Publicada en El Observador el 27/10/2020



Hora de arrancar

 

Chile se sumó al tratado tácito Lacalle Pou-Cristina Kirchner de promoción de inversiones en Uruguay




 

El repudio masivo a la Constitución de Augusto Pinochet – que llevó a Chile al mayor crecimiento de su historia y a una fuerte reducción de la pobreza – abre la puerta a la reforma de la Carta magna que será, sin duda, una carta a Papá Noel o a Kuyén, la deidad de los mapuches, cuyas banderas copaban el domingo el cielo de Santiago. 

 

Sin entrar en alegatos teóricos, la inversión en Chile acaba de reducirse a cero. Volverá si en dos años se produce el milagro de que las masas piensen. Por ahora, flota el fantasma de Salvador Allende. El referendo es el triunfo del modelo subversivo de protesta multiespectro fomentada que se tipifica en una oración: “hagan lío”. 

 

Ese modelo de la pedrea es el recurso tramposo de burlar los resultados electorales cuando el socialismo pierde. Localmente, se entiende mejor si se repasan los argumentos de Francap oponiéndose a la reducción del precio de los combustibles y defendiendo la indefendible producción estatal de cemento.

 

Por eso interesa acelerar y facilitar las radicaciones e inversiones frutos de la expulsión suicida de los vecinos, para que sus frutos no se demoren y diluyan en el tiempo. Pasaron siete meses de aislamiento, fatales para los procedimientos de radicación y para la interrelación humana, vital para generar la magia del entusiasmo, las asociaciones, los grupos de trabajo, en lo interno y en el mundo. 

 

Como planteó la nota previa, el trámite de residencia debe ser acelerado drásticamente y transformar los Consulados en un centro de gestión integral migratorio y de filiación. De modo de permitir la entrada de los nuevos residentes de interés. Es muy difícil asociarse, compartir ideas y tomar riesgos entre desconocidos. 

 

Los negocios de tecnología son la opción más fácil para imaginar oportunidades. Negocio que no se limita a los jóvenes que desarrollan una app. También abre el camino al inversor. A quien busca un rendimiento razonable para su capital sin tener que arriesgar en una empresa o un país ignotos que probablemente se lo birlen. Aquí hay una tarea para ese personaje tan típico de Uruguay que es el agente financiero, experto en banca privada, family officer, especializado en canalizar patrimonios en los bancos del mundo, que ahora no tienen campo de acción por límites legales y porque el rendimiento es cero, igual que las comisiones.  

 

Una nueva tarea para ese grupo, que cuenta con conocimiento de la plaza y también con la confianza de muchos protagonistas, es unir a los emprendedores del sector con los inversores. Como se sabe, ese negocio de ángeles, incubadoras y alianzas implica también un aporte de experiencia empresaria del inversor que ayude a la naciente empresa a salir a bolsa o a consolidarse. Un nuevo modelo de negocios más factible en un país que permite la entrada y salida legal de dinero y que tiene un credit rating que no daña la inversión ni el crédito privado, algo inviable en Argentina, por caso. 

 

Los agentes financieros, ahora desocupados, deben usar esta oportunidad, si aún su sagacidad no los ha inspirado. Son ellos quienes pueden organizar rondas de Zoom o Webinars para mostrar las oportunidades, convocar y unir a las partes. Parecido a lo que ocurría en las Ferias y Expos internacionales. No es difícil comprender que alguien con un cierto capital que se radique en Uruguay, además de gastar en un par de autos, una casa y el colegio de algún hijo o nieto, estará tentado a ejercer su vocación empresaria localmente. Es un servicio que sería apreciado por todos los factores y que no se limitaría a conectar a las partes, sino que crearía una continuidad y un seguimiento de los negocios.  

 

Este formato no se limita al mundo online. La obtención de fondos para desarrollo de universidades y hospitales privados de alto nivel, como ocurre con las inversiones inmobiliarias, es otro negocio que puede seguir el formato de Internet, de emprendedores que conocen la actividad y capitalistas que se suman con dinero y expertise empresaria. Y siga imaginando.

 

El mercado de la soja y otras commodities agrícolas es otra veta, no ignorada por los argentinos, transformadores en ese rubro. La devaluación inevitable del dólar tras los desatinos de la Moderna Teoría Monetaria, magnificados por Trump, garantizan que esa devaluación se materializará contra bienes. Las commodities en primera línea. ¿Será demasiado optimista pensar en una soja de 550 dólares o más en un año?  Este cambio permite imaginar muchos formatos de inversión y negocios.

 

Las Pymes industriales, destrozadas por el sistema argentino de gastoloco, impuestos a mansalva y juicios laborales, a las que la bicentena peronista dio el golpe de gracia, son otra oportunidad. Se trata de empresas medianas que abastecen el mercado regional, fabricando pequeñas máquinas y repuestos o brindando service para maquinarias importadas, cuyas piezas originales son carísimas. No es un negocio menor, y genera empleo a personal calificado que Uruguay posee o puede entrenar. Mercado desatendido por la enfermedad argentina. Combinando ese rubro con las zonas francas y algún sistema inteligente laboral, (un oxímoron a superar) hasta el mismo vecino será cliente, forzado por su propia torpeza. 

 

Importa empezar hoy, sin esperar el fin de la pandemia. Por eso la insistencia en los Zoom, los folletos comprehensivos, los agentes financieros. Para que la estadía de los Grobocopatel o Galeperín y otros con una ínfima parte de sus tenencias, no se limite a una vacación eterna mientras manejan sus negocios a la distancia, sino que puedan canalizar localmente su entusiasmo y sus sueños, o para provocarlos. 


El gobierno necesita mostrar éxitos de su propuesta central de crecimiento dentro del próximo año. La acción tiene que empezar ya. El futuro también.

 

La imposible unión de los liberales

 





La discusión sobre si los liberales se deben o no unir políticamente para enfrentar a los gobiernos populistas es superficial e irrelevante. Y casi futbolera. Faltaría que se dijera que “el liberalismo unido jamás será vencido”. 

 

Los principios liberales son universales y han sido suficientemente difundidos. En términos económicos, lo que se denomina economía liberal no es más que el formato de libertad, derecho de propiedad y limitación de la intervención estatal (el moderno rey) sobre la actividad creativa y productiva privada, en definitiva, la acción humana

 

Esos principios han sido aplicados reiteradamente en el último siglo, con más éxito que cualquier otra propuesta, tanto en términos de crecimiento de riqueza, de bienestar y de reducción de la pobreza por gobiernos y países disímiles en ideología y en organización política. De modo que no haría falta para aplicar la filosofía, los principios y las prácticas del liberalismo que ese colectivo imaginario al que se denomina “los liberales”, se uniese para actuar en política. No se trata de una esotérica fórmula secreta, ni de una secta con prácticas áulicas. 

 

Hasta en algún punto es conveniente que el liberalismo continúe su prédica filosófica y ética, y que quienes la apliquen sean los sectores políticos y, sobre todo, “los hacedores”, es decir, el selecto grupo capaz de hacer cambios, de persuadir, de conducir a los pueblos. 

 

El enfrentamiento entre Alberdi y Sarmiento, dos liberales indisputables, muestra esa diferencia. Alberdi era un pensador, un predicador liberal. Sarmiento era un hacedor, y aplicaba las ideas liberales porque las creía convenientes para su sociedad. En esa tarea, el tucumano le marcaba los principios y el sanjuanino lo insultaba con estilo, pero groseramente. Y hacía.

 

¿Podrían Tocqueville, Hayek, Mises, Menger, Locke, Popper, Smith, Friedman conducir las transformaciones de Corea del Sur, Taiwán, Chile, Singapur, Paraguay, Malasia, aún la de China? (aunque moleste el ejemplo) No. Hace falta otra condición, otras características de personalidad, otra tozudez, otra capacidad para estrellarse una y otra vez, para vencer obstáculos, algo que tienen los políticos capaces de generar las grandes transformaciones. (para bien o para mal) Son ellos quienes deben tomar los principios liberales y aplicarlos para el bien de sus pueblos. 

 

La vehemencia o la verba encendida hacen creer que quienes la esgrimen están mejor preparados que los reflexivos y serenos para aplicar tales ideas y principios. Es sólo una ilusión que además ignora los vericuetos de los presupuestos, las burocracias, las democracias. El riesgo es elegir un Guy Fawkes intratable que inmole con él a una generación o malogre las pocas oportunidades. Justamente por eso hacen falta los Alberdi y los Sarmientos, aunque se insulten entre ellos. Pero no tienen por qué actuar en el mismo partido, en equipo, unánimemente. 

 

Las características de nuestro sistema político, que como todo sistema político puede ser justo, equilibrado o perverso, según quiénes lo apliquen y según cómo sea la sociedad, también empuja a hacer pensar que una dispersión de esfuerzos conspira hasta matemáticamente para poder colocar un diputado o para imponer un presidente frente a un movimiento marabúntico como el peronismo, que siempre se comporta electoralmente como un sistema de lemas, pero que termina legislando y eligiendo monolíticamente casi atávicamente. Además de que eso no es cierto en el caso de las elecciones de diputados, tampoco se verifica en las elecciones presidenciales. Si se estudian las cifras electorales comparadas, el peronismo hoy gobierna porque Massa decidió pasarse a sus filas de nuevo. Y nada que hubiera hecho Macri, el liberalismo o quien fuere en materia política podría haber cambiado esa suerte. Salvo gobernar bien, que es otra historia, y aún así relativa. 

 

La moderna utilización del término libertarismo como sinónimo, complica esa unión. En algún punto funciona como una denominación de marketing, que se contrapone a la de neoliberalismo, creada por la izquierda para no exhibirse como enemiga frontal de los principios de libertad, propiedad y derecho que defiende el liberalismo. Al mismo tiempo, el libertarismo es una versión más disruptiva, más urgida e instantánea del liberalismo. Una mutación adolescente de las mismas ideas. Con lo que es probable que un libertario Rothbardiano esté predispuesto a unirse con un liberal y viceversa. Lo que tampoco importa demasiado, a menos que se quiere hacer encaprichadamente un partido político. 

 

A esto se suma otra confusión: la de las escuelas económicas, que a su vez abren otra diferenciación entre el conservadurismo y el liberalismo, que claramente no son la misma cosa. Es común que la gente pida que se unan partidarios de estos dos conceptos que no casan políticamente. En su desesperación por encontrar una nueva oposición que no se parezca al peronismo, intenta minimizar diferencias filosóficas y políticas de fondo, empujando para que se unan quienes no pueden estar unidos porque piensan distinto. 

 

En ese camino, se llega hasta la descalificación o el insulto a quienes no quieren unirse, se mimetiza el concepto “liberal” con el de “oposición” y se piden milagros que difícilmente puedan funcionar más de unos meses sin partirse. 

 

En este momento caótico de argentina, sin esperanzas y con un sistema deliberadamente oligopólico del poder, en lo electoral y en el ejercicio político en general, habrá que empezar a pensar de otra manera. Cuando se habla con los politólogos cercanos a la trama de los partidos y a la famosa rosca política, o con los medidores de opinión avezados, la sensación es vomitiva. Un entramado de traiciones, trampas, dinero, maniobras, mentiras, fraudes y mugres de todo tipo que parece diseñado no sólo para beneficio de un par de partidos mayoritarios, sino para que la gente honesta se aleje corriendo despavorida. 

 

Es posible que esto sea así en casi todas partes, como ocurre con la pedofilia o las violaciones, pero eso no deja de ser repugnante y denigrante. No es casual que el liberalismo sea execrado desde la derecha, la izquierda y el centro. Los principios no tienen lugar en ese teatro, ni sirven. Y hasta no es poco común que algunos lleguen enarbolándolos para dejarlos de lado una vez que logran participar. 

 

Todos los intentos de pactar con los partidos políticos pequeños para usar su cáscara legal y poder candidatearse, a veces inventando alianzas meramente formales para aumentar las jurisdicciones y en consecuencia las opciones electorales, han resultado penosos y frustrantes, por las mismas razones descriptas en el párrafo previo. Y por supuesto, todo intento de conseguir una unidad ideológica por ese camino está condenado al fracaso y al esfuerzo inútil. Cuando se introducen los costos económicos de cualquier intento político para aspirar a un resultado exitoso el problema se agrava: sólo un billonario o un delincuente en potencia puede afrontarlos, casi una inversión. 

 

Siguiendo esta línea argumental, la única variante posible es la creación desde cero de un partido. Frase que inmediatamente merecerá un comentario unánime: imposible. Con una sola respuesta: si no es posible constituir un nuevo partido político, con su base filosófica y principista, su capacidad de formación, el trabajo legal y técnico que eso implica, incluyendo la lucha inevitable en varios frentes para lograr su entidad jurídica contra el oligopolio reinante, no se estará en condiciones de influir en la sociedad para un cambio integral que, aunque tome años, lleve a un resultado exitoso, al restablecimiento de una unidad de país, a un criterio, a una patria. Todos los intentos serán ejercicios de egolatría, búsqueda de fama transitoria, seguidores en Twitter o figuración, haciendo un esfuerzo para no pensar mal. 

 

Que surja un partido nuevo, integrado por miembros respetados y respetables, que elija el camino liberal si lo cree adecuado en los temas en que los crea adecuados. Que sea honesto, patriota, capaz y hacedor. 

 

Nosotros, los que nos pensamos liberales, sigamos tratando a nuestro nivel de ser Alberdi, aguantando el fortín hasta que nos lleguen los Sarmiento, los Avellaneda y los Roca. 





 

 

 Publicada en El Observador el 20/10/2020




Y ahora, ¿cómo seguimos? 

 

Se deben dar pasos concretos, simples, prácticos y rápidos para ayudar a los inmigrantes con valor agregado





 

La pandemia, que parece estar siendo manejada razonablemente en comparación con muchos países, ha demorado uno de los proyectos clave del gobierno: la radicación-inversión de empresarios y emprendedores regionales. 

 

Virtualmente en todos los casos, este proceso implica la Residencia Permanente del interesado, pues ningún otro método asegura legalmente la liberación de la pretensión fiscal de su país de residencia actual. Redunda aclarar que los candidatos son casi únicamente argentinos. Los paraguayos no necesitan emigrar, los brasileños están cómodos con su mecanismo empresario-estatal, los chilenos no tienen a Uruguay en su mira y los bolivianos no configuran un poderío económico interesante. En cambio, Argentina está empecinada en expulsar a una clase formada, con capacidad de inversión y de generación de negocios, profusamente consumidora y con ganas de producir. No entran en ese grupo los personajes estilo Balcedo, que no es el perfil ético a procurar, aunque luzcan como benefactores en su zona de acción, como ocurre también con los narcos y lavadores en el mundo. 

 

Se debe transformar las miles de consultas e intenciones que llueven desde Argentina en acciones concretas, lo que aún está lento. Además de la natural necesidad del proceso familiar que semejante paso necesita, (acelerado por el gobierno de Cristina y la amenaza de su delfín) se requieren una serie de pasos administrativos y prácticos sobre los que sería bueno actuar. El primero es dejar de informar mal. Algunos artículos o comentarios periodísticos, a veces de profesionales en busca de clientes, o medidas del propio gobierno, confunden más que ayudar. 

 

Por caso, el paso de bajar el monto de inversión en propiedades para obtener la residencia fiscal uruguaya con 60 días de permanencia fue innecesario, confuso, perjudicial e inexacto. Es vital refrenar estos impulsos de feriante precario que no ayudan. Como no ayudó el tour del presidente por los medios argentinos. Quienquiera intente desplazar su centro de vida a Uruguay debe asesorarse con los especialistas integrales de ambos países de más trayectoria y capacidad. Si los argentinos no están dispuesto a afrontar los honorarios correspondientes, es que no califican para el proyecto.

 

Hay puntos sobre los que el gobierno puede actuar, aún con la pandemia molestando. El primero es el trámite de Migraciones, Cédula de Identidad y Residencia Permanente. Lo que alguna vez era un trámite simple, se ha transformado en un proceso largo y bastante presencial (Migraciones tiene afecto por la tortura burocrática de las largas esperas) Al tratarse de un paso básico tanto para la pérdida de la residencia fiscal en otro país como para abrir una cuenta bancaria local de uso pleno, y otros trámites, se deben reducir drásticamente los 8 meses mínimos que toma ese paso. La “residencia” estilo Su Giménez no está disponible para todos, además de no ser útil. Puede servir para trabajar de mucama, pero nada más. Una tarea de urgente consideración.  

 

Otra preocupación básica es la edilicia. Tanto de viviendas como de oficinas o uso industrial. Las zonas que pueden resultar atractivos para el tipo de inmigrante buscado no están ya en Montevideo. Las reglas edilicias bucólicas, inflexibles, burocráticas y fuera de la realidad y de la seguridad de los barrios tradicionales, hacen que muchos argentinos vacilen cuando se enfrentan a ellas. Tanto por la ausencia de barrios cerrados, como por la regulación arcaica, cara, insegura y obsesiva de la simple casa habitación. Y los apartamentos no son siempre una opción permanente de vida familiar. De modo que, ante la segura falta de comprensión y diálogo, habrá que apoyarse en otros departamentos o ciudades, como el caso de Canelones, que ya viene practicando una política inteligente y pragmática, o Punta del Este, pese a que requiere todavía mucha evolución, en la que empezó a pensar cuando la pandemia la obligó. Este aspecto no es menor cuando no se trata de invertir y volverse, sino de vivir y apostar. Nadie quiere mudarse a un lugar en el que será obligado a construir de modo de facilitar la tarea de los ladrones, entre otras cosas. El gobierno tiene que asociarse con quienes comprendan estos puntos, más allá de toda filiación política o ideología. Basta ponerse en la cabeza de los individuos. 

 

La medicina prepaga es otro intríngulis. Después de una cierta edad, los sistemas de salud rechazan al interesado, y sólo en un caso lo aceptan mediante una lump sum importante. También allí debería hallarse una oportunidad de negocios para ofrecer esos servicios a un sector de rentistas que movilizan consumos e inversiones. Afiliarse al sistema de salud “Aerolíneas”, como bromeaban los argentinos, ha demostrado su peligrosidad en el aislamiento pandémico. 

 

Un último punto en este primer listado es el contacto personal con el país y su gente, sus emprendedores, sus oportunidades, los sueños, el entusiasmo compartido. Algo no menor para el crecimiento, el empleo, la toma de riesgos, la innovación y la evolución. Desde Google a Amazon, desde Mercado Libre a Apple, desde TikTok a WhatsAspp, desde Instagram al marketing de influencers, de eso se trata el futuro. La pandemia lo hace difícil, pero un plan de reuniones por Zoom permitiría crear foros de conocimiento entre emprendedores, inversores, incubadoras, tanto online como del mundo real. Y ¿se podría pensar en un folleto oficial online pensado en profundidad, donde se aclaren los puntos detallados y los que se consideren útiles? Hay aún mucha confusión.  

 

Estas son cosas que sí puede hacer el estado. Sin meterse a empresario, ni a socio, ni a desgravador serial. La próxima columna ampliará la mirada a lo que pueden hacer los privados de ambos lados del río. 



Publicada en El Observador el 13/10/2020


El referéndum como carrera de obstáculos

 

La consulta popular puede usarse como una herramienta para sabotear la confianza y la inversión




El Pit-Cnt reflota con empecinamiento su erupción poselectoral de usar el mecanismo de consulta popular para anular total o parcialmente la LUC. El análisis de los antecedentes y los aspectos políticos de tal planteamiento han sido cubiertos con amplitud en la nota de Miguel Arregui de la semana pasada, con lo que no hace falta volver sobre ellos. 

 

El presidente ha sido obvio en este punto, al sostener que la central sindical (informal) tiene todo el derecho a juntar firmas a tal efecto. Por supuesto que es un derecho constitucional que puede ejercer cualquier ciudadano o grupo, un centro vecinal o la hinchada de Peñarol. De modo que ni hace falta la personería de que el referente sindical carece. 

 

Es, en cambio, dudosa la legitimidad y hasta la legalidad de uno de los puntos centrales que se proponen defender. Tal es el autopercibido derecho a las tomas de fábricas y piquetes obstructivos que se arrogó el sindicalismo en los años de oro del frenteamplismo. No sólo se estaría obligando al país a ir en contra de las prescripciones de la OIT, a la que adhiere y cuyas disposiciones supone acatar. Un contrasentido ya denunciado por el ente internacional, cuyos preceptos parecen valer solamente cuando le convienen al gremialismo. También se ataca el derecho constitucional de propiedad y el derecho aún más sensible a trabajar, que tienen los individuos que se ven presos de decisiones minoritarias, como es el caso casi siempre. 

 

Esa prerrogativa ilegal sólo se pudo sostener merced a la tutoría ideológica que ejerce el Pit-Cnt sobre el Frente Amplio, que optó por complacer a su captor aún en contra de lo expresado en el párrafo anterior. Ahora se vuelve a presionar por otro camino, y a embarcar al Frente en una peligrosa aventura.  Una pregunta elemental es si tiene validez usar el mecanismo constitucional del referéndum para forzar un cambio de la propia Constitución. Este solo punto implicaría una discusión jurídica de fondo que excede a este espacio, en instancias judiciales que también exceden a este espacio. 

 

La segunda excusa, perdón, la segunda propuesta, es la de revertir los cambios en la participación sindical en la gobernanza de la educación. Se está aquí ante un aspecto ideológico esencial para el trotskismo docente y el plan gramscista de deseducación sistémica. Si se quiere seriamente dar oportunidades a los sectores más desprotegidos, reducir la pobreza y la miseria, una educación de calidad es imprescindible. Esa calidad ha disminuido en los últimos años de modo dramático y hasta cruel. Y tiene que ver con la acción o inacción de los gremios docentes, empezando por los contenidos. Es el estado el que debe revertir esa tendencia; no los gremios, que no están capacitados para ello. Si los gremios quisieran ayudar, a la enseñanza y a sus afiliados, deberían comenzar por dejar de poner obstáculos a la jerarquización profesional universitaria de la docencia, con más dinero destinados a las remuneraciones útiles y mucho menos a las burocracias inútiles. 

 

La tercera excusa-propuesta es la eliminación de la regla fiscal. Se puede argüir que ese tema tiene poco que ver con la central informal sindical, pero eso no es jamás óbice para crear una buena resistencia obstaculizadora y un argumento divisionista. Más allá de esa intención, está el hecho urgente, inevitable y necesario de tener un presupuesto serio, viable y prudente, con cualquier gobierno, de cualquier tendencia. Y toda regla fiscal es siempre molesta, claro. Porque implica seriedad. 

 

Como la idea es crear la mayor cantidad de obstáculos posible, se ha formado una comisión interna que escudriñará cada artículo de la LUC para ver qué tema puede resultar popular para proponer su derogación, de modo de atraer votos de los disconformes y miedosos de todos los sectores sobre cualquier aspecto. Una suerte de trumpización del referéndum. 

 

En un plano superior, detrás del intento de referéndum hay otras intenciones más potentes, aunque perversamente se hagan lucir como consecuencias no queridas. Ya de por sí, la posibilidad constitucional de un referéndum crea una inseguridad, una sensación de provisoriedad. Una ley no vale hasta que no pase el período de “apelación” que crea la posibilidad de la consulta y todo su complejo proceso. Incluyendo el debate, la suspensión de decisiones, la inseguridad jurídica que significa un retroceso. En un momento donde se combina la necesidad de un ajuste urgente al presupuesto, más una búsqueda imprescindible de inversión y radicación privadas, la revisión permanente, a pocos meses de una elección nacional, es un torpedo bajo la línea de flotación de ese proceso y empuja hacia la inversión estatal, un oxímoron cuyo fracaso no necesita más ejemplos. 

 

Argentina, con Cristina, ofrece una buena muestra de lo que significa la inseguridad jurídica y política en materia de confianza, en todos los órdenes. El referéndum puede ser un intento de crear escenarios que, si bien no tendrían igual dramatismo, tendría efectos similares. 

 

En cuanto a los aspectos laborales, y cualquiera fuere la ideología o la tendencia política de los gobiernos, todo indica que globalmente hay una tendencia irreversible hacia la flexibilización laboral, con todas sus consecuencias positivas y negativas. Los países que intenten demorar ese proceso tendrán duras consecuencias. Los más fuertes, las sufrirán más tarde, los más pequeños las sufrirán de inmediato. 

 

En términos de su ideología, la estrategia del Pit-Cnt es adecuada. Cumplirá su propósito saboteador de cualquier proyecto de crecimiento y bienestar uruguayo, ya lo cumple al crear la discusión y las dudas. La pregunta clave es si el Frente Amplio lo seguirá nuevamente en esta línea destructiva, como un esclavo útil. 






¿Por qué tiene que bajar 

el gasto público?


La respuesta de un ministro argentino sirve para entender el fracaso, aunque también anticipa un problema global inminente




 

La pregunta del título no es un ejercicio de retórica, un remedo de mayéutica socrática. Es lo que, textualmente, respondió Martín Guzmán, el ministro de economía argentino, a una pregunta periodística sobre sus planes en tal sentido, a la luz de la inminente apertura de las negociaciones con el Fondo Monetario o, mejor dicho, del pedido de clemencia. 

 

La idea del vecino es conseguir algo similar a lo que obtuvo con los bonistas: no pagar ni capital ni intereses durante este mandato peronista. Coherente con la filosofía tramposa que rige a su sociedad y a sus políticos en particular. También coherente con el hecho de que sus reservas reales llegaron el viernes a cero. El cepo, un recurso precario de impotentes económicos, ha dado los frutos previstos: no sólo se han rifado las reservas en aras de mantener un tipo de cambio falso que busca su realidad, sino que ha enojado y desestimulado al único sector que puede producir divisas, obviamente el agro.  

 

La frase del jerarca se redondeó con una afirmación: “bajar el gasto no es a lo que apuntamos”. Importante declaración de principios que santifica cualquier barbaridad contenida en el gasto nacional, provincial y municipal, al que certifica como perfecto, justo y eficiente. 

 

Si bien está claro que se trata de un mensaje por elevación a la misión del FMI que llega hoy a Argentina, es en esencia el mismo argumento que se viene usando hace décadas: todo déficit se soluciona con crecimiento. No muy distinto al criterio fatal de Macri y su socialismo de living, que se llamó gradualismo.

 

Tiene sentido intentar responder a la pregunta-respuesta del ministro stiglitziano, ya que el periodista no atinó a hacerlo. Usted, señor ministro, tiene que bajar el gasto porque todos quienes intentaron mantenerlo a estos niveles endeudaron sistemáticamente al país, lo llevaron a hiperinflaciones y defaults y a una corrupción creciente, multipartidaria, desaforada y consolidada. 

 

Tiene que bajar el gasto porque desde el primer gobierno kirchnerista hasta hoy ha subido 20 puntos del PIB y ha hecho retroceder del mismo modo el crecimiento al que supuestamente se apuesta para equilibrar las cargas y reducir la pobreza, que en cambió aumentó. Tiene que bajar el gasto porque no hay cómo financiarlo, y porque ni siquiera es cierto que -al menos en una buena parte- esté contribuyendo al bienestar de nadie, más que el de la casta política y sus barrabravas piqueteros funcionales. 

 

Tiene que bajarlo porque cada medida que toma para bajar el déficit ahuyenta la inversión, la producción, el entusiasmo, el empleo y los dólares que tanto lo preocupan. Tiene que bajarlo porque es mentira que sólo hay que hacerlo más eficiente y justo. La frase en sí denota que no se conoce su composición y resultados. Con lo cual no se puede seriamente convalidar su tamaño. 

 

Tiene que bajarlo para no terminar cobrando impuestos absurdos, como el 8% con que intenta confiscar ahora los patrimonios, que colabora a la desconfianza y que sólo se puede cobrar una vez, (no por decisión estatal sino porque se agotarán los contribuyentes), ni tampoco alcanzará ni ínfimamente. Tiene que bajarlo para dejar de crear desvergonzados billonarios oportunistas y ladrones y empezar a soldar la grieta que hunde el barco argentino. 

 

Tiene que bajar el gasto para dejar de mentirle hipócritamente a la sociedad al recomendarle que ahorre en pesos y al mismo tiempo seguir emitiendo. Porque tampoco el ministro contestó otra pregunta que le hiciera la prensa: ¿cuándo vende los dólares que muestra en su declaración jurada y los convierte en pesos como predica? La nueva clase. La dirigencia política que reemplaza al Rey de otrora en su autocracia, su despotismo y su desprecio.  Otra vez, “que coman brioche”

 

Argentina es una caricatura sobreexagerada, pero esta vez sus problemas son comunes a los del resto del mundo, que los sufre o sufrirá en mayor o menor medida en breve. El próximo problema global es cómo salir del gasto pandémico. Las cuarentenas de distintos formatos que ahora lucen exagerados e ineficientes convalidaron un estatismo alegre, repartidor, redistribuidor y subsidiador. A medida que la pandemia se controle, será urgente eliminar ese sobregasto. 

 

Frente a ello, muchos sectores sociales y políticos, que tienden a considerar cualquier dádiva como una conquista y un derecho irrenunciable, junto a los ideólogos de la redistribución mesiánica de la riqueza ya presionan para que se mantengan y hasta se aumenten los salvavidas pandémicos, con excusas y argumentos diversos, archiconocidos, ahora reciclados y adaptados. 

 

¿Cómo se financiarían? Las ideas son las pocas de siempre, con iguales consecuencias: emisión, endeudamiento, nuevos impuestos, todos saboteadores del declamado crecimiento. Y por supuesto, el discurso de que “es imprescindible reformar el sistema impositivo y mantener el nivel de gasto, pero con más eficiencia”. Nada muy distinto a la locura irresponsable argentina. Con el mismo cortoplacismo, con el mismo relato, con el mismo triste final. 

 

La creencia de que, como se trata de un problema universal, con una solución facilista también universal, hay que reproducirla, es fatal para cualquier país, y para las economías más pequeñas es garantía de fracaso y atraso en poco tiempo. Y por el mismo precio, nada peor que acostumbrar a las burocracias a que cualquier nivel de gasto es siempre financiable de algún modo. Que es como darle una tarjeta de crédito ilimitada a un pariente jugador empedernido. 

 

Los próximos dos años serán de impopularidad y de duro trabajo para los gobiernos que elijan el camino de la responsabilidad. Aunque puede terminar siendo una apuesta política ganadora. Y de paso un servicio a su país. 




¿Qué es lo que no hay que copiar de Argentina? 

No se deben simplificar las razones de la decadencia del país vecino, para no llegar al mismo final



Parece que se está entendiendo finalmente que la enfermedad terminal argentina no es fruto de la casualidad ni de un virus originado en algún animalito en el confín del mundo ni de alguna conspiración internacional ni de una mayor riqueza de algunos que perversamente provoca la pobreza de otros. 

 

La columna se desgañitó hasta la repetición aburrida anticipando un resultado que hoy espanta, aunque no debería sorprender a nadie. El populismo termina siempre en lo mismo, aunque sus fieles, gobierno y pueblo, se empecinen en negar las evidencias y los resultados empíricos universales, cualquiera fuese el grado en que se aplica. El viejo socialismo fracasado se metamorfosea en populismo para ganarse rápidamente el favor de las masas. Una planificación central sin plan, en que se manotea el dinero donde se lo encuentre, o se lo fabrica vía emisión o deuda, para obtener resultados instantáneos. Y votos. 

 

Ese negacionismo de la acción humana hace creer que se puede exportar sin importar, con cualquier nivel de gasto o impuestos, aumentar o conservar el empleo con cualquier nivel de sueldos o rigidez laboral, que se pueden eliminar los pobres con el fácil expediente de repartir dádivas y que la educación puede ser politizada, vaciada y bastardeada sin producir daños irreparables en la economía y en la sociedad. Seguramente al comienzo eso asegura la adhesión y hasta el fanatismo de los beneficiarios de tamaño facilismo, hasta que explotan la inflación, el default, el nivel de empleo y, sobre todo, muere la confianza interna y externa. El manejo de la pandemia por parte del gobierno argentino responde exactamente a esos mismos parámetros, con iguales consecuencias. Salvo que aún un solo muerto es mucho más grave que un default. 

 

Los analistas orientales comentan con cierto regodeo el drama del vecino y empiezan a advertir que Uruguay debe cuidarse de no reproducir sus sandeces, pero son tibios en el listado de las acciones o criterios que se deben evitar a toda costa. Parecería creerse que, si se hace populismo con menos velocidad, o con más moderación o parsimonia, los efectos nocivos serán menores y los estallidos más suaves. 

 

Se debe recordar otra vez que Uruguay detuvo felizmente la espiral explosiva, que lo hubiera llevado al destino argentino, gracias a la patriótica y decidida acción de Jorge Batlle que, contra toda la presión de la izquierda, de buena parte de su partido, de la sociedad y del propio establishment, decidió arreglar la deuda externa y el desbarajuste de los depósitos bancarios sin caer en el default facilista y estafador del populismo. Esa decisión fue salvadora y preservó la confianza. 

 

Quince años de populismo a la uruguaya, repartiendo primero una riqueza pasajera y luego una riqueza inexistente, acercaron de nuevo al país a la membresía del club rioplatense del fracaso. Por eso es bueno que surjan voces que adviertan sobre las similitudes, aún cuando sea tímidamente. Se ha comprendido el peligro del camino fatal del déficit, aunque se llegue a él de a poquito. Pero el diagnóstico no se debe agotar en el déficit, apenas una resultante. Detenerse ahí implica sostener que la solución es de tipo fiscalista, es decir que da lo mismo por qué extremo se lo aborda, el del gasto, el del impuesto o una mezcla de ambos. 

Justamente ese fue y es el mayor error argentino, con todos los gobiernos. Creer que daba lo mismo achicar el déficit subiendo impuestos que bajando el gasto. Eso llevó al fácil recurso de aumentar las cargas tributarias, que paraliza; de emitir, que crea el peor de los impuestos, la inflación; de endeudarse, que es impuesto futuro; y así al default, que es el fin de la confianza, la inversión y la esperanza. Entonces, cuando se aconseja sobre lo que debe o no hacerse para no terminar siendo un paria, no se puede eludir la imprescindibilidad de bajar el gasto, no el déficit vía impuestos. Error fatídico que le costó a Macri su presidencia y a Argentina su futuro y sus libertades. 

 

Hay otras modelos y criterios que deben evitarse. El proteccionismo, paradoja fatal en las economías pequeñas. El “vivir con lo nuestro” de la Cepal fue el catecismo que, como una piedra atada al cuello, hundió al vecino rico, que se empobreció aferrado a esa impotencia inducida. Se suele argüir que Uruguay no es proteccionista. Basta analizar lo que valen comparativamente los bienes durables para comprender que no es así. Y tiene los mismos efectos económicos siempre, cualquiera fuera la forma que tomase. En especial en el empleo y el bienestar. 

 

El estado metido a empresario es otro formato de gasto y de proteccionismo combinados, además del efecto oculto de corrupción, que Argentina sabe y Uruguay no quiere saber. El tamaño del estado uruguayo es peligrosamente parecido en muchos puntos al de Argentina, porcentualmente. La ineficiencia es la misma, y sobre la corrupción la columna se abstiene, porque de eso no se habla, como es sabido. 

 

El gobierno ha dado indicaciones de que comprende el problema, o los problemas, y está dispuesto a enfrentarlos y corregirlos. Habrá que ver si logra vencer los obstáculos que le apilen su propia coalición y claramente la oposición con el apoyo de su sindicalismo que, como el argentino, es el brazo combativo y obstructor de cualquier saneamiento, en el doble sentido del término. Y que está en contra de la creación de empleo por cualquier método, más allá de lo que declama. 

 

El populismo es el intento de evitar la disciplina, el esfuerzo y el mérito. La anulación del tiempo. El sueño demagógico de la instantaneidad. Sacarle a uno para darle a otro. Ser como dioses. Un pecado político de soberbia que paga el país por toda la eternidad. Eso es lo que no se debe copiar.