Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Lo mejor para Argentina es lo mejor para Uruguay

Disipado el humo del debate supuestamente histórico, pero en la práctica solo retórico, como quedó claro, hay varios indicadores que llevan a pensar que el domingo Mauricio Macri será consagrado presidente de Argentina.

Esa es posiblemente, la mejor opción que tiene mi país en este momento, tanto si se analiza la situación interna como el actual orden económico mundial. Es evidente que el kirchnerismo, en cualquiera de sus formatos, pieles, máscaras y disfraces, ha agotado su tiempo. También ha agotado a los argentinos.

Macri es, al menos, una esperanza. No es eso lo que inspira Scioli.

En el orden internacional, un aspecto clave para estos países nuestros, Cambiemos está mejor preparado tanto para reinsertarse en el mundo como para ofrecer una plataforma de seriedad y respeto por las normas que son de rigor para pertenecer.

Esa reinserción no es optativa. No solo para la obtención de crédito, al que todavía puede accederse en términos razonables. El punto central es el comercio internacional.

Y aquí es donde los intereses rioplatenses convergen.

Por vocación y por los límites que le creará la conformación del Congreso, Macri no podrá bajar el gasto, suponiendo que quisiera hacerlo, fuera de algunos retoques que corrijan evidentes barbaridades.

Debe permitir que el peso se devalúe para resucitar la única generación de divisas de que dispone, que es el agro, pero debe evitar que ello incida sobre la inflación, lo que comenzaría una carrera que no desea. Entonces tendrá que neutralizar el monumental exceso de pesos que hereda, vía la tasa de interés y cortando de inmediato la emisión.

Esas medidas frenarán la inflación pero enfriarán la actividad. Para contrarrestar esos efectos tiene un solo camino: aumentar la exportación y el comercio internacional y generar un inmediato auge de crecimiento que aumente el empleo y neutralice la inflación con incremento de producción.

Seguramente una liberación del mercado cambiario y la vuelta a prácticas sanas de libertad financiera, seguridad jurídica, cumplimiento y seriedad de información crearán un fuerte regreso de inversiones. Eso resolverá las crisis de energía, transporte y caminos. Y aumentará la producción.

Esa combinación de un presidente sin resentimientos y una apuesta al crecimiento representa una oportunidad para Uruguay. Argentina pasará a ser automáticamente un socio interesante y confiable. Al mismo tiempo, recuperará su valor como importante comprador natural de bienes orientales.

Pero el punto más importante es la necesidad de aumentar el comercio internacional de ambos países. En un escenario global que se ha tornado menos generoso con la apertura de mercados, el subsistema rioplatense tiene que conformar una alianza de fondo.

Para empujar a Brasil a un rediseño del Mercosur, hasta ahora un cómodo acuario donde pescaban los vecinos del norte, o para diseñar una estrategia que les permita contrarrestar este nuevo mundo de los TLC, que pueden transformarse –y lo harán– en uniones aduaneras que no solo no nos compren productos no tradicionales, sino que dejen de comprarnos los tradicionales.

Esa tarea requiere mucha cohesión entre los miembros del Mercosur y, como ya he sostenido, la exclusión de Venezuela mientras insista en ser un país de pacotilla. No será fácil de todos modos. Harán falta acercamientos diplomáticos estratégicos con Estados Unidos y Europa y un enfoque conjunto de la aproximación a China y Rusia, no al voleo.

La idea de incorporarse al TPP, como se ha leído en estos días, se opone al concepto geopolítico de ese tratado. A menos que se extienda el Pacífico hasta Punta del Este, algo complejo.

No se puede entrar al TPP, pero se puede negociar con él. O con Estados Unidos, si se prefiere. Aunque el acercamiento excede los aspectos comerciales.

Uruguay no tiene muchas opciones. No puede ser un quijote solitario tratando de negociar con un mundo que no tiene ganas de negociar con él, de paso sin ofrecer reciprocidad. Eso es cierto para los demás socios del Mercosur, aunque en menor medida.

El domingo, Argentina puede comenzar a transitar un camino nuevo en su inserción mundial. Lo ideal es que lo haga en bloque con Uruguay, una alianza natural. Hay un problema, sin embargo. La ignorancia del Frente Amplio de las reglas del comercio internacional, y aún de la diplomacia, puede paralizar a todos sus socios.

Cuando Argentina comience su impostergable recuperación, ello se hará más evidente, y tal vez ayude a un cambio en la sistemática negación de la realidad a que nos ha acostumbrado y se ha acostumbrado el populismo regional.

El gobierno del Frente está aún en su etapa de negación y rechaza cualquier síntoma de recesión y desempleo, que le están gritando que ha llegado al límite. Sus ideas se parecen al pensamiento autocomplaciente y vetusto de Daniel Scioli.

Sin embargo, tal vez se vea obligado en algún momento cercano a abrir los ojos ante la evidencia. El cambio de paradigma argentino lo puede motivar. Es hora de inspirarse en lo bueno, no en lo malo que tenemos.

Es de esperar que cuando se decida no sea demasiado tarde para decir “Cambiemos”. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La resistencia anémica del populismo

Todo indica que de no mediar un brote antidemocrático agudo de Cristina Fernández, Argentina retomará un rumbo de sensatez económica y política y de respeto republicano.

Ese momento coincide con un escenario global mucho menos favorable que el de los últimos ocho años para los países emergentes y con la consecuente necesidad de replantearse el modo en que cada nación se posiciona frente a esa realidad.

En Sudamérica (si se me permite el uso de esa denominación precisa en vez de la macondiana de América Latina) existen varios modelos de populismo que fueron posibles en la bonanza, pero que se quedarán sin sangre para chupar con este nuevo panorama, que no será de corto plazo.

Brasil, con un sistema corrupto y proteccionismo industrial insostenible, usando el Mercosur como un cepo para impedir cualquier apertura de sus socios.

Ecuador y Bolivia, autocracias vitalicias, están sufriendo con sus economías dependientes de industrias extractivas con precios en caída y recurriendo al endeudamiento.

Venezuela ya en vías de su total sinceramiento como comunismo criminal latino, aislada del mundo, con el precio de su único bien de cambio por el suelo y sin crédito, los derechos y garantías despreciados y burlados, su pueblo esclavizado.

Chile, cuya presidenta Bachelet prometió el reparto generoso de riqueza y bienestar, ha debido retroceder en su demagogia y colgarse del tren del TPP con todas las implicancias antipopulistas que ello implica.

El de Argentina, un cleptopopulismo, que soborna a la población con algunas dádivas para poder seguir robando a mansalva y masivamente, y de paso destruye con su ignorancia deliberada su cultura, su historia, su justicia y su educación, y entrega el país al narco.

Y el de Uruguay. Un populismo con estilo oriental. Respetuoso y lento en las apariencias. Pero profundo, penetrante, persistente y trágico. Una democracia casi perfecta, de la que se han apoderado los partidos, sin base constitucional alguna, expropiación de la que ahora hace uso y abuso el Frente Amplio.

Salvo Chile, que ha renunciado hace rato a su condición regional y ahora se aferra al TPP, con las claudicaciones al credo populista que eso implica, los otros países nombrados tienen un problema común: la mentira del reparto continuo se queda sin financiamiento. Los vampiros mueren si no hay sangre para chupar.

En esa instancia, las relaciones internacionales se vuelven fundamentales. La capacidad de los gobernantes para posicionar y guiar a sus países es primordial. De la imagen personal, la visión y la capacidad de convicción de cada presidente depende el destino de sus conciudadanos. Nunca tanto como en momentos como el actual hacen falta los auténticos líderes y estadistas.

En ese preciso momento mundial, Argentina está a un paso de hacer un cambio de paradigma de importancia estratégica, que aun cuando le tomará varios años y un enorme esfuerzo en todo sentido, será fundamental para el bienestar y el futuro de su población. Una importante oportunidad.

¿Y Uruguay?

En esta inflexión global de perspectivas, parece tener dos problemas de fondo. El primero es la negación. “No hay recesión, no hay que provocar una profecía autocumplible”, parece ser la idea de fondo. Es muy difícil luchar contra la ceguera deliberada selectiva. Mucho más si es colectiva.

Un sistema económico que reindexa la inflación en dólares cada año, como un derecho universalizado y divino, es, en sí mismo, una mentira. Nada más que ese concepto es catastrófico.

Muchos de los bancos y servicios internacionales que están repatriando a su personal o llevándose el personal local al exterior, cuentan que los sueldos en dólares en Uruguay han aumentado en 12 años 70% en dólares versus los valores internacionales, por ejemplo.

Lo que se percibe como una conquista irrenunciable es una insensatez económica y lógica que termina de un solo modo: desempleo. Eso está ocurriendo en este mismo momento. Basta hacer un recorrido por las pequeñas empresas. Las consecuencias no serán menores.

El segundo problema, más grave, es la falta de una estrategia geopolítica y sobre todo de un líder en la generación y desarrollo de esa estrategia.

Atado por sus propias convicciones y por el politburó de su Frente, el presidente Vázquez no tiene poder, credibilidad, autonomía ni ideas para negociar internacionalmente. Tampoco para persuadir a su propia alianza.

El coautor junto al nefasto Néstor Kirchner del sabotaje al ALCA, ahora ni siquiera puede arrepentirse y acercarse al TPP, al TISA o a cualquier tratadito de libre comercio más o menos relevante, sin tener el veto o el condicionamiento inmediato de su “auditoría interna”.

Sabe que la salida está en comerciar con el mundo. Sabe que eso implica concesiones. Pero no puede negociar porque pertenece a un Frente para el que la negociación es claudicación. Es casi una patética figura sin poder.

Tampoco puede acercarse más a Estados Unidos, que podría unilateralmente ayudar al país con un par de decisiones que le abrirían muchos caminos de crecimiento, como suele hacer con sus amigos. No habrá tal acercamiento, porque no puede traicionar sus convicciones ni enojar a su Frente. En tal estado, Uruguay prefiere elegir los peores socios. Dilma cuestionada por corrupta. Cristina, elegida por Mujica cuando era una ganadora. Ahora, Vázquez redobla la apuesta con Scioli, un perdedor.

Las relaciones exteriores, finalmente en ellas se entroncan los TLC, no son una cuestión de preferencias de los gobernantes, ni de ideologías. Son una cuestión de intereses. La colusión política del Mercosur y alrededores no es una estrategia geopolítica. Es solo un mecanismo de encubrimiento despreciable y delictivo.

Si el Frente Amplio no es capaz de poner al país por encima de su ideología y hacer el esfuerzo intelectual mínimo para entender cómo funciona el mundo, el presidente Vázquez debe hacerlo. No fue elegido como delegado general del politburó.

El cambio en Argentina, el cambio que, aun contra Dilma Rousseff viene en Brasil, no son movimientos circunstanciales ni tampoco ideológicos. Uruguay debe estar en condiciones de participar de las decisiones en el Mercosur y de forzarlas, decisiones que no serán menores y que requerirán compromisos hacia afuera y hacia adentro. Esos cambios se extenderán al resto de Sudamérica, les guste o no a los populistas.

Por supuesto, es posible seguir mirándose el ombligo, como el premonitorio Greetingman, y esperar conseguir algo más para redistribuir. Desgraciadamente ello tendría altos costos para la sociedad oriental en el futuro. Irremontables.

Tabaré Vázquez, en la disyuntiva entre su partido y su país, se debate también entre la intrascendencia y la historia. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Daniel Scioli-Kirchner: el drama del malevo vapuleado

Como bien saben los uruguayos, el peronismo ha sido protagonista permanente de una especie de ópera bufa sobre el escenario de tango tristón de Argentina. No es distinto ahora.

Tras el tremendo cachetazo de la primera vuelta donde perdió nada menos que el distrito donde más clientes y pordioseros ha cultivado, Cristina Fernández reaccionó como el guapo del pueblo que recibe una paliza a manos de un jovencito: con amenazas, metiendo miedo a la gente, acusando lacrimosamente a su vencedor y jurando que si eligen a Mauricio Macri caerán sobre la cabeza de los argentinos todos los males del averno.

Una mezcla entre Hombre de la esquina rosada borgiana, el Conventillo de la Paloma y las más selectas enseñanzas de Goebbels. El kirchnerismo residual golpea ahora con el látigo del terror a sus propios partidarios y a los cinco millones de votantes de Sergio Massa, tratando de explicarles todos los daños que les infligirá Cambiemos si gana en segunda vuelta.

Con el clásico desprecio del Justicialismo por la inteligencia de sus seguidores, la verdad no es obstáculo para la dialéctica kirchnerista. Tras haber llegado agónicamente con oxígeno económico racionado a esta instancia, ahora culpa a su rival por querer solucionar las barbaridades que deja.

Cristina Fernández de Kirchner emitió desaforadamente y creó un gasto inmanejable que llevó a una inflación maligna que lastimó la vida y las esperanzas de los argentinos más humildes. Esa situación debe ser remediada por quienquiera gobernase desde el 11 de diciembre.

Pero ahora Scioli-Kirchner acusa a Cambiemos por querer arreglar ese desvarío y critican los métodos que usarán, que ni siquiera conocen. Como si existiese alguna alternativa racional para optar.

Fernández destruyó la exportación argentina, en especial la agrícola, motor indiscutible de la grandeza histórica y potencial del país, primero con sus limitaciones burocráticas y sus retenciones confiscatorias, y luego con un tipo de cambio deliberada y malévolamente atrasado.

Esa decisión estúpida la obligó, en su limitada comprensión de la economía, a aplicar un cepo cambiario que es una confiscación a la esperanza de empleo y de bienestar, que le aportó más clientes a su sistema de dádivas, que llama planes trabajar, y apelativos similares.

Ahora demoniza a Macri porque necesita, como necesita todo el país, salir de ese cepo mortal que está llevando a la inanición a la sociedad argentina. Curiosamente, su súbdito y sucesor Scioli, balbucea alternativas inútiles para resolver el problema que según su partido no existe.

El kirchnerperonismo deja un rompecabezas explosivo, pero critica a sus rivales que quieren desactivarlo. Le mete miedo a la sociedad diciéndole que si se intenta desarmar el artefacto que ha dejado, explotará. Como si ello fuera culpa de quienes vienen.

Recuerda al dealer que le dice a su cliente adicto: “Yo te vendo de la buena, te cuido. Quién sabe qué porquería te dará cualquier otro”.

En otra estratagema política, compara a Cambiemos con la fracasada Alianza de De la Rúa, cuando en esa coalición había mayoría de funcionarios que hoy militan en el estado cristinista. La verdad no importa. El peronismo nazi vuelve a sus raíces e imita su aparato de propaganda.

Argentina necesita recomponer urgentemente sus relaciones con el resto del mundo civilizado, arrasadas por la mezcla de patología e ignorancia de Cristina, empezando por el default innecesario que nace con los holdouts, en el que cayó por obstinación, que le está costando cada día más, o mejor dicho, le está costando al país.

Pero el gobierno agita el trapo del terror sobre su posible sucesor, porque va a hacer lo mismo que los economistas de Scioli dicen que van a hacer, o sea negociar seriamente para resolver el intríngulis. Mientras Scioli, obedientemente, se calla.

“Venderá el país”, dicen los funcionarios kirchneristas en sus campañas, quienes han firmado acuerdos secretos con China, por una base militar en la Patagonia, con Chevron, la misma Californian Oil con que pactara Perón, con Barrick, la explotadora minera a cielo abierto que envenena a la población, con Rusia, con Venezuela, con cuyo patético caudillo Chávez hicieran fabulosos negocios personales con la emisión del Boden 15, pagado puntualmente, eso sí.

“Venderá el país”. ¿Qué país?

Quienes le pagaron con un acuerdo secreto al Club de París, con tasas de penalidad inexplicables e inexplicadas, sin aprobación del Congreso, ahora amenazan con paralizar cualquier arreglo de deuda con ese mismo Congreso.

Quienes le pagaron innecesariamente el total de la deuda al FMI y desaprovecharon las ventajas que a partir de ahí se podían obtener, asustan ahora con la posibilidad de que Macri negocie un préstamo de contingencia con el Fondo, que por otra parte sería lo indicado.

Quienes le pagaron a algunas empresas con juicios en el Ciadi al contado, horas después de que esos juicios fueran comprados por fondos muy cercanos a Boudou, ahora hablan de entrega.

Tal vez en algún momento antes del 22 de noviembre, encuentren la forma de acusar a Macri por la muerte del fiscal Nisman y por obstaculizar hasta la vergüenza el esclarecimiento de su asesinato. Se buscan libretistas.

Por la gravedad en que deja a la Argentina, por el empecinamiento dictatorial de aceptar la limpia voluntad del pueblo, por torpedear cualquier solución futura impostergable, lo que está haciendo la pareja Kirchner-Scioli, no es una campaña de terror: es terrorismo político.

Está en su origen. Es su naturaleza. l
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Balotaje: el dilema del prisionero

Los argentinos han usado su poder de decisión. También le han mostrado al mundo que no tienen más ganas de ser un país de cuarta, enojado con la humanidad, incumplidor, vociferante y autoritario.

El resultado de la primera vuelta ha sido suficientemente comentado y suficientemente claro. Ahora es importante concentrarse en la segunda vuelta y las estrategias de cada uno de los candidatos.

Como ya anticipara en una nota el día de las PASO, Sergio Massa, con su alianza UNA, se ha transformado en un kingmaker, como dicen los ingleses. En tal carácter, será tentado por los dos candidatos sobrevivientes.

Hay sólo una cosa que no hará Massa: dejar de pactar con alguno de los dos. Ello significaría resignar su protagonismo político y dejar en el limbo a sus intendentes, gobernadores y legisladores, que quedarían casi condenados a disolver su influencia o a diluirse a lo largo del tiempo. Él no lo ignora y está preparado para negociar.

Hay una sola cosa que no pueden hacer ni Macri ni Scioli. Creer que sólo mediante el discurso podrán convencer a los votantes de UNA a preferirlos. Un riesgo políticamente insensato de correr.

Como los votos no tienen dueños ni jefes, cualquier acuerdo requiere que los votantes sientan que son respetados y no que son prenda de cambio como si se tratase de un mercado persa. Esa necesidad de coherencia entre la propuesta y cualquier alianza es vital no sólo para conseguir nuevos votos, sino para no resignar votos propios si se cambia el rumbo.

Massa tiene que pasar primero por una introspección personal y entre sus aliados. Tienen una bala de plata y sólo pueden usarla una vez. De la Sota, que puede ser clave para movilizar votos del peronismo ortodoxo, ha dicho que Macri es su límite. Pero eso ahora está seguramente lejano, lejano, como dice el tango.

Felipe Solá es muy combativo y arisco, pero el más frío a la hora de elegir conveniencias. Massa necesita de los dos, no solo de su arrastre, sino de sus opiniones. Y también tiene que considerar a sus gobernadores, intendentes y legisladores, cuyos destinos políticos se verán afectados por cualquier decisión.

Llevar a su frente UNA hacia el sciolismo kirchnerista y bendecirlo como peronismo es tentador para el tigrense. Se puede convertir en el salvador del partido y su futuro líder político. Tiene el problema de que en los referentes y los votantes de su alianza hay mucho enojo contra Cristina, que desplazó y maltrató a los líderes del justicialismo histórico y los reemplazó por la Cámpora, el cáncer del peronismo, y por el diablo Zannini, casi un López Rega para los ortodoxos.

También tiene otros problemas para esta opción: la capacidad de traición del peronismo, edificado sobre ese atributo. Y el hecho de que estaría negociando con Cristina, tarea imposible e insalubre.

Por el lado del macrismo, la negociación parece más fácil. Macri cumplió prolijamente sus pactos en Cambiemos, que tiene la garantía del radical Ernesto Sanz, cuya acción fue esencial para la concreción y sostenimiento de la alianza, y que mostró su positiva influencia interna en varias decisiones, como la designación del candidato radical a vicegobernador de María Eugenia Vidal.

Pero aquí habrá que encontrar el papel de Massa en caso de un acuerdo, que le asegure mantener su importancia política en el peronismo, ahora sin líder. Lo cierto es que no le conviene ayudar a Scioli a competirle por la conducción partidaria.

El desafío de Massa es cómo aliarse con Cambiemos sin perder su identidad y su capacidad de liderazgo en el peronismo. Programáticamente, hay más cercanías entre Massa y Macri que entre Massa y Scioli. El resto se conversa.

Del lado de Scioli, cuando se recupere, antes de acordar con Massa, si decide hacerlo, tiene que pasar por las horcas caudinas del kirchnerismo y sobre todo del cristinismo, léase Cristina, si esta no cae en algún brote que atisbo. Pasado ese rubicón, tendría que recomponer muchas relaciones y cicatrizar muchas heridas. En especial, tendría que aceptar compartir la escena con el líder de UNA.

Desde la óptica de Macri, además de las obvias ventajas electorales, UNA le ofrece la posibilidad de resolver buena parte del cuadro de ingobernabilidad que le dejó deliberadamente preparado Fernández, ya que le aportaría una virtual mayoría en diputados y un entramado de gobernadores e intendentes muy poderoso.

El secreto es que el votante peronista de Massa o de Scioli, perciba esa alianza como un cambio positivo institucional y económico. O mejor, que toda la ciudadanía lo perciba así.

Si hubiera que apostar, me jugaría por un acuerdo Cambiemos – UNA. Es bueno para ellos y es potencialmente bueno para el país. Macri puede ser el nuevo presidente. Massa, el nuevo peronismo.

Lo que está claro es que el kirchnerismo, el cristinismo y el feudalismo mafioso, patotero e irrespetuoso ha sido derrotado.

La sorpresa cacheteó a Cristina Fernández de Kirchner simplemente porque ella creyó en serio que era superior a la democracia.

El domingo a la noche descubrió que no. l



Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

Presidenciales en Argentina


Lo único claro es la oscuridad,
lo único cierto es la mentira



Las elecciones en mi país ya son una mezcla equilibrada de murga oriental jocosa y sainete de conventillo porteño.


Desde lo legal, la idea de que se puede ganar la presidencia en primera vuelta con el 45% de los votos desafía la más elemental aritmética política. Todo el mundo sabe que mayoría es la mitad más uno. Bueno, los argentinos nos merecemos una excepción.


Como el lector ya conoce, tenemos otro truco. También se puede ganar la presidencia con el 40.01 % de los votos si el segundo está a más de 10 puntos de diferencia. Esa norma es un engendro de ese gran demócrata, como se recuerda a Raúl Alfonsín, que nos dejó esta originalidad que ahora supuestamente debemos agradecerle.


Ambos avances jurídicos se plasmaron en la Constitución de 1994 que concibiera don Raúl con Carlos Saúl Menem, cuando el riojano canjeó su reelección por la promesa de permitir ganar al radicalismo en 1999, cosa que cumplió como buen peronista, con toda lealtad.


Con esas ecuaciones, al oficialismo le resulta muy conveniente que el único opositor real, Mauricio Macri, pierda votos a manos de tres candidatos que a modo de hienas políticas, le arrebatan votos opositores por todos los flancos. (Hay quienes piensan que esa funcionalidad es rentada)


Daniel Scioli no llega al 45% que lo consagraría sin más, pero pelea por el 40,01 que lo deje más de 10 puntos arriba que Macri y lo lleva a ganar en primera vuelta.


Las encuestadoras agregan confusión al panorama. Algunas de ellas están contratadas formalmente por los partidos. Otras parecen estar contratadas informalmente. Es decir, pagas para mentir en los resultados que publican.


Desbrozando el matorral  de incoherencias estadísticas, se puede concluir que Scioli está en este momento en el 38-39% de intención de voto, Macri entre el 28-29% y Massa en 19-21%. Pero todas las pesquisas se protegen determinando un nivel de indecisos que está entre 25 y 30% , con un margen de error de 2-3%.


Es evidente entonces que todos esos datos que llueven a diario no aportan demasiado, en especial cuando varias de las mediciones son telefónicas u online, lo que le resta precisión en los distritos más poblados.


A esto debe agregársele la tendencia a un ausentismo de alrededor de 25%, lo que permite que, sumando todas esas incógnitas, cada uno, partido o encuestadora, haga su juego político y diga lo que le conviene y proyecte lo que le quede mejor. No hay modo preciso de proyectar indecisos, que se sepa.


Pero en la intimidad, el oficialismo y el macrismo saben que están atrapados y limitados en esas rigideces numéricas que mencionamos y que no están superando. Massa sueña con ser segundo y disputar la segunda vuelta,  pero pareciera que no logrará mucho más que ser funcional al kirchnerismo al restarle a Macri los votos peronistas que se oponen a Cristina.


En esa especie de deadlock, Scioli sigue tratando de convencer a la ciudadanía de lo que nadie cree: que será independiente de Cristina y eventualmente, que romperá su pacto con ella.  Debe simultáneamente predicar que será la continuidad y al mismo tiempo el cambio.


Ahora se agrega una nueva línea de operación de propaganda: se echa a correr el rumor de que Cristina siente que Zannini, su comisario político a quien impusiera como candidato vice presidencial, se está acercando y asimilando demasiado a Scioli y la está traicionando. Infantil, pero el peronismo está lleno de infantilismos.


Macri ha dejado de lado su discurso ortodoxo económico y ahora sostiene que nadie perderá sus dádivas ni subsidios, ha escondido sus figuras económicas con imagen más liberal, y aparece con planes desarrollistas de mediados del siglo pasado. También inaugura monumentos a Perón, como es público.


Massa promete cuanta cosa se puede prometer, sabiendo que no necesitará preocuparse por cumplirlas porque no tendrá la oportunidad.


El Frente Para la Victoria quiere ganar en primera vuelta por dos razones: para no exponerse a una alianza tácita o explícita de Macri con Massa y Stolbizer en segunda vuelta, o a una simple decisión de los votantes, y porque probablemente la economía mostrará mayores debilidades en un mes más.


El sistema es evidentemente desastroso, y el manoseo de candidatos todavía lo es más. Podría darse el extraño caso de que Scioli ganase las presidenciales pero el FPV con Aníbal Fernández perdiese la Provincia de Buenos Aires a manos de María Eugenia Vidal, de Cambiemos. El desprecio del Papa por el candidato acusado de narco haría el milagro del corte de boletas, tradicionalmente mínimo.


Cristina Kirchner continúa burlándose de la ley que impide que haga proselitismo a estas alturas de la campaña con cadenas o cuasi cadenas donde inaugura cualquier cosa y debate consigo misma, para compensar la negativa de su candidato a debatir con sus rivales.


En la lucha dialéctica que se ha planteado, el sciolismo dice que ya ganó en primera vuelta, Macri dice que todo se trata de una farsa para crear la sensación de que el FPV ya ganó, y Massa sostiene que el mejor rival en segunda vuelta para ganarle al kirchnerismo es su Frente Renovador.


Macri sabe que si logra pasar a segunda vuelta tendrá inapelablemente que  tragarse el sapo y negociar con Massa un acuerdo de gobierno, y ahí el radicalismo, su aliado en Cambiemos, puede ser una rémora. Pero sin acordar con el tigrense el ingeniero no gana en un ballotage.


La ciudadanía participa de la dualidad y la mentira: todos quieren un cambio pero no saben o no quieren definir lo que significa un cambio. Todos saben que todos los candidatos mienten y que harán un ajuste, pero sueñan con que a ellos no les toque el recorte.


Muchos sospechan que ante lo exiguo de las diferencias y con la rara ley electoral de no-mayorías, el kirchnerismo recurrirá a su arma secreta, el fraude, para conseguir los dos puntos que le faltan para ganar en primera vuelta.


Entretanto, Cristina sigue sembrando el futuro de leyes obstruccionistas que impedirán o demorarán el arreglo del descalabro monumental en que deja al país.



A tan pocos días de las elecciones, Macri necesitaría de una acción audaz o de una genialidad para salir de este laberinto electoral.

Los significados secretos  del TPP





Con el fin de la guerra fría, la caída de la URSS , la convicción de Ronald Reagan,  el abaratamiento de los fletes marítimos, el avance tecnológico y de comunicaciones, se universalizó la apertura económica que hoy conocemos como globalización, y que estaba en embrión desde el fin de la segunda guerra.


El proteccionismo, que había causado la depresión de 1930, empezaba a revertirse. Basado en los principios más puros de teoría económica, Reagan impulsó la apertura del comercio mundial, igual que posteriormente lo hiciera Bill Clinton con la creación de la Organización Mundial de Comercio.


La globalización revolucionó la geopolítica y permitió la inserción en el mercado laboral de cientos de millones de personas que estaban fuera de toda oportunidad.  También el surgimiento de nuevas potencias que dejaron de pensar en término de comunismo o capitalismo para hacerlo en términos de progreso, empleo, crecimiento, bienestar y paz.


Lamentablemente para nuestros países, las materias primas alimenticias fueron excluidas desde el vamos de las negociaciones. Los fuertes lobbies de los agricultores europeos, americanos, japoneses, canadienses, se impusieron a las teorías de Adam Smith y David Ricardo.


Estados Unidos y Europa firmaron luego tratados de libre comercio con Canadá y Japón donde se les beneficiaba con las commodities, por razones políticas. Esos tratados en algún punto violan los acuerdos de tarifas del GATT y la OMC, ya que no aplican la cláusula de nación más favorecida al resto.


A mitad de la década pasada, Estados Unidos y Europa aprendieron que el empleo no era infinitamente elástico. El aumento del comercio producía bienestar pero también transfería puestos de trabajo a la periferia.


Los bajos salarios, las pobres coberturas sociales y la precariedad laboral de muchos países, eran sus armas para competir.  Esas condiciones mejoraban dramáticamente con el crecimiento, como había ocurrido antes con Japón, que pasó de  la miseria salarial a tener los empleos mejor pagos del mundo. 


Un solo dato. La participación de EEUU en el PBI mundial, que era el 63% al fin de la segunda guerra y del 33% en los  ‘70, es del 22% en 2015.

La apertura comenzó a limitarse, no tarifariamente, sino por vía de reglamentaciones de salud, medio ambiente, condiciones laborales comparativas, sanciones políticas o cuotas.
Ya no se entiende como un mecanismo automático universal. Ahora el formato es el tratado de libre comercio. Como decíamos, estos tratados no respetan el principio de nación mas favorecida. Y también acotan el marco de competencia.


El TPP, Trans Pacific Partnership,  se encuadra en esa línea. Una alianza comercial temática entre 12 naciones. En este caso el Océano Pacífico excluido China. Con características muy especiales. Si bien se revisan a la baja 18,000 posiciones aduaneras, el objetivo es otro.


Se trata de acordar normas de salud pública, marcarias, de patentes, laborales, financieras. Por ejemplo, Estados Unidos ha impuesto la necesidad de que se cumplan ciertas normas de trabajo y condiciones laborales en los países que le exportan.


No es un acto de generosidad hacia los trabajadores. Si EEUU no emplea menores, tiene coberturas de salud, seguro de desempleo, cargas sociales, y accesorios, considera que es desleal que Malasia, por caso, les compita con productos elaborados por niños o por trabajadores sin ninguna cobertura. No se han vuelto sensibles. Le aplican a su exportador las mismas reglas que a su mercado interno.


Lo mismo ocurre con las reglas de control ambiental. Si EEUU controla la emisión de combustibles fósiles, tiene un costo que quiere que también tengan todos quienes le vendan. No se trata de cuidar el medio ambiente. Se trata de que no se produzca una especie de dumping ambiental en su contra.


Por supuesto, ofrece compensaciones a cambio. La más importante, es seguir comprándole a los países que acuerdan.  Y también se han  agregado muchísimos productos que se intercambiarán dentro de la nueva zona virtual, incluyendo cambios en el proteccionismo agrícola y reducción en la vigencia de patentes.


Me imagino a los anti tratados diciéndome que esto demuestra lo perverso de Estados Unidos y lo inteligente que es no firmarlos.


No creo en la bondad de Estados Unidos. Sí en la imprescindibilidad de participar del juego.  Estos doce países se comprarán entre ellos,  y dejarán de comprarle a quienes les compran hoy. Uruguay puede perder mercado a manos de Canadá sin poder hacer nada, por la simple aplicación del TPP. Y puede estar condenado a no poder venderle a Japón, a Chile o a Ecuador.


Y aquí viene la esencia del planteo. Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, tienen un problema común.  No son del Pacífico, no pueden participar de este bloque, que representa el 40% del comercio mundial, porque el bloque no está creado para negociar con países extra zona.  Deben elegir entre ser llaneros solitarios o unirse para fortalecerse y negociar política  y económicamente desde posiciones más fuertes,  o serán mendigos.



Conclusión: ha llegado la hora de cambiar la estructura y funcionamiento del Mercosur inútil. Esto supone dos acciones políticas previas para ganar credibilidad y viabilidad. Primero, la suspensión de Venezuela por la cláusula democrática, ya que nadie nos llevará el apunte con ese socio, además de merecer con creces la sanción.  Segundo, la eliminación del Parlasur, que ha transformado al Mercosur en un organismo de protección a varios gobiernos dictatoriales y corruptos  que sufrimos. Además de ser una pretensión digna de Macondo.


Luego habrá que generar un acuerdo muy fuerte entre los presidentes de Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay  para que el Organismo se dedique en serio a crear acuerdos extrazona y a utilizar su mercado conjunto como prenda de negociación.


También se deben incorporar reglas claras para la negociación con países individuales, caso China.  Esta Unión Aduanera de entrecasa ha mantenido privilegios inaceptables para países y empresas que no nos favorecen en el comercio. No negociar en conjunto, y no permitir que los miembros negocien individualmente es sospechoso, al menos.


De paso, habrá que elegir Presidentes con el nivel intelectual , político y moral como para estar a la altura de la tarea. Haber transformado el Mercosur en una cueva de corruptos y de prebendarios va en contra de los intereses de sus miembros. Eso debe cambiarse de un tajo.


Hoy estamos dando privilegios comerciales a muchos países que nos cuotean o que ponen vallas a la venta de nuestras producciones, o manipulan los precios  que obtenemos vía subsidios internos. Negociar la solución de esos casos es una tarea imperiosa que hay que llevar adelante inteligentemente y con seriedad. 


El TPP redondea un cambio en las reglas de juego.  La apertura seguirá, pero con otras reglas y otros métodos.


Como siempre, podemos aceptarlas o no. Quedarnos en la queja o participar.  Resignarnos o competir dentro de reglas globales que no podemos controlar.


TPP también puede traducirse como “Tratado Para Pocos”.  Es cuestión de elegir. 


Tal vez su próximo auto, querido lector, será de una marca del país que más nos compre.



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