El desempleo también mata

La tarea de recrear el trabajo debe comenzar ahora mismo y empieza por sacarle el peso de los impuestos y los obstáculos al sector privado 




La economía está llegando al borde de la destrucción en lo que alguna vez se llamó el mundo occidental. Cuando se habla de economía en este momento - o siempre -  hay quienes conectan el término con materialismo, deshumanización y explotación y lo consideran un factor secundario y despreciable frente a las muertes que produce y producirá la pandemia.
Ese simplismo se sostiene por el momento porque todos los países han arrojado toneladas de dinero sobre el mercado para garantizar subsidios a los desempleados con motivo del aislamiento masivo y ayuda y préstamos a las empresas para que paguen los salarios y las deudas y hasta a los sectores informales y marginales, y porque hay algunos factores, como el caso del agro y otras materias primas que aún siguen haciendo su aporte fundamental para proveer de ingresos a los sistemas.
Tal mecanismo tiene límites en el tiempo, los montos, la generalización, la financiación y las consecuencias. Y esos límites ya se han sobrepasado. Partiendo del simple hecho de que no hay manera de que se recaude impuestos al ritmo previo, mucho menos al nivel actual de gasto estatal, tanto porque la menor actividad genera menor recaudación impositiva, como porque los privados tampoco pueden pagarlos, con lo que se llegará a una rebelión fiscal inducida, tarde o temprano.
Este es sólo el efecto sobre el financiamiento del gasto estatal en la coyuntura. Pero el costo social es pavoroso cuando se analiza desde el punto de vista del empleo, finalmente la resultante más importante de la actividad económica, y acaso el mayor logro del capitalismo como aporte al bienestar universal. Estados Unidos, tras un mes de una relativa cuarentena parcial e imperfecta, roza ya los 20 millones de desempleados, todo el empleo que se ganó desde la crisis de 2008 a hoy, y continúa perdiendo a razón de 5 ó 6 millones de empleos por semana.



La disyuntiva no es entonces entre economía o lucha contra el covid-19, sino entre muertes por desempleo o muertes por el coronavirus. En esta terrible frase se condensa la importancia de la economía, que no es nada más que la consecuencia de la acción humana, como ha explicado la columna, siguiendo a von Mises. Como se vio en la depresión de los años 30, el delito, los suicidios, la enfermedad, la depresión anímica, el hambre, la violencia, generan más muertes que cualquier virus y mayor drama social, si tiene sentido comparar.
Lo que lleva al paso inexorable que viene: moderar la cuarentena para que la actividad económica resucite lo más rápidamente posible. Y en esa línea, los gobiernos, además de buscar soluciones, están buscando palabras para tratar de explicar el trade off inevitable entre uno y otro drama humano. De modo que pronto, mañana mismo, la humanidad se estará enfrentando al “mundo que no volverá a ser como lo conocimos”, frase a la que cada uno le da el sentido que más le gusta o le conviene.

Y aquí se testeará una vez más la opción del estatismo versus la acción privada y la libertad de comercio y de empresa.  El socialismo contra el capitalismo, para decirlo con claridad y llaneza. El estado no genera empleo, apenas genera puestos cuyos salarios son casi siempre gasto. No produce, o cuando se mete a hacerlo lo hace mal. Y como se ve claramente ahora, no puede funcionar si no tiene un sector privado al que extraerle los impuestos que necesita para subsistir, hasta que no quede sector privado.
La idea de hacer obra pública para salir de la recesión, por caso, no funcionó nunca, tampoco durante las presidencias de Roosevelt. El mundo que se viene tampoco será un mundo de salario universal pagado por el estado, porque no habrá suficientes impuestos para financiarlos. Esa idea europea de bienestar infinito es para soñar en momentos florecientes, no en una depresión como la que viene. Tampoco servirá un mundo proteccionista, como se aprendió en esa década del 30, porque prolongaría la depresión indefinidamente.  De modo que Trump deberá revisar su fobia tarifaria y hasta su fobia migratoria. Con lo que la nueva idea de demonizar a China para aislarla en el comercio mundial no debería comprarse tan rápido, por lo menos si se trata del bienestar de la sociedad.
El empleo será recuperado – y aún a un ritmo no tan acelerado como se querría – sólo con la acción privada, con la empresa, con los emprendedores, con los inversores, con las Pyme de todo el mundo, con la innovación y la toma de riesgo. Todo lo que ahuyente o complique ese accionar, impuestos, restricciones o recargos a la importación y a la inmigración, al comercio internacional, a la libertad de comercio e industria, a la libertad en todas sus formas, o que dañe o restrinja el derecho a la propiedad o el simple derecho, demorará ese proceso o fracasará.

Dentro de lo dramático del futuro que se visualiza, nunca hubo una oportunidad tan clara de confirmar lo que ya ha demostrado largamente la evidencia empírica: el estado no produce, no crea empleo, no crea riqueza. Sólo puedo destruir o deteriorar todo eso si se empeña.

Por supuesto que se pueden intentar el estatismo, el proteccionismo y el populismo, sobre todo con la democracia demagógica que impera casi globalmente en grados diversos. Claro que simplemente volverán a obtenerse los mismos resultados de siempre. Por eso lograrán ventajas aquellos países que apuesten de entrada al sector privado y lo estimulen para que genere una explosión de empleo.
Para meditar, un ejemplo: al ritmo actual, Argentina tendrá al fin de año 6 millones de trabajadores privados formales manteniendo a 25 millones de personas que viven del estado.
El mundo que se viene será distinto al que se conocía hasta ayer, siempre lo es. Pero no será socialista.










Agoniza Argentina

No hacía falta ningún virus para poner al borde de la muerte a un sistema de gasto descontrolado, impagable y corrupto

























El default de la deuda local de mi país no sorprendió a nadie. Hace por lo menos dos años que prestigiosos economistas vienen propugnando como si fuera una solución técnica (que he disputado agriamente) algún formato de licuación, desde encaje obligatorio a emisión de un bono a largo plazo, para la deuda en pesos originada en los múltiples papeles con diferentes nombres que se usaron crecientemente durante los últimos 18 años para absorber los pesos emitidos alegremente desde Duhalde hasta hoy. Las advertencias que al principio del mandato de Macri realizamos algunos profesionales sobre la aberración de pagar con una mano una tasa descomunal para forzar la esterilización de lo que se emitía con la otra mano, fueron descalificadas hasta groseramente por el gobierno de entonces. Como antes y ahora lo fueron por otros gobernantes.
Fernández eligió el camino peronista para combatir la inflación, una mezcla de manoseo de índices, cepo del tipo de cambio como ancla, emisión profusa, controles y acuerdos de precios y amenazas inútiles, un mecanismo de postergación que tenía que terminar como termina, donde aún falta la hiperinflación que ocurrirá inexorablemente. A eso le agregó el aumento de impuestos y retenciones, para completar.
El segundo default no es en pesos, sino es la deuda por los bonos emitidos en dólares por Cristina, el Bonar 2020 y el AY24 (vaya nombre) bajo ley argentina, o sea garantía de que no iban a ser pagados deliberadamente. Estos instrumentos, emitidos para pagar a su vez los fallos sobre otro default, son de un monto mucho mayor que la deuda por las letras con pintorescos nombres que se usaron para absorber pesos.



















Todo esto no tiene nada que ver con el Coronavirus, sino con el desmanejo sin plan del gobierno y su particular estructura de poder o de despoder, que lo lleva nuevamente a hacer lo que hizo la señora de Kirchner en sus dos mandatos.
Los optimistas de siempre, (el optimismo es un veneno que un economista no debería incluir en su botiquín) intentan sostener ahora que este paso tan anunciado se da con la intención de cumplir con los compromisos en dólares emitidos bajo ley de New York. Se trata sin duda de una broma de Fool’s Day. Tampoco esos compromisos serán honrados de ningún modo. Ni aún el “permiso” mundial inspirado por la pandemia alcanza para que se ignore y condone el descalabro de las finanzas argentinas, además de la presencia omnímoda y oculta y la clásica actitud obtusa y prejuiciosa de la señora Fernández. (La confusión de apellidos es deliberada y refleja la realidad)
El virus por un lado desnuda situaciones previas que ya eran dramáticas y por otro agrega condimentos amargos y procedimientos nefastos, que el peronismo ama. El confinamiento absoluto decretado con tono firme y adusto por Fernández, paralizó al país y provocó una paradoja: el aumento de la emisión y al mismo tiempo la desaparición del efectivo del mercado. Un combinado explosivo en un mercado de alta informalidad y con fuerte influencia de las mafias de la droga, que no han acatado la cuarentena. Hizo bien Lacalle Pou al no plantear un aislamiento total. Hoy no sólo Argentina sino todo el mundo trata de moderar la presión domicilaria de los sanos, con dudoso resultado.
















La falta de ventas de las empresas, la evaporación del efectivo, sin un mínimo crédito bancario, con un Banco Central a la deriva y sin reacción, con impuestos impagables, la prohibición a las empresas de despedir personal, y el acoso del estado sobre los comerciantes, hacen que ya se sepa que los sueldos privados de abril no se podrán pagar, que las expensas de los departamentos tengan una incobrabilidad del 40 %, y subiendo, y que el sistema esté en una virtual cesación de pagos y rebelión fiscal obligada. Y el alto y largo desempleo, el peor de todos los virus, es un hecho. Mientras, las provincias amenazan con emitir cuasi monedas, un paso caótico que ya empezó a dar la provincia de Sante Fé. El triste episodio del 3 de abril, con masas de beneficiarios de planes, subsidios y jubilados agolpados desde la madrugada ante los inflexibles bancos y el más inflexible sindicato bancario, fue directamente criminal y tendrá efectos en la salud y en el número de muertos. Consecuencia de una cerrazón apresurada y una incapacidad de gestión del Central, similar a la incapacidad e irresponsabilidad del ministro de Salud, que ni aún hoy tiene un mínimo de kits de tests disponibles, y que quiso confiscar por decreto los insumos e instalaciones del sistema privado de salud. El fin de semana fue un aquelarre en el conurbano y las provincias más pobres, con sus planeros disfrutando en las calles el nuevo subsidio de 10.000 pesos. Más contagio. Más droga.

Además de haber eliminado la formación de leyes por el Congreso al generalizar el uso del decreto de necesidad y urgencia, práctica que, conociendo el bolivarianismo peronista va a ser difícil retrotraer, el máximo diputado Máximo Kirchner le ha informado a Fernández de la presentación de su proyecto para gravar con un impuesto especial a los capitales blanqueados durante el gobierno de Macri. Seguramente inconstitucional, además de suicida si se quiere conseguir alguna ilusa inversión y probablemente un paso más en el rompimiento con el sistema mundial. Como lo es el proyecto del mismo máximo Máximo de limitar las utilidades de los hipermercados, otro delirio chavista-marxista barato.  Mientras Fernández sostiene que no bajará su sueldo y el de los funcionarios porque sería un acto de demagogia, mientras aumenta el costo que los pocos privados sobrevivientes tendrán que afrontar para pagar el gasto del estado y el gobierno compra alimentos para repartir a precios hasta 30% más caros que el supermercado de la esquina, Argentina agoniza en el CTI. Y no por el Covid-19, acaso por el Cristina-20.










El Observador 31/03/2020


En la salud y la enfermedad

La pandemia cambia las reglas sociales, pero no los efectos de las decisiones económicas


Luce superfluo recordar que hace apenas un mes que asumió el gobierno elegido por la sociedad para conducir sus destinos durante los próximos cinco años. Sin embargo, el coronavirus o su excusa amenaza desatar un clima de campaña como si las elecciones se hubieran anulado o no hubieran tenido lugar. Es de esperar que ese primereo despreciable no tenga imitadores y cese de inmediato.
La emergencia sanitaria no tendrá efectos cortos ni menores, además de la salud y de la terrible pérdida de vidas. No los tendrá el costo de la lucha contra la pandemia, tanto en las erogaciones específicas para combatirla como en los gastos y déficit adicional en que se incurrirá para compensar el aislamiento, ni el daño colateral que implica la parálisis de la economía, como en el tremendo golpe en la exportación que se sufrirá como consecuencia del covid-19 en la economía mundial. De modo que está claro que en algún momento habrá que replantearse medidas, tiempos y políticas, comenzando por el presupuesto 2020, que ya antes del virus era una ficción.
Esa es una tarea que debe encarar el gobierno, en la que habrá de escuchar voces y opiniones y acordar, si se puede, sin dejar de lado las convicciones y principios por las que fue votado, es de esperar. No hay que ignorar que las diferencias con la oposición son muy profundas y que las diferencias en la sociedad también lo son, cuando por un lado un sector importante de la ciudadanía cree que la otra parte debe proveer a su bienestar y a sus conquistas, como si fuera culpable de sus carencias o de sus expectativas no cumplidas; y la otra parte intenta proteger el fruto de su esfuerzo, su creatividad y su toma de riesgo y defender su derecho a la propiedad y a la libertad de comerciar y producir. Difícilmente se pueda hallar un promedio en esa grieta. Esa diferencia se zanja con el voto.

Pero esa etapa vendrá después. Ahora hay una sola prioridad: minimizar, curar y vencer a la enfermedad y atender a sus víctimas directas y colaterales. Por supuesto que cada uno puede tener su opinión y manifestarla –por suerte está claro que eso ocurre diariamente en casi 3.500.000 casos sobre cualquier asunto– pero la lucha debe tener una sola conducción, como toda situación catastrófica. “En la salud y en la enfermedad”, dice el clásico voto matrimonial. Que vale para el voto democrático. Y rige también en lo económico: “En la prosperidad y en la adversidad”. Esta catástrofe es la que le tocó pilotear al gobierno. Y este es el gobierno que eligió Uruguay, a todo evento.

La semana pasada el Instituto de Economía de la Udelar publicó las sesudas conclusiones de un trabajo que determina que la pandemia afectará negativamente la economía, y que la solución es aumentar los impuestos a la renta y la riqueza. Además de un panfleto ideológico, se trata de un planteo inoportuno, que pretende reabrir una discusión fuera de tiempo, una primereada, diría la calle. También han surgido opiniones que sostienen, desde el desconocimiento o la mala fe, que no hay evidencia empírica contundente sobre el efecto de la suba de impuestos en casos de economías deficitarias. Más allá de la falacia que se cae a pedazos ante la realidad, se reinventa una discusión que acaba de saldarse en las urnas.


Lo que lleva a una afirmación que ayudará a entender el punto: la pandemia cambia las reglas sociales. Pero no los efectos de las decisiones económicas. Paradojalmente, todas estas neopropuestas, verdaderas pancartas virtuales, intentan ignorar que el nivel de deuda del país, su déficit, su inflación, la pérdida de inversión y de empleo, los límites al endeudamiento, son consecuencia de haber aplicado durante 15 años, en especial los últimos cinco, las políticas que ahora se pretende imponer al nuevo gobierno. Con lo que es evidente que algunos sectores creen que el coronavirus tiene un efecto amnésico sobre las acciones del pasado. O que –dialécticamente– anula el pasado, como diría Borges.


La idea de eliminar el déficit con impuestos a los ricos para poder mantener el rating crediticio y así tomar más deuda, además de cortoplacista y suicida, es de poco vuelo, incongruente e irresponsable y condena a más impuestos a las próximas generaciones. Por otra parte, no es cierto que no haya opciones. Los organismos de crédito mundial, y aún los eventuales bonistas, no exigen medidas drásticas inmediatas, y menos ahora. Quieren ver un plan sólido, consistente, proyectado y mantenido en el tiempo, con metas y rendiciones periódicas. Un plan de crecimiento basado en la inversión privada y en la confianza del mercado sobre país y gobierno.


Esa confianza, por sobre la ideología, fue honrada y mantenida por el gobierno anterior, que merece el reconocimiento por ese logro, acaso el más importante de su gestión. Cuando el virus sea derrotado, cuando la lucha haya terminado y con ella la emergencia, llegará el momento de pensar en el futuro y armar un plan coherente que edifique sobre esa confianza, que se base más en la inversión y la creatividad privada y menos en el Estado como repartidor de felicidad y bienestar con dinero ajeno. Que es la promesa de la coalición. Y que es factible, como lo muestra la tan negada evidencia empírica.


Pero eso viene después. Ahora hay un solo plan, que es domar al virus, proteger la salud y la trama social y salvar vidas. La cuasi cuarentena es una oportunidad para reflexionar, y para que muchos economistas lean los libros que no se leen en la Udelar y estudien profundamente la amplia casuística fiscal en países comparables.

En cuanto a la futura acción económica del gobierno, como ya sostuvo esta columna y como sabe cualquier usuario del por ahora casi inútil Waze, recalcular no es cambiar el objetivo. Es encontrar caminos alternativos para alcanzarlo.







La Prensa. Marzo 28 2020

UNA MIRADA DIFERENTE

El daño colateral irreversible del virus

La tentación de usar la emergencia para imponer un sistema permanente de autocracia en ritmo de joropo madureño.

El tono enérgico y a veces enojado del presidente Fernández puede ser confundido fácilmente con una demostración de liderazgo. En rigor, necesita ese porte autoritario y decidido para imponer cierta disciplina, sensatez y responsabilidad a una parte importante de la población que hace rato se comporta antisocialmente, con una especie de socipatía colectiva y contagiosa que la lleva a saltar por sobre todas las normas de convivencia, del derecho, del respeto por el otro, del orden social y de la ley misma y que llega a enfrentarse a las fuerzas del orden como si se tratase de una pelea de conventillo o de dos bandas de una villa. 
Ese estilo revulsivo, impune y prepotente, paradojalmente instituido, fomentado, elogiado y usado como herramienta electoral por el peronismo que prohijó y entronizó al propio mandatario, es hoy su mayor enemigo en la lucha contra el covid-19 en esta etapa de cono de aislamiento que es – en su expresión más sintética –una carrera entre la pandemia y el número de tests y respiradores que se puedan conseguir-, una forma de ganar tiempo en la trágica competencia entre el virus y la muerte. Suponiendo que esa tregua sirva para equiparse adecuadamente. 
Por eso la sociedad ha consentido o tolerado ese accionar presidencial, como los romanos del imperio consagraban legalmente la figura del Dictador en tiempos de guerra. Eso le ha valido a Fernández, por ahora, su altísima nota de aprobación en las encuestas y le ha permitido tomar medidas que en otros casos se considerarían anticonstitucionales y llevaría a denunciarlo ante la temible, inapelable, burocrática y socioprogresista Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Esto no es muy diferente a lo que está ocurriendo mundialmente, salvo en los países dirigidos por delirantes negacionistas. 
En ese camino, a veces evidentemente desesperado, aparecen cuestiones tan graves como la abolición del federalismo, principio liminar de la Constitución, en momentos en que los otros dos principios liminares, la Representatividad y la República, están en riesgo por el accionar del lado sombrío del partido del presidente en el Congreso y por sus ataques a la independencia de la Justicia, ya en marcha imparable.
Las provincias y aún las intendencias son puestas al borde de la secesión o la rebeldía ante la desesperación de ver cómo algunas decisiones del gobierno central barren con su seguridad e inmunidad sanitaria sin acuerdos y sin que se les ofrezcan alternativas explícitas y concretas. El enigma de los tests, su monopolio inicial, el bajo número de testeos, la prohibición de ser realizados por el sistema privado, no ayudan ni convencen aún a los más crédulos. Al contrario. Abren sospechas de todo tipo, incluso de corrupción, proceso en el que no ayuda la figura cada vez más desfigurada del ministro González García, que pese a sus evidentes falencias sigue metiendo la mano para garantizarse su monopolio incomprensible e inmerecido en lo que hace a los insumos vitales en el combate a la pandemia, como otrora hiciera el exministro De Vido en otra crisis, la del gas y la energía. 

Cuarentena al voleo

El escaso número de testeos hace intuir que la cuarentena al voleo seguirá por bastante tiempo, y las prórrogas continuas del aislamiento mostrarían la falta de un enfoque integral del tema. Un agravante más para una economía ya moribunda o muerta antes del coronavirus. La posibilidad de una cuarentena inversa, es decir la aislación de casos no sintomáticos detectados, no de los sanos, parece lejana y teórica. 
Hasta ahí, podría existir un cierto parecido con muchos países con políticos de estilo moderno, es decir, poco preparados para la tarea para la que se postularon y fueron elegidos, tanto en el pasado como en la actualidad. Salvo el ingrediente sospechado de corrupción que es una característica casi exclusiva de Argentina, en el que el peronismo tiene vastos antecedentes, muchos juzgados, otros en etapa de procesamiento, otros ocultos en la asociación ilícita del estado con los laboratorios privados.
De pronto, reaparece el ángel exterminador de Ginés González y decide que todos los respiradores, los tests y otras facilidades sanitarias del país, incluyendo al sector privado, serán administrados por el estado nacional, o sea su ministerio. Se supone que, con la anuencia del presidente, quien tal vez no midió los alcances de tamaña decisión. Para ponerlo en otros términos, el ministro confisca, por su sola decisión, bienes de las provincias y de los particulares y se erige en su administrador exclusivo. 
Este columnista ya anticipó su opinión en un largo hilo de Twitter del miércoles, que, felizmente, sirvió de inspiración a algunas notas de ayer. Se apodera de un plumazo de bienes y sistemas que no le pertenecen a la Nación, pero sí a la población de cada provincia o municipio. Se erige en el burócrata más capacitado para administrar los recursos ajenos. Algo que, además de inconstitucional en su forma y en su fondo, está lejos de haber demostrado en la práctica. Usa el ahorro, el esfuerzo, la previsión y la capacidad médica de otros y los secuestra para tapar sus agujeros y administrar las eventuales muertes. 
La situación empeora cuando se refiere al sector privado, que el ministro ha declarado caduco y expropiado a precio cero. Aquí se rompen todo tipo de reglas, leyes, principios y preceptos constitucionales y jurídicos. Se trata de una deliberada ignorancia del rol de la medicina privada en la salud de los argentinos, ya esbozada al impedir las pruebas de los prestadores de salud. Pero en el fondo, destruye el sistema de medicina prepaga con una declaración, apenas, o una resolución o un decreto. Los aportantes a las prepagas tienen un contrato homologable a un seguro con sus prestadores, que acaba de dejar sin efecto, o de obligar a incumplir, un ministro cuestionadísimo. 
En términos de salud también adquiere una enorme gravedad. Los aportantes al sistema privado de salud compraron a lo largo del tiempo el derecho a ciertas prestaciones vitales, que ahora le es conculcado burocráticamente en una medida estalinista en nombre de la salud de todos. Algo peor que la estafa a los jubilados. La estatización lisa y llana. El corralito sanitario. La soberbia del burócrata que se apodera de los bienes ajenos y se arroga la capacidad infinita de manejarlos mejor que los propios interesados. 
De paso, otra rotura de la seguridad jurídica, del derecho, de los derechos humanos auténticos. El Estado proyecta su incapacidad y su ineficiencia sobre los particulares, y los obliga a ser solidarios al precio de su propia salud y su propia vida, eventualmente.  

Accionar colectivista

Dos preguntas elementales: ¿hasta dónde seguirá este accionar colectivista en nombre de una solidaridad sin costo para el gobierno, pero con alto costo para la gente? ¿Cuán de acuerdo está el presidente con estas decisiones? González García debió ser reemplazado hace mucho, y eso habría mostrado un verdadero liderazgo y valentía presidencial. No sólo sobrevive, sino que mantiene una increíble capacidad de daño. 
No es el único caso en que se generan serias dudas sobre el grado de avance y permanencia de este cómodo criterio autocrático en el futuro. El congelamiento de alquileres y de juicios por cobro de hipotecas y desalojos, la prórroga por decreto de los contratos temporarios -una burla legal-  son medidas oportunistas del más rancio peronismo y cristinismo, además de condenar a un resultado inexorable de escasez de crédito, alquileres y empleo, hacen pensar que, cuando el virus se haya ido, el peronismo autoritario se quedará y ahondará en el estilo venezolano al que tanto hay que temer. 
No muy distintas son las medidas de congelamiento de precios, la obligación de producir, el otorgamiento de monopolios de ventas de tests por decreto, arraigados mecanismos de corrupción que acompañan desde siempre al peronismo, como ejemplifica la historia desde 1946. Y nada hace pensar que ese retroceso sobre una buena decisión económica del gobierno anterior que liberó al sistema de salud y a sus víctimas esclavas del PAMI, no torne a perpetuarse. 
El gobierno del verdadero Fernández recién empezará a pleno cuando el tiempo, la suerte y los trabajadores de la salud hayan exorcizado al demonio del covid-19. Habrá que confiar que en ese momento no se hayan puesto en cuarentena las libertades, la seriedad económica, la Constitución y el derecho. De lo contrario, otro virus más terrible, incurable, asolará a la sociedad.



La materia prima de un líder


En los momentos cruciales, siempre hizo falta que alguien señalase el camino. Al virus no se lo combate con un debate parlamentario



Tratando de explicar la fuerza de gravedad, Einstein encontró una frase brillante para definirla: “es el tejido mismo conque está hecho el universo”. Maravillosa síntesis. El equilibrio mágico que permite que los astros tengan un derrotero, no se estrellen uno contra otros, no rompan el mandato inexorable de quienquiera los ordenara en su desorden y cada pedazo de roca ígnea conserve eternamente su sentido y su rol en el curvo espacio-tiempo. 
Descendiendo a la mediocridad y pequeñez de las sociedades humanas, estas calamidades como la del COVID-19 hacen reflexionar sobre los gobiernos, los gobernantes, los pueblos, las circunstancias y las casualidades. Ya no se trata de manejar mejor o peor la economía, o de conseguir más o menos bienestar, ni de tener la pretensión de distribuir impecablemente la riqueza, ni de proveer a la felicidad eterna ni de dirimir ínfimos conflictos cotidianos. 
Se trata de enfrentar a la naturaleza, no en la forma de un huracán devastador que golpea y destruye, pero se marchas en pocos días, o de un terremoto de grado 10, sino en la forma perversa de una pandemia que pone en el frente de batalla a todos, donde los soldados que mueren no son los jóvenes como en las guerras, sino los viejos. Donde la lucha contra el enemigo se gana al precio de un desastre económico que puede ocasionar más muertes que el propio enemigo, en una diabólica jugarreta. Una enfermedad que desnuda todas las falencias, todas las imprevisiones, todas las corrupciones, todas las incapacidades. 
Las democracias de hoy, contaminadas casi todas con una dosis de populismo variable de doble vía, como predijera Tocqueville, no elige grandes gobernantes, ni estadistas. Elige burócratas que con suerte serán honestos, con suerte serán razonablemente eficientes, con suerte repartirán lo que cada uno espera que le repartan. O explicará los fracasos con frases más o menos afortunadas con las que repartirán solamente las culpas. Pero en las pandemias, las catástrofes, los ensañamientos de la naturaleza, los burócratas no son de gran utilidad. Les falta el sentido trágico en la comprensión de su misión, del momento en que les ha tocado estar al frente del barco a un paso de zozobrar, de administrar los botes salvavidas, de hacer lo que hay que hacer simplemente porque corresponde hacerlo.

En el momento de la tragedia, nacen los líderes. O no nacen. Roma había creado la figura del Dictador en tiempos de guerra, un vano intento también burocrático de inventar un líder por decreto. El extraordinario sociólogo Amitai Etzioni sostenía en una pequeña obra sobre administración empresaria que una empresa exitosa era la que designaba como jefes a los líderes informales. Es decir, no la que decretaba líderes, sino la que designaba líderes formales a los líderes informales.

A muchos teóricos les mete miedo el concepto de líder. Pero hay que estar en el frente de batalla para darse cuenta de que una horda de funcionarios o un congreso, no sirven para nada cuando llega el ataque de los ángeles de la muerte, más allá de promulgar alguna ley prohibiendo el vendaval, el tsunami, el terremoto o el virus. 


Los políticos sueñan que son líderes porque los ha entronizado su partido o unos cuantos votos en una elección. Pero ser electo no es ser líder. Nadie es electo líder salvo los tiranos, nadie nace líder. Ni Churchill soñaba con serlo cuando era un estudiante vago, ni Gandhi creyó que podría conducir a un pueblo a la independencia, hasta que lo hizo. Ni Anwar el Sadat sabía que un día se subiría a un avión por su cuenta y viajaría a Israel a proponer un acuerdo de paz imprescindible que parecía imposible.  Moisés nunca imaginó que lideraría a su pueblo apoyado en su cayado por la tremenda travesía del desierto hasta la tierra prometida. 


Y en la contracara, no son líderes los vacilantes y contradictorios Trump, Johnson, Sánchez o Fernández,  modestos grumetes de algún bote a la deriva, meros administradores de muertos estadísticos o reales. Ni hablar del irresponsable López Obrador, el homicida de México.


¿De qué material están hecho los líderes? ¿De qué tejido, de qué fibra? Tal vez de tragedia, de catástrofe, de cisnes negros, de burlas del destino, de sorpresas macabras de la naturaleza, de tsunamis y de pandemias. De gestos y de cárcel, como Mandela, o de olvidos y fracasos políticos, como Jorge Batlle. O de pagar el precio de su vida, como Gandhi, Martin Luther King, el Sadat, Rabin, Kennedy. Y hasta Moisés con aquél cruel sacrificio divino la noche antes de pisar la tierra prometida. De casualidades y de calamidades. 


Seguramente Luis Lacalle Pou soñó con ser un gran presidente, como lo hicieron tantos otros. Soñó con cambiar y mejorar muchas cosas, como tantos otros. Con dejar una marca, una impronta de su gestión. Con ser reelecto y ser un nuevo referente histórico. Soño con 90 días de romance, con cambios urgentes y nuevos rumbos de grandeza para Uruguay. Acaso todo eso no le haya sido dado. Acaso sólo tiene la opción de ser líder. Opción para la que nadie está preparado, que pocas veces confiere satisfacciones, que casi nunca culmina en la gloria y en el triunfo. Apenas en algún reconocimiento, lejano en el tiempo, de sus compatriotas. 


¿Podrá con tamaña carga? ¿Los compinches de su juventud que dudaban de él pasarán ahora a escucharlo, se inspirarán en sus palabras y sus actitudes? ¿Se unirán, aunque fuera por un rato para atravesar este Mar Rojo los de un bando y del otro?  ¿Se recubrirá del material que hace falta? Porque después de derrotar al virus viene la segunda parte de la batalla que es poner de nuevo en marcha a Uruguay. Y allí también hará falta un rumbo único, un líder que se alce por sobre el partidismo, las ideologías, las mezquindades y los odios. 


Nadie tiene una respuesta. Pero la historia siempre muestra un momento liminar, un instante de inflexión, cuando el individuo se da cuenta de que adelante de él no hay nadie más, que a sus espaldas el pueblo lo está mirando y espera su señal.  Y se siente insignificante, incapaz, nunca del todo bien preparado y lleno de dudas y de miedos. Pero alza su cayado del suelo y empieza a andar




El  Observador - 24 de marzo 2020


La hora de los privados

La chapucería y la ignorancia de los gobernantes son también contagiosas


La pandemia desnudó el continuo deterioro de ideas y ética de los dirigentes políticos mundiales y, consecuentemente, de la calidad de los gobiernos y del mismo Estado. Ampliando, también enjuicia a toda la dirigencia, pública y privada y a la sociedad misma, causal y víctima de tal estadio.
Se prefirió descalificar el éxito chino contra el virus acusando de mentiroso a su gobierno y argumentando que es más fácil controlar a la población bajo una dictadura. Como se trató de explicar los logros de Corea del Sur adjudicándolos al solo hecho de que son pueblos más disciplinados y obedientes.
Pero compárese la reacción de esos gobiernos con el negacionismo de Trump, Bolsonaro o Johnson, que perdieron un tiempo irrecuperable que les obliga a exagerar ahora las medidas de aislamiento. Ningún país tiene en stock 100 veces más tests de lo esperado ni 100 veces más respiradores y camas de CTI que las que las estadísticas indicaban como necesarias. Pero esos gobernantes que actuaron como los líderes africanos que negaban la correlación entre el VIH y el sida desperdiciaron la información científica que les hubiera permitido ganar tiempo en las medidas de aislamiento y, sobre todo, en comenzar la producción de elementos clave para la lucha contra el covid-19. Por caso, el más acuciante problema estadounidenses en este momento ¡es la escasez de mascarillas para la protección del personal hospitalario que debe atender a los afectados!




Otra constante es la ineficiencia del gasto en salud pública de buena parte de los presupuestos del mundo. Así se explican situaciones como las de Italia, donde prácticamente se está eligiendo qué viejos se dejan morir y cuáles se salvan o como la del mismo Estados Unidos, cuyo Medicare cuesta cada vez más en términos de PIB, cada vez es menos eficiente y más corrupto, pero todos los políticos se empeñan en mantener en manos del Estado.
La pregunta de fondo es: ¿para qué se va a usar el tiempo que se gana con el aislamiento en sus múltiples rigurosidades? ¿Únicamente para aplanar la curva de casos? La propuesta del ministro de Defensa israelí de aislar solo a los viejos para evitar que mueran suena a un gueto universal y cruel, casi equivalente a la misma muerte. Sería aceptable por un lapso muy corto, mientras se aplican los tests masivos que permitan el aislamiento inverso, opción hoy no disponible en la mayoría de los países, empezando por Estados Unidos. Con lo que aplanar la curva luce como patear la pelota lejos del área.
La otra acción debe darse en el extremo de los casos graves. Allí la atención temprana, la ayuda respiratoria y los cuidados intensivos pueden mantener con vida a los afectados mientras el organismo combate el virus y sus consecuencias. Ahí también hay un déficit mundial, que mete miedo cuando se analizan las vagas cifras que los funcionarios balbucean. Ni hace falta usar el ejemplo extremo y fácil de las espalterianas declaraciones del ministro argentino Ginés García; Estados Unidos desconcertado y la locura de España-morgue hacen pensar que las cuarentenas son una carrera: lograr matar al virus antes de que el virus mate a muchos.

Como el Estado no puede ni sabe producir nada, ni barbijos, ni respiradores, ni camas de CTI, ni vacunas, ni drogas antivirus, debe recurrir a los privados (salvo Ginés García, que los excluye peligrosamente), que tampoco están preparados para la emergencia, pero que son capaces de reaccionar de un momento para otro, acostumbrados a la lucha por sobrevivir. Entonces el Estado debe aportar su maquinaria hospitalaria y médica, su poder de mantener el orden social, la comunicación y también su capacidad de coordinación, tratando de agregar velocidad de decisión y eficacia, idealmente.
Nótese lo que ocurre con las minipymes con equipamiento de impresión 3D que están familiarizados con su uso en medicina reparadora. Han comenzado a producir por su cuenta partes de respiradores y otros elementos. Por otro lado, grandes empresas como General Motors o Tesla se han comprometido a producir equipamiento vital para la sobrevida. Sin olvidar a los laboratorios de todo el mundo que están fabricando los kits de testeo a marchas forzadas, ni los cientos de laboratorios que buscan remedios que atenúen el virus o vacunas. Es elemental que los gobiernos deben coordinar esos esfuerzos. La propia General Motors ha dicho que está lista para hacer lo que haga falta, pero no sabe qué hace falta. La respuesta de Trump fue que los privados sabrán lo que tienen que hacer. Un principio de laissez faire que tiene poco que ver con una guerra como la actual y mucho que ver con la precariedad conceptual.



Aquí se puede ver claro la tarea diferente del Estado y de los privados en la sociedad. Y este es el momento en que ambos sectores cumplan adecuadamente esa tarea que les corresponde. Se dirá que los privados están movidos por su ambición. Ojalá que la mano invisible del egoísmo sirva para salvar vidas. No sea que ocurra lo que con la penicilina: Fleming, creyendo que hacía un bien a la humanidad, regaló sus derechos sobre el descubrimiento. Y por 14 años nadie la produjo. Los privados porque no ganaban nada con la patente, el Estado porque el Estado nada produce. Hizo falta una guerra mundial para que el primer antibiótico parara tantas muertes.
Sin embargo, se recordará la colosal transformación bélica de General Motors, que colaboró decisivamente con la victoria aliada. En tres años fabricó al costo todo el equipamiento pesado americano. Finalizada la guerra pasó la factura por sus ganancias: un dólar. Lo que es bueno para América es bueno para General Motors y viceversa, fue el lema entonces.
Lo que es bueno para la humanidad, es bueno para el sector privado.  Y toda crisis también es una oportunidad de reconciliación.






Publicado en El Observador el 17/03/2020

Recalcular no es renunciar






En los momentos más difíciles hay que aferrarse a las convicciones y persistir en los objetivos



La víctima fatal de la pandemia es la economía global. Paralizar la acción humana es bueno para combatir el virus, pero mortal (sic) para la actividad productiva y el consumo, porque finalmente la forma de combate contra la enfermedad consiste en provocar una recesión – depresión – universal. Entonces, cualquier accionar sobre la economía oriental debe insertarse en un contexto casi catastrófico del mundo financiero, un castillo de naipes levantado en los últimos 12 años o más, que sólo esperaba un viento para derrumbarse.
Eso no significa que haya que acompañar al abismo a los dueños de la triturada riqueza mundial. Al contrario, para los países de economías pequeñas la opción de sumarse a la quiebra del sistema no está disponible porque ello se asimilaría demasiado a la extinción, como muestra la historia.
Es útil en esta instancia recordar la lección de cualquier app de GPS. Ante una alteración, accidente, imprevisto o complicación en el tránsito, su reacción es decir “recalculando”; no hay una opción que diga “imposible llegar al destino elegido”. Habrá entonces que recalcular, no que abandonar. Y en esa tesitura, hay que analizar qué opciones están disponibles y cuales no. Qué acciones son pertinentes y cuáles son inocuas o contraproducentes.
Está claro que el estado deberá incurrir en todos los gastos inherentes a la lucha contra la pandemia, incluyendo la mitigación de los efectos colaterales de las cuarentenas, suspensiones, licencias y ausencias sobre los trabajadores. Será más difícil compensar los cierres de establecimientos, temporarios o definitivos y las pérdidas que la recesión ocasione. Con lo que el sector privado aportará una dura cuota de sufrimiento y el empleo caerá aún más. La recaudación también. Es decir que el déficit tenderá a incrementarse y el PIB tenderá a bajar.
La variante de tomar deuda externa para financiar el déficit no está disponible, aún manteniendo el investment grade. No existe voluntad alguna en los inversores de tomar riesgo crediticio, salvo a tasas extravagantes. Tampoco emitir sería una solución, porque tarde o temprano resultaría inflacionario. (La pandemia se irá)  Tomar deuda en el mercado interno tendrá también una fuerte limitación, por la carencia de fondos y de voluntad de riesgo, lo que subiría las tasas de interés de toda la deuda en pesos.
Queda el recurso amado por tantos economistas de aumentar los impuestos. Solución que terminaría de paralizar al sector privado y ahuyentaría para siempre una de las pocas oportunidades de Uruguay, que es la de atraer nuevos emprendedores y nuevas inversiones y radicaciones. Y queda por verse si ese tipo de medidas impactaría en los niveles de recaudación, como se sueña.
El riesgo de fondo es que, por el efecto combinado de una recesión inducida en el sector privado y un aumento en el gasto público, se termine agrandando la participación del estado en la economía a expensas del sector privado, que es todo lo opuesto a lo que la plataforma de la coalición de gobierno propone y una garantía de involución en el crecimiento y el bienestar orientales.
En tal situación, no se debería abandonar el plan de reducción del gasto que estaba
previsto, más bien profundizar el análisis y el estudio de calidad del gasto, lo más
cercano posible al presupuesto de base cero. Si bien los interesados (en todo sentido)
insisten en que el gasto es imprescindible, irreductible, justo y perfecto, ello no es
cierto tan pronto se desbrozan cuidadosamente las partidas, los destinos y las
funciones. Cuando se dice que no se puede bajar el gasto en educación, por ejemplo,
se está suponiendo que el número de maestros por clase es el óptimo, que todos los
sueldos se pagan a docentes, que todos los gastos se hacen para educar. Eso suele
no ser así cuando se hurga, si se permite hurgar.
Que se esté en recesión no impide que se haga un ajuste, mucho más si es basado
en la eficiencia. De lo contrario cada recesión aumentará el tamaño del estado y
pondrá más carga sobre los privados y sobre la producción. Y como ha demostrado
la evidencia empírica, el modo más rápido de salir de una situación de déficit es vía
la baja del gasto, proceso que sigue siendo imprescindible.
Hay que recurrir a los atajos tipo Waze o Google maps, sin perder de vista el objetivo final. Por ejemplo, se debe estudiar la viabilidad de eliminar por completo la devolución del IVA en los pagos con tarjeta y aplicar esos ahorros a paliar los efectos del toque de queda virtual que produce la lucha contra el coronavirus. Ese incentivo no tenía una función social, sino la de fomentar la bancarización, innecesario a esta altura y también fuera del programa de la coalición de gobierno.

Y habrá que convivir con un salvador tipo de cambio más fluctuante, ya que la volatilidad hace riesgoso el uso de reservas para morigerarlo, que no se sabe si se podrán recomprar. 
Al igual que en la lucha contra el virus, en que los países con gobiernos de más predicamento sobre la sociedad logran los mejores resultados, el liderazgo es esencial en una crisis económica. La prédica, la insistencia, la perseverancia, la capacidad de encontrar y descartar variantes, la vocación de tomar compromisos, explicarlos y rendir cuentas, son herramientas primordiales, además de democráticas. Nunca hay que olvidar el caso de Suecia y sus importantes reformas tras la quiebra de 1993 sustentada en dos pilares: el trabajo y compromiso inagotable de sus funcionarios, y la apelación a la gestión privada.
La pesadilla de la pandemia durará varios meses. Habrá que convivir con todos sus efectos en todos los planos y tener la capacidad de recalcular rumbos y decisiones. Pero sin perder la terca obsesión del GPS en llegar a destino.