El Observador 31/03/2020


En la salud y la enfermedad

La pandemia cambia las reglas sociales, pero no los efectos de las decisiones económicas


Luce superfluo recordar que hace apenas un mes que asumió el gobierno elegido por la sociedad para conducir sus destinos durante los próximos cinco años. Sin embargo, el coronavirus o su excusa amenaza desatar un clima de campaña como si las elecciones se hubieran anulado o no hubieran tenido lugar. Es de esperar que ese primereo despreciable no tenga imitadores y cese de inmediato.
La emergencia sanitaria no tendrá efectos cortos ni menores, además de la salud y de la terrible pérdida de vidas. No los tendrá el costo de la lucha contra la pandemia, tanto en las erogaciones específicas para combatirla como en los gastos y déficit adicional en que se incurrirá para compensar el aislamiento, ni el daño colateral que implica la parálisis de la economía, como en el tremendo golpe en la exportación que se sufrirá como consecuencia del covid-19 en la economía mundial. De modo que está claro que en algún momento habrá que replantearse medidas, tiempos y políticas, comenzando por el presupuesto 2020, que ya antes del virus era una ficción.
Esa es una tarea que debe encarar el gobierno, en la que habrá de escuchar voces y opiniones y acordar, si se puede, sin dejar de lado las convicciones y principios por las que fue votado, es de esperar. No hay que ignorar que las diferencias con la oposición son muy profundas y que las diferencias en la sociedad también lo son, cuando por un lado un sector importante de la ciudadanía cree que la otra parte debe proveer a su bienestar y a sus conquistas, como si fuera culpable de sus carencias o de sus expectativas no cumplidas; y la otra parte intenta proteger el fruto de su esfuerzo, su creatividad y su toma de riesgo y defender su derecho a la propiedad y a la libertad de comerciar y producir. Difícilmente se pueda hallar un promedio en esa grieta. Esa diferencia se zanja con el voto.

Pero esa etapa vendrá después. Ahora hay una sola prioridad: minimizar, curar y vencer a la enfermedad y atender a sus víctimas directas y colaterales. Por supuesto que cada uno puede tener su opinión y manifestarla –por suerte está claro que eso ocurre diariamente en casi 3.500.000 casos sobre cualquier asunto– pero la lucha debe tener una sola conducción, como toda situación catastrófica. “En la salud y en la enfermedad”, dice el clásico voto matrimonial. Que vale para el voto democrático. Y rige también en lo económico: “En la prosperidad y en la adversidad”. Esta catástrofe es la que le tocó pilotear al gobierno. Y este es el gobierno que eligió Uruguay, a todo evento.

La semana pasada el Instituto de Economía de la Udelar publicó las sesudas conclusiones de un trabajo que determina que la pandemia afectará negativamente la economía, y que la solución es aumentar los impuestos a la renta y la riqueza. Además de un panfleto ideológico, se trata de un planteo inoportuno, que pretende reabrir una discusión fuera de tiempo, una primereada, diría la calle. También han surgido opiniones que sostienen, desde el desconocimiento o la mala fe, que no hay evidencia empírica contundente sobre el efecto de la suba de impuestos en casos de economías deficitarias. Más allá de la falacia que se cae a pedazos ante la realidad, se reinventa una discusión que acaba de saldarse en las urnas.


Lo que lleva a una afirmación que ayudará a entender el punto: la pandemia cambia las reglas sociales. Pero no los efectos de las decisiones económicas. Paradojalmente, todas estas neopropuestas, verdaderas pancartas virtuales, intentan ignorar que el nivel de deuda del país, su déficit, su inflación, la pérdida de inversión y de empleo, los límites al endeudamiento, son consecuencia de haber aplicado durante 15 años, en especial los últimos cinco, las políticas que ahora se pretende imponer al nuevo gobierno. Con lo que es evidente que algunos sectores creen que el coronavirus tiene un efecto amnésico sobre las acciones del pasado. O que –dialécticamente– anula el pasado, como diría Borges.


La idea de eliminar el déficit con impuestos a los ricos para poder mantener el rating crediticio y así tomar más deuda, además de cortoplacista y suicida, es de poco vuelo, incongruente e irresponsable y condena a más impuestos a las próximas generaciones. Por otra parte, no es cierto que no haya opciones. Los organismos de crédito mundial, y aún los eventuales bonistas, no exigen medidas drásticas inmediatas, y menos ahora. Quieren ver un plan sólido, consistente, proyectado y mantenido en el tiempo, con metas y rendiciones periódicas. Un plan de crecimiento basado en la inversión privada y en la confianza del mercado sobre país y gobierno.


Esa confianza, por sobre la ideología, fue honrada y mantenida por el gobierno anterior, que merece el reconocimiento por ese logro, acaso el más importante de su gestión. Cuando el virus sea derrotado, cuando la lucha haya terminado y con ella la emergencia, llegará el momento de pensar en el futuro y armar un plan coherente que edifique sobre esa confianza, que se base más en la inversión y la creatividad privada y menos en el Estado como repartidor de felicidad y bienestar con dinero ajeno. Que es la promesa de la coalición. Y que es factible, como lo muestra la tan negada evidencia empírica.


Pero eso viene después. Ahora hay un solo plan, que es domar al virus, proteger la salud y la trama social y salvar vidas. La cuasi cuarentena es una oportunidad para reflexionar, y para que muchos economistas lean los libros que no se leen en la Udelar y estudien profundamente la amplia casuística fiscal en países comparables.

En cuanto a la futura acción económica del gobierno, como ya sostuvo esta columna y como sabe cualquier usuario del por ahora casi inútil Waze, recalcular no es cambiar el objetivo. Es encontrar caminos alternativos para alcanzarlo.







La Prensa. Marzo 28 2020

UNA MIRADA DIFERENTE

El daño colateral irreversible del virus

La tentación de usar la emergencia para imponer un sistema permanente de autocracia en ritmo de joropo madureño.

El tono enérgico y a veces enojado del presidente Fernández puede ser confundido fácilmente con una demostración de liderazgo. En rigor, necesita ese porte autoritario y decidido para imponer cierta disciplina, sensatez y responsabilidad a una parte importante de la población que hace rato se comporta antisocialmente, con una especie de socipatía colectiva y contagiosa que la lleva a saltar por sobre todas las normas de convivencia, del derecho, del respeto por el otro, del orden social y de la ley misma y que llega a enfrentarse a las fuerzas del orden como si se tratase de una pelea de conventillo o de dos bandas de una villa. 
Ese estilo revulsivo, impune y prepotente, paradojalmente instituido, fomentado, elogiado y usado como herramienta electoral por el peronismo que prohijó y entronizó al propio mandatario, es hoy su mayor enemigo en la lucha contra el covid-19 en esta etapa de cono de aislamiento que es – en su expresión más sintética –una carrera entre la pandemia y el número de tests y respiradores que se puedan conseguir-, una forma de ganar tiempo en la trágica competencia entre el virus y la muerte. Suponiendo que esa tregua sirva para equiparse adecuadamente. 
Por eso la sociedad ha consentido o tolerado ese accionar presidencial, como los romanos del imperio consagraban legalmente la figura del Dictador en tiempos de guerra. Eso le ha valido a Fernández, por ahora, su altísima nota de aprobación en las encuestas y le ha permitido tomar medidas que en otros casos se considerarían anticonstitucionales y llevaría a denunciarlo ante la temible, inapelable, burocrática y socioprogresista Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Esto no es muy diferente a lo que está ocurriendo mundialmente, salvo en los países dirigidos por delirantes negacionistas. 
En ese camino, a veces evidentemente desesperado, aparecen cuestiones tan graves como la abolición del federalismo, principio liminar de la Constitución, en momentos en que los otros dos principios liminares, la Representatividad y la República, están en riesgo por el accionar del lado sombrío del partido del presidente en el Congreso y por sus ataques a la independencia de la Justicia, ya en marcha imparable.
Las provincias y aún las intendencias son puestas al borde de la secesión o la rebeldía ante la desesperación de ver cómo algunas decisiones del gobierno central barren con su seguridad e inmunidad sanitaria sin acuerdos y sin que se les ofrezcan alternativas explícitas y concretas. El enigma de los tests, su monopolio inicial, el bajo número de testeos, la prohibición de ser realizados por el sistema privado, no ayudan ni convencen aún a los más crédulos. Al contrario. Abren sospechas de todo tipo, incluso de corrupción, proceso en el que no ayuda la figura cada vez más desfigurada del ministro González García, que pese a sus evidentes falencias sigue metiendo la mano para garantizarse su monopolio incomprensible e inmerecido en lo que hace a los insumos vitales en el combate a la pandemia, como otrora hiciera el exministro De Vido en otra crisis, la del gas y la energía. 

Cuarentena al voleo

El escaso número de testeos hace intuir que la cuarentena al voleo seguirá por bastante tiempo, y las prórrogas continuas del aislamiento mostrarían la falta de un enfoque integral del tema. Un agravante más para una economía ya moribunda o muerta antes del coronavirus. La posibilidad de una cuarentena inversa, es decir la aislación de casos no sintomáticos detectados, no de los sanos, parece lejana y teórica. 
Hasta ahí, podría existir un cierto parecido con muchos países con políticos de estilo moderno, es decir, poco preparados para la tarea para la que se postularon y fueron elegidos, tanto en el pasado como en la actualidad. Salvo el ingrediente sospechado de corrupción que es una característica casi exclusiva de Argentina, en el que el peronismo tiene vastos antecedentes, muchos juzgados, otros en etapa de procesamiento, otros ocultos en la asociación ilícita del estado con los laboratorios privados.
De pronto, reaparece el ángel exterminador de Ginés González y decide que todos los respiradores, los tests y otras facilidades sanitarias del país, incluyendo al sector privado, serán administrados por el estado nacional, o sea su ministerio. Se supone que, con la anuencia del presidente, quien tal vez no midió los alcances de tamaña decisión. Para ponerlo en otros términos, el ministro confisca, por su sola decisión, bienes de las provincias y de los particulares y se erige en su administrador exclusivo. 
Este columnista ya anticipó su opinión en un largo hilo de Twitter del miércoles, que, felizmente, sirvió de inspiración a algunas notas de ayer. Se apodera de un plumazo de bienes y sistemas que no le pertenecen a la Nación, pero sí a la población de cada provincia o municipio. Se erige en el burócrata más capacitado para administrar los recursos ajenos. Algo que, además de inconstitucional en su forma y en su fondo, está lejos de haber demostrado en la práctica. Usa el ahorro, el esfuerzo, la previsión y la capacidad médica de otros y los secuestra para tapar sus agujeros y administrar las eventuales muertes. 
La situación empeora cuando se refiere al sector privado, que el ministro ha declarado caduco y expropiado a precio cero. Aquí se rompen todo tipo de reglas, leyes, principios y preceptos constitucionales y jurídicos. Se trata de una deliberada ignorancia del rol de la medicina privada en la salud de los argentinos, ya esbozada al impedir las pruebas de los prestadores de salud. Pero en el fondo, destruye el sistema de medicina prepaga con una declaración, apenas, o una resolución o un decreto. Los aportantes a las prepagas tienen un contrato homologable a un seguro con sus prestadores, que acaba de dejar sin efecto, o de obligar a incumplir, un ministro cuestionadísimo. 
En términos de salud también adquiere una enorme gravedad. Los aportantes al sistema privado de salud compraron a lo largo del tiempo el derecho a ciertas prestaciones vitales, que ahora le es conculcado burocráticamente en una medida estalinista en nombre de la salud de todos. Algo peor que la estafa a los jubilados. La estatización lisa y llana. El corralito sanitario. La soberbia del burócrata que se apodera de los bienes ajenos y se arroga la capacidad infinita de manejarlos mejor que los propios interesados. 
De paso, otra rotura de la seguridad jurídica, del derecho, de los derechos humanos auténticos. El Estado proyecta su incapacidad y su ineficiencia sobre los particulares, y los obliga a ser solidarios al precio de su propia salud y su propia vida, eventualmente.  

Accionar colectivista

Dos preguntas elementales: ¿hasta dónde seguirá este accionar colectivista en nombre de una solidaridad sin costo para el gobierno, pero con alto costo para la gente? ¿Cuán de acuerdo está el presidente con estas decisiones? González García debió ser reemplazado hace mucho, y eso habría mostrado un verdadero liderazgo y valentía presidencial. No sólo sobrevive, sino que mantiene una increíble capacidad de daño. 
No es el único caso en que se generan serias dudas sobre el grado de avance y permanencia de este cómodo criterio autocrático en el futuro. El congelamiento de alquileres y de juicios por cobro de hipotecas y desalojos, la prórroga por decreto de los contratos temporarios -una burla legal-  son medidas oportunistas del más rancio peronismo y cristinismo, además de condenar a un resultado inexorable de escasez de crédito, alquileres y empleo, hacen pensar que, cuando el virus se haya ido, el peronismo autoritario se quedará y ahondará en el estilo venezolano al que tanto hay que temer. 
No muy distintas son las medidas de congelamiento de precios, la obligación de producir, el otorgamiento de monopolios de ventas de tests por decreto, arraigados mecanismos de corrupción que acompañan desde siempre al peronismo, como ejemplifica la historia desde 1946. Y nada hace pensar que ese retroceso sobre una buena decisión económica del gobierno anterior que liberó al sistema de salud y a sus víctimas esclavas del PAMI, no torne a perpetuarse. 
El gobierno del verdadero Fernández recién empezará a pleno cuando el tiempo, la suerte y los trabajadores de la salud hayan exorcizado al demonio del covid-19. Habrá que confiar que en ese momento no se hayan puesto en cuarentena las libertades, la seriedad económica, la Constitución y el derecho. De lo contrario, otro virus más terrible, incurable, asolará a la sociedad.



La materia prima de un líder


En los momentos cruciales, siempre hizo falta que alguien señalase el camino. Al virus no se lo combate con un debate parlamentario



Tratando de explicar la fuerza de gravedad, Einstein encontró una frase brillante para definirla: “es el tejido mismo conque está hecho el universo”. Maravillosa síntesis. El equilibrio mágico que permite que los astros tengan un derrotero, no se estrellen uno contra otros, no rompan el mandato inexorable de quienquiera los ordenara en su desorden y cada pedazo de roca ígnea conserve eternamente su sentido y su rol en el curvo espacio-tiempo. 
Descendiendo a la mediocridad y pequeñez de las sociedades humanas, estas calamidades como la del COVID-19 hacen reflexionar sobre los gobiernos, los gobernantes, los pueblos, las circunstancias y las casualidades. Ya no se trata de manejar mejor o peor la economía, o de conseguir más o menos bienestar, ni de tener la pretensión de distribuir impecablemente la riqueza, ni de proveer a la felicidad eterna ni de dirimir ínfimos conflictos cotidianos. 
Se trata de enfrentar a la naturaleza, no en la forma de un huracán devastador que golpea y destruye, pero se marchas en pocos días, o de un terremoto de grado 10, sino en la forma perversa de una pandemia que pone en el frente de batalla a todos, donde los soldados que mueren no son los jóvenes como en las guerras, sino los viejos. Donde la lucha contra el enemigo se gana al precio de un desastre económico que puede ocasionar más muertes que el propio enemigo, en una diabólica jugarreta. Una enfermedad que desnuda todas las falencias, todas las imprevisiones, todas las corrupciones, todas las incapacidades. 
Las democracias de hoy, contaminadas casi todas con una dosis de populismo variable de doble vía, como predijera Tocqueville, no elige grandes gobernantes, ni estadistas. Elige burócratas que con suerte serán honestos, con suerte serán razonablemente eficientes, con suerte repartirán lo que cada uno espera que le repartan. O explicará los fracasos con frases más o menos afortunadas con las que repartirán solamente las culpas. Pero en las pandemias, las catástrofes, los ensañamientos de la naturaleza, los burócratas no son de gran utilidad. Les falta el sentido trágico en la comprensión de su misión, del momento en que les ha tocado estar al frente del barco a un paso de zozobrar, de administrar los botes salvavidas, de hacer lo que hay que hacer simplemente porque corresponde hacerlo.

En el momento de la tragedia, nacen los líderes. O no nacen. Roma había creado la figura del Dictador en tiempos de guerra, un vano intento también burocrático de inventar un líder por decreto. El extraordinario sociólogo Amitai Etzioni sostenía en una pequeña obra sobre administración empresaria que una empresa exitosa era la que designaba como jefes a los líderes informales. Es decir, no la que decretaba líderes, sino la que designaba líderes formales a los líderes informales.

A muchos teóricos les mete miedo el concepto de líder. Pero hay que estar en el frente de batalla para darse cuenta de que una horda de funcionarios o un congreso, no sirven para nada cuando llega el ataque de los ángeles de la muerte, más allá de promulgar alguna ley prohibiendo el vendaval, el tsunami, el terremoto o el virus. 


Los políticos sueñan que son líderes porque los ha entronizado su partido o unos cuantos votos en una elección. Pero ser electo no es ser líder. Nadie es electo líder salvo los tiranos, nadie nace líder. Ni Churchill soñaba con serlo cuando era un estudiante vago, ni Gandhi creyó que podría conducir a un pueblo a la independencia, hasta que lo hizo. Ni Anwar el Sadat sabía que un día se subiría a un avión por su cuenta y viajaría a Israel a proponer un acuerdo de paz imprescindible que parecía imposible.  Moisés nunca imaginó que lideraría a su pueblo apoyado en su cayado por la tremenda travesía del desierto hasta la tierra prometida. 


Y en la contracara, no son líderes los vacilantes y contradictorios Trump, Johnson, Sánchez o Fernández,  modestos grumetes de algún bote a la deriva, meros administradores de muertos estadísticos o reales. Ni hablar del irresponsable López Obrador, el homicida de México.


¿De qué material están hecho los líderes? ¿De qué tejido, de qué fibra? Tal vez de tragedia, de catástrofe, de cisnes negros, de burlas del destino, de sorpresas macabras de la naturaleza, de tsunamis y de pandemias. De gestos y de cárcel, como Mandela, o de olvidos y fracasos políticos, como Jorge Batlle. O de pagar el precio de su vida, como Gandhi, Martin Luther King, el Sadat, Rabin, Kennedy. Y hasta Moisés con aquél cruel sacrificio divino la noche antes de pisar la tierra prometida. De casualidades y de calamidades. 


Seguramente Luis Lacalle Pou soñó con ser un gran presidente, como lo hicieron tantos otros. Soñó con cambiar y mejorar muchas cosas, como tantos otros. Con dejar una marca, una impronta de su gestión. Con ser reelecto y ser un nuevo referente histórico. Soño con 90 días de romance, con cambios urgentes y nuevos rumbos de grandeza para Uruguay. Acaso todo eso no le haya sido dado. Acaso sólo tiene la opción de ser líder. Opción para la que nadie está preparado, que pocas veces confiere satisfacciones, que casi nunca culmina en la gloria y en el triunfo. Apenas en algún reconocimiento, lejano en el tiempo, de sus compatriotas. 


¿Podrá con tamaña carga? ¿Los compinches de su juventud que dudaban de él pasarán ahora a escucharlo, se inspirarán en sus palabras y sus actitudes? ¿Se unirán, aunque fuera por un rato para atravesar este Mar Rojo los de un bando y del otro?  ¿Se recubrirá del material que hace falta? Porque después de derrotar al virus viene la segunda parte de la batalla que es poner de nuevo en marcha a Uruguay. Y allí también hará falta un rumbo único, un líder que se alce por sobre el partidismo, las ideologías, las mezquindades y los odios. 


Nadie tiene una respuesta. Pero la historia siempre muestra un momento liminar, un instante de inflexión, cuando el individuo se da cuenta de que adelante de él no hay nadie más, que a sus espaldas el pueblo lo está mirando y espera su señal.  Y se siente insignificante, incapaz, nunca del todo bien preparado y lleno de dudas y de miedos. Pero alza su cayado del suelo y empieza a andar




El  Observador - 24 de marzo 2020


La hora de los privados

La chapucería y la ignorancia de los gobernantes son también contagiosas


La pandemia desnudó el continuo deterioro de ideas y ética de los dirigentes políticos mundiales y, consecuentemente, de la calidad de los gobiernos y del mismo Estado. Ampliando, también enjuicia a toda la dirigencia, pública y privada y a la sociedad misma, causal y víctima de tal estadio.
Se prefirió descalificar el éxito chino contra el virus acusando de mentiroso a su gobierno y argumentando que es más fácil controlar a la población bajo una dictadura. Como se trató de explicar los logros de Corea del Sur adjudicándolos al solo hecho de que son pueblos más disciplinados y obedientes.
Pero compárese la reacción de esos gobiernos con el negacionismo de Trump, Bolsonaro o Johnson, que perdieron un tiempo irrecuperable que les obliga a exagerar ahora las medidas de aislamiento. Ningún país tiene en stock 100 veces más tests de lo esperado ni 100 veces más respiradores y camas de CTI que las que las estadísticas indicaban como necesarias. Pero esos gobernantes que actuaron como los líderes africanos que negaban la correlación entre el VIH y el sida desperdiciaron la información científica que les hubiera permitido ganar tiempo en las medidas de aislamiento y, sobre todo, en comenzar la producción de elementos clave para la lucha contra el covid-19. Por caso, el más acuciante problema estadounidenses en este momento ¡es la escasez de mascarillas para la protección del personal hospitalario que debe atender a los afectados!




Otra constante es la ineficiencia del gasto en salud pública de buena parte de los presupuestos del mundo. Así se explican situaciones como las de Italia, donde prácticamente se está eligiendo qué viejos se dejan morir y cuáles se salvan o como la del mismo Estados Unidos, cuyo Medicare cuesta cada vez más en términos de PIB, cada vez es menos eficiente y más corrupto, pero todos los políticos se empeñan en mantener en manos del Estado.
La pregunta de fondo es: ¿para qué se va a usar el tiempo que se gana con el aislamiento en sus múltiples rigurosidades? ¿Únicamente para aplanar la curva de casos? La propuesta del ministro de Defensa israelí de aislar solo a los viejos para evitar que mueran suena a un gueto universal y cruel, casi equivalente a la misma muerte. Sería aceptable por un lapso muy corto, mientras se aplican los tests masivos que permitan el aislamiento inverso, opción hoy no disponible en la mayoría de los países, empezando por Estados Unidos. Con lo que aplanar la curva luce como patear la pelota lejos del área.
La otra acción debe darse en el extremo de los casos graves. Allí la atención temprana, la ayuda respiratoria y los cuidados intensivos pueden mantener con vida a los afectados mientras el organismo combate el virus y sus consecuencias. Ahí también hay un déficit mundial, que mete miedo cuando se analizan las vagas cifras que los funcionarios balbucean. Ni hace falta usar el ejemplo extremo y fácil de las espalterianas declaraciones del ministro argentino Ginés García; Estados Unidos desconcertado y la locura de España-morgue hacen pensar que las cuarentenas son una carrera: lograr matar al virus antes de que el virus mate a muchos.

Como el Estado no puede ni sabe producir nada, ni barbijos, ni respiradores, ni camas de CTI, ni vacunas, ni drogas antivirus, debe recurrir a los privados (salvo Ginés García, que los excluye peligrosamente), que tampoco están preparados para la emergencia, pero que son capaces de reaccionar de un momento para otro, acostumbrados a la lucha por sobrevivir. Entonces el Estado debe aportar su maquinaria hospitalaria y médica, su poder de mantener el orden social, la comunicación y también su capacidad de coordinación, tratando de agregar velocidad de decisión y eficacia, idealmente.
Nótese lo que ocurre con las minipymes con equipamiento de impresión 3D que están familiarizados con su uso en medicina reparadora. Han comenzado a producir por su cuenta partes de respiradores y otros elementos. Por otro lado, grandes empresas como General Motors o Tesla se han comprometido a producir equipamiento vital para la sobrevida. Sin olvidar a los laboratorios de todo el mundo que están fabricando los kits de testeo a marchas forzadas, ni los cientos de laboratorios que buscan remedios que atenúen el virus o vacunas. Es elemental que los gobiernos deben coordinar esos esfuerzos. La propia General Motors ha dicho que está lista para hacer lo que haga falta, pero no sabe qué hace falta. La respuesta de Trump fue que los privados sabrán lo que tienen que hacer. Un principio de laissez faire que tiene poco que ver con una guerra como la actual y mucho que ver con la precariedad conceptual.



Aquí se puede ver claro la tarea diferente del Estado y de los privados en la sociedad. Y este es el momento en que ambos sectores cumplan adecuadamente esa tarea que les corresponde. Se dirá que los privados están movidos por su ambición. Ojalá que la mano invisible del egoísmo sirva para salvar vidas. No sea que ocurra lo que con la penicilina: Fleming, creyendo que hacía un bien a la humanidad, regaló sus derechos sobre el descubrimiento. Y por 14 años nadie la produjo. Los privados porque no ganaban nada con la patente, el Estado porque el Estado nada produce. Hizo falta una guerra mundial para que el primer antibiótico parara tantas muertes.
Sin embargo, se recordará la colosal transformación bélica de General Motors, que colaboró decisivamente con la victoria aliada. En tres años fabricó al costo todo el equipamiento pesado americano. Finalizada la guerra pasó la factura por sus ganancias: un dólar. Lo que es bueno para América es bueno para General Motors y viceversa, fue el lema entonces.
Lo que es bueno para la humanidad, es bueno para el sector privado.  Y toda crisis también es una oportunidad de reconciliación.






Publicado en El Observador el 17/03/2020

Recalcular no es renunciar






En los momentos más difíciles hay que aferrarse a las convicciones y persistir en los objetivos



La víctima fatal de la pandemia es la economía global. Paralizar la acción humana es bueno para combatir el virus, pero mortal (sic) para la actividad productiva y el consumo, porque finalmente la forma de combate contra la enfermedad consiste en provocar una recesión – depresión – universal. Entonces, cualquier accionar sobre la economía oriental debe insertarse en un contexto casi catastrófico del mundo financiero, un castillo de naipes levantado en los últimos 12 años o más, que sólo esperaba un viento para derrumbarse.
Eso no significa que haya que acompañar al abismo a los dueños de la triturada riqueza mundial. Al contrario, para los países de economías pequeñas la opción de sumarse a la quiebra del sistema no está disponible porque ello se asimilaría demasiado a la extinción, como muestra la historia.
Es útil en esta instancia recordar la lección de cualquier app de GPS. Ante una alteración, accidente, imprevisto o complicación en el tránsito, su reacción es decir “recalculando”; no hay una opción que diga “imposible llegar al destino elegido”. Habrá entonces que recalcular, no que abandonar. Y en esa tesitura, hay que analizar qué opciones están disponibles y cuales no. Qué acciones son pertinentes y cuáles son inocuas o contraproducentes.
Está claro que el estado deberá incurrir en todos los gastos inherentes a la lucha contra la pandemia, incluyendo la mitigación de los efectos colaterales de las cuarentenas, suspensiones, licencias y ausencias sobre los trabajadores. Será más difícil compensar los cierres de establecimientos, temporarios o definitivos y las pérdidas que la recesión ocasione. Con lo que el sector privado aportará una dura cuota de sufrimiento y el empleo caerá aún más. La recaudación también. Es decir que el déficit tenderá a incrementarse y el PIB tenderá a bajar.
La variante de tomar deuda externa para financiar el déficit no está disponible, aún manteniendo el investment grade. No existe voluntad alguna en los inversores de tomar riesgo crediticio, salvo a tasas extravagantes. Tampoco emitir sería una solución, porque tarde o temprano resultaría inflacionario. (La pandemia se irá)  Tomar deuda en el mercado interno tendrá también una fuerte limitación, por la carencia de fondos y de voluntad de riesgo, lo que subiría las tasas de interés de toda la deuda en pesos.
Queda el recurso amado por tantos economistas de aumentar los impuestos. Solución que terminaría de paralizar al sector privado y ahuyentaría para siempre una de las pocas oportunidades de Uruguay, que es la de atraer nuevos emprendedores y nuevas inversiones y radicaciones. Y queda por verse si ese tipo de medidas impactaría en los niveles de recaudación, como se sueña.
El riesgo de fondo es que, por el efecto combinado de una recesión inducida en el sector privado y un aumento en el gasto público, se termine agrandando la participación del estado en la economía a expensas del sector privado, que es todo lo opuesto a lo que la plataforma de la coalición de gobierno propone y una garantía de involución en el crecimiento y el bienestar orientales.
En tal situación, no se debería abandonar el plan de reducción del gasto que estaba
previsto, más bien profundizar el análisis y el estudio de calidad del gasto, lo más
cercano posible al presupuesto de base cero. Si bien los interesados (en todo sentido)
insisten en que el gasto es imprescindible, irreductible, justo y perfecto, ello no es
cierto tan pronto se desbrozan cuidadosamente las partidas, los destinos y las
funciones. Cuando se dice que no se puede bajar el gasto en educación, por ejemplo,
se está suponiendo que el número de maestros por clase es el óptimo, que todos los
sueldos se pagan a docentes, que todos los gastos se hacen para educar. Eso suele
no ser así cuando se hurga, si se permite hurgar.
Que se esté en recesión no impide que se haga un ajuste, mucho más si es basado
en la eficiencia. De lo contrario cada recesión aumentará el tamaño del estado y
pondrá más carga sobre los privados y sobre la producción. Y como ha demostrado
la evidencia empírica, el modo más rápido de salir de una situación de déficit es vía
la baja del gasto, proceso que sigue siendo imprescindible.
Hay que recurrir a los atajos tipo Waze o Google maps, sin perder de vista el objetivo final. Por ejemplo, se debe estudiar la viabilidad de eliminar por completo la devolución del IVA en los pagos con tarjeta y aplicar esos ahorros a paliar los efectos del toque de queda virtual que produce la lucha contra el coronavirus. Ese incentivo no tenía una función social, sino la de fomentar la bancarización, innecesario a esta altura y también fuera del programa de la coalición de gobierno.

Y habrá que convivir con un salvador tipo de cambio más fluctuante, ya que la volatilidad hace riesgoso el uso de reservas para morigerarlo, que no se sabe si se podrán recomprar. 
Al igual que en la lucha contra el virus, en que los países con gobiernos de más predicamento sobre la sociedad logran los mejores resultados, el liderazgo es esencial en una crisis económica. La prédica, la insistencia, la perseverancia, la capacidad de encontrar y descartar variantes, la vocación de tomar compromisos, explicarlos y rendir cuentas, son herramientas primordiales, además de democráticas. Nunca hay que olvidar el caso de Suecia y sus importantes reformas tras la quiebra de 1993 sustentada en dos pilares: el trabajo y compromiso inagotable de sus funcionarios, y la apelación a la gestión privada.
La pesadilla de la pandemia durará varios meses. Habrá que convivir con todos sus efectos en todos los planos y tener la capacidad de recalcular rumbos y decisiones. Pero sin perder la terca obsesión del GPS en llegar a destino.


El coronavirus pasará, pero el mundo seguirá. ¿Y Argentina?

El gobierno parece haber elegido un escenario irreal sobre el que elaborar sus planes y estrategias económicas, si los tiene.

Como era previsible, la renegociación de la deuda amenaza con ser un largo calvario, no un trámite exprés cual soñaban los supuestos especialistas en negociaciones de deuda de este gobierno. La actitud de decirle a los acreedores “no puedo bajar mis gastos, así que lo que espero es que ustedes nos regalen los fondos suficientes para poder seguir alegremente con el mismo nivel de despilfarro”, parece que no dará resultados. El párrafo encomillado sonará exagerado, pero eso es exactamente lo que se les ha dicho a los bonistas. 
Si se recuerda, es muy parecido a lo que dijo Macri al comienzo de su mandato: “Sería inviable pretender bajar el gasto de golpe, necesitamos crecer para bajar el déficit”. No parece que se trate de un argumento de éxito en el mundo financiero. Tampoco las frases de café como “cuando la deuda es muy grande el que no duerme es el acreedor” y otras elucubraciones igualmente magistrales fruto de la inteligencia colectiva nacional. 
Igual fracaso ha sido la estrategia de no mostrar el plan económico –habrá que suponer que hay alguno– y la de demorar el ajuste tarifario y de combustibles y empezar una nueva negociación con las empresas del rubro que a su vez llevará a un largo y continuo replanteo que descarta toda inversión seria y verdadera y en el sistema, y terminará con desabastecimiento, racionamiento, acuerdos secretos con las petroleras, sin excluir la posibilidad de tener que volver a importar gas, para alegría de varios. 
La política de usar el tipo de cambio como una especie de ancla inflacionaria y congelarlo en 60 pesos, combinada con el multicepo del dólar país, la prohibición de comprar divisas, y el desestímulo doctrinario al campo, que sólo recibe 40 pesos por dólar, también golpeará la exportación e indirectamente la importación, de igual o más significación. Hasta aquí, una foto ya vieja. 
Entra ahora en escena el coronavirus y sus efectos económicos provocados o precipitados, tal como sostiene esta columna.  Cuando el virus haya pasado, cuando la crisis se haya disipado, el mundo se recompondrá, se sacudirá como un perro mojado y retomará su rumbo de crecimiento, como muestran la historia y la experiencia.  ¿Y Argentina? 

Atrapados en el relato

Argentina está atrapada en el relato progrekirchnerista que está plasmado en el actual modelo económico-social. Cuando todo indica que tiene que dejar que el tipo de cambio refleje el real deterioro del peso, el gobierno (Fernández, Kirchner, cualquiera)  no puede permitir que suba porque la exportación se enfrentaría a su quiebra masiva. De paso, se le caería la política monetaria también falsa que le permite simultáneamente emitir fuertemente, bajar la tasa de interés y mostrar una baja de inflación. Un cortoplacismo a costa de exprimir los números del exportador, llenar de papeles sin valor al propio estado, empujar a los bancos a límites de solidez preocupantes, y seguir inventando formatos para reabsorber lo que emite sin que le salga demasiado caro.  
En esa instancia aparece una nueva idea de café. “Con esta crisis los rendimientos son muy bajos y entonces a los fondos les convendrá tomar los nuevos bonos que les daremos, tal vez al 4 por ciento de interés”. Y de nuevo el sueño de que tras la quita de capital e intereses que harán, el país tendrá margen para crecer, poner plata en el bolsillo de la gente y motorizar el consumo.
La ensoñación nocturna, para no llamarla de un modo más gráfico, no se sostiene en ningún punto que tenga conexión con la realidad. Las commodities tenderán a bajar de precio por la apreciación del dólar –moneda de refugio- y la baja de demanda. Eso no podrá ser contrarrestado porque el gobierno no puede tolerar una devaluación, como se explica antes. De modo que el ingreso caerá y la actividad también. Las importaciones se pulverizarán, y con ellas la poca industria en pie.  El petróleo y derivados tenderán a oscilar en precio con tendencia a la baja, por lo que será imposible lograr inversiones, en especial las de Vaca muerta, con costos de extracción fuera de competencia en un mercado global donde el combustible fósil sobrará. Siempre habrá algún osado que quiera participar, pero sólo en sociedad – pública o secreta – con el gran estado argentino bondadoso. Lo que termina sin excepción en juicios o arreglos en que el país se desangra. 

Absurda idea

En cuanto a la absurda idea de que alguien escogerá los bonos argentinos porque rendirán más, evidencia una falta de conocimiento de lo que ocurre en las plazas financieras y aún de la acción humana, como diría Mises. Se invierte a tasa cero en bonos de países confiables como EE.UU. o Alemania, no exactamente de Argentina. Un fondo de inversión preferirá decirles a sus accionistas que se equivocó al prestarle al país hace 4 años, antes que aparecer dando un nuevo crédito a menor tasa de interés que la que se reclama hoy de un bono de Brasil o de una empresa con grado inversor BBB+ó A-.
Hasta podría arriesgarse el concepto de que ya es tarde para un arreglo amigable con los acreedores. El proceso será entonces penoso, eterno, por goteo, que es la mejor manera de no gozar de ninguna confianza, que es finalmente lo único que decide las inversiones y los préstamos. 
Económicamente, el futuro no es negro. Es vacío. Invisible.
Pero hay otros aspectos concretos en el tablero. En un apretado resumen:
  • La reforma del sistema de Justicia, un proceso lanzado tanto en lo legislativo como en el relato, que puede derivar en cualquier resultado, incluyendo la desaparición de la república.  
  • La reforma jubilatoria de los jueces y personal de la Justicia, que obra como creadora de vacantes instantánea que serán suplidas por el actual gobierno a voluntad.  
  • Una relanzada operación de creación de un nuevo Código Penal, también de resultado impredecible, o predecible. 
  • Proyectos de despenalización del aborto. De reivindicaciones de género e idioma inclusivo y otros similares, que promueven el desmembramiento de la sociedad y el orden social. 
  • Un avance sobre la educación y orientación sexual y de género en los sistemas educativos que amenaza llevarse adelante sin basamentos científicos ni con un plan orgánico basado en recomendaciones serias de los profesionales capacitados. 
  • Un criterio de vigilancia sobre las empresas y de controles crecientes sobre sus precios y estructuras de costos y formatos de comercilización que puede dañar seriamente el abastecimiento de todos los bienes, a la vez que alejar a empresas internacionales radicadas en el país. La designación de un antiempresa como Ricardo Nissen en la IGJ es un síntoma ominoso. 
  • La reinserción en la Patria Grande y los entes suprarregionales progresistas. Incluye la reivindicación a los gobiernos de Venezuela y Cuba, aún a costa del alejamiento del Mercosur y sus socios. Esto es percibido claramente por Brasil, Uruguay y EE. UU. 
  • Una oposición minoritaria, desgranada y a la defensiva, que poco puede hacer legalmente para evitar el avance de estos temas, donde tampoco existe la intención de tener un debate serio sobre los contenidos. 
  • Un sistema de gobernadores e intendentes corruptos, agrupados en el peronismo, donde funcionan como corporación. 
  • Similar situación en el aparato sindical y seudosindical (piqueteros & anexos) que no actúan representando a sus sectores sino como vectores políticos que conducen a sus masas a alinearse tras el oficialismo y sus mandatos. 
No es muy difícil comprender que, ante la desaparición de cualquier posibilidad de solución en la economía y la inviabilidad de continuar una línea populista que últimamente ya ha sido meramente dialéctica, el gobierno, quienquiera que fuera, puede elegir un camino de relato y épica para reemplazar el de pan y circo que ya no puede costear. 
¿O ese plan siempre existió? ¿O ése es el plan que no se puede mostrar? 

Hay un Plan

Se nota el obsesivo y desesperado esfuerzo de Alberto Fernández y todo el sistema de obsecuentes periodísticos para convencernos de que el Presidente es autónomo de Cristina Kirchner. Creen que hemos olvidado que AF es un invento de Cristina y que si no fuera por el toque del índice regordete de la vice hoy estaría dando clases en serio para vivir. Suponiendo. 

Sin embargo, a cada paso se advierte que cada una de las medidas que se toman van en la misma dirección: el populismo K, la patria grande, el socialismo ladrón regional. 
Se nos vende la idea de que el monstruo bicéfalo que nos gobierna se ha dividido el poder: Cristina quiere para ella la justicia, el espionaje, la AFIP y su impunidad. Y que AF se ocupa de la economía con un plan serio para reactivar la actividad y “poner plata en el bolsillo de la gente”, mientras renegocia la deuda.

Supuestamente, allí CFK deja las manos libres a AF para que se manejase de modo más ortodoxo y propusiera un plan integral a los bonistas y a la sociedad. La realidad muestra que ese cuadro que nos intentan colgar es falso. No sólo se vuelven a implantar los mismos criterios que en materia social y política sostuvo la ahora vice, sólo se vuelve a las desaforadas fracasadas pagas tipo Lufrano, sino que se reinstalan todas las seudoreivindicaciones que tienden a la desmembración de la Nación que desarman y humillan a las fuerzas de seguridad, y a las fuerzas armadas y vuelven al garantismo, al abolicionismo y al desorden organizado. 

También se regresa apresuradamente al negocio de los DDHH, a la payasada de balbucear críticas al régimen de Maduro para no enojar a Trump/FMI y, por supuesto, se continúa con la idea central de eliminar la Justicia y transformarla en un órgano de partido, en vez de una institución republicana. 

Pero si se observa la economía, también las ideas (¿) que se aplican son las de Cristina y su troupe histórica: jugar al truco con los acreedores, control de precios, cepo cambiario empeorando, trabas a las importaciones (exportaciones), fuerte ataque a la clase media media, cero inversión, subsidios de tarifas, rechazo al tratado con la UE, impuestos al que trabaja, turbios manejos en Vaca Muerta que se muere por sí sola en un mercado bajista o designaciones de inútiles en áreas sensibles y, en otras áreas, oficialización del diezmo de los dirigentes piqueteros en los planes sociales. 

No hay un solo punto en todo el accionar económico en que AF esté haciendo algo distinto a CFK, en sus medidas o en sus consecuencias. Hasta en el resentimiento se parecen. La eliminación de la movilidad jubilatoria a que obligó la Corte, que empobrece a los jubilados con aportes plenos, en beneficio de los 3.500.000 jubilados sin aportes que inventó Cristina es una revancha, además de un error económico que retraerá el consumo. 
No hay dos planes, ni dos criterios, ni dos líneas. El país ha retomado la misma senda que quedó pendiente el 10/12/2015. Con un agregado. Ahora hay un nuevo objetivo: Máximo 2023. Ese es el proyecto, que se inserta otra vez en el populismo seudoprogresista latinoamericano. 

Ya la prensa de sumisión rentada ha comenzado a hablar de su nueva figura de conductor, como antes habló de Néstor ahorrativo y buen administrador, de Cristina gran oradora y estratega política, de Zaffaroni jurista, de Gils Carbó proba, imparcial y de carrera, etc. 
En esas condiciones, el fracaso económico, que caerá sobre las espaldas de AF, Guzmán y premios nobeles rentados, empujará al típico giro hacia el totalitarismo que se vió en Venezuela y Cuba, que tiende a culpar al capitalismo, los bonistas, los bancos o al sionismo del fracaso y profundizar en los mismos errores hasta que no quede nada de la sociedad. 

Cristina Kirchner no abdicó en favor de Fernández, sólo lo contrató como presidente pro tempore. Abdicó a 4 años vista en favor de su hijo Máximo. Por eso, la negociación de la deuda deja de lado el resentimiento por un momento, para postergar la crisis y permitir el nuevo reparto. Por eso no hay un plan, para que no se note que HAY UN PLAN. Ella no cometerá el error de Macri: no dejará que nadie la aparte de ese plan, ni los suyos.

El kirchnerismo volvió para quedarse. No habría que caer de nuevo en el error en el que se cayó con el “no vuelven más”.