Publicado en El Observador 01/02/22



¡Don’t Luc up!

 

El referéndum puede ser un ensayo general de un embate más a fondo sobre la democracia sin aditamentos

 




 




















Escuchando los argumentos que hasta ahora ha usado la oposición izquierdista para apoyar la derogación de la Ley de urgente consideración, queda claro que no existe en la gran mayoría de los casos ni siquiera un estudio concienzudo no ya de los efectos, sino del mero contenido del articulado de la norma. Desde la crítica a disposiciones que no existen, a algunas extrapolaciones tan ridículas como que la portación numérica ataca a los monopolios estatales y lleva al oligopolio, algo que, además de no tener soporte alguno de evidencias y de mostrar una discapacidad idiomática desconoce los derechos del usuario a tener su número de celular propio, que en el mundo internetizado de hoy es más importante que el documento de identidad. 

 

No debería causar sorpresa. Es una incoherencia coherente con el concepto de abrazarse a una protesta, a una causa, a una bandera para oponerse mucho más que a una medida o a un gobierno, a la decisión de la ciudadanía en las urnas. Transformar la LUC en LUCha. El concepto central sobre el que se legitimiza el reclamo es que, si está dentro de las posibilidades constitucionales, se debe ejercer, no sólo se puede ejercer. “Me opongo porque puedo y debo hacerlo” es el argumento único y válido que se esgrime. No tiene entonces importancia alguna analizar o conocer los temas en profundidad, lo que importa es no aceptar los resultados electorales, o al menos empastarlos, ensuciarlos, complicarlos, impedir que cualquier legislación se aparte un ápice del sendero de hierro trazado por el neomarxismo con sus mil nombres. Eso hace también imposible que cualquier defensa sea técnica o específica. No se trata de una discusión racional. 

 

Por eso es acertado el concepto generalizado de que se ha forzado un proceso que constituye una elección de medio término, que justamente recibe la acertada crítica de que impide gobernar porque la demagogia electoral mueve a evitar tomar toda medida que no sea simpática y dadivosa. Populismo, en otros términos.  Coima a los electores, diría Fukuyama. La Constitución oriental se ha ocupado de eliminar estos efectos. Por supuesto que también determina, con la misma validez y fuerza, el derecho de la población a promover la derogación de una ley que la agravie o la lesione mediante los referéndums. Y por supuesto que políticamente eso se puede interpretar como a cada uno le parezca, y hasta sentirse agraviado por una norma ómnibus con disposiciones bastante intrascendentes en cualquier sentido, salvo las que obligan a cumplir las disposiciones de la OIT, organización internacional que -en este único caso – no parece tener el valor de catecismo que tienen las otras organizaciones supranacionales para la izquierda. 

 

El neomarxismo mundial, (con todas las denominaciones que pretenda adoptar) vive adjetivando y de ese modo descalificando y devaluando la democracia. La democracia popular, por caso, es superior, en esa línea de pensamiento, a la simple democracia, sutilmente así descalificada. La pluridemocracia, la poliarquía, la democracia de masas, la democracia directa, son algunos de los mecanismos dialécticos no sólo para degradar o poner en segundo orden la democracia, sino para pasar por encima de ella y transformar el poder en un trofeo vitalicio que no tiene la posibilidad de referéndum alguno. En nombre de la democracia, se la ignora cuando se pierde enarbolando la bandera del agregado de algún adjetivo épico pro pueblo. También se la burla. En esa tesitura, además del ejemplo vergonzoso y cruel de Venezuela y Nicaragua, hay muchos países como China, Rusia, Chile, Argentina, que están en diversas etapas de democracia popular, como una línea de tiempo que muestra las distintas etapas que llevan a un destino final. Casualmente es este mismo Frente Amplio de hoy el que apoya a esos regímenes, sobre todo regionales, en una ofensa a la inteligencia colectiva nacional, seguramente amparado en su escudo de fondo: “los apoyamos porque podemos hacerlo”, o en la democracia latinoamericana, un nuevo aditamento. 

 

Este proceso se facilita por un viejo criterio oriental: la de que los opositores son amigos, de que el debate es posible, de que se discuten derechos de la sociedad, de que se puede comparar y poner en el mismo plano la libertad con la dictadura, el esfuerzo, el riesgo, el talento y el éxito con el “derecho humano” de haber nacido y de repartirse como despojo el fruto del esfuerzo y hasta el sacrificio de los otros. También el término derecho se ha desvirtuado con el aditamento de humano, una manera de eliminar el criterio de justicia, el derecho de propiedad y de libertad. El sueño de que todo gobierno o toda ideología promediará sus decisiones con las minorías. Eso tal vez fue posible con el marxismo blando del viejo Frente Amplio y sus viejos dirigentes, casi diletantes de la política, como el resto de los políticos. Pese a que en sus quince años de gobierno se fueron “sembrando” dentro de las leyes y las imposiciones sindicales vallas insalvables para cualquiera que intente romper el camino de hierro trazado por los herederos mejoradores de Marx. 

 

Este referéndum muestra que ningún cambio será tolerado. No importa lo que digan los resultados de una elección. Este Frente Amplio no es ni siquiera el de Mujica. Los nuevos líderes, con el soplo comunista, por más que se los quiera vestir de dialoguistas, no quieren dialogar. Quieren luchar. En la oposición o en el poder. Ese cambio debe ser tomado en cuenta, porque de esa lucha no se sale, no se retorna. Basta mirar los ejemplos.  No hay promedio en el marxismo multiapodo. Su lucha es incesante, no importa si es en nombre de los derechos humanos que son en su visión superiores al derecho, del Covid, de la pobreza, de la igualdad, de los impuestos a la energía, del cambio climático, del calentamiento global o del meteorito que causará el fin del mundo, de los monopolios estatales, de los asesinos dictadores latinoamericanos. 

 

¿Para qué es esa lucha? Para tomar el poder primero. Para perpetuarse usando la Constitución vigente para luego cambiarla, de modo de que su ideología se plasme como decisión de la democracia popular, no de la democracia a secas, para usar la posverdad, el relato, el gramscismo y el goebbelsismo como herramienta para enervar el pensamiento claro de la sociedad. No es una opinión. Es lo que está pasando. ¿O alguien cree que la Constitución chilena será otra cosa? ¿O alguien cree que Boric, que ahora aparece como moderado, tendrá alguna opción frente a la Carta Magna comunista que se avecina? 

 

El problema no es el Frente Amplio, cuyos integrantes y sus votantes tienen derecho a pensar como les plazca. El problema es el objetivo final del marxismo que lo posee, del que también la ciudadanía tiene derecho a defenderse, con armas similares. Porque del marxismo no se vuelve. Y porque la pregunta que surge naturalmente es: si el Frente perdiese este referéndum, ¿se quedaría tranquilo? ¿Aceptaría mansamente el resultado, como en toda democracia de amigos, tal como sueñan los uruguayos? ¿O cambiaría el estilo y se lanzaría a las marchas callejeras, a las huelgas masivas, o a algún otro mecanismo con idéntico objetivo de poder final, como ya se ha visto y no es ninguna novedad? 

 

Cuando en otro sueño del pasado se dice que aquí no hay grieta, se están omitiendo algunos análisis y al mismo tiempo se está domesticando el pensamiento social peligrosamente. En ciertos escenarios que se están desarrollando local, regional y mundialmente, que atacan la libertad, la propiedad, los ahorros, el esfuerzo, la educación, el trabajo, la grieta es la defensa inevitable.  

 

 







Publicado en El Observador 28/12/2021


De nuevo el garrote americano, pero sin zanahoria

 

El país, que tanto valora el diálogo, tiene que dialogar sobre su comercio internacional con el resto de las naciones, no ceder a la conveniencia sin contrapartidas




 

 






















La columna se ha explayado varias veces sobre el cambio de fondo de la política comercial norteamericana. Mientras Trump lanzaba aumentos de tarifas y recargos, amenazas, prohibiciones y executive orders como si fueran flechas, Biden cambió el estilo y está dedicándose a persuadir a sus aliados mundiales, empezando por Europa, de alejarse de China, no solamente de no firmar tratados de libre comercio, sino de no participar ni invertir ni comprar en áreas designadas como supuestamente estratégicas, que en rigor son aquellas en las que EEUU está más atrasado, como en el caso del 5G, la IA, y cualquiera otra actividad que no le convenga o donde no pueda competir en calidad, avances tecnológicos o en precios. 

 

El problema práctico es que Estados Unidos ha decidido no cargar sobre sus espaldas la tarea de tutor del orden mundial, además de haber renunciado varias veces desde 1971 en adelante a que su moneda sea reserva de valor, de lo que recién parece que se están dando cuenta algunos. En esa suerte de lenta decadencia, Biden ha incrementado todavía más que Trump, y más efectiva y permanentemente, el proteccionismo descarado sin cortapisas. En ese nuevo papel, no tiene nada para ofrecer, salvo amenazas latentes. No puede firmar tratados de libre comercio, porque todos los acuerdos que firma son acuerdos para encarecer el comercio, igualando de un manotazo las ventajas comparativas y aún competitivas. O sea, doblando el brazo de sus supuestos aliados, que ahora no son sino obedientes cuasimendigos. Ese estilo se agrava cuando el gobierno americano ha decidido aumentar los sueldos fuera de la lógica económica, por lo que necesitará más prepotencia para forzar a subir el precio de sus competidores. El frustrado PPT, o Tratado transpacífico de cooperación económica, ya obligaba a sus signatarios al mismo nivel de ineficiencia estadounidense, a pesar de lo cual no fue suficiente para Trump, que lo repudió. 

 

Entonces, el verdadero contenido del discurso es: “no comercien con China, pero a cambio no esperen demasiado de EEUU”. O sea, no se está ofreciendo nada como contrapartida. Y mucho menos a los países intermedios, la gran mayoría. Se puede poner el ejemplo local, si hace falta. No se le ofrece a Uruguay ni más compra de productos tradicionales, ni la posibilidad de vender nuevos productos y de comprar otros artículos bajo un sistema de baja de aranceles, que es exactamente lo que generó el extraordinario crecimiento global desde Clinton hasta la primera presidencia de Obama, con los correlatos de empleo, abaratamiento de costos y precios, aumento de opciones de todo tipo para el consumidor, acceso a los mercados de inversión mundial, y la mayor reducción de pobreza de todos los tiempos. 

 

En esas condiciones, Uruguay sólo puede perder si no se acerca a Asia, incluido China, no solamente en el crecimiento futuro sino en una disminución sobre lo que ya tiene logrado, que sería catastrófica. Eso vale para el comercio y también para la inversión, y todavía más para la tecnología. Nadie puede ganar en un contexto proteccionista, lección que ya debería haber aprendido Estados Unidos luego de sus errores históricos keynesianos o neokeynesianos o como se les quiera llamar. El New Deal, el gran fracaso de Roosevelt, sumió al mundo en una depresión de 10 años, de la que se salió por una casualidad de la justicia y de la providencia; eso es lo que de nuevo se ofrece hoy como menú para los mal llamados socios comerciales americanos. 

 

No es una novedad que son justamente Europa a la cabeza, seguido por Estados Unidos, quienes más trabas ponen a la expansión comercial oriental, justamente para satisfacer los reclamos de una actividad agropecuaria interna subsidiada y cómoda, en nombre, como dice Francia, de que “sus agricultores prefieren seguir haciendo lo que hacen”, la negación mismo del comercio internacional. 

 

Es posible que la nueva tendencia proteccionista Europea se cuelgue del pasamanos del ómnibus saturado de pasajeros obsoletos norteamericanos, que además tiene varios proyectos que solamente han sido pensados para aumentar la inflación estadounidense y consecuentemente mundial, con resultados impredecibles, pero seguramente negativos para la humanidad. No habría que copiar la vergonzosa claudicación sistemática de Alemania ni de Úrsula von der Leyen, la burócrata presidente de la Unión Europea, capaz de toda genuflexión para mantenerse en el puesto. 

 

La política económica del presidente Biden es, además, dudosamente efectiva, al menos para los cultores de la economía clásica que recuerdan la teoría de los ciclos nunca rebatida de von Mises, que tantas veces se ha probado empíricamente. Con lo cual cabría el derecho de calificar a quienes se abrazan a ella de estar acompañando un proceso que necesariamente es fatal para sus ciudadanos. Todos los momentos históricos de emisión, inflación y proteccionismo sostenidos han culminado del mismo modo, y no hay ninguna razón sólida que muestre que esta vez el resultado será distinto. 

 

En ese cuadro, no hay muchas opciones para Uruguay, salvo la de continuar su línea actual en el orden de las relaciones comerciales y confiar en su tradicional capacidad de negociación y persuasión para equilibrar la supuesta desobediencia disciplinaria con su política diplomática y de relaciones exteriores. Seguir otro camino sería enfrentarse al riesgo de provocar duros efectos para su población. Hasta Biden lo entendería. 

 

 






Publicado en El Observador 21/12/2021



Lo peor del desempleo son sus remedios

 

La fatal arrogancia de creer que creando inflación se puede aumentar el empleo sustentablemente 




 

La pandemia es una de las tantas tragedias, inventadas o no, que se han usado como excusa durante la historia de la humanidad para soltar la mano del soberano y repartir dádivas a la población, siempre con el mismo propósito de conseguir la anuencia, la tolerancia o el apoyo de los súbditos con objetivos diversos. 

 

La lucha contra el desempleo es, en tiempos modernos, una de las mejores excusas globales para justificar el olvido de lo que se aprendió a fuerza de fracasos y aún de lo que se aprendió a fuerza de estudiar, excusa enriquecida por la decisión de encerrar a la población mundial durante 18 meses en sus casas, y pagarle sin trabajar, una confesión además de que los fondos destinados a la salud en el mundo fueron dilapidados durante largo tiempo. 

 

Se pare, como base, del error de fondo de creer que el estado tiene la tarea de generar empleo, o pleno empleo, como dice el primer mandato de la Reserva Federal, y como repiten a coro todos los gobiernos del mundo. En realidad, lo mejor que puede hacer el estado es no hacer, en vez de intentar hacer, como se ha demostrado en todos los casos y en todo lugar. La teoría del estado presente conduce a altos gastos, altos impuestos y finalmente muchas regulaciones, que ahuyentan la inversión y el empleo. Como el estado no es capaz de generar riqueza, ni inversión ni empleo que no termine siendo un vulgar subsidio, su fracaso está siempre garantizado. 

 

El tema empeora aun cuando los gobiernos, o sea la clase burocrática que conduce el estado, decide producir empleo privado. La fatal arrogancia que citaba Hayek, en acción. Así, se inventa una barrabasada como la tasa cero o negativa, como ocurrió en el ex mundo capitalista, que es la negación misma de los preceptos capitalistas. No tanto porque el capital pasa a remunerarse a valor cero, sino por la distorsión que genera al privar al sistema del mayor mecanismo de decisión de inversiones, que es la tasa de interés, en sentido amplio. A partir de esa tasa cero deja de tener sentido la asignación de recursos productivos, esencia misma de la economía como ciencia social y del capitalismo. Al eliminarse la herramienta con la que se toman las decisiones, todas las decisiones pasan a ser erráticas, los proyectos fracasan, el aumento del empleo es circunstancial y poco duradero, y en el mediano plazo desaparece, como desaparecen las empresas e industrias desarrolladas en base a un crédito barato o regalado. 

 

De ahí que cuando la FED, el banco central para nada independiente de EEUU dice que no subirá la tasa hasta que el desempleo no llegue a ciertos mínimos, está diciendo una frase fruto de la ignorancia y el voluntarismo, y siguiendo un camino de fracaso en el mediano plazo. Como se puede ver en Wall Street y aún en la vida real, una vez lanzada la carrera del regalo todo intento de subir unas décimas de punto la tasa de interés es inmediatamente percibido como un retroceso de la actividad económica, con todas las acciones que eso conlleva, que terminan creando desempleo. (Además de que, casualmente, cada vez que se habla de aumentar las tasas aparece una nueva variante del virus que amenaza terminar con la humanidad, al menos en el relato).

 

El problema se agrava cuando, además, se emite moneda para subsidiar los efectos de haber encerrado al consumidor y las prohibiciones correlativas de viajar, gastar, etc. Esta emisión, que se vuelve inflación al primer amago de retornar a la normalidad, hace bajar por un corto plazo la tasa de desempleo, pero no sólo ese guarismo tiende a bajar, por los falsos cálculos empresarios que se explican en el párrafo anterior, sino que necesitan una nueva inflación para no caer. Con lo que la espiral es inevitable. La falsa expansión del crédito con la tasa cero y los falsos emprendimientos así fomentados, confluyen en falsos empleos, pero en quiebras reales. Cuando además eso se hace por medio de o junto a un proceso inflacionario, el colapso es mucho peor porque detenerlo significa detener la inercia y hacer caer todos los indicadores al mismo tiempo, lo que lleva al conocido “patear la pelota hacia para adelante”. 

 

En el caso de EEUU y de la exangüe y fenecida Europa, este proceso se viene dando desde hace tiempo, atenuado por el exitoso período de Clinton que permitió atemperar estos efectos con el volumen, que no estuvo dado por las tasas forzadas, el crédito barato o la emisión alegre, sino por las ventajas de la libertad de comercio mundial de ese momento, hoy sepultada. La verdadera pandemia de este siglo son los bancos centrales no independientes, que han terminado tomando todas las medidas que conducen a la falta de empleo futuro simultáneamente. Tasas cero o negativas, crédito barato y casi sin consecuencias para los malos proyectos o malos préstamos - léase moral hazard - y ahora, casi desesperadamente, con la compra de bonos basura emitidos por empresas que deberían quebrar junto con todos los que apostaron a ellas, emisión, y por el mismo precio, proteccionismo universal generalizado y encarecimiento de los costos esperando que un milagro produzca energía barata y limpia, en pocos meses. 

 

Esta suma de procederes, siempre en nombre de producir más empleo, en todos los casos ha conducido, cuando se aplicaron estas variables individualmente, a períodos hasta de hambruna de la humanidad. Queda para el lector imaginar los resultados cuando ocurren todas juntas. En esta tarea han ayudado el FMI, el BCU, el Banco Mundial y otras siglas, que están siguiendo un camino político y no económico en sus lineamientos, pero acompañando al sistema al desastre. 

 

No es muy distinto a lo que ocurrió en la gran depresión del 30, donde Roosevelt condujo al mundo a la miseria con ideas similares, o a lo ocurrido luego de la segunda guerra mundial, con la inflación y el default casi generalizado. El mundo está haciendo, como entonces, lo opuesto a lo que debe hacerse. Se puede alegar que las sociedades no quieren que se siga el camino ortodoxo. Ninguna sociedad quiere que le recuerden que no hay almuerzo gratis. Lo que no quiere decir que esas sociedades no vayan a sufrir los efectos de semejante error. Tal vez un estadista sea el que logre comprender el mecanismo descrito y pueda explicar a su pueblo que no lo está maltratando sino que lo está salvando. 

 

Lo que vuelve a llevar a echar una mirada a las economías más pequeñas, a los países no centrales, en definitiva, la mayoría. Entre ellos a Uruguay. Valen las mismas consideraciones. Resistir la fácil tentación de mantener o aumentar la inflación, bajar la tasa artificialmente o usar la divisa como ancla inflacionaria, o sea los denominados mecanismos keynesianos, puede no ser popular en el cortísimo plazo, pero necesariamente tendrá efectos positivos en un no tan distante futuro. No es fácil en una economía indexada erróneamente por inflación, pero es imprescindible. 

 

Frente a las prédicas de los populismos de todo signo internos y externos que imperan en la actualidad, no es fácil políticamente resistir la tentación de la irresponsabilidad de aparecer como un Papá Noel repartidor de empleo instantáneo, junto con algún formato de renta universal, pero ese falso aumento de empleo estallará y el desempleo empeorará cuánto más haga el estado por intentar solucionarlo con facilismos bidenianos. 

 

La creencia de Biden y sus seguidores de que se puede permitir un aumento de la inflación hasta que la tasa de desempleo llegue a estar por debajo del mínimo histórico y entonces ahí se puede cambiar el rumbo, no funciona. No sirve. Es falsa. Es errónea. La inflación condena a más inflación para mantener el mismo nivel de empleo obtenido mediante ella. Esa verdad sólo puede ser disputada con la ignorancia. 



 

 




Publicado en El Observador, 14/12/2021



La inflación global, el reseteo hacia la pobreza igualadora

 

El método de redistribuir la riqueza por medio de la pérdida del valor de la moneda es un fracaso y una mentira 




 




















I appointed him, he disappointed me” – El intraducible juego de palabras conque George Bush padre culpara a Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, de su fracaso electoral para reelegirse, es un compendio del conocimiento económico de miles de años, y hace sentido recordar la frase en momentos en que nuevamente los curanderos internacionales desempolvan sus soluciones mágicas que fracasaron siempre. 

 

Al comienzo de la década del 90, todavía regía, al menos en los países centrales, el criterio de la imprescindible independencia de los Bancos Centrales - condición irrenunciable luego de la salida de EEUU en 1973 de los acuerdos de Breton Woods - para evitar que el Ejecutivo de cualquier país imprimiera dinero alegremente y destruyera el valor interno y externo de su moneda en aras de un bienestar precario electoral. Esto era coherente con el conocimiento teórico y con la evidencia empírica de varios siglos, muy en especial de los últimos 100 años, donde los indicadores permitían un mejor análisis del resultado de las medidas económicas. 

 

En la mitad de la primera presidencia de Bush padre, la inflación comenzó a elevarse a niveles peligrosos. La FED de Greenspan no vaciló y elevó las tasas de interés para detener los efectos de la emisión de dinero previa. Como se sabe, o se sabía, toda inflación se combate con una recesión. Después habrá que ver si esa recesión recae con más fuerza sobre el sector público o privado, según hasta dónde decida el estado meter la mano en la realidad. Tomada en su nacimiento, la suba de tasas es un modo rápido de transformar gasto y consumo en ahorro y entonces frenar el calentamiento económico y domar la inflación. 

 

Eso fue lo que ocurrió, poco antes del final de la presidencia de Bush padre, la inflación cedía y la economía se estaba recuperando de la recesión inducida. No lo suficiente para que llegase a ser advertida por el público, lo que le costó la reelección a Bush, pero inició una era de estabilidad que fue la base de la gran presidencia de Bill Clinton, en la que el boom económico “amenazó” con eliminar la deuda externa americana, algo que preocupó al propio Greenspan: “no sabemos cómo controlar la tasa si no tenemos deuda”. Y eso explicó la tremenda frase del presidente derrotado. La decisión de Greenspan, que tanto lo había molestado, significó, en el mediano plazo, un gran progreso para la sociedad norteamericana y hasta mundial. De eso se trataba la independencia del Banco Central, en este caso la FED. 

 

Está claro que esa independencia de los bancos centrales no existe más. El propio Greenspan, tal vez disciplinado por la acusación de Bush padre, ayudó 8 años después al hijo, George W. Bush, a fomentar la burbuja de la exuberancia irracional, (como la definió el propio gurú de las finanzas estadounidenses) que estalló varias veces y seguirá estallando hasta la destrucción total. En su larga e indigerible biografía, Greenspan explica sin explicar, con vergüenza y en un solo párrafo balbuceante, la razón por la que no subió las tasas frente a semejante barbaridad)

 

Dando un salto hasta el presente, el presidente Trump bajó las tasas drásticamente sin razón económica alguna, en procura de tres objetivos: fomentar la demanda interna, bajar el costo de financiamiento del estado y aliviar el peso de la deuda de las empresas y los particulares. De paso, abogó por un dólar “más barato”, otro gesto de voluntarismo también condenado por la ortodoxia, con razón. Fue seguido en esa línea por la UE y el desesperado Japón, por supuesto que por decisión de sus gobiernos, no de sus Bancos Centrales, ahora meros burócratas dependientes. 

 

La tasa cero en EEUU no fue ni es consecuencia de una decisión de ningún mercado, sino fruto de una arbitraria disposición del Ejecutivo, antes y peor ahora, con el gobierno amazónico de Biden. Además de ser aberrante y contraria a todos los principios del capitalismo y la inversión que siempre proviene del ahorro. En el camino quedan varios salvamentos de Bancos y empresas fallidas, que pagó el público estadounidense y mundial, sin CEO’s merecidamente presos. 

 

La baja inflación impide esconder las ineficiencias y los gastos del estado en sus mil maneras y disfraces, y como tal es un testigo de todas las ineficiencias, al igual que el tipo de cambio definido por el mercado. Molestos testigos. 

 

Todos estos conceptos no han sido jamás refutados seriamente, ni estaban en duda, salvo por algunos propulsores de la Moderna teoría monetaria, una suerte de keynesianismo renovado sin demasiada seriedad ni en sus planteos ni en las ecuaciones en que se basaron. 

 

El cierre mundial decretado manu militari (sic) por el miedo a un virus, hizo que instituciones que parecían grandes centros del pensamiento económico recto abrazaran ese keynesianismo. Al grito de “no es momento para preocuparse por el déficit o la emisión”, se anularon de un plumazo las reglas indisputables hasta ese momento. La FED, el FMI, el BCU, y cuanta otra sigla burocrática existiese, se unieron en esa prédica, por supuesto que sin ningún fundamento técnico y meramente pateando para adelante sus efectos. Faltó que esos entes dijeran “en el largo plazo todos estaremos muertos” para que la resurrección de Keynes fuera casi religiosa, dogmática. 

 

El parate mundial, con efectos en la cadena de suministros que un principiante conoce, se agravó por el deliberado intento saboteador y soberbio de querer evitar el cambio climático, lo que, aun suponiendo un atributo del ser humano, se agravó por intentar hacerlo casi de golpe, ante la urgencia del alarido thurnbergiano, simplista e irracional.

 

De ahí a la inflación global hay un paso. Y se dio, empezando por EEUU. A las ya insostenibles declaraciones prepandemia del Departamento del Tesoro y de la FED sobre las bondades de tener una sana inflación y hasta de pautarla – insensatez sostenida antes miles de veces – se unen los efectos de inundar el mercado de subsidios, una forma todavía peor que la renta universal, y consecuentemente de desaforada emisión. Que además aumenta los salarios por encima de toda lógica y viabilidad al competir contra subsidios por no trabajar. 

 

La FED sostuvo al comienzo, grosera y ofensivamente, que la inflación era temporaria. No se trata sólo de un deliberado mal pronóstico. Este 7 y 8% conque finalizará 2021 es un impuesto sobre los ahorros y los patrimonios de todos, que no se revertirá. Porque por ninguna razón se permitirá la deflación, una forma de kryptonita para los mercados de deuda de los grandes fondos. Y sigue. Ahora Paul Krugman, premio Nobel de economía en 2008 y autor de un inmortal Peddling Prosperity que como otros académicos ha olvidado convenientemente, dice que la inflación es buena porque les saca plata a los acreedores y baja el peso de su deuda a los deudores, un argumento digno de viejas tías, suponiendo que no hubieran leído nada de economía. Krugman también ha decidido profundizar en el voluntarismo como teoría central económica. Otro Piketty.

 

El mercado, una mezcla de intereses de todo género donde convergen todos los perfiles y donde algunas voluntades tienen más peso que otras, optan por el momento por la política de “no hagan olas”, y convalidan por ahora estas decisiones que terminan mal, siempre.  Si se observan las tasas implícitas las conclusiones son alarmantes, mientras los grandes fondos y especuladores apuestan para salvarse o para demorar la exhibición de sus pérdidas. Nadie puede predecir el futuro. Pero el camino parece prefijado para empujar a una destrucción de valor muy importante, empezando por la moneda. Eso se llama pobreza. Coeficiente Gini tendiendo a cero, de la peor manera. Igualando hacia abajo. 

 

Lo que lleva a preguntarse cuál es el camino para las economías pequeñas o altamente dependientes. Fácil: no copiar a los gigantes. Aunque como en el caso oriental el sistema de indexación inflacionaria legal-fáctica no augura un buen final, la lucha contra la inflación debe seguir siendo prioritaria. Al menos si se intenta aumentar el bienestar general promedio. Porque como en toda inflación, los que menos tienen sufrirán más. Aunque Krugman crea que eso no ocurre. Probablemente las primeras tres semanas. 

 



Publicado en El Observador 07/12/2021



El extraño caso de Ms. Georgieva y Ms. Gopinath

 

El FMI y su remake de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, la clásica novela de Stevenson



 










En su nota del domingo Ricardo Peirano cuestiona con una cierta ironía la doble personalidad del Fondo Monetario, que mientras por un lado alienta a las grandes potencias a olvidar los principios que la entidad ha defendido -e impuesto- durante su trayectoria, por el otro continúa aplicando su cartabón inexorable a las economías pequeñas y predicando ajustes presupuestarios y políticas antiinflacionarias a países como Uruguay, tal vez una de las pocas naciones que ha conservado la cordura económica durante el reinado del terror pandémico. 

La acertada observación permite algunas elaboraciones sobre la función del organismo en cuestión y su participación en las medidas para compensar el cierre mundial conque se pretendió combatir el avance del SRAS-CoV-2, sus mutaciones y demás deudos. 

 

Desde el momento de su fundación en 1945-46, el Fondo fue una entidad burocrática, concebida por mentes dirigistas de amplio espectro como un prestamista de última instancia, un banco fondeado por todas las naciones para equilibrar los flujos de capitales de los países, un modo de evitar -supuestamente- las odiosas diferencias que habían contribuido a las dos tremendas guerras mundiales. Esa función se profundizó como auxiliadora y salvadora luego de la claudicación estadounidense de los años 70, que decidió incumplir su compromiso mundial de mantener el dólar atado al respaldo oro, lo que dejó al mundo sin ancla cambiaria, imprescindible para los sistemas neokeynesianos que aún hoy imperan.

 

Por eso su carta fundacional y sus estatutos prevén que su misión es ayudar con préstamos con bajas tasas a los países que sufren desequilibrios temporarios en sus flujos hasta que la devaluación de sus monedas los ponga de nuevo en el camino de la competitividad. Mecanismo que, curiosamente, es fulminado en todos los tratados de no-libre comercio que firman hoy EEUU y UE. Otro contrasentido. En esa tarea, el FMI se comporta como cualquier banco: analiza el proyecto de cada país y decide si tiene sentido prestarle, prorrogarle los plazos o darle crédito, según la calidad de sus presupuestos y sus planes. La diferencia es que se trata de un banco con capital aportado por todas las naciones y en proporciones diferentes. Eso hace que sus decisiones financieras tengan dos caras: la que representa el análisis técnico de los economistas y la de la política internacional, ya que los grandes aportantes tienen más peso en las decisiones. Es sabido que cuando un país necesita recurrir al Fondo inicia una recorrida política buscando apoyo, accionar que es mayor cuanto menor es la viabilidad económica de los planes que se proponen. 

 

De ahí que el organismo tiene dos caras. La técnica, representada por economistas ortodoxos, profesionales y con expectativas similares de seriedad sobre cualquier presupuesto o proyecto: baja inflación, gastos que no paralicen la economía, seguridad jurídica, equilibrio fiscal, impuestos que no ahuyenten la inversión ni la confianza. Y la política, que responde, como toda política, a otros conceptos, a otras pautas, otros códigos y otros intereses. Kristalina Georgieva, como antes Cristine Lagarde, simbolizan esa rama política, o sea, son parte de la raza de políticos que pueden dirigir el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, la OMC, la OMS o cualquier otra organización que los contratase. 

 

Esa dicotomía no es nueva, aunque ahora es más evidente. El ente solía resolver la disyuntiva haciendo declaraciones formales que satisfacían a sus aportantes, para luego proceder en los casos puntuales con la ortodoxia habitual. (Es conocido que cuando un país dice que no piensa recibir órdenes del Fondo lo que quiere decir es que seguirá con su cómodo voluntarismo, su irresponsabilidad y su dispendio) También debe considerarse que las grandes potencias no suelen recurrir al Fondo, con lo que éste no necesita expedirse sobre las incoherencias de los lineamientos y decisiones económicas o financieras de sus grandes benefactores. Por eso se limitaba a recordar los principios inmutables de la economía, aunque EEUU o Europa y sus bancos centrales la FED y el BCE agitasen raras teorías, como la de la inflación generadora de empleos, la Teoría Monetaria Moderna, la lucha contra la deflación, el endeudamiento impagable, las autocompras de acciones de las empresas, la exuberancia irracional fomentada. El FMI permaneció en silencio ante todo eso. Tampoco era su papel ni su misión ser el auditor económico del sistema mundial, con lo que su posición era cómoda, o hipócrita.

 

El aislamiento pandémico, junto al miedo absolutamente fomentado, sirvió para cancelar todos los argumentos en favor de la seriedad fiscal y económica, y para abrir la canilla de la emisión irresponsable sin límites y sin culpa ni necesidad de explicación. Los gobiernos occidentales salieron a promover el festival de emisión y déficit bajo el lema: “no es momento para preocuparse por el déficit o la inflación”. O sea, lo que muchos sectores norteamericanos y mundiales venían proponiendo de una u otra manera, con o sin fundamentos matemáticos, fórmulas o teorías nunca probadas. El FMI, o mejor su conducción política, no vaciló en repetir exactamente esos mismos argumentos, en especial su conducción, finalmente la nueva clase política moderna y verticalizada. 

 

Esa conducción no comprendió (ni le importó) que estaba yendo en contra no sólo del pensamiento económico clásico irrefutable, de la evidencia empírica, de la matemática y de la opinión de sus propios sectores técnicos. Mucho peor: pocas veces un organismo de cualquier naturaleza se ha apartado tanto de sus estatutos, de su carta fundacional, de su mission y su vision, en términos ingleses. 

 

Los efectos de este supuesto cambio de paradigma, o del pánico inducido, se empezaron a notar rápidamente, como bien sabe el señor Biden, que comenzó a instruir a su subordinado independiente Powell para que la FED empiece a retroceder en su insensatez ante los negativos efectos electorales de la inflación deliberadamente producida, una demostración por la evidencia empírica casi instantánea en la denominada mayor potencia del mundo de los efectos de una decisión económica que empecinadamente siguió la línea precaria y populista del sociomarxismo (Y de las empresas endeudadas)

 

La reciente designación como número dos de la india Gita Gopinath, que fuera su economista en jefe, puede significar una rectificación de rumbo del FMI, una vuelta a los principios, una pérdida de influencia de los políticos de la Nueva Clase, una demora en el Nuevo Orden Mundial o del reseteo hacia la pobreza universal. Europa, que dice que vuelve a cerrarse por el virus, disimula de ese modo su suicidio con otro voluntarismo, el de sabotear su producción de energía. En cambio, el Banco de Inglaterra sostiene que ninguno de los efectos de la pandemia se puede paliar en serio con mayor emisión o mayor déficit, con lo que anticipa el fin de la tasa cero, otro mesianismo que el Fondo convalidó con su silencio.

 

Habrá que confiar en que el ascenso de Gita marque el fin de la influencia nefasta de Kristalina, cuestionada hoy por otras decisiones en otro ente, donde también suponía salvar al mundo. Aunque el final de la novela de Stevenson lleva implícita una ominosa profecía.

 

 










Publicado en El Observador  30/11/2021




El Uruguay Arena

 

La discusión sobre el coliseo alzado por Antel Construcciones expone todos los males del estatismo y la fatal arrogancia burocrática

 





















Habrá que empezar por explicar el título: en rigor el circo de espectáculos debería llamarse Uruguay Arena, ya que fue pagado con los recursos del estado oriental, o sea por la sociedad, de modo directo o indirecto y sin opción.

 

Para enfocar integralmente el punto no se debe caer en la trampa dialéctica de los defensores de la obra, o más bien defensores del proceso decisorio y de los excesos de costos, que acusan a los críticos, auditores y denunciantes de atacar al concepto mismo de las empresas del estado, como si es concepto fuese sagrado, perfecto, indiscutible y dogmático. Al contrario: no estaría nada mal revisar y hasta atacar ese invento. No existe tal cosa como una empresa del estado. Empresa implica una inversión y un riesgo. El estado no invierte, simplemente se apodera de los ahorros y recursos privados y los usa, arrogándose la capacidad técnica para operar cualquier cosa con prescindencia total del conocimiento en la materia de sus burócratas designados. Tampoco toma riesgos. Porque el riesgo también será asumido (y sin consulta previa) por el contribuyente y la sociedad toda, como se ha visto varias veces en la historia reciente, en montos y modos suficientemente escandalosos como para haber meritado la intervención de la justicia en serio, si eso no fuera considerado opcional. Sería mucho más preciso llamarlas monopolios del estado. O de la burocracia. (Habría que dedicar otra nota para explicar por qué Antel también es monopólico, aunque ciertos tramos o etapas de su actividad tengan coparticipantes discapacitados. Suponiendo que nadie se haya dado cuenta.)

 

El concepto de empresa estatal es, en todo lugar, un engendro, un invento, una construcción falaz y no sólo en la definición, como explica el párrafo previo. El ente, en cualquiera de las tres acepciones de la RAE, está concebido para eludir todas las reglas que rigen una sociedad comercial privada, inclusive las dos auditorías obligatorias, la justicia en caso de fraude, la sanción profesional en caso de mala praxis o simplemente el fracaso comercial o de gestión, la supervisión de los dueños, accionistas o acreedores financieros,  la necesidad de conseguir inversores voluntarios, la obligatoriedad de eficiencia y transparencia, la necesidad de apegarse a sus fines. Cuando le conviene, funciona con el anonimato del directorio (costoso y político) de una cooperativa vecinal, o exhibe su condición de empresa para eludir los controles de la administración, o alega su condición de estatal cuando se le exige lo mismo que a una empresa privada. No debería hacer falta que a una telefónica decida meterse a constructora para estar en contra de ese engendro de impunidad, secreto y silencio, que tiende a creerse por encima de la voluntad del votante y de la propia Constitución. 

 

Para citar un caso, la figura casi infantil por la cual un directorio nombrado por el estado escamotea y oculta por 10 años el proceso decisorio sobre un tema, como ocurre en esta instancia, no guarda para nada semejanza con los procedimientos de una empresa privada ni con la transparencia a que obliga el estado, ni resistiría un segundo la investigación de un pasante del sistema de justicia, suponiendo que en el país se decidiese aplicarla a la política y los jerarcas, o a los superjerarcas de las seudoempresas del estado. Algo más grave cuando se contrata con un grupo de negocios internacional privado, como lo prueba la triste experiencia local. 

 

Otro ejemplo de la impunidad de ese tipo de ente estatal lo presenta la respuesta insostenible de que la construcción de un coliseo está dentro de las funciones de Antel, algo que es casi ofensivo para la inteligencia ciudadana. Así lo entendió en su momento el Tribunal de Cuentas de la República, en un dictamen no menor, que fue rebatido infantilmente con una supuesta opinión del respetado Instituto de Derecho Constitucional, que no resultó tal, sino una expresión personal de uno de sus miembros, y que, de todos modos, aún cuando hubiera sido institucional no tendría más valor que el de una opinión calificada, no el de un fallo vinculante. De paso, no parecen olvidables los efectos y consecuencias que se sufrieron cada vez que estos monopolios estatales decidieron emprender actividades dudosas según sus estatutos. 

 

Tampoco puede considerarse un tema político ni de cuerda del directorio, por unánime que fuesen sus decisiones, el haber aprobado un presupuesto que luego se triplicó sin demasiadas consideraciones ni explicaciones, ni los pasos administrativos necesarios para justificar y aprobar el sobregasto, lo que alguna responsabilidad conlleva, tanto políticas, como institucionales y eventualmente penales, en el supuesto de que se pretendiese cumplir las elementales normas republicanas que regulan a los estados modernos. Semejante procedimiento en una empresa privada implicaría graves sanciones de todo tipo. Aquí el ente usa el paraguas del estado y su privilegio paulino de eludir todo tipo de cumplimientos de las normas constitucionales, estatutarias, de contralor interno, de control del estado, de ceder a la acción de la justicia y de transparentar su gestión ante la opinión pública. Nada se dice de la comparación de costos entre este showcentery otros similares construidos por el mismo grupo de negocios Arena en otros países, pero con intereses privados supervisando los costos y con otras razones para participar de su edificación.  

 

Tratando de defender (dialécticamente, por supuesto) este accionar que no es exclusivo ni innovador en las cuasiempresas del estado, hay quienes equiparan el interés político de la Coalición en desnudar las falencias e irregularidades de la gestión anterior con los intereses poco comprensibles de quienes cometieron esos atropellos jurídicos, legales, económicos y de procedimiento. Otro acto de desprecio a la percepción y opinión ciudadana, que es capaz de diferenciar el accionar político de la comisión de graves irregularidades. Aún cuando la columna estuviera equivocada en ese criterio, nada excluiría la necesidad de una exhaustiva investigación administrativa y judicial sobre el tema. A menos que, dentro de los múltiples beneficios, los entes estatales estén exentos hasta de la ley de gravedad. Por el contrario, es la obligación de quienes administran los bienes públicos someterse a todo tipo de escrutinios, sin el derecho a descalificar a quienes lo requieren. 

 

Como una guinda en el postre de la argumentación, la expresidente de Antel sostiene - y la oposición lo consiente- que más allá de las formas (esenciales a la democracia y a la transparencia) “allí queda la hermosura de la obra y la mejora para un barrio”.  Aceptando que pueda tratarse de un argumento de buena fe, eso no implica que cualquiera se arrogue la función de usar fondos destinados a otra cosa para lograr ese objetivo. Ni que lo haga de cualquier modo. También podrían haberse logrado iguales objetivos de belleza y funcionalidad construyendo un hospital público, un centro educativo, un parque, un complejo de investigación, de tecnología, habitacional, de servicio a la comunidad o cualquier otro centro más necesario, pero por vía los sectores del estado respectivos.  Se trata de un cuádruple concepto. El manejo de los dineros públicos. El cumplimiento de las reglas estatutarias funcionales. El cumplimiento de las normas presupuestarias y contralor de gestión. La necesaria demostración de la honestidad en los procedimientos. También aquí se ponen demasiadas esperanzas en la inocencia, tolerancia y benevolencia del ciudadano. 

 

Las auditorías dispuestas por el gobierno, y cualquier cuestionamiento formal a cualquier gestión de quien fuere, no deberían ser respondidas con argumentos baratos políticos, acusaciones de conspiración y odio, operaciones periodísticas y otros recursos más propios del vecino kirchnerismo que de una república seria.