OPINIÓN | Edición del día Martes 06 de Marzo de 2018

Por Dardo Gasparré. Especial para El Observador

El candidato ideal para el Frente Amplio

Si se pudiera importar políticos, Donald Trump podría perfectamente ser el candidato que le está faltando al Frente Amplio para ganar las elecciones del 2019 y seguir profundizando su proyecto, para darle un nombre. Basta analizar su CV.

Fruto de una heterogénea mescolanza, desde el resentimiento hasta el proteccionismo, de la melancolía de la industria caduca y marchita americana a los que quieren un país viviendo con lo propio y alejado del globalismo –que para esa concepción “los explota, les roba su riqueza y se aprovecha del país”– DJT se especializa en ganar elecciones porque sus rivales dentro y fuera del partido son débiles, carecen de grandes ideas y son incapaces de unirse en un proyecto superador. O incapaces, simplemente. En este escenario estará como pez en el agua.

Particularmente atractivo debe resultar su planteo de defensa de los puestos de trabajo, que promueve vía la reactivación de actividades obsoletas, aún a costa de encarecer el costo de vida de todos sus ciudadanos. Temeroso de los tratados, que sólo quieren “burlarse y aprovecharse de esta gran nación” no sólo no los busca, sino que rompe o ignora los firmados, hasta extremos operísticos, sin importarle que su país sea víctima de la inseguridad jurídica y política que inaugura.

Es cierto que Uruguay no le ofrecería la oportunidad de recomenzar una carrera armamentista que aumentase el gasto y triplicase la deuda como Reagan, récord que parece empeñado en batir, lo que además aumentará el riesgo mundial de destrucción. Pero puede encontrar sustitutos equivalentes en la construcción de corredores viales, la creación de aerolíneas virtuales o reales con avales estatales, o la producción de cemento y alcohol a pérdida administradas por un tumulto.

Donald es aún más eficiente que el trotskismo-socialismo local cuando llega a las prestaciones sociales. Va a dejar a casi la mitad de la población sin sistema de salud, pero de un plumazo, sin pasar por la engorrosa tarea de ir sembrando de corrupción e ineficacia cada uno de los entes públicos destinados a brindarla. Eso ahorra mucho costo político y reditúa en términos de ahorro para otros gastos más relevantes, como la construcción de un muro con algún horrible país vecino. (Not with Argentina, Donald, we love you.)

Tal proyecto evitaría la necesidad de verles las caras a Macri, Temer o Piñera, al menos hasta que asuma Lula, si no va preso antes, lo que posibilitaría el lucimiento del azafranado líder en su especialidad, que es la política internacional, que maneja con medulosos análisis, anteponiendo siempre los intereses de su ideología, (dicho en sentido amplio) a cualquier interés del país.

Frente a los casos de falta de transparencia y corrupción que empecinadamente la realidad insiste en hacer creer que existen, Trump ha demostrado una línea sumamente eficaz, al echar al Procurador General y al jefe del FBI por intentar investigarlo. Nada de perder el tiempo con tribunales de conducta, juntas de ética y otros obstáculos similares uruguayos. Por algo es un CEO.

Si bien el presidente del mundo no está a favor de subsidios, asistencialismos, planes de empleos y similares, como ocurre con el avanzado y atrasado progresismo oriental, los está creando vía los recargos de importación, anulación unilateral de tratados, amenazas de retaliación a quienes retribuyan ese proteccionismo con medidas “quirúrgicas” equivalentes. “Será fácil ganarles”, alardea como si estuviera en El aprendiz, el programa que lo hizo famoso y ridículo.

Para dar un ejemplo, imagínese lo útil de tener un presidente vociferante y golpeador de mesa cuando haya que discutir la cláusula 30 del tratado del Mercosur con los demás socios. Tras mandar a su yerno a explicarle a los juristas regionales que la cláusula no existe, cuando cesen las risas, lidiará para torcerles el brazo, como sólo él sabe hacerlo con Brasil, por ejemplo, el socio-capanga de la alianza para el atraso del cono sur. No es que esa cláusula vaya a servir para algo, porque el sindicalismo trumpista oriental, como es sabido, ha determinado que cualquier tratado es nocivo para el país. Se trata de disciplinar a las potencias vecinas, simplemente. Habrá que reforzar algo la fuerza aérea y el gasto militar, pero eso no es problema para el potencial candidato frenteamplista, que se especializa en triplicar los gastos militares junto con la fortuna de los miembros de la comisión de armamento del Senado americano.

Ahora viene un punto crucial: el tipo de cambio. Potus tiene aquí un enfoque ecléctico. Dice que el dólar debe ser una moneda fuerte. Pero hace todo lo posible para debilitarlo. Baja los impuestos a las empresas para tentarlas a que inviertan nuevamente en el caro e ineficiente sistema americano, al mejor estilo de lo que ocurre con UPM. Por supuesto, ha descartado llegar a ese logro bajando gastos y consecuentemente impuestos. Basado en la curva de Laffer –que no sostiene lo que él cree que sostiene – baja los impuestos y cree que eso aumentará la inversión, la producción, el consumo y el PBI, y como resultante la recaudación. Debe pensar que el record porcentual de endeudamiento obtenido por Reagan con el mismo concepto, se debió a factores exógenos. De paso, para reforzar el efecto combinado de baja de impuestos y gastos de armamentos, recrea la situación de guerra fría con Rusia. Lo asesora el pasado. Tiemblen Paraguay y Brasil.

Donald también busca un aumento de la inflación, asesorado aquí por Krugman, (Paul, el Premio Nobel, no Freddy Krueger). Un sinceramiento que sería una bocanada de aire fresco para el gobierno local, que consume grandes energías en el tema, en una lucha estéril contra sí mismo. Se da un poco de patadas con la ortodoxia, pero tras la firma del pase el nuevo presidente lo arreglará. O dejará de tuitear de eso. Y ni siquiera hace falta discutir la política salarial: la propuesta del líder de occidente es un fuerte aumento liso y llano del salario básico.

Es innegable que ningún otro político (para llamarle de algún modo, otra vez) ofrece las enormes similitudes entre su plataforma y las del Frente, de modo que la defensa descansa. Hasta aquí llega la ironía, el sarcasmo y el sadismo. Ahora viene la seria recomendación de fondo.

Este conjunto de políticas de Trump es malo para cualquier país en cualquier lugar del mundo, en cualquier época. El hecho de que lo aplique en Estados Unidos no atenúa el error. La diferencia está en que mientras los errores americanos se diluyen en el tiempo, se reparten entre toda la humanidad, se tapan con emisión mundial, se ocultan con la prédica de expertos rentados, sus ecuaciones y sus teorías sociológicas y económicas maquilladas- que siempre se prueban equivocadas, después – copiar el proteccionismo, el populismo, el endeudamiento, el déficit, la irresponsabilidad fiscal y una improvisada política internacional, es mortal para los países chicos, que no tienen redención alguna cuando caen en esas prácticas.

Usar esos criterios con la excusa de que “lo hace Estados Unidos” es un concepto fatal. Como un chico que quiere copiar el salto de un motociclista a través de un círculo de llamas u otras proezas similares. Cabría aquí colocar el clásico disclaimer: no lo intente en su casa. Aunque ya se lleve doce años intentándolo.

No deja de ser una lástima para quienes necesitan desesperadamente un candidato, que ahora Trump haya decidido –en broma hasta el cierre de esta nota– copiar la eternización de su colega chino. Toda una muestra de madurez. O de Madurez. 



Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


El falso dilema entre democracia y seriedad económica

Confrontados con la imperiosa necesidad de tomar un camino de seriedad fiscal, apertura comercial, prudencia en el endeudamiento y otros principios de ortodoxia económica, los gobernantes, políticos y politólogos comprensivos suelen responder unánimemente: “Ese camino choca con la política, la voluntad de los ciudadanos, las decisiones democráticas y el mecanismo mismo de formación de leyes”.

Ese es, por ejemplo, el rumbo del gradualismo que ha elegido Mauricio Macri en Argentina, que, como es previsible, lo está llevando a ninguna parte, ya que detrás de ese eufemismo se esconde fatalmente la inacción, en un sistema estatista que está acostumbrado a neutralizar cualquier intento de achicarlo aunque sea en una mínima parte.

El estatismo uruguayo, sin que nadie lo haya amenazado aún con ningún intento de sobriedad, ya se está curando en sano, esgrimiendo entre otros un argumento que parece original. “El sistema oriental es distinto, las reglas democráticas hacen que la formación de leyes sea diferente y entonces la fría recomendación de los economistas debe ceder ante las decisiones y necesidades de la sociedad”.

Cabe comenzar a rebatir ese concepto con otra afirmación. El sistema de gobierno uruguayo no difiere demasiado del argentino, ni del americano, ni de muchos países semipresidencialistas. Por lo menos así surge de la lectura de las constituciones y sus códigos. Por supuesto que habrá diferencias inherentes a la idiosincrasia de cada sociedad, pero no a su sistema político. Esa idiosincrasia puede aumentar la corrupción, determinar el grado de debate o su intensidad, la tendencia a acordar, el tipo de acuerdos y el secreto interno. Pero no el concepto central.

Muchos analistas se empeñan en considerar características destacadas de la democracia a las condiciones especialísimas que plantea la presencia protagónica del Frente Amplio en su espectro político. Las reglas internas de debate y negociación de esa coalición, que en aras de su férrea unidad no respeta la proporción de los resultados electorales de cada fuerza, más la suerte de auditoría y presión casi paralizante que el Pit-Cnt ejerce sobre el gobierno y la sociedad, interna y externamente, son interpretadas como expresiones democráticas superlativas.

Por eso se alega que cualquier cambio hacia la ortodoxia económica se enfrentaría a obstáculos insalvables, en nombre de las demandas y los deseos de la sociedad. Se trata de una concepción muy particular de la democracia. La situación de Argentina también tiene condicionamientos heterodoxos al mandato de las urnas: los gobernadores le dictan a los legisladores las leyes que tienen que aprobar, y a su vez los legisladores no aprueban ninguna ley laboral sin acuerdo de la CGT. La única diferencia es que Argentina no ha encontrado un nombre adecuado para denominar esa gambeta a la democracia, en cambio Uruguay sí: le llama poliarquía.

En rigor, no es la democracia la que plantea una disyuntiva con la ortodoxia económica, sino la pura y simple especulación electoralista. Esa práctica de no hacer lo que se debe para no dañar el caudal de votos o de conceder dádivas para ganar el favor de los votantes, tiene un nombre universal. Se llama demagogia. En épocas más recientes, también se le denomina populismo.

Pese a que tantos países latinos tienen la tendencia a creer que las reglas de la lógica y la racionalidad no se le aplican por tratarse de una sociedad distinta y única (el famoso “Dios es...” –y aquí viene un espacio para que cada uno coloque el nombre de su patria–), eso no suele ser así. Lo había comprendido ya en 1835 un joven abogado francés, Alexis de Tocqueville, que tras ahondar brillantemente en la sociedad americana escribe su monumental obra La democracia en América, donde vaticina justamente que el nuevo sistema es apasionante y revolucionario, pero lleva inevitablemente a un escenario en que la masa demande concesiones irresponsables del gobernante, y que éste deba otorgárselas para conseguir su voto.

Por eso es que otros pensadores de la democracia insistieron en que, para el adecuado funcionamiento de ese sistema, era imprescindible la educación de la población. Tal educación impediría las demandas irracionales que lleven a esos mismos demandantes a la ruina y la miseria si se les concediesen u ofreciesen. Es evidente que esa parte de la teoría no ha merecido demasiado interés por parte de la política y la exégesis de varios países. Al contrario, como en un plan orquestado, han deseducado a los votantes, con lo que se preparó el camino justamente a esa estereotipada frase: “este país es distinto, aquí eso nunca se podría aplicar”.

Si se dan las condiciones de demagogia y populismo, todos los países y los pueblos se tornan iguales. No es cierto que haya una raza diferente capaz de hacer sacrificios en pos de un mejor futuro, mientras otras sólo se ocupan de su bienestar inmediato sin importarles el día siguiente. Si los políticos acostumbran a una parte de la sociedad a recibir permanentes prebendas, dádivas y subsidios, a la larga toda esa sociedad querrá lo mismo, y ese pueblo tenderá a la miseria o al estancamiento.

Entonces, los gobernantes pueden elegir entre ganar las próximas elecciones o ser estadistas. Los estadistas se esforzarán por encontrar los caminos -económicos, sociales, geopolíticos, que consideren beneficiosos para la sociedad. Y luego tratarán de persuadirla de que apoyen con su voto las medidas necesarias para lograr esos objetivos, que casi siempre, o siempre, implicarán un esfuerzo mayor que el que a la sociedad le gustaría. Tal vez ese debería ser el rol exclusivo de un presidente. Que no suele ser capaz de desempeñarlo.

La idea de querer repartir bondad y bienestar sin esfuerzo no sólo es irresponsable, sino que es una falacia. La historia dice que eso jamás es sustentable. Justamente el socialismo en todos sus disfraces, que defiende la supuesta justicia social de tal idea, termina arrogándose el papel de saber qué es lo mejor para cada individuo y de proveer a su felicidad, lo que no sólo conduce a la ruina, sino a las tiranías. Eso también concluye Tocqueville, como Hayek un siglo después en su inapelable Camino de servidumbre.

Justamente el gran pensador francés lo resume así: “La población tiende a transformarse en una masa sin educación con demandas incesantes. El estado extiende sus manos bienhechoras sobre la sociedad y le ahorra todos los esfuerzos, hasta el de pensar. En tales condiciones, la democracia conduce a la mediocridad y la decadencia”.

Un economista serio, como un almacenero serio, como un jefe de familia serio, va a recomendar siempre prudencia, ahorro, esfuerzo y trabajo. Y a veces sacrificio. Todas malas palabras para el político que busca votos y el poder por el poder mismo.

No se trata de un dilema entre la ortodoxia económica y la democracia. Se trata de una lucha sin tregua entre la seriedad y la demagogia. Eso vale también para Uruguay.

Nota de un joven economista, en 1993 en El Cronista


El jueves pasado, en el programa de Bernardo Neustadt por Radio América, el señor Francisco Macri se refirió a un economista que, según él, "es un animal o está mintiendo", ya que este economista está escribiendo en los diarios que la industria automotriz trabaja con el dinero de la gente.

Da la casualidad que yo soy economista. También da la casualidad que justo una semana antes había publicado una nota en El Cronista afirmando, entre otras cosas, que la industria automotriz trabaja con los recursos de los consumidores.
Y, finalmente, da la casualidad que El Cronista fue el único medio que publicó una visión crítica del régimen automotriz en vigencia.

Teniendo en cuenta todas estas casualidades, no es casual que me sienta aludido por las declaraciones de Macri. Pero el punto que me interesa discutir no es si soy "un animal o un mentiroso", sino que lo que me interesa es aclarar un
par de puntos sobre esta cuestión.

En primer lugar, Francisco Macri sostiene que cualquier persona puede comprar un auto pagando sólo el 10% del valor del mismo. Para no entrar en grandes discusiones sobre este punto, lo que sería interesante es que Macri diga
públicamente en qué lugar, si es que se está refiriendo a la Argentina, uno puede comprar un auto pagando sólo el 10% de su valor, recibir inmediatamente el auto y pagar el resto en cuotas que no correspondan a un sistema de ahorro
previo.

Y es importante que lo diga, porque de esta forma él podría incrementar sus ventas, ya que mucha gente hoy paga la mitad del valor del auto y luego tiene que esperar meses hasta que le entreguen la unidad. Por lo tanto,
insisto, lo mejor que puede hacer Macri es dar públicamente esa dirección para captar a todo un segmento del mercado consumidor que hoy se siente maltratado por la industria automotriz. Después de todo, la gente no va a ser tan tonta
de pagar por anticipado un auto si le ofrecen entregarle inmediatamente la unidad contra el 10% del valor del auto.

En segundo lugar, Macri dijo, en el mismo programa, que quienes importan automóviles "están importando miseria". Ahora bien, si esto es efectivamente así, resulta ser que justamente la industria automotriz ha sido la que más
miseria ha importado ya que de las 102.000 unidades importadas el año pasado, la industria automotriz importó el 70% de ellas pagando el 0% o el 2% de derechos.

Es más, si importar es equivalente a miseria, porque elimina puestos de
trabajo, quiere decir que cuando la industria automotriz argentina exporta a otros países está exportando miseria, lo que nos llevaría a la conclusión que Macri ha estado importando y exportando miseria.

Afortunadamente esto no es así. Hace mucho, pero mucho tiempo, se descubrió que el intercambio entre las naciones no genera miseria, sino que genera una mejor asignación de los recursos productivos y, por lo tanto, más bienestar para la
gente, inclusive hace rato que las ventajas del comercio internacional se enseñan en cualquier curso de introducción a la economía.

Para terminar esta nota vale la pena recordar lo que le pasó un día a Robinson Crusoe en su isla. Cuentan que estaba sentado en la playa observando el mar. De repente vio que las olas acercaban una madera que constituía una balsa
perfecta. Balsa que hacía rato Crusoe necesitaba para salir a pescar. Su primer impulso fue, ante tamaño regalo del mar, salir corriendo para tomar la balsa antes que las olas se la llevaran nuevamente.

Iba corriendo Robinson Crusoe hacia el mar y de repente se detuvo y pensó: "Un momento. Yo iba a construir una balsa una vez que hubiese cubierto otras necesidades más perentorias. Si yo tomo la balsa que me trae el mar no me hará
falta construir la balsa. Si no construyo la balsa quedaré desocupado y mi industria marítima quebrará. Además, si no construyo la balsa, no tendré que cortar madera, con lo cual también afectaré a mi sector maderero. Inclusive, al no cortar la madera no tendré que afilar el hacha, lo cual me generará desocupación en mi industria de bienes de capital.

Peor aún, mi ministro de Hacienda, Sunday Horse, no cobrará impuestos. Realmente sería una ruina para mí tomar esa balsa que por tan bajo precio me ofrece el mar. Es más, lo inteligente es tomar la balsa y arrojarla más lejos, con lo cual habré incluido valor agregado a mi tarea de rechazar la competencia externa".
De esta forma, Robinson Crusoe defendió su industria marítima. Estuvo meses fabricando su balsa, pero, eso sí, se quedó sin poder satisfacer un montón de otras necesidades que tenía porque volcó todo su tiempo y sus recursos en
fabricar algo que podría haber conseguido mucho más barato.

Roberto Cachanosky
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 DIA15 MES06 ANO93     
La injusticia liberalota - Carta abierta


Mis amigos y colegas economistas liberales, no se encrespen por la nota-manifiesto-credo del nuevo diputado de Cambiemos Fernando Iglesias. Dead wrong. Deberían agradecerle.

Al dejar de lado el término neoliberal, el gran invento progresista para denostar a los que pretenden la seriedad en la gestión pública, le quita a la discusión cualquier tono académico. El término neoliberalismo, pese a no significar nada, obligaba ante la opinión pública a dar alguna respuesta técnica o académica. Ahora, en cambio, con este neoneologismo liberalote no hace falta responder seriamente.

Ese término liberalote, evidentemente inspirado por el florido y vacío estilo de Asís, (léase humo) no tiene significado alguno. Recuerda a mi amigo Landrú, en sus chistes de señoras gordas, que usaban esa terminología. (Ojo, no querría caer en ninguna infracción a las reglas de progresismo sobre géneros y esas cosas)

Decirle a alguien liberalote es como decirle regordete, o picarón. O grandotote. Casi una expresión mimosa intrascendente. Así que no veo que se tengan que devanar los sesos en explicaciones teóricas que a nadie, y menos a Iglesias, le interesan. Concéntrese en el relato, no se dispersen con detalles.

El segundo punto que debe agradecérsele, es la referencia a la imposibilidad de alguno de ustedes, inútiles liberales, de conseguir 4000 votos para armar un partido y ganar las elecciones. La frase es el primer mandamiento del evangelio cristinista, (Viene de Cristina, femenino de Cristo) "Formen un partido y ganen las elecciones" como recordarán, y significa que el que gana hace lo que se le canta. O sea, jodete. ¡Eso es saber de política!

También muestra la eficacia del sistema que han ideado los monopolistas corporativos del poder. Un simple mecanismo de elección por distrito resolvería ese problema de ustedes, de juntar 4000 votos, que el mecanismo administrativo de la corpo atacará con ensañamiento hasta dejarlos reducidos a 20, con inspecciones mensuales. Pero ¿para qué cambiar lo que tan bien anda?  El neodiputado ha conseguido evitar esas molestias uniéndose a Cambiemos. Cualquier cosa, menos permitir que se vote por un diputado individualmente. (Por supuesto que para Fer ganar las elecciones supone tener razón en todo)  

Muchos giles que conozco, todavía están juntando los primeros diez mil dólares para llegar a los quinientos mil dólares en publicidad que hace falta para disputar con éxito una elección a diputado. Aprendan, ustedes que se dicen libertarios y qué se yo. (Debo ser justo y aceptar que Macri propuso cambiar el sistema político: color, tamaño, gramaje de las boletas, voto digital. Todo irrelevante para evitar el monopolio partidista y el autoritarismo de las PASO, pero hay que ser graduales o te queman el país)

Otro punto que no advierten, por vuestra edad avanzada, (liberalote también suena a vejete) es que Cambiemos nunca fue liberal, como parece que ustedes creían, como no lo fue nunca Macri (ninguno de los dos). Se ve que las notas publicadas con vuestra firma antes de las elecciones presidenciales eran fakes.  Como esta, por ejemplo.

No culpen al pobre Iglesias de vuestra cortedad de miras, si también ahora tardíamente descubren que él no es lo que decía ser, o lo que ustedes creían que él era. Dejen de usar ese materialismo dialéctico que los caracteriza.

Lo que tampoco deben hacer es tratar de explicarle y debatir con él el tema del gradualismo. No propongan soluciones que hagan que les quemen el país. Por eso es mucho mejor el gradualismo, que viene del latín gradua, que quiere decir boludo, e ismo, que quiere decir contribuyente. Lo que seguro no deben hacer, es perder tiempo en explicaciones técnicas. Ustedes no saben nada de política. Dedíquense a enseñar, preferentemente en esos países desarrollados, como Alemania, Chile, Perú, Singapur y otros. O en Noruega y Suecia, que han logrado dejar de lado hace rato al progresismo.

Un dato duro: la nota de Iglesias iba a ser publicada en donde publica Roberts los sábados. Pero parece que Carlos Reymundo se puso celoso y la publicaron como nota en serio.

Se los digo de corazón. (Usando el pronominal los mal, como corresponde a los políticos, filósofos y sociólogos milennials) No pasen más vergüenza. Los quiero a todos, igual.


Dardote