OPINIÓN | Edición del día Martes 08 de Marzo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

El duro trabajo de crear trabajo

Si hay un aspecto de la economía que preocupa a los gobiernos, las sociedades y las personas mundialmente, es la generación de empleo. Y con razón. Es el tejido mismo del bienestar, la autoestima, el progreso, el crecimiento personal y de la economía de los países y si se va a los principios, es la base del capital y de la riqueza.

Antes de avanzar un milímetro más, permítaseme definir el término empleo. Es el trabajo ofrecido y contratado por los privados. El estado no provee empleo genuino en ninguna de sus formas. Ni como parte de la burocracia estatal, se cumpla o no con un horario y con una tarea, ni en la forma de planes u otras dádivas, ni con el ropaje de proteccionismo.

Esto también es cierto en el caso de las mal llamadas empresas del estado o empresas públicas, penosos disfraces de emprendimiento sin riesgo ni eficiencia. Como es sabido y probado, el estado es incapaz de crear riqueza o ganancia. Lo que hace en cualesquiera de las personalidades que elige, es simplemente apoderarse de los bienes y la riqueza ajenos y repartirlos con más o menos justicia, más o menos honestidad.

Reformular entonces nuestra afirmación inicial: la gran preocupación de la economía moderna es generar empleo privado. Ciertamente eso es muy complejo, como se puede notar, pero no por eso se está exento de tener que lograrlo. Cuando se habla de que ha cesado el viento de cola, lo que se intenta decir son dos cosas: a) Cada vez es más difícil exportar bienes o servicios, en definitiva trabajo transformado. b) Para exportar hay que bajar los precios, o sea los salarios.

Ahora vamos a llevar esta radiografía al plano doméstico. El desempleo en el sector privado ha empezado a medir y es significativo. Eso es malo en sí mismo, porque la baja de empleo es causa y efecto de la falta de crecimiento y se recicla en una espiral “hacia adentro” que lleva a un estancamiento, a un decrecimiento o a una implosión. Pero también es grave por la muy desfavorable relación entre el empleo privado y eso que se llama “empleo público”. que es sólo riqueza confiscada en la forma de impuestos y tarifas que luego se redistribuye, con mayor o menor requerimiento de contraprestación, entre la población.

Baja el empleo y también baja el nivel de exportaciones. Lo que no es sorprendente. El sistema de indexación inflacionaria salarial tanto en el sector privado como en el público, es sencillamente suicida. Cada año ya parte de un sistema de costos privados y de gastos estatales que contienen la inflación del año previo. A partir de allí, si se emite para pagar esos gastos, se genera más inflación, y si no se emite o se esteriliza el circulante con intereses, se genera una recesión, como ocurre hoy.

Respeto el voluntarismo oriental que sostiene que no hay una crisis. Cada uno tiene derecho a llamar a su enfermedad como le de la gana. Lo cierto es que en las actuales circunstancias, los salarios en dólares deberían bajar más. Eso no ocurre. Los sueldos siguen subiendo por la indexación automática que orgullosamente se cree un logro, y el ritmo del tipo de cambio está muy lejos de alcanzar para tener costos competitivos, lo que es claro si se observan las devaluaciones de Brasil y Argentina.

Cuanto más se defienda el empleo público, más caerá el empleo privado, y los que conserven sus puestos tendrán que mantener a más empleados/beneficiarios/subsidiados o mendigos del estado. Para ello, se recurrirá a la clásica combinación de nuevos impuestos, aumentos de tarifas sin relación con la prestación, emisión/inflación, déficit y toma de deuda.

Las exportaciones de materias primas no están afectadas porque la formación de precios está a cargo del mercado global, pero las exportaciones que contengan un mínimo de valor agregado se encarecerán y disminuirán, que es lo que ya ha empezado a pasar. Eso es menos empleo.

Como los países de nuestra zona no han sabido crear un diferencial de calidad o de innovación –mucho menos de competitividad– cualquier mercado nuevo deberá conquistarse por precio, como hemos dicho tantas veces. De modo que parece bastante inútil hacer el esfuerzo de “insertarse en el mundo” si no se está dispuesto a bajar los precios, o sea a bajar los costos, el gasto, los impuestos y los sueldos en dólares.

Aún aceptando la hipótesis patriótica de que no hay crisis, es fácil advertir que la habrá si no se cambia algo. ¿Qué hacer?

Una idea sería endeudarse como parece querer hacer Argentina, y de ese modo sostener el gasto del estado y la “transformación” que nadie sabe exactamente qué es. Requiere esfuerzo apoyar semejante plan, que lleva directamente al default, a corto o mediano plazo.

Las otras ideas sería seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Indexar la inflación, neutralizar con monetarismo los efectos negativos del déficit, manosear las tarifas y las valuaciones, ordeñar a un campo cada vez más escuálido e ir “manejando” el tipo de cambio para mantenerlo en un nivel insatisfactorio hasta que las reservas aguanten.

Ese camino lleva a la creación de nuevos impuestos, a más inflación, más déficit y a una peligrosa espiralización auto reciclada que necesariamente termina en la peor de las crisis y la más destructiva para la sociedad.

El Frente Amplio ha demostrado su incapacidad para poder resolver esta ecuación. Por ignorancia en muchos casos, por voluntarismo en otros, por ineficacia casi siempre, por disputas ideológicas y populistas que le impiden digerir la realidad. Una realidad que es difícil para cualquier sociedad, cualquier funcionario y cualquier ideología, pero que empeora cuando se la quiere resolver con los enfoques arcaicos de la izquierda.

Cuando la sociedad acepte que enfrenta una crisis económica, o cuando ésta sea tan dura que ya no se pueda negar, inevitablemente sobrevendrá la otra doble crisis política y del modelo. Tal vez a partir de allí se pueda esperar una solución.

Mientras, la economía real se achicará cada vez más. 

OPINIÓN | Edición del día Martes 05 de Enero de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La doble decadencia de la burocracia y la poliarquía 

AANCAP no es un tema para dejar de lado rápidamente. Es un síntoma grave y preciso. Es un marcador clínico que se dispara dramáticamente y súbitamente y llama la atención al médico con ojo avizor.

Como YPF y las múltiples estafas corporativas Kirchner-Eskenazi-Repsol-Chevron-China y quien venga, como Petrobras y su fatal Petrolão, este absceso ha estallado en Uruguay y no dejará de arrojar podredumbre. Y peor será cuánto más se empeñen en impedir la supuración.

Si se analiza con cuidado, no había razón alguna para que no se llegara a un desenlace, (o principio de desenlace, porque continuará) de características escandalosas y hasta policiales.

La burocracia del estado funciona siempre así. Se reproduce, se reindexa en costos, inventa nuevas funciones y tareas inútiles, se escuda en el bienestar popular que supuestamente garantiza. Usa los principios ideológicos, la soberanía y la patria para ser intocable.

En nombre de esa sagrada misión, extrae cada vez más recursos del estado, es decir del aparato productivo real vía impuestos o en este caso precios, que impone tiránicamente a la sociedad, sin apelación alguna, y sin competencia, que se ha tomado el trabajo de eliminar cuidadosamente desde el comienzo.

No persigue la eficiencia, palabra que ha eliminado de su vocabulario porque siempre se las ingenia para reemplazarla por algún valor superior: el autoabastecimiento, la soberanía, las fuentes de trabajo, la necesidad de mantener precios subsidiados en los casos más sensibles, o de distribuir en áreas marginales. O tal vez el mandato de algún líder lejano y perdido en el tiempo que explicó las ventajas del monopolio del estado sin conocer demasiado bien lo que monopolio implicaba.

Tampoco persigue la ganancia, por ser un concepto imperialista, burgués, egoísta y seguramente antipopular. Y de paso porque si la persiguiera se vería obligado a tomar decisiones racionales y efectivas, para los que no está preparada .

Y por supuesto, jamás genera riqueza. Eso va en contra de todos sus principios, además de que la obligaría a tener una dirección coherente, capaz, decente y creativa, algo incompatible con su esencia.

Por ahí, nada nuevo. Nada que no sepamos.

Entra ahora la poliarquía. Un sistema difuso, no escrito ni consagrado en ninguna parte, por lo cual los diputados son del partido, los cargos de las empresas son del partido, el ejecutivo es una especie de equilibrista en una convención permanente de locos.

Amparada en ese sistema de gobierno, llamémoslo de algún modo, en la ideología de la soberanía, en la fuente de trabajo, la burocracia utiliza luego la más conveniente herramienta que esa poliarquía le regala: la carencia de control. Al tornarse difusa la autoridad, también se vuelve difusa la responsabilidad. Los puestos de trabajo y los gastos son favores que se canjean, la democracia poliárquica ya no es ni siquiera una componenda política, es una asociación ilícita.

Entra en escena la corrupción, palabra que nadie quiere pronunciar con contundencia, pero quienes callan son los mismos que deberían demostrar que las pérdidas del patrimonio y de los impuestos de los uruguayos han tenido meramente origen en una pésima gestión, no en una arrebatiña. O que las necesidades de subsidiar increíblemente el consumo llevaron a esta catástrofe que ahora pagan consumidores y humildes asalariados por igual.

A 30 años de la caída del sistema estatista-socialista de la URSS, Uruguay repite aquellos mismos errores y resultados. Tanto en la gestión como en la sospecha de fraude.

¿Por qué no pasaría algo así? Sin objetivos de eficiencia, sin necesidad de utilidades ni de competir, sin controles o con controles que se pelean entre ellos, canjeando favores con quienes deben reclamarle resultado, escudándose en el partido, en el estado o en su propia estructura según le convenga, la empresa burocrática es poliárquica. O sea, navega a la deriva, sin control ni destino.

Se trata de un papelón ideológico, además del papelón de gestión. El aumento de capital es una estafa al ciudadano y al consumidor. Y no será la última exacción. Es también un porrazo a la teoría de que sólo el estado puede proveer al bienestar general, y a la teoría de la soberanía del combustible.

Pero más que cualquier otra cosa, es un papelón de la poliarquía, y una enseñanza de adónde puede terminar Uruguay con esta rara concepción de gobierno.

Y en un grotesco colofón, se conoció ayer el lacrimógeno “Yo pecador” de Esteban Valenti, más nafta al fuego de la ira del contribuyente, que muestra que los ideólogos del Frente Amplio no han aprendido nada de este triste proceso.

Bajo un manto de pedido de perdón, trata de convencerse de que todo hubiera ido mejor si se hubiera sido más de izquierda, y usa el desastre de los subprime americanos de 2008 para bajar la importancia relativa de este descalabro. Con más nivel intelectual, pero con el mismo grado de dialéctica que Cristina Kirchner usara para explicar sus desvaríos.

Curiosamente, o no, la retahíla de pedidos de perdón, casi en el tono de una nota de suicidio, no culmina ni en una renuncia ni en una denuncia penal, como hubiera sido de esperar ante una flagelación tan emotiva y contundente.

Más allá de esta cura en salud de Valenti, los orientales tienen mucho para meditar sobre lo que ocurre y ocurrirá con ANCAP. El primer paso sería empezar a analizar la realidad no desde la óptica de un ideólogo político, sino de un consumidor engañado y un contribuyente estafado.

Perdón por la claridad. Para estar a tono.



Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América.

OPINIÓN | Edición del día Martes 29 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Asado y geopolítica

Dicen las noticias que el presidente Vázquez se reunirá con el presidente Macri en un asado, para abordar temas comunes. Fuera de la discusión sobre si el asado debe hacerse con leña o con carbón, que tanto nos ha desunido, probablemente Tabaré y Mauricio no protagonicen muchos desacuerdos.

Tampoco demasiados acuerdos. Los dos países enfrentan una problemática muy parecida. Ambos están sufriendo las consecuencias de un estatismo exagerado, deficitario y ruinoso. Uruguay, por ideología y convicción socialista. Argentina, por populismo y demagogia.

Las razones por las que han llegado al estatismo y el gasto paralizante no son relevantes. Cuando alguien cae a un precipicio no importa si fue por accidente o si se arrojó voluntariamente: el final es el mismo.

Macri ha prometido salir del estatismo, aunque no con demasiada contundencia. Más bien ha prometido un estatismo eficiente y una reducción de las exageraciones y la corrupción. Como si hubiera un estatismo bueno y un estatismo malo. Una burocracia eficiente y una ineficiente.

Vázquez no quiere salir del estatismo. Las exageraciones del sistema, o la corrupción, le preocupan solo en cuanto es un problema político que lo golpea, como el caso de ANCAP, que evidentemente cree que ha llegado a la actual situación de catástrofe como consecuencia de la eficiencia y la honestidad de gestión.

Los dos buscan crecimiento, que creen que los ayudará a tapar las rocas descubiertas del gasto estatal populista con aumento del caudal del PBI vía la exportación y la actividad privada.

Los dos saben, o deberían saber por lo menos, que la actividad estatal no produce riqueza, simplemente la toma, la confisca, la explota, la desperdicia, la reparte alegremente hasta que se acaba. Sueñan entonces con el mix ideal: aumentar la riqueza privada para que el estado tenga alimento.

Cada uno le ha puesto a esa idea un nombre. Desarrollismo, para Macri. Apertura, para Vázquez. Ambos prefieren ignorar, o parecen ignorar, que hay precios que pagar para ese crecimiento. Como tantas veces que la teoría del precio se ha ignorado, los objetivos no serán fáciles de alcanzar.

Vázquez sueña con colgarse de Chile para entrar al TPP. No advierte que la Alianza del Pacífico es una unión aduanera proteccionista, más allá de todos los eufemismos. No se entra allí como a un club exclusivo. No se entra. Sus miembros se comprarán entre ellos y excluirán de a poco a terceros.

Macri sueña con Europa y convencerla de eliminar restricciones al agro. Se enfrenta con una política de estado de Francia, tan irracional como cualquier proteccionismo; y tan ineficiente.

Tabaré se enfrenta al contrapeso de su Frente. Mauricio, al Mate Party del FPV con senado propio. Dos debilidades que quitan mucha fuerza para negociar en el orden internacional.

Los dos se van a encontrar en breve con la realidad de que para aumentar su participación en el comercio global deberán apelar al toma y daca. Que en muchos casos tomará la forma de “si no me dejan venderles no les compro”. Ahora deberemos reclamar la apertura que nos reclamaban, pero también abrirnos.

Esa parte de abrirnos es la que odia el Frente Amplio, y también los grandes industriales argentinos (grande en el sentido de tamaño). Ambos sectores prefieren la intimidad cálida del proteccionismo localista donde lucran fácilmente y se sienten cómodos e intocables.

Tarde o temprano, Macri y Vázquez volverán a mirar hacia el Mercosur, en cuanto comprendan lo que ya hemos afirmado: la etapa del libre comercio global ha cedido paso a los tratados de libre comercio, que no son de libre comercio, como el caso del TPP. Se debe negociar desde posiciones comerciales de fuerza, entonces.

Para ellos, ni a Uruguay ni a Argentina les quedan demasiadas opciones, salvo reconstruir el Mercosur. No es tarea menor. Se debe vencer el proteccionismo enquistado en él, y desterrar su uso como herramienta política de dictaduras y corrupciones regionales, como el caso de Venezuela, un socio impresentable.

Cuando los mandatarios lleguen, en este asado o en otros futuros, a esa conclusión, se encontrarán con la terrible realidad: para entrar en esos mercados más o menos rápidamente, hace falta tener precios competitivos, o costos competitivos, en los casos donde no seamos formadores de precios.

Y ahí volveremos a la casilla uno. Bajar los costos es bajar impuestos y bajar sueldos. O más difícil aun en países tan solidarios como los nuestros, aumentar la productividad. Esa fue la manera en la que crecieron Japón, Corea, Singapur, Vietnam, Malasia, China, Taiwán, que ahora miramos con envidia y admiración.

A esa altura de la charla, Tabaré y Mauricio se piden un whisky pure malt y empiezan a hablar de Messi y Suárez. 



OPINIÓN | Edición del día Martes 22 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

Llenando el tanque de dialéctica

Los argentinos reclamamos con justicia el derecho a considerarnos el pueblo que más estupideces ha escuchado de sus gobernantes en los últimos 10 años. Eso nos ha vuelto escépticos y al mismo tiempo nos ha permitido sobrevivir a la maraña dialéctica en la que son expertos los jerarcas y burócratas.

Las explicaciones matemáticas sobre las razones del aumento de la nafta permiten ejercitar al máximo esa habilidad.

El precio del combustible es, con el de la energía, el de mayor influencia en la economía de países emergentes. Tanto por el costo de transporte en todos sus formatos para el consumidor corriente, como por su influencia en los costos de producción, comercialización y servicios de toda la economía.

Por ejemplo la nafta. Aquí se nota cuán parecidos somos en nuestros problemas los uruguayos y argentinos. También cuán parecidos somos en nuestras concepciones erróneas, y cuán parecido resultamos en las mentiras que nos cuentan.

La pregunta obvia y casi infantil que se hace el consumidor de ambos lados del Plata es : ¿por qué si los precios del petróleo han caído 66% pagamos la nafta más que antes? La respuesta igualmente infantil que se recibe en ambas márgenes es también infantil y además un insulto a la inteligencia.

–El petróleo es sólo una parte de la ecuación, se nos dice. Hay impuestos que cobra el Estado que aumentan el precio de la nafta. Teniendo en cuenta que los impuestos son porcentuales, evidentemente alguien está subestimando a alguien con ese argumento. El 10% de algo que baja a la mitad, es la mitad, ¿verdad?

Lo mismo vale para cualquier otro costo porcentual, como sería la remuneración de los estacioneros y distribuidores, y hasta el costo del transporte, que debería bajar al bajar el costo del combustible. Hasta aquí, cualquier baja en el precio del crudo debería repercutir casi directamente en el precio del combustible.

La verdad es que en el caso de ANCAP la empresa estatal es ineficiente y deficitaria. Aprovecha esta colosal baja del petróleo para bajar algo su también colosal pérdida operativa quedándose con el ahorro en la materia prima.

Es otra manera de aumentar el gasto del Estado. O se cobra como pérdida de la empresa que paga toda la sociedad vía impuestos, o se aumenta el precio del combustible. En este caso, aprovechando la baja del barril, se escamotea la rebaja que le corresponde al consumidor, que pasa a la productora estatal. Una especie de impuesto al consumo.

La inflación o el tipo de cambio, que pueden explicar una parte pequeña del aumento, están retroalimentados también por la ineficiencia de ANCAP, ya sea cuando aumenta el gasto con su déficit, o cuando sube artificialmente el costo de la nafta para ocultar sus pérdidas.

En ese sentido, YPF ya va un paso adelante. Viene subiendo el precio del combustible desde antes de la baja del petróleo y ahora se queda también con la rebaja, y se pavonea con las ganancias que obtiene, que surgen de un aumento de precio que sería delictivo si lo hiciera un privado.

ANCAP ha aumentado el precio de la nafta en 50% en valores reales en pocos meses al birlarle al consumidor el ahorro en el precio del petróleo. Se pagará no solo a nivel minorista, sino en la pérdida de competencia de la economía, que ya tiene bastante poco nivel competitivo.

Y la pregunta que queda pendiente, para entender lo que significa el Estado como contrapeso de la economía: ¿qué importancia tiene tratar de extraer petróleo localmente si la baja de su precio no tendrá ninguna influencia en el precio de la nafta?

Es posible tener la esperanza de que algún día nos daremos cuenta de que esto que pasa con la nafta ocurre con cuanta actividad lleva adelante el Estado. Una enorme ineficiencia y una confusión entre precios e impuestos que hace que el consumidor pague dos veces lo que consume. Una vez como impuesto, la otra por el precio o la tarifa de lo que consume.

En los mercados donde no existen un consumidor y un contribuyente idiota, los costos del combustible siguen bajando. Los de producción de petróleo también. En Estados Unidos, ese horrible antro del capitalismo, bajó de 0,78 a 0,45 dólares promedio el litro. O sea 12 pesos. Sin comentarios.

Nadie tiene demasiado interés en esforzarse por bajar costos si tiene un contribuyente y un consumidor cautivo que pagará por todo.

Continuamos patrióticamente en busca de nuestra soberanía en combustibles, mientras seguimos fabricando inflación.


Por Dardo Gasparré - Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

¿Relaciones carnales rioplatenses?

Siempre grata la presencia en Argentina de Tabaré Vázquez. También la sencillez y claridad de sus declaraciones, con motivo de la asunción de Mauricio Macri. Se abre seguramente una oportunidad para los dos países. El aprovechamiento de esa oportunidad dependerá de lo que cada país considere una oportunidad, como desarrollaremos.

Hay tres aspectos básicos que preocupan a Uruguay de su relación con Argentina.

El primero es la oposición sistemática a la pastera y a cualquier ampliación o nuevos emprendimientos en el rubro. El nuevo gobierno argentino no es proclive a rencores o revanchas, ni tiene afán de desquite por las decisiones de radicación que en su momento enconaron al interesado gobernador de Entre Ríos. Al contrario, Macri tiene un enorme afecto por Uruguay y seguramente está predispuesto a reencauzar estas discusiones hasta llevarlas a un exitoso final.

Lo que no ocurrirá es una solución automática: el gobierno oriental no confiaba en Cristina, el actual gobierno argentino tampoco. Parece inevitable que los dos países deban volver a acordar un mecanismo de medición y monitoreo. A la luz de lo que está ocurriendo mundialmente en términos de protección del medio ambiente, parecería que toda la cuenca debería estar sujeta a esos controles y monitoreos para beneficio de todos.

Macri se manejará con tres parámetros: los cánones de la diplomacia clásica, la frialdad tecnológica y la calidez de su afecto por Uruguay. Vázquez deberá decidir su impronta, que como se está percibiendo, no siempre es su impronta, sino la de la poliarquía inasible a la que parece subordinado.

Si los dos hombres pudieran hablar mano a mano, como siempre ocurrió, este problema tendría fácil solución. Fernández de Kirchner rompió esa tradición casi gauchesca de relación. Macri la reabrirá. Habrá que ver si puede hablar con Tabaré presidente y no con Vázquez apoderado del politburó. No es menor la diferencia.

El segundo tema es la reiniciación de las importaciones argentinas, cuya caída se hace notar en la economía oriental. Aquí vale la pena reiterar que, pese a lo que creen los uruguayos, esa merma no fue una acción deliberada para dañarlos. El cepo, la inflación, las prohibiciones de comerciar, las nefastas DJAI, fueron una barbaridad urbi et orbi, no direccionadas expresamente, que dañaron esencialmente a Argentina más que a ningún otro país.

El gobierno de Cambiemos ha empezado a desactivar las minas de Cristina. Ayer eliminó las retenciones a todos los productos, salvo la soja que tuvo una rebaja de 5 puntos. También ha empezado a tejer una alianza productiva con los gobernadores propios y ajenos, que aumentará la demanda de insumos y bienes uruguayos.

Ha avanzado ya en acuerdos con el sistema internacional para resolver la cuestión de los holdouts y conseguir créditos puente de bancos internacionales, incluido el tesoro americano. Al envío de la presente nota, estaba en una batalla dialéctica - política - jurídica - penal por los contratos de venta de futuro del Banco Central kirchnerista, una especie de billete premiado a costo cero que regaló a los más avispados la administración desalojada (sic).

Este tema debe resolverse antes de la salida del cepo, para no generar una emisión inflacionaria grosera que aumentaría la gravedad de la disyuntiva monetaria a la que obliga a enfrentarse el nudo gordiano que deja como herencia máxima Cristina Fernández. Se supone que el tema se resolverá en poco tiempo, en algún punto intermedio que no dañe el equilibrio monetario y fogonee la inflación.

Tan pronto ello ocurra, se estructurará la salida del cepo y la normalización de importaciones. De modo que en pocos meses se retomará el ritmo importador de productos uruguayos, del resto del Mercosur y de todo el mundo.

El tercer punto es estratégico y probablemente el más nebuloso. Es el que tiene que ver con la apertura comercial al resto del mundo. Macri intentará lograr que el Mercosur deje de ser una ratonera proteccionista y salga a negociar tratados de libre comercio o acuerdos específicos con países o áreas.

No será fácil porque el mundo ha suspendido su generosidad comercial ante los efectos de la apertura sobre el empleo, que parece no ser tan infinito como se creía, al igual que la torta económica.

Para eso, piensa convencer a Brasil de la importancia de asociarse a semejante cambio, que por supuesto implica alguna clase de reciprocidad con los demás mercados. Uruguay sería un socio ideal en esta tarea. Brasil, a un paso de desembarazarse de su cleptopresidente populista, puede comprender el riesgo que significa el TPP, que tenderá a beneficiar a su socios con compras que antes eran cautivas del Mercosur.

Pero así como hasta el 10 de diciembre Argentina no era un socio confiable, cabe ahora la pregunta de si Uruguay es ahora un socio confiable para tal empeño. Con Tabaré en manos del Frente Amplio, ¿pueden Paraguay, Argentina o Brasil ir a negociar al mundo con una auditoría de la poliarquía oriental que tenga la última palabra, que de paso será siempre un no?

Un presidente con semejante debilidad, no puede salir a negociar nada. Al contrario, haría un gran daño a su país. ¿Por qué se comprarían los otros países democráticos del Mercosur semejante debilidad? ¿No se ha metido Uruguay en un sendero sin salida de soledad?

¿Por qué los otros miembros sensatos de nuestro mercado común saldrían al mundo a negociar al lado de un socio que rechaza la esencia misma del comercio, sabotea negociaciones y mira todas las oportunidades desde una óptica ideológica para colmo obsoleta?

Acaso resulte más fácil salir del cepo económico que enfrenta Mauricio Macri, que salir del cepo político que sufre Tabaré Vázquez.



¿Y?


Han pasado más de 24 horas y el gobierno de Mauricio Macri no ha tomado ninguna medida de importancia.

Salvo los decretos y actos protocolares, el nuevo Ejecutivo parece británico más que argentino, sin analizar si eso es bueno o malo. Una colección de gestos es todo lo que se puede encontrar y sobre lo que elaboramos conclusiones, acaso desesperados para empezar a funcionar nuevamente como un país más o menos serio. Los funcionarios por ahora están ocupados en ver qué es lo que han dejado en pie.

Hay algunos puntos litúrgicos y simbólicos en los actos y reuniones del jueves y viernes que marcan un estilo.

Macri no llega tarde nunca. Pecó de poco diplomático por la inversa. También deja que hablen sus ministros aun delante de él. Eso es bueno. Acaso sus ministros deban aprender pronto a prescindir del “Mauricio piensa...” o “como Mauricio dijo...”, ya pasará.

Se aprobó el examen de la jura, los símbolos, la plaza, la ausencia de legisladores del FPV, la amenaza de patoterismo por parte de La Cámpora. Pese al atentado contra el buen gusto y el protocolo que fue el baile con bastón y banda en el balcón sagrado de Perón, con canto de Michetti, todos los actos rituales resultaron impecables.

La discusión de sainete inventada por Cristina, ocultaba la trampa de mostrar a un Mauricio miedoso y con poca firmeza para ejercer su poder. La mentira burda de los gritos del ingeniero es la digestión psicológica de Kirchner ante otro líder que le marcó la cancha.

Tampoco perdió el flamante presidente en la pelea por la convocatoria. Su multitud fue por lo menos igual a la de la expresidenta, (repito por placer: expresidenta), pero sin micros, choripanes ni estandartes volumétricos en primer plano. Y en un día laborable, felizmente: buen síntoma.

Otra conclusión es la necesidad auténtica de Macri de trabajar en equipo. Su plantel de trabajo es como un grupo de profesionales acostumbrados a trabajar juntos, con sus bromas, sus afectos, seguramente sus broncas. Un equipo pleno de diversidades en varios sentidos. Nadie puede dejar de sentirse representado en él.

Tal vez quien mejor definió este aspecto fue el expresidente De la Rúa, que abandonó su sopor habitual para dejar una gran frase: “No es un simple cambio de partido o de gobierno. Es un cambio generacional”. Toda una esperanza de futuro. Justamente la crítica camporista que sufre Cambiemos es que su gabinete está lleno de gente de empresa. Quienes odiamos la burocracia y la ideología como modo de crear trabajo, curiosamente creemos que ese punto es el más elogiable.

El kirchnerismo ensayó otra pobre crítica: “Salir al balcón de Perón es toda una provocación”. Además del obvio e inmediato retruécano de la exhibición del título de propiedad, cabe recordar que desde ese balcón el líder peronista produjo dos de sus frases más inspiradas.

Una, en 1954: “Vamos a repartir alambre de fardo para colgar a nuestros enemigos. Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El general siempre fue un filósofo. La otra enoja mucho a la gente de La Cámpora: “ Esos imberbes que ahora gritan”, proferida en 1973 cuando echó a la guerrilla de la Plaza de Mayo.

Las reuniones individuales del presidente con los otros candidatos en las recientes elecciones han resultado muy constructivas. Seguramente surgirá algún paquete modesto de políticas de Estado, pero es un buen comienzo para los acuerdos legislativos que se requieren. Sergio Massa explicó una idea: aportar sus equipos para trabajar en los DNU fundamentales. De ese modo, podrán contar con sus observaciones ahora y su posterior aprobación en el Congreso.

Un avance increíble luego del gobierno autoritario, despótico y hormonal (por carencia o exceso) del que fue víctima el país. Hoy tiene Macri su almuerzo con los 24 gobernadores. No solo es importante por la necesidad de su apoyo para obtener la aprobación de leyes claves en el Senado. También es vital rearmar, o acaso crear desde cero, un nuevo sistema rentístico nacional. Un país federal empieza por no depender de la caja del gobierno central.

El único candidato que se negó a una reunión fue el mendocino Del Caño, comunista, con un caudal electoral mínimo. Aquí Mauricio tiene suerte. Los extremos como Cristina y del Caño se le borran solos, lo que permite ejercer mejor el “arte del acuerdo” que preconiza.

La izquierda, como sabemos, tiene la verdad absoluta, por lo que no necesita negociar con nadie.

El único hecho fuerte fue la comunicación del Banco Central que rechaza el precio por los contratos (seguros) sobre futuros del dólar pagado por los inversores arriesgados sobre el final de la gestión kirchnerista. Tiene algo de razón. El precio implícito, legal y oficial en todos los mercados del mundo, incluyendo la Bolsa de Valores de Buenos Aires, era 30% mayor al valor asegurado en esos contratos, una especie de compra de billete premiado.

Se trata de un valor de 70 millones de pesos: compárelo con el PIB de Uruguay. Los argentinos hacemos las cosas en grande. Ya están los interesados oponiendo la seguridad jurídica que no supieron defender en 12 años de gobierno K. Este columnista ya ha perdido en esta discusión a casi todos sus amigos.

También el gobierno ha decidido no apelar la inconstitucionalidad del tratado con Irán. Eso pone a Cristina Kirchner en una incómoda situación judicial, la más inmediata que deberá afrontar.

Un último dato de color es la unanimidad sobre Juliana Awada, la nueva primera dama. Parece que los argentinos hemos llegado rápidamente a un consenso en este punto.

Con su mezquina decisión de no participar de la jura y transmisión, Fernández, apelando a una precaria memorización de Cenicienta, dijo “a las 12 me vuelvo calabaza”; se equivocó. Se volvió invisible. 


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OPINIÓN | Edición del día Martes 08 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador


El triste Mate Party de Cristina

      La pantomima tuitera de anteayer no fue la última que soportará Argentina por parte de su descontrolada presidenta saliente. La soledad del domingo por la tarde, como saben los sacerdotes, suele ser fatal. Fatal para los argentinos, también.
      Pero no debe caerse en el error de creer que estamos solo ante una mala dosificación de los medicamentos. El plan de Cristina Fernández es aglutinar al peronismo, o aunque fuere una parte de él, para transformarlo en una suerte de Tea Party norteamericano, la nociva construcción de la que fue símbolo Sarah Palin, tras la derrota del partido republicano en 2008.
      Palin tenía algunos atributos parecidos a los de Cristina, no exactamente en la parte de los concursos de belleza, sino en su capacidad de embestir resuelta y ciegamente, a veces con éxito notable. También la de los bloopers en las apariciones públicas, donde exhibía su ignorancia en tantos temas, lo que para muchos expertos le costó la presidencia a John McCain, el belicista-armamentista a quien acompañó en la fórmula. 
      Ambos degradaron y ningunearon a Barack Obama hasta el agravio en la campaña, y luego fueron fundadores de ese nuevo modelo de KuKluxKlan que se dedicó a torpedear no solo al gobierno demócrata, sino a cualquier intento del Partido Republicano de encontrar caminos de coincidencia con sus rivales en el poder. 
      Puede decirse sin temor que el Tea Party logró durante siete años que Estados Unidos padeciera una parálisis legislativa que le costó liderazgo mundial y grandes costos internos generados por el no gobierno que esa facción forzó. 
      El Tea Party fue en estos años un feroz opositor a Obama, un feroz opositor al amplio sector moderado de su partido y un opositor a la democracia estadounidense. Hasta hizo renunciar al respetado jefe de la bancada republicana del Senado por no ser suficientemente extremo en sus posturas. 
      Ese pensamiento es el que guía a quien el jueves será la expresidenta argentina, y pasará a la historia del olvido por una pálida e incomprensible gestión. En esa idea pretende usar a la Cámpora y Quebracho como fuerzas de choque violento en las calles, a los sindicatos como obstructores de cualquier reducción de gastos o política antiinflacionaria, a sus legisladores como barricada contra la regularización financiera y económica de la nación, a los funcionarios que deja imbricados en la administración y eventualmente a la masa peronista que sueña con lanzar a la calle en un nuevo 17 de octubre a clamar por su retorno. 
      En su febril elucubración, cuenta con el apoyo de sectores violentos corruptos, como los que responden a las madres de Plaza de Mayo, línea Bonafini, o la Tupac Amaru, una cuadrilla de soldaditos mafiosos de Milagro Sala, una especie de sátrapa paralela que reina en la marginalidad de la provincia de Jujuy, donde el kirchnerismo recibió un cachetazo electoral tan sonoro como el de la provincia de Buenos Aires. 
      Pero como tantas otras veces, esto pasa dentro de la cabeza de Cristina, no fuera de ella. Pasa en su imaginación frondosa y frontalizada, no en la realidad. 
      El peronismo está esperando con las mismas ansias que Macri que llegue y pase el 10 de diciembre. Necesita urgentemente recomponerse políticamente y rearmar sus mecanismos internos de poder. Y necesita encontrar un líder que definitivamente no quiere que sea Fernández de Kirchner, gran culpable del triunfo de Cambiemos por esa misma lectura imaginaria de la realidad que describimos. 
      Por eso los gobernadores justicialistas ya están conversando con Macri, y la provincia de Buenos Aires ya tiene un acuerdo de gobernabilidad entre Massa y Cambiemos, al que se agregarán todos los intendentes peronistas en cuanto Fernández desaparezca de la escena y se pierda en el cielo porteño a bordo de un vuelo de línea que la lleve a Río Gallegos. 
      El sueño de un Mate Party criollo de Cristina no es el sueño de su partido, no por patriotismo ni por altruismo, sino por elemental conveniencia política. Las leyes que hacen falta para sacar a Argentina de este marasmo estúpido de ocho años se lograrán en Diputados y Senadores vía negociaciones democráticas, que nos podrán gustar más o menos, pero que son parte de la realidad política. 
      Habrá duras asperezas con los sindicatos, porque los precios relativos del país deben ser recompuestos si se quiere conseguir crecimiento, inversión y aun crédito a largo plazo. También será durísima e imperfecta la discusión sobre el sistema tributario y la coparticipación, ambos una parodia, que Argentina debe recomponer si quiere en serio desarrollar el interior, que es la mitad de su población y la mitad de su riqueza. 
      Y da escalofríos pensar la lucha casi física que implicará bajar el gasto público y la inflación, donde además del peronismo y del sindicalismo se suma el sector industrial más poderoso y prebendario que pretende asustar al nuevo presidente con los terribles males que la libertad y la seriedad fiscal pueden acarrear a la sociedad. 
      Habrá muchas trabas, muchas huelgas, muchas oposiciones, muchos obstáculos y muchas chicanas sucias y baratas. Pero no un Mate Party. También tiene eso claro Mauricio Macri –cuya actitud zen parece exceder, felizmente, la pose y el marketing– que tendrá que conducir a la sociedad por un camino lleno de minas, bombas cazabobos y otras metáforas bélicas. 
      Tampoco habrá debate ideológico. Los argentinos nos hemos ido convirtiendo en estos últimos 70 años, en gran proporción, en prebendarios, vividores del Estado y trepadores. No ideologizados, felizmente. Por eso el mayor enemigo del gobierno de Macri no será Cristina Fernández de Kirchner; seremos los argentinos. Ella solo es una demora en comenzar la tarea. 
      Al votar a Cambiemos, hemos decidido también nosotros cambiar. El gran desafío y la gran tarea del presidente que asume el jueves no será lidiar con el Mate Party de Cristina: será la de cambiarnos. Menuda tarea. Suerte. 


Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América.