Peronismo contra democracia

Paulatinamente, se va aceitando el mecanismo de paros, piquetes simultáneos diseminados, marchas, reclamos y huelgas sectoriales y generales que tienden a sabotear y demorar cualquier plan o decisión que procure resolver el envenenado crucigrama infinito y caótico que el peronismo le legó el país
Paulatinamente, se va aceitando el mecanismo de paros, piquetes simultáneos diseminados, marchas, reclamos y huelgas sectoriales y generales que tienden a sabotear y demorar cualquier plan o decisión que procure resolver el envenenado crucigrama infinito y caótico que el peronismo le legó el país.
La obstrucción se articula —un término de la corporación política— con la utilización sistemática de la Justicia para obstruir cada medida que se tome. Al mismo tiempo, el Congreso agota a los funcionarios con largas interpelaciones demagógicas y dosifica las leyes que aprueba según las necesidades económicas de los punteros (gobernadores) peronistas, que son aquellas que aumentan el déficit.
La marcha reciente fue el relanzamiento de la clásica estrategia peronista cuando le toca ser oposición, usada tantas veces tantos años y que tan caro le costó siempre al país: un supuesto peronismo bueno y respetuoso de la democracia y la república, actuando en el mismo escenario que un peronismo malo, violento, prepotente, díscolo y callejero.
Un sector negociador conviviendo con un sector intransigente, el piquete y el recurso de amparo, la pedrada y el sermón de unidad y renovación. Todo en una matemática de conjuntos móviles, donde las intersecciones son infinitas y los personajes van cambiando sus posturas o sus caretas constantemente.
Los responsables de la aniquilación y el saqueo del sistema oponiéndose a su reconstrucción o dando cátedra de cómo hacerlo. Por supuesto que negando el pasado reciente y la culpabilidad inherente o, en el mejor de los casos, atribuyéndola al sector malo del peronismo. El mismo esquema que terminó tantas veces con eclosiones durísimas en las calles de la república.
También el sindicalismo se adapta y mimetiza. Luego de extraerle 20 mil millones de pesos al Estado, supuesta deuda por las obras sociales inventadas y regaladas al "gremialismo bueno" por Juan Carlos Onganía, ahora cambia de disfraz. Sale el director supremo y entra el triunvirato en la Confederación General del Trabajo (CGT). Pero para compensar se fortalece la Central de Trabajadores de Argentina (CTA), el "gremialismo malo". Todos peronistas, por supuesto.
La Unión Industrial Argentina (UIA) responde al mismo plan. El proteccionismo mussoliniano de Juan Domingo Perón aflora ante el mínimo atisbo de libertad. El apoyo inicial se vuelve operación mediática o política en cuanto se toca el más pequeño de sus intereses. Primero, la patria, pero la patria rehén de su prebenda. En privado, sus miembros siempre dicen que el aplaudidor, prebendario y proteccionista, es "el otro". El policía bueno. El policía malo.
Esta desordenada organización tiene un objetivo de corto plazo y uno de largo plazo. El de corto plazo es llegar a las elecciones de 2017 sin que se reflejen los resultados de algunos cambios o sin que se disipe el malhumor que esos cambios producen. El de largo plazo es reinstaurar al peronismo como fuerza política legítima, borrar con un fracaso de Cambiemos las consecuencias de la locura y la enfermedad de Cristina Kirchner metida a conducir hacia el iceberg los destinos del partido y de la nación.
Por eso, cuando la inflación cede, como predijo el Gobierno, se avanza con una batería de reclamos que producirán otra ola inflacionaria, para dar solamente un ejemplo. La cuestión es que Mauricio Macri pague todos los costos políticos y que no disfrute políticamente de ninguno de los logros.
En procura de esos objetivos, el justicialismo, que reclamaba obediencia ciega del Congreso y la Justicia a la presidente elegida con más de la mitad de los votos, ahora toma la posición opuesta: reclama obediencia ciega del presidente elegido con más del cincuenta por ciento de los votos al Congreso con dominio peronista y usa al Poder Judicial, donde impera Justicia Legítima, su sucursal.
En esa línea, esgrime el concepto de representatividad cuando detenta el poder, pero lo niega cuando no le conviene lo que decide un gobierno que no es afín, lo condiciona y torpedea. Así, es "legítimo gobierno" cuando gana y es "el clamor del pueblo" cuando pierde.
Lamentablemente, esa egoísta estrategia va contra la sociedad, como suele ocurrir. Al mismo tiempo, impide que se tomen las medidas de fondo imprescindibles, si se quisiera hacer: bajar el gasto y los impuestos y permitir la importación con un mínimo da barreras. Si por una parcial eliminación del regalo del subsidio en un sistema energético en coma inducido se ha llegado a la rebelión, casi a la sedición y al conflicto de poderes, es imaginable lo que pasaría con un cambio de fondo como el que necesita el país.
Nada de esto se trata de ideología, ni de cuidar a la gente. El peronismo no tiene ideología ni sensibilidad, sólo las declama. Tampoco las tienen sus políticos, ni sus sindicatos, ni sus empresarios. Sólo intereses económicos con distintos grados de legitimidad. El gasto del Estado, el proteccionismo y el lucro son los tres colores de su bandera. El poder es su religión, la democracia, su antifaz, el bolso, su símbolo patrio.
La democracia que vocea es su máximo relato.
@dardogasparre
El autor es periodista y economista. Fue director de "El Cronista" y director periodístico de "Multimedios América".
Precios cuidados, tarifas sensibles,
impuestos tenedor libre



Pocas veces se pudo observar tal ensañamiento como el que padeciera en los últimos días el ministro de Energía Juan José Aranguren.

En los ataques se unieron, en una comparsa macabra, funcionarios del propio gobierno - un infantilismo deplorable - la oposición amiga y enemiga, usuarios  molestos, sensibles de Palermo y otras zonas, de buena y mala fe, el Congreso y muchos economistas que decidieron olvidar varios de los principios que suelen defender, exaltados por la coyuntura.

Corresponde un disclaimer:  considero que los problemas económicos del país tienen su causa principal en el conveniente desconocimiento, negación o alteración de la teoría de formación de precios de la economía clásica.

El odio nacional por las curvas de oferta y demanda atacó  esta vez incluso a muchos liberales que parecen dispuestos a sacrificar un concepto tan elemental en aras de algún razonamiento técnico elegante.

Por ello tiene sentido comenzar con una aseveración: no habrá inversión externa o interna auténtica, ni solidez económica alguna, si no se restablece el concepto de formación libre de precios, que se perdió en 1930 y no rige entre nosotros. Las tarifas son un apartado especial donde el estado representa al consumidor, pero eso no cambia la esencia.

Sin ese requisito elemental, continuaremos con un sistema privado tramposo, donde Lázaro Báez no es el más importante socio. El negocio del gas y el petróleo está lleno de esos entornos espurios y hasta de testaferros K.  Tal vez por eso molesta cualquier tendencia a la ortodoxia de los funcionarios del área.

Los parches técnicos o legales (amados por el peronismo) para eludir la inexorabilidad del precio como regulador y motivador, aparte de terminar siempre en fracaso, son los que permiten todas las trampas y todos los robos al estado. Además de que debe crearse un esquema penal que impida el expolio, cuanto más puro sea el mecanismo de formación de precios, menor será la corrupción. Concepto perogrullesco, quizás, pero odiado.

Quienes critican el gradualismo, sin embargo lo preconizan en este caso. Parecen ignorar que el concepto de gradualidad ha servido históricamente para perpetuar el statu quo, un gatopardismo que ocurrió varias veces en el rubro energético.

De todas maneras, como lo expresa con claridad el formidable trabajo del Instituto Argentino de Energía “General Mosconi” y la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública  sobre los subsidios a la energía, el 40%  más pobre del país, sólo recibía el 20% de los subsidios. El 80% del regalo iba, como siempre, al 60% más rico del país. La presión política obligó ahora a seguir regalando tarifas inmerecidamente.

No es cierto que ese sector más pobre haya sido descuidado en la fijación tarifaria, aunque porcentualmente pueden surgir incrementos espectaculares, y hasta llegar a infinito, frente a lo exiguo de las tarifas hibernadas.  El revoleo de porcentajes se usó mucho para estimular la sensibilidad, la lástima y la solidaridad, que es el método económico preferido por los argentinos para transferir sus gastos al estado.

También existe en el nuevo marco un mecanismo de subsidios para casos especiales, lo que evidentemente requiere el esfuerzo y la dificultad de hacer un trámite.  Acaso ese proceso debería facilitarse, aunque los subsidios deberían ser cursados desde presupuestos asistenciales, no por el sistema de energía. Un dato sin validez estadística, pero sugestivo: de 100 quejas que analicé en mi TL de Twitter, ninguno justificaba las dramáticas críticas. Tal vez casualidad.

Por supuesto que si el cambio se hubiera realizado más gradualmente, hubiera habido menos críticas. Eso es lo que recomendaba el trabajo citado.  Pero ello también habría demorado el proceso de recomposición de inversión en las áreas de exploración y procesamiento. El informe citado es de 2013. Hoy no hay tiempo, además de que un aumento en el precio del petróleo internacional seria una catástrofe sin eufemismos.

Es cierto, de toda certeza, que se debieron realizar las audiencias públicas que prevé la ley. Un requisito inconsecuente más, pero está en la ley. Faltó tal vez alguna mirada jurídica. Debe solucionarse para evitar la judicialización y también por una cuestión de respeto a las instituciones.

Sin embargo, es fácil anticipar que, superado el obstáculo de las audiencias, ya se inventarán otros trucos para judicializar o impedir cualquier cambio. El punto es que cualquier tarifa que no sea la que queremos pagar será execrada, al igual que Aranguren. Se llama populismo.

El sistema energético es una maraña de reglas, ineficiencias y ridiculeces dignas de la  URSS de los 70, con contratos delictivos entre el estado y varios privados, cuyo costo pagamos como usuarios y como contribuyentes. Los manoseos en la formación de las tarifas pactadas, las audiencias públicas, los algoritmos y emergencias inventadas para mantener los monopolios de los conocidos de siempre y ahuyentar la participación privada seria.

Esta discusión reciente casi circense torpedea la incorporación de inversión privada sana al negocio petrolero y energético, torpedea la inversión en general y obliga a preguntarse qué país quieren los argentinos. Tal vez el kirchnerismo representa mejor que Macri el sueño del pagadios.

Es lamentable que no se obligue a audiencias públicas antes de que un gobierno congele tarifas irresponsablemente, o se largue a emitir sin control, a gastar sin vergüenza o aplique cepos mortales. Muchos que abogan por la baja del gasto público omiten que este plan tarifario es parte de esa baja. Es de imaginar lo que pasaría si el ataque al dispendio se profundizara.

Aún con los errores que pudiera haber cometido - que parecen menos que los atribuídos - sería bueno tener más ministros como el de energía, que encarasen los cambios que deben hacerse sin usar un coraje gradual, para no decir temor técnico y político.

En algún lugar de este reciente plebiscito tarifario online, queda latente el centro del problema: el nivel de gasto y de impuestos, que golpea al consumo y que afecta el poder adquisitivo mucho más que las tarifas.


Acaso lo que se debe plebiscitar es dónde y cuánto gastar y cómo financiarlo. Acaso se empieza a advertir la necesidad de discutir un presupuesto base cero, el único debate que tendría sentido: revisar orgánicamente el nivel de participación del estado en la sociedad.


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Van menos de seis meses

Dardo Gasparre
Más allá del enfoque que cada uno tenga sobre las políticas que se están llevando a cabo, es
indiscutibleque el Gobierno de Cambiemos está enfrentando todos los problemas que componían
la larga herencia kirchnerista y acaso otras más antiguas.
A diferencia de Cristina de Kirchner, que para mantener la iniciativa sobre la agenda inventaba
conflictos, proponía y aprobaba raras leyes de igualdad, vacías de contenido, o iniciaba cruzadas
contra los medios o contra el mundo externo como una suerte de Quijote desaforado, Mauricio Macri 
controla y dicta la agenda política atacando problemas concretos y de interés generalizado.
Los temas que proponía la ex Presidente solían ser épicos y burocráticos, con ataques permanentes a
los derechos de los ciudadanos o por lo menos molestos y lesivos a esos derechos. Sobre todo,
urticantes para la mitad del país, casi matemáticamente y, en general, inconducentes. Cambiemos está
tacleando los temas importantes, a veces urgentes, a veces profundos, a veces de largo aliento, que
dejó palpitando el Gobierno del Frente para la Victoria y sus socios. El cepo, las retenciones, los
pagos de importaciones, el default eterno, la reinserción en el sistema mundial, fueron las urgencias que
encaró, con bastantesolvencia y acierto, con observaciones varias, por supuesto. La apertura de las
discusiones sobre seguridad y reforma política, que ciertamente requerirán políticas de Estado para ser
eficaces, y temas tan variados como la discusión no terminada de Fútbol para Todos o de los medios
oficiales.
Abruma pensar la cantidad y la diversidad de los problemas que se debe atacar, y también da una cierta
tranquilidad saber que se están atacando, por supuesto que con distintos niveles de competencia y
acierto. La deuda con los jubilados, la coparticipación, el blanqueo, la inserción en el comercio mundial,
la reevaluación del Mercosur, son ahora los nuevos temas que aparecen, todos urgentes, pero también
de una enorme complejidad.
Como enmarcando esas políticas viene la escenografía de la lucha contra la inflación, que ocupa el
centro del escenario, aunque no sea el centro de la escena. Cambiemos impone su agenda, pero, 
paradojalmente, no controla a los otros actores políticos, que son los legisladores, ni a la 
Justicia, que seguramente será más adelante otro cambio de fondo a considerar. Esta situación, como
es notorio, lo obliga a negociar, pero no en términos políticos, en el sentido sano del término, sino en
aspectos y especies muy poco apreciados por la ciudadanía y casi nunca tolerados, sobre todo después
del saqueo kirchnerista.
En ese contexto, hay quienes sostienen que Cambiemos está tratando de ganar las elecciones de 2017
y que a partir de allí realizará los grandes cambios, con un Congreso más favorable. Es evidente que
tratará de ganar las próximas elecciones, pero no es tan obvio que tenga vocación y convencimiento
para hacer los cambios que revolucionen la economía y la sociedad. Y aquí llegamos al meollo del asunto.
Quienes criticamos a “apenas 5 meses de asumir” el enfoque económico del Ejecutivo, no desconocemos
el problema que implica un Congreso dominado por peronismos diversos (siempre el peronismo se
muestra con ropajes y papeleses diversos). Tampoco esperamos una solución instantánea, ni ignoramos
la advertencia de: “El país se incendiaría si hubiera un ajuste”. ¿Qué nos preocupa entonces? Aquí va.
-Que en serio se crea que no hace falta bajar el gasto, o que se crea que el gasto hay que bajarlo cuando
haya crecimiento. Eso sería desconocer demasiado el funcionamiento moderno del mundo económico y
de la inversión, para no hablar de los fundamentos económicos sólidos.
-Que no se conozca un plan de equilibrio fiscal de mediano plazo que sirva de marco a la actividad local,
a los inversores, a las empresas y los capitales que quieran radicarse y a quienes quieran arriesgar su
patrimonio en el país. Peor aún, preocupa de que no se advierta la necesidad de confeccionarlo.
-Que el modelo proteccionista militar-peronista que tanto criticamos y que tanto perjudicó al consumidor y
al país por más de 70 años no tenga visos de cambiar, y que, por el contrario, muchos de los defensores y
los beneficiarios de ese modelo sigan siendo protagonistas de la economía del futuro, con todas las mañas
y los perjuicios implícitos.
-Que el transitorio alivio que puedan brindar un endeudamiento fácil pero costoso, un blanqueo fácil pero
dudoso y una exportación primaria que resurgirá casi por su propio peso, obre como un bálsamo que alivie
y que permita finalmente que todo siga igual en el largo plazo. Es decir, que esta etapa sea una de las
tantas fases cíclicas que terminan como sabemos que terminan.
-Que Cambiemos sea apenas una consigna para salir del desastre peronista, pero que se diluya 
antes de ser una propuesta superadora y ganadora como podría ser si en este momento, no dentro 
de un año, se sentaran las bases sólidas de un sistema nuevo, potente y basado en la libertad.
-Que el conformismo de decir: “Estamos mejor que con el kirchnerismo” nos haga bajar la vara o tolerar las
soluciones a medias, o aceptar las reformas parciales, o perpetuar las viejas prácticas.
-Que se pierda el momento y que se terminen camuflando dentro del supuesto nuevo modelo económico
las viejas estructuras, costumbres, vicios y protagonistas.
-Que triunfe la impunidad política, social y económica.
Podríamos repetir lo que hemos dicho tantas veces en términos técnicos o resumir las puntualizaciones de
los economistas más lúcidos de nuestro medio, pero esencialmente este punteo las incluye.
Por eso creemos que no hay que enervar la discusión ni la crítica frente a cualquier proyecto o medida.
Debe ser nuestro aporte como técnicos, como periodistas y como ciudadanos. No se trata de una discusión
académica ni filosófica. Se trata de cambiar el país para que recupere su grandeza.
Echarle la culpa al kirchnerismo sirve para esta vez, no para todas las otras veces pasadas. No para
el futuro. Cambiar de populismo no va a servir, en ningún plano. Por lo menos quien escribe estas líneas
no quiere sentirse responsable por callar ahora.

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Peronistas somos todos

Por Dardo Gasparré
Es conocido el chantaje de gobernabilidad que le plantea el peronismo a Cambiemos, que lo obliga, entre otras cosas, a apostar ya por las elecciones de 2017. Analicé el tema en una nota, en febrero, en este diario.
No cometo el error de creer que existen varios peronismos que se comportan de distintos modos, sino que lo considero un colectivo único, con órganos sanos y enfermos, con células y bacterias minuciosamente funcionales, algunas atroces y monstruosas, pero todas conducentes a su reproducción y su perpetuación como misión excluyente.
Ese condicionamiento empeora y se vuelve peligroso cuando martilla sobre las dudas conceptuales o técnicas del oficialismo, su falta de convicciones ideológicas y técnicas, o simplemente su temor a la reacción popular, al tumulto, al estallido callejero o a que le planten un muerto en alguna refriega.
En nombre de la gobernabilidad y la paz social, el Gobierno ha cedido no sólo en la baja del gasto, que prácticamente no encaró, sino en la creación de nuevo gasto o nuevo déficit. Avanza ahora con la promesa de mucho más gasto en la caja de Pandora jubilatoria que ha destapado, sin que se vislumbren aún las consecuencias de semejante decisión.
El peronismo fuerza a Cambiemos a ser todavía más generoso con los pensionados, por ejemplo, no conforme con haber regalado millones de jubilaciones sin aporte. Y el Gobierno lo complacerá. Y seguramente aceptará otros cambios que también pegarán en el gasto. Lo que hasta el 10 de diciembre el ex Gobierno retaceaba a los jubilados, ahora parece ser un derecho sagrado que le reclama a Mauricio Macri.
Quiere un blanqueo casi sin costo para los blanqueadores, pese a haber fracasado pocos meses atrás con una idea similar, con lo que profundiza el déficit al eliminar un recurso con el que contaba la administración para afrontar los pagos de juicios.
El aparato justicialista ha logrado que se siga gastando lo mismo que antes en financiar medios del Estado que se usan para lo mismo que se usaban, y aún se da el lujo de reclamar, porque quiere más espacio y financiamiento para predicar con más ganancia.
Cambiemos ha sido puesto a la defensiva. Tiene que coimear a diario a la sociedad para poder mantener supuestamente su legitimidad. Así, a seis meses de haber asumido el poder, nada hace suponer que el déficit bajará, salvo el optimismo, que no es un componente presupuestario.
Por ello, el oficialismo empieza a clamar por la inversión, que no sólo es la peor manera de atraerla, sino que es una esperanza exagerada: la inversión viene cuando hay proyectos, los proyectos requieren estabilidad económica, términos relativos recompuestos y variables lógicas. Nada de eso ocurre todavía.
¿Pero es todo culpa del peronismo? ¿El que se conoce como el círculo rojo no coincide en las mismas ideas? ¿No son todos peronistas, como decía Juan Domingo Perón? ¿El concepto de mantener un gasto alto para fomentar el consumo, el proteccionismo fatal, la sociedad (asociación) con el sindicalismo, no constituyen también la biblia de la alta empresa nacional? ¿No quieren todos un blanqueo complaciente y barato?
¿Y muchos funcionarios de gran influencia no comulgan con las ideas simétricas de control de precios, acuerdos multisectoriales, regalos de pensiones a la población, lucha contra la desigualdad vía impuestos y exacciones, estímulos a la producción local por medio de permisos, ventajas y prebendas?
¿El sistema energético tiene autoridad moral para imponer ajustes a la sociedad? Los escándalos silenciados de Cerro Dragón y Chevron, por caso, esfuman la diferencia entre el presente y el pasado.
El caso Báez luce cada vez más como gatopardismo. El sistema de obra pública nacional es, desde antaño, un gigantesco cártel. Exagerado desde el 2003, pero el concepto de cártel implica muchos protagonistas. No caerán. Del mismo modo que el blanqueo será secreto, furtivo y tolerante. Lo presagia el silencio del Banco Nación, que no denuncia aun hoy a los blanqueadores con certificados de depósitos para inversión (Cedin).
Lo que algunos técnicos generosos califican de keynesianismo, como si lo que ocurriera fuera fruto de una divagación teórica, debería llamarse desarrollismo, que es finalmente el mismo sistema, maquillado, que nació con el golpe de 1930, se consolidó con Perón y se modernizó hasta hoy con distintos apodos. Por eso, hay que ser muy cautos con las expectativas de inversión.
El Gobierno está cada vez más jugado a financiar gastos con dólares, de cualquier procedencia. Eso implica mayor emisión, atraso de tipo de cambio o altas tasas de interés en algunas de sus combinaciones. Lo que, a su vez, implica pobres crecimiento e inversión.
En ese escenario, que es el mismo en el que se han amasado las grandes fortunas nacionales, ¿será el peronismo el lobby ante el Gobierno del círculo rojo y su amado proteccionismo-desarrollismo? ¿O simplemente al Gobierno no le resultan tan desagradables muchas de las posiciones peronistas, desarrollistas y proteccionistas?
El politólogo y pensador Francis Fukuyama dice que el clientelismo populista hace que, en vez de lograr consenso con políticas que beneficien a toda la sociedad, se coimee a esa sociedad con medidas sectoriales o individuales para lograr su apoyo, lo que constituye un formidable desperdicio de recursos. ¿No seguimos cayendo en esa errónea práctica?
Cambiemos tiene que reflexionar y cambiar.
El autor es periodista y economista. Fue director de El Cronista y director periodístico de Multimedios América.



Van menos de seis meses

Dardo Gasparre
Más allá del enfoque que cada uno tenga sobre las políticas que se están llevando a cabo, es indiscutible que el Gobierno de Cambiemos está enfrentando todos los problemas que componían la larga herencia kirchnerista y acaso otras más antiguas.
A diferencia de Cristina de Kirchner, que para mantener la iniciativa sobre la agenda inventaba conflictos, proponía y aprobaba raras leyes de igualdad, vacías de contenido, o iniciaba cruzadas contra los medios o contra el mundo externo como una suerte de Quijote desaforado, Mauricio Macri controla y dicta la agenda política atacando problemas concretos y de interés generalizado.
Los temas que proponía la ex Presidente solían ser épicos y burocráticos, con ataques permanentes a los derechos de los ciudadanos o por lo menos molestos y lesivos a esos derechos. Sobre todo, urticantes para la mitad del país, casi matemáticamente y, en general, inconducentes. Cambiemos está tacleando los temas importantes, a veces urgentes, a veces profundos, a veces de largo aliento, que dejó palpitando el Gobierno del Frente para la Victoria y sus socios. El cepo, las retenciones, los pagos de importaciones, el default eterno, la reinserción en el sistema mundial, fueron las urgencias que encaró, con bastante solvencia y acierto, con observaciones varias, por supuesto. La apertura de las discusiones sobre seguridad y reforma política, que ciertamente requerirán políticas de Estado para ser eficaces, y temas tan variados como la discusión no terminada de Fútbol para Todos o de los medios oficiales.
Abruma pensar la cantidad y la diversidad de los problemas que se debe atacar, y también da una cierta tranquilidad saber que se están atacando, por supuesto que con distintos niveles de competencia y acierto. La deuda con los jubilados, la coparticipación, el blanqueo, la inserción en el comercio mundial, la reevaluación del Mercosur, son ahora los nuevos temas que aparecen, todos urgentes, pero también de una enorme complejidad.
Como enmarcando esas políticas viene la escenografía de la lucha contra la inflación, que ocupa el centro del escenario, aunque no sea el centro de la escena. Cambiemos impone su agenda, pero, paradojalmente, no controla a los otros actores políticos, que son los legisladores, ni a la Justicia, que seguramente será más adelante otro cambio de fondo a considerar. Esta situación, como es notorio, lo obliga a negociar, pero no en términos políticos, en el sentido sano del término, sino en aspectos y especies muy poco apreciados por la ciudadanía y casi nunca tolerados, sobre todo después del saqueo kirchnerista.
En ese contexto, hay quienes sostienen que Cambiemos está tratando de ganar las elecciones de 2017 y que a partir de allí realizará los grandes cambios, con un Congreso más favorable. Es evidente que tratará de ganar las próximas elecciones, pero no es tan obvio que tenga vocación y convencimiento para hacer los cambios que revolucionen la economía y la sociedad. Y aquí llegamos al meollo del asunto.
Quienes criticamos a “apenas 5 meses de asumir” el enfoque económico del Ejecutivo, no desconocemos el problema que implica un Congreso dominado por peronismos diversos (siempre el peronismo se muestra con ropajes y papeleses diversos). Tampoco esperamos una solución instantánea, ni ignoramos la advertencia de: “El país se incendiaría si hubiera un ajuste”. ¿Qué nos preocupa entonces? Aquí va.
-Que en serio se crea que no hace falta bajar el gasto, o que se crea que el gasto hay que bajarlo cuando haya crecimiento. Eso sería desconocer demasiado el funcionamiento moderno del mundo económico y de la inversión, para no hablar de los fundamentos económicos sólidos.
-Que no se conozca un plan de equilibrio fiscal de mediano plazo que sirva de marco a la actividad local, a los inversores, a las empresas y los capitales que quieran radicarse y a quienes quieran arriesgar su patrimonio en el país. Peor aún, preocupa de que no se advierta la necesidad de confeccionarlo.
-Que el modelo proteccionista militar-peronista que tanto criticamos y que tanto perjudicó al consumidor y al país por más de 70 años no tenga visos de cambiar, y que, por el contrario, muchos de los defensores y los beneficiarios de ese modelo sigan siendo protagonistas de la economía del futuro, con todas las mañas y los perjuicios implícitos.
-Que el transitorio alivio que puedan brindar un endeudamiento fácil pero costoso, un blanqueo fácil pero dudoso y una exportación primaria que resurgirá casi por su propio peso, obre como un bálsamo que alivie y que permita finalmente que todo siga igual en el largo plazo. Es decir, que esta etapa sea una de las tantas fases cíclicas que terminan como sabemos que terminan.
-Que Cambiemos sea apenas una consigna para salir del desastre peronista, pero que se diluya antes de ser una propuesta superadora y ganadora como podría ser si en este momento, no dentro de un año, se sentaran las bases sólidas de un sistema nuevo, potente y basado en la libertad.
-Que el conformismo de decir: “Estamos mejor que con el kirchnerismo” nos haga bajar la vara o tolerar las soluciones a medias, o aceptar las reformas parciales, o perpetuar las viejas prácticas.
-Que se pierda el momento y que se terminen camuflando dentro del supuesto nuevo modelo económico las viejas estructuras, costumbres, vicios y protagonistas.
-Que triunfe la impunidad política, social y económica.
Podríamos repetir lo que hemos dicho tantas veces en términos técnicos o resumir las puntualizaciones de los economistas más lúcidos de nuestro medio, pero esencialmente este punteo las incluye.
Por eso creemos que no hay que enervar la discusión ni la crítica frente a cualquier proyecto o medida. Debe ser nuestro aporte como técnicos, como periodistas y como ciudadanos. No se trata de una discusión académica ni filosófica. Se trata de cambiar el país para que recupere su grandeza.
Echarle la culpa al kirchnerismo sirve para esta vez, no para todas las otras veces pasadas. No para el futuro. Cambiar de populismo no va a servir, en ningún plano. Por lo menos quien escribe estas líneas no quiere sentirse responsable por callar ahora.