Paulatinamente, se va aceitando el mecanismo de paros, piquetes simultáneos diseminados, marchas, reclamos y huelgas sectoriales y generales que tienden a sabotear y demorar cualquier plan o decisión que procure resolver el envenenado crucigrama infinito y caótico que el peronismo le legó el país.
La obstrucción se articula —un término de la corporación política— con la utilización sistemática de la Justicia para obstruir cada medida que se tome. Al mismo tiempo, el Congreso agota a los funcionarios con largas interpelaciones demagógicas y dosifica las leyes que aprueba según las necesidades económicas de los punteros (gobernadores) peronistas, que son aquellas que aumentan el déficit.
La marcha reciente fue el relanzamiento de la clásica estrategia peronista cuando le toca ser oposición, usada tantas veces tantos años y que tan caro le costó siempre al país: un supuesto peronismo bueno y respetuoso de la democracia y la república, actuando en el mismo escenario que un peronismo malo, violento, prepotente, díscolo y callejero.
Un sector negociador conviviendo con un sector intransigente, el piquete y el recurso de amparo, la pedrada y el sermón de unidad y renovación. Todo en una matemática de conjuntos móviles, donde las intersecciones son infinitas y los personajes van cambiando sus posturas o sus caretas constantemente.
Los responsables de la aniquilación y el saqueo del sistema oponiéndose a su reconstrucción o dando cátedra de cómo hacerlo. Por supuesto que negando el pasado reciente y la culpabilidad inherente o, en el mejor de los casos, atribuyéndola al sector malo del peronismo. El mismo esquema que terminó tantas veces con eclosiones durísimas en las calles de la república.
También el sindicalismo se adapta y mimetiza. Luego de extraerle 20 mil millones de pesos al Estado, supuesta deuda por las obras sociales inventadas y regaladas al "gremialismo bueno" por Juan Carlos Onganía, ahora cambia de disfraz. Sale el director supremo y entra el triunvirato en la Confederación General del Trabajo (CGT). Pero para compensar se fortalece la Central de Trabajadores de Argentina (CTA), el "gremialismo malo". Todos peronistas, por supuesto.
La Unión Industrial Argentina (UIA) responde al mismo plan. El proteccionismo mussoliniano de Juan Domingo Perón aflora ante el mínimo atisbo de libertad. El apoyo inicial se vuelve operación mediática o política en cuanto se toca el más pequeño de sus intereses. Primero, la patria, pero la patria rehén de su prebenda. En privado, sus miembros siempre dicen que el aplaudidor, prebendario y proteccionista, es "el otro". El policía bueno. El policía malo.
Esta desordenada organización tiene un objetivo de corto plazo y uno de largo plazo. El de corto plazo es llegar a las elecciones de 2017 sin que se reflejen los resultados de algunos cambios o sin que se disipe el malhumor que esos cambios producen. El de largo plazo es reinstaurar al peronismo como fuerza política legítima, borrar con un fracaso de Cambiemos las consecuencias de la locura y la enfermedad de Cristina Kirchner metida a conducir hacia el iceberg los destinos del partido y de la nación.
Por eso, cuando la inflación cede, como predijo el Gobierno, se avanza con una batería de reclamos que producirán otra ola inflacionaria, para dar solamente un ejemplo. La cuestión es que Mauricio Macri pague todos los costos políticos y que no disfrute políticamente de ninguno de los logros.
En procura de esos objetivos, el justicialismo, que reclamaba obediencia ciega del Congreso y la Justicia a la presidente elegida con más de la mitad de los votos, ahora toma la posición opuesta: reclama obediencia ciega del presidente elegido con más del cincuenta por ciento de los votos al Congreso con dominio peronista y usa al Poder Judicial, donde impera Justicia Legítima, su sucursal.
En esa línea, esgrime el concepto de representatividad cuando detenta el poder, pero lo niega cuando no le conviene lo que decide un gobierno que no es afín, lo condiciona y torpedea. Así, es "legítimo gobierno" cuando gana y es "el clamor del pueblo" cuando pierde.
Lamentablemente, esa egoísta estrategia va contra la sociedad, como suele ocurrir. Al mismo tiempo, impide que se tomen las medidas de fondo imprescindibles, si se quisiera hacer: bajar el gasto y los impuestos y permitir la importación con un mínimo da barreras. Si por una parcial eliminación del regalo del subsidio en un sistema energético en coma inducido se ha llegado a la rebelión, casi a la sedición y al conflicto de poderes, es imaginable lo que pasaría con un cambio de fondo como el que necesita el país.
Nada de esto se trata de ideología, ni de cuidar a la gente. El peronismo no tiene ideología ni sensibilidad, sólo las declama. Tampoco las tienen sus políticos, ni sus sindicatos, ni sus empresarios. Sólo intereses económicos con distintos grados de legitimidad. El gasto del Estado, el proteccionismo y el lucro son los tres colores de su bandera. El poder es su religión, la democracia, su antifaz, el bolso, su símbolo patrio.
La democracia que vocea es su máximo relato.
@dardogasparre
El autor es periodista y economista. Fue director de "El Cronista" y director periodístico de "Multimedios América".