fenómeno único en un siglo. En ese momento, se desoyeron las advertencias, se despreciaron los conceptos de la economía ortodoxa, se vituperó a quienes sostenían la necesidad de seriedad fiscal, entre ellos al actual ministro.

Ahora se acusa a quienes advirtieron sobre la barbaridad que se estaba cometiendo de no haber anticipado la importancia del choque inexorable que sobrevendría en la próxima curva.

Es el truco de la conveniente ignorancia. Los prudentes principios de la ortodoxia económica aconsejaban otra cosa. Por ejemplo, en vez de repartir aumentos de sueldos y puestos estatales, crear un fondo anticrisis. En vez de dilapidar en ANCAP o Pluna, renovar la infraestructura, el próximo problema que se “descubrirá”, como si no hubiera sido algo evidente.

No es muy distinto a cuando el médico nos dice que no fumemos, no nos inundemos de whisky, no nos reventemos con drogas. La respuesta conveniente es siempre el clásico “yo estoy fenómeno”. El día que la tomografía dice lo contrario, seguramente reprocharemos al profesional el no haber previsto la magnitud del problema.

El punto ahora es más grave, porque la enfermedad propia afecta a toda la sociedad. Nadie acepta que, pasado el auge llovido del cielo y la repartija consecuente, se debe resignar el ingreso adicional, el bonus que nos dio la suerte. Ahora se esgrimen los derechos adquiridos. ¿Adquiridos cómo? ¿Con más esfuerzo, con más talento, con más innovación, con más productividad?

Con nada de eso. Solo se tomó el maná caído del cielo y se lo repartió del modo económico más arbitrario posible, creyendo que el caudal electoral era el mejor modo de distribución de la riqueza.

El fruto de un instante de bonanza temporal se ha transformado mágicamente en un derecho permanente. Entonces se pretende, ahora que la bonanza ha desaparecido, seguir cobrando lo que ya no hay, obviamente que esgrimiendo los sacrosantos derechos constitucionales.

Difícil de digerir para el frenteamplismo, que sacó patente de experto en economía y de mago de la equidad y el redistribucionismo gracias a factores exógenos que ahora se le dan vuelta.

En esa lucha épica, la idea salvadora que se esgrime, es cobrar más impuestos a cada vez menos contribuyentes. Que es la mejor manera de sumir en una recesión más rápida y terminal a la economía.

Por supuesto que este principio básico también es descartado, como antes se descartara la prudencia fiscal, en nombre de la justicia social y las reivindicaciones. Al igual que la apertura comercial, que solo fue admitida dentro del corsé mentiroso y proteccionista del Mercosur, que ahora implosiona ruidosamente en el fracaso, cuando ya se ha perdido buena parte de la posibilidad de inserción global. ¿También acusarán al presidente por esa estupidez conceptual que tanto daño le ha hecho y hará a los uruguayos?

Subyacentemente, se está poniendo en evidencia, como en toda la región, la ineficacia del Estado como productor de riqueza y hasta como prestador de servicios esenciales, que han pasado a ser meros centros de recaudación para repartir y de ineficiencias para sufrir.

El presidente y su ministro de Economía han tomado el camino inteligente: oponerse a cualquier facilismo, reducir el gasto, no aumentar la carga impositiva, buscar una apertura comercial que de todos modos es ahora muy difícil. Hay que destacar esa actitud valiente poco común entre los políticos modernos, y poco común entre los economistas en el mundo, que buscan justificar con ecuaciones, fórmulas y teorías la irresponsabilidad de la emisión, el endeudamiento y el populismo.

Estas medidas no serán fáciles ni exentas de dolor, pero son la consecuencia ineludible del atracón irresponsable de los políticos, las gremiales y buena parte de la sociedad, que en su momento resolvieron desoír al médico y vivir la vida. Y también la contrapartida de ganar votos y elecciones con políticas cortoplacistas y oportunistas.

Por eso no debería tratarse de la Rendición de Cuentas del presidente. Quien debe rendir cuentas es el Frente Amplio.