Publicado en El Observador 05/04/2022
¿No vuelven más?
Llegó el momento de decisión del gobierno, que debe interpretar el verdadero mensaje que le dieron las urnas
En el apogeo del gobierno macrista, las críticas a Cambiemos por su “kirchnerismo de buenos modales”, como definiera algún ahora político argentino, eran respondidas con la frase “no vuelven más”. Sin embargo, como el propio Macri acepta ahora, las observaciones sobre la continuidad del populismo peronista ruinoso y otras prácticas no sólo eran pertinentes, sino que implicaban un reproche por no querer, o no poder, cambiar la línea que desembocaría en la agonía actual. Esa respuesta a las críticas quería decir que, pese a todo, el peronismo franquicia Cristina estaba definitivamente derrotado y en desbandada.
El latiguillo implicaba al menos dos errores. Uno, el no comprender que las ideologías – sobre todo las basadas en el resentimiento y el odio - tienen una fuerte influencia en los resultados electorales, más allá de toda lógica, de todo análisis técnico y aún fáctico, aun más allá de la razón y la verdad. El segundo error fue olvidar que, si se intentaba retener y aumentar la adhesión de un sector menor pero indeciso y definitorio de cualquier elección, deberían hacerse cambios de fondo que mostraran en 4 años una clara diferencia y mejora del modelo kirchnerista.
En nombre del gradualismo y la consigna de que cualquier cambio importante en el diseño y manejo del presupuesto conduciría al incendio de la república, se sostuvo el modelo de regalo y reparto con deuda externa e inflación, hasta que se acabó el crédito y se recurrió al FMI, cuando ya era tarde. Los que no volverían nunca más, volvieron. Los que habían jurado volver mejores, volvieron peores.
El resultado del referéndum antiLuc tiene muchas semejanzas con esa historia, a pesar de lo que esta afirmación pueda enojar a quienes sostienen que Uruguay es distinto. Hasta hace pocos meses era común leer y escuchar a los partidarios del gobierno sostener que la oposición estaba desmembrada y desconcertada, y que usaba cualquier recurso desesperado para volver a cobrar protagonismo. La votación del 27 de marzo los debe haber llamado a la realidad, es de esperar.
El nuevo partido opositor, el Pit-Cnt-FA, por casualidad, por obligación, por instinto de supervivencia, por habilidad o por ideología contumaz del votante, ha resucitado a la izquierda y la ha puesto en carrera. “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”, la frase nunca dicha por Don Juan Tenorio, podría ser el resumen. Más allá de la persistencia ideológica opositora, el gobierno tampoco ha sido demasiado proactivo en el cambio. Luego de la LUC inicial, que debió ser un comienzo y no un corolario ni un colofón, la Coalición tuvo sólo un manejo prolijo del socialismo heredado, en vez de modificarlo o intentar modificarlo con una nueva propuesta, una nueva prédica, plantando un modelo superador destinado a perdurar por años, al que Uruguay tiene derecho a aspirar. Seguramente influyó el absurdo cierre mundial pandémico, que fortaleció la teoría neomarxista del reseteo, como también la dicotomía forzada del referéndum, que obligaron a despediciar el momentum, suponiendo que quisiera modificarse algo de fondo. O que se pudiera hacerlo, luego de los preceptos legales, sindicales y de derecho consuetudinarios implantados por la izquierda en quince años de gobierno sin diálogo ni promedio alguno.
Para el simple observador imparcial, si tan raro animal existiese, no es fácil alejar la idea de que si la izquierda volviese a ser gobierno simplemente retomaría su plan de esos tres mandatos, esta vez desde un punto de partida mejor, gracias al ahorro y la confianza despertada por la actual gestión. Es también evidente y visible a simple vista que el Pit-Cnt-FA continuará usando todo tipo de recursos de democracia directa para convertir cada decisión gubernamental en un plebiscito real o virtual, para proponer nuevos impuestos, medidas facilistas, redistributivas y opuestas al derecho de propiedad, y si eso no fuera suficiente, recursos de acción directa de la apodada democracia popular, (la siguiente etapa de democracia con aditamentos) como paros, huelgas, demandas imposibles, marchas o lo que fuere. De resultados siempre negativos en lo económico, sobre todo para las clases más bajas, pero siempre efectivos en materia de votos.
Frente a ese planteo, el gobierno está en falta, tanto desde el punto de vista de la supervivencia como fuerza política de la coalición, como desde su supuesta y esperada vocación de cambio de paradigma. Un ejemplo de fondo es su posición sobre la inflación, ese impuesto sin legislación ni autorización de nadie. Si bien sus metas y criterios son sensatos, en la práctica no se ha avanzado demasiado. Se sigue dando como válido el criterio de indexar prácticamente todos los costos de la economía por la inflación pasada, garantía de aumentar el problema, no de resolverlo. Ninguna meta es cumplible con semejante rémora, con lo que cualquier rango objetivo es una frase, un saludo a la bandera, una simple declaración. O declamación, como sostiene esta columna.
Que la pandemia o la guerra hayan aportado nuevas excusas para el keynesianismo mundial no cambia el resultado, o peor, lo agrava. El concepto de que la inflación es siempre un fenómeno monetario molesta a los gobiernos. Es comprensible. Basta con enumerar las acciones que producen inflación: el déficit, la emisión para pagar gastos del estado, la emisión que origina cualquier deuda en dólares que se tomase, tanto al contraerse como al pagar intereses, cualquier fomento al crédito interno. Elementos que sería antipático de eliminar o reducir para cualquier burocracia. Algo similar ocurre una vez que, gracias a la bondad impresora, los precios se desmadran. Allí aparece el proverbial “combate contra la inflación”, una frase tan hipócrita y contradictoria como un pirómano bombero.
Eso lleva a subir las tasas, que en definitiva terminan generando más necesidad de emisión, o sea más inflación. Y que de todos modos, si fuera un recurso exitoso, generaría una recesión aunque fuera temporal, kryptonita para el poder político. Tampoco aquí el gobierno está generando un cambio. La idea de eliminar el IVA a los alimentos para contrarrestar el efecto del aumento de las commodities, suponiendo que pudiese aplicarse eficientemente, es inflacionaria, en su efecto último, y produce un desacomodamiento en los precios relativos que tiene efectos desagradables y de largo plazo en la economía. La idea de aplicarla por 30 días es un sueño o una frase con suavizante: una vez que se emprende este camino no se vuelve. Parece una medida que ayuda a los sectores de menores recursos y suena a popular. Es sólo una paradojal falacia.
No muy diferente es la esbozada idea presidencial de aliviar o eliminar la carga impositiva para las escalas más bajas. Una medida redistributiva que muy pocas veces tiene los efectos esperados, que en definitiva empujará más la inflación, a menos que un crecimiento sostenido del PBI lo compensare. Otro supuesto que no suele darse. Al contrario: todo reparto, exención o dádiva basados en el aumento temporario del precio de las commodities, permanecerá aún si los precios internacionales retrocediesen, cosa que no sería imposible. Una vez más, los ingresos pueden bajar, pero el gasto indexado queda como herencia. Ya ocurrió.
Para no aburrir con ejemplos, (la revaluación temporaria del peso daría para varias notas) no hay esbozos de un cambio de fondo sobre la economía uruguaya, fuera de circunstancias temporarias exógenas. Aún la supuesta radicación real de individuos está fuertemente amenazada por un costo de vida en dólares absurdamente alto. Y el desempleo latente industrial y aún exportador que significa esa apreciación del peso no es una posibilidad sino una regla económica que siempre se cumple, que aumentará el gasto público y la dependencia del estado.
Hay dos modos de interpretar el voto en el referéndum. El gobierno debe decidir si quiere simplemente cumplir su mandato en paz y dejar todo el terreno preparado y mejorado para que se retome el camino socialista que sólo puede llevar al empobrecimiento colectivo, o si realizará, querrá realizar o podrá realizar los cambios necesarios para consolidar un modelo real de apertura, competencia, libertad, crecimiento y bienestar. El riesgo de que “vuelvan peores”, ya no es una hipótesis lejana. El cambio se puede promediar, lo que arroja como resultado cero. O se puede hacer.