Quienes tienen la paciencia y tolerancia de seguir esta columna no se habrán sorprendido por el resultado de las PASO del domingo en Argentina. En la entrega de hace cuatro martes se advertía sobre la casi seguridad de una derrota del gobierno. Merecida, cabe agregar.
La sorpresa fue la amplitud. Los Fernández aseguraron el triunfo en primera vuelta de las elecciones presidenciales y el Congreso tendrá una cómoda mayoría de peronistas y afines. Esta afirmación surge de un cálculo matemático. Con 47% de los votos a favor del Frente, aún suponiendo una mayor afluencia de ciudadanos y una absorción importante e improbable de votos de otros partidos por parte de Todos por el Cambio, la elección está definida. Landslide, dirían los americanos. Políticamente, creer que algo que haga Macri puede hacer que los votantes kirchneristas cambien su voto es una ensoñación.
Aquí se ha comentado largamente los errores económicos de Cambiemos, que lo llevaron por un camino de hierro al fracaso, que el domingo simplemente se plasmó en votos. Esos errores, que terminaron en un ajuste tardío que golpeó a la clase media, al sector privado, a las pequeñas y medianas empresas y a la producción, hicieron que un sector siempre indeciso apoyara la criatura inventada por la culpable del mayor desastre ético, institucional y económico argentino. Eso mide la incompetencia del gobierno que ha sido derrotado antes de la largada.
El país entra ahora en una etapa de desesperación. Hasta se habla de un cuasi cogobierno de Macri con Fernández, como modo de enfrentar la justificada desconfianza que provoca el peronismo. No pasará. Tanto por las incompatibilidades políticas, como por el hecho de que los todavía opositores no han ganado nada aún, solo las primarias. Sería conceder la victoria sin pelear la primera vuelta, algo parecido a tener que abandonar la presidencia antes de término. Además de las implicancias legales. Pichetto,Vidal y Macri aventaron la idea de una transición anticipada. “Hay un problema de credibilidad entre el kirchnerismo y el mundo”.
Mezclarse con el peronismo, cuyos planes futuros, si los tiene, son ignotos y sus antecedentes siniestros, sería convalidar las críticas que estigmatizaron al macrismo como un kirchnerismo blando y ceder para siempre la condición de partido de alternativa. Máxime ante el riesgo latente de una reforma Constitucional peligrosísima. Sin contar conque lograr coincidencias económicas entre los dos colosos de la grieta es imposible, como lo es para sus seguidores. La grieta no es partidaria. Es de la sociedad. Un pacto aún en nombre de la patria entre el gobierno y su adversario hoy ganador sería intolerable para grandes sectores. E inútil. El peronismo no puede ser garante de nada.
La crisis parece estar asegurada. La sabiduría popular adivina que el kirchnerismo prefiere que la convulsión ocurra ahora, para heredar la solución. Al contrario de lo que sucedió con Cambiemos, que recibió la herencia sin beneficio de inventario y la hizo estallar en su seno.
Axel Kiciloff, el inepto economista que ganó el gobierno de la provincia de Buenos Aires que desconoce, ha pedido que el gobierno actúe responsablemente y se haga cargo de la crisis que la elección del peronismo ha provocado. Una pirueta tautológica. Aunque Macri sólo hará lo necesario para llegar a la noche del 9 de diciembre en el poder. De lo contrario sufriría el ácido reproche de su 32% de fieles. Y el peronismo ya no necesita una crisis para ganar la elección. Ahora se preocupa porque no le caiga sobre su cabeza.
Ya sin necesidad de mantener un dólar barato para ganar las elecciones, Macri tenderá a dejar que la divisa suba hasta un punto, para evitar demasiado drenaje de divisas y cumplir los compromisos con el Fondo. Curiosamente, al peronismo también le conviene que el peso se deprecie ahora para no tener que capitanear la inevitable devaluación en su mandato. El riesgo país y la baja de las ADR’s no son un problema económico, por ahora. Se verá cuando haya que tomar crédito o recibir inversiones, cosas cada vez más lejanas. La clave es la tasa de las Leliqs. Subirlas paraliza más la economía. Bajarlas hace trepar el tipo de cambio y la inflación hasta la licuación. El Central eligió el lunes subirlas sin éxito a 74%, un ataúd para las empresas y una bomba para Fernández.
Uruguay tiene la oportunidad fugaz de captar a inversores, productores y tecnólogos argentinos. Ciertamente no lo logrará con los escuálidos beneficios otorgados al software recientemente, casi ridículos, sino con un plan de desgravación de todo impuesto por varios años, como si cada uno fuera una UPM2 en miniatura. Ningún emprendedor ni empresario argentino tiene ganas de soportar el ataque del neokirchnerismo. Tal vez un nuevo gobierno oriental no impregnado de estatismo esté interesado. El país tiene la contrapartida del odio ancestral que le profesa el justicialismo, siempre de manifiesto y siempre dañino. Otra vez, acaso un nuevo gobierno que no se embarque en patriagrandismos absurdos sepa enfrentarse mejor a esos desatinos y ataques.
Por supuesto que también existirá localmente en algún sector, la alegría de volver a tener vecino un gobierno populista, antiempresa, seudosocialista, proteccionista y chavista. Y la vocación de imitarlo. Como se ha visto en el pasado, y se volverá a ver ahora, esos experimentos no le sirven a ningún país. Hace falta un pensamiento superior al que Uruguay debe aspirar, no a abrazarse con el delirio, aunque hoy sea un delirio triunfante.
Los que no volvían más, tal cual decía la nota de hace un mes, volvieron y son millones, como dicen que dijo Eva Perón. En una burbuja de volatilidad, Argentina marcha otra vez por un camino de disolución y pequeñez.






Ahora un Trump perfecto: en búsqueda de más inflación, encontrará una recesión





Pese a que los fundamentos de la economía americana están sólidos, ahora muchos “expertos”, sobre todo bursátiles, están abogando por una baja de tasas que no es necesaria. ¿Por qué? 

Dicen algunos analistas mediáticos pomposos, encabezados por el no-experto Trump, que, como la economía mundial está retrayéndose debido a la guerra comercial y a las amenazas de enfrentamientos bélicos, se debe aumentar la liquidez para evitar una recesión. 

En términos económicos, se trata del más simple reduccionismo keynesiano, en el peor sentido del término, con todas las futuras consecuencias negativas de este tipo de políticas, que han terminado siempre por empeorar lo que se intenta resolver. 

Desde Friedman a Hayek han criticado estas soluciones, que para ahuyentar el fantasma político de una recesión terminan conduciendo a una depresión, un proceso mucho más grave del que tratan de resolver. 

Se agrega otro hecho, que es el nivel de endeudamiento tanto público como privado, que hace intolerable una recesión, que puede conducir a una temida deflación, que crearía una crisis de “net worth” o sea una reducción del patrimonio de los deudores. 

Esa reducción patrimonial, o de PBI, si se trata de países, generaría una situación mundial similar al estallido de la burbuja inmobiliaria americana, pero con efectos mucho mayores y más graves. 

Con lo que Trump, sus asesores y muchos “expertos” vienen abogando por un aumento de la inflación que, como siempre, tape las piedras del lecho del río y mantenga el sistema en funcionamiento. 

Esto ya ocurría antes de Trump, recordar que el mismísimo Paul Krugman, un partidario demócrata a ultranza, ya reclamaba a los gritos mayores acciones inflacionarias desde el NY Times. 





Lo curioso es que la economía americana venia y viene creciendo pese a todo, y hay muchos analistas serios bancarios que siguen previendo un aumento sobre la meta de 2% que tiene la FED. 

También la economía global venía creciendo, a menos velocidad que la americana, ciertamente, antes de que Trump avanzara con su belicismo tanto comercial como militar, y, sobre todo, con un estilo que golpeó la confianza de los inversores. 

No se discuten aquí́ los posibles abusos de sus socios comerciales que el presidente americano enarbola, sino el mecanismo de prepotencia, rotura de acuerdos e inseguridad jurídica que está utilizando en las “negociaciones”. 

En ese estado de cosas, los “expertos” justifican un aflojamiento de la emisión americana para contrarrestar los efectos producidos por el presidente americano casi con su exclusivo accionar, como si fuera un fenómeno cósmico, no una impericia. 

La presión sobre la FED para que baje las tasas va en la misma línea. “Como la economía global está cediendo, terminará por afectar la economía americana, entonces bajemos las tasas preventivamente”. Argumento precario e inexacto, que gasta las municiones antes de necesitarlas. 

Paradojalmente, cuando el presidente Obama aplicó su geopolítica de paz, fue duramente criticado por su rival republicano, John McCain, casi hasta la burla. 





Ahora que Trump hace todo lo contrario, los efectos de sus políticas parecen ser tolerados como si fueran los resultados de un huracán caribeño, no una consecuencia grave. 

Al mismo tiempo, el déficit americano pisa ya el trillón (doce ceros) de dólares anuales, y los efectos combinados de la rebaja de impuestos y el aumento del gasto no están teniendo demasiado impacto en la economía de USA.

En breve se llegará al límite de endeudamiento y de nuevo el Congreso deberá́ autorizar el sobrepaso de ese límite, y se volverá́ a una discusión que tampoco ayudará al crecimiento. 

Las empresas, que supuestamente aumentarían su inversión y los sueldos merced a la rebaja de impuestos, están recomprando sus propias acciones, un negocio de los CEOS, que habla bastante mal de su confianza en esta política.

De modo que los “expertos” bien podrían recomendarle a Trump que cambiara su sistemático approach belicista tanto en las cuestiones geopolíticas como en los aspectos comerciales, y también su política económica. 

Son esos factores los que están creando la recesión mundial, que terminará repercutiendo sobre los propios trabajadores, consumidores y empresas americanas que supuestamente dice querer favorecer. 

En definitiva, el discurso de Trump termina siendo lo que siempre se supo que seria: proteccionismo, keynesianismo y populismo del peor. Para terminar culpando a la recesión mundial que él mismo ha provocado. 

Esto se verámás claro dentro de no demasiado tiempo. La baja de intereses no creará el bienestar que se espera, ni frenará la recesión mundial. Con lo que hará́ falta otra y otra baja de tasas, sin lograr ningún crecimiento.

De paso, los números reelectorales de Trump, que se esperaban que fueran avasalladores, no parecerían que lo fueran tanto. Con lo que hay que esperar mayores actitudes populistas. Racismo y similares, por ejemplo. O algo peor. 

Es cierto, para ser objetivos, que sus oponentes demócratas son impresentables, con discursos tan populistas como el de Trump o peores, del lado del aumento del gasto y los impuestos, y de la reivindicación de la lucha contra la “inequidad”. 

Habrá que ver colmo evoluciona el proceso, en especial cuando aparezcan candidatos más sensatos y equilibrados en uno y otro partido. Por ahora EEUU está eligiendo entre peores. Vaya la novedad. 

Con este panorama, salvo que Trump haga un giro de 180 grados en su política comercial y en sus relaciones exteriores, (lo que dudo) la economía americana y mundial no mejorará mientras él esté al mando. Al contrario.





















En un golpe de gracia, demócratas y republicanos acaban de pactar la extensión por dos años de la aprobación del límite de deuda, un déficit adicional de 320 mil millones de dólares que se agrega a la deuda y al déficit ya mencionado. 

Este es el fin de la prudencia alcanzada en 2011 gracias a la presión republicana sobre Obama, una ley que obligaba a grandes cortes automáticos si se pasaba el límite de deuda. 

Vamos a la inflación como sistema. 




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DardoG @dardogasparre

26 Apr 19 • 16 tweets • 




Reitero: si yo estuviera en lugar de Macri no cambiaría ni mi política ni mis funcionarios por lo que digan los mercados, ni el círculo rojo, ni las encuestas. (Hilo)

En cambio, pondría más énfasis en explicar las razones por las que se complicó la economía. Es un error decir que tormentas externas cayeron sobre nuestras cabezas como un castigo del cielo, porque es inexacto y equivoca.

Lo que debe explicar a la gente es que los errores económicos se cometieron por querer evitar que la sociedad tuviera que hacer sacrificios, o sufrir despidos o crear recesión. Eso le hizo eludir el ajuste y buscar otros caminos que siempre llevan a mal puerto.

Muchos economistas y empresarios lo convencieron de que ese gradualismo acompañado de crecimiento era la solución, y no comprendieron que se trataba de una espiral fatal de gastos e impuestos que arrasaría con todo y causaría más daño y dolor del que se trataba de evitar.

Si en cambio culpan a las tormentas externas van a perder más credibilidad, y van a hacer creer a la gente que efectivamente hay una manera de seguir gastando, subsidiando y viviendo del estado que no termine en un colapso general.

Sostener eso le va a hacer perder más credibilidad de los que entienden el punto, y a que pierdan más la confianza en él de los que no quieren entender nada, sino seguir recibiendo su pitanza.

"Tuve miedo de que me incendiaran el país". "No quería eso para los argentinos. Pero me equivoqué al no intentar un cambio de fondo y explicarlo mejor a la sociedad". "En vez de eso, intenté complacerla en un sueño imposible,

como un padre que le promete al hijo de siete años llevarlo a Disney para que no llore más, cuando no puede ni pagar el alquiler del departamento".Terminé cayendo en muchos de los errores de siempre por no saber decir que no y creer que eso era tener sensibilidad".

"Por eso estamos aquí́". "Mi lema fue siempre Se Puede. Pero no se puede gastar a estos niveles sin fundirse. Hoy lo haría distinto".

Sé que ni Macri ni ningún político dirá esto, pero sería patriótico hacerlo. Es el problema de tener que reelegirse, la Constitución de Alfonsín y Menem crea una trampa en la reelección presidencial y en la renovación de legisladores cada dos años, y también en su reelección.

Mucha gente que dice que no cree más en Macri, en el fondo quiere un rey mago que
sea lo suficientemente estúpido y mediocre como para seguir dándole el chupete y la mamadera cuando en realidad se lo tiene que sacar de golpe.

Cuando antes de asumir ya protestaban por el ajuste y Macri les prometía que no ajustaría ni privatizaría empresas, se estaba incubando este desenlace. Basta de creer que si cambiamos a Macri por Vidal ganan porque se parece más a Evita.

Radicales, macchiavellos de café́, empresarios prebendarios, progresistas finos, círculos de cualquier color, basta. Basta de prometer viajes a Disney. El nene mimado y lleno de berrinches y reclamos que es la sociedad argenta tiene que crecer y enfrentarse a la verdad.

Cambiemistas, no cambien a nadie. No inventen cosas raras. Radicales, confórmense con haber resucitado, no traten de fracasar como siempre. Hagan un esfuerzo sin precedentes para no parecerse al peronismo ni a lo que han hecho en términos económicos en estos tres años largos.

Es sabido que el término "Patria" les produce una sonrisa de superados, pero traten de hacer un esfuerzo para prestar un servicio a la patria, porque puede darse el caso de que, como casi ocurre en 2001, la patria os lo demande.




      Roscando por un sueño
                                 cargo





Entre nosotros, y en el mundo, hace rato que la política se trata sólo del poder. Los preceptos de Macchiavello fueron un compendio básico de hipocresía, cinismo y maldad que fue perfeccionado por las generaciones sucesivas. Y que culminó en los gurúes de hoy, descendientes deformes de Niccolò. Igualmente cínicos y vacíos. Y ventrílocuos. 


El poder es la llave del dinero, el placer, el sexo, es el goce supremo del boato, la impunidad, la inmunidad, la alfombra roja, la sensación indescriptible de ser capaz de infundir miedo, obsecuencia, humillación. De disfrutar de las obediencias debidas e indebidas de los subordinados – perfecto sustantivo calificativo – la sensación del rey ejerciendo o pudiendo ejercer el derecho de pernada, o del burócrata que demora el sello de goma en el aire para aumentar el suspenso de quien espera que lo estampe en el documento salvador. 






Las caricatura vivientes de Néstor y Cristina Kirchner - como antes otros tiranos - fueron exageraciones que facilitan el ejemplo, pero también hacen creer equivocadamente que son exclusivas, que se limitan a un grupo de forajidos que tomaron el control y se impusieron sobre sociedades precarias o adecuadamente divididas o coimeadas con populismo. 


Reduccionismo generoso para no aceptar nuestra esclavitud. Los vicios de la política, que siempre fue dolosa, se toleraron porque se suponía que esos personajes eran como los dioses griegos, llenos de defectos  y crueldades pero pletóricos de capacidades mágicas, de poderes fabulosos, de milagros imposibles. 

El “nos el pueblo”de la constitución americana, pasó a ser con toda naturalidad “nos los representantes del pueblo”y en un paso posterior inevitable se transformó en “nos los dueños de los partidos políticos”. (Ver la Constitución de 1994, el regalo del padre putativo de la democracia a los futuros vasallos) 



El sueño de que la política era el mecanismo para plasmar, con el intercambio de concesiones saludables, las aspiraciones y los ideales de los estadistas y sus votantes, se transformó en resignación. El fanatismo natural e inducido con las grietas volvió invisible la corrupción propia y carpetazo notorio la corrupción ajena, cuando en realidad la corrupción nunca es nuestra o de los otros, sino que siempre es multipartidaria y multipoder. 

Al mejor estilo futbolero, los fanáticos de cada divisa eligen a los ladrones más destacados del opositor para lincharlos en las redes o los programas vocingleros de la TV. No importa, porque finalmente se perdonarán o licuarán todos a todos, entre ellos. 


Las campañas electorales se nutren de frases, promesas repetidas que se sabe que nadie cumplirá, por culpa de la oposición, del mundo externo, del clima o de los dioses. Y un reparto descarado de fondos y de cargos. Porque la política ya sólo trata del poder. Es irrelevante para qué se lo quiere. Ni lo saben. 


Por eso los ganadores, como en un cuento de Borges, olvidan en el instante mismo en que son elegidos la razón por la que querían ser electos. Quedan las trampas, las tramoyas, la corrupción, la tranza, las complicidades, los acomodos, los espionajes, las traiciones, los carpetazos, la justicia usada como condón y descartada cuando ya no es útil. Y luego culpada. 



Y justamente por eso, sólo por eso, el gasto es inflexible y si lo bajás, te incendian el país”.

Todos los males que serían redimidos por el logro de un objetivo generoso para la sociedad, quedan en pie. Pero la contrapartida se ha olvidado. No se trata ya de conseguir el poder para cumplir objetivos superiores o llevar adelante un plan o una idea. Eso es apenas un argumento de campaña que muere el mismo día del triunfo.

El poder por el poder mismo. Como una monarquía. 

En momentos dramáticos para la sociedad, que ya son rutina, la elección de candidatos en cada corriente política no se basa en capacidad, ni en calidad de ideas, ni en eficacia de gestión, ni en especializaciones, ni en antecedentes y logros exhibibles. Ni siquiera se eligen candidatos por su lealtad, logros y trayectoria dentro de cada partido. Ni hay por qué elegirlos dentro de cada partido. Si total son intercambiables, como piezas de Lego.  


Massa se puede asociar con Pichetto, o con Urtubey, o con Cristina o con Lavagna. Solá y Alberto Fernández con cualquiera. Los Peaky Brothers Rodríguez Saá hasta pueden terminar yendo juntos en una boleta. O todos con Cristina.  Lavagna con el socialismo, o con R. Larreta; Macri con Cano o Sánz o Cornejo o Carrió, según cómo le venga a la interna o las PASO. Puede elegir un vicepresidente radical, (o a un Lousteau radicalizado, o peronista, o de UNEN, o de Evolución) para que no moleste a R.Larreta. Santilli, cuya capacidad política y de gestión le permite ostentar dos cargos, como alguna vez lo hizo Perón, podría integrar una fórmula con él mismo. Y lástima que Bergoglio no puede candidatearse. Vidal tiene un campo abierto de oportunidades para seleccionar compañero de fórmula. Se aceptan apuestas. Y ni mencionar los diputados y senadores. La provincia será un corso. ¿Tiene todo esto algo que ver con algún proyecto serio de país? 













Se buscan figuras de la farándula o del deporte, en una clara muestra de que se trata de anestesiar al votante, o de complacer al votante previamente dormido por la televisión hipnótica de la estupidez con rating. La situación se repite en muchas jurisdicciones, con alianzas y transversalidades dictadas por la conveniencia, las dádivas previas, los aparatos y los intereses de los candidatos. Las ideas y los proyectos no importan. La eficacia en la gestión previa o futura tampoco. Si total no se gestionará nada, sino que se tranzará, se trenzará, se harán negocios,
se intercambiarán acusaciones y juicios eternos y se oirán discursos más o menos encendidos y enojados. E inútiles. 

El poder por el poder mismo.



La frase: “hay que hacer un gran pacto político de todos los sectores, un acuerdo de gobernabilidad y un gran acuerdo multisectorial de precios y salarios”, la utopía pueril del Pacto de la Moncloa propio, es una vergüenza, o desvergüenza, que ofende. Si hubiera tal predisposición, ya se habría plasmado en este momento en que el problema más grande es si el próximo gobierno va a ser solamente tan malo como los dos últimos o si - guiado por la conducción delirante de la santacruceña de La Plata (o de la plata) – precipitará al país a su desaparición.


Si eso cupiera en las cabezas confundidas de nuestros prohombres y promujeres, se habría buscado un acuerdo básico a respetar por quienquiera resultara vencedor en las próximas elecciones; porque lo que se rifa no es la suerte de Macri, o de Cambiemos. Pero tal acuerdo jamás se propondrá ni se aceptará en serio. Basta el ejemplo de las leyes imprescindibles que nunca se trataron siquiera, o de la absurda avalancha de leyes destructivas y saboteadoras que el peronismo propone ahora con el sólo afán de lastimar al gobierno y provocar el default, cuando en verdad dañan severamente al país sólo con proponerlas y lo muestran en el frente externo como un manicomio dirigido por sus pacientes.  Si se baja a los autopostulados o autoimaginados como posibles ministros la comparsa es todavía más heterogénea e incomprensible. 

No importa el país. Importa gobernar el país, tener un cargo en el gobierno del país, ser diputado, gobernador, director, intendente, jefe de espías todoterreno, arrepentido, todos colgados de los presupuestos y ejerciendo aunque sea un trocito minúsculo de poder. El hybris y el negocio. El hybris y los futuros,el hybris y los sopreprecios, el hybris y los subsidios a desaparecidos, indios y piqueteros, el hybris y el carry trade, el hybris y las comisiones de endeudamiento, el hybris y la fama. 

En ese minuto a minuto de la política, nada es serio, nada se cumplirá, nada pasará como se espera, nada es cierto, nada sirve, nada será mejor. Lo que importa es decir lo que se espera que se diga, aliarse con el que aporte más votos o dinero, o que mida bien, aunque fuera Drácula, roscar, tener la piel y la cara dura, esconder la propia corrupción y agitar la ajena, prometer o criticar, o no decir nada, que total es lo mismo. Al final prescribe. 


Así se llega a parafrasear al  Gran teatro del mundo, que teatralizara Calderón, con los mismos actores haciendo de fiscales buenos o de espías malos, con abigeos jugando de payasos televisivos y denunciando persecución, con candidatos desaforados que desaforados, se postulan desde la cárcel, con procesadas con hijas procesadas curándose de una hinchazón de tobillos en Cuba, donde no pueden ya curar un empacho con un pañuelo, con jueces y fiscales simultáneamente perseguidos y perseguidores, todos actores que cambian de personalidad como en el legendario Titanes en el ring, donde el luchador que hacía de malísimo a veces se ponía los vendajes y hacía creer que era La momia que protegía a los débiles. 

La sociedad es sólo una audiencia cautiva, una masa que se mide colectivamente, donde las minorías son descartadas e ignoradas, como en el rating, donde todo es ficción, donde se es seguidor o se bloquea, donde el ciudadano es uno mas del fandom, afiliación que no requiere razones ni explicación, pero sí fanatismo. En un entorno en el que a la larga, todos los actores ganan algo. Los que hacen el papel del bueno y los que hacen el papel de malos. Los que actúan bien y los que actúan mal. Y la audiencia pierde siempre, y ni siquiera advierte la trampa. 

Un estudio enorme donde desfilan personajes que se insultan, se enamoran, se desprecian, se agreden, se odian, se enojan, se emocionan o lloran y  todos sabemos que es mentira pero jugamos a que lo creemos. 


El país se ha vuelto un Bailando, donde los más malos siguen participando y hasta ganan porque los vota el público tirando su plata en el voto telefónico. Donde se mezclan los ídolos con los patéticos, los ridículos con los que saben, los horribles con los lindos, los improvisados con los profesionales, los demonios con los santos, Chano y San Martín.  Lo importante es competir, ni siquiera ganar, pero no en el sentido de Coubertain. Lo importante es promocionarse. Lo trascendente es que te vean. Lo que importa es pertenecer y que se sepa. Algo se muerde, algo se rapiña, algo se gana. El poder por el poder mismo. En el show y en la política. 


No lo duden más. ¡Traigan a Tinelli! Y todos unidos triunfaremos.   







Por qué el plan del Fondo no sirvió







Hace muchos años que este blog lucha contra dos conceptos que considera errores centrales en la concepción económica nacional. Uno es la sensibilidad exprés popular ante los ajustes del gasto, que paraliza fatalmente cualquier intento de eliminar las barbaridades, excesos y robos incluidos en los presupuestos, y que perpetúa y espiraliza exponencialmente el deterioro del crecimiento y del bienestar. 

Esta sensiblería no es prerrogativa de las amas de casa supuestamente desinformadas, sino que abarca a muchos comunicadores, con grados diversos de conocimiento, que prefieren creer que los males que se repiten como en una pesadilla kruegeriana, tienen que ver conque “así es este país” y en consecuencia, sólo puede aspirarse a administrar la decadencia con cuidados paliativos hasta la muerte del enfermo.

El otro concepto enfermizo es la creencia de que todo ajuste del déficit es nocivo, afecta al crecimiento y al bienestar, achica el empleo y el país y hace perder elecciones. Tras de esta idea no se encolumnan solamente los ideologizados, el progresismo y dos zurditos con alguna lectura de Marx y Keynes. También políticos sesudos, empresarios billonarios y economistas que ahora aparecen como abanderados liberales, tan pronto como ganó Macri en 2015 corrieron a explicarle y a explicar que, si no se podía evitar un ajuste, por lo menos se lo debía parcializar, diferir y diluir en el tiempo. 

Por un lado, ignorancia de la resiliencia del estatismo y la perseverancia del empresariado industrial-sindical argentino, por otro lado, una falta de confianza en las leyes económicas que se vanaglorian de haber aprendido y por lo que exhiben tantas cucardas. 

Como una concesión suprema a la realidad del fracaso, los políticos gestálticos, los ciudadanos sensibles y los economistas inseguros y complacientes, mas los gremios incalificables, aceptan que se haga un ajuste por vía de aumentos de impuestos, retenciones e inflación, porque finalmente -creen- se llega al mismo resultado: bajar el déficit.  






Las opiniones de quienes sostienen que no es lo mismo llegar al equilibrio bajando gasto que subiendo impuestos se suelen descalificar motejándolas como teorías obsoletas, insensibles y siempre ruinosas. Se usan para ello como ejemplo los efectos supuestamente negativos de diversos planes de ajuste en otros países, como si los descalificadores tuvieran una alternativa superadora y con consecuencias mejores, salvo el relato ideológico o la ironía barata. Y como si no se hubiera llegado a las crisis desencadenantes como consecuencia de las mismas ideas que proponen vagamente como solución. 

Por esa combinación de factores, es que el peronismo bueno-racional-federal acompañó a Cambiemos solamente en las leyes que implicaban más gasto, más deuda y más impuestos, y en ninguna otra. El kirchperonismo no lo acompañó en nada, un viejo truco, un tic del partido de Perón, que siempre se comportó con esa dualidad traidora de sainete de Vacarezza. 

El plan, o lo que fuera, del FMI o de quien fuera, no es seriamente un plan, como se sabe. Tampoco tiene tiempo ni espacio para serlo. Aplica un remedio que es elemental, y que conoce todo bombero: combatir la fuente del fuego. Y la fuente de la inflación es el déficit, que a su vez es la causa de la emisión, fuente primaria. Como no tiene consenso político ni social para bajar el gasto, el único camino que resta es subir impuestos y retenciones, más la propia inflación enemiga-amiga, que, por un corto tiempo, crea el espejismo de que la importancia del gasto en dólares se reduce. Por un corto tiempo. 

Pero al usar la suba de impuestos como herramienta principal del ajuste, condena a la sociedad y se condena a una recesión de alcances y duración difíciles de prever, aunque la esperanza y los deseos crean algo diferente. Por supuesto que paralelamente a la recesión inducidas por los impuestos, está el crawding out que producen las altas tasas, para frenar los efectos de varios años consecutivos de emisión desesperada y descontrolada. El efecto sobre el crédito a las pyme las destroza junto con el empleo.


Es de suponer que - en algún lugar del corazón y de la vergüenza – muchos se están arrepintiendo de haber recomendando y abogado por no bajar el gasto al comienzo del mandato de Macri, lo que habría ahorrado este pésimo ajuste inevitable en el peor momento. 








Para terminar con las divagaciones dialécticas, es muy oportuna la aparición de un trabajo publicado hace unos días por la Princeton University Press: Austeridad, cuando funciona y cuando no. De tres prestigiosos investigadores, Alberto Alesina, Carlo Favero y Francesco Giavazzi. Se trata de un estudio comparativo de 200 planes de ajuste, aplicados durante los últimos 30 años en EEUU, Australia, Canadá y una variedad de países de Europa, con perfiles diversos. 

En el trabajo, de gran factura técnica, se utilizan modernas herramientas para excluir las cuestiones exógenas y ponderar las endógenas a cada plan, y para poder medir los resultados de las medidas sobre cada variable afectada, tanto los buscados como cualquier otra resultante. La cantidad, calidad y el ordenamiento de los datos, así como la explicación metodológica, son, per se, un tratado sobre el tema, al aportar resultados empíricos por cada tipo de acción, y medir las consecuencias a lo largo de varios años. Algo invalorable para la economía clásica, que necesita de este tipo de corroboraciones como lo necesita cualquier otra ciencia. Y para disipar el humo de la charlatanería. 


Lo más interesante son las conclusiones, que están debidamente respaldada por los resultados de las mediciones procesadas como se acaba de describir. La primera, fundamental, es que resulta imprescindible que se confeccione un plan integral, de aplicación durante varios años, con un conjunto de medidas conexas. Ese plan, su metodología y los retoques que se le vayan haciendo, debe ser convenientemente verbalizado, explicado y difundido. El trabajo concluye que, son las expectativas y decisiones que se toman aún antes de que el plan entre en vigencia o tenga resultados, las que producen el mayor efecto.  

Una conclusión fuerte es que no importa que los resultados sean demasiado rápidos, sino que se cree la confianza de que la tendencia es positiva y a veces, basta con anunciar el ajuste futuro, pero con precisión de detalles, como en el caso de las jubilaciones. Y por eso es tan relevante formular un plan, adecuarlo y sostenerlo en el tiempo, a la vez que convertirlo en una misión, un credo. Debe ser detallado, verificable, mantenido, respetado y cumplido. 

Los datos muestran que todo ajuste usando primordialmente aumento de impuestos produce mucha mayor y larga recesión que los planes con preminencia de baja de gastos. Estos últimos, producen reactivación antes del año y medio de aplicados. En cambio, los que se basan en aumento de tributos, tardan varios años hasta producir una reactivación.



En lo que hace a baja del déficit y de la deuda, también los planes con baja de gasto son más efectivos que los de suba de impuestos, y con menor pérdida de puestos privados de trabajo. También la inversión comienza a retornar casi de inmediato con los planes de reducción de gasto, mientras no vuelve nunca al mismo ritmo en los casos de suba de carga impositiva. 

Los autores infieren que esto se debe a que los planes con baja de gastos hacen suponer – con razón – que el paso siguiente será una baja de impuestos, lo que moviliza de inmediato la inversión y aumenta la propensión al consumo. 


Otra conclusión que no le gustará a los solidarios, pero que muestra una vez más lo acertado de algunos planteos: las bajas de gasto que producen más rápida reactivación de consumo e inversión son las que se aplican sobre subsidios y salarios estatales. Algo que por teoría e intuición era sostenido por una parte de la profesión. Ahora surge con claridad en este estudio.




Y una resultante política que puede tranquilizar a los pusilánimes: el número de gobiernos que fueron reelectos luego de la aplicación de planes basados en ajuste de gastos es mucho mayor que los que perdieron las elecciones luego de un ajuste. Por supuesto, el paper habla de planes serios y sostenidos en el tiempo, con un formato técnico preciso. Y ciertamente, con medidas adicionales como flexibilización de condiciones laborales y apertura comercial. 

Nada de lo que en esta obra se muestra es algo nuevo, ni era desconocido, ni una originalidad en ningún sentido. Pero tiene la virtud de estar demostrado y publicado científicamente, ofreciendo todos los datos, su tratamiento y metodología para análisis y discusión. Eso, supuestamente, obligará a quienquiera dispute los principios, si se trata de una opinión seria, a refutar los conceptos del mismo modo, algo que parece fundamental en un medio donde el relato se impone hasta cuando se toma la fiebre a un engripado. 

En lo técnico, el libro merece leerse por lo aleccionador de sus resultados, y por la técnica del tratamiento de los datos, al igual que por la investigación bibliográfica, así como por el esfuerzo en ponerlos disponibles online para consulta pública. 

También puede obrar como un empuje al coraje político y técnico de quienes parecen no tener suficiente fe en lo que han aprendido en su formación, que subordinan a conceptos tales como “te incendian el país”, “aquí no se puede”, “resignémonos a lo que hay”, “somos nosotros” y similares. 


Esa resignación por default, (con perdón del término) no solamente ridiculiza, descalifica y desmoraliza a quienes intentan con paciencia, buena fe y mucho de heroísmo cívico recuperar la seriedad republicana del país. Y de paso, es la aceptación de una esclavitud fiscal y de decadencia política, económica, espiritual, ética y moral que por lo menos una parte de los argentinos no cree merecer.