OPINIÓN | Edición del día Sábado 05 de Marzo de 2016

Democracia y gestión

Se alborotaron muchas plumas con algunos de mis comentarios sobre la poliarquía uruguaya izquierdista y su gobierno paralelo. Me obliga a aclarar algunos puntos, o más bien a reforzarlos.

Los partidos no son un invento oriental. Existen casi desde los comienzos de las democracias modernas. La concepción misma de la URSS se basaba en un partido, como China hoy. Estados Unidos, Gran Bretaña, Argentina, tienen una larga tradición de partidos. Como se ha visto tantas veces, eso no garantiza nada.

Si el sistema político uruguayo funciona adecuadamente, no es debido a los partidos, sino a la calidad de sus ciudadanos. Diría que a veces es maravilloso que sea ejemplo de democracia pese a algunos partidos.

Pero salvo en el comunismo más rancio y otras autarquías similares, los partidos no se arrogan el derecho a ordenarle al presidente y los legisladores lo que deben hacer o votar. Influyen, presionan, definen eventualmente elecciones. A veces pretenden ser los dueños de las bancas, una aberración democrática.

Leyendo las constituciones de casi todos los países modernos, Uruguay incluido, se ve que no tienen previsto que los partidos birlen la representación directa del pueblo que tienen los legisladores. El Frente Amplio cree que puede hacerlo.

Justamente en el caso del Frente, su intervención en la democracia es todavía más caótica. Al ser una alianza de varios partidos y corrientes, su influencia es confusa, continua, contradictoria y perniciosa. Y bastante reñida con la Constitución, si no he leído mal. Asesórenme, por favor.

Pero lo peor, y ese ha sido siempre el centro de mi opinión, es cuando ese Frente Amplio intenta gerenciar empresas o actividades que requieren eficiencia y resultados. Ahí el concepto de la poliarquía resulta peligroso, nocivo, ridículo y siempre costoso para la población.

El gerenciamiento, aun en este mundo de gestión grupal y trabajo en equipo (que diluye toda responsabilidad) no es democrático. Mucho menos puede ser dirigido por el voluntarismo ignorante de un condominio político que no discute realidades sino diatribas, ideologías y no ideas.

ANCAP es un ejemplo fácil, pero no debería ser olvidable. Ni siquiera por la constatación de un falso título universitario. ¿Cuántos ANCAP hay en la Administración, escondidos en el palabrerío multipartidario del Frente Amplio?

Nadie se debería dejar engañar creyendo que los desaguisados que se cometen tienen que ver con la democracia. Tienen que ver con la estudiantina envejecida de discurso revolucionario obsoleto metida a manejar tentadores presupuestos.

Democracia es el gobierno del pueblo para el pueblo. Perdón, del partido.



OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Marzo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


El plan maestro de Macri


Conmueve, casi, que tantos connacionales – y uruguayos– estén expectantes por el discurso ante el Congreso que cuando usted lea esto ya habrá pronunciado el presidente Macri.

Somos especialistas en ejercitar nuestra esperanza y en inventar supuestos hitos o puntos de inflexión. “Macri en su discurso va a decir todo lo que encontraron”, “después que le aprueben el arreglo con los holdouts Mauricio va a empezar el ajuste”, “ en cuanto entre la inversión externa y se cree trabajo empezamos a echar empleados públicos”, frases comunes en la literatura cotidiana de café, o de Twitter.

Frases de ese tipo venimos diciendo desde hace muchos años, para terminar en grandes desilusiones. El país soñaba que hoy el presidente, cual nuevo Churchill, tras enumerar los desastres heredados y los robos kirchneristas, lanzaría su plan maestro de rescate y ofrecería a todos “sangre, sudor, trabajo duro y lágrimas”.

Comprendamos la personalidad, la situación y la concepción económica del presidente. Políticamente está condenado a dormir con el enemigo hasta 2017. Si bien tiene la billetera, como amamos decir en nuestro doble estándar ético, no parece querer arriesgarse a denunciar penalmente a quienes tiene que convencer de votar sus leyes, aún cuando posea mecanismos para doblarles la mano, o aceitársela.

Un discurso denunciando el robo a mansalva en cada uno de los presupuestos, como efectivamente ha ocurrido, implicaría la obligación de denuncias penales masivas. Es posible que por vías indirectas, la actuación de oficio de los fiscales, o con denuncias de terceros, se logre algún castigo a los ladrones. Pero no será por acción directa del Poder Ejecutivo. Entonces se seguirá agitando el descalabro y exceso en el gasto, los ñoquis y el despilfarro, pero no mucho más.



Una parte de la sociedad ama creer que Macri quiere efectivamente hacer un ajuste, cosa que él mismo ha negado en varias oportunidades, tal vez por conveniencia política, pero también porque está en su ADN. Su formación, su convicción, su fortuna, su modo de vida, su historia, están atadas al proteccionismo, que ahora se apoda desarrollismo. Variantes del mussolinismo de los años 40 que aplicó Perón y que siguen con plena vigencia.

Ese proteccionismo tiene como socios inseparables e irrenunciables al gremialismo, al Estado y al gasto público del cual se nutre de todas las formas. Creer que eso cambiará es un sueño exagerado e imposible.

Por el lado de las empresas del estado, otra pata del proteccionismo y gran fuente de ingresos para el populismo contratista empresario, también socios de las gremiales, la idea de Macri es hacerlas eficientes y bajar al máximo su pérdida, hasta niveles tolerables.

Lo aburro explicando que eso han soñado miles de gobernantes y terminaron devorados por el monstruo de la burocracia. Uruguay lo sabe –si quiere saberlo– mirando lo que pasó y seguirá pasando con ANCAP y lo que pasará con Alas Uruguay en un futuro cercano.

Podría pensarse en el anuncio de un plan contra la inflación, en tren de soñar. Un plan antiinflacionario sin bajar el gasto, con medidas que lo aumentan o que bajan la recaudación, por justificadas que fueren, es apenas un título.

Hasta ahora se ha recurrido a medidas de política monetaria que sólo son útiles como un puente hasta que el déficit baje, no como solución de fondo. Para peor, al cumplir los escandalosos contratos de dólar futuro en nombre de la seguridad jurídica, el Banco Central se obligó a emitir 72.000 millones de pesos en pocos meses. Agregando las tasas que se pagan para esterilizar pasadas y actuales emisiones, la tendencia es al estallido más que a la normalidad.

Transcurrido apenas el 5% de su mandato, la proverbial esperanza nacional prefiere seguir corriendo el arco: “si hace lo que tiene que hacer estalla todo, démosle tiempo”, es la frase mas escuchada. Ya se olvidó la famosa luna de miel de los primeros 100 días. Se patea el momento ideal para más adelante.

Pero la cruda pregunta sigue siendo la misma: ¿quiere Macri hacer lo que tantos creen que va a hacer “en el momento oportuno” ? Creo que no. O ni.

La esperanza del gobierno, y de todos, está en el crecimiento salvador que cree empleo privado, absorba vagos y licue el déficit vía más recaudación. Eso ha dicho el presidente cuantas veces pudo. ¿Crecimiento de qué?

De la obra pública por un lado. Macri ha reflotado un viejo plan de aliados de su padre Franco: endeudar al estado para hacer una gigantesca red de carreteras e infraestructura nacional que mejore la competitividad y la interconexión.

Si bien parece volver a minimizar al ferrocarril, tal idea luce positiva. Lástima que el mecanismo de endeudar al estado para pagar a los contratistas privados, (también en el ADN presidencial) es la historia misma del gasto público y la corrupción, problema central del país. Mucho no cambiamos.

El otro polo de crecimiento es el agro. En efecto, simplemente anulando las medidas insensatas de Cristina el sector crecerá. ¿Lo suficiente? Los precios de los commodities bajan y bajan y el tipo de cambio no parece alcanzar para compensar el aumento de costos generado por el regalo de la emisión irresponsable del gobierno anterior.

Queda el sueño de la inversión. Por inversión muchos entienden la compra de bonos, justamente todo lo opuesto. Entiendo por inversión la radicación de empresas que a su riesgo avanzar en emprendimientos de todo tipo, sin asociación ni participación del estado, salvo el control de sus compromisos o del cumplimiento de la ley.

Esas están lejanas. Los argentinos han decidido oponerse a la privatización de empresas de servicios, como ferrocarriles, subterráneos o generación eléctrica. Salvo que esas gestiones la lleven a cabo empresas sospechadas y prebendarias, como ocurre en el petróleo. En tales condiciones, la inversión externa es una frase. Siempre habrá alguna automotriz que invierta unos dólares en el Mercosur, o algún amigo que haga un nuevo galpón de etiquetado en Tierra del Fuego, pero para inversiones en serio falta mucho camino. Y proyectos.

Los altos costos laborales, con una justicia sesgada contra el empleador, los impuestos que no bajarán, los costos de combustibles y tarifas y muchas restricciones cambiarias que subsisten, ponen la opción de inversión en un plano lejano, al final de un proceso de cambio profundo, que ni siquiera se ha digerido. Esto lo entenderá Uruguay, condenado a la inversión cero por muchos años en nombre de la soberanía y la seudoprotección del empleo, un real disparate.

Queda entonces como opción el endeudamiento externo. El arreglo con los holdouts, una simple obligación que Argentina debió cumplir hace mucho, parece ahora un logro épico. Lo es. El gobierno ha apostado y resignado mucho para lograr la aprobación del Congreso.

Gobierno y gobernadores esperan ansiosamente el arreglo que permitirá un nuevo endeudamiento. Esa deuda servirá para pagar a los felices contratistas del estado las obras de infraestructura como el plan Belgrano, de US$ 20.000 millones, pero también para pagar gastos corrientes y ganar tiempo, supuestamente para bajar la importancia relativa del gasto en el PIB, vía aumento del PIB, no baja del gasto.

Y ese es el secreto. En términos económicos, el plan maestro de Macri es endeudarse en US$ 45.000 millones este año. Aferrado a las encuestas que obedece religiosamente y que jamás osará desafiar, no será Churchill, tal vez sea Keynes, o Roosevelt.

Hoy, nada tiene para ofrecer, salvo deuda. El resto es discurso.

OPINIÓN | Edición del día Martes 23 de Febrero de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador 

Amigos para siempre, ¿y?

En cuanto el hada maléfica se fue, Argentina y Uruguay han vuelto a ser amigos. ¿Y ahora? Como dice el proverbio chino, “ten cuidado, Dios puede concederte aquello que pides”.

Ahora se desnuda la falta de proyectos e ideas. Con un Brasil decaído y sin conducción, los dos países del Plata deberían ser capaces de generar algunas ideas fuerza, algún emprendimiento potente. Sobre todo Uruguay, que necesita urgentemente de alguna concepción superadora tras quedarse sin el negocio financiero internacional y con la actividad inmobiliaria de origen extranjero herida de muerte por el GAFI y el Sunca.

La planta de gas licuado no es un emprendimiento conjunto, ni siquiera es por ahora más que un cash flow. (Aunque sirvió para que el precio de la planta aumentara sustancialmente en los papeles.) Es un proyecto marginal que dependerá eternamente de los precios internacionales y de Bolivia, con todos los vaivenes que ello implica.

Tampoco parece ser una idea de fondo la organización de un mundial de fútbol conjunto, una chiquillada de los dos presidentes, probablemente un emprendimiento ruinoso, como sabe Brasil.

Muchos años de estatismo han paralizado la creatividad y el empuje de los rioplatenses. Tantos años de kirchnerismo y frenteamplismo no pueden dar como resultado ninguna creatividad que no sea la de tratar de sacarle algo al Estado, con o sin honestidad.

¿A alguien se le ocurre algún emprendimiento conjunto privado? ¿A alguien se le ocurre una idea donde los Estados sean solo facilitadores y no socios, empresarios, prestadores ni operadores, garantías todas de fracaso?

Un ejemplo fácil y obvio sería el viejo tema pendiente del puente entre Punta Lara y Colonia, con la utilización de puertos uruguayos, existentes y a construirse. Esa idea tiene que explorarse vehementemente. Pero no me refiero a un proyecto entre prebendarios privados argentinos y estatistas uruguayos, sino a un proyecto con inversión internacional en serio, no con argentinos como Spadone, Campiani y Molinari, que suelen ser el tipo de socios elegidos por los orientales para perder plata.

No con China, que hasta ahora ha servido como pantalla regional para cuanto negocio turbio apareciese, sino con empresas prestigiosas y serias internacionales que se ocupen del financiamiento y desarrollo. No con la trampa del consorcio mixto entre extranjeros y locales, ni entre el estado y los particulares. Un emprendimiento privado, con perdón de la palabra. No una ANCAP ni una YPF. Ni una Pluna ni una Aerolíneas.

Suponiendo que eso entre en nuestras cabezas, lo que ya sería un logro importante, empecemos a pensar. Un cambio revolucionario en el sistema logístico del Mercosur, y aun de Chile. Que por supuesto requiere acuerdos, audacias y concesiones importantes entre los dos países, que justamente es lo que se puede conversar cuando no hay enojos ni rencores.

Una fuente de trabajo para ambas naciones, tanto en la construcción como en el proyecto futuro. Una plataforma de crecimiento impensada. Pero mucho más. La posibilidad de creación de zonas francas verdaderas compartidas y con un paquete de leyes y aranceles más atractivos que las de hoy. Con legislación laboral diferenciada. Claramente las actuales no sirven para nada, mucho menos para generar trabajo.

Y si se continúa el sueño, se puede pensar en transformar a Colonia, hoy una explaza financiera en proceso de desguace, en una plataforma de trading regional muy poderosa, y hasta global. Y esto puede hacerse pese a las histéricas reglas internacionales que en definitiva son monopólicas. Basta ver lo que hacen hoy plazas como Singapur y Hong Kong, que continúan trabajando para crecer inventando proyectos nuevos cada día.

O la creación del mejor centro universitario de la región (privado, por supuesto), con títulos válidos en todo el Mercosur. O del mejor centro de estudios científicos o tecnológicos. O la mejor medicina. O lo que se nos ocurra. O se le ocurra a los creadores. Pero a riesgo privado, no estatal.

Es obvio que si se deja ese proceso en manos estatales o de la poliarquía, las ideas y los logros serán muy pobres. Imaginemos al Frente Amplio debatiendo internamente durante diez años estas ideas, para descartarlas por atentar contra la soberanía.

La función de los estadistas modernos, si alguien se preciara de serlo, es llevar a sus pueblos del lugar en que están a un lugar en el que nunca estuvieron. Para eso hay que ser capaz de soñar y no ser un mero esclavo de la burocracia.

Entramos en un mundo donde seremos liberales aunque no tengamos ganas de serlo. Todos los países deberán competir por su supervivencia y su bienestar. La costumbre de mirar hacia adentro para ver a quién sacarle algo para repartir tiene su límite y lleva a la mediocridad eterna.

Por supuesto, a usted le pueden parecer absurdas estas ideas, como suena absurda cualquier idea hasta que tiene éxito. ¿Tiene otras? ¿No habrá otras si se abre el juego? ¿No hay nada más que podamos hacer juntos con una cuenca como la del plata, un idioma común, un Mercosur, dos voluntades unidas y sobre todo con nuestra mentada inteligencia y viveza? ¿ Nos limitaremos a un proyecto conjunto para reflotar una fábrica de pollos?

Y aquí se plantea crudamente la diferencia entre los sistemas estatistas y los sistemas basados en la libertad. El estatismo, más allá de las ideologías, es el sistema preferido de los que tienen miedo a emprender, de los que no se atreven a soñar.

Si los presidentes Vázquez y Macri quieren dar un puntapié inicial, preferiría que fuera en esta epopeya conjunta. No en un mundial de fútbol.

Podemos refugiarnos en nuestras pequeñas desconfianzas y mezquindades de cada día. Pero si no somos capaces de hacer esto, dejemos de hablar de que nos insertaremos en el mundo. Simplemente no es cierto.

En el mundo se insertan los ganadores.

OPINIÓN | Edición del día Martes 16 de Febrero de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Crisis del otro lado del río

Se incuban crisis en ambos lados del río. Aún no se perciben con claridad, y hasta parecen distintas, pero tienen iguales orígenes y devenires muy parecidos; habrá que ver si alguien se atreve a prever el final.

Uruguay y Argentina salieron de la catástrofe de 2001 de modo diverso. Uruguay con sobriedad, seriedad y orden. Argentina, a los ponchazos, con ajuste por caos, sin seriedad ni respeto por el derecho. A partir de ese momento, los dos países se beneficiaron con el mejor momento económico para sus productos desde la segunda guerra, en un contexto todavía más favorable.

Pero también los dos países enfrentaron esa oportunidad con gobiernos y pueblos ávidos de populismo. Con estilos diferentes. El uruguayo más calmo, con su democracia poliárquica socialista, apegado a la ley y a las formas. El argentino declamativo, de barricada, prepotente y al borde de la autocracia. Con niveles de corrupción distintos, aceptemos.

Sin embargo, el fondo fue el mismo: repartir lo que tan fácilmente entraba. Usar los ingresos adicionales ajenos para redistribuirlos entre los aparentemente más necesitados vía retenciones, impuestos, gabelas, tarifas o cualquier otro método. Engordar el Estado con empleados, contratos, obras, siempre sin preocuparse de la eficiencia ni del contralor de gestión y aun de ética. Con distintos modos y modales, pero lo mismo.

Las consecuencias son parecidas: un Estado enorme, ineficiente, tonto, caro y a veces corrupto, (en Argentina casi siempre) un cuerpo legal laboral inflexible y fatal, un sector privado sin músculo o protegido, un sistema educativo deteriorado y sindicalizado, una sociedad sin ideas ni entusiasmo.

Ninguna de las dos orillas, aún, se ha cansado del populismo, por lo menos sus mayorías. El Frente muestra sus interminables deliberaciones inconducentes, casi al borde del papelón patético, pero no parece que la ciudadanía esté lista para cambiar la ideología que la rige, ni el mecanismo de conducción, ni la fuerza política que la inspire.

El macrismo, que triunfó bajo el lema Cambiemos, no parece listo todavía para cambiar demasiado. Acaso la enorme diferencia que significa no tener al kirchnerismo en el poder le da una tolerancia popular que aprovecha para no tener que enfrentar los cambios más duros. Acaso lo frena el miedo a las hordas camporistas-gremialistas-narcos.

En una gruesa simplificación, da la sensación de que los dos pueblos querrían lo mismo que hasta ahora, pero más eficientemente, más éticamente, con menos impuestos, más beneficios, más educación y más salud y seguridad. El populismo es como un zika que achica todos los cerebros, no solamente el de los fetos.

Agotadas las posibilidades de aumentar más impuestos y tarifas (crucemos los dedos), los caminos son menos. Continuar estos niveles de gasto, sobre todo respetar los supuestos derechos adquiridos, implica emitir o endeudarse. Uruguay, con su sistema suicida oficializado de indexar toda la economía por la inflación previa, tiene el mismo drama que Argentina no ha oficializado.

Bajar el gasto en Uruguay es impensable. Bajarlo en Argentina es pensable, pero no pasará. Ninguno de los dos países tiene capacidad instantánea de generación de empleo privado. En esto Argentina tiene más chances, pero necesita crear un número de empleo privado equivalente al doble de toda la población oriental.

El monetarismo empleado hoy en ambas márgenes, es de corto plazo. El concepto de gastar, crear déficit, emitir, luego esterilizar con tasa de interés, estalla como cualquier otra burbuja si se prolonga. También el de ir “muñequeando” el tipo de cambio para que la inflación no lo atrase.

El camino ideal que acarician los dos países hermanos, es el de crecer e ir ajustando gradualmente los desequilibrios. Es un buen sueño. De una noche de verano. El gradualismo solo sirve para que el virus del estatismo y la burocracia se reproduzca a más velocidad y combata exitosamente los anticuerpos del ajuste.

Queda el camino del crecimiento. Lástima que se nos ocurre esa idea cuando el mundo ha parado de crecer, de competir y de abrirse comercialmente. Lástima que hayamos vuelto a ser pobres campesinos vendiendo al precio que nos quieren pagar.

Crecer es posible, pero toma tiempo, demasiado tiempo, y también implica un gigantesco sacrificio al que nuestras sociedades se han desacostumbrado. Exportar es importar, y es bajar los sueldos y los costos hasta que nos compren algo manufacturado.

Resta entonces el recurso fácil del endeudamiento. Argentina ya lo ha elegido por amplia mayoría. (Las amplias mayorías argentinas terminan siempre en algún desastre.) Uruguay todavía no lo ha explicitado, pero entre el ajuste y la deuda, el Frente Amplio no vacilará.

Aunque la deuda no conlleve ya internacionalmente la sacrosanta impronta de su cumplimiento, endeudarse con los actuales fundamentos económicos presagia un default en un futuro a mediano plazo, una apuesta a un plan que no se tiene ni es factible.

Argentina tiene más chances y más recursos dormidos. Pero sus números, con 45% de la población dependiendo directamente del estado, (incluyendo familiares el cálculo es mucho mayor) meten miedo. Uruguay tienen menos chances por el lado de los recursos, aunque los valores absolutos sean mucho menores.

Es claro que todo el mundo tiene problemas. Pero los emergentes suelen pagar muy caro las crisis que otros pagan barato.

Tengamos fe y esperanza. Siempre se puede aguardar algún milagro. Dios era rioplatense, ¿no?, como Gardel.



Una libra de carne

Dardo Gasparre
Mauricio Macri mira ya a las elecciones de 2017. No tiene otro camino. Su apuesta en los dos próximos años es apenas mostrar algunos logros de relativa importancia, pero no a costa de perder el apoyo del Congreso en leyes que necesita imperiosamente para que el país vuelva a funcionar.
En ese malabarismo, debe oscilar entre desilusionar a quienes esperan decisiones fundacionales y desairar a quienes no quieren resignar ni un centavo en el robo futuro, no conformes con el robo pasado, estatal y privado.
La clave es llegar a esas elecciones con un razonable nivel de popularidad, sin que en el camino se hayan producido desastres en materia social, política, económica, de salud o de seguridad.
Esto parece un objetivo muy pequeño, pero, sin embargo, es esencial para poder enfocar cambios en serio, que implícitamente se sobreentendieron con el nombre de su alianza.
Más allá de las políticas que Cambiemos pretenda aplicar, necesita que la masa residual kirchnerista que resiste en las dos cámaras desaparezca por la simple matemática democrática. Cualquier resultado de los comicios parlamentarios le asegurará por lo menos la posibilidad de negociar la legislación de fondo. Y de evitar las leyes y las acciones obstruccionistas que se preparan.
Esta necesidad de llegar a 2017 en condiciones razonables no es ignorada por los factores de poder político y económico. Por eso, se advierte el triste espectáculo de amigos y enemigos reclamando cada uno su libra de carne para apoyar o para no obstruir, en dramática parodia al mercader de Venecia. Y así aparecen todos los personajes.
Los gobernadores no aliados, que son peronistas o kirchneristas según les convenga, pero que quieren que sus barbaridades presupuestarias sigan siendo pagadas por el Estado nacional.
Los gobernadores aliados, que descubren ahora el federalismo y la coparticipación, una contradicción grosera y hacen juicio a la nación para cobrar deudas que ya cobraron vía chupamedismo a Cristina Kirchner.
Gobernadores de todo signo, que piden subsidios entongados con sindicalistas y empresas privadas para evitar que “se incendie el país”. Tal los casos de la industria del petróleo, una vergüenza, y de los bodegueros, una transferencia de pérdida por imprevisión. Y seguirán las firmas.
Los sindicalistas que, desde el apoyo o la oposición, desde el sector estatal o el privado, reclaman ahora por aumentos por sobre la inflación que ayudaron a crear, y el mantenimiento de un poder adquisitivo que jamás se mereció. Preparan la reedición de las huelgas de Saúl Ubaldini a Raúl Alfonsín.
El peronismo “peronista”, que pide en la sombra ventajas y prebendas para mantener contentos a sus amigos gobernadores, intendentes, punteros, empresarios y sectores de actividad afines, jurando que garantiza la gobernabilidad.
El peronismo kirchnerista, que pese a oponerse a todo también está dispuesto a negociar, en su mayoría, con las correspondientes contrapartidas. Esto será más cierto en el caso de los legisladores en la medida en que se acerque el límite de su mandato, momento en el que el conjuro de su hada madrina se esfumará y donde venderá [sic] caro su final.
Los empresarios, empezando por el círculo rojo, que inventan todos los días alguna necesidad social, algún subsidio para evitar el desempleo, algún acuerdo secreto con gobernadores para seguir ordeñando los presupuestos. Esto, sin haber empezado todavía el tironeo por obras públicas, licitaciones y anexos. El proteccionismo prebendario en su momento más rentable, aferrado al Mercosur indefendible.
Los banqueros y los financistas, que, por un lado, apoyan con crédito limitado, pero, por el otro, consiguieron un negocio monumental con los futuros del dólar, que inventaron con la gestión canallesca de Alejandro Vanoli, pero que exigieron cumplir, en nombre de la seguridad jurídica, a un país exangüe.
Los holdouts, que estaban dispuestos a hacerle quitas al Gobierno anterior, pero endurecen su posición cuando el país quiere pagar, a sabiendas de que pueden aprovecharse de la necesidad imperiosa de crédito e inversión.
La Justicia, desde algunos fallos inoportunos de la Corte hasta casos obstruccionistas que se preparan, y que serán negociables, al igual que decenas de casos pendientes. Los reclamos por la eliminación de subsidios serán una muestra representativa.
Ni siquiera tiene sentido hablar del sistema de medios, desesperado por la amenaza de la eliminación de la pauta, que los transforma en quebrados de un día para otro, ávido de cobrar favores.
En una estructura presupuestaria donde las provincias tienen el triple de empleados públicos que la nación, con un sistema democrático y partidista que se autoanula, las libras de carne se multiplicarán. Descarnadamente.
Cada cual quiere su libra de carne. Para apoyar, para no obstruir, para votar, para suavizar la crítica, para no oponerse. Pero una libra de carne por vez. Por cada favor, por cada concesión, por cada apoyo, por cada voto.
No hay apoyos ni acuerdos definitivos. Será caso por caso. Una libra de carne por vez. Como Shylock. Cobrando al contado rabioso. Macri sabe que tiene que pagar. Pero el cuerpo del que saldrán las libras de carne es el cuerpo martirizado y dolorido de la república.

Triste elenco político disputando
la presidencia de EEUU


            El socialismo después de la adolescencia es una estupidez, dice el viejo eslogan. Bernie Sanders, el socialista que disputa con Hillary Clinton la candidatura a presidente por los Demócratas, da amplia razón al aserto.


            Su discurso fue siempre y es ahora una mezcla de buenos deseos, errores conceptuales infantiles y preconceptos y supersticiones dignos de vecina ignorante de Brooklyn o del Bronx.


            Solamente se justifica su performance porque se enfrenta a Clinton, también con enormes discapacidades técnicas y políticas para manejar la realidad y los problemas concretos de la sociedad americana, como lo ha demostrado cada vez que tuvo que enfrentarse concretamente a ellos.


            Los diarios citaban anoche y hoy sus críticas al TPP, el tratado transpacífico que está en trámite de aprobación en el Congreso americano. "Es innecesario aprobar un tratado que hará que los trabajadores de Malasia sean explotados por las trasnacionales", fue su conclusión.


            Buen punto, Berni. Justo lo que necesitaba. Con un preocupante índice de desempleo, muchos países asiáticos aguardan cruzando los dedos que el tratado será aprobado.  Para esos países, y para su gente, el salario que paguen las trasnacionales, por bajo que fuera,  será una bendición, no un flagelo como teme el combativo senador.


            Además es ignorante de las características del tratado, que justamente obliga a los firmantes a mantener condiciones laborales que guarden similitud con las que existen en Estados Unidos, para evitar la competencia desleal, no necesariamente por altruismo.


            Sanders asume la actitud de un defensor de los derechos del trabajador en todo el mundo, papel que no le corresponde, pero al hacerlo también ignora la historia: desde Japón en adelante, pasando por todos los países ahora exitosos, las condiciones laborales de los países exportadores han empezado casi siempre al borde del trabajo esclavo, para ir evolucionando hasta alcanzar estándares a veces mejores a los americanos, para bien o para mal.


            También ignora la más elemental teoría económica. Lo que un país exporta es trabajo, capital e innovación. Un país semi-emergente tiene poco de capital y de innovación. Su única posibilidad, además de las materias primas que nunca son suficientes, es exportar trabajo barato. Malasia, como otros países, no tienen el temor de ser explotados por las trasnacionales. Quieren venderle a las trasnacionales.


            Mal momento para la política americana, con una disputa presidencial con personajes payasescos y precarios, en un arco que va desde la extrema derecha vociferante y xenófoba a la extrema izquierda desubicada y arcaica preocupada por los bajos sueldos de Asia. Porque detrás de Sanders y Trump hay personajes todavía más patéticos.




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Cambiemos (si podemos)

Dardo Gasparre
Hay quienes empiezan a sentir que el Gobierno de Cambiemos los ha desilusionado. No siento lo mismo: lo que ocurre, o no ocurre, era previsible. Nadie debió ilusionarse, en primer término. Las razones son varias.
La más evidente es la convicción de que el sistema democrático que nos rige es una estafa a la voluntad popular. Y ni siquiera hablaré de fraude. La lista sábana anula toda posibilidad de que los diputados tengan voluntad propia. El cambio del infame Pacto de Olivos que entronizó a los partidos en la Constitución lo convalida y graba a fuego. Con los senadores ocurre algo similar, aunque más constitucional. Son herramientas de los gobernadores en su búsqueda incesante de fondos.
En esas condiciones, las herramientas de negociación son la caja, los cargos, la obra pública y la deuda. El mismo sistema que se usó en Ciudad Autónoma de Buenos Aires para gobernar en minoría. Imposible creer que de ese sistema surgirá alguna reforma profunda en ningún orden.
La segunda convicción sobre el sistema democrático es más profunda. Tengo serias dudas de que tanto en Argentina como en cualquier otro lado la mayoría quiera minimizar el Estado, ceder lo que considera sus derechos adquiridos o simplemente sus derechos divinos. No es cierto que la gente se venda por un pancho: se vende por un plan, un subsidio, una dádiva, un permiso para delinquir, un puesto, un sistema educativo que otorgue títulos sin esfuerzo ni talento.
Es difícil creer que el amplio sector que piensa de ese modo acepte ceder sus supuestas conquistas. Sobre todo si las paga el sector que sí trabaja, se esfuerza, ahorra, se sacrifica y produce.
Entra ahora en escena el mazacote de la asociación ilícita implícita entre el sindicalismo, el proteccionismo, el prebendarismo y los empresarios ladrones del gasto estatal. No los agrupo de casualidad. Deliberadamente o no, obran siempre en sincronía y funcionalmente al dispendio, la corrupción, el cierre de la economía y la ineficiencia en términos locales e internacionales. Su contrapartida es el saqueo del Estado a los patrimonios y al legítimo lucro de los que trabajan en serio, se arriesgan y producen.
Sus consecuencias naturales y sistemáticas son el déficit, el atraso, la falta de crecimiento, el endeudamiento, la falta de inversión. De paso, el ahuyentamiento deliberado de la inversión externa seria, reemplazada por deuda para que sea el Estado quien administre las obras y los retornos y las ventajas. Y pierda los juicios. Algunos le llaman el círculo rojo.
Es también evidente, y siempre lo fue, que este Gobierno no comienza desde cero. Eso sería demasiado fácil. Comienza en menos un millón, con los efectos acumulados durante 75 años, que se fueron agravando en la época Kirchner, como una sinusoide enloquecida, hasta llegar a la pesadilla actual, que en una monstruosa tautología requiere para su solución la ayuda de los mismos Freddy Krueger que la crearon y protagonizaron.
Y para concluir, por ahora, la enumeración de pesimismos, como a usted le gusta decir, basta analizar el número de gente que depende del Estado. Dieciocho millones de modo directo. No menos de veinticinco millones de personas calculando duplicaciones y un mínimo de familiares. Sin contar los grandes ladrones empresarios del gasto, que pesan mucho más. Ninguna oportunidad viable de contar con su apoyo, ni de reconvertirlos a trabajos útiles que ellos mismos ayudaron a no crear.
Ese fue un rápido repaso de los factores exógenos. Ahora miremos para adentro.
¿Quién nos hizo creer que este Gobierno sería antiestatista, bajaría drásticamente el gasto, eliminaría el proteccionismo, pondría al país a competir como si fuera Singapur, analizaría uno por uno los contratos de asesoramiento, las licitaciones, las concesiones, las tercerizaciones por servicios falsos, alevosas y generalizadas, que suman mil veces más que los ñoquis?
Nunca hubo por parte de Cambiemos promesa alguna en tal sentido. Nos complugo creer que esa omisión era para no espantar votantes, o en respuesta a las críticas de sus contendientes. Pero fue nuestra percepción. Tampoco su equipo de gobierno refleja esas ideas.
Para personalizar más: ¿de dónde sacamos que Mauricio Macri era un fanático de la libertad de mercados, la libre competencia y la apertura? Nunca lo dijo. Nunca lo hizo en su trayectoria empresaria.
¿Qué es lo que sí se puede esperar?
-          Que nos reinsertemos internacionalmente y nos alejemos de la estupidez de la ideología perdedora de la Patria Grande.
-          Que mejore el crédito del país, para bien o para mal.
-          Que aumente la producción del campo y su rentabilidad.
-          Que se eliminen las exageraciones de corrupción y acomodo, o al menos una parte de ellas.
-          Que se mejoren algunas reglas democráticas, aunque no tanto ni tantas como quisiéramos.
-          Que ganemos tiempo para que se licue el kirchnerismo y se renueve el peronismo.
-          Que se recompongan algunos términos relativos cuyo desfase impide todo crecimiento.
-          Que se restablezcan algunos criterios de eficiencia y trasparencia en el presupuesto y la administración.
-          Que se mejore la infraestructura y el soporte de producción y logística, más allá de la pureza de los métodos.
-          Que la Justicia se anime a tomar algunas decisiones que comprometan a políticos corruptos.
-          Que haya ciertas mejoras en el sistema de coparticipación y tributación, pero no un cambio integral en ningún aspecto.
-          Que se logre alguna mejora sustancial en la lucha contra el narco y la seguridad en general.

No me animo a esperar mucho más. Pero sí espero algo de una parte de la sociedad. El sector que trabaja, se esfuerza, produce, se arriesga, paga sus impuestos como puede.
-          Que se plante a defender el derecho a no ser esquilmado por nadie en nombre del derecho de los demás, y no se compre la culpabilidad por la pobreza ni la solidaridad generosa con su dinero.
-          Que exija que sus impuestos y sus aportes no se regalen a nadie, ni se roben, ni se repartan como un botín.
-          Que exija que no haya jubilaciones otorgadas por gracia y potestad del Estado.
-          Que reclame la baja del gasto y de los impuestos, la causa misma de la inflación y el atraso.
-          Que no compre la mentira del proteccionismo como generador de trabajo, ni en el orden local, ni en el regional.
-          Que comprenda que está defendiendo sus derechos y los de su familia cuando reclama todo esto, no discutiendo en un centro de estudiantes sobre ideología alguna.
-          Que oponga una fuerza igual o mayor, en todos los aspectos, a todos los movimientos, las presiones y las trabas que tiendan a impedir cualquiera de los cambios que se traten de aplicar.
Y hasta ahí llego. Sé que el lector ama el optimismo. Pero las notas de autoayuda están en otra sección.